-Eres demasiado anticuado.- Comentaba Bulma, mirando la entrada.- Además, serán mis pulmones los que se quejen por el humo, no los tuyos.

-Nunca soporté el olor a tabaco.- Explicó Vegeta mientras se cruzaba de brazos.

-¿Los fantasmas tienen olfato?

Aunque el jardín estuviera descuidado y muchas de las flores estuvieran muertas, daba todavía una pizca de consuelo, el cielo era azul y el sol la acariciaba, como si conociera su pena.

-No vas a fumar.- Determinó él.

-¿Puedes apostar?- Preguntaba mientras se levantaba.- Cuando traigan las cosas van a tener que dejarlas adentro, no les lances una silla.

-¿Apuestas?- Retó.- No voy a tener que hacer nada para evitarlo.

Le dio la espalda, entró de nuevo y desapareció.

-¡No puedo cargar tantas cosas! Todavía no puedo.- Dijo, recordando que tenía una herida demasiado delicada. Resopló cuando no obtuvo una respuesta, le fastidiaba terriblemente esa capacidad sobrenatural de manifestarse físicamente o no, no sabía si estaba sola o si él seguía vigilándola.

-Si sigues ahí, eres un mono maleducado, no puedo creer que alguien tan grosero haya pertenecido a la realeza.- Insultaba, cuando terminó, cerró sus ojos y afianzó su postura, apoyó con fuerza sus pies en el suelo, haciendo que crujiera, se preparó para que él apareciera y la amenazara. Abrió su ojo izquierdo con temor, esperó unos segundos, suspiró aliviada y se relajó.- No está aquí.

Disfrutó la brisa que entraba por la puerta abierta, sintiendo su soledad, ella podría iniciar de nuevo, no estaba totalmente condenada, si revivía a Gokú redimiría su culpa, o eso pensaba. El plan que imaginó en una cama de hospital estaba en marcha, se sintió abrumada, su estómago se retorció y podía jurar que estuvo a punto de caer por el temblor repentino de sus rodillas, ¿Cómo enfrentaría a Milk? Si lograba construir el radar en unos meses, aún tendría que reunir las esferas y con eso, enfrentar otro miedo, ir a buscarlas. Después del accidente la idea de conducir o estar en cualquier vehículo la aterraba. Ese miedo seguro retrasaría el plan, a este paso, Gokú no volvería antes de que su hijo naciera.

-Su hijo… su hijo- Apretó los puños y quiso llorar. Se sintió como el peor ser vivo sobre la faz de la tierra, bajó la mirada y vio su cuerpo cubierto de sangre, retrocedió y cuando miró de nuevo, entendió que su imaginación le jugaba una mala pasada. ¿Era patética por llorar de la nada? ¿Era patética por ceder a esa parte de sí misma que estaba en pedazos en momentos aparentemente insignificantes como ese? Porque, si no lo era, ¿Por qué creía que sí? ¿Por qué el odio hacia sí misma crecía en silencio? Ahogó un sollozo y trató de componerse, descansó un buen rato en los escalones, evitó sentir, hasta que escuchó un motor en la distancia y se distrajo. Con el revés de su mano limpió sus lágrimas y salió, caminó acelerada, llegó a la entrada del castillo y se sentó en la parte caída del portón.

Pasó la mano por la piedra, era áspera y tenía telarañas y moho en las comisuras. Miró hacia atrás buscando a Vegeta, pero fue inútil. Reconoció el motor como parte de un antiguo auto, le hizo gracia saber que estudiar mecánica por años la había predispuesto a un buen oído, se asomó a la calle, empujando los oxidados barrotes del portón. Avanzó, notando la camioneta roja con el logo de la tienda a la que había llamado hace un rato, levantó su brazo para hacerse notar y lo bajó cuando su herida ardió por el movimiento.

-¡Buenos días! ¡Aquí estoy!- Saludó amable.

