*Setsuna termina la pausa dramática* Les pido disculpas de rodillas, en serio. Tal vez estas son buenas noticias para mi pero no para las que quieren actualizaciones seguidas. He comenzado mi vida de dormir-trabajar-estudiar-dormir.

Les prometo que haré lo que pueda.

Ahora dejo de joder y les permito leer este capitulo.


Capítulo VI

Eran las jodidas seis de la mañana y llevaba dos días sin dormir, por lo que mi ánimo y mi humor estaban bien enterrados en el infierno. Por lo menos había terminado el papeleo inútil de una semana de trabajo ¡Una semana!

Y ya era hora de despertar a los cadetes, para que salieran a correr o hicieran algo productivo que los alejara de mi aura maligna.

Cuando comencé a golpear las puertas de las habitaciones, escuché quejidos salidos del inframundo. Hanna, como buena cadete mía, ya estaba lista antes de si quiera llamarla, así que bajé rápidamente al primer piso para entregarle a cada joven la ruta del recorrido a realizar.

Ver las caras de odio de los jóvenes me hizo reír.

-El salir a correr será solo tres veces a la semana. Es para no perder la práctica- Murmuré. Ellos asintieron mientras Hanna repartía los papeles.

-Capitán ¿Estuvo despierta toda la noche?- Me preguntó Irina, con una expresión de compasión que me llegó al orgullo.

-Algo así- Respondí automáticamente, como siempre. Me palmeó en hombro en un gesto de compañerismo que logró que sonriera – El entrenamiento comienza ahora-

Abrí la puerta de nuestra casona, para encontrarme con tres jovencitos que parecían recién salidos de la cama.

-¡Sensei! – Chilló uno tomando una posición militar. Su cabello castaño revuelto me causó gracia. Pero lo más impresionante eran sus ojos aguamarina que parecían llenos de emoción y esperanza. Lo acompañaba una chica pelinegra con expresión aburrida, como la de Levi. Y junto a ella, un jovencito rubio, bastante asustado por lo que podía ver.

-Hanna, comiencen. Los encontraré en el camino-

-¡Si, Capitán!- Gritó toda mi tropa antes de comenzar a correr. Cuando se alejaron un poco, le devolví la mirada al trio de jóvenes que me observaban impacientes.

-Buenos días, soldados ¿Necesitan algo?- Pregunté, pensando que alguno de ello se encontraría enfermo.

Silencio absoluto. Vaya, que jóvenes más tímidos. Cerré la puerta de la casona, para comenzar a caminar en dirección a mi tropa.

Pero la mano firme de la joven pelinegra me detuvo.

-Eren desde niño quiere unirse a la Tropa de Reconocimiento, pero no sabe cómo decírselo con palabras, ._._._._.-Sensei-

Sonreí suavemente.

-¡Mikasa!- Chilló el joven rubio, como queriendo regañarla.

-No puedo creer que haya dicho eso- Murmuró el castaño – Armin ¿Estás seguro de que tú también vendrás? –

¡Alto ahí! ¿Escuché acaso Armin?

Me giré hasta el joven rubio, tomándolo por los hombros. Asusté al pobre chico, puesto sus ojos se humedecieron rápidamente.

-¡Soldado! ¿Su nombre es Armin Arlert?- Pregunté agresivamente. La joven pelinegra solo me miraba en silencio, mientras el castaño creo que refunfuñaba ya que mi atención se fue a su amigo rubio y no a él. El rubio mientras tanto, tartamudeaba.

-S…s… si- Soltó.

¡Por fin! Luego de muchos años, encontraba al pequeño del cual el abuelo me habló. Por su apariencia se denotaba una debilidad algo obvia, pero sus poros exhalaban inteligencia.

Sonreí ampliamente. Expresión que desapareció al ver a mi ex compañero, Keith Shadis, acercándose hasta nosotros.

Como olvidarlo. Ahora con menos cabello y la mirada más perdida que antes.

-Buenos días, instructor- Saludé amablemente, realizando el saludo que nos caracterizaba. Él se limitó a cerrar los ojos y bajar un poco la cabeza, como si me odiara de toda la vida.

