Disclaimer: Ningún personaje es mío. Lo único mío es la idea de esta pequeña historia romántico-dramática.

Datos importantes:

&&&&&: Tiempo después.

ººº: Días después.

.º.º.º. : Meses después.

¤¤¤: Años después.

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(Epílogo 2 y último)

Road back home

By Nindë Black

Caminaba por el sendero hacia la cabaña que Sango y Miroku compartían. A paso lento caminaba con el kimono que le llegaba hasta el suelo, desde que se convirtiera oficialmente en la hembra de InuYasha éste procuraba tenerla siempre bien atendida y pocas veces discutían, pero cuando lo hacían era solamente rutina.

Sin embargo, tenía toda una semana de estar con su humor demasiado cambiante. No era de su naturaleza brincar de emociones en menos de cinco minutos, salvo cuando se presentaban esos días del mes, pero no eran esos días. La cabaña de Sango se le presentó un poco más adelante y notó que su amiga salía, quizás a recibirla.

- ¡Kagome-chan! –Exclamó la exterminadora-. Pero ¿qué haces aquí? Luces muy pálida –se acercó a la miko y le ayudó a sentarse fuera de la cabaña.

- No es nada, Sango –dijo la chica-, al menos eso creo.

- Mírate nada más, Kagome –le dijo Sango-, te ves pálida y ojerosa. ¿No estarás enferma?

- No lo creo Sango –dijo la muchacha-, debe ser otra cosa. –Kagome sonrió misteriosamente. Algo sabía la miko que aún no le contaba a su amiga.

- ¿Por qué tienes ese brillo en los ojos, Kagome? –Le preguntó Sango curiosa-, porque dudo mucho que sea solamente porque sí. Anda, cuéntame.

Kagome se sonrojó ante el brillo descubierto en sus ojos chocolate. Tenía una sospecha de lo que su humor pudiera estarle diciendo silenciosamente, pero no quería apresurar las cosas.

- ¿Sango, me acompañarías con Kaede? –Le preguntó de repente y Sango le miró curiosa-: En el camino te cuento.

- Cla-claro, vamos.

Las dos se encaminaron de vuelta a la cabaña de Kaede. Durante el pequeño trayecto, Kagome pudo contarle a Sango todo lo que conocía sobre su estado: los constantes cambios de humor, la última discusión ella casi le gritó que no quería verlo más. Esa mañana el hanyou había salido muy temprano sin siquiera dirigirle la palabra, pero sí una mirada cargada de confusión por la discusión de la noche anterior.

Entraron con Kaede quien se hallaba moliendo unas hierbas para la pequeña Hatsue que se encontraba algo delicada de salud. Al verlas entrar les sonrió maternalmente y las invitó a sentarse.

- ¿Qué las trae por aquí, niñas? –les preguntó.

- Queríamos... –empezó Sango-, bueno en realidad Kagome venía porque... –miró a su amiga y dijo abatida-: En realidad no lo sé.

- ¿Y bien, Kagome? –le dijo la anciana.

- Pues yo... –la chica no sabía como empezar. Lo único que quería era saber si lo que ella sospechaba era verdad. Algo dentro de ella, quizás su poder espiritual, le decía que así sería. Sonrió con picardía en sus ojos, cosa que ambas mujeres notaron.

- Kagome-chan... –le llamó Sango.

- ¡Ah! –dijo ella siendo sorprendida-. Lo siento, divagué.

- Lo notamos niña –le dijo Kaede-. Ahora, dime qué querías saber.

- Pues verá..., he tenido estos fuertes cambios de humor –comenzó la sacerdotisa-, anoche InuYasha y yo discutimos por... porque... ni siquiera recuerdo la razón.

- Sus discusiones siempre son por razones bastante absurdas, Kagome-chan –le dijo Sango y de inmediato notó que su amiga cambiaba de humor, sus ojos castaños que se volvían fríos se lo decían todo-: No digo que esté mal, amiga..., de hecho InuYasha siempre tiene la culpa –los ojos de Kagome volvieron a ser castaños, de hecho tomaron un color casi miel. ¿Desde cuándo los ojos chocolate de Kagome se veían miel?-. Kagome, tus ojos son miel –dijo sorprendida.