El vehículo siguió y se acercó lo suficiente para que ella se asustara, fue un reflejo de su miedo a las máquinas. Bulma pensó, que si su padre estuviera ahí se entristecería de ver a la pequeña que arregló su primer motor a los once años temiendo por un auto que no representaba ningún peligro. Como si lo hubiera invocado, un hombre anciano salió de la camioneta, fumando un cigarrillo y rascándose la cabeza con asombro. Físicamente no compartía muchas similitudes con el Dr. Briefs, pero algo en su forma de moverse los hacía remotamente parecidos. Ella puso sus manos en su pecho, afligida, sintiendo cada vez más fuerte el vacío.

-¿Usted es Bulma Briefs?- Preguntó, con una voz gruesa. Bulma asintió con la cabeza, levantó el mentón y trató de sonreír.- No puedo creerlo, sí era cierto.

-Claro que era cierto. -Espetó.- No entiendo qué es lo raro de llamar y hacer un pedido.

-No, no es eso. Es el lugar a dónde hay que enviarlo. La mansión Ouji no es el lugar más concurrido de por aquí, por eso resulta curioso que una señorita como usted nos llame y grité al teléfono para conseguir víveres.- Explicaba, viendo de vez en cuando la edificación.

-Disculpe si fui grosera.- Comentó Bulma.

-No importa. - Mencionó despreocupado.- Si me permite preguntar, ¿Piensa quedarse aquí definitivamente?

-No lo creo, estoy en medio de un estudio científico, cuando termine mi investigación me iré.

-Me siento demasiado curioso, pero quisiera saber cuál es el objetivo de su... - El hombre sintió un escalofrío subiendo por su espalda y tartamudeó. -Podría jurar que vi a alguien en esa ventana.

-¡¿Qué?!- Cuestionó Bulma, se giró, siguiendo el rumbo que el dedo del anciano señalaba y no vio nada, frunció el ceño, estaba molesta con Vegeta. - No veo nada, debió ser la sugestión del lugar, me pasó cuando llegué, no se preocupe.

-Si desea cambiar el lugar de su hospedaje, no muy lejos hay un hotel, no creo que sea muy costoso y sería mejor para usted, ¿No lo cree?- Sugería nervioso, avistando el lugar con el que se asustaba a los niños de la zona.

-Estoy bien aquí, gracias.- Explicó, buscando un punto ciego en el que Vegeta no pudiera verla.- Este lugar es perfecto para mí.

-Nunca creí que escucharía a alguien decir eso sobre este castillo, al menos en estas condiciones. Antes de la velada escarlata este lugar era una verdadera maravilla.

-¿La velada escarlata?

-No sé si sea correcto decirle sobre la historia de esta casa.- Narraba.- Pero tiene derecho a saberlo, hace más de veinte años este era el hogar de una familia real, el rey, la reina y dos príncipes. Hubo un aliado, Lord Freezer, de los últimos aristócratas en pie, que los atacó justo el día previo a la coronación del príncipe heredero, apareció en el banquete de esa noche y asesinó a todos, nadie sobrevivió. Por eso llaman a esa masacre la velada que tardaron días levantando todos los cuerpos y que el asesino bailaba sobre la sangre derramada. - Concluyó atemorizado, vio la expresión incómoda de Bulma y se sintió culpable.- Lo siento, hablé de más. Por favor, no se incomode por los comentarios de este anciano.

-¿Por qué pasó?- Interrogó, con una confusa mezcla entre miedo y repulsión.

- Hay varias teorías, no quiero perturbarla.- Decía compasivo, sensible a la apariencia enfermiza de la mujer.

-Claro, entiendo.- Bajó la mirada, no quería ver esa forma de lástima en los ojos del anciano, ya no quería lástima, sus padres la habían ahogado en misericordia, igual que las enfermeras y sus otros amigos. La trataban como a una niña huérfana, no lo merecía. Ella creía que en el fondo ellos también la culpaban, no había otra posibilidad. Debieron tomar su desaparición como una bendición, a excepción de sus padres. La ansiedad y el dolor se manifestaron de tal forma que su primer impulso fue agarrar un cigarrillo.- Disculpe, - dijo tras ese tiempo de silencio.- ¿Tiene los cigarrillos que le encomendé?

