Marcó el número telefónico que el gran cartel señalaba, esperó en la línea moviendo sus dedos afanosamente. Miró la oscura y degradada propiedad, la maleza recorría las paredes externas, los vidrios rotos de las enmohecidas ventanas se movían con la brisa. Mientras esperaba a ser atendida pudo notar el nido de ratas en la fuente seca, los animales se movían uno sobre otro, se enrollaban y chillaban sin importarles su presencia. Meditó por milésima vez si debía seguir con su plan, tiró su maleta a un lado, espantando a los roedores que se dispersaron entre el pasto crecido.

-Agencia de inmuebles Tsufuru, ¿En qué puedo ayudarle?- Saludó una voz amable del otro lado de la línea.

-Quisiera comprar el viejo castillo Ouji.- Respondió segura.

-¡¿Qué?!- Exclamó su interlocutor con asombro.

-Quiero comprar el viejo castillo Ouji.-Reiteró imponente.- Si viene a traer las llaves y a recibir el dinero se lo agradecería. Estaré en la puerta.

Sin decir más colgó, no necesitaba, ni quería hablar con nadie. Pasó de nuevo el alto y roído portón, se sentó en la acera, sintiendo una fuerte punzada en su costado al moverse, tanteó la herida que se ocultaba bajo su largo y ancho abrigo, no se había abierto, no todavía. Suspiró por el dolor y sacó una blanca píldora, la tomó sin agua, ignoró el nudo que se hacía en su garganta y que para personas relativamente estables sería insoportable. Esperó unos minutos, percibiendo la forma en la que la temperatura bajaba, buscó un cigarrillo y lo fumó de una calada. Siguió uno a uno hasta que acabó la cajetilla, desesperada, moviendo los pies entre un cauce de colillas, tanteó en su bolsillo el redondo objeto, estaba a punto de revelarlo cuando las luces delanteras de un auto la detuvieron. Se levantó tan rápido que su zona lesionada la hizo soltar un gemido de sufrimiento. Del vehículo descendió un hombre de apariencia nerviosa usando un elegante traje.

-Disculpe, señorita. ¿Fue usted quien llamó?- Cuestionó con la misma voz temblorosa que mantendría en el resto de la conversación.

-Sí.- Afirmó extendiéndole un sobre. -Es el dinero, no me importa si sobra, quédeselo.

-¿Eh? ¿No quiere que le muestre la propiedad o le dé el papeleo antes? Creo que debería evaluar otras opciones, este castillo no se ha habitado en décadas y no tiene una buena reputación para una dama como usted.- Interpeló en un intento de hacerla desistir.

-No me importa lo que sea de buena reputación para una dama, me importa que haya agua y electricidad, que, por cierto, sí las hay. Ten el dinero y dame las llaves, puedes enviar los papeles después.- Estaba irritada, el sujeto incompetente la irritaba, la temperatura también, al igual que el molesto sonido de los grillos, la sensación reseca que llenaba su boca y la forma en la que sus piernas luchaban por mantenerla de pie. En esencia le molestaba la existencia, le molestaba creer que tendría que seguir viviendo por tiempo indefinido cuando no lo merecía, al menos ya no.

-Como usted diga. - Concluyó él contando el efectivo, luego sacó las viejas llaves de su bolsillo, mirándola de vez en cuando con cautela, su cabello azul estaba suelto y cubría una porción de su rostro, llevaba ropa demasiado holgada que cubría la delgadez casi raquítica en la que se encontraba, los cordones sueltos y un olor a humo y alcohol que se aderezaba con el leve aroma a hospital. Decidió no interceder más, no quería resultar como los antiguos dueños de esa mansión, ya era demasiado el solo hecho de recordar la historia. Movió la cabeza a modo de despedida, apresurándose a su auto, confundido entre la idea de celebrar que había hecho la venta más sencilla y corta de su carrera o en si debería volver y sacar a esa chica de ahí a la fuerza e internarla en algún manicomio.

Agarró el conjunto de llaves, entró y empujó la que en su época debió ser una impresionante entrada, usó tanta fuerza que un pedazo del techo cayó a su lado y le dio un gran susto. Verificó que su mochila siguiera en el mismo lugar, cerró los ojos y esperó a que cuando los abriera estuviera el fabuloso castillo que había imaginado de niña, quería ver los elaborados jardines que escondían a los valientes guerreros que darían su vida en batalla, anheló que fuera cierto ese aire irreal que se había anclado a su memoria, pero nada de eso pasó. Una vez abrió los ojos vio el devastado jardín que no escondía más que ratas, envuelto en una energía agria y mortífera. Quiso llorar, dar un grito y salir huyendo, ¿A quién iba a buscar para pedir consuelo? A nadie, ya no había nadie. Se dirigió a la casa, intentando mantener la compostura, clavó sus uñas en la palma de su mano, pretendiendo que ese dolor nublara cualquier otro.

Él estaba en el rincón de la que era su habitación, vio una vez más el traje que reposaba en la cama, ¿Cuántos años habían pasado desde esa noche? Ya no lo sabía bien, tal vez iría a la biblioteca a buscar algo que le ayudara a recordarlo. Atravesó la pared sin esfuerzo, acostumbrado a cruzar los objetos que no deseaba palpar. Hizo lo mismo con las paredes y puertas, ya no tenía caso abrirlas, al principio fue difícil acostumbrarse, pero la soledad y el aburrimiento lo habían obligado a aprender. En medio del pasillo vio su difusa figura en un espejo, seguía igual de joven, cuando tenía pulso era tan atractivo, tan fuerte. Elevó su cuello, corroborando que la misma salpicadura de sangre que vio en su cadáver por horas no estuviera, hizo lo mismo con el gran agujero en el pecho que había detenido su corazón, a la mitad de un gruñido gutural que había guardado por un tiempo oyó la caída de algún objeto en la entrada de su castillo. Corrió hacia la ventana más cercana para localizar el origen del estruendo, al parecer se había desplomado un fragmento de la entrada, le pareció curioso, así que se acercó más al empolvado vidrio y vio a una persona caminando hacia la mansión. Frunció el ceño , se dirigió a la escalera principal y esperó, no permitiría a ningún intruso en su palacio. Cuando la cerradura crujió, mostrando la leve luz que entraba por el espacio de la puerta entreabierta lanzó una silla que se rompió en varios pedazos al chocar con la pared cercana al umbral. Escuchó un grito débil, creyendo que sería suficiente, pero notó que la puerta seguía abriéndose.