- ¡Ah, eso! –Exclamó la chica-, es parte de estar emparejada con InuYasha. Según lo que me explicó ser su pareja es como un pacto de sangre, algunas de sus características las he "tomado" –explicó-. Mis ojos son de lo que más se nota, y quizás que mi fuerza física se haya desarrollado un poco más.

- Eso debe ser bueno para InuYasha –dijo Kaede-, te conviertes en su igual.

- Parecido, pero no pierdo mi forma humana –dijo la chica-, pero sí me siento diferente.

- Pero eso no te preocupa –le dijo Sango.

- De hecho no –admitió Kagome-. El caso es que he tenido días de que no como nada porque no me apetece –siguió la sacerdotisa-, me fatigo algunas veces a pesar de tener más fuerza física. Aunado a mis cambios de humor y mi pérdida de apetito, pues...

- ¿Y tu sospecha es?

- Que estoy embarazada –dijo la mujer de InuYasha.

- ¡Kagome-chan! –Dijo Sango sorprendida-, ¿será verdad Kaede-sama?

- Podemos averiguarlo –dijo la mujer mayor-, ven aquí pequeña niña –le dijo.

Kagome se acercó a ella y la anciana le pidió que se acostara en el futón. La mujer mayor le examinó el vientre. Quizás tendría uno o si acaso dos meses, pero la criatura, o criaturas, aún era casi imperceptible. Los síntomas de la sacerdotisa eran más que normales para una mujer embarazada primeriza, serían los primeros cachorros de Kagome e InuYasha. La anciana Kaede sonrió: los primeros pequeños cachorros de InuYasha, el padre estaría feliz.

- ¿Kaede-sama? –Le llamó Sango-. ¿Kagome se encuentra bien?

- Oh, sí... –dijo la mujer-, tus sospechas son ciertas, Kagome-chan –dijo Kaede-, tienes alrededor de mes y medio, y deberás cuidarte mucho durante estos primeros 4 meses.

- ¡Kagome-chan! –Gritó Sango emocionada y le abrazó-. Niños, Kagome... ¡niños!

Kagome se echó a llorar. Sango le consoló y entre el llanto también reía. Era una extraña mezcla de emociones: lloraba, pero reía y todo se resumía a la felicidad que en ese momento sentía en su corazón. ¡Un pequeño niño o niña de InuYasha y ella! Kami no podía ser más grande que dar el milagro de la vida.

- Ve, niña, ve a contárselo al padre –le apremió Kaede.

La joven sacerdotisa se limpió el rostro y se levantó casi de un salto. Sango la acompañó hasta su cabaña, aquella donde había compartido con InuYasha por primera vez todo el amor que le profesaba. Sango le dijo que apenas supiera de Miroku le contaría la hermosa noticia. ¡El primer bebé de Kagome! Sería toda una noticia para el monje.

&&&&&

InuYasha caminaba por la aldea de vuelta a su hogar. Era casi medio día y él estaba que se moría de hambre. Esperaba que Kagome estuviera de buen humor. Ya tenía varios días con un humor de perros (aceptémoslo, justo como el suyo), feh! Esa mujer. Pero es MI mujer, pensó contento, toda mía. Conforme avanzaba sentía una gran necesidad de llegar pronto a casa, se sentía alborozado. El último tramo lo corrió y observó como su mujer terminaba de preparar la mesa para que comieran juntos, parecía que el coraje de anoche había pasado.

- Kagome –le llamó.

- ¡InuYasha! –Exclamó la sacerdotisa aliviada de que estuviese ahí-. ¡Qué bueno que has llegado, cariño! –Kagome se colgó de su cuello y le plantó un delicioso beso en los labios-. Siéntate, amor... comeremos en un segundo –dijo sonriente, cosa que InuYasha cuestionó con la mirada.