-Sí, señorita.

-¿Podría dármelos?- Pidió, especulando que Vegeta la vigilaba por la ventana y asegurándose de no ser vista.

-En seguida.- Abrió la puerta de la camioneta, buscó entre las cajas y cuando los encontró extendió su mano hacia ella.

-Muchas gracias.- Anunciaba mientras los agarraba con una mano y con la otra se subía la camisa hasta poder camuflar las cajetillas en su sostén. El hombre balbuceó sorprendido, vio su delgadez y su herida, confirmando que no estaba bien, el hilo que suturaba la lesión no se veía como un elemento médico, parecía hilo para bordar. En ese movimiento que su delgado cuerpo realizó, también pudo divisar algunas costillas. Esta vez, fue él quien bajó la vista y pudo detallar que no usaba zapatos.

-Usted no lleva zapatos y esa herida no se ve bien, ¿Quiere que la lleve a ver a un médico?- Proponía preocupado.

-No gracias.- Respondió graciosa.- Estoy bien, ¿Ha oído ese cuento de cómo los científicos actúan como locos y no se puede distinguir el uno del otro? Pues es cierto, no somos muy normales. - Justificó, gozando esa fingida sonrisa.

-No puede mover cajas así de todas formas. ¿Puede llamar a alguien que le ayude?

-Estoy sola, creí que podría pedirle ese favor, le pagaré por eso, ¿Señor…?

- Sergei, a sus órdenes.- Se presentó.

-Bulma Briefs, encantada. Ahora que nos presentamos, puedes dejar de tratarme de usted.

-Veo que es muy jovial, agradezco su invitación, pero este viejo no solo lo es en carne, sino en costumbres. - Explicó tranquilo.- Refiérase a mí como guste, no me molesta.

-Entiendo, - comentaba mirando el interior del auto.- ¿Crees que podrías ayudarme?

-Será un placer, si mi espalda lo permite.- Contestaba arrastrando la caja hacia la puerta. Tomó la primera y camino al portón.- Sería más fácil si pudiera guiarme.

- Sígueme, con que las dejes en la entrada está bien. - Avanzó veloz, entró a la casa y comprobó que Sergei estaba todavía lejos.- Si estás ahí, Vegeta, ¡No te atrevas a lastimarlo!

-¿Me estás dando órdenes?- Cuestionó malicioso. - Puedo hacer lo que quiera.

Ella miró a su alrededor, no estaba, lo maldijo con lo primero que se le ocurrió.

-¿Me dijo algo, señorita Bulma?- Preguntaba el anciano mientras dejaba la primera caja en el umbral.

-¡No! No dije nada. ¿Cuántas faltan? - La ansiedad la estaba consumiendo, sudaba y sentía el contacto de las tres cajetillas en su abdomen.

- Tres más, debe estar ocupada. No tardaré.

Escuchó como se alejaba de nuevo y dudó en hablar.

-Hablo en serio, no te atrevas.

-Yo también hablo en serio. Hay una apuesta de por medio, ¿No? - Vegeta disfrutaba la situación, siempre había disfrutado las batallas, de cualquier tipo, esta no era la excepción. Tenía la opción de demostrar su capacidad y jugar con ella al gato y al ratón, siendo él el gato. - No voy a tocarlo, pero sí lo voy a aterrar.

-Es un buen hombre.

-No me interesa.

-Maldito egoísta. -Insultó susurrando, sabiendo que Sergei se aproximaba.

-No llegaría a ningún lado si no lo fuera.

Él había susurrado en su oído, sin tener que manifestarse, la había inquietado tanto que sus vellos se erizaron, sus ojos se abrieron con sorpresa y una extraña sensación se plantó en su cuerpo. Si en ese momento el anciano no hubiera llegado, ella hubiera pensado en la forma infernalmente sensual en la que emitió ese murmullo, se hubiera preguntado si esa era una extraña cualidad que adquirían los muertos o si era su naturaleza y hubiera imaginado otras palabras saliendo de su boca. Pero, para su fortuna o su desgracia, la llegada del hombre la dejó entender tan solo el mensaje y no la forma de darlo, había demostrado, con esas palabras en apariencia frías la abrasadora sensación de su soledad.