-¡¿Qué fue eso?! - Interrogó Bulma a la nada, entró y se apoyó en la astillada madera, se dejó caer, escondiendo su rostro en sus rodillas.- Maldita sea.- Mencionó sollozando, agarrando su rostro con las manos.- Me estoy volviendo loca, no quiero. No quiero. No quiero. - Lo repetía como un mantra, desbordándose cada vez más. - No quiero. ¡No quiero!

Se quedó anonadado, la última vez que vio a alguien llorar fue a su madre sobre su cuerpo, no tuvo modo de reaccionar a la mujer que en un trance ingería un bote de píldoras, lo tragó con el poco whisky que quedaba en su botella y en poco tiempo se desmayó. Por su parte, él se sintió complacido con el resultado, la dejaría ahí como advertencia para cualquier otro que osara invadir su casa, se dio la vuelta, entendiendo los sucesos recientes y mientras subía de nuevo la escalera pensó en las consecuencias de dejar a esa mujer ahí.

-¡Maldición!- Gritó aproximándose a ella, intentó tomar su cuello pero su condición como ser no vivo lo evitó, haciendo que sus manos literalmente pasaran su carne. Trató de nuevo, logrando ligeramente que se levantara su cuello, sin embargo no pudo mantener el contacto por mucho tiempo y la cabeza de Bulma azotó el piso. Ese golpe accidental causó que una pesada respiración saliera de sus labios, seguía viva. Usó toda su energía para arrastrarla por el suelo hasta la alfombra de la sala de estar, batalló un poco para bajar el cierre de su chaqueta y cuando lo logró, supo que la posibilidad de sobrevivir de la invasora era mínima. Su costado estaba bañado en sangre, demasiada, su boca soltaba una ligera espuma blanquecina y su respiración se debilitaba.

-¡No te permito morir en mi casa! ¡No vas a quedarte, mujer patética! -Afirmaba buscando una manera de detener su deceso. Presionó su estómago con toda la fuerza que pudo, una vez, dos veces, tres, cuatro, cinco y la giró hacia el costado que no estaba herido, entreabrió su boca y esperó que vomitara los medicamentos a medio digerir. Se había tardado mucho en reaccionar, aún si no moría intoxicada podría morir desangrada por una herida que solo reforzaba su debilidad. Quitó su abrigo como pudo, dejándola caer de vez en cuando por su falta de costumbre, levantó su camisa y vio la profunda herida. Usó toda la energía que pudo y trató de levantarla, pero no lo logró y sintió que empeoraba la situación. Buscó una salida, tal vez con la suficiente fuerza podría lanzarla a la calle y moriría fuera de su casa. Evaluó la probabilidad y notó que era menos seguro que reanimarla de alguna forma, ella no le importaba, le importaba el permanecer solo. El destino ya le había demostrado los sinsentidos de la muerte, todos se habían ido y él se había quedado, estaba atrapado en un limbo, no podía salir del que fue su hogar en vida, si esa mujer moría no sabía si ella también tendría asuntos pendientes, porque, si los tenía, tendría que quedarse. La idea lo repugnó y como si hubiera sido iluminado por un tipo de fuerza en la que no creía ideó una forma de llevarla arriba y salvar lo que parecía ser una vida repulsiva. Agarró los extremos del tapete, era una forma más fácil de moverla, cuando llegó de nuevo a la escalera la envolvió, sin importarle de verdad el dolor que pudiera causarle, subió escalón a escalón con la convicción de no tener que compartir su hogar.

La llevó a la primera habitación que encontró, "¿No se suponía que los fantasmas asustaban a los vivos?" pensaba molesto. La elevó para depositarla en la cama, la miró con todo el odio que pudo, la detestó a ella y a su impertinencia, a su idiotez o a sus agallas, ya no importaba. Cosería esa herida con el hilo de bordar que usaban sus sirvientas y no sería su problema si se infectaba y moría después de volver por donde llegó, tardó un rato en reunir todo lo que necesitaría, pasó el hilo por la aguja, recordando la manera en la que atendían sus heridas después de algún combate, limpió con agua la sangre que comenzaba a secarse, maldijo que esa intrusa hubiera ensuciado la cama con el líquido carmesí que no soportaba mirar. Pasó un trapo húmedo por su rostro para secar los residuos de espuma y bilis, rompió su camisa para verificar que no hubiera otra herida, sin pensar que eso liberaría sus pechos. Si no fuera un espíritu, que no tenía cuerpo y por ende, tampoco circulación, se habría sonrojado. En un intento de seguir con su egoísta procedimiento, levantó su párpado y vio la dilatada pupila, analizó más esa parte y notó por primera vez el mismo color azul de su cabello en su iris.

-Más te vale no morir aquí. - Advirtió.

