Para que no me olvides...

Escrito por Princess Sheccid

Disclaimer:

Esta maravillosa narración llena de aventuras, acción y romance, pertenecen sin duda a Rumiko Takahashi-sama. Su estupenda historia, aún inconclusa, ha inspirado a millares de escritores, que, como yo, intentan con su imaginación, dar fin a esa saga de aventuras...

Después de esta corta (y aburrida introducción --U) doy comienzo a este capítulo. Espero lo disfruten! Y espero, puedan dejarme algún comentario…

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Capítulo 6:

Detectaron rezagos de aquella presencia maligna. Se notaba en el ambiente.

Aumentaron la velocidad. Ingresaron a la cabaña por una puerta trasera, revisaron en cada habitación, sin hallar al joven monje. Sus corazones se paralizaron, temiendo que hubiese sucedido lo peor.

Lo descubrieron sentado en el césped, con la respiración aún agitada.

- ¡Su excelencia!

El muchacho se giró bruscamente, su mirada azur dirigida a quienes le llamaban. Sus ojos se endulzaron al verla correr hacia él, su cabello castaño algo enmarañado, sus ojos brillando de preocupación. Sus labios rosas gritando su nombre, asustada. El pequeño zorrito no se quedaba atrás: sus patitas corrían a lo más que podían.

- ¡Miroku!

La muchacha llegó ante él, se agachó a su altura, notando su rostro aún pálido. Se temió lo peor.

- Excelencia¿se encuentra usted bien? -dijo con voz trémula- ¿No le hicieron daño?

Miroku la observó un momento, sonrió con ternura y colocó su mano en la mejilla de ella. Le brindó una caricia. Ella se sonrojó notoriamente.

- No te preocupes por mí. Estoy bien. –el rostro de ella, se relajó un poco- Más he temido por ustedes…

Escuchó sus palabras en silencio, aún con el corazón casi saliéndose de su pecho. Sus ojos se llenaron de lágrimas, aún temerosa de aquellas repentinas presencias que habían aparecido. Se lanzó a abrazarse a su cuello.

- Excelencia… -él le correspondió el abrazo, tratando de tranquilizarla.

Shippo miraba todo esto sin decir palabra, un poco incómodo de la situación que se había presentado. Se giró, dando cara a los árboles, se cruzó de brazos y cerró los ojos.

- ' Kagome me odiará por esto cuando se lo cuente…'

El pequeño aclaró su garganta ruidosamente. Se giró a verlos, descubriéndolos aún en su 'gesto cariñoso'. Repitió su acción, más fuertemente. Los dos enamorados se separaron, la muchacha con el rostro rojísimo, muy apenada.

El joven monje, tratando de disimular, se puso de pie, ayudando inmediatamente a la exterminadora.

- ¿Qué es lo que sucede, Shippo?

El zorrito los miró a ambos y dijo con voz seria:

- Muchachos, siento interrumpirlos, pero Kagome aún está en peligro…

Ambos asintieron. Sango tomó su boomerang y Miroku su báculo. Comenzaron su avance. El tiempo apremiaba.

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La penumbra del bosque no permitía verlo bien. Pero, entre lágrimas supo muy bien que era él. Reconocería siempre aquella túnica roja que vestía, su cabellera plateada, aquel brillo dorado de sus ojos… Su presencia era única, no podía ser otro.

Lo vio parado sobre la rama de un árbol, inmóvil, sólo mirándola. Ni un movimiento, ningún ruido… Hasta el tiempo pareció haberse detenido.

Kagome apoyó las manos en el césped, sin dejar de mirarle, temiendo que todo fuese una ilusión, una jugarreta de su mente. Temblorosa y con el corazón agitado, se dio con las manos un pequeño impulso y se puso de pie.

- InuYasha…

Dio un paso, sintiendo mil y una emociones. Su cuerpo parecía que no resistiría. Dio otro paso. Él no dijo nada, no se movió.