-Es todo.- Concluyó el comerciante, con sudor en la frente y sobando su espalda baja.- Esto debe servirle para dos o tres semanas.

-Supongo que sí,- mencionaba nerviosa.- te acompaño a la puerta.

Ella lo tomó de gancho y caminó disimulando la angustia. Al dar unos cuantos pasos giraba, comprobando que Vegeta no hiciera alguna crueldad.

-Es usted muy amable.- Reconoció Sergei.

-Para nada,- dijo, pensando que alguien relativamente amable no hubiera permitido que su mejor amigo muriera.- solo intento no ser un ser terrible.

-Le va muy bien en eso. - Planteaba.- Puede parecer grosero, pero, ¿Tiene pareja?

-Lo siento, no me gustan los fumadores.- Se excusó graciosa.

-No me malinterprete, señorita Bulma, este viejo ya está casado. - Explicaba.- Mi hijo, sin embargo, no fuma.

-¿Es atractivo?

-Como su padre.- Mencionaba orgulloso.

-Eso no me resulta sugerente.- Comentaba, fingiendo un puchero.

- No diría lo mismo si me viera treinta años más joven.

-Tendrás que demostrarlo.- Sugirió curiosa mientras sacaba de su bolsillo trasero un fajo de billetes.- Ten, tu paga.

-Es demasiado por algunos víveres.

-¿Bromeas? Es la mano de obra lo que cuesta más, es un agradecimiento por tu compañía, también.-Guiñó un ojo coqueta.- La próxima vez quiero ver si en verdad eras guapo.

-¡Qué bello día para conseguir una nuera!- Exclamó el hombre, cediendo al juego. Estando en el portón, giró una vez más entre risas y vio la figura clara y estoica de un hombre, se veía frío, con un uniforme militar y una mirada lacerante. Parpadeó para corroborar que no fuera la sugestión del lugar, pero siguió ahí. Bulma notó la forma en la que había palidecido pero no dilucidó la razón al instante.

-¿Qué pasa? Parece que hubieras visto un …- Entendió lo que sucedió y terminó la frase con ira.- que hubieras visto un fantasma.

-Será mejor que me retire, señorita.- Afirmó caminando a su camioneta.- Espero verla de nuevo.- Dijo con desasosiego.

Permaneció en la puerta hasta que perdió el auto de vista, se encaminó ofuscada a la casa y al llegar retó a la aparente nada.

-¡¿Por qué siempre tienes que interrumpir los momentos buenos?!- Interrogaba, recordando la forma brusca en la que la había despertado y el pavor que sembró en alguien que la había liberado unos breves segundos de su dolor.

-¿Desde cuándo pagarle a alguien para servirte es un buen momento?- Devolvió afilado.

-Tu vida debió ser muy infeliz.- Afirmó fría mientras sacaba implementos de aseo personal.

-No hables de lo que no sabes, mujer. -Amenazó, tomándola del hombro.

-Eres un idiota.-Murmuró, liberándose y subiendo las escaleras con indiferencia. Encontró su habitación y cerró la puerta con llave, aunque fuera una medida patética frente a Vegeta, hizo lo mismo con la puerta del baño, sacó las cajetillas de cigarrillos de su sostén y abrió una tan pronto como pudo.

-¡Maldición! ¿Cómo demonios lo enciendo?

Suspiró furiosa, salió de nuevo, bajó las escaleras, rebuscó en las cajas algún fósforo y se asustó cuando vio la figura del pelinegro a su lado, sosteniendo sobres herméticos.

-Si buscas esto, deberías saber que yo controlaré las píldoras.- Declaró imponente.

-Debiste ser un príncipe tirano.- Agravió, buscando con más ansias.

-No confundas la autoridad con la tiranía, son levemente diferentes.

