Trató de concentrarse, devolvió algunas páginas y leyó de nuevo, pero solo procesaba una línea recta de letras sin significado alguno. Se movió molesto por la biblioteca después de fracasar una y otra vez, cambió de libro, de posición, de idioma, sin éxito; como si todo conspirara en su contra para aturdirlo segundo tras segundo. Había sentido, se repetía mentalmente, había sentido algo en el plano físico, eso era motivo suficiente para no poder concentrarse, justificaba.
¿Eso era suficiente? ¿Debía sentirse satisfecho? Porque no le satisfacía en absoluto, él gestaba en sí una voracidad por vivir que no podía calmar un simple reflejo en su espina dorsal, él necesitaba revivir, correr hasta perder el aire y vivir todo lo que se le negó cuando cayó al suelo ese día. Lo exigía, Vegeta lo exigía hasta al punto de dejar el libro que trataba de leer de lado para observar lo que Bulma había escrito durante el día.
Dudó de algunas palabras cuando terminó su exaltada y exhaustiva lectura, términos misteriosos que no descifraba, que parecían salidos de la ciencia ficción y fue así que por millonésima vez le dio lugar a la desconfianza. ¿Ella sabía lo que hacía? Y más importante, ¿Aquellas míticas esferas eran reales? Porque si no, habría prestado su corazón amargo a una ilusión irrealizable, habría seguido el juego de una mujer que bien podría encontrarse en cualquier neuropsiquiátrico, la habría cuidado y acogido sin objetivo alguno. Bajo esa consideración, un escalofrío parecía una mísera compensación, era entonces una gota de agua para saciar una sed inagotable.
Se levantó,ofuscado, inconsciente del vaivén que sus pies comenzaban a trazar a lo largo de la biblioteca. Reflexionó por mucho tiempo todo lo que Bulma había hecho desde que llegó. Hablaba sola; hablaba sola y murmuraba sinsentidos, soñaba con los muertos, había asimilado con tanta facilidad su condición como fantasma como él asimiló con ingenuidad la idea de las esferas del Dragón. Viéndolo así, no parecía apta mentalmente y esos documentos redactados con su horrible letra podrían ser la prueba de su locura o de su convicción, similares y confundibles en cualquier caso.
Analizó la mente de la peliazul hasta un punto en el que él mismo desconfiaba, juntaba palabras, acciones, gestos; en las fotografías que trajo en su maleta se veía feliz, cuerda a pesar de todo, lo que podría ubicar el inicio de algún trastorno después del accidente; tal vez eso era, un delirio hecho por una mujer que actuaba en el vil teatro de la desesperación en el que él era un actor del cual la sagacidad del destino se burlaría en el palco más alto. ¿Cómo podría reconocer si estaba loca hasta el punto de vivir en una alucinación constante?
La luz del amanecer que entraba por la ventana lo distrajo, miró el reloj y notó que eran cerca de las seis de la mañana, gruñó mientras arrugaba los papeles con anotaciones, salió hacia el pasillo con la intención de interrogar a Bulma.
Cuando cruzó el umbral de su puerta la vio enredada entre las sábanas, despeinada y con un ligero hilo de saliva deslizándose por su barbilla. Se acercó y sin meditarlo mucho la descubrió, causando un movimiento de reflejo en todo su cuerpo.
—¿Esto es real o solo estás demente?— Cuestionó acunclillándose para poder observarla.
—Hmm,— murmuró entreabriendo sus ojos azules— ¿Qué quieres?
—Quiero que me respondas,— ordenó sosteniéndola del mentón con autoridad— ¿Estás loca en un sentido profundamente psiquiátrico o solo estás deprimida y miserable?
—Ambas suenan igual.— Respondió incorporándose para romper el contacto.
—No estás ayudando mucho a tu causa, mujer.— Explicó cruzándose de brazos.
—¿Qué causa?— Dudó pasando una mano por su rostro.— ¿De qué hablas? ¿Qué hora es?
—Las seis, pero lo que quie..
—Entonces déjame dormir.— Dijo mientras se tapaba de nuevo cuidando su costado. Afianzó sus manos a las sábanas sabiendo que él trataría de despertarla a la fuerza.— Sea lo que sea, dímelo en dos horas o en serio enloqueceré en el sentido más psiquiátrico que puedas imaginar.
—No me pienso mover hasta que me respondas.— Afirmó enderezándose.
—Pues no lo hagas, yo tampoco iré a ninguna parte. — contestó mientras se acomodaba de nuevo.
Gruñó molesto y se desmaterializó, esperó unos segundos para ver si ella hablaba en serio, hasta que escuchó un leve suspiro. Frunció las cejas, entró al baño y llenó un vaso con agua con la clara intención de arrojárselo pero se detuvo a escasos pasos de la cama cuando pensó que no sería tan malo esperar dos horas. Podría usar ese tiempo para pensar mejor en cómo abordarla.