- InuYasha…

En el borde de sus ojos almendrados aparecieron lágrimas de felicidad. A la medida que se acercaba, podía reconocerlo más como el chico del que se enamoró muchos meses atrás.

De pronto, el muchacho dio un salto en dirección al suelo.

Kagome avanzó más deprisa en dirección a él. Sus lágrimas bajaban sin control por sus mejillas y su corazón latía muy aprisa. Sintió que toda aquella tristeza pasada sólo fue un sueño, un mal sueño y que en realidad, era ese momento el que estaba viviendo como el verdadero.

Necesitaba como nunca abrazarlo. No había sentido tanto miedo, ni tanta tristeza como aquella vez en que creyó perderlo para siempre. Las palabras que le había dicho Kouga esa vez, le habían calado en lo profundo del alma y fue por ello que se sintió tan culpable…

- Inuyasha… yo… -estaba tan sólo a unos pasos de él, y ello parecía tan irreal...

Pero, repentinamente, él se dio la vuelta y empezó a correr, perdiéndose en la espesura del bosque.

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Los muchachos avanzaron a prisa, siguiendo la dirección que tanto Sango como Shippo señalaron.

- ¡Fue precisamente allí!

Shippo corrió, notando el brillo ligero del campo de energía. Se paró delante de la barrera y trató de empujarla con sus manitas. Sabía que era inútil, pero debía intentar algo… El pequeño sacó un pequeño trompo de colores de su chaqueta. Lo miró con anhelo.

- ¡Trompo mágico...¡Trompo gigante!

El trompo se activó, girando a gran velocidad sobre el campo de energía. Pero, eso no afectó en nada al campo. El plan de hacerle un hoyo al campo no pareció funcionar para nada. Pero, no se resignó.

- ¡Fuego mágico…! -de sus manitas brotó una llamarada color turquesa. Esta impactó con gran fuerza el campo de energía, sin embargo, al finalizar la llamarada, el campo pareció brillar más aún.- ¡Rayos! -Se empezó a desesperar, buscando con ahínco en su chaqueta- No funciona… Debe haber otra cosa…

- Espera Shippo, no te apresures. –el joven monje se había agachado a su altura, y había apoyado su mano sobre su hombro, de manera paternal. El kitsune lo miró un poco confuso, con sus grandes ojos turquesas- Será mejor pensar bien las cosas…

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Apartó con mucha dificultad las ramas bajas de los árboles, las cuales le lastimaban gravemente las piernas al correr. Algunas raíces le hicieron caer unas veces. Pero no se dio por vencida. Lo veía a lo lejos, corriendo, pero a menor velocidad.

¿Por qué InuYasha huía...¿Por qué se alejaba de ella…?

Y, como oyendo sus pensamientos, repentinamente él se detuvo. Su velocidad aminoró, hasta detenerse por completo. El frescor de una brisa elevó sus cabellos de plata, haciéndolo parecer tan irreal…

- InuYasha…

Kagome lo observaba desde lejos, deseando con toda su alma de que se girara a observarla, que le dirigiera esa mirada de infinita ternura, que la hacía quererlo cada vez más… Mas, él no volteaba a verla: su mirada parecía fija en algún lado, como abstraído en sus pensamientos.

Instantes después, como una bendición para ella, InuYasha se giró y le sonrió. Kagome sintió que su corazón empezaba a latir más a prisa.

Amaba aquella sonrisa.

No era aquella sonrisa socarrona que solía mostrar tantas veces, sino aquella que sólo se la ofrecía a ella, tan llena de cariño… Sus ojos dorados brillaban con ilusión, aquella que sólo mostraba cuando la veía venir, cuando sentía su presencia o de tan sólo captar el olor de sus cabellos en el viento.

- Te has tardado mucho. Sigues siendo tan lenta como siempre, Kagome.