Pensó en alguna forma de acelerar su despertar, pero no recordó ninguna. Permaneció a su lado para vigilarla, su ritmo cardíaco había mejorado, su pecho se contraía balanceando sus senos, se distrajo por un momento, recorrió su piel y se dio la oportunidad de reconocer que aunque en varias partes era evidente su delgadez insana, era atractiva, su cintura era pequeña y contrastaba con su amplia cadera. Notó los pequeños hematomas en su brazo y asumió que era algún asunto médico, inocente de las formas de dopaje que el mundo cruel había creado en esos años. Examinó la protuberancia en su costado, asumiendo la forma en la que la habría conseguido, era improbable que esa mujer perteneciera a algún ejército, la forma era muy irregular para ser de combate, parecía parte de un accidente. Duró toda la noche a su lado, no tenía algo mejor que hacer y nada resultaba más importante que asegurarse de no tenerla por compañía mucho tiempo. La luna estaba llena e invadía la habitación suavemente, hace mucho no la miraba, se había retirado a los abandonados pasillos hace mucho, le molestaba la luz de cualquier tipo. Tal vez esa mujer era el castigo que había esperado desde que notó que no había ido con los demás. Al principio creyó que su objetivo para quedarse era vengarse, matar a Freezer y a sus hombres como él había matado a toda su familia, a los sirvientes, a los soldados. Pero Freezer murió de viejo según el periódico que por alguna razón seguía llegando, fue cuestión de tiempo para ver poco a poco como todas las personas que había conocido estaban muertas. Se preguntó si podría dejar a esa intrusa en su lugar, si ella moría podría relevarlo en lo que parecía una espera sin propósito, tentado por la idea de la libertad la abandonó para llegar al jardín e intentar cruzar el ahora desmoronado portón. No lo logró, quedó atrapado una vez más, un hálito de nostalgia lo transitó, giró para ver lo que fue su palacio, quizá su castigo era ver la manera en que día a día se derruía, cavilar cada ruina como una parte del orgullo que pretendió seguir intacto. Entró de nuevo y fue consciente del paso del tiempo, el tapiz de las paredes estaba roto, cayendo en pedazos, los tablones de madera en el suelo crujían de la nada, el candelabro estaba lleno de telarañas, oía los pasos de las ratas bajo la casa. Siguió las ligeras pisadas en un intento de distraerse de la horrible realidad que evadía hace décadas, sin embargo encontró un objeto extraño entre la madera podrida, resplandecía con la escasa luz del creciente amanecer, dando visos anaranjados. Se apoderó de ese esférico elemento, revelando las cuatro estrellas escarlata en su interior, debió llegar con la mujer. Decidido a entender las causas de la repentina invasión buscó el resto de sus pertenencias. Ubicó la maleta y la abrió, estaba llena de papeles y libros más antiguos que esa casa, había dinero por todos lados, planos y herramientas. Creyó encontrar el motivo de la indeseada visita, era una ladrona, así explicaba el dinero y los libros. Abrió uno con curiosidad, parecía un libro de cuentos, levantó los hombros resignado, no perdería nada con leer algo nuevo, después de todo, podía recitar de memoria cada uno de los textos que el palacio le ofrecía, desde poemas hasta acuerdos de paz, de declaraciones de guerra a eróticas novelas. Leyó las historias de príncipes que despertaban a una durmiente doncella con un beso y sintió asco, él era un príncipe, él era Vegeta IV, sucesor de Vegeta III, y jamás compartiría las despreciables pretensiones de un romance rebuscado inventado por alguien que no supone las crueldades de la realeza. Continuó la lectura hasta dar con una página resaltada, que escondía planos de lo que parecía un aparato, atendió los dibujos, reconociendo la esfera que había encontrado entre ellos.

- "Shen Long, el guardián de las siete esferas del dragón, - narró - capaz de cumplir cualquier deseo. Cualquier humano que reúna las siete esferas podrá invocarlo y pedir algo cambio, las nubes se harán negras, pronosticando tormenta, su voz resonará en los más ocultos rincones del cielo y una vez haya cumplido su parte del trato desaparecerá dejando sus ojos rojos impregnados en la memoria de quien lo vea."

Meditó ese párrafo una docena de veces, consideró los planos que yacían dispersos en el suelo, aparentaban ser de un radar, o eso leyó con esfuerzo.

-Tiene una horrible caligrafía.- Dijo.- Al parecer a los muertos también los encuentra la suerte.

No tenía mucho que perder, si ese relato era real él podría aprovecharlo para pedir su vida de vuelta, ella tendría que acceder, él había salvado la suya. Ya no se trataba de una simple invasora, ahora era la llave para dejar los escombros de esa mansión, revisó todas sus cosas, un poco de ropa, botellas vacías, empaques de medicina, fotografías. Contempló a detalle cada una, siendo testigo de la mujer hermosa que portaba una sonrisa encantadora, rodeada de personas que parecían apreciarla, le costó vincular a esa mujer con la que reposaba arriba, herida, solitaria y miserable. Entre todos los desconocidos rostros reconoció uno y algo en él se despertó, era la misma cara de Bardock, pero sin sus cicatrices y su porte altivo. Con desilusión asimiló que no era aquel soldado que había hablado con su padre para advertirle del ataque de Freezer en su anticipada coronación, seguro él había sobrevivido, había tenido hijos y esa imagen no era más que una muestra de su descendencia. Sintió envidia, celos por su capacidad de subsistir en una tierra en la que él no pudo, en la que no fue lo suficientemente fuerte. Examinó al que debía ser el último soldado del linaje saiyajin, era alto y su cabello era idéntico al de su padre, pero no tenía la mirada astuta que los caracterizaba, posaba despreocupado, con una mano en su nuca, confiando en que no sería atacado. Buscó al hombre en los demás retratos. Probablemente lo hacía porque el peso de la nostalgia se lo infringía, quería sentir que algo de su estirpe seguía vivo, en un intento de sentir más cercano a ese desconocido le dio un nombre.

-Kakarotto,- musitó- digno nombre saiyajin.

En algunas fotos se veía joven, acompañando a la peliazul, sonriendo. Creyó que eran pareja, hasta que vio las imágenes de su matrimonio con una mujer distinta, observó a Bulma dándoles una mirada de ilusión, al parecer no eran pareja, pero tampoco tenían pinta de ser familia. Se fue a la biblioteca para confrontar la oportunidad que tenía, quería salir de ahí, nada más.