- Algo tienes, koichi –le dijo acariciándole la mejilla-. ¿Me dirás?

- No, amor –dijo Kagome divertida-, por ahora no –aclaró-: Te tengo una sorpresa para cuando terminemos de comer.

- Mmmhh, me darás mi postre –dijo en un tono extrañamente sensual y Kagome se puso roja hasta la coronilla.

- ¡InuYasha, compórtate! –Le dijo la chica y él se echó a reír-. Anda ve a sentarte, no tardo nada.

&&&&&

- ¿Me dirás de una vez, Kagome? –Ambos se hallaban sentados bajo la sombra de un frondoso árbol. Luego de comer Kagome lo había arrastrado hasta allí y el hanyou estaba que se moría de la expectativa, ¿qué tendría que decirle su pequeña mujer?

Kagome se acurrucó en sus brazos e hizo que el chico colocara sus manos alrededor de su estómago. La mujer sonrió con ese brillo especial en sus ojos, InuYasha lo notó entonces, algo distinto en su mujer, algo que la hacía ver aún más bella y mucho más apetecible que de costumbre. Escondió su rostro en la curvatura que hacía el cuello y aspiró el aroma. Encontró en él algo diferente. Un olor desigual pero también similar al que solamente ella poseía.

- InuYasha... –le llamó suavemente.

- Dime, koichi –le dijo el hanyou esperando su noticia.

- Seremos padres, InuYasha –le soltó.

Y la reacción de InuYasha fue casi increíble. Le brillaron los ojos dorados, sus labios se curvaron en una hermosa sonrisa y la apretó contra su cuerpo con mayor fuerza. Eso era lo distinto en ella, ese olor desigual y tan similar al mismo tiempo. Un cachorro... ¡un cachorro de su mujer y de él!

- ¡Oh, Kagome! –Exclamó totalmente cegado de felicidad.

Se levantó de un salto y la abrazó con todas sus fuerzas, le llenó el rostro de besos y de promesas. Kami era demasiado bueno con él, le estaba regalando una pequeña vida para que lo cuidaran y lo amaran como entre ellos. InuYasha soltó una carcajada limpia, sintiéndola desde dentro de su corazón.

- Te amo, Kagome..., te amo tanto, mi amor –le besó los labios de lleno. Disfrutando del nuevo sabor de su mujer, ahora sabía a mujer y a su cachorro, o cachorros.

.º.º.º.

El tiempo corría lentamente, hacía horas que Sango y Kaede se encontraban con Kagome quien se hallaba en labor de parto. Miroku, Shippo e InuYasha no habían sido permitidos para entrar al parto.

- ¡Aarrgghh! –El grito de su mujer lo inquietó. Miroku le jaló del haori y lo detuvo.

- Tranquilízate –le dijo el monje.

- Pero... –comenzó el hanyou y un nuevo grito de su mujer lo sobresaltó-, quiero estar con ella.

- No podemos pasar –dijo Miroku-, sabes lo que dijo Kaede-sama.

Justo cuando el hanyou pretendía replicar Sango salía de la cabaña y miró a InuYasha, le dijo que Kagome lo quería dentro, pero que tendría que ser de lo más cuidadoso, que seguía en labor de parto. InuYasha asintió quedamente y entró a buscar a su mujer. Shippo y Miroku se quedaron fuera y sonrieron ante el fuerte nerviosismo de su amigo.

InuYasha observó a su mujer, quien yacía en el futón, con las rodillas flexionadas, el sudor en su frente y su rostro denotaba cansancio. Se acercó hacia ella y se arrodilló tomándole de la mano.

- Kagome –le dijo al oído y le acarició la mejilla con la nariz-, aquí estoy, koichi.

- InuYasha –sollozó ella, él la miró y le sonrió levemente.

- Tranquila mi pequeña –le susurró-. Vamos, cariño, sé que tú puedes. Eres muy fuerte, amor.

- Duele –gimoteó la joven.