Kagome sonrió, como no lo había hecho hace mucho. Recordó que continuamente le decía aquello, cuando solían escabullirse meses atrás…

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En aquellos días, él sostenía su mano, pero, su paso era demasiado veloz comparado con el de ella. Juntos avanzaban grandes distancias, con la sola intención de estar aunque sea un solo minutos solos, de susurrarse cosas al oído sin ser interrumpidos, de poder abrazarse...

Sus amigos no lo sabían. No sabían nada del profundo amor que ambos se profesaban, pero, tenían la convicción de que sus almas y sus vidas estaban entrelazadas.

Era tanto el cariño de ellos dos, que no bastarían las palabras para describirlo…

Sin embargo, a InuYasha le costaba mucho todavía demostrarle su amor abiertamente. Era un poco reservado en ese aspecto… Era por ello que, cuando sus amigos no los veían, él solía darle suaves besos en la boca, y ella solía tomarle de la mano cuando caminaban juntos, enlazando sus dedos, sin importar si los miraban o no.

Y siempre ambos se quedaban con esa sensación de estar volando y el vivo deseo de no separarse nunca…

Era por eso que ella se esforzaba al máximo por correr a su ritmo, acallando las súplicas de su cuerpo que pedían un descanso… Pero, tan sólo podía correr a su nivel unos cuantos metros, y terminaba agotadísima.

Al verla jadeante y con las mejillas sonrojadas, el comprendía que era necesario disminuir la velocidad. Y ello lo hacía refunfuñar, pues decía que 'Por su culpa los muchachos les darían alcance y terminarían pillándolos, y con ello adiós al plan de estar solos…'

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Soltó una risita, ante el rostro confuso, pero sonriente de él. Dejó de vagar por sus recuerdos. Ya no se pondría triste como en aquellos días en los que tan sólo podía llorar durante horas al recordar su lejanía…

Él estaba allí presente, después de ese tiempo que le pareció una eternidad y a tan sólo unos pasos…

Retomó ella su carrera, hasta llegar a su lado. Sus rodillas sangraban, y sus piernas mostraban cortes, algunos de ellos un tanto profundos. Sin embargo, no le dolían: todo su dolor se esfumó, así como sus recuerdos tristes.

Pero, de pronto sintió que las lágrimas inundaban sus ojos.

Se paró frente a él, y sin decir nada, se abrazó fuertemente a su pecho, casi con desesperación, soltando en ese momento todas sus penas contenidas. Hundió su rostro en su haori, llorosa, sus lágrimas resbalando por sus mejillas rosas. Él le correspondió el abrazo con fuerza, apoyando su mentón sobre la cabeza de ella. Notó el suave olor de sus cabellos.

Los dos jóvenes enamorados volvieron a reunirse.

El muchacho esperó pacientemente, la acalló con palabras dulces y suaves besos en la frente y fue comprensivo en todo momento. La chica tan sólo podía repetir su nombre y cuánto lo había extrañado y amaba aún, y los ojos de él reflejaron de nuevo esa ternura infinita con la que solía mirarla. Poco a poco, ella fue calmando sus sollozos, abrazando aún fuertemente su pecho. Sus pequeños labios soltaban ya tan sólo leves hipidos.

InuYasha la miraba vehemente. Aquellos meses pasados, le habían sentado demasiado bien a la adolescente. Se encontraba realmente hermosa, pero notó en su rostro el recuento de muchas noches sin dormir, y cierto aire melancólico, triste...

Recorrió su rostro, sus ropas (que ya habían variado hacía ya mucho), y se detuvo en sus ojos almendrados, cuyo brillo reflejaba tantos sentimientos juntos en ese momento… Con suavidad, acarició su rostro; sus ojos dorados estaban fijos en los labios rosados de ella. Las mejillas de ella se tiñeron de un suave carmín y, él casi sin contenerse le preguntó:

- ¿Ni siquiera me vas a dar un beso?

Ella lo miró y otro recuerdo se le vino, como una jugarreta de su mente.