Aunque le costó al principio, movió las pertenencias de Bulma a la biblioteca. Se reprochó el no haber practicado más el sostener objetos medianamente pesados sin traspasarlos. Juntó toda la información que tenía y se dio cuenta de lo absurdo que sería ese plan si ella no sobrevivía, volvió a la recámara amoblada con una inmensa cama, todo ahí tenía una apariencia isabelina, parecía delicado y puro, recordó que esa era de las pocas habitaciones en las que ninguna persona fue asesinada, ese rincón del castillo estaba libre del terror de la muerte. Recapacitó que era necesario para los vivos comer y beber, no había nada comestible ahí para ella, de beber solo tenía alcohol y no se lo daría, era demasiado tempestiva para eso.

-De todos los lugares en los que pudiste haber intentado suicidarte, tenías que elegir este.- Reclamaba ofuscado, desconociendo que su propósito no era morir, sino soportar lo insoportable. Los rayos del sol matutino profanaron el turbulento ambiente, llenándolo de calor, ella exhaló, demostrando que se había aferrado a la vida. Recostado en la pared pudo notar como la luz realzaba el rosado tono de sus pezones, que se había opacado en la noche con las densas manchas de sangre. Imaginó que aún si ella despertaba no podría verlo, a menos que él se manifestara, tenía que prepararse para conseguir su deseo al mítico dragón, cuya existencia desconocía hasta hace unas horas, se vio a sí mismo como un ser patético, buscando algo de lo que había leído en un libro que afirmaba que los besos rompen malignos hechizos y que el amor supera a la muerte. Sin embargo, la existencia de esa esfera de cuatro estrellas le daba cabida a su ilusión.

-Cuando vuelva a estar vivo, - murmuró- cuando vuelva a estar vivo… Cuando vuelva a estar vivo, ¡Maldita sea!

¿Qué se suponía que haría si llegaba a revivir? Su título real no tenía valor ya, su fortuna se había desmoronado, no conocía a nadie y nadie quedaba, excepto el sujeto de la foto. ¡Eso era! Lo buscaría y reconstruiría su patrimonio una vez más. Rió como no lo había hecho desde antes de morir, celebrando el cada vez más cercano final de su miseria. Se acercó al lecho, la tomó por la mandíbula y enfrentó su rostro, era delicado y conservaba la belleza salvaje que las fotografías mostraban. Acarició sus labios sin darse a sí mismo una razón válida, no lo hizo con cariño ni ternura y tampoco con resentimiento. No pudo sentir nada, él era ajeno al sentido del tacto, si intentaba tocar su frente para comprobar que no tenía fiebre sería un ahínco inútil, simplemente no podía sentir lo material.

Pasaron los días y parecía que Bulma no despertaría pronto del trance, en ese tiempo él buscó alguna fuente de alimento, cuando despertara necesitaba comer y reponer sus fuerzas para desarrollar el radar. Esa fue otra cosa que hizo, releer los planos y apuntes, insultando cada vez que podía su fea letra, por lo que entendió, todavía no estaba listo, pero cuando estuviera listo sería capaz de percibir las otras seis esferas con facilidad. Limpiaba a diario la herida de la mujer, creyendo en la suerte de tener aún agua en esa casa, cuando vivía juzgaba los intentos de su madre por poner todo a la vanguardia, usar las más recientes tecnologías y derrochar el dinero en sistemas de purificación hídricos o en el viejo gramófono que lo había acompañado hasta romperse. Investigó cada libro de la casa, desconfiando de su memoria, para ver si podían darle más información sobre las esferas que le devolverían la vida si todo marchaba bien. Una vez acabó con la biblioteca, fue habitación por habitación, llegó a la de su hermano menor, revolcó sus cosas, sabía que Tarble pese a ser débil en combate hubiera sido un hábil orador, su sentido de la retórica era envidiable, su calma al debatir, juntos hubieran sido imparables. Si él no hubiera tardado tanto en llegar se hubiera podido despedir adecuadamente, o lo pudo haber salvado.

-Lo hecho , hecho está.- Dijo rompiendo el silencio, mirando la alfombra en la que vio por última vez a su hermano, degollado y con los ojos abiertos, extendiendo su mano hacia él. Quiso salvarlo, pero su lógica le decía que no había remedio, lo vengaría, prometió cerrando sus agonizantes ojos. Salió de ese cuarto para dirigir a sus hombres al enfrentamiento, sin saber que no quedaban más de tres, para ese momento su padre ya había caído en los brazos de la muerte, asesinado en su despacho. La última persona en morir fue su madre, que lloraba desconsolada sobre su cadáver, la habían dejado vivir después de arrebatarle las razones para hacerlo. Presa del dolor tomó el cuchillo de cocina que había usado como arma y lo deslizó por sus muñecas. Hipó con pena y se despidió del mundo sin mirar atrás.

Sacudió su cabeza, esperando que los terribles recuerdos lo dejaran, continuó su búsqueda sin tener resultados. El atardecer se asomó tras él, haciendo que caminara a la habitación de Bulma, se había acostumbrado a la luz de nuevo y aprovechaba esos últimos instantes de sol para detallar su fisionomía, su cabello había crecido un poco, complicando el matutino baño de su herida, tomó el cepillo abandonado entre los cajones del tocador y la peinó. Gruñó, ni siquiera cuando estaba vivo se había preocupado por alguien, no había velado por nadie y ahora debía hacerlo por una desconocida para obtener su vida a cambio. Soltó el peine y la dejó, no había peligro, entonces no se preocuparía por ella en unas horas.

-¿Puedes peinarme?- Pidió.- Hazlo con cuidado.

-Está bien, Bulma.- Accedió la inocente voz.