Meditó de pie, con el vaso en la mano hasta que percibió con extrañeza la luz intensa de la ventana, no se acostumbraba todavía a estar bajo el sol, así que, algo perturbado bajó a la cocina para prepararle el desayuno a Bulma. No meditó mucho en eso, lo vio como un acto de servicio en pos de su objetivo personal y fue por esa razón que no sospechó que cocinar para ella se volvería una costumbre que extrañaría en algún tiempo. Sacó un plato de un cajón con porcelanas, preparó una tetera con agua para hacer café y revisó dentro de las cajas qué podría usar para el desayuno. Se impacientó un poco por el desorden, entonces comenzó a sacar los productos con la intención de acomodarlos en el gabinete, pero la densa capa de polvo que descubrió cuando los abrió lo hizo cambiar de parecer. Rebuscó un pañuelo con el cual limpiar por toda la cocina sin éxito, abrió de par en par los cajones notando las telarañas y las partes podridas de la madera, sintió asco y quiso limpiar de una forma urgente. Buscó su escoba en los pasillos solitarios del ala de empleados, notó de nuevo los rayos del sol que se filtraban a través de una cortina devorada por las polillas y sin vacilar arrancó la tela de su soporte para usarla como trapo. Llevó la vieja cortina carmesí y la escoba a la cocina, rasgó pequeños trozos y los dejó sobre la mesa antes de iniciar a limpiar. Abrió la puerta de la cocina que daba al patio trasero para que el lugar se ventilara, acumuló una enorme pila de polvo con la escoba y frotó dedicadamente las esquinas de los muebles sin noción del tiempo.
No fue hasta que ella bajó que él notó que había pasado aproximadamente una hora, penetró en la habitación usando la ropa del día anterior, tratando de organizar su cabello y quejándose por el frío de los pasillos.
—No pude dormir más.— Mencionó como saludo mientras se sentaba en la pequeña mesa.
—Aún si hubieras podido yo no te hubiera dejado.— Contestó encendiendo la estufa y poniendo la tetera.— A partir de hoy habrá un horario.
—Bien. Estoy de acuerdo.— Respondió acomodando su cabeza sobre la mesa.— Pero yo lo organizo, es mi tiempo.
—Nuestro tiempo.— Afirmó viéndola por el rabillo del ojo.
—Claro, como tú digas.— Burló antes de bostezar contra su antebrazo.— ¿Tu orgullo de príncipe no se resiente por limpiar?
— Eso no te interesa.—Articuló sin dejar de darle la espalda, abrió la bolsa de café molido, preparándose para ponerlo una vez el agua se calentara.— Necesito explicaciones.
—¿De qué?— Cuestionó incorporándose sobre la silla.— ¿Tiene que ver con tu ataque de histeria de antes?
Por la seriedad de la conversación él se giró para poder ver sus gestos, la detalló por un instante y sintió que algo comenzaba a crecer dentro de su mente, no pudo definirlo claramente, no pudo poner en palabras esa atracción que lo llamaba hacia ella esporádicamente . Vigiló la estufa para concentrarse de nuevo y habló.
—Hay cosas que definir, tú y yo tenemos un trato. Yo estoy haciendo mi parte,—dijo refiriéndose al café— ¿Cómo sé que tú cumples la tuya? ¿Cómo sé que esas esferas son reales?
—Creí que ya habíamos superado el tema de si son reales o no.— Comentó tragando la inquietud que sentía— Ni siquiera yo lo sé, este es un asunto de fe, debemos creer que sí existen. Yo no tengo otra opción y tú tampoco.
—¿Y qué me asegura que tu fe no te volvió loca?— Interrogó deteniendo el fuego.— Dime, ¿qué forma tengo yo de saber que tus apuntes no son solo algo aleatorio en lo que pones el significado que quieres o que esa esfera es real?
—Entiendo tu punto, — aseguró— en serio lo entiendo, podemos buscar soluciones.
—¿Cómo cuáles?— mencionó abriendo un cajón para sacar una taza.
—Yo soy científica, no a tiempo completo, pero lo soy, eso no es una alucinación.— Argumentó.— Mi padre es un científico, tiene una corporación dedicada al avance tecnológico.
—La que desfalcaste.— Interrumpió .
—Sí,— aceptó ofendida— esa.
—Me estás dando información que no me sirve,— comentó sirviendo el café— ¿Cómo podría confirmar lo que me dices?
—Porque tendré que pedirle ayuda a mi padre en algún momento.— Confesó avergonzada, recibiendo una mirada acusadora.— Cambia tu expresión, es un asunto de lógica, ¿Crees que no necesito algunas máquinas para trabajar en el radar? ¿De dónde supones que sacaré los circuitos?
— ¿Cómo se te ocurre decirme eso hasta ahora?— Reprochó molesto, caminando hacia ella y pasando sobre el montón de polvo, que se elevó por la habitación. Bulma por reflejo asentó su postura, afianzó la posición de sus hombros e inhaló, sin esperar que las partículas de suciedad provocaran en ella el deseo de estornudar. —Ni siquiera pienses en hacer eso— advirtió mirándola fijamente, preocupado por el efecto que tendría el brusco movimiento sobre su herida.
Ella trataba de articular algo pero se veía interrumpida por el vaivén de su respiración, fue entonces que él la tomó suavemente del brazo y la llevó hacia el jardín.
—Si vas a estornudar hazlo con cuidado.— Mencionó después de soltarla.— Recuerda el drama de la última vez que estornudaste.
—Eres un exagerado.— Dijo ella sacudiendo la cabeza y frunciendo la nariz. Derramó una lágrima por la molestia física mientras regulaba su respiración de la mejor forma posible. — No es la primera vez que me pasa desde que llegué aquí.— Explicó.— Además, aunque lo hiciera no es un riesgo significativo, no debería comprometer mi herida, solo me dolería hasta el infierno. Tú has estado en combates, en los combates hay heridos, deberías saber que no hay peligro en un simple estornudo.