No le respondió, una vez encontró lo que buscaba se retiró y repitió el vano proceso de cerrar con seguro las puertas, se desvistió con afán, abrió la llave y esperó, fumándose un cigarrillo que se llenara la tina.

Se sintió débil, respiró lentamente, pasó su mano desde su cuello hasta su vientre en un intento de sentir que seguía presente. Levantó la mirada y vio su reflejo en el espejo, oculto tras la insignificante capa de humo de su cigarrillo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, la herida se veía tan brutal entre su piel suave, sus ojeras le quitaban el poco brillo que le quedaba a sus ojos y le pareció ver, por un instante, moretones que abarcaban su cuerpo de extremo a extremo. La sensación de estar cubierta de sangre la invadió de nuevo y sintió asco, bajó la mirada, pero la vista de su costado herido que ofrecía el reflejo en el agua no la consoló. Quiso llorar y romper todo lo que se pusiera en su camino, pero no pudo, solo se levantó como un ser autómata, agarró otro cigarrillo y lo puso con los fósforos junto a la bañera. Cuando se sumergió imaginó remotamente la forma en la que debía sentirse ahogarse, no le pareció algo más terrible que la forma de vida que estaba llevando, huyendo de todo y sin poder reconocerse en un espejo. La idea del agua cristalina llenando sus pulmones no parecía tan tétrica, pero sabía que no lo haría, pospondría a la muerte y su llamado mientras más pudiera. Se vio una vez más en el espejo y con un leve puchero comenzó a sollozar.

-Estoy horrible.- Musitaba.- Soy horrible.

Si había algo en ella que tuviera la tendencia al suicidio, eran esas lágrimas que brotaban con la clara intención de no regresar, caían haciendo órbitas en el agua y desaparecían.

-Goku,- nombró afligida.- si supieras cuánto me odio, si lo supieras… ¿Qué se supone que haga? ¡¿Qué mierda se supone que haga?!

Manoteó por la ira y sin querer apagó el cigarrillo que había dejado en el borde de la tina, lo lanzó lejos y se dio a sí misma el derecho de llorar de nuevo, sembrando una costumbre que posiblemente duraría el resto de su vida, desahogarse en un lugar en el que tantos murieron ahogados.

-¿Si fuera capaz de revivirte, tú serías capaz de perdonarme? -Interrogó a su amigo, esperando que esa pregunta llegara al más allá.

Cuando la vio subir por las escaleras la primera vez, notó que algo no estaba bien, si bien la inestabilidad emocional de Bulma era evidente a kilómetros, Vegeta sentía que era una bomba de tiempo, que en alguno de sus arrebatos se lastimaría y no podría servirle. Fue por eso, que una vez ella regresó a buscar algo él le advirtió sobre la medicina, su semblante era caótico y él no quería arriesgar la única posibilidad de recuperar su vida. La vio tomar una caja de fósforos y volver sobres sus pasos, lo ignoró y él se sintió insultado, ¿Cómo se atrevía? Revisó el resto de víveres y se aseguró de recordar bien las cantidades de cada cosa, siete latas de sopa de tomate, doce sopas instantáneas y dos cajas de fósforos, sin contar la que ella se había llevado, imaginó para qué la usaría y revisó de nuevo buscando algún cigarrillo, pero no lo encontró.

-¿En serio cree que puede esconderlos de mí?- Preguntó a sí mismo. No toleraría su desobediencia, subió, decidido a reprenderla de una forma u otra, sin embargo, cuando estuvo frente a la puerta decidió materializarse y llamarla.- ¡Mujer! ¡Abre la puerta!