Se veía a sí misma y a su mejor amigo, lejanos, felices.

-¿Goku? ¡¿Goku?!- gritó hacia el vívido recuerdo de su juventud, corrió hacia ellos y no los alcanzó.- ¡Goku! ¡No me dejes! ¡Por favor! ¡Perdóname! ¡Debí morir yo! - Confesaba entre lágrimas, contemplando la inmutable imagen. - Prometo traerte de vuelta, lo prometo, no me dejes, no otra vez.

Giró aterrada en un intento de olvidar, pero alrededor de ella se reunían las claras figuras de ellos, todos los recuerdos en los que él cepillaba su cabello, desde que eran niños hasta el día en el que la ayudó a peinarse para la boda con su esposa, causando los celos de Milk. A punto de caer en la locura, gritando, temblando y llorando se despertó.

La iluminación del lugar la cegó, trató de moverse pero sintió de nuevo la punzada en su lateral, todavía agitada no le dio importancia, se levantó como pudo, sumida en el sueño que la había aterrado. Se topó con el espejo del tocador y cubrió su boca con las manos para evitar gritar, la forma en la que su cabello se veía la hizo sentir vergüenza, lo tenía largo, el mismo largo que tenía el día del accidente, el mismo largo que su amigo de toda la vida cepillaba. Con la luz despidiéndose, se reflejó suavemente un pedazo de cristal, lo tomó, sin importarle el lugar o que su busto estuviera descubierto, se posicionó frente al espejo de nuevo, sosteniendo el vidrio que alguna vez fue ventana, cortando su palma sin intención y rebanando sus azules mechones. Los trozos turquesa de su cabellera caían, al igual que sus lágrimas.

-Discúlpame por todo, Goku. Discúlpame. - Repetía desconsolada, se concentró en su reflejo para cortar más y vio detrás suyo la figura de un hombre, tenía un uniforme militar, el cabello elevado como una llama negra y una mirada muy profunda para ser real.

-¿Qué crees que haces?- Le reclamó viéndola. Bulma se volteó a encararlo, pero detrás de ella no había nadie, de un sobresalto puso su espalda contra la pared más cercana y tomó el cristal a modo de defensa.- Te pregunte algo, mujer. - Reclamó la voz de Vegeta, tomando los extremos del vidrio. Sintió que le arrebataban el cristal y no pudo ver quién fue, aturdida e hiperventilando miró toda la habitación. ¿Cómo había llegado allí? No reconocía el lugar.

-¡¿Quién eres?! ¡¿Dónde estoy?!- Preguntó tragando saliva, tenía mucha sed y el frío comenzaba a atacarla.

-Soy el dueño de este castillo.- Se presentó.

-Nadie es dueño de este castillo. Los antiguos dueños murieron.- Explicaba más para sí misma.

-Es por eso que soy un fantasma, idiota.- Contestó manifestándose, mostrándose a ella y percibiendo su terror.

Presenciar la súbita aparición le heló la sangre, abrió la boca, envolvió con sus manos el cabello que ahora llegaba sobre sus hombros y se sacudió, totalmente incrédula.

-No es cierto, los fantasmas no existen.- Aseguraba nerviosa, pensando que se trataba de otra pesadilla.

-¿Me estás diciendo que crees en un dragón que cumple deseos pero no en las almas atrapadas en el limbo?- Interrogó sarcástico.

-Shen Long. -Recordó asombrada, vio la puerta abierta tras el hombre que creía producto de su alucinación y quiso correr, en unos segundos, la puerta se había cerrado con fuerza.

-Ni lo creas, muchacha viva. No saldrás hasta que dejes de parecer una loca.- Prohibió Vegeta.- Mientras tanto, podemos hablar de negocios.-Sugirió lanzándole una frazada, la visión de sus pechos lo distraía.

-No tengo deudas contigo, espíritu.- Asumió envolviendose en la tela, sonrojándose por no saber la causa de la exposición de su busto, se movió por el cuarto y se sentó en la cama.

-Claro que las tienes.- Siseó.- ¿Quién crees que salvó tu patética vida?

Esa afirmación la instó a mirar de nuevo esos caóticos ojos negros, rememoró los últimos recuerdos que tenía, la mansión, las ratas de la fuente, las viejas llaves, la silla que voló hacia ella desde la escalera.

-¡Tú! ¡Fuiste tú quién lanzó la silla! - Entendió.- No estaba loca, sí pasó.

-¿Quieres un premio por descubrirlo?- Propuso amargo mientras se sentaba en un sillón junto al tocador.- Me debes tu vida, a cambio debes hacer algo por mí.

Se recostó en posición fetal, en profundo shock, con el labio inferior temblando, incapaz de decir una sola palabra.

Él se levantó, sostuvo su garganta con fuerza y la obligó a mirarlo.

-Vas a terminar el radar, invocarás al dragón y me revivirás. Luego puedes hacer lo que quieras.- Ilustró.

Siguió mirándola, sus pestañas eran largas y el sonrojo no se había ido, dando un tono vital a su rostro, las ojeras que se remarcaban cuando cerró su herida habían desaparecido con el letargo. Sus labios estaban húmedos, como los cauces de sus lágrimas sin secar.

-No puedo.-Se decidió a hablar.-Las necesito con urgencia, necesito revivir a alguien más.

-¿Ah sí?- Dudó indiferente.- No me importa, primero me traerás de vuelta a mí.

-No lo entiendes, él iba a ser padre, su hijo lo va a necesitar.- Confesó al borde del llanto.

-Eso tampoco me importa, - aclaró- hay algo más. Quiero que me lleves con Kakarotto.

-¿Quién? - Vaciló cansada.

-El hombre de las fotografías.

Bulma se quejó en silencio y sollozó.

-Es a él a quien quiero revivir.- Admitió.

-¿Qué?- recapacitó. - ¿Cómo murió?

