LA MIRADA

Tercera Parte

–¿¡Se puede saber qué estabas haciendo, James Potter? –preguntó más sorprendida que enfada la enfermera al terminar de examinarle el hombro –¡Está roto! ¿Cómo pudiste romperte un hueso?

–Estaba buscando a Sirius y debí golearme con algo –reiteró por enésima vez el jovencito.

La mujer frunció los labios con preocupación. Solía tomarles mucho cariño a los jugadores de Quidditch por la cantidad de horas que pasaban en la enfermería recuperándose de lesiones, pero ninguno pasaba más tiempo ahí que James, que, además de las heridas de Quidditch, se sumaban las de sus incontables peleas (generalmente con chicos mayores o más grandes), sus travesuras, accidente por hechizos o pociones mal hechas y vaya uno a saber que más. Pero lo que en realidad le gustaba de ese muchacho era que no importaba que tan golpeado y dolorido estuviera siempre estaba de buen humor, siempre sonreía y había que atarlo para que se quedara quieto (¡en serio, lo había tenido que hacer en más de una ocasión!). Pero ahora estaba allí sentado, pálido como un fantasma y sin rastro de aquella chispa que caracterizaba su mirada.

–¿Puedo irme ya?

No, no podía irse. La anciana enfermera lo retuvo cerca de media hora con preguntas y chequeos para "asegurarse" que no estuviera enfermo, mientras que por todos los medios trataba de convencerlo de que se quedará en la enfermería esa noche. Al final, le dio permiso de marcharse, no sin ante endosarle un ungüento para los moretones y una frasquito de ¿poción para la anemia?

La verdad es que James no tenía TODAS las ganas de volver a su dormitorio pero tampoco se sentía con ánimo para aguantar toda una noche las insistentes preguntas de aquella mujer. De hecho, por primera vez en su vida tenía la necesidad de estar sólo en el mundo… no ver a nadie, no hablar con nadie, no tener que explicarle NADA a NADIE.

–¿James? –lo llamaron por la espalda y él sintió ganas de gritar.

¿Por qué ella? ¿Por qué justo en ese momento?

Se dio la vuelta para mirarla, tratando con todas sus fuerzas que no se le notara la desesperación o el fastidio. Más adelante ella le diría que no lo había notado molesto pero que le había parecido que se acentuaba en él aquella extraña apariencia que llevaba de haber sido mojado por una cubeta de agua helada.

–¿Qué haces aquí, Evans? Ya casi es hora del toque de queda.

Ella inclinó la cabeza en un gesto delicado que le hizo pensar en los pajaritos. A pesar de su mal humor, a él no se le ocurrió otra cosa que pensar más que se veía hermosa. Al son de un tímido "estaba preocupada por ti" ella se puso a su par y caminaron juntos un largo rato en silencio, mientras James se repetía en su cabeza, para cuando ella se lo preguntara, la excusa que había estado dando toda la tarde. "Sólo buscaba a Sirius", "necesitaba hablar con él", "de nada importante". Hasta que eso pasara, agradecía el momentáneo descanso de poder estar callado.

Cuando sólo faltaban un corredor para llegar a Gryffindor lo notó y se sorprendió de ello. Lily no sólo no lo estaba interrogando sobre su extraño comportamiento, sino que caminaba a su par (a pesar del lento paso que llevaba) y muy cerca. La misma Lily Evans que caminaba por todo Hogwarts con pasos largos y el aplomo de saberse una de las chicas más bonitas del colegio… La Lily Evans que solía jurarle a los gritos, frente a todo el mundo, que prefería aplicarse a si misma un hechizo tragababosas a salir con él…

–¡Mira, Potter! –dijo encarándolo, una vez que estuvieron frente al cuadro de la Dama Gorda y el se preparó mentalmente para ser interpelado–. No te voy a pedir que me cuentes qué te pasó porque sé que no somos tan amigos y no quiero que te sientas obligado –se inclinó levemente hacia él y tomándolo de la mano continuó–. Sólo quería que supieras que cualquier cosa que necesites puedes acudir a mí.

James tuvo la sensación de que un intenso calor nacía en la punta de sus dedos, subía por su brazo y se extendía a todo su cuerpo. Frente a él estaba Evans, mirándolo con ojos tierno e intensamente verdes. En ese instante tuvo la seguridad de que en el mundo no había ser viviente más amable y dulce… más tierno y agradable que aquella pequeña y frágil muchachita.

Más tarde, las numerosas ocasiones que reviviría ese encuentro en su cabeza esa noche, se imaginaría que la había abrazado; que le había tomado con fuerza de la mano para que aquel instante durara una eternidad; que le había contado los múltiples sentimientos que le inspiraba… ¡pero no! En aquel momento no se le había ocurrido nada de eso. Sólo le había alcanzado la fuerza para murmurar un escueto "gracias" y verla desaparecer con su sonrisa detrás del retrato.

Le pareció que tardó todo una eternidad en subir los siete laaaargos tramos de escalera hasta su cuarto. Ya todos estaban allí: Peter, Remus y…

–¿Qué te pasó, viejo? ¿Dónde te metiste? Te ves como si vinieras de pelear contra un dragón.

Sintió un estrujón en el estómago, similar al que sentía el año pasado cuando veía a Evans y Alcott juntos, cuando Sirius le habló como si nada pasara… «Quizás no pasa nada, quizás sólo exageras» Trató de convencerlo la misma voz que le gritaba en la tarde.

–Quizás –accedió al fin, arrancando miradas de extrañeza de sus amigos.

Sin más, se arrojó sobre la cama, sin sacarse las botas siquiera, y cayó en un profundo sueño al instante.