LA MIRADA

Segunda Parte

–Ya no sé qué más hacer para deshacerme de ella.

–Si me lo preguntan: ¡Te lo tienes bien merecido! –afirmó Moony ásperamente sin apartar un solo instante la vista del libro que estudiaba.

Notó que Sirius, recostado sobre el césped a su lado, contenía las carcajadas, pero al mismo tiempo le ponía una mano sobre el brazo en señal de comprensión y apoyo. Remus podía ser una muy buena persona y un amigo leal; a pesar de eso era estricto, sobre todo en situaciones como esa.

–¿Cómo me puedes decirme eso? –exclamó James sintiéndose la víctima incomprendida–. Avery puede ser una chica muy bonita y sexy pero es demasiado melosa, quiere estar todo el tiempo encima mío. Y no es como si yo hubiera pretendido algo serio...

El fuerte golpe con el que Lupin cerró su libro fue bastante como para que los tres dieran un pequeño respingo.

– Mira, Potter, – refutó hablando lento y claro con su tono más severo (el que había comenzado a usar mucho desde que lo había nombrado prefecto el año pasado) – no sé por qué les das alas a las chicas cuando sabes que ellas están perdidamente enamoradas de ti, como tú lo estás de Lily. A puesto a que si ella decidiera jugar así contigo, no te haría gracia. Deberías saber que ciertas acciones lastima. Y si, esta vez, te encontraste con una chica que no puedes "sacudirte" tan fácilmente como las anteriores ¡me alegro! Tal vez así aprendas a no seguir jugando con los sentimientos de las pobrecitas.

James se quedó como si le hubieran propinado un golpe en la cara. Su amigo tenía una manera muy sincera y directa de decir las cosas (de hecho esa era una de las cosas que más quería y admiraba en él) pero no se daba cuenta de que a veces podía llegar a doler mucho. Miró, por del rabillo del ojo, a sus otros acompañantes. Peter, quien hasta hace un segundo le daba la razón haciendo un gesto afirmativo con la cabeza, se encontraba ligeramente sonrojado y con los ojos clavados en el suelo como si lo hubieran estado retando al él. Sirius, por su parte, tenía los brazos cruzados sobre el pecho y se mordía los labios en un obvio intento de contener la risa.

–Entonces, ¿qué sugieres hacer? –preguntó James tratando de salvar algo de dignidad después de aquel golpe de verdad–. ¿Que vaya y le expliqué que en realidad NO me gusta y que solo quería divertirme un rato?

Moony sonrió con inocencia, aparentemente sin haber comprendido del todo la ironía de la pregunta (o con toda la maldad de haberla entendido perfectamente).

–¡Eso me parece muy bien!

–¡¡¡Estas loco! –estalló de pronto el joven de anteojos–. No sabes como afectaría eso mi popularidad con la chicas. Después de eso no va a haber quién quiera salir conmigo.

Su interlocutor volvió a tomar su aire de perfecto estricto y abrió la boca para refutar con algo pero él reaccionó más rápido. Se levantó, balbuceando algo como: "Bueno, bueno" y bajo la excusa de que tenía que hace unos trabajos que se le había atrasado, por culpa del último castigo, se marchó con aire ofendido.

Se dirigió directo al castillo y de allí decidió tomar el camino panorámico hacia la Torre de Gryffindor. Odiaba que Moony tuviera razón y, todavía más, cuando se lo decía de esa manera. Necesitaba sacarse el mal sabor de boca después de esa perorata y la mejor forma no era haciendo tarea, eso sólo aumentaría su frustración. A lo mejor un pequeño paseo por el colegio lo llevaría a encontrarse con Evans (últimamente tenía por costumbre pasearse sin ninguna de sus ruidosas amigas; aquellas eran oportunidades de oro para conquistarla), ¡ese sería el mejor de los remedios!.

Tomó el camino que usaban los de Ravenclaw para dirigirse a su casa. Maldita la hora en que había decidido prestarle atención a Avery; ¿cómo, rayos, se la sacaría de encima ahora? Y, en cima de todo, no podía pedir consejo a sus amigos porque a San Remus le molestaba que él se divirtiera... ¿¡Qué no entendía que sus 17 años tenían necesidades? ¡Claro! Todo porque él era el perfecto prefecto que podía tener a la mitad de las chicas de Gryffindor embobadas, sin dignarse a salir con ellas.

Dobló por un pasadizo escondido detrás de un viejo y raído tapiz que parecía que nadie se molestaba en limpiar porque siempre estaba lleno de tierra y arañas. Quizás más tarde podría hablar con Padfoot a solas; él siempre lo comprendía y seguramente, desde ya, estaría pensando una forma de ayudarlo con todos sus problemas de faldas. Estaba muy agradecido de tener un amigo como él, que lo apoyaba en todo. No es que no quisiera a sus otros amigos pero Sirius ya era como su hermano, la persona a la que le podía confiar todo.

