(N/A) Esta historia es una continuación del Príncipe Mestizo. No va a ser necesariamente realista, sino que se basa en la teoría de que Snape está en el bando de la luz. No sé cada cuanto podré actualizar, así que quedáis avisados antes de empezar a leer la historia.
Disclaimer: el universo de harry potter es propiedad de jk rowlin y esta historia es sin ánimo de lucro.
Going away
Bill Weasley
y Fleur Delacour (Weasley desde hacía unas horas) acababan de
desaparecerse de la Madriguera, con destino a una luna de miel de la
que apenas nadie sabía nada. Era así más seguro.
Los señores Weasley despedían a los invitados, un
puñado de miembros de la Orden, algunos amigos de Bill y Fleur
y los familiares de esta última, siempre diciéndoles
que tuvieran cuidado de regreso a casa. Charlie dormitaba en su
habitación, porque había llegado para la boda aquel
mismo día por la mañana, y tenía que recuperar
horas de sueño. Hermione le contaba entre susurros emocionados
a Ginny que Ron por fin la había besado, y la pelirroja
escuchaba vagamente, aunque su mente estaba en otra parte. Ron,
demasiado borracho en aquel momento para recordar el sueño,
discutía amigablemente con los gemelos, que parecían
tan contentos como él, de nada en especial. Y en la habitación
que un día había pertenecido a Percy Weasley, ahora
aliado indiscutible de Scrimgeour dentro del Ministerio, Harry Potter
escribía el segundo pergamino de la noche en silencio, y ni
siquiera se escuchaba el rasgar de la pluma.
Encima de la cama
reposaba una mochila, mágicamente ampliada, que estaba llena
de libros de todo tipo, algo de comida, su capa invisible y el mapa
del merodeador. Su baúl estaba en el otro lado de la
habitación, cerrado. Había decidido dejar su escoba, ya
que no podía encogerla por ser un objeto mágico
demasiado complicado. La verdad es que no había sido muy
difícil escoger lo que se llevaba. Desde los once años,
había llevado siempre todas sus pertenencias en aquel baúl,
y no eran muchas. Harry firmó su segunda carta, enrolló
el pergamino y escribió un nombre sobre él. Dejó
los dos encima de la cama y se puso la mochila a la espalda. Hacía
una semana apenas que había cumplido los 17 años, y
seis días que tenía su licencia de aparición.
Había conseguido dinero suficiente en una visita furtiva a
Gringotts, y tenía las ideas bastante claras. Con un suave
plop que nadie en la casa percibió, Harry Potter desapareció
dejando atrás su vida, el niño que nunca había
sido y la familia que lo había querido como a un hijo.
Ginny
Weasley entró en la cocina para encontrar a sus padres a la
mesa, desayunando. Eran las diez de la mañana, y era la
primera vez que desayunaban tan tarde, pero el día anterior
había sido muy especial.
-Buenos días. —murmuró,
todavía algo dormida, y deslizándose en su sitio al
lado de su padre.
-Buenos días, cariño —sonrió
su madre, que todavía parecía algo emocionada con la
boda del día anterior. La señora Weasley alzó su
varita y el desayuno voló hasta Ginny, que comenzó a
comer algo desganada.- ¿Qué ocurre? —preguntó
su madre, algo preocupada.
-Nada —respondió la pelirroja,
pero en su interior sintió que sí ocurría algo,
que algo estaba mal.
-Es raro que Harry no haya bajado todavía
—dijo el señor Weasley casualmente.- Suele ser el primero en
bajar.
-Ayer fue agotador para todo el mundo —dijo Molly
Weasley. Luego se puso totalmente seria.- Y sé que Fred y
George trajeron Whiskey de Fuego. Estarán los cuatro en cama,
incapaces de levantarse, con dolor de cabeza. Pero de alguna manera
me las pagarán.
Ginny intercambió una mirada
divertida con su padre, pero dudó interiormente que Harry
hubiera bebido el día anterior.
Hermione bajó justo
cuando Ginny se levantaba, así que subió sola a la
habitación que ambas compartían. Al cabo de un rato
sola, sin embargo, su instinto le seguía diciendo que algo
estaba mal, y subió a la habitación de Harry. Llamó
a la puerta y nadie contestó. La abrió lentamente. Y se
encontró justo lo que había temido encontrar. Su baúl
estaba cerrado, todo perfectamente recogido, y dos pergaminos
esperaban encima de la cama, enrollados, uno de ellos con su nombre.