—No es igual,— señaló, distinguiendo los rayos del sol sobre el rostro pálido de Bulma, la línea húmeda de la lágrima se marcaba claramente, alterando los matices de su rostro, su cabello suelto y sus brillantes ojos azules. Le gustó esa imagen, la disfrutó por ese corto segundo, en el que no pudo ni siquiera reconocer que había salido de la casa para estar directamente bajo la luz del sol por primera vez en años. — tú eres frágil.— Añadió sincero.— Por eso, si le dices a alguien dónde estás lo más seguro es que te buscarán hasta llevarte a rastras de vuelta, eres un fugitiva, una fugitiva demente, desquiciada y desfalcadora.
—Créeme, Vegeta, no eres el único que tiene padres emocionalmente distantes.— Comentó mientras se sentaba cuidadosamente en el césped.— Mis padres son ricos y poderosos, tú sabes lo que es tener padres así. Es no verlos en semanas porque están de viaje y te dejan en casa, o poder hacer lo que quieras porque dirigir una corporación, un país o lo que sea es más importante para ellos que poner límites. Conocí primero a mi papá como cliché de científico loco que como papá, es más, lo llamé Dr. Briefs hasta que tenía diecisiete. Si te preocupa que lleguen aquí con una camisa de fuerza y arruinen tu tan adorado plan, estás equivocado, ellos no son de esos padres.
Él permaneció en silencio algunos segundos, la entendía, en su mayoría; él pensaba lo mismo de su padre, primero, y siempre, fue rey, así se quedó en su memoria. Con la postura algo tensa, recibiendo los rayos del sol en el rostro le contestó.
—Tú pudiste hacer lo que quisiste.
—¿Insinuas que soy una clase distinta de niña rica?— Interrogó divertida, entrecerrando los ojos por la luz.
—Lo afirmo.— Aclaró.— ¿Cuántas veces dejaste de hacer lo que se te antojó por lo que se te impuso?
—¿Cuántas veces lo hiciste tú? No pareces alguien muy dócil, ni siquiera alguien servicial.— Dijo relajada, notando que Vegeta la miraba seriamente.— No pongas esa cara, es cierto, aunque, si quieres demostrar que me equivoco podrías traer el desayuno aquí.
Se cruzó de brazos esperando que ella le dijera algo más.
—Lo digo en serio,— insistió ella— viendo que te preocupas tanto por mi salud, sería bueno que tomara algo de sol,¿No lo crees?
—Ve tú.— Sentenció — Yo te llevé la comida a la cama ayer.
—Te odio.— Murmuró mientras estiraba su mano hacia él para que la ayudara a incorporarse, él respondió de una forma casi automática, sosteniendo su pálida mano sin percibir siquiera la extraña, ínfima y cálida sensación naciendo dentro de su ser. Ella se sostuvo para poder incorporarse, una vez de pie limpió un poco el poco del rocío del césped y caminó hacia la puerta de la cocina sin permitirse explorar la curiosa seguridad que comenzaba a asociar a estar con él.
Al dejarlo solo, Vegeta cayó en cuenta de dónde estaba, dio un paso hacia atrás, sorprendido en gran medida por el efecto que causaban sus pies sobre el césped, quiso recordar el hilo de acontecimientos que lo habían llevado a causar en el césped las marcas de sus pies, lo logró a medias, pues trataba de pensar en otra cosa que no se relacionara con ella, con la forma en la que parecía tranquila a pesar de que días atrás lloraba desconsoladamente, con la forma en la que había comenzado a sonreír a menudo o con la simplicidad aparente de sus movimientos. Curiosamente, lo que logró distraerlo fue el sonido de un estornudo en la cocina, se apresuró hacia ella, que estaba encogida, aún de pie, con la cabeza sobre el mesón de mármol y abrazándose a sí misma.
—Estoy bien.— Comentó cuando lo vio pasar el umbral. Supo que Vegeta se acercaría y posiblemente levantaría su camisa para ver su herida, entonces decidió cooperar un poco. Se enderezó como pudo, con lágrimas en sus ojos, intentando respirar y levantó la tela. —¿Lo ves? Solo un dolor infernal, no se abrió.
—Ve al patio.— Sugirió mientras ponía en una bandeja su taza de café y un par de galletas que ella había sacado de las cajas. Esperó que saliera y meditó si ese sería un buen desayuno para ella. Le parecía muy poco así que decidió poner de nuevo la tetera al fuego después de llenarla de agua, buscó dos huevos y los dejó para cocinarlos. Escuchó de nuevo un estornudo que lo incitó a salir para verla, pero su voz lo detuvo.
—¡Sigo viva!— Gritó para tranquilizarlo.— Pero sin el desayuno moriré de hambre en poco tiempo.— Bromeó desde el suelo, donde se mecía graciosamente de atrás a adelante para aliviar el dolor.
—Lo que preparaste no se puede llamar desayuno.— Dijo levantando su voz un poco para que pudiera oírlo. No le puso atención a su respuesta, simplemente ignoró lo que sea que ella había dicho y esperó diez minutos, en los que estableció un lugar para la mayoría de objetos que había sacado. Cuando creyó que estaban listos, sacó los huevos, los puso sobre la bandeja y buscó un lugar para poner la sal. Vació un poco de sal en una taza, organizó el café, las galletas, los huevos, la sal y una cuchara en la bandeja, la llevó con cuidado, la encontró sentada, pasando sus manos por el pasto. — ¿Qué estás haciendo ahora?— Cuestionó agachándose un poco para poner el desayuno frente a ella.
