Bueno, nuevamente reescribo este fic, y espero que esta sea la vez definitiva P

Realmente no me había gustado cómo había quedado la última vez, y luego de leer una maravillosa novela ("Eva Luna" de Isabel Allende) pudo nuevamente tomar las riendas de la escritura. Todo este tiempo que no pude continuar el fic ni corregirlo fue por un evidente bloqueo y demás problemas que no vienen al caso.

Me disculpo con aquellos que hayan estado siguiendo esta historia y espero estén satisfechos con los nuevos resultados que creo estar logrando.

Saludos.

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Capítulo de Introducción: El Nacimiento

Tiempo atrás, en una misión de conquista, la nave del Rey Vegeta precisó de reparaciones y se vio obligada a aterrizar en un planeta desconocido.

El Rey Vegeta era un hombre alto y corpulento, con una virilidad y una porte que lo hacía resaltar ante cualquier otro espécimen masculino puesto a su lado. Dio un mensaje a su flota de que siguieran de largo a su planeta, no creía que fuera a necesitar refuerzos en aquel planeta que daba un aspecto muy pacífico.

Miró a su alrededor para admirar el lugar dónde se encontraba. No podía recordar nada de su planeta que siquiera se comparara a aquel bosque, pleno en vegetación de todo tipo y de todos los colores imaginables. No era un paisaje tropical, simplemente tenía la vegetación más variada jamás vista.

No pudo dejar de notar que su nave había dejado un gran agujero en la vegetación sobre su cabeza y eso lo posicionaba en el centro de un gran claro de luz. Hubiera podido jurar que escuchaba quejas en el bosque, como si los árboles sintieran el dolor de que una nave les hubiera cortado las ramas. Prefirió pensar que era el viento que se filtraba (que de todas maneras el no sentía) y pensó cuántos insultos podría hacerle a los técnicos cuando estuviera de vuelta en su planeta. Lo más probable es que los matara a todos.

Se dispuso a tomar un fruto de uno de los árboles que allí se encontraba, pero lo que menos se hubiera esperado sucedió. Antes de que pudiera posar la yema de sus dedos en el fruto, el portador de este le dio un ramazo en la cabeza que lo hizo retroceder unos centímetros. Más de la sorpresa que del golpe en sí.

"Maldita planta" murmuró preparando una bola de energía para responderle.

"Es lógico que responda así si alguien trata de sacarle algo sin pedir permiso" dijo una voz a su espalda.

El Rey se dio vuelta con un sobresalto, para encontrarse ante una mujer. La única diferencia que podía encontrar con las hembras de su raza era que no tenía cola y que el tono de su piel era un verde pálido. Pero algo más le llamó la atención, mientras ella caminaba hacia él de lo más tranquila. Tenía una figura perfecta, de caderas anchas, una cintura agraciada, unos pechos firmes, un cuello delicado y de aspecto suave y un cabello oscuro de tono verdusco que le llegaba hasta la cintura, lo llevaba suelto y se movía tan agraciadamente como ella.

"¿Qué haría usted si alguien tratara de sacarle un pedazo de uña sin permiso?" preguntó con una sonrisa y un tono tan tranquilo como su andar, su persona y su presencia.

"Bueno… yo… pero… ¡Es solo una planta!" exclamó el Rey, molesto de haber titubeado al responder. Eso era un comportamiento fuera de lugar en él, siempre tan seguro e intimidante.

"Pero tiene vida, siente al igual que usted" respondió pasando su mano por el tronco del árbol, que se estremeció a su toque. El Rey deseó que ella no lo notara, pero el se había estremecido de la misma manera, como si su mano hubiera pasado por su pecho en vez de aquel tronco.

"No lo sabía, no es así en mi planeta" comentó el Rey, volviendo a enderezarse y sacando pecho para volver a mostrarse tan intimidante como siempre. Cosa que no hubiera sido difícil viendo que la criatura, ahora a su lado, media por lo menos dos cabezas menos que él.

"Se equivoca" murmuró la muchacha con una risita. Aparentaba ser solo unos cinco años menor que él como mucho, pero la forma en la que hablaba haría pensar a cualquiera que ella le llevaba una vida por delante.

"¿Qué quiere decir con eso?" preguntó el Rey algo molesto de que remarcaran un error en él, pero sin perder la educación. En su planeta, si alguien hubiera tenido el atrevimiento de corregirlo en algo ya estaría desparramado por la pared, dejando frente a él un mínimo charco de sangre.

"Bueno, conozco todas las plantas alrededor del Universo, son viajantes de mi planeta" dijo la muchacha observándolo de reojo. Un estremecimiento involuntario recorrió su cuerpo al notar los fuertes músculos del hombre junto a ella. Soltó una risita para disimular la tensión y mostrar una ingenuidad que realmente no existía en ella.

"Bueno… pero que mal educado de mi parte. Soy el Rey Vegeta, del planeta de mismo nombre" se presentó el Rey poniendo su mano derecha sobre el pecho en forma de saludo, y dándole un porte aún más imponente.

"Soy la Reina Saiyuki, de el Planeta Planta, es decir: este" respondió ella con una risita ante la rigidez del saludo de ese extraño, pero imponente, hombre.

"¡Oh! No lo no- sabía" dijo el Rey algo avergonzado por su titubeo y porque su rostro había tomado un ligero tono escarlata.

En efecto, hubiera sido difícil imaginarse que aquella mujer era una reina. Llevaba un vestido tan simple y se mostraba tan servicial. Esto era algo que en el planeta Vegeta jamás se hubiera visto.

"Veo que su nave ha sufrido algún desperfecto, si me acompaña al palacio puedo enviar a alguien para que lo solucioné" pasando por alto el titubeo de Vegeta y dejando pasar el tono escarlata en su rostro que se había intensificado un poco en los últimos segundos.