-Capitán – Soltó. Su mirada se posó sobre los jóvenes que me acompañaban – Se desviaron un poco, idiotas-

Vaya. Seguía con la misma actitud de mierda igualable a la de Levi.

-No pasa nada, ya vuelven contigo, Shadis. Cuando tengan un descanso vengan aquí. Los estaré esperando -

-¡Gracias, Sensei! – Gritaron los tres jovencitos, para salir disparados en otra dirección. Su instructor los acompaño sin antes dedicarme una mirada de pocos amigos, la cual ignoré para encaminarme hasta mi tropa.

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Jodidos. Se habían alejado bastante de mí, y ya comenzaba a aclarar, por lo que seguramente estarían en el camino de vuelta a la casona.

Mi mente trabajaba al mil por ciento y no era precisamente pensando en medicina. Mis neuronas se estaban atrofiando dándole una explicación a lo que el Heichou me dijo antes de partir.

Él quería sanar a la hurga cadáveres de la Legión.

Quería salvarme.

Comencé a reír como una loca mientras corría. Las gotas de sudor que se formaron prontamente en mi frente, comenzaban a caer. Disimulaban la emoción que sentía en ese momento.

No la emoción de una quinceañera enamorada.

Si no la mezcla entre el terror y la curiosidad de solo pensar que Levi pondría su afilada mirada sobre mí.

Era completamente absurdo.

Ya. No era emoción, era una jodida crisis de pánico y en cualquier momento me daba un golpe en el suelo por ir corriendo distraída.

¡Basta!

Paré en seco para tomar un poco de agua. Limpié mi frente y sequé mis ojos. Estaba comportándome como una niña… pensando idioteces.

La humanidad estaba perdida y la inocente sensei pensando en sí misma.

Egoísta.

Comencé a correr más fuerte aun, hasta que divisé a mi tropa. Creo que el odio hacia mí misma motivó que los dejara atrás cuando ya pensaban que me habrían ganado en aquella carrera.

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El desayuno terminó de manera seria. Recorrimos un par de calles de Trost y el tema de la enfermedad iba mucho más allá de la poca cosa que me habló Dawk.

Familias completas yacían en cama sin que nadie los ayudara. Por lo menos les dejamos algo de agua, frutas y pan.

Pequeños niños al borde de las alucinaciones a causa de la fiebre, jóvenes madres sin saber qué hacer, casi en las mismas condiciones que sus hijos. Ancianos que ni siquiera podían ponerse de pie.

Recuerdo ver vomitar a mi tropa en un par de ocasiones. Aquello era casi tan fuerte como ver a sus compañeros volver de las misiones fuera de las murallas.

Pero si los cuatro jóvenes no aguantaban eso… no aguantarían ver lo que se ve en la Legión de Reconocimiento.

Las mascarillas y los guantes nos hacían parecer seres salidos de otro planeta, disgustaba a los más serios y les divertía a los niños.

Ver a Kaito con bebés en los brazos intentando alimentarlos, a Adelein asistiendo un parto, a Eithan logrando que los abuelos sonrieran y a Irina realizando todas las tareas posibles a la vez, logró que pensara que ellos estaban hechos para el Equipo de Sanación.

Tuvieron su merecido descanso en cuanto las emergencias más graves fueron atendidas, por lo que volvimos a la casona a eso de las dos de la mañana.

Los cuatro reclutas cayeron rendidos en sus camas, por lo que mi compañera de cuarto y yo decidimos descansar.

Hanna preparó un té de hierbas antes de dormir, por lo que me acosó en preguntas. Ella era como un Erwin versión femenina, siempre investigaba haciéndose la idiota.

Y hacer té de hierbas era su ritual.

Por eso la quería tanto.

-Algo le sucede, ._._._._. – Me dijo, acosándome con sus potentes ojos azules.

-No sigas con eso, Hanna – Bufé de manera infantil. Colocó una taza de té en mis manos, mientras que ella se sentaba al borde de su cama.

-Te conozco hace años. Lo sé. Y no es por del Comandante… es algo mas – Entrecerró sus ojos. Reí.

-Encontré al chico de las historias del abuelo de nuestra misión… a la primera que te llevé – Murmuré, desviando el tema. Ella sabía muy bien que mi mal humor tenia nombre y apellido. Bueno, para ella, solo nombre.