Tras esos falsos modales, él evitaba la posibilidad de verla desnuda de nuevo, se cuidaba de tener un interés de un orden diferente al trato que habían hecho, recordó los días en los que la había atendido y pensó por un segundo en lo que habría hecho con ella si la hubiera conocido vivo, odiaba reconocerlo, pero ella despertaba en él una curiosidad estrafalaria. Con el disgusto que le dejó ese hecho que, si viviera, negaría hasta la muerte golpeó la puerta de nuevo y no esperó mucho para girar la perilla, en el primer momento creyó que era su culpa y que no estaba sujetando correctamente la cerradura, intentó de nuevo y tuvo el mismo resultado. Se frustró y decidió atravesar la puerta, cuando estuvo del otro lado observó el seguro puesto, la habitación estaba vacía, caminó invisible hacia la entrada del baño y empujó sigilosamente la puerta que no cedió. Sin mucho esfuerzo cruzó la pared y confirmó que había escondido los cigarrillos, había una tenue estela de humo y tres cajas sobre el lavado de mármol. Ella estaba en la tina, dando una calada a su cigarrillo, por su rostro caían lágrimas, lloraba con un hipo ocasional y en un momento tosió porque el humo había entrado demasiado en su garganta y su llanto lo empeoraba. Se retorció con dolor entre el agua. Se abrazó a sí misma en un afán de consolar el escozor agonizante de su herida y después de un lamento no pudo calmarse. Gimoteaba consagrada y Vegeta decidió salir, ni siquiera pudo acercarse a ella o quitarle el cigarrillo. Se quedó en la habitación, escuchando el eco de sus lamentos; cuando él había muerto, se había permitido llorar, es más, la primera cosa que hizo como fantasma fue seguir llorando. Lo recordaba, el helado abrazo de la muerte y después la preocupante eternidad, la visión confusa de toda su familia asesinada y los ojos de su madre mientras se quitaba la vida. No quiso volver a entrar, merodeó la habitación porque, pese a todo, tenía que vigilarla y asegurarse de que viviera lo suficiente para sacarlo de ahí, se asomó por la ventana rota, revisó el tocador, husmeó los pequeños recipientes de maquillaje y los envases de exótico perfume mientras escuchaba a Bulma llorar, abrió un cajón al azar y ubicó los sobres que en su época fueron cartas de amor no correspondido, amor que él no correspondió. Las sacó y rompió el sobre, el sello de cera se había quedado intacto, mostrando el escudo de otra familia imperial, la leyó incómodo, cuando terminó la dobló y agarró las otras. Quiso atravesar la puerta, pero no recordó que solo él pasaría y los papeles quedarían del otro lado, maldijo su descuido y regresó, levantó los documentos, tendría que abrir la puerta, salir, volver a entrar y cerrar de nuevo. Se asomó de nuevo a verla, sus ojos estaban hinchados y su nariz roja, se había calmado, ahora lavaba su cabello con una expresión remota. Si abría la puerta de la habitación ella lo podría oír, seguramente, chasqueó la lengua, negando esa súbita preocupación de pasar desapercibido. Guardó de nuevo las cartas en el tocador y salió, se quedó estático, apoyado en la puerta. En ese momento entendió que su necesidad de ser inadvertido era el silencioso respeto que tenía a su condición, por esa razón le dio su espacio, la dejó creer que estaba sola, tal vez era lo mejor, así podría concentrarse en el trabajo y la investigación. Toleraba esa debilidad porque al igual que él, ella estaba hecha pedazos y le era muy difícil admitirlo. Por otra parte, si no sabía que la había visto evitaría fumar y él de alguna manera terminaría ganando.

Decidió darle el beneficio de la duda, la dejaría sola e iría a continuar su lista de objetivos, en otro momento sacaría las cartas. Fue a la biblioteca, tomó un bolígrafo y una libreta, los llevó a su habitación y comenzó a escribir lo que tendría que hacer para resurgir su legado familiar una vez pudiera respirar de nuevo.


¡Holi! Quiero disculparme por actualizar hasta ahora y solo dar un capítulo relativamente corto, perdón, en serio. No han sido días fáciles, tiendo a perder el gusto por cosas que amo y me desanimo mucho, pero aquí estoy, volví porque amo escribir y amo Hecatombes. Quiero decirles que todos sus comentarios me han alegrado mucho, me han inspirado desde distintas partes del planeta y eso es algo precioso. En el vaivén de mi vida emocional y de la vida en sí, mi cariño y gratitud por ustedes se mantiene. Les envío todo el amor que pueda y millones de abrazos.