"Muchísimas gracias. En agradecimiento a su hospitalidad, permítame decirle que mientras yo viva su planeta será inmune a las conquistas del mío" prometió el Rey dando muestra de su orgullo y nobleza Saiyajin. Pero en el fondo sus razones eran otras, se encontraba realmente maravillado y extasiado ante la presencia de Saiyuki, algo que su honor jamás admitiría.

Saiyuki soltó una risita y agradeció debidamente esta promesa antes de guiar a aquel rígido hombre a los jardines del palacio.

El palacio no era modesto como las ropas de la Reina. Era de color mármol y de tamaño inmensurable. Probablemente tenía más habitaciones de las que realmente se utilizaban, su uso era dado más que nada a viajeros extraviados como lo era ahora el Rey Vegeta. Los jardines eran tan extensos como un océano de pasto y miles de flores de distintos tamaños, colores y formas, en perfecto estado, prácticamente saludaban a los pasantes.

Luego de una buena caminata los dos se encontraban frente al umbral de tan deslumbrante edificación. Dos puertas enormes de un material desconocido, parecido al oro, se erguían frente a ellos cual gigante agazapado. Las puertas eran vigiladas por dos guardias de piel verdosa. No se podría deducir su sexo ya que tenían un aspecto andrógeno. Saludaron con una sonrisa a un maravillado Rey Vegeta y los dejaron pasar sin mucho preámbulo.

Los técnicos del planeta remplazaron los combustibles por unos más naturales, nativos de su planeta, y las partes dañadas de misma manera; pero de esto el Rey no se enteraría hasta más tarde ya que en ese momento se encontraba finalizando una agradecida cena con la Reina.

Luego de charlas banales, la Reina se cansó de dar vueltas con trivialidades y se dispuso a conquistar a ese orgulloso Rey de una vez por todas, ya que imaginaba que esa visita sería corta y era probable que jamás volvieran a verse. Lo llevó seduciendolo lentamente hasta sus aposentos, donde el Rey notó que las ropas que ellos llevaban eran ya obstáculos a lo que se avecinaba. Ambos cuerpos se encontraron finalmente en un torrente de pasión y el Rey no se dio por satisfecho hasta no recorrer cada centímetro de esa belleza. Cuando ambos se encontraron exhaustos (teniendo en cuenta que el Rey llevaba en sí la energía casi ilimitada de un Saiyajin y la Reina simplemente tenía mucha energía) ya era el amanecer del otro día.

El Rey se despidió en parte infeliz de volver a la soledad continua de su planeta y en parte satisfecho de haber conocido a esa mujer que le había presentado la felicidad, que no recordaba haber sentido, en un sólo día. Extrañaría esa personalidad fuerte e inteligencia y audacia que el Rey no había visto en años. La Reina se despidió con una sonrisa, ocultando su dolor interno ya que jamás había sentido algo así por alguien, y mucho menos se había imaginado que podría haberlo sentido solo desde una primera mirada. Extrañaría a ese orgullo y rigidez nunca visto en su planeta.

"Quiero que me informes de cualquier eventualidad" dijo el Rey en forma de despedida, como para dar por zanjado que quería volver a saber de ella en un futuro, pero en palabras de su orgullo.

"Yo también te extrañaré" respondió la Reina con una sonrisa, al leer sin esfuerzo las intenciones detrás de aquellas palabras.

Fue una despedida corta (un beso largo y un Rey devastado subiéndose a su nave) pero para los amantes pasaron siglos antes de que la nave finalmente despegara y se perdiera en el firmamento.

Pasaron varios meses luego de aquel acontecimiento. La Reina se encontraba recostada en una de las camas de la enfermería del palacio con una beba en brazos. Por la ventana se filtraban unos rayitos de Sol que daban en los ojitos de la pequeña. Algo molesta, se revolvió en los brazos de su madre y trató de taparse el rostro. La Reina se rió y la tapó dulcemente.

En la habitación entró una enfermera. Su nombre era Jetsa y era de las que más confianza tenía con la Reina, lo cual era decir bastante teniendo en cuenta que en ese planeta todos eran considerados hermanos y tratados como tales. Tenía una piel verdosa al igual que todos los habitantes y un cabello no muy largo (por los hombros) de color rojizo y bastante llamativo. Había cuidado de la Reina tras cada enfermedad y eventualidad ocurrida, y de hecho había sido ella su única compañía en la mayoría de sus recaídas durante el embarazo.

"Buenos días su majestad, ¿puedo ayudarla en algo?" pregunto esta apoyando una bandeja con un vaso y una jarra llena de agua en la mesita que se encontraba junto a la cama.

"No gracias" respondió la reina amablemente. "La princesa ya se alimentó sin problema…" agregó sonriente.

"Que dulce, mire como mueve la colita" comentó la enfermera completamente embelezada con la pequeña. La mayoría ya tenía entendido durante el embarazo de la Reina, que aquel era el fruto del encuentro que había tenido con ese extraño hombre de pelos parados y cola de mono que se quedó un día en su planeta, por lo que nadie encontraba extraña esa anormalidad en uno de sus habitantes y lo tomaban con la mayor naturalidad. "¿Cuál era la raza de aquel hombre?" preguntó Jetsa mientras servía agua en el vaso.

"Saiyajin, provenía de un planeta llamado Vegeta" respondió la Reina, recordando cada palabra de su amante como si hubiera sido pronunciada un segundo atrás.

"¿Ya ha elegido un nombre?" preguntó mientras le alcanzaba el vaso de agua a la exhausta Reina.

"Enzi, su nombre será Enzi" respondió la Reina con una mirada soñadora sobre la beba, la princesa, Enzi.