El camino desembocó en un pasillo repleto de armaduras y cuadros de brujos y brujas extraños que siempre querían detener a los alumnos para hablarle de "estupideces sobre la sangre de estúpidos muertos", según las elocuentes palabras de Sirius. A lo mejor debería ir a la biblioteca, sabía muy bien que su pelirroja favorita era una visita frecuente de aquel lugar y que acababa de romper con el idiota de Alcott, el ex-novio... ¡Que bonito sonaba eso! Ese escollo había salido por si sólo de su camino. ¡Era el momento ideal para conquistarla, mientras se encontraba despechada!

En un acto reflejo saco su varita y golpeo junto al cuadro de una bruja, que intentaba explicarle que el motivo del decaimiento del nivel educativo de Hogwarts era la cantidad de estudiantes hijos de muggles, pero el muchacho estaba demasiado enfrascado en sus pensamientos para darse cuenta. Los ladrillos se movieron con rapidez para dar paso a un oscuro túnel que ni la bruja del retrato parecía haber visto antes. Pero mientras no arreglara el asunto de Avery no podía ni pensar en acercarse a ella. Si tenía la suerte de convencerla de que saliera con él, la otra loca podría tomarlo a mal y hacer cualquier disparate. Lily nunca más volvería a dirigirle la palabra; no podía permitir que seis años de trabajo para convencerla que no era tan malo se fueran a la basura por un pequeño desliz de su parte.

El joven Potter terminó en un corredor ampliamente iluminado por un gran ventanal que permitía ver el lago. Era una verdadera lástima, porque a principio de año, cuando por fin se había percatado que ya no veía a Evans y Alcott abrazados por los pasillos del colegio, había usado toda su delicadeza para acercársele y preguntarle el porqué del rompimiento y esta se había largado a llora. Obviamente estaba muy dolida por el asunto, debía ser eso lo que la estaba obligando a separarse de sus amigas también...

Gruño molesto. Cuánto le habría gustado a James poder consolarla, contenerla... abrasarla. Que hermoso sería que se encontrara sentada a su lado, bajo la sobra de un árbol junto al lago. Hablar de tonterías, escucharla reírse...

Sus pies y sus pensamientos se detuvieron de golpe. Retrocedió tres pasos hasta poder mirar una vez más por la ventana, desde allí se veía el lago pero... ¿¡Qué, diablos, estaba haciendo en la parte sur de castillo si quería dirigirse a la torre norte, la de Gryffindor? ¿¡Y cómo, demonios, había subido tanto sin darse cuenta?... ¿Tanto había estado caminando?

Examinó el desierto corredor atentamente: un gran pasillo, pisos de piedra, paredes de ladrillo, ventanas, una larga seguidilla de puertas (antiguas aulas en desuso, seguramente) nada de armaduras, tapices, adornos... ¿¡Dónde, diablos, estaba? En ese lugar no había absolutamente nada que lo ayudara a ubicarse. ¡Era exactamente igual a los otros doscientos setenta y cinco pasillos de Hogwarts! ¡Ni siquiera un maldito retrato de algún viejo y senil mago para preguntarle el camino!

El muchacho juró en voz baja y siguió caminando. Era lo único que le quedaba por hacer, caminar hasta llegar a un lugar conocido. ¡No podía ser tan difícil! ¡Conocía mejor que su casa casi todo el colegio! Unas risitas provenientes de una de las aulas llamó su atención: alguna parejita ocultándose de las miradas censuradoras de los profesores...

Podría preguntarles por el camino, pero eso significaría interrumpirlos...

Interrumpirlos sería divertido, pero podrían estar en algo importante...

Lo "importante" no está permitido en el colegio, pero a él no le gustaría que lo interrumpieran...

–¡Chs! Nos van a descubrir.

James reconoció al instante la vos chillona de la chica que acababa de murmurar. En un acto reflejo se abalanzó sobre la puerta, sintiéndose el hombre más afortunado del mundo, la abrió de un tirón y... ¡AJA! ¡Tal como lo imaginó! Contra el escritorio del profesor, estaba un chico de séptimo que no reconoció en un abrazo muy comprometedor con Avery, que lo miraba con la típica mirada de...

–¡James!... Yo... verás... –Trató de excusarse la muchacha, apartando a su pareja de un empujón, pero no la escuchaba.