- Lo sé, amor –admitió, aunque no tenía ni pizca de idea de lo que realmente sentía-, pero quieres ver a tus pequeños cachorros, ¿no es así? –La joven asintió-. Bien, Kagome..., vamos niña mía, yo estaré contigo.

Unas horas después de que InuYasha se quedara con Kagome los pequeños cachorros por fin decidieron ver la luz del día, o más bien la caída de la tarde. Estaba atardeciendo cuando la pequeña de ralo cabello plateado nacía y justo detrás de ella, nacía un pequeñito de cabellos negros y una que otra motita de plateado. Ambos saludables y hermosos. Sango entregó a la niña a su padre quien embelesado la observaba con devoción; Kagome tomaba en brazos al niño quien al sentir los brazos de su madre dejó de llorar. Kaede y Sango salieron a dar la noticia de aquel nacimiento, dejando solos a los nuevos padres.

- Míralos, InuYasha, son bellísimos –dijo Kagome con voz cansada.

- Me has dado dos niños preciosos, Kagome –le dijo emocionado y le besó los labios. La pequeña niña lloriqueó-. Vaya, tendremos una mimada como su madre –dijo el hanyou al despegarse de su esposa. El pequeño en los brazos de Kagome también se removió incómodo y de repente comenzaron a llorar.

- Creo que tendremos otro hambriento –dijo Kagome divertida.

InuYasha vio como Kagome amamantaba al pequeño y luego a la niña. Luego de un rato caía rendida al mundo de los sueños. Dejó a ambos niños cerca de ella y él también se acostó a su lado, vigilando el sueño de sus tres tesoros.

Poco rato después, Shippo entraba junto con Miroku y Sango. Shippo observaba a los dos recién llegados, con sus ojitos aún cerrados y envueltos en mantas de color rosa y azul, acurrucados en brazos de Inuyasha y Kagome respectivamente.

- Son tan lindos, Kagome-chan –dijo Sango mirando al niño.

- ¿Cómo se llamarán? –Preguntó el monje.

- Este pequeño niño se llamará Kisho –dijo Kagome.

- Y esta niña chiflada será Ichy –dijo InuYasha tocando la nariz diminuta de su hija.

- ¿No dices nada, Shippo? –Preguntó Kagome ante el mutismo del niño.

- ¿Yo? –Dijo él curioso-, ¿por qué tendría algo que decir? Son sus cachorros.

- Pero tú eres su hermano mayor –le explicó la sacerdotisa.

- ¿D-de verdad? –dijo sorprendido por la noticia y alzó los ojos cristalinos.

- ¡Feh, enano! –Exclamó InuYasha-, estarás a cargo de ellos.

El kitsune sonrió ante lo dicho y tuvo más confianza de acercarse a ver sus nuevos hermanos. Primero se acercó a InuYasha para ver a Ichy, le acercó sus dedos y la pequeña niña los apretó entre sus manos, Shippo habló con ella varias veces como si tuviera su edad y la niña apretaba los dedos. Luego de tocarle la cabecita con mucho cuidado, el pequeño Kisho reclamó un poco de atención y lloriqueó. El kitsune se acercó también a él y le habló mucho rato hasta que los tres se quedaron dormidos.

La exterminadora y el monje observaban con mucha ternura la pequeña escena que se desenvolvía en frente de sus ojos. Era bellísimo poder observar como sus amigos acababan de completar su pequeña familia con dos niños hermosos que de seguro serían el dolor de cabeza y el mayor tesoro de su padre.

¤¤¤

- ¡Mamá..., Kisho está en problemas! –la pequeña Ichy canturreó corriendo velozmente hasta donde se encontraba su madre.

La niña de 7 años, tenía un hermoso cabello plateado con algunos mechones negros y sus ojos eran idénticos a los de su padre: ámbar. Tenía unas orejitas moteadas de negro y plateado, sus colmillos apenas y se habían desarrollado y sus pequeñas garras eran simples uñas. En cambio, Kisho era un niño de cabellos negros y con las puntas plateadas, sus ojos eran de color miel que a veces tomaban un color más oscuro si se encontraba en problemas; sus orejitas eran completamente negras.

