Ella eligió esperar en la obscuridad. Lo estaba arriesgando todo esa noche. Ahí sentada, en espera de un milagro o una desgracia. Habían pasado más de veinte años desde que había abandonado su hogar. Veinte años desde que Había cruzado el abismo que separa los universos para llegar a un mundo prohibido habitado por seres extraños.
Pensó en el tiempo que había permanecido entre ellos, lo que había soportado hasta ese momento, lo que había tenido que hacer para poder vivir, si es que aquello se le podía llamar vida. Había tenido que mentir, robar, engañar, y hasta comer de la basura. Todo en espera de un milagro, por un deseo egoísta.
En su mundo, le habían hablado de los hombres. Seres que tenían la semejanza de Dios, poseedores de una extraña sabiduría y herederos de un gran poder. Y sin embargo a ella le parecían una raza violenta y llena de conflictos. Pero era innegable, estaban bendecidos. Dominaban como jamás había visto o siquiera imaginado el arte de la creación y la destrucción en todas sus formas y posibilidades. Nada los detiene, nada se les opone, a excepción por supuesto de ellos mismos.
Podía oír menguar la lluvia a fuera, el momento que la había aterrorizado por años llegaría pronto. Palpo su bolso en la oscuridad y busco en él hasta encontrar un pequeño trozo de metal. En otro tiempo había sido un obsequio lleno de amor, un artefacto mágico, un símbolo de una promesa. Pero ahora no era más que un pequeño trozo de metal torcido y quemado que solo tenía valor para ella. Lo llevo a su pecho y recordó la vez que presencio un milagro. Necesitaba que volviera a ocurrir, esa esperanza era la que le hacía seguir asía delante.
Estar en ese lugar le podría costar la vida. Pero estaba decidida: con milagro o sin él todo terminaría esa noche.
Era la noche de un sábado. Era una taberna acogedora y la lluvia que afuera caía la hacía aún más cálida y acogedora. Él era un hombre que no creía en milagros. O al menos en ninguno que él no pudiera provocar.
El trago en su copa se prolongaba como la lluvia afuera del bar. Años de mala comida le habían concedido un físico que no dejaba nada que envidiar al enfermo promedio, lo cual le daba una apariencia de siempre estar cansado.
Había pensado en alguna ocasión que podría cambiar, pero no lo haría. Sencillamente no veía la necesidad de intentarlo. Delgado con una indómita melena negra, pero un rostro joven que dependiendo de a quien se le pregunte hasta bondadoso. Largo y delgado con un gusto particular por la ropa ancha y oscura.
El no solía valorar mucho la opinión de otros, salvo que fuera estricta mente necesario.. Todo se podía resumir en la sencilla y venenosa idea de que si no eras importante para los demás, los demás no deben de ser importantes para ti. No es porque fuera misántropo, al menos no adrede si no porque su trabajo y su vida le habían mostrado lo peor del ser humano y esa oscuridad había dejado su marca en él.
—Esta noche tienes buena pinta. Llevas más de una hora en la barra y aun estas sobrio, creo que hoy no voy a tener que arrastrarte hasta el taxi.
El barman de mediana edad era por naturaleza un hombre amistoso y aquel particular cliente ya tenía una curiosa y larga historia en su taberna y aquella pese a todo era una buena historia.
—Sé que rompo un poco la regla. Pero es que esta noche me siento de buen humor y ni siquiera yo sé bien porque. Y si a esto le sumamos que hoy fue un productivo día de trabajo, auspiciado por supuesto por la siempre generosa estupidez humana.
Y apuró el último sorbo del vaso.
El barman lo miro con compasión. No eran lo que se podría considerar amigos, pero ya eran mucha las noches y no pocas las palabras que esos dos habían compartido.
— ¿Que fue esta vez?
El chico saco de su enorme gabán una cámara, la encendió y después de buscar en ella lo que había sido su trabajo de ese día se la entregó al barman.