-Fue en un accidente, él me salvó. - Su respiración aumentaba, cerró sus azules orbes y liberó lo que hace más de un mes no podía pronunciar.- Yo lo convencí de acompañarme a una aventura, él no quería ir, pero yo insistí. En el camino las cosas salieron mal, caíamos y él me protegió. Murió en mis brazos, - comentó temblando - le rogué que no me dejara, estaba cubierto de nuestra sangre, pedí ayuda, no llegó nadie a salvarlo.

Se movió en la cama, lloró amargamente y no pudo continuar. Solo recordaba el hospital, el dolor, la mirada de sus padres, la llegada de Milk, sus gritos.

-"Asesinaste a mi esposo" - mencionó recordando sus palabras.- "Asesinaste al padre de mi hijo"

Vegeta se dio la vuelta, esto sería más complicado de lo que creía. En algún punto estaba conmovido por su dolor, se vio a sí mismo en ella, en el fondo él también se creía el culpable del fatídico destino de su estirpe. La dejó llorar, examinó que no hubiera nada para que pudiera lastimarse y esperó a que amaneciera.

Entreabrió los ojos con pesadez, su garganta dolía por los lamentos sin aparente sentido que había susurrado durante la noche, la posición en la que había dormido era incómoda y le sobreexigía a las costuras que mantenían su piel atada. Se levantó difícilmente, contempló el abandonado jardín a través de la ventana, se sentía mejor.

-¿Dónde estás? - Cuestionó suavemente, no recibió respuesta.- Así que solo fue un sueño.

-Aquí estoy.- Saludó.- Deja decir que fue un sueño o que no fue real, me irrita.

-¿Puedo darme un baño?- Preguntó dócil, estaba demasiado cansada para pensar en la forma en la que hablaba con un espíritu.

-El baño está tras esa puerta.- Señaló.

-Sabes que no puedo verte, ¿Verdad?

No había convivido con nadie en años, ¿Cómo iba a recordar que ahora tenía que decidir si quería ser visto o no? Se enfocó en manifestarse y volvió a apuntar la discreta puerta, pasaba desapercibida, como una pared más en el cuarto de huéspedes.

-Gracias.- Susurró.- ¿Sabes dónde está mi ropa?

-No pareces la misma mujer asustada que dudaba de mi existencia anoche. - Reconoció curioso por su cambio.

-Ya no tiene sentido, si existes o eres una alucinación, no me interesa. Solo hay algo que me interesa y es revivir a mi amigo, lo demás puede irse al demonio.- Dijo con un tono árido y nihilista.- Hablemos de negocios.

-Te escucho.- A cada segundo lo entretenía más, ahora destilaba el carácter que escondía la miseria y le pareció algo digno de respeto.

-Dime tu nombre. - Demandó.

-Después del tuyo. - Rebatió tentando los límites de su determinación.

-Soy Bulma Briefs. - Se presentó extendiendo la mano.

-Vegeta Ouji IV. - Mencionó con diplomacia, correspondiendo su saludo, rió cuando ella dio un pequeño salto, conmocionada por sentir su mano sobre la suya. - Ahora, ve al grano.

-Si el radar funciona, desearé traer a Goku de nuevo, pero después volveré a reunirlas y pediré tu vida de vuelta.

-¿Qué me asegura que puedo confiar en tu palabra? - Sospechó.

-Saber que te debo la vida, no mantendré deudas con los muertos nunca más.- Dijo, mientras su estómago se revolvía por reconocer que su amigo no estaba más entre los vivos.- Quiero que me des un lugar aquí para trabajar, no pido nada más a cambio.

-Está hecho.- Decidió satisfecho.- Pero no creas que te dejaré sola, no confío en que no trates de suicidarte de nuevo.

-¡No traté de suicidarme! - corrigió- Trataba de frenar las alucinaciones, nunca había visto algo así.

- Pareció un fallido intento.- Afirmó con frialdad. Ella bajó la cabeza con vergüenza y vio sus mechones de cabello dispersos en el suelo.

-Necesito unas tijeras.- Solicitó ensimismada.

-¿No dijiste que no querías morir?- Se burló.

-Es para mi cabello, necesito arreglarlo.- Explicó con las cejas fruncidas, tomó un segundo para verse al espejo, cubierta con una manta y cabellos más largos que otros.

-No te las daré.- Dijo cruzando los brazos.

-¿Al menos puedes cortarlo tú? No soporto estar así- Confesó, sorprendiéndose de sí misma, ¿Hace cuánto no se preocupaba por su imagen? No le preocupó cuando dejó de comer en el hospital, cuando se rompió las uñas tratando de escapar por la ventana, cuando arrancaba los catéteres que la dormían con rabia, ni siquiera le importó cuando irrumpió en su propia casa y tomó lo primero que encontró para reemplazar la bata médica.

-No soy tu sirviente.- Escupió indignado.

-Por favor.- Insistió.

Él atravesó la pared como respuesta, tardó unos minutos en regresar, la puerta se abrió y lanzó la maleta de Bulma al suelo, con su ropa adentro, llevaba unas tijeras en la mano. Le señaló el taburete escondido bajo el tocador con la cabeza y esperó que se sentara.

- Las manos abajo, donde pueda verlas.-Exigió.

Ella obedeció con un suspiro y oyó el chirrido de las tijeras al cerrarse y abrirse, no tardó más de dos minutos, observó el reflejo, era algo aceptable, llegaba dos centímetros bajo su rostro. Lo vio de nuevo, detrás de ella y agradeció su evidente molestia, si no hubiera sido por esos gestos ariscos hubiera recordado a Goku, cerró los ojos y trató de no pensar en eso de nuevo, no podía hacerle lugar al dolor si tenía prioridades. Se levantó con elegancia no pretendida, tomó su maleta, pretendiendo que no estaba débil y se dirigió al baño.