—Estoy pensando en porque el césped no es tan largo como debería.— Respondió sin mover su vista del suelo.
—¿Qué?
—¿Por qué es tan corto?— Interrogó ensimismada.— Porque,¿Cuántos años lleva este lugar abandonado? El césped debería llegarme hasta las rodillas o más arriba, pero no lo hace, no lo entiendo.
—Es por el invierno, tonta.—Explicó.— El invierno puede durar años aquí, la baja temperatura entorpece el crecimiento de todo. Hace un tiempo la temperatura subió y por eso puedes comer lo que da este jardín.
—¿Tú puedes sentir frío?— Preguntó levantando la vista hacia él y topándose con unos profundos ojos negros a escasos centímetros de su rostro. La forma en la que el sol caía sobre él la hizo parpadear dos veces para corroborar que era atractivo. No lo había detallado antes, no a esa profundidad, pero lo era, era guapo, elegante, la encarnación de cómo un príncipe debería lucir.
Él vio que sus pupilas se habían dilatado un poco, dudó un poco de esto y creyó que había sido por el sol, no por el directo y profundo contacto visual que mantenían por ya más de cinco segundos. Desvió la mirada antes de levantarse y plantearse el decirle que había sentido un escalofrío cuando ella se despidió la noche anterior.
—No puedo sentir nada en el plano físico.—Resolvió frío.
—Debe ser horrible.— Lamentó apenada, encogiendo un poco los hombros.— Por cierto, gracias por esto.—Comentó detallando la bandeja.
—Es mi parte del trato.
—Deberías sentarte.— Invitó extendiendo su brazo hacia el césped.— De paso podrías dejar de ponerle una segunda intención a todo lo que haces.
Vegeta tardó un poco en decidirse a ocupar el lugar que ella indicaba, le dio una rápida mirada y buscó una forma de molestarla.
—Tú tienes fe, yo tengo segundas intenciones. —Comentó él.
—¿Le decías lo mismo a las mujeres de tu época o directamente actuabas?— Respondió riéndose, mirando atentamente cómo su expresión variaba ligeramente. Bulma había obtenido una nueva curiosidad, ¿Cómo había sido la vida amorosa de Vegeta?¿Al menos había tenido una? Con esa nueva duda en mente, que después le traería algunos inconvenientes, se dirigió a él de nuevo.— ¿No se supone que en la realeza los matrimonios son arreglados con antelación?¿Por qué no te casaste?¿Nadie fue capaz de soportarte el tiempo necesario frente a un altar para decir "Acepto"?
—No te interesa.— Afirmó incómodo girando su rostro hacia los arbustos.— Simplemente no te interesa.
Ella se arrepintió rápidamente por sus comentarios y deseó que eso no afectara la quietud aparente de su convivencia. Había tocado una de las varias fibras sensibles de Vegeta, él ni siquiera se enojó como lo haría normalmente, solo se quedó callado; reconocía que fue una observación cruel en cierto punto, le había recordado una de las mil cosas que no había experimentado por el incurable factor de la muerte.
—Lamento si te ofendí.— Se disculpó, bajando un poco la voz.— Si sirve de algo, mi vida amorosa siempre fue terrible, no creo que la tuya pueda ser peor que la mía, pero…— detuvo sus palabras cuando sintió que ponía más presión en el asunto. Apoyó sus manos en el césped con fuerza y lanzó su cabeza hacia atrás para recibir el esplendor del sol directamente, fue entonces que, como una epifanía, se planteó algo sobre la posición de Vegeta como un espíritu.
—Era nuestro destino encontrarnos.— Aseguró de repente, moviendo sus manos y observando la extrañeza en la expresión del príncipe. Él solo esperó que ella continuara. — Piénsalo, por eso no te fuiste al Más allá y sigues en el Menos aquí, o como sea que Gokú lo llame.
—¿Menos aquí?¿Qué?— Interrogó, confundido porque no sabía si ella seguía con el tema o lo había cambiado en una de sus impredecibles distracciones.
—Gokú lo llama así, olvídalo, no interesa ahora.— Aclaró tratando de mantener la seriedad de lo que se le había revelado.— Tú sigues aquí porque de alguna forma me esperabas y ni siquiera lo sabías; si lo piensas así, tiene mucha lógica.— Reconoció para sí misma.— Destino, eso fue, todo pasó hasta traernos a este punto de encuentro, todo fue planeado por el universo, o por quien sea, para que fuéramos aliados. Es la única explicación.
El espíritu se quedó en silencio, descifrando lo que decía y por qué lo decía. Vio sus manos pálidas y su gesto expectante a una respuesta. Confundido frunció el ceño, hasta que ella lo miró fijamente antes de hablar.
—¿Qué opinas?— Cuestionó con tacto.
—Que estás loca.— Argumentó, logrando que el rostro de Bulma se descompusiera por el desconcierto.— Y que el destino es un desgraciado.— Añadió causando en ella una sonrisa que lo inclinó a corresponder con un leve gesto similar.
—Teniendo en cuenta eso, tienes que descartar la idea de que estoy loca.
—Debatible.— Objetó.
—Idiota.— Insultó tomando una de las galletas de la bandeja.— ¿En serio vas a seguir dudando cada cinco minutos? Busca algo útil que hacer, digo, tienes una casa gigante que restaurar y pierdes tu tiempo dudando de mí.
—¿Acaso toqué una fibra sensible?— Cuestionó sarcásticamente.