—Por Dios, eso es su cabeza. Pero ¿qué le paso?
Una extraña sonrisa humedecida en alcohol se dibujó en la cansada cara del despeinado cliente.
—Paso lo que debía ocurrir cuando mezclas los ingredientes correctos: Un tonto, una moto, unas cervezas y a saber que más mierda se metió. Y por supuesto la estúpida certeza de creerse inmortal. Y no lo olvidemos: paraqué usar casco. Eso es para perdedores y él no lo era. Y murió como todo un campeón.
El camión solo puso las cosas en su lugar o en pedazos dependiendo a quien le preguntes. Al menos su novia o mejor dicho su exnovia tuvo el suficiente sentido común para pedir un taxi. Si no hubieran sido el doble de fotos en la cámara y el doble de lágrimas en el funeral. Que si al final se las merecerían o no, no es mi puto problema.
El barman devolvió la cámara a una mano blanca y delgada, y esta la devolvió a las profundidades del gabán.
—Niels en verdad tu trabajo apesta. Eres un chico muy listo. ¿Porque no te buscas otra cosa en que trabajar? Preferiblemente uno donde la gente con la que trates tenga pulso y no te provoque pesadillas.
El chico sonrió cansadamente levanto la copa vacía y la miro.
—Porque ser un reportero de tercera en un periódico amarillista es lo que mejor se me ha dado. No te preocupes tanto. Además a la gente no le importa el nombre del tipo que escribe sobre el horrible caso del ladrón que fue devorado por perros o del chico estúpido que se hace pedazos contra un camión. Culpan al periódico que vende acosta del morbo, a la sociedad por ser la mayoría y las mayorías siempre tienen la culpa, al imbécil que le vende alcohol a un menor o las personas que se cruzan de brazos mientras un hombre es despedazado por un rottweiler. Porque sencillamente se lo merecía por robar. No recuerdan al que toma las fotos, al que pregunta y toma nota. O siquiera leen el nombre del que escribió el artículo — Puso la copa en la barra haciendo sonar la madera—Solo les interesan las malas noticias para poder tener algo a lo que criticar y no quien se las traiga o el cómo. Además jamás he tenido una sola pesadilla en mi vida. De verdad ni una sola.
La conversación hubiera podido seguir el mismo curso de o tras noches. Pero esa noche no sería como las demás y por lo tanto esa conversación tampoco sería como las demás…
Era un hombre ciego el que entro al bar. Era alto y delgado con un rostro afilado, un cabello lleno de betas negras en un mar de canas. Una gruesa venda amarilla cubría el sitio donde deberían estar sus ojos, si los hubiera tenido. Y sobre la venda un dibujo: la silueta en negro de un ojo sin pupila atravesado de arriba abajo por una gruesa línea roja.
Su vestimenta era extraña: era una suerte de traje y corbata mal puestos. Las faldas por fuera, la camisa blanca mal abotonada, el negro saco arremangado y unas enormes y mojadas sandalias que dejaban ver unos pies blancos sin medias.
En su mano izquierda el bastón blanco y en la otra un monstruoso paraguas amarillo que deposito en un inmenso jarrón a la entrada de la puerta con otros paraguas menos llamativos en tamaño y en color.
El barman dejo su conversación, abandono la barra para guiar al extraño visitante a una silla. Y para poder continuar su conversación y atender al peculiar cliente, esa silla fue la que estaba a la par del particular reportero.
—Bueno, no estoy muy acostumbrado a tener clientes como usted pero solo dígame lo que quiere y como lo quiere y yo veré que hago por usted.
El hombre siego a recostó el bastón a la barra, se secó las manos en el saco…
Pero antes de que pudiera ordenar el periodista le hablo.
— ¿Por qué una vieja venda garabateada con marcador en vez de unas buenas gafas a lo Jhon Lennon? Digo, no es lo mejor para un ciego. Te daría algo así como una mejor imagen.