Su expresión cambio exageradamente a una alegría indescriptible.

-¡Por fin! – Chilló.

-Nos ha costado muchos años… espero que devolverle los libros le traiga algo de alegría a ese jovencito. Era tal cual me lo describió, pero de igual modo tuve que preguntarle su nombre…-

-La crueldad de los nobles de este lugar no me impresiona…- Bebió un poco de té y me miró fijamente – Dejar morir a tanta gente para bajar la población -

Hanna suspiró, recostándose en su cama. Lo mismo hice yo y ambas apagamos las velas a nuestro lado, como si hablar de aquello nos enmudeciera.

Prontamente comencé a dormitar, sin antes recordar la mirada gris de aquel hombre que me apodaba como la sanadora de almas.

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Pasaron dos semanas antes de que el equipo completo se acostumbrara al ritmo sofocante de la misión en Trost. No eran titanes aterradores, pero a veces las personas podían llegar a ser jodidamente complicadas.

Olvidamos completamente lo que era dormir más de tres horas seguidas. A la casona llegaban civiles y no les importaba si eran las tres de la tarde o las dos de la mañana.

Y aunque esa fuera nuestra misión, ayudar a los civiles, comencé a notar la molestia en mi nueva tropa. Pobrecillos.

Tampoco supe de Armin y sus compañeros durante aquel tiempo. Y eso me tenía aún más nerviosa, ignorando por supuesto el problema enano-de-mierda y la-gente-esta-sanando-demasiado-lento.

Bien. Tenía que concentrarme en lo que estaba haciendo…

-¡Auch!- Chillé. Recibí un golpe de puño en mi cabeza. Maldición.

-Concéntrese en lo que hace, Capitán –

La voz oscura de Eithan me distrajo de esos pensamientos egoístas. Cuando me giré para regañarlo, noté que los jarrones que estaba llenando con agua se rebalsaron. Idiota.

Me regañé mentalmente. El pelinegro aun me observaba, algo tenso, como siempre. Luego suspiró y se dio la vuelta.

Caminó hasta que lo perdí de vista.

Tomé ambos jarrones y los llevé hasta la habitación donde dormitaban los niños, de los cuales yo estaba a cargo por innumerables razones. La principal, mi paciencia.

Entré y les sonreí a los siete niños que estaban acomodados alrededor de una mesa algo pequeña para todos ellos. Llene todos los vasos con agua fresca y ellos bebieron encantados.

Cuando terminaron de juguetear, volvieron a sus improvisadas camas. Cambié paños ya secos y calientes por algunos húmedos y más helados, para que su malestar disminuyera. Curiosamente, a pesar de ser los niños los más afectados, ellos ya estaban mejor. Pero no podían ver a su familia, puesto que toda enfermedad volvería a incubarse y nuestra misión no terminaría jamás.

Los acuné y conté dos historias fantásticas antes de que se durmieran. Ya era lo suficientemente tarde como para que esos jovencitos siguieran despiertos.

Cuando volví al tercer piso de la casona descubrí que sí, era jodidamente tarde. La luz de la luna no alcanzaba a iluminar el pasillo donde estaba mi habitación. Entré suavemente y lo único que se escuchaba era la respiración profunda y regular de Hanna.

Ella seguía siendo una jovencita, por lo menos para mí. Casi como una hija.

Sonreí al ver su expresión de paz. Su posición en la cama parecía ser incomodísima, pero el cansancio a veces nos hacía dormir en los lugares y posiciones menos pensados.

Decidí que no era hora de dormir aun. No estaba cansada, a pesar de mis notorias ojeras, que ya no eran sutilmente grises, sino algo violáceas.

-Hanna, iré a patrullar- Le susurré al oído.

-Hmmm- Soltó ella – Si no vuelves en una hora saldré por ti- Susurró. Cayó de nuevo en profundo sueño, pero ella cumplía lo que decía.

Cambié mis ropas de militar por algo casual. Salir de civil era una de mis actividades favoritas porque así nadie me gritaba ¡Ahí va la sensei! en la calle.

Terminé con un pantalón azul marino, unos zapatos cómodos para trotar y una sudadera con capucha negra. Escondí mi cabello trenzado bajo la capucha y salí tranquilamente hacia las calles de Trost. Mi ánimo mejoró considerablemente.