—¡Te di el mejor argumento para merecer tu confianza! — Dijo indignada.— No te pido que creas de una vez, pero la sola idea de tenerte sobre mí, vigilándome cada cinco minutos y cuestionando mi trabajo es repulsiva. ¿Acaso algo más en estos años ha tenido más sentido para ti que la idea de encontrarme? Soy tu pieza clave, me necesitas y yo a ti, ambos pudimos haber pasado todo ese montón de cosas horribles para estar aquí, sentados bajo el sol y comiendo galletas insípidas, pero tú solo me cuestionas. Déjame decirte, pierdes el tiempo, porque yo entiendo lo que hago y puedo demostrártelo, si quisiera podría hacer desde algo tan simple como arreglar un viejo tocadiscos hasta algo como hacer un maldito radar para las Esferas del Dragón.
—Siempre hablas de más,— aseveró con la mirada fija en ella.— si tanto te resiente mi duda, no me dés un sermón, demuéstrame lo que dices que puedes hacer.
Bulma masticaba su galleta mientras abrazaba sus rodillas y meditaba en silencio por algunos segundos.
—Es tan indignante que tenga a alguien que probablemente no sabe cambiar una bombilla vigilándome.— Comentó mirándolo a los ojos, causando un vacío en su estómago al enfrentar su inamovible mirada negra.
—Para hacer cosas así tenía soldados. —Respondió con obviedad.— Cosas así no eran mi problema, guiar un ejército y un país sí.
—¿Entonces cómo vas a arreglar esto?— Preguntó extendiendo su mano hacia la casa.
Él rompió el contacto visual y guardó silencio, ella tenía razón, tendría que arreglárselas de alguna forma con ella burlándose tras él, o al menos eso pensó hasta que ella le habló de nuevo después de suspirar.
—Yo puedo ayudarte.— Ofreció quitando el cascarón de sus huevos.— Y antes de que digas algo, no necesito nada a cambio o es algún plan perverso, solo quiero ayudar.
—¿Y si no quiero tu ayuda?—Dijo con algo de molestia.
—Agh, estoy tratando de hacer algo que haría una amiga de buena voluntad.— Explicó fastidiada.— Revivirte es parte de un trato,¿Sí? Pero ayudarte con esto es un gesto de amistad, deja de ser tan obstinado, trato de ser amable.
—Perderías tiempo importante en algo en lo que no te necesito, no es funcional para el trato.— Argumentó, desviando el tema del rumbo de lo que los amigos hacen o no por dos motivos; el primero, no la conocía lo suficiente y el segundo, él nunca supo ni quiso saber qué era la amistad.
—Es funcional para mí,— mencionó poniendo sal a su comida— no sé si lo has notado, pero no soy una máquina, soy más productiva cuando hay variedad en lo que hago. La monotonía me agobia.
—No eres consistente.— Reconoció él de repente.— Quieres revivir a Kakarotto lo antes posible, pero pretendes hacerlo mientras te distraes haciendo cosas que no son tu problema.
—Es extraño, soy extraña, encantadora y extraña, lo sé.— Afirmó convencida.— Pero cuando hablo con Gokú siento que él no tiene prisa y aunque me duele reconocerlo, aún si terminara el radar mañana, no podría buscar las esferas, cada vez que estornudo debo parar todo lo que hago por el dolor, estoy pálida, casi raquítica…
—También lloras cada cinco minutos.— Agregó Vegeta, notando el aura triste que comenzaba a proyectar.
—Sí, eso también, gracias por decirlo. — Manifestó con sarcasmo.
—De nada.
—Eres un fantasma cruel.— Comentó esbozando una tenue sonrisa que la distraía de todo el miedo que sentía.
—Fui un príncipe cruel.— Dijo con orgullo.— No era ni seré nunca alguien que quisieras tener como enemigo.
—Ahora me preocupa que seas tú quien cocine mi comida.— Opinó con algo de ironía, esperando que él entendiera que la gracia de su comentario residía en devolverle en algo la desconfianza que él tenía en ella. Vegeta captó su intención y sonrió ladinamente.
—Mi habilidad culinaria es como mi caligrafía, —expresó divertido— mejor que la tuya; además, de nada me sirve hacerte daño.
—No imaginas cómo me tranquiliza oír eso. Y deja mi letra en paz, si escribiera con calma se vería mejor.— Defendió tomando algo de café, hizo un gesto por la amargura de la bebida y alejó un poco la taza.— ¿Nunca le pones azúcar?
—El buen café no necesita azúcar.—Justificó tranquilo.—Además, no hay azúcar.
—¿Qué? — Dudó— Imposible, Sergei no lo olvidaría.
—Esperas demasiado de un anciano.
—No me extrañaría que la escondieras.— Acusó comiendo la otra galleta.
— Si la encuentras dejaré de hablar de tu horrible letra.— Apostó, sabiendo que no había azúcar en la casa, aprovechó el momento para arriesgarse un poco con ella, cediendo discretamente a la búsqueda de confianza de Bulma y evaluando su condición para valerse sola de paso.— Si no la encuentras,irás tú misma a comprarla.
—¿De qué hablas?— Preguntó de inmediato, con la galleta aún en su boca.—¿Enloqueciste?
Él no podía decirle que era una forma de probarla, pero algo le decía que ella no sería capaz, podía intuir su miedo y si tenía razón, dejarla ir sola por las Esferas sería una estupidez. Decidió entonces quedarse en silencio, observándola atentamente.