Las lágrimas comenzaron a caer por las mejillas de la
pelirroja, que cerró la puerta. Luego cogió en
pergamino que tenía su nombre y lo abrió, sentándose
en el suelo, con su espalda contra la pared.
Ginny,
Hay
cosas que tengo que hacer solo, y en el funeral de Dumbledore me
dijiste que lo comprendías. Yo te dije que no podíamos
estar juntos. Lo sigo manteniendo, pero quiero que sepas que eso no
cambia lo que siento por ti.
Sé que nunca lo hemos puesto
en palabras, y no pretendo hacerlo ahora en una carta, pero sé
que tú también lo sientes, y con eso me basta. No voy a
pedirte que esperes por mí, porque ni siquiera sé si
volveré algún día, pero quiero pedirte otra
cosa.
Hogwarts va a reabrir este año. Sé que va a
ser diferente, sé que no va a haber alumnos apenas, pero
quiero que vayas, y que Ron y Hermione vayan contigo. Hogwarts es
seguro, aunque Dumbledore ya no esté. Sólo confiad en
mí. No me lo perdonaría si os pasara algo, si te pasara
algo a ti.
Dentro de dos días, Grimmauld Place estará
protegido por el encantamiento Fidelio, y quiero que vayáis
todos para allí ese mismo día. Tus padres lo
encontrarán todo explicado en la otra carta. Por cierto,
cuando acabes de leer esto, destrúyelo, pero antes enséñales
esta frase a Ron y Hermione. Chicos, contadle qué es lo que
voy a hacer.
Tu escoba es mía, y quiero que cuides de
Hedwig.
Me llevo tu recuerdo conmigo, para que me de luz y
esperanza, para poder seguir, porque al menos en el recuerdo me
perteneces. Y mis sentimientos te pertenecen a ti, Ginny, cuidalos
bien, pero, pase lo que pase, sigue viviendo porque, como alguien me
dijo una vez, no es bueno quedarse en los recuerdos y olvidarse de
vivir.
Siempre tuyo,
Harry
Ginny dejó caer el
pergamino al suelo, empapado de sus lágrimas, y enterró
la cara en sus manos. Era casi la hora de comer cuando Hermione llegó
a la puerta de la habitación.
-Ginny... ¿estás
ahí? —preguntó desde fuera. La pelirroja, todavía
en la misma posición, abrazando sus rodillas para darse algo
de calor, fue incapaz de contestar.- ¿Ginny? —repitió
Hermione y, esta vez, al no obtener respuesta, abrió la puerta
lentamente.
Al instante vio a Ginny en el suelo, llorando, y la
carta a su lado. Avanzó hacia ella despacio.
-Ginny, ¿qué
ha pasado? —preguntó, y la pelirroja notó el miedo en
su voz, el miedo de encontrar justo lo que más había
temido.
-Hermione... —fue capaz de decir, en un susurro apenas.
Se levantó de un salto repentino y avanzó para enterrar
la cabeza en el hombro de su amiga, abrazándola.- Se ha ido...
—volvió a susurrar. Los ojos de Hermione se abrieron
muchísimo, aunque la pelirroja no pudo verlo, y también
comenzó a llorar.
Ron Weasley abrió
lentamente los ojos. Le dolía muchísimo la cabeza,
sobretodo con tanta claridad. Fue al baño, se lavó la
cara con agua fría y se convenció a sí mismo
para aguantar el dolor, y que su madre no descubriera que había
bebido el día anterior. Se vistió, ya en su habitación,
y echó a andar despacio por el pasillo, pero escuchó un
ruido que le llamó la atención. Alguien estaba
llorando.
Siguió el sonido y llegó sorprendido a la
habitación de Harry. Hermione y su hermana estaban allí,
solas, de pie, abrazándose, las dos con lágrimas en los
ojos. Y la comprensión lo golpeó tan fuerte que se
olvidó al instante de su dolor de cabeza, del día
anterior, y del mundo que tenía a su alrededor. Antes de darse
cuenta, había llegado hasta ellas y las estaba envolviendo en
sus brazos, a las dos.
