El peso del amor

Y de pronto Ranma, nuestro querido y tonto Ranma, adquiere una técnica revolucionaria. En el campo de batalla salta, esquiva y danza. Ningún ataque le toma por sorpresa ni le rasguña la cara. No es que prevea los movimientos ni lea las mentes. Lo que lee… son las almas. Así le resulta fácil atacar, defender y pensar sus tácticas. Ya no necesita hacer un Saotome para idear sus contraataques. Es durante el mismo combate que intuye, huele y alcanza todos los caminos de la victoria esquiva y casi siempre cara. Además… además, la técnica es dúctil y laxa. En los exámenes ya no vuelve a caer en las trampas. Y si dice algo que no debe, ya no existe mazo que pueda darle en la cara. Tenemos por tanto, un Ranma desbocado. Un Saotome tan malhablado y tan omnipresente que ni siquiera Ryoga intenta ya vencerle. Solo la peliazul, la absurda y colérica peliazul, todavía insiste. Rendirse no se consiente. No ante ese pervertido tan fuerte. ¿A dónde se ha ido aquel muchacho tan tímido y levemente indecente? ¿Ese joven de sinsentidos románticos y coleta prominente?

-¿Cómo lo haces? Dímelo, Ranma –vocifera, Akane.

-Es muy fácil, sólo huelo los sentimientos, los toco, los sostengo y hago en el aire con ellos malabares. Créeme. No miento. Soy más fuerte que tú. No puedes alcanzarme.

De pronto, y ante la sorpresa de todos (menos de Akane), el muchacho tropieza solo y cae. Un peso enorme e invisible le aplasta la cabeza contra el suelo y todas las carnes.

-¿Qué…? ¿Qué has hecho?

-Eso tú bien lo sabes. ¿No decías que hacías con mis sentimientos malabares? ¿De verdad crees que puedes sostener todo mi amor con esos musculitos de tonto pusilánime?

Y así fue vencido, aplastado (e incluso yo diría, pisoteado) nuestro héroe por un amor puro e infinito. ¡Oh, qué gran error, Ranma Saotome! Dotar de masa y peso, a esa montaña de sentimientos akanenses. Hubiese sido mejor, simplemente, darle un beso.