El barman lo golpeo en el hombro.
—Idiota no te pases.
El hombre siego se río suavemente.
—No se preocupen. Esta venda tiene una razón de ser más allá de lo obvio y a fuerza de decirlo creo que podría decir que es parte de mi uniforme de trabajo.
— ¿Pero en que rayos trabajas?
Hablo el reportero con curiosidad, mientras su amigo detrás dela barra le decía primero con la mirada y luego con señas algo así como: cállate de una puta vez imbécil. Por supuesto lo más educadamente que los gestos y señas permitían.
—Soy lo que se llamaría un adivino, un profeta de alquiler. Un vidente si lo prefieres o un charlatán si no me crees. Pero honestamente ahora solo soy alguien que quiere un trago. Lo de la venda es por una razón sencilla: Las personas necesitan un toque extraño y mágico cuando se les habla del destino.
—Que honestidad amigo mío, pero entrando en materia. ¿Qué va a tomar? —Dijo el barman.
—Un wiski, para aligerar el alma y matar el frio.
—Marchando el wiski entonces.
— ¿Y de verdad puedes engañar a la gente tan fácil: con la venda y algo de parafernalia absurda? — Pregunto el reportero vencido por la curiosidad.
—Si consigo adivinarlo entonces ya no es engaño y si no es un engaño no hay mentira —El siego saco del bolsillo del saco una moneda — ¿Puedes decirme que caerá si tiro esta moneda al aire.
—Supongo que cara o cruz. Pero que tiene que ver con adivinar el futuro.
La moneda voló por el aire con un sonido metálico. La mano del hombre vendado se movió como un relámpago, tomándola justo antes de que tocara la madera de la barra. Hazaña que asombro al periodista y al barman, no solo porque tomo la moneda en el último momento posible si no por la velocidad a la que lo hiso.
"Si hubiera parpadeado no lo hubiera visto. Y se supone que está ciego." Pensó el periodista.
—Causa y efecto —la moneda se deslizaba entre los dedos del ciego con la suavidad del aceite y la elegancia de un mago —Entre más sepas de la causa más podrás anticipar el efecto. En el caso de la moneda solo hay dos posibles desenlaces. Un juego de posibilidades de cincuenta a cincuenta. Dos caminos generados por un solo evento: tirar la moneda al aire. Y sin embargo hay un tercer camino.
Un trago de wiski fue servido en la barra. El siego levanto por completo la mano derecha y con la mano izquierda lanzo la moneda al aire con un suave tintineo. Los dos que podían ver contemplaron el caer de la moneda.
Justo cuando la moneda iba a tocar la madera de la barra la mano derecha callo sobre la barra. No fue un golpe, fue una caricia rápida y furtiva.
Mano y moneda cayeron juntas. La moneda en la barra de canto y la mano colgando del hombro del hombre vendado. Y dos sujetos atónitos tratando de entender que había ocurrido.
—Señores ante ustedes el tercer camino. El camino que se obtiene al conocer la causa y manipular el efecto.
Una sonrisa se dibujó en el rostro del adivino, tomo la copa y la extendió hacia al reportero.
—Sin embargo a veces eso no basta verdad, hay que ir un poco más lejos, hay que ganarse el pan. A sí que dime amigo: ¿qué quieres que sea cara o cruz?
El reportero estaba de piedra. La moneda permanecía de canto en la barra y el siego levantaba la copa asía él como si fuera hacer un brindes.
—Escudo —consiguió decir con esfuerzo el reportero.
El hombre siego se llevó la copa a la boca y la acabo de un sorbo y después la coloco con delicadeza en la barra. Al instante la moneda callo dejando a la vista de todos los que tenían ojos para ver el escudo antes deseado y ahora concedido.