Kagome sonrió. Esos niños habían heredado del padre lo intrépidos, sin embargo, Kisho siempre terminaba en lugares de los cuales no podía bajar o Ichy terminaba utilizando su poder espiritual creando un campo de fuerza a su alrededor sin poder salir o permitirle la entrada a alguien más, excepto quizás su madre.

- ¿Dónde está, mi cielo? –Kagome se levantó de la orilla del lago mientras recibía a su hija en brazos.

- Ya sabes, ese árbol grandote a un lado del pozo, mami –dijo la niña-, Kisho es muy desobediente –la chiquilla hizo un puchero.

- Te recuerdo que no es el único –le dijo su madre y le guió un ojo-, vamos a buscarlo, ¿te parece? Papá y tu hermano tardarán un poco más el día de hoy.

La niña asintió y ambas echaron a correr. Gracias al tiempo Kagome había adquirido más habilidades de InuYasha, como su velocidad y la cicatrización casi instantánea, el oído también se le había desarrollado y su cuerpo poseía mayor fuerza física. Llegaron junto al Árbol Sagrado, donde el pequeño Kisho se mantenía aferrado a una de las ramas de mediana altura. Kagome lo vio asustadísimo y con los ojitos cerrados.

- Kisho, cariño, mamá ya está aquí.

- ¡¡Mamá!! –Gritó el niño casi llorando-. Tengo miedo... –sollozó.

- Mi amor, no debes temer –le dijo Kagome-, a papá no le gustaría verte asustado.

¡Ah! Lo típico, utilizar la magia del "a papá no le gustaría que...", cosa muy sonada con esos niños. Su padre era el modelo a seguir, sobre todo para Kisho, quien era el menor de los mellizos y por consiguiente seguía a su padre a todos lados. Para fortuna de Kagome esos niños también eran tranquilos, al parecer era una mezcla justa entre la personalidad de InuYasha y de la suya, lo que la hacía muy feliz.

- Escucha, corazón, subiré contigo y bajaremos juntos ¿de acuerdo? –el niño emitió un pequeño y ligero murmullo de asentimiento y para cuando quiso buscar a su madre con los ojos, sintió la mano tibia de ella sobre su espalda. El niño y le abrazó-. Oh, mi cielo, tranquilízate. ¿Qué diría tu padre? –Le dijo conciliadora-. Anda, Kisho, levántate conmigo.

Kagome le ayudó a ponerse en pie y mantener el equilibrio sobre la rama. Luego de explicarle más o menos la mecánica del salto (de la misma manera en que InuYasha le había explicado a ella), Kisho tomó su mano y ambos dieron un salto, y cayeron en el suelo limpiamente.

- ¡Bravo, bravo! –Exclamó Ichy-. Eres muy buena mami –dijo la niña.

- Oh, no digas eso cariño –Kagome le acarició las orejitas y la niña hizo un ronroneo-. Vamos a casa, Saori y Motoki no tardan en llegar –explicó. Saori y Motoki eran los hijos de Miroku y Sango, Motoki tenía 6 años y Saori apenas tenía 4.

Los tres corrieron hasta su casa donde InuYasha acababa de llegar junto con un Shippo de 14 años, bastante crecido y también bastante sucio. Los niños inmediatamente saltaron encima de su padre, quien los recibió con cosquillas y un abrazo a cada uno, luego los pequeños se hicieron cargo de caer sobre su hermano mayor quien los sostenía colgados de los brazos (se había vuelto muy fuerte).

- Hola koichi –InuYasha besó a su mujer en los labios y ella le abrazó-. Acabo de percibir el aroma de Miroku y Sango, junto con sus cachorros. –Ella asintió.

- ¡Papá, papá! –Ichy le llamó-: Papá, mami tuvo que subir por Kisho al árbol grandotote.

- ¡Ichy! –Exclamó Kagome mirando reprobatoriamente a su hija-. Tú padre no tenía por qué enterarse de ello, ahora, vayan a lavarse los dos, es decir, los tres.