Hasta que escuché un quejido en un callejón.

Arreglé mi ropa para que primero: No se notara que era una mujer. Segundo: No me reconocieran como la sensei, o la jodida metiche de la Legión, o como militar, lo que fuera.

Caminé sutilmente sin hacer ruido. Tramposos, eran dos contra uno. El chico atacado era joven… y estaba algo asustado… y sus ojos castaños brillaron bajo la luz de la luna…

¡Mierda, era Kaito!

Dejé de caminar y corrí para estamparles una buena patada en sus partes más íntimas a ambos hombres, suponiendo que lo eran antes de atacar. Para mi buena suerte, eran dos borrachos a penas conscientes de sus movimientos, pero uno tenía una navaja en la mano y mi recluta tenía un corte en la mejilla.

Los mato.

Sentí una furia irremediablemente heredada de Levi y literalmente los molí a golpes. En completo silencio, mi subordinado observaba como la pequeña sensei les daba golpes de puño, patadas y codazos a aquellos hombres.

Cuando comprendí que estaba canalizando mal mi energía, saqué mi propia navaja de entremedio de mis ropas.

Esa fue la señal para que ellos, tambaleándose, salieran huyendo de ahí.

-La madre que los parió…- Solté. Me giré hasta Kaito, quien pasmado, me miraba con una sonrisa.

Lo único que le faltaba era aplaudir mi hazaña.

-Eso fue genial, amigo- Me golpeó el hombro suavemente, como los jóvenes suelen hacerlo. Joder, mi propio recluta era incapaz de reconocerme. No sabía si reírme de él o llorar por parecer un maldito hombre.

-¿Qué estás haciendo tu aquí? – Pregunté, sacándome la capucha, para que el inocente dejara de pensar que era un camarada cualquiera.

Palideció y como pudo, realizó el saludo de la Legión.

-Sensei- Soltó.

-Si- Murmuré.

-Lo siento…- Murmuró, volviendo a una posición normal, apoyándose en una muralla. Me acerque a él y observé su pequeña herida.

No era nada grave, eso me dio tranquilidad.

No fui capaz de regañarlo. Se notaba a kilómetros que estaba cansado de la rutina en Trost y su relación con Eithan no era de las mejores, por lo que mi pequeño recluta estaba perdonado infinitamente.

Era entendible su estrés.

-Si vas a salir de nuevo debes avisarme- Dije amablemente – Y ten esto-

Le entregue la navaja. Tenía grabado encima el símbolo de la Legión, las alas de la libertad. Él sonrió agradecido.

-No sabía que la Legión de Reconocimiento portaba navajas. Pensé que bastaba con las cuchillas que llevamos a diario es suficiente- Soltó, encaminándose de vuelta a la casona. Lo seguí y caminé a su lado, volviendo a mi apariencia casi masculina.

-La Legión no porta navajas. Solo los soldados que la necesitan la llevan encima, bienvenido al club de delincuentes- Bromeé. El soltó una carcajada contagiosa.

Admirable. Nunca lo había escuchado reír.

-Nunca me imaginé que alguien como usted… podía… bueno, lo que pasó…-

¡Es adorable! Ahí estaba el Kaito normal.

-Jovencito, tengo veinticinco años. Desde los quince en la Legión ¿Eso te dice algo?- Suspiré. El asintió con respeto.

-Ahora entiendo por qué Adelein la admira tanto- Me dijo de repente. Me paré en seco, su voz, era como de jovencito enamorado que sigue a su princesa al fin del mundo.

-Oye ¿Entonces quisiste meter tu nariz en esto porque ella vino?- Pregunté duramente. Él se sonrojó, respuesta obvia.

-N-No… -

Era inútil.

-Da igual- Solté. Le palmeé el hombro, intentando reconfortarlo – Voy a meter mi nariz para ser su madrina de bodas-

Él se giró bruscamente, mirándome con el ceño fruncido. Yo le sonreí y rio como un niño pequeño. Seguimos caminando hasta llegar a la casona sin hacer ruido.

Lo obligué a que se sentara un momento para curar su herida. Luego lo envié a dormir.

