—Hechicero de pacotilla —musitó en la mesa de aquel bar abandonado en medio de un callejón perdido del pueblo. Su padre solía llevarla ahí antes de que el bar cerrara. Servían unos licuados de frutos rojos riquísimos. Y mientras ella bebía con una sonrisa, su padre tomaba una cerveza con maní salado y frito, hablando de grandes cosas que ella con solemne atención escuchaba.
Cada vez que iba a ese lugar tenía el regalo de su más novedosa desesperación. Traía consigo el delirio del bar, entre alcohol, comida frita y jugosa y una tierna desolación que sólo se veía en esa esquina vacía.
La silla y la mesa sin nadie ocupando su lugar, con la majestuosa silueta de aquel hombre que había sido sacudido por los años y las penurias de la vida; al que lo envolvieron alegrías y el augurio de una experiencia única esperando ser vivida.
Su lugar estaba vacío en su vida desde hacía años. Y recientemente, había sumado telarañas él. Ese maldito hechicero que se metió en su casa sólo para robarle y luego, marcharse.
Como si hubiese sabido que escuchó el adiós en aquella mesa vacía, tras la mirada cansada de su padre; él llegó igual. Y lo odió de la misma manera porque no lo entendió a tiempo. Ambos se habían despedido con anticipación. Habían rozado ese Adiós por todos sus sentidos y desaparecido días después como si fueran un simple espejismo.
Odiaba ver las dos sillas vacías.
Odiaba encontrarse con anhelos que juntarían polvo y ansiedad con el paso del tiempo.
Al menos, si ella hubiese sabido que esa era su última visita, que no habría un mañana en el calendario, hubiese hecho algo más.
Se habría dejado llevar y los habría abrazado y atesorado como si fueran su recuerdo más preciado; como si el tiempo no pudiera acabarse.
El viento de otoño anunciaba las heladas venideras. El camino iba a quedar cerrado pronto por causa de la nieve de temporada, luego llegaría el hielo y cuando al fin se hubiese acostumbrado a vivir en el frío, la primera limpiaría las emociones tiesas y le recordaría que era momento de seguir su vida… con recuerdos tristes empolvados y adioses que jamás saldrían de sus labios.
¡Hola, gente linda! ¿Cómo están? Iba a escribir algo romántico y terminé haciendo otra cosa, que la idea que tenía en un principio mutó demasiado rápido cuando comencé a escribir xD aunque me gustaría hacer algo bonito de Orphen y Cleo, en algún momento compartiré sobre ellos.
𝐃𝐢́𝐚 𝐯𝐞𝐢𝐧𝐭𝐢𝐜𝐢𝐧𝐜𝐨: Visita
¡Un abrazo!
