James estaba seguro de que Hogwarts era el castillo más grande de toda Gran Bretaña. Habías estado seguro desde que era un niño pequeño y escuchaba cómo hablaban sus padres de lo maravilloso de ese lugar, de los pasillos que uno nunca terminaba de conocer del todo, las torres que ascendían y ascendía sin parar... ¡No podía haber una construcción más grande que aquella en el mundo! Y, sin embargo, por grande que fuera no había un maldito lugar donde él pudiera esconderse para estar sólo por un par de horas... ¡Sobre todo si lo que quería era esconderse de sus amigos!
Tratar de esconderse de las tres personas que lo habían ayudado a trazar el Mapa del Merodeador resultaba ser imposible: ni en el colegio, ni en Hogsmeade y, mucho menos, en al Casa de los Gritos. Sólo podía permanecer en lugares constantemente transitado por otros alumnos (como la Sala Común o la Biblioteca) y ocultarse detras de un libro. Ya comprendía porqué Remus lo hacía tanto ¡en serio funcionaba!
Al principio Sirius o Peter llegaban a interrumpirlo a cada rato para preguntarle qué le pasaba o proponerle algo más "divertido" para hacer. También Remus, mucho más sutil, aparecía para hacerle compañía y tratar de entablar conversación (lo que hacía que fuera mucho más difícil despacharlo). Pero para el tercer día ya se habían dado por vencidos... ¡Por suerte! Hasta hubiera jurado que podía escuchar uno de los sabías consejo de Moony (algo tipo: "Ya se le pasará ¡déjenlo tranquilo!") interviniendo a su favor... ¡Diablos! ¿¡Por qué era tan difícil odiarlo? ¿¡Por qué no podía seguir enojado con él si estaba minando su perfecta amistad con Sirius? ¡¡¡CON SIRIUS, QUE ERA CASI SU HERMANO!
¡Todo era culpa del perfecto prefectito ese! Hasta había llegado a decírselo un par de día atrás:
–Padfoot está convencido de que estás molesto con él –le reprochaba con mirada preocupada y acusadora a la vez.
James tuvo que contenerse para no gritar furioso: "¡¡¡Por algo será!". Era increíble la facilidad de su amigo para reprocharle cosas, sin llegar a regañarle, pero consiguiendo que se sintiera una verdadera basura. Pero toda esa situación era su culpa así que respirando profundo, para tratar de contener su enfado y se lo dijo; tal cual lo pensaba, se lo dijo:
–¡Deja de entrometerte entre Sirius y yo! ¡¡No te das cuenta que lo estas arruinando todo!
Y, sin más, se levantó y se fue. Después ninguno de los tres lo molestó más; aunque notaba como Sirius le lanzaba una dura mirada de reproche cada vez que pasaba cerca. Claro que no necesitaba de eso para sentirse mal, su conciencia ya hacía muy bien el trabajo sin ayuda... ¿¡Por qué era tan difícil odiarlos?
–¡¡Maldita sea!
Escuchó una risita ahogada y, recién ahí, reparó que había alguien de pie a su lado... Corrección: recién ahí, reparó que Lily Evans estaba de pie a su lado. Mientras él comenzaba a sentir que sus mejillas se ponían del mismo color que los tapices de la pared, la jovencita, con un movimiento de la cabeza, se lanzó la larga melena pelirroja hacia la espalda y se sentó en la alfombra, frente a él.
–¿Te gustan los nísperos? –preguntó sin perder la sonrisa.
–¿Los qué?
Era domingo en la noche y la Sala Común ya estaba casi vacía. A pesar de que había sido un día hermoso y la primera nevada del año, el joven había pasado casi todo el día junto a la chimenea leyendo (o fingiendo que lo hacía).
–Nísperos –repitió, dando una palmadita a la caja que tenía en la falda–. Tenemos un par de árboles de estos en mi casa y mi mamá me suele mandar todo el tiempo, porque, a demás, tiene un invernadero que hace que el árbol se despiste y dé frutos todo el año.
James no entendió ni la mitad de lo que la muchacha le dijo, pero sin embargo se inclinó hacia la caja con curiosidad. Era un objeto bastante extraño, que imagino de origen exclusivamente muggle; rectangular y transparente, tenía una tapa de verde claro que la jovencita desprendió con facilidad, dejando al descubierto unos frutos de un curioso amarillo, un poco más grandes que uvas. La mayoría estaban sueltos rodando en el interior del recipiente, pero otros aún estaban pegados a sus ramitas, simulando racimos.
–¡A mí me encantan! Uno nunca sabe que esperar al comerlos, porque algunos pueden ser muy dulces y otros muy ácidos. ¡Ten! Sólo lo limpias un poco y te lo comes –terminó extendiéndole la caja.
A él aquellas pequeñas bolitas amarillas le daban mala espina, sobre todo cuando las vio más de cerca y notó que en realidad estaban cubiertas de una capita de pelusa. Aún así tomó una, si Lily se acercaba a él especialmente para convidárselo sería capaz de tomar una botella entera de Veritasemus. Tomó una de las frutas con desconfianza y observó como la jovencita hacía la mismo y comenzaba a limpiarla con un dedo.
–¿Estás segura que estos... "míspreos" están bien maduros? –trató de preguntar con delicadeza al ver que detrás de la pelusa el fruto era de un amarillo intenso.
–Nísperos –indicó haciendo particular hincapié en la ene del principio– y ¡sí, estoy bien segura! Los como desde que soy muy chica. ¡Ten! ¡Prueba este! –concluyó cambiándole el que él había elegido por el que acababa de limpiar.
–Si estás segura...
Dudó un momento más, en el que alternó la mirada entre el... cómo-se-llamé y los maravillosos ojos esmeraldas que lo esperaban expectantes, tomó una gran bocanada de aire y, en un rápido movimiento, echó aquella pequeña bolita en su boca. Su cabeza insistía en darle la orden: muérdela, trágala, escúpela, pero ninguno de sus músculos respondía mientras sentía el sabor amargo de la fruta intacta sobre su lengua.
Evans lo observa divertida, tratando de no parpadear para no perderse nada. "¡Valor, James! ¡Eres un Potter!" Se dijo a si mismo al tiempo de que juntaba valor para darle un fuerte mordisco.
–¡¡NO! Tiene una semilla –le advirtió ella en el momento en que se dio cuanta de lo que estaba haciendo.
Claro que ya era demasiado tarde. En ese momento él se olvido de los modales y de tratar de guardar la forma; sin importarle la mirada entre el asco y la diversión que tenía su compañera, escupió aquella cosa asquerosa en su mano y la tiro al papelero más cercano.
–Es menos espantoso si no te comes la semilla.
–Si tú lo dices –concedió, no muy convencido, mientras se ponía de pie–. ¿Me acompañas a la cocina por un jugo de calaza para sacarme el mal sabor de boca?