-Ron... —susurró Hermione en su
pecho. El pelirrojo negó con la cabeza, diciendo como que ya
comprendía.
Ginny fue la primera en parar de llorar y
separarse de ellos. Recogió la carta del suelo, y la puso ante
ellos, señalando la frase que Harry le había pedido que
les enseñara. Hermione y Ron se miraron brevemente, y
asintieron.
-Esta noche —dijo Ron.- Ahora tenemos que llevarles
esto a papá y mamá. —añadió, señalando
el otro pergamino.
Los tres bajaron a la cocina, para encontrar al
resto de la familia Weasley sentada a la mesa. Molly Weasley
levantaba un dedo acusador, y Fred y George miraban su desayuno con
la cabeza agachada y ganas de vomitar de lo mal que se
encontraban.
-¡Sé que habéis sido vosotros! ¡Y
no dudéis de que habrá castigo! ¡No me importa
que ya no viváis en esta casa! ¡Y aún encima
darles también a Ron y al pobre Harry...!
-Mamá.
—dijo una voz débil, pero firmemente desde la puerta. La
señora Weasley calló al instante, al ver a su hija,
delante de su hermano mayor y su mejor amiga, los tres con signos
visibles de haber estado llorando.
-Ginny... ¿qué...?
Ginny
le tendió el pergamino destinado a toda la familia. De repente
la señora Weasley parecía sumamente mansa. Abrió
el pergamino horrorizada, y se lo tendió a su
marido.
-Arthur... —pidió, y los demás
comprendieron que no soportaba leerlo ella.
Su marido lo cogió
con sorpresa, pero empezó a leer en voz alta.
-"Ya saben
a quién va dirigida esta carta, así que no me molestaré
en apuntar todos los nombres. No quiero que se disgusten, o se
preocupen en exceso. Yo estaré bien, tengo mis maneras de
protegerme. Dentro de dos días se aplicará el
encantamiento Fidelio, y Grimmauld Place estará seguro. Quiero
que vayan todos para allí, señores Weasley. Yo mismo
seré el guardián secreto, pueden estar tranquilos.
Hogwarts sigue siendo un lugar seguro, y volverá a abrir en
septiembre. Sólo les pido que manden allí a Ginny, Ron
y Hermione. Todos vosotros sois como mi familia, sólo quiero
que confiéis en mí. Dejad que Tonks y Remus lean esto,
quiero que vayan con vosotros. Me mantendré en contacto, no
intentéis comunicaros conmigo, por favor, de todas maneras no
podríais. Algún día quizás volvamos a
vernos. Harry Potter."
Arthur finalizó sin poder
creérselo. Nadie dijo nada. Simplemente, se miraron entre
ellos, y luego cada uno se perdió en sus pensamientos,
mientras la señora Weasley derramaba lágrimas
incontrolablemente.
-Arthur... ¿podremos...
comun-comunicarnos con él? —dijo entre sollozos.
-No
mintió. —dijo Hermione.- Puede hacerse inmarcable. Yo misma
le enseñé el hechizo... no pensé que...
-No
importa, Hermione —dijo el señor Weasley.- No hay nada que
podamos hacer, sólo lo que Harry nos pide.
-Pero...
Arthur... —protestó la señora Weasley.- ¿estará
bien?
-Eso espero. Tenemos que confiar en él, Molly. Todos
nosotros. ¿En quién podemos confiar si no? —dijo
Arthur. Nadie tuvo nada que decir.
Harry Potter apareció
fuera de los límites de Hogwarts, en una zona apartada. Casi
al instante, escuchó un ruido tras él. El ruido de algo
que intentaba moverse con sigilo. Sacó la varita
inmediatamente, y la sostuvo ante él, alerta. Lo que apareció
ante él, sin embargo, no fue un enemigo.
-Fawkes...
—susurró, maravillado, dejando que el fénix llegara
hasta él para acariciarle el plumaje. El fénix se dejó
hacer, inusualmente triste.- Sólo te tengo a ti, Fawkes —dijo
para sí mismo, comprendiendo.- Estamos solos, solos. ¿Te
quedarás a mi lado para ayudarme?
El fénix hizo una
reverencia hacia él, y Harry lo interpretó como un sí.
Luego se apuntó a sí mismo con la varita y se hizo
inmarcable, con el hechizo que Hermione le había
enseñado.