—Tú tampoco eres coherente,¿Sabes?— Afirmó con la voz ligeramente entrecortada, preocupada por la idea de salir de allí, sentía que esa tranquilidad que sintió segundos antes había desaparecido y quiso correr a la cama de nuevo para olvidar la posibilidad. — Tú no confías en mí,¿Por qué querrías que saliera? Podría no volver.
—¿Cómo llegaste aquí?— Preguntó evadiendo el resto de sus comentarios, ella lo había admitido con su lenguaje corporal, con ese halo de incomodidad que se extendía sobre ella y él entendió que en realidad a ella le aterraba enfrentar el mundo exterior.— ¿Cómo pudiste venir hasta aquí sola?
—Yo…—Dudó alterada, buscando una forma sencilla de explicar que había pedido ayuda en medio de la carretera, donde después de un rato un hombre con un camión que transportaba vegetales la había recogido; eso, eso sí lo podía decir, pero no era capaz de articular que en medio de esos sacos de remolachas y zanahorias había tenido un ataque de pánico tan largo que perdió la noción del tiempo, no podía decir que cada vez que caía en cuenta del movimiento mecánico del auto se aterraba y lloraba con más fuerza, ¿En qué medida podía contar eso sin comprometer la poca confianza que Vegeta tenía en ella? Las lágrimas querían correr por su rostro y revelar la vergüenza, el miedo y la angustia que parecían seguirla a todas partes. Sintió frío de la nada, se levantó con rapidez, tomó la bandeja y entró a la cocina para dejar los platos. Se sintió tan humillada al solo recordar eso, junto a ese sinsabor intenso de no comprender sus propios altibajos emocionales, ella estaba disfrutando su momento y de repente el ave de la desgracia volaba sobre ella de nuevo, como si no mereciera una sola pizca de alegría. No quiso mirar atrás para verlo ni pensar en lo que diría. Hipó un poco tratando de contener el llanto y de repente escuchó su voz.
—Estrés postraumático. — Mencionó él con seriedad.
—¡Cállate!— Exigió sin permitir que dijera algo más, dejó caer la bandeja y la taza de café se derramó en la bandeja.— ¡No necesito ni tus burlas, ni tus insultos, ni nada de ti!— advirtió predispuesta a alguno de sus comentarios nombrando lo patética que era. Esperó unos segundos, aún sin verlo, y se retiró a su habitación.
El gesto de Vegeta se endureció para mostrar su enojo, sin embargo se contuvo y trató de calmar ese impulso de devolver el reproche, ¿De qué le serviría? No cambiaría en nada la inclinación de Bulma al miedo. Cuando no escuchó sus pasos exhaló frustrado y se acercó a los platos para lavarlos, al aproximarse un poco más a la puerta pudo escuchar otro estornudo y un gemido de dolor después. Gracias a esa corta exclamación recordó que sería bueno para ella tomar una píldora para el dolor, lavó la tetera y puso agua por tercera vez ese día para hervirla y prevenir una infección, mientras calentaba el agua lavó los trastes, preparó la pastilla y barrió hacia el patio todo el polvo. Después de unos pocos minutos apagó el fuego para dejar que el agua llegara a temperatura ambiente. Se preguntó qué estaría haciendo ella, Vegeta podía jurar que estaba llorando y maldiciendo, que se había encerrado en el baño a fumar uno de sus cigarrillos con la intención de no tenerlo cerca. Se sentó en la silla que Bulma ocupó un tiempo atrás para pensar, pasando sus dedos por el puente de su nariz.
Ella creía que él no comprendería lo que le ocurría, que se burlaría y que buscaría una forma para humillarla, el príncipe reconocía que tenía razones para creerlo, pero, por su parte, él comprendía la gravedad del asunto. Rememoró la diluida información que tenía sobre el accidente en el que Kakarotto había muerto y entendió que no sería sencillo, que ese día la perseguiría por mucho tiempo, o que en el peor de los casos, jamás se iría. No le había pasado a él en vida, o eso creía, jamás había desarrollado ese cúmulo de emociones, o tal vez, nunca se permitió vivirlo. Para Vegeta la vida siempre había consistido en avanzar, vencer y no ceder; de ahí nacía su ira hacia su condición como fantasma, la vida lo había estancado de la forma más horrible que podía imaginar. Algo molesto, reflexivo y silencioso se levantó, sirvió el agua en un vaso, tomó la medicina y subió a la habitación de la peliazul, pero cuando se acercó lo suficiente pudo ver que la puerta estaba cerrada. Golpeó un par de veces y escuchó sus pasos, pero ella no quiso abrir, ni siquiera le habló. Con molestia decidió dejarla sola, darle esa victoria. Se encaminó a la biblioteca, dejó las cosas sobre el escritorio y volvió a la cocina para seguir limpiando.
Pasaron unas horas hasta que quedó medianamente satisfecho con el resultado, había pensado en qué podría darle para almorzar,se decidió por calentar una de las latas de sopa enlatada, pondría algo más de ingredientes y la acompañaría con pan. También había ideado alguna forma de contrarrestar el miedo de Bulma antes de que tuviera que salir por las Esferas, había decidido confiar, pero de nada le servía si ella no estaba lista. Se sentía menos dispuesto a actuar de lo común, porque sentía que se abría la puerta de los recuerdos a su pasado, pasó ese umbral y resultó en camino a la habitación de Tarble. Mientras iba, decidió dejar de manifestarse para ir a ver cómo estaba ella; su habitación estaba abierta, por lo que asumió que estaría en la biblioteca. La encontró sentada, escribiendo algunos números con una expresión triste, no cruzó la entrada, aunque logró ver que el vaso estaba vacío a un lado de la mesa. Bulma descansó la cabeza sobre la madera por unos segundos y luego puso sus brazos sobre el escritorio para poder estar más cómoda. Él veía su pelo suelto, la forma en la que sus pestañas resaltaban lo atractivo de su mirada y se dio permiso, como ya se iba acostumbrando, a tener un momento para apreciar lo cautivante que era. Se movió de nuevo y miró hacia la puerta, con la mirada fija, pensando en lo que no le permitía concentrarse en sus cálculos.
