Anuncios Desagradables
Faramir reaccionó deprisa ante la súbita debilidad de la elfa y, presintiendo un desmayo, la cogió en sus brazos, pero ella intentó deshacerse de él delicadamente, por lo que él no tuvo inconveniente en soltarla una vez vio de nuevo el color en sus mejillas, tan suaves...
Deshaciéndose de esos pensamientos, se hizo cargo de la situación.
- Arwen, querida, ve a descansar un rato a tus habitaciones, me temo que te he cansado demasiado.
- En absoluto, Faramir, ha sido un paseo más que agradable, el único inconveniente han sido mis inoportunos sentimientos, ya lo sabéis.
- No os atreváis a decir semejante cosa, los sentimientos, aunque dolorosos, nunca son inoportunos, los inoportunos son los huéspedes que se presentan sin avisar a pesar de tener medios suficientes para anunciarse con antelación.
- Gracias, por vuestra amabilidad. ¿Queréis que anuncie la llegada de los nuevos huéspedes a los sirvientes de la casa?
- No sería mala idea, pero prometedme que descansaréis y os repondréis pronto.
- Está bien, no puedo sino obedeceros.- Y sin más preámbulo, se marchó en dirección a la casa para avisar a los sirvientes.
Faramir se quedó pensativo mientras observaba el delicado cuerpo de Arwen alejarse de él, y se sorprendió a sí mismo pensando que quizá, si la hubiese conocido antes, habría tratado de conquistarla.
- ¿Qué tonterías son éstas? – dijo para sí – Yo nunca sería digno de una Dama como ésta, y menos siendo tan hermosa, nunca se habría fijado en mí en condiciones normales.
Volviendo su vista hacia la pareja real, que se acercaba lentamente a la entrada, se encaminó a recibirlos cortésmente, como corresponde. Se preguntó qué hacían de repente allí, en su casa.
No temía que se tratara de algo peligroso para Gondor, pues la actitud de los Reyes no parecía demasiado preocupada, incluso podría llegar a considerarse escandalosa viniendo de unos Reyes que se encontraban a la vista de todos sus súbditos.
Él precisamente se había retirado de las cercanías del hogar del Rey para no tener que contemplar estas escenas en privado, pero nunca se imaginó que podría llegar a verlas en público.
Al llegar hasta los monarcas, se plantó en el suelo de piedra, en silencio, esperando que deshicieran aquel profundo beso en el que se hallaban profundamente sumidos, y se percataran de su presencia allí. En ese momento, un sirviente lo anunció a los Reyes con vos titubeante.
- El Senescal Faramir ha salido a recibiros, Señor...
Ante esto, el Rey Aragorn alzó la mirada sorprendido y la volvió hacia Faramir para acto seguido bajar del caballo y dar un abrazo a Faramir, quien se lo devolvió gustosamente debido a su gran amistad, desarrollada mientras reconstruían Gondor.
- Buenos días mi Rey, me siento halagado por vuestra visita.
- No es necesario, Faramir, amigo mío. Se trata de una visitas a título personal, no oficial. Lamento de veras haber aparecido tan inesperadamente, pero fue una decisión espontánea, surgida entre mi Éowyn y yo en un momento de tensión.
- Podrás contármelo cuando pases a mi casa y toméis algo para refrescaros del viaje.
- Gracias por tu hospitalidad Faramir – intervino esta vez la Reina Éowyn, quien bajó del caballo con la destreza que les era característica a todos los Rohirrim.
Pasaron a la casa y allí mismo se refrescaron y saciaron su hambre gracias a la premura con que Arwen había avisado a los sirvientes de la casa, instruyéndoles además en las preferencias de Aragorn en cuanto a comida y demás.
- Éste ya es mejor momento para discutir los asuntos que te han traído hasta mi casa, Aragorn. Doy por hecho que no es algo de lo que deba preocuparme seriamente, o sin duda ya me habrían alertado de ello.
- Cierto es, amigo, en realidad estoy aquí por algo personal, como ya dije antes. Mi esposa y yo desearíamos pasar unos días en tu casa lejos de las miradas indiscretas de mis súbditos, siempre dispuestos a juzgarnos y a acosarnos por la llegada de un heredero.
En esos momentos Faramir se preguntó con ironía si los indiscretos eran los súbditos o ellos mismos.
- Comprendo, entonces sois bien venidos a esta casa para cuanto necesitéis, tan sólo pediría a Aragorn hablar un momento contigo sobre un asunto que nos atañe.
- Sí, claro, cosas de hombres, ya me retiro. Gracias por todo, Faramir, y buenas noches.
- Buenas noches, mi Reina. – Esperó a que se fuera para hablar – Aragorn, me temo que tu estancia aquí puede resultar más molesta de lo que pensabas. De hecho, quizá prefieras las "miradas indiscretas" de tus súbditos antes que soportar la mirada acusadora de una Dama.
Aragor, que estaba bebiendo de su copa de oro, bajó ésta y alzó la cabeza sorprendido y angustiado, habiendo comprendido la indirecta de su amigo.
- Te refieres a...
- Precisamente.
- ¿Y qué hace ella aquí? – dijo entre asustado y molesto.
- Descansar de sus heridas, provocadas en el bosque por unos orcos cuando huía de aquí tras presenciar tu traición.
- No tienes derecho a decir que he traicionado a nadie, Faramir, conoces bien mi lealtad para con mis amigos y seres queridos.
- Pero no para con ella, Aragorn, si no la avisaste siquiera de tu boda con Éowyn. Sin embargo es cierto, no tengo derecho a llamarte a traidor, pero sí ella, y te digo desde ahora que Arwen no se marchará de mi casa hasta que no esté totalmente repuesta de sus heridas, tanto físicas como emocionales, y tan solamente si ella así lo desea.
- Te tomas muchas molestias por una desconocida que no te incumbe en absoluto.
- Me incumbe, Aragorn, es asunto mío desde el momento en el que le salvé la vida en el bosque, y desde que abrió los ojos y descubrí que teníamos en común más de lo que imaginábamos. Es mi huésped, y aunque seas mi Rey ésta es mi casa y yo la gobierno.
- Pones en mi boca palabras que no he dicho. Aún no te he pedido que la saques de tu casa. Sólo una pregunta, pura curiosidad.
¿Cómo has pensado cobrarte esa deuda de vida? Ya te has dado cuenta de que es muy bella, y está sola. Estoy seguro de que sabrás consolarla.