-Bien. Vayamos a junto de McGonagall.
Harry
echó a andar hacia el castillo, y al poco rato vio que Fawkes
ya no estaba con él. Se preocupó un poco, pero no en
exceso, pues el fénix parecía inclinado a quedarse con
él. Las puertas del Castillo estaban cerradas, y lo único
en que pudo pensar Harry para entrar fue en susurrarles algo en
pársel. Para su sorpresa, se abrieron. Anduvo por el Castillo
despacio, fijándose en cada piedra, cada cuadro, hasta llegar
inconscientemente a la gárgola con forma de fénix.
Inmediatamente notó un peso en el hombro. Un suave canto
resonó dentro de él, y la gárgola les cedió
el pasó a él y a Fawkes.
-¿Quién...?
—espetó la voz de McGonagall.- ¿Potter?
Harry
avanzó hacia el escritorio y asintió lentamente. Se
sentó, observando su alrededor con curiosidad, y comprobó
que todo seguía igual que siempre. Su mirada se deslizó
hacia el cuadro del profesor Dumbledore, que le sonrió
indulgentemente. Luego miró a McGonagall, a la que nunca había
visto tan sorprendida.
-¿Qué haces aquí?
¿Cómo has...? —reparó de repente en Fawkes y
paró.- El fénix explica cómo has entrado, de
acuerdo. ¿Por qué estás aquí?
-Profesora,
necesito su ayuda, la ayuda de Hogwarts. —dijo Harry. La profesora
lo miró sin comprender.- Necesito que Hogwarts abra este
año.
-Bueno, si disponemos de algún alumno
abriremos, así que supongo...
-Escuche... yo no voy a
venir. Tengo que seguir lo que Dumbledore y yo empezamos —la
profesora lo miró con interés, pero no lo presionó.-
Sin embargo, Ron, Ginny y Hermione vendrán, y necesito que
estén bajo la protección del colegio.
-Harry... el
colegio ya no es seguro. —dijo McGonagall.
-Yo le ayudaré
a reforzar la protección. Pero debe saber que Voldemort no
puede entrar en Hogwarts. Lo comprendí durante el verano. Ya
no puede entrar aquí, y sus mortífagos tampoco.
-Pero,
¿por qué?
-La casa de mis tíos era segura
para mí porque mi madre murió para salvarme, por amor,
simplemente por eso. El curso pasado el profesor Dumbledore se
sacrificó por el Colegio. Por Hogwarts, el Colegio entero. Lo
estuve pensando en verano, pero al entrar aquí lo sentí
—dijo Harry con sentimiento.- Sentí como su barrera me abría
paso. No creo que haga lo mismo con Voldemort.
-Puede que el
muchacho tenga razón. —dijo la voz afable de Dumbledore
desde el retrato. McGonagall miró el retrato y luego volvió
a posar su vista en Harry.
-El colegio abrirá, de eso
puedes estar seguro —dijo con determinación.- Pero, ¿qué
harás tú?
-Algo que hay que hacer, y cuanta menos
gente lo sepa mejor. Los señores Weasley le mantendrán
informada cuando me ponga en contacto con ellos, espero. Sólo
necesito un último favor. —McGonagall lo miró
interrogante.- ¿Puede prestarme al profesor Flitwick
mañana?
-Mañana durante el desayuno puedes hablar tú
mismo con él.
Harry durmió aquella noche en su
dormitorio de la torre de Gryffindor. A la mañana siguiente
después del desayuno se despidió de la profesora
McGonagall en su despacho.
-¿Ha visto el pensadero de
Dumbledore? —preguntó casualmente.
-No me he atrevido
a...
Harry avanzó hacia el estante del pensadero y escogió
las memorias de los Horcruxes para guardárselas él
mismo. Fue una sensación realmente extraña.
-Quiero
que vea algo. Entre —pidió luego.
Un minuto después
la profesora levantó la cabeza del pensadero y lo miró
casi con compasión. Abrazó a un Harry sorprendido.
-Ten
cuidado, Harry. Si esa profecía es cierta... Confío en
ti. —dijo, en su oído.- Y Dumbledore también lo hacía
—añadió en un susurro.
Harry asintió
firmemente. Y él y Fawkes salieron del despacho sin decir una
palabra más para reunirse con el profesor Flitwick en
Grimmauld Place.