Ambos niños bajaron sus orejas y entraron a la casa a lavarse, Shippo entró detrás de ellos para enterarse de las noticias acontecidas en su ausencia y de paso darse un baño. InuYasha miró a su mujer, sabía de sobra lo que vendría: un regaño, un mohín o una mirada reprobatoria. A InuYasha no le gustaba que su mujer brincara (sobretodo en su estado), pero en el interior agradecía que ella tuviera sus habilidades, por lo menos no estaban desprotegidos totalmente.

- Koichi –le dijo InuYasha.

- No sucedió nada, InuYasha, estoy bien –dijo ella-, Kisho estaba asustado y no podía esperar a que llegaras.

- De acuerdo, Kagome, no es regaño –le dijo éste y luego dio un largo suspiro.

Le tomó de la mano y entraron a la casa, donde Shippo corría detrás de Kisho tratando de que el pequeño se dejara secar y cambiar. InuYasha lo atrapó mientras el niño intentaba escapar de su hermano por entre sus piernas.

- ¡Feh, papá! –Exclamó al verse envuelto en los brazos de su padre.

- Enano, ve con tu hermano –le dijo InuYasha y le acarició la cabeza-, cuando llegue Motoki los llevaré por ahí.

- ¡Síiii! –Exclamó el pequeño niño y dejó que Shippo lo tomara en brazos.

Horas más tarde, Sango y Miroku junto con Saori y Motoki aparecieron por la puerta. Las mujeres de inmediato se pusieron a hacer cosas en la cocina, mientras los hombres salían con los niños. Miroku tenía 6 años exactos de matrimonio con Sango, el pequeño Motoki se parecía demasiado a Miroku, el mismo cabello, la misma sonrisa y los mismos ojos azules, mientras que Saori era la viva imagen de Sango, con el cabello quizás un poco más claro.

&&&&&

- Hace 7 años terminamos con la perla –dijo Sango mientras Saori se encontraba en su regazo profundamente dormida.

- ¿No son ocho? –Dijo InuYasha bromeando.

- No, amor, son siete –le dije Kagome que se encuentra sentada entre sus piernas.

- Lo sé –respondió el besándola.

- ¿Dónde están los niños? –Preguntó Miroku.

- Deben estar con Shippo –dijo Kagome.

De inmediato los tres niños junto con el kitsune adolescente hicieron acto de presencia en la sala de estar.

- ¿Nos llamaban? –Kisho se echó sobre el vientre de su madre, mientras que Ichy se acomodaba cerca de su papá.

- Sólo queríamos saber dónde estaban –dijo Sango atrayendo a Motoki hacia ella-. ¿Qué hacían?

- Solamente jugábamos, mami –dijo el niño de seis años.

- Tenemos algo que decirles, enanos –InuYasha vio como las orejitas de sus hijos se giraban alertas. Las de Shippo también se movieron.

- ¿Qué es papi? –El pequeño niño se removió en el regazo de su madre.

- Pues, verán... –Kagome se acomodó en los brazos de su esposo y miró a sus niños alternadamente-, mamá tendrá cachorros –les dijo.

Su reacción fue algo inesperada.

- ¡Yeeeeiii! –Gritaron los mellizos y saltaron a abrazar a sus padres-. ¡¡Mamá tendrá cachorros!! –Ambos niños parecían felices con la noticia. Por las cabezas de InuYasha y Kagome pasaron todo tipo de reacción, pero jamás una de aquellas.

- Agrandando la familia, amigo –dijo Miroku dándole fuertes palmadas en la espalda.

- ¡Feh! –Sorpresivamente Ichy y Kisho se unieron a tan sonada exclamación echa por su padre, para luego reír los tres juntos-. Ellos lo dijeron todo –InuYasha sonrió a sus hijos y los abrazó a junto a su madre.

- ¡Kagome, más niños! –Exclamó Sango riendo con su amiga.

- Sí, más niños –dijo ella y junto con InuYasha envolvió a sus hijos.