—Interesante elección, proteger a otros a veces significa sufrir por otros y llevar sus heridas. Saben el diablo esta en los detalles, así que no hay nada que sea realmente insignificante —Dijo el ciego con un tono de voz profundo y pausado como si hablara más para sí mismo que para ellos.
El barman fue el primero en romper el silencio con la pregunta más obvia.
— ¿Cómo carajos lo hiso?
—Si les digo me quedo sin trabajo y con lo escaso que esta y más para un ciego. Además créanme la vida es más interesante cuando hay misterio.
Eso aviva la curiosidad en el corazón de los hombres y les hace capaces de grandes locuras o grandes proezas.
—Tú tienes serios problemas con todo esto de elegir.— Dijo el periodista.
—No te lo podrías imaginar. Otro trago por favor. Por cierto me llamo Eliot y es todo un gusto señores.
El barman se presentó:
—Me llamo Randall y este establecimiento es mío y el otro caballero que nos ha acompañado se llama Niels y es periodista o algo parecido, aunque la verdad es que no estoy muy seguro si lo que él hace se le puede llamar periodismo.
Niels acercó la silla a Eliot
Y le hablo de tal manera que solo ellos tres pudieran oír:
—Léeme la fortuna y te invito otros dos tragos ¿Qué me dices?
—Un café y un sándwich. Ese será mi precio para ti. Ni abuso ni exceso solo equidad dos cosas me darás, dos cosas te diré.
—Bien eso se oye profesional. Empezamos entonces, me quema la curiosidad.
Eliot giro la silla hasta quedar frente a frente con el reportero. Saco un rotulador negro del pantalón con la mano izquierda y escribió algo en la palma de la mano derecha sin que Niels pudiera ver y la cerró. Coloco el rotulador en la barra a la par de la moneda que enseñaba el escudo que había sido elegido. Suspiro profundamente, levantó la mano izquierda con la palma abierta.
—Tócala y cuando lo hagas guarda silencio dentro de ti. Escucha con cuidado y cuando estés listo quítala y formula una pregunta, solo una. Recuerda debe ser simple, entre más compleja sea la pregunta más incierta será la respuesta. Piensa en la moneda: Reduce todo a lo más simple y obtendrás respuestas concretas.
Niels toco con su mano derecha la palma abierta y cerró los ojos y se sumergió en la oscuridad de su mente.
Realmente el no esperaba que pasara algo y sin embargo ¿Por qué no seguir el juego?
Tal vez podría pasar algo divertido o incluso curioso, sería una anécdota que contar. Y cerró los ojos
En su mente siempre había ruido, sencillamente se distraía con cualquier cosa, él era así. Una idea, una imagen, un ruido o cualquier pequeño suceso del día. Cualquier detalla podría poner distancia entre él y la realidad. Así que silenciar su mente fue una tarea difícil. Pero al final se hiso el silencio. Y descubrió que ese vacío interior no estaba tan vacío, había algo más con él ahí.
Hera música o eso le pareció, una música distante casi un susurro. No podía saber si realmente la escuchaba de verdad, la imaginaba o si la soñaba. Pero la conocía, no sabía de donde o porque pero tocaba fibras en él. Le evocaba una mescla de tristeza y alegría que lo hiso estremecerse por completo. Intento algo que ya había intentado otras veces: tratar de conectar pensamientos.
Dejaría que su mente le diera una imagen a la música. Porque era música, no la entendía. Ni siquiera sabía si era una voz que cantaba o si era una sinfonía con todos los instrumentos del puto mundo. No importaba, no le importaba el adivino siego o la taberna o Randall. Para el exterior y el tiempo se habían ido. Hallaría un recuerdo que conectara con aquella canción y todo tendría sentido.
Pero no pudo. De pronto un ruido más fuerte se impuso y trajo con él de golpe el tiempo y la realidad. Hera un sonido que él conocía bien, el ruido de un disparo.
Quito de golpe la mano.
— ¿Pero qué demonios…?