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Cierto día, meses atrás, cuando ellos solían caminar juntos, siguiendo a sus amigos, él la tomó repentinamente de la mano y le dijo:

- '¡CORRE!'

Kagome, cómplice de tal juego, se dejaba llevar, sintiendo en el fondo, pero muy en el fondo de su alma un pequeño remordimiento. Solía morder su labio inferior con nerviosismo al principio, al ver a la bella exterminadora y al apuesto monje voltearse desconcertados y comenzar a seguirles.

Pero todo ese remordimiento solía desaparecer por completo, cuando InuYasha se volteaba a verla al sentir que ella no le seguía el paso. De pronto, y muy lejos ya de sus amigos solía detenerse, poner un rostro de profunda pena y confusión y preguntarle con voz llena de inocencia:

- ¿Ya no quieres seguir con esto? -soltaba la presión de su mano con suavidad y la miraba a los ojos, rogándole con el alma que no lo abandonara- Perdóname… yo sólo… -bajaba la mirada al suelo, con rostro arrepentido- No quería enfadarte… -le dirigía una mirada profunda, llena de devoción - Sólo lo hago porque te amo.

Y de esa manera, siempre lograba hacerle cambiar de opinión. Kagome siempre se repetía una y otra vez que no se dejaría llevar por eso, pero… simplemente le resultaba imposible.

Es imposible mandar sobre los sentimientos…

Posterior a ello, comenzaba una loca carrera, cual pequeños niños después de haber hecho una travesura. Entre risas y el olvido de su arrepentimiento por parte de ella, Kagome era 'secuestrada'.

En tanto de eso, los muchachos los seguían a toda velocidad, temiendo la venida de algún mortal peligro. Y los llamaban a grandes gritos, pidiendo que se detuvieran. Para cuando comprendían la razón de su acción, InuYasha y Kagome estaban muy lejos de su alcance, y ellos, ya demasiado agotados como para reprocharles.

Y estando ya muy alejados del resto, la miraba siempre con esa infinita ternura y rostro de enamorado, y le hacía la misma petición:

- Y… - apoyando siempre sus manos en su rostro, y acariciándole delicadamente con las puntas de sus dedos- ¿no me vas a dar un beso?

Aquellas palabras siempre provocaban el mismo efecto en ella: un corazón desbocado que latía velozmente, un sentimiento de felicidad que parecía llenarla por completo y un ambicioso deseo por complacerle.

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Se sonrojó notoriamente, pero, le brindó una gran sonrisa. Haciendo lo que su corazón le mandaba en ese momento, acortó aún más la distancia que los separaba. Se acercó a él, y apoyó sus manos sobre sus brazos. Se empinó un poco, acercando su rostro al de él…

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- Aléjate de mí

Kagome se detuvo, turbada y se alejó de él, mirándolo con profunda extrañeza. Él la sujetó de los brazos y…

- ¡Ittai! -se quejó Kagome, al sentir la fuerte presión de sus garras sobre sus brazos desnudos.- InuYasha¡Suéltame! -sollozó- ¡Me lastimas! -de los labios de él escapó una risa burlona.

Ella miró sus brazos, los cuales empezaban a sangrar profusamente. Él no la soltaba, más bien, la sujetaba con más fuerza. Segundos después, la empujó con gran energía sobre el gras, haciéndole mucho daño.

De los ojos de Kagome empezaron a formarse lágrimas de dolor. Aquellas heridas comenzaban a escocerle mucho.

- ¡Baka! ¿Qué demonios sucede contigo? - Kagome examinó sus heridas, notando tan sólo el brotar de sangre. Sin embargo, sabía que sus heridas eran profundas.

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- Eso haré siempre que quieras acercarte a mí de esa manera, imbécil

Kagome levantó la mirada, estupefacta, congelada en su sitio.

Su corazón se paralizó. Y su alma se llenó de terror.

Fue entonces cuando notó su cambio.

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…… Fin del capítulo……………………………………………………………………