La jovencita lo miraba con cada vez más angustia y culpa en el rostro, aunque él ya no pensaba en ella. Tenía clavada en los ojos la mirada de Sirius el día en que el entrenamiento terminó temprano... La actitud de Remus cuando terminó de bañarse. En su mente comenzaron a arremolinarse todo tipo de ideas y posibilidades ridículas...

«¡¡No puede ser! ¡¡No puede ser!»!, gritaba una potente voz en su cabeza. Nunca recordaría qué fue exactamente lo que pasó después. No supo si le dijo algo a Avery, si ella le dijo algo a él, ni siquiera cómo había encontrado el camino a la entraba principal; sólo recordaba haber corrido... y la voz que seguía gritando en su cabeza «¡No puede ser!... ¡¡No puede ser!»!.

Debió hacer un tiempo récord hasta el árbol junto al lago donde había dejado a sus amigos «¡no puede ser!», aún así ellos ya no estaban cuando llegó; de hecho estaba comenzando a anochecer y lloviznar: no quedaba nadie en todo lo que se podía ver de los terrenos del castillo «¡no, no, no!». Regresó, esta vez directo a la torre de Gryffindore; le bastó una mirada a la atestada Sala Común para saber que no estaban allí «¡no puede ser, no!». Subió hecho un rayo al cuarto que compartía con ellos, tirando en el camino a un par de niños de primero; no había nadie «¡es imposible, no!». Bajo otra vez, ni siquiera se percató que una prefecta de quinto lo intentó regañar por su desconsideración a los niños. Corrió sin detenerse, sin reflexionar: en la biblioteca no estaban; el Gran Comedor, desierto «¡No puede ser! ¡No puede ser!».

Siguió corriendo sin cansancio, en algún momento se le ocurrió el pequeño cuartito de lectura de Sirius en la Torre Este, siempre iba allí para estar solo «¡no... no!». Ya no prestaba atención a los pasillos, la gente, los cuadros; todo le parecía una masa borrosa y un murmullo lejano... ¡Paff! El dolor.

–¡Ten más cuidado! –le reprochó alguien furioso en medio de la oscuridad, consiguiendo que la voz en su cabeza por fin se callara.

De pronto, James sintió todo el cuerpo adolorido. Tenía una punzada en el hombro, donde se había golpeado contra una pared en su loca carrera, sentía tirones en los músculos de las piernas y le dolía la espalda por el reciente sentón. Con un gran esfuerzo consiguió abrir los ojos; frente a él, tirada en el piso por el choque, se encontraba Lily Evans mirándolo con mucho asombro, entre los dos alguno libros y hojas de pergamino desparramadas.

–Perdón, perdón –murmuró varias veces poniéndose a recoger los libros por acción mecánica, tratando de ignorar los dolores.

Todavía no podía pensar con claridad, las imágenes se sucedían y la cabeza empezaba a dolerle como el resto del cuerpo. "Perdón, perdón" seguía murmurando por inercia. No se le ocurría que estaba frente a la chica que más le gustaba en el colegio ni que hace menos de una hora había estado deseando encontrársela; sólo seguía murmurando la misma escueta disculpa, al tiempo que la ayudaba a recoge sus cosas con manos temblorosas.

–¿Te encuentras bien? –preguntó con suavidad, deteniéndolo cuando iba a alzar el último libro.

En cuanto el joven fijó la vista en aquello hermosos ojos verdes algo de sentido le volvió al cuerpo.

–¡Sí, sí! ¡Muy bien! –respondió con aplomo intentando levantarse, pero sus agotadas piernas le fallaron y tuvo que intentarlo una segunda vez con más impulso.

–¿Estás seguro? Estas muy pálido ¿no tendrás fiebre? –insistió tercamente, tratando de tomándole la temperatura con la mano.

–¡Estoy bien! –y trató de seguir su camino–. Sólo estaba buscando a Sirius...

–¿Black? Sí, lo vi con Remus en el pasillo del séptimo piso... ¿conoces el lugar? Por donde está ese ridículo tapiz de los trolls...

James hizo un ademán violento, como intentando seguir su desenfrenada carrera pero no llegó a avanzar ni dos pasos antes de tener que recargarse en la pared para no volver al piso: le dolían mucho las piernas... Además, para esos momentos ni siquiera estaba seguro de querer saber qué había pasado. Sólo deseaba poder olvidarse de todo; que las imágenes se borren de su mente y ya no pensar más.

–¿Seguro que no tienes fiebre? – esta vez Lily había conseguido ponerle la mano en la frente y después en las mejillas; teniéndola así de cerca James tuvo la sensación de que su estómago comenzaba a dar brincos –. Tal vez te debería acompañar a la enfermería –sentenció tomándolo del brazo para guiarlo.