-Gracias, Vegeta.- Articuló antes de entrar.

-Príncipe Vegeta para ti.- Reprendió prepotente.

La siguió, dejando de manifestarse, olvidando que para bañarse hay que desnudarse. La vio soltar la frazada, revelando su torso, luego, cuando ubicó la tina y retiró la cubierta que habían puesto para protegerla de los años, quitó su pantalón, su ropa interior y sus gastados zapatos. Abrió el grifo y gotearon partículas de óxido, el agua salió con un tono rojizo y ella solo emitió un sonido de asco. Esperó que el agua saliera clara, para poder vaciar la tina del sucio líquido y reemplazarlo por agua limpia. Él la veía con curiosidad, de la nada parecía haber sacado fuerzas para continuar, incluso mostraba altivez, orgullo. La vio totalmente desnuda y reconoció que era hermosa, si hubiera vivido en su época la hubiera considerado como compañera. Escuchó la forma en la que el agua se derramaba, su herida estaba mucho mejor y no sangraba, las marcas en sus brazos desaparecían, pero por dentro seguía rota, como el primer día, cuando le intentaron explicar lo que había pasado. Limpió su rostro, escondiendo las lágrimas que volverían a brotar, hundió su cabeza para disuadir los recuerdos. Su primer impulso fue sacarla de ahí, pensó que quería ahogarse, pero al poco tiempo salió, con el cabello mojado y los ojos más vivos que nunca. Esperó paciente, oyendo la forma en la que hablaba sola, hablaba de aspectos técnicos, de ciencia y elementos químicos. Murmuraba sobre números y direcciones, abstraída del mundo fuera de eso, ingenua a los ojos negros que la detallaban.

Salió más relajada, con la mirada perdida, tratando de recordar la conclusión a la que había llegado, se vistió y corrió con los zapatos en la mano, buscó algo para anotar afuera, pero no había nada, vio el tocador con lo que supuso era maquillaje y usó un labial para escribir sobre el espejo.

-Deja de correr tanto.-Advirtió Vegeta, apareciendo sobre la cama.- No pienso volver a remendarte.

- Te conviene que corra para no olvidar la fórmula que puede hacer que el radar funcione.- Debatió, fue callada por el gruñido de su estómago.

-Hay comida, no pienso ir por ella como si fuera tu esclavo, ve y busca algo en el jardín.- Recomendó.

-Genial,- mencionó- compartiré comida con las ratas.

-Sígueme y deja de hablar.

Se puso los zapatos y lo siguió por los pasillos, llegaron a la parte posterior del jardín, llena de maleza y quebradas estatuas, caminó hacia los frondosos árboles.

-¿Por qué en un palacio hay árboles frutales? - Preguntó curiosa, dejando de lado su pena de la misma forma en la que un pájaro ignora la jaula cuando se asoma por los barrotes.

-No tengo por qué responderte.

-¡Qué grosero!- Infirió.

-No juegues con mi paciencia, toma lo que vayas a comer y haz el radar.- Sentenció.

Bulma lo ignoró y recolectó manzanas, moras y fresas, que estaban escondidas entre los espesos arbustos. Fue adentro y lavó todo, comió con gusto en la sala de estar, por fin podía sentir el sabor de las cosas, aunque fuera un poco. Había perdido el apetito y el comer no significaba nada, era un elemento que veía prescindible en su estado de brutal decadencia

-¿Dónde puedo trabajar?- Preguntó mordiendo la última fresa.

-En la biblioteca está tu estúpido libro.- Indicó.

-¡No te atrevas a llamarlo estúpido libro!- Peleó.

En menos de un segundo él había agarrado su cuello y lo presionaba contra la pared, bramó asustada.

- No te conviene usar ese tono conmigo, mujer patética.- Amenazó.

-Mi nombre es Bulma, y te exijo respeto a mí y a mis cosas.

La soltó soberbio , esperando que cayera al suelo, pero no lo hizo, se mantuvo erguida, con las rodillas temblando, manteniendo el rostro en alto.

-Si cuando vivías eras un príncipe y todos te adoraban, eso no hace que yo valga menos, sin mí no revivirás, así que no es conveniente que seas tú el que use ese tono conmigo. - Determinó.

Se quedaron en silencio, ella intentaba recuperar el equilibrio que la falta de aire le había quitado, Vegeta, por su parte, se había desvanecido, no quería que ella lo viera, ¿Cómo se atrevía? ¡¿Acaso no recordaba a quién le debía el seguir respirando?! Pensó seriamente en hacerla caer y demostrar su supremacía, cuando iba a ejecutar su plan su voz lo detuvo.

-No hay tiempo que perder, llévame a la biblioteca.-Pidió.

Sin materializarse la tomó del antebrazo y la arrastró por los pasillos, abrió la puerta doble de una patada que ella no pudo ver y la soltó. Empujó la silla y a ella para que se sentara, desplegó los papeles , separados por tema, los planos en una parte, apuntes en otra, aspectos técnicos.

-Tienes una letra horrible.- Ofendió.

-No creo que la tuya sea mejor. - Reclamó indignada.

Vegeta se materializó, apretó la pluma que seguía en el tintero y escribió en una hoja al azar "Al menos es mejor que la tuya", Bulma rodó los ojos, tragando sus palabras, su caligrafía era impecable, elegante y legible.

-¿Te vas a quedar vigilando todo el día? - Cuestionó, sin poder concentrarse.

-Sí.

-¡¿Puedes siquiera darme algo de espacio?!- Reprochó.

-A cambio de que pares de gritar. -Negoció.

-Trato.