Eliot levanto el dedo índice de la mano izquierda —Recuerda solo una pregunta así que no sueltes una estupidez.
La pregunta no podía ser más simple y para un reportero que se gana la vida haciendo preguntas debía ser fácil. Pero no lo fue.
— ¿Qué paso?
Eliot suspiro profundamente
—Casi la pregunta correcta. Más que saber lo que paso necesitas saber que significa, pero que le vamos hacer habrá que ayudarte un poco.
Dos cosas se manifestaron en tu mente: una pertenece a tu pasado y se resistirá a tu memoria hasta que llegue el momento, será muy importante para ti en el futuro, la otra pertenece a tu futuro y por lo tanto puede ser cambiada por tú presenté.
— ¿Eso es todo? Dijo Niels.
—Es todo lo que te diré.
Niels se rio.
—Es la mejor forma de decir mucho y a la vez no decir nada que he visto en mi puta vida. Casi me la trago. Supongo que no me vas a decir como lo haces. Pero en fin reconozco que me has impresionado —Niels saco un par de billetes arrugados del gabán y los deposito en la barra —Con esto pago lo que yo consumí y lo que le prometí al caballero y aun sobra algo de propina para ti Randall. Y en cuanto a mí los dejo. En verdad lo he disfrutado.
—Generosa propina la que me dejas miserable. Unos centavos, veo cada vez más cerca esa jubilación temprana en Niza con la que he soñado desde que empecé a trabajar aquí —Dijo sarcástico Randall.
Niels se puso de pie y se agacho para recoger una bolsa de papel amarillo que yacía al pie de su silla.
—Bien creo que eso es todo por esta noche —le estrecho la mano a Randall y luego se volvió a Eliot — Fue un placer haber sido timado por usted. De verdad y por cierto es aquí donde me dices algo como: no existen las coincidencias
Solo lo inevitable o alguna ridiculez de esas para completar el acto.
—Podría decir muchas tonterías más. Eso es cierto, pero dime ¿acaso importa?
Solo lo que tiene valor es importante y al final el valor de las cosas cambia de persona a persona. Un café, un sándwich eso es el futuro para ti.
Niels miro de reojo a Randall quien solo se limitó a encogerse de hombros. Cuando volvió la vista al adivino, este para su desconcierto le sonreía. Y le extendía la mano derecha.
Niels se encogió de hombros y le estrecho la mano. Fue justo en ese momento que pudo leer lo que Eliot había escrito momentos antes con el rotulador en su mano derecha.
Un frio le recorrió la espalda. Él se consideraba un buen escéptico pero aquello le hiso titubear en hasta ahora sus más profundas convicciones por primera vez en su vida.
—Te dije que te ayudaría. Es más la próxima vez que nos veamos seré yo el que te invitara un café.
— ¿Cómo lo haces? Insistió Niels con una voz seria.
—Yo solo soy un charlatán que juega con las posibilidades. A veces hay suerte otras no. No le hagas tanta mente.
—Bien. Creo que tiene razón no hay que buscarle el sentido a lo que no lo tiene. Adiós.
El reportero tomo su paraguas del jarrón y no pudo evitar ver a aquella horrible sombrilla amarilla sobresaliendo del resto.
Me parece que la he visto en otra parte. Pensó.
La lluvia menguaba y ahora no era más que una llovizna. Las calles estaban casi vacías. Era un vecindario tranquilo, había vivido ahí casi catorce años y las cosas apenas habían cambiado en ese tiempo.
Se sentía de buen humor y no sabía porque. Le intrigaban las dos palabras que el ciego se escribió en la mano.
—Todo en esta noche me parece extraño, en fin ahora a casa y a ver una película.
Una cuadra antes de llegar vio a un joven que se refugiaba de la lluvia debajo del toldo de un viejo negocio de electrónica, que había cerrado desde las cinco.
Estaba empapado de arriba abajo. Niels lo reconoció: el chico alquilaba un apartamento en el piso inferior al suyo.