- ¿Más cachorros? –Dijo un sorprendido kitsune-. ¡InuYasha! –Exclamó Shippo-, siempre me tocará a mí cuidarlos –el adolescente se cruzó de brazos.

- Oh, Shippo –Kagome se levantó y se acercó al jovencito-. Eres un celoso –le dijo en voz bajita-, hasta en eso te pareces a InuYasha..., quiere decir que ha hecho un buen trabajo criándote.

- ¡Kagome! –Exclamó el kitsune sorprendido, y luego la miró abatido-: ¡Lo sé! –Dijo-, y lo peor de todo es que no me avergüenzo de ello –Shippo observó a quien por 7 años había sido su padre, y así seguiría siéndolo.

- Entonces, ¿qué te parece? –Le dijo Kagome maternalmente-. ¡Más cachorros, niño mío! –Esa era la forma en que Kagome le decía desde pequeño.

- ¡Kami, más cachorros! –Dijo como si cayera en cuenta apenas entonces-. Será bastante divertido, ¿cuántos serán ahora, papá? –Le dijo a InuYasha, a quien se le dibujó una pequeña y tierna sonrisa.

- No lo sé –dijo un InuYasha pensativo-, podría volver a ser dos, o quizás hasta cinco –sonrió con algo de maldad.

- ¡InuYasha! –Le espetó Sango-, desconsiderado marido, todo lo que debe sufrir una mujer para traer niños al mundo –le dijo con reprobación.

- Oh, querida... –le dijo Miroku y se acercó a ella besándole el cuello por detrás-, no seas envidiosa –dijo en voz baja-, podemos tener más niños –le dijo con picardía, logrando que Sango dejara de regañar a InuYasha y se pusiera colorada.

- Mami, ¿te sientes mal? –Motoki se acercó a su madre y le tocó la frente-, estás muy roja, ¿no tendrás fiebre? –Dijo con inocencia.

- No, cariño, estoy bien –contestó la exterminadora-. Sólo me dio algo de calor –mintió.

Todos los adultos estallaron en carcajadas, sabían de sobra que Miroku había dicho algo que logró poner a su esposa en ese estado y Sango solo atinó a esconderse en el abrazo de Miroku.

Horas más tarde Sango cargaba con Saori en brazos y Motoki iba en la espalda de su padre cabeceando de sueño. Montaron en Kirara y se despidieron de sus amigos, con la promesa de que se visitarían más a menudo, no solamente para ese tipo de celebraciones.

El clan de InuYasha entró de nuevo a su hogar, Kagome subió son los niños y los acostó a ambos, dándole un beso en la frente a cada uno. Los cachorros cayeron rendidos de inmediato. Y la mujer se observó el vientre donde se gestaban más cachorros, más bendiciones de Kami en su hogar.

InuYasha había acompañado a Shippo a su habitación y luego de despedirse se dirigió a la suya, donde Kagome ya le esperaba en el futón. Luego de cambiarse por unos pantalones de color negro y quitarse el gi blanco se acostó junto a ella y la abrazó por la espalda.

- ¿Eres feliz, koichi? –Le preguntó el hanyou.

- Muchísimo, InuYasha –le dijo Kagome y se giró para besarle los labios.

- ¿Ni aunque dejaras de ver a tu familia, mi amor? –El hanyou esperó la respuesta.

- Tú eres mi familia, cariño –Kagome le miró a los ojos-, tú eres mi hogar. Eres mi camino a casa –le repitió aquellas palabras que hacía siete años él mismo había dicho.

- Te amo –dijo InuYasha abrazándola más fuerte-, siempre lo haré.

- Yo también, te amo –repitió ella y fue quedándose dormida entre sus brazos, igual que él caía rendido.

El camino a casa se encuentra donde tu corazón reside. No importa cuanto se sufra, siempre habrá una gran recompensa al final del camino, sólo debemos hallar el nuestro y seguirlo.

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Siento mucho haber tardado tanto, pero aquí está el tan esperado final. Espero que les guste. Muchas gracias por seguirme leyendo y por apoyarme. Ánimo.