Era como su jodida madre. De los cinco.

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Aquella mañana Kaito y yo guardamos su secreto. Según mi versión, se había herido con una vasija rota. Todos quedaron conforme con eso.

A medio día más de la mitad de los enfermos estaba milagrosamente mejor. Nuestro ánimo mejoro considerablemente y comenzamos a enviar a algunos pocos de vuelta a sus hogares.

Mientras salía en busca de mi caballo para volver a la base de la Legión por más suministros médicos, mis ojos se iluminaron al ver la cabellera rubia de Armin.

El condenado había vuelto. Y con amigos incluidos.

Los saludé animadamente y secretamente los escabullí hasta la habitación que compartía con Hanna, asegurándome de que nadie nos escucharía ahí.

-Bien, jovencitos ¿Qué es lo que necesitan de mí?- Pregunté, ofreciéndoles una taza de té a cada uno. Ellos aceptaron gustosos.

-Primero que nada, Sensei, volveremos a presentarnos. Nunca pensamos que nos recordaría – Murmuró Armin, apenado- Yo soy Armin Arlert, ella es Mikasa Ackerman y él es Eren Jaeger-

-Por nada del mundo los olvidaría. Me pareció divertido ver como desafiaban a mi ex comandante- Reí. El rubio sonrió, la pelinegra asintió y el joven de ojos aguamarina alzó ambas cejas, sorprendido.

-Vinimos aquí porque sabemos que usted lleva muchos años siendo parte de la Legión de Reconocimiento- Agregó – Y queremos saber cómo es que podemos lograr entrar y sobrevivir-

Vaya. Directo al grano este jovencito. Sus amigos me miraban expectantes, como si tuviera la respuesta a todo. Me paseé por mi habitación con las manos en la espalda, antes de responder.

-¿Algún motivo en especial por el cual quieren ser parte de nuestras filas?- Pregunté, mirando a los tres fijamente.

Armin y Mikasa se quedaron en silencio, mirando sus zapatos.

-Yo… quiero matarlos a todos…- Murmuró Eren.

Venganza.

-Me parece que nuestros familiares corrieron la misma suerte ¿No, Eren?- Pregunté. Tal vez fui demasiado ruda, pero el joven asintió. Conocí a Carla Jaeger por medio de su esposo, el médico. Cuando era joven iba mucho a casa a cuidar de papá. Y él la llevo una vez para que cuidara de mí. Aunque en esa fecha aún no tenían al niño, por lo visto. Sabía su historia.

Devorada por titanes.

-Yo iré si Eren va- Soltó Mikasa. Otra pareja de enamorados, al parecer.

-Quiero la libertad… ver lo que mis padres no pudieron ver… el océano de fuego…-

Armin dijo las jodidas palabras mágicas. Eso comprobaba absolutamente que el niño era el nieto del abuelo del cual cuidé. Y demostraba confianza hablando de ese tema conmigo, a pesar de la mirada inquisidora de sus amigos.

Asentí.

-Bien. Cuando Erwin vuelva de su misión, serán reclutados. Ustedes deben venir a nosotros, no hay un secreto para entrar. Con suficiente motivación, podremos lograr algo de una vez por todas… Son valientes para tomar esta decisión, cualquiera elegiría cualquier basura que encuentren dentro de las murallas a unirse a la Legión de Reconocimiento. Es admirable-

Ellos sonrieron mirándome un segundo.

-Sensei- Interrumpió Eren - ¿Por qué usted conocía a Armin?-

El rubio miró a su amigo desaprobando su pregunta, como si él quisiera realizarla de manera privada y personal.

-¿Te importa si le cuento a los tres?-

El rubio suspiró y negó con la cabeza.

-Bueno… me enviaron como novata en aquella misión suicida… hace años… tal vez esperando que muriera ahí-

Ellos seguían mirándome fijamente. Armin palideció, entendiendo perfectamente a lo que me refería.

Y comencé a hablar frente a ellos.

Removiendo esos malditos recuerdos…


Siento que estoy dando demasiadas vueltas. Opino que Lectora-sempai y Levi deberían revolcarse pero ya! Aunque no se si sea buena idea. Gracias por los reviews, los favs y los follows.