Era un estudiante, aunque Niels jamás le había importado ni que estudiaba, ni en que trabajaba y mucho menos sabía cómo se llamaba. Solo sabía lo que Abi le había contado y eso no era mucho.
Pero aquella noche se sentía de buen humor. Pensó en hacerla de buen samaritano.
—Muchacho sé que vives en el mismo edificio que yo. Así que si quieres te puedo cubrir.
El chico asintió con la cabeza. Abrasaba algo contra su pecho. Hera delgado y de cara redonda, con una cabellera castaña desparramada por el agua.
El chico se acercó a Niels y se acomodó pajo el paraguas lo mejor que pudo. Y empezaron a caminar.
—¿Olvidaste tu paraguas? Pregunto Niels.
—No. Me lo robaron. Y lo increíble es que era una enorme y fea sombrilla amarilla. No entiendo como paso. Respondió enojado el chico.
Niels se detuvo.
—Sabía que la había visto antes. O también podría ser coincidencia. Hablo Niels para sí mismo
El chico no comprendía bien lo que acababa de ocurrir. Pero sintió que debía responder.
—No existen las coincidencias. Eso lo que dice mi abuelo.
Niels se sorprendió ante semejante respuesta. Y reanudo la marcha.
—¿Y lo crees chico?
El muchacho se miró el bulto que sostenía contra su pecho. Era su chaqueta y dentro de ella algo se movía.
—Si, lo creo. Si no me hubieran robado la sombrilla habría regresado por la avenida principal. Pero regrese por los callejones tratando de refugiarme de la lluvia y encontré a este amiguito en una caja de cartón. Eran tres cachorros pero los otros dos estaban muertos. Si hubiera visto como gritaba bajo la lluvia. No pude abandonarlo.
El chico abrió un poco la chaqueta y una pequeña y canina cabeza gris como la ceniza asomo por ella.
Niels miro al cachorro y pensó en el hombre ciego y en la horrible sombrilla amarilla. Recordó la moneda de canto en la barra, lo que escucho cuando cerró los ojos, en las dos palabras escritas en la mano de Eliot y para poner la cerecita sobre el pastel lo que él mismo dijo:
"No existen las coincidencias, solo lo inevitable"
No lo había pesado, solo lo dijo porque le pareció gracioso en el momento. Era mejor no darle más vueltas al asunto. Era una noche especial y nada más. Un conjunto de curiosidades que decidieron venir a tocar todas juntas a la puerta de su vida. E igual que hacía con los Testigos de Jehová las despediría con educación.
El edificio donde Vivian era de cinco pisos. Cada uno con tres apartamentos. Niels alquilaba uno en el quinto piso. Le agradaba la vista por las noches.
—Gracias por traerme. Por cierto me llamo Lucas.
—Yo me llamo Niels y no fue nada, pero no soy de los que hacen favores así que no te acostumbres.
Lucas asintió con la cabeza —eso me han dicho. Así que esa es una razón más para agradecer.
—Cuida a tu nuevo amigo. Salvaste su vida ahora es tu responsabilidad. Adiós.
El chico abrió la puerta y pudo oír un grito detrás de él:
—A ver si también te roban el perro.
Lucas se rio. No es tan malo como dicen, pensó.
Niels se acercó a la puerta de su apartamento y se llevó la mano al pecho.
—Que extraño me siento, supongo que ha sido demasiado por una noche. Se colocó el paraguas debajo del brazo busco las llaves y abrió la puerta.
La bolsa de papel cayó al suelo junto con el paraguas. Niels desenfundo el arma que siembre llevaba consigo y apunto a la oscuridad de su apartamento.
—Te volare la maldita cabeza…
Y no pudo decir más. Unos ojos extraños brillaron en la oscuridad.
—Por favor necesito que me escuches. Hablo una voz suave y delicada, era como la voz de una niña…