—Idiota.—Insultó con molestia. Vegeta se sorprendió y se marchó lo más rápido que pudo, en su ruta hacia los aposentos de su hermano se acercó a un espejo en el pasillo para confirmar que no era visible. Ese insulto lo había alterado enormemente , no por el agravio en sí, sino porque sintió que ella lo había visto directamente a los ojos cuando habló, como si pudiera percibirlo de cualquier manera, ¿Hasta qué punto comenzaban a verse? Porque esa mirada de sus orbes azules lo había trastocado. Se quedó quieto de nuevo cuando la oyó moverse por el pasillo hacia su habitación. Con unos metros de distancia, materializándose de nuevo, se dirigió a ella.
—Mujer,— llamó, notando que aunque ella quiso disimular, su postura se afianzó por el susto.— el almuerzo estará listo a la una y media.
—Yo iré a la cocina por él.— Respondió sin verlo antes de cerrar la puerta tras ella.
Indignado caminó hasta su destino, la habitación de Tarble, buscó entre sus libros hasta dar con el que necesitaría. Leyó por horas hasta quedar satisfecho, dándole espacio a los recuerdos. Cuando la hora de la comida se acercaba cerró el libro, lo puso sobre la cama y salió a la cocina. Estaba enojado, porque él detestaba el silencio agresivo que se había formado; preferiría tenerla a su alrededor gritando a soportar esa actitud. Cocinó con un fastidio que no dirigía directamente hacia ella, sino hacia las complicaciones que parecían acomodarse en el plan como una piedra en el zapato. Puso el contenido de la lata en una olla y fue agregando algunas especies que venían con los demás alimentos, ¿Cómo pudo el anciano haber olvidado el azúcar y recordado el ajo en polvo o el orégano? Se quejó de eso mentalmente mientras revolvía la sopa por última vez y preparaba un plato para servirla junto a otro para poner el pan que había tostado un poco. Lo acomodó todo cuando faltaban tres minutos para que ella bajara, no supo si irse o quedarse, pero el crujido de los escalones lo hizo tomar la segunda opción. Dejó de manifestarse y se dispuso a esperar que ella se distrajera para salir. La vio entrar, se veía un poco más animada.
Bulma se acercó a la mesa, atraída por el olor que emanaba del plato, era agradable, sencillo, pero agradable. No pudo evitar que una pequeña parte de ella se preguntara si él podría hacer algo así sin ningún interés más que ser amable, porque aunque agradecía el gesto también lo reconocía como un acto potencialmente egoísta. Comenzó a comer y disfrutó calladamente la sensación tibia que se mantenía en su boca, sin esperar que él la estuviera observando la escena. Porque sí, Vegeta había permanecido en la cocina por una cuestión de orgullo, quería ver que disfrutara de lo que había preparado, que reconociera su habilidad aunque no lo dijera en voz alta. Ella terminó el plato, lo lavó y sirvió medio vaso de agua con lo que quedaba en la tetera. Mientras bebía se inclinó un poco para apreciar parte de la madera de los cajones, palpó la superficie y murmuró algo que él no pudo escuchar.
Salió de la habitación después de dejar el vaso sobre la mesa, empeñada en terminar el avance que tenía entre manos, había sido un poco difícil, no solo por la complejidad de la ecuación, sino por la constante distracción emocional. Creía que sus emociones, su tristeza, todo lo que la despistaba funcionaba con un botón de encendido y otro de apagado, para su mala suerte, Vegeta sabía oprimir el de encendido pero no el de apagado. Su cerebro pedía concentración, la exigía a gritos, pero su corazón la hacía imaginar todo lo que podría pasar cuando saliera y no permitía muchos avances. Entre dudas y minutos lo poco que pudo organizar fue que la fórmula que había escrito en el espejo de su baño podría servir; eso fue lo que pudo pensar mientras tenía la cabeza sobre el escritorio, o al menos lo fue hasta que pensó en el príncipe y su facilidad repentina para diagnosticar. Él no tenía derecho a decir que ella tenía estrés postraumático, porque aunque era cierto, nada bueno vendría de un ser hostil como Vegeta. Esa mañana, después de esas palabras ella subió a fumar y maldecirlo entre lágrimas. Se sintió terriblemente sola, desamparada, casi condenada a sufrir cerca de alguien que no la entendería. O al menos eso creyó hasta que, entrada la noche, lo vio de pie bajo el umbral.
—El estrés postraumático es común después de estar cerca de la muerte.— Comentó Vegeta, esforzándose por lucir serio pero no prepotente y sujetando el libro que había leído esa tarde en la mano.
—¿Ah sí? —Preguntó impetuosa, dispuesta a defenderse de cualquier cosa.— ¿Y dónde lo aprendiste?