No hablaron más en horas, ella graficaba los planos con nuevos diseños para el aparato mientras él la vigilaba, juzgaba mentalmente su caligrafía y el desorden en el que había convertido su sitio favorito. A veces se recostaba sobre la pesada madera del escritorio y suspiraba, tratando de no llorar, ya no lo soportaba, no quería llorar más. Quiso hacer una pausa y se levantó, perdió un poco la compostura y sintió que caería al suelo, pero fue detenida por las manos del príncipe. Había flaqueado por el estrés, si no encontraba algo que la animara no podría seguir.

-¿Ahora qué sucede?- Interrogó

- Estoy cansada.- Confesó, levantando la vista al curioso objeto que llenaba un rincón, se soltó del agarre del espectro y fue hacia el artefacto musical.- Es un gramófono, mi papá tiene uno similar.

Intentó hacerlo sonar y fracasó, examinó sus condiciones, la manivela, la aguja y la base.

-Parece que no eres el dueño más dedicado.- Reprochó.

-¿Me ves como alguien que pasaría su día oyendo música?- Mintió, sí pasaba el día oyendo música, leía con las notas resonando alrededor, pasó semanas enteras así, hasta que la máquina dejó de funcionar. Iba a detenerla cuando separó las partes de ese viejo tocadiscos, pero algo le dijo que sería una buena manera de comprobar su capacidad de preparar un localizador.

-¿Puedes pasarme el destornillador que vi sobre la mesa?- Solicitó extendiendo la mano.

- Ya te dije que no soy tu esclavo.- Resolvió.

Ella refunfuñó inconforme, tomó fuerzas y se trasladó a la mesa lentamente.

-¿Cuándo estabas vivo eras igual de arrogante?- Preguntó fastidiada. No esperó mucho para imitar su voz y burlarse diciendo.- "No te importa"

El silencio volvió, no por mucho, pero les dio el espacio para descansar del otro.

-Trae el disco que más te guste. Vamos a probarlo.- Explicó sonriendo.

Por un momento creyó ver a la misma mujer de las fotografías, con una sonrisa brillante, se quedó fascinado por el gesto y se perdió observándola, algo que pasaba de vez en cuando mientras la atendía en la habitación, en algunas ocasiones se dio el derecho de reflexionar sobre su belleza exótica, lo delicado de su rostro y la suavidad aparente de su cabello.

-Oye, ¿Me escuchaste?- Reiteró confundida.

-No tengo un favorito. -Justificó evadiéndola.

-Entonces escogeré yo, amargado.- Decidió, soplando los discos llenos de polvo, no fue una buena decisión, porque la nube de suciedad la hizo estornudar, causando que su lesión palpitara. Rugió desesperada, intentó acariciar la parte afectada pero fue detenida.

- Si te estiras solo empeoras las cosas, tonta.- Advirtió exasperado.- Respira con cuidado y piensa en otra cosa.

-Gracias.- Gratificó eligiendo un disco al azar. - Este será.

Lo puso, se retiró un poco y le dejó espacio a Vegeta.

-Pruébalo, es tu derecho.- Mencionó.

Movió la manivela, hizo que girara el artefacto y bajó la aguja. La música alcanzó sus oídos y lo cautivó, en sus años de soledad la melodía que salía de ese gramófono era lo único que rompía su soledad. Cerró los ojos por inercia, envuelto en la excitación de recuperar un habito perdido.

-Creí que alguien como tú no pasaba su día oyendo música.- Se burló divertida.- Tómalo como una ofrenda de paz, vamos a estar juntos por un tiempo. Voy a comer algo.

Se marchó con la intención de descansar, comió más fruta, probó el sistema eléctrico encendiendo habitación por habitación, en esa curiosidad científica olvidó que camino había tomado.

-Demonios.-Maldijo en voz baja.

-La casa se divide en alas, la biblioteca está en el ala central, la puerta al patio en la sur y tu cuarto en el norte.- Dijo a sus espaldas.

Bulma soltó un grito y giró para verlo, no había nada, manoteó el aire creyendo que podría palparlo y volvió a escuchar su voz desde atrás.

-Si no quiero que me veas tampoco puedes tocarme. - Explicó burlón.

-¡Más te vale no usar ese truco mientras me baño!- Gritó sonrojada.

- No tienes nada que me interese observar.- Respondió apareciendo, mostrando su artificial apatía, con los brazos cruzados y el mentón en alto.

-Eso es porque eres un príncipe con mal gusto. - Afirmó tratando de ubicar el ala norte. Cuando lo hizo pudo recordar el camino y llegó a la habitación.- ¿De quién era esta habitación?

-De las mujeres insoportables.- Respondió.- El tiempo no le ha quitado su misión.

-¡Oye!- Reclamó ofendida, miró la cama y recapacitó.- Necesito otro juego de sábanas, estas están llenas de sangre.

-Ayer no te molestó.- Dijo desinteresado.

-Ayer estaba llorando, ¿Sabes qué es eso? - lo enfrentó tranquila y continúo.- ¿Imaginas que duerma entre mi sangre seca y mi herida se infecte causando mi muerte?

-Cállate de una vez.- Exigió lanzándole otras sábanas desde un cajón del armario.

Sonrió una vez más, satisfecha y cambió las cubiertas. Se descalzó, pensó en quitar el resto de su ropa, pero la noche fría y la presencia de Vegeta cambiaron la idea. Apagó la luz, saltó a la cama y se arropó, sin saber que esa noche soñaría de nuevo con su mejor amigo.

-Buenas noches.- Se despidió, antes de caer rendida.

¡Holi! ¿Cómo están? Este es un fic que ideé para un concurso en la página de "Porque amamos los fics de BulmaxVegeta" en Facebook. Nunca había participado en algo así y me dio mucha ilusión, llevo casi 18 horas planeandola y escribiéndola, pero no contaba con que tendría tantas ideas que no podría dejarla como un One-Shot. Independientemente de todo, esta historia me fascinó y planeo continuarla. Espero que la disfruten, así como yo disfruté haciéndola. Les envío mucho mucho amor.