—Mi hermano Tarble.— Confesó, incómodo por revelar parte de su pasado.— Él estuvo en la misión en la que usamos elefantes, estuvo a punto de morir por la plaga, además, veía a los demás hombres muriendo a su alrededor. Por la enfermedad su sistema colapsaba y provocaba que se desmayara esporádicamente, cada vez que cerraba los ojos tenía miedo de no volver a abrirlos. Cuando regresamos pasó meses sin poder conciliar el sueño, estaba aterrado. Tardó unos meses más en poder entender lo que ocurría, por eso buscó toda la información que pudo.— Dijo, acercándose para poner el libro frente a ella. Bulma guardó silencio, anonadada por su explicación, no veía burla, no veía arrogancia, solo recuerdos impregnados de tristeza. Sus ojos comenzaron a humedecerse y sintió que eso, aún si lo negaba, era importante para él.— Tuve que quedarme a su lado por noches enteras para que se tranquilizara un poco y no funcionó; porque el terror, cuando se tiene, no se va a menos que se enfrente.
Vegeta se detuvo cuando vio que una lágrima bajaba por su mejilla, se agachó un poco a su lado para hacer contacto visual y decirle que debían actuar en pos del plan, sin embargo, no pudo articular nada cuando sintió que ella rodeaba su cuello para abrazarlo. Reaccionó rápidamente para sostenerla, impactado por el contacto hasta tal punto que sintió dentro de su cuerpo un latido tres veces más fuerte que el estremecimiento de la noche anterior. Quiso modular alguna palabra pero el aturdimiento y el sonido de su llanto lo impidieron, la fuerza que ella ejercía en el contacto no flaqueaba y sus sollozos aumentaban.
—Tengo miedo.— Admitía la peliazul.— Tengo miedo,— insistió entre lágrimas— estoy aterrada.
Él no supo qué responder y tampoco sintió que fuera idóneo alejarla. Algo lo ataba a ese abrazo, algo tan fuerte que después de dudarlo un poco decidió corresponder, la rodeó con firmeza y la dejó llorar hasta agotarse. Su mente daba vueltas sin parar, no sabía cómo procesar la sensación que ella había causado en su cuerpo o en sus emociones, porque se sentía expuesto, su soledad se había renegado a un rincón en cuanto Bulma lo tocó. Percibió que el agarre se debilitaba y decidió levantarla con algo de esfuerzo para ponerla sobre el sofá más cercano, esperó no soltarla antes de tiempo y cuando la dejó sobre el asiento. Aún sollozaba, se había tranquilizado un poco, pero no dejaba de verlo a los ojos, suplicando ayuda al príncipe que parecía, súbitamente, no ser un espíritu hostil que solo podía oprimir un botón. Lo vio alejarse y no quiso moverse, se acurrucó un poco por la temperatura que bajaba gradualmente. Ese abrazo salió de la nada, aunque no se arrepentía, la había ayudado, no se sintió sola, de hecho, se sintió rodeada por alguien que podría entenderla a pesar de su prepotencia natural.
Por primera vez en mucho tiempo, consideró que tenía alguien con quien compartir su dolor. Confirmó que algo más grande que sus propios deseos los había unido y mientras meditaba eso Vegeta había vuelto, con un vaso de agua y una manta de su habitación. Le extendió el vaso para que pudiera calmarse un poco más al beber, comenzó a hablar después de poner la manta a su lado en el sofá.
—Esta bien si por ahora no quieres salir.— Comentó, sentándose en el suelo frente a ella.— Pero debes hacerte a la idea de que tendrás que salir, Bulma.
Paró de beber cuando lo oyó mencionar su nombre, dejó el agua de lado y secó sus lágrimas.
—Será más sencillo si comienzas por algo simple.— Sugirió suavizando su voz.— Puedes ir por azúcar, confías en el anciano, no será tan difícil. Voy a calentar la cena.— Informó levantándose, era extraño para él comportarse así, y supo que para ella también lo era cuando interrumpió su caminar con sarcasmo.
—¿Desde cuando alguien tan aparentemente vil puede parecer empático?— Preguntó envolviéndose en la tela.
—No lo sé.—Dijo con humor.— Pero yo no esperaría que durara mucho.
Bulma sonrió, volvió a acomodarse en el sofá sin esperar que el cansancio la inclinara a dormirse de un momento a otro.
—¿Cómo estás, Bulma?—Preguntó su amigo.
—¿Gokú?— Dudó ella mientras se ubicaba un poco.— ¿Por qué estoy aquí? Sé que todavía no estoy en un sueño profundo.
—Lo siento.— Justificó poniendo una mano en su nuca.— No podía esperar para ver cómo estabas, vi que hoy fue un día intenso.
—Más de lo que puedes imaginar.— Dijo más tranquila.— Hasta pude sentir como si algo me dijera que Vegeta y yo estábamos destinados a conocernos de la nada.
—Bueno, no soy el único de este lado que quiere ayudarles.— Admitió antes de despertarla.
¡Holi! ¿Cómo están? Sé que este capítulo tardó más de lo que debería, pero, siendo sincera, tuve un conflicto profundo con esta historia y llegué a pensar en no continuarla. Por suerte, aunque tardé un poco, tuve la oportunidad de enamorarme de ella una vez más y puedo decirles que aún falta mucho por ver de Hecatombes. Confieso que personalmente amo que Vegeta base su vínculo con Bul en los actos de servicio jajaja. Como siempre, agradezco muchísimo sus reviews. Les quiero mucho, abracitos.
