Jack
Ginny
Weasley abrió mucho los ojos y miró a su hermano, y
luego a Hermione, repitiendo el gesto un par de veces.
-Me
esperaba algo así, pero... esta historia lo supera con
creces... —admitió. Se giró hacia su derecha y
acarició a Hedwig dulcemente. La lechuza, que parecía
más triste de lo habitual, se dejó hacer.
-No sé
si podrá hacerlo solo... —dijo Hermione, dubitativa.
-Por
supuesto que podrá. —dijo Ginny furiosamente, lanzándole
una mirada furtiva a su mejor amiga. Luego pareció
reconsiderar su tono, y sus ojos se llenaron de lágrimas.-
Tiene que poder... —susurró, casi una súplica.- Tiene
que volver...
-Algún día, Ginny —dijo Ron
firmemente.- Algún día volverá.
Y lo dijo tan
desafiante, tan seguro de sí mismo, que Hermione le
creyó.
-Gracias, profesor —dijo Harry, el
encantamiento ya hecho. El profesor Flitwick lo observó por un
momento fijamente. Harry nunca lo había visto tan
serio.
-Harry, cuidate. —si la situación hubiera sido
diferente, Harry se habría reído al ver al diminuto
profesor mirándolo así.
-Lo haré, profesor.
Hasta... —dijo Harry, pero se frenó.- Adiós.
El
profesor Flitwick escuchó apenas el sonido de la desaparición,
y Harry Potter ya no estaba en la casa.
Un muchacho de
unos doce años, con pelo negro y ojos verdes caminaba por el
medio de Londres, solo. Las manos las llevaba metidas en los
bolsillos de sus pantalones vaqueros, y caminaba casi con desgana,
relajado. El pelo le caía por delante de la frente, tapándole
algo sus deslumbrantes ojos. Una camiseta de manga corta cubría
su torso, que aparentaba ser bastante delgado.
Llegó a la
puerta de un destartalado orfanato y sonrió. Entró sin
dudar. Una especie de recepción, con una cabina y un
mostrador, le dio la bienvenida, aunque no había nadie allí
dentro. Siguió el único pasillo que había, con
intención de investigar un poco.
-¿Quién
eres? —dijo una voz suave, con curiosidad. El muchacho se giró
y vio un niño de unos cinco años delante de él,
mirándolo.
-Mmm... Jack, ¿y tú?
-Me llamo
John. Y esta es mi hermana Lucy —respondió el pequeño,
haciéndose a un lado. Una niña que tendría unos
tres años le sonrió.
-Jack! —exclamó,
ensanchando su sonrisa.
-Sí, soy Jack, -sonrió el
otro muchacho, haciéndole una mueca graciosa. La niña
comenzó a aplaudir- Escucha, John... ¿no hay nadie
mayor por aquí?
El niño señaló detrás
de Jack, y éste se dio la vuelta.
-Hola —dijo,
fingiéndose cohibido.
-¿Quién eres? —preguntó
la señora que lo miraba con aspecto severo.
-Me llamo
Jack... Strawberry. Yo... mis padres... —dijo con súbito
nerviosismo.
-Ven conmigo, Jack. —dijo la señora,
comenzando a andar.- John, llévate a Lucy a la habitación.
Creo que vais a tener un nuevo compañero.
Jack siguió
a la mujer por el largo pasillo, hasta llegar a la primera puerta, y
entró tras ella.
-Siéntate, Jack —dijo la mujer
amablemente.- ¿Qué les ha pasado a tus
padres?
-Ellos... están muertos... —dijo Jack,
mordiéndose un labio. Al menos no era mentira.
-¿Cuántos
años tienes?
-Doce.
-¿Y no tienes familiares,
alguien que pueda hacerse cargo de ti? ¿Por qué has
venido hasta aquí? —la mujer lo estaba interrogando, pero
siempre con aquella sonrisa afable. Si hubiera tenido doce años
de verdad, le habría cerrado la puerta en las narices y habría
salido de allí.
-Yo... mis padres... vivíamos en un
mal barrio... no tengo a nadie más... —dijo, fingiendo
nerviosismo, y volviéndose a morder el labio.
-No te
preocupes... puedes quedarte aquí. Mañana te haremos
más preguntas, ¿vale? Pero basta por hoy. Te enseñaré
tu habitación. —dijo la mujer. Jack se levantó para
volver a seguirla. Esta vez subieron al siguiente piso.- Como ya has
conocido a John y Lucy, te pondré con ellos, que están
solos. Hacía siglos que no hablaban con nadie, esos dos.
Bueno... la cena se sirve en una hora, acomódate. —sugirió
la señora, aunque luego se dio cuenta de que el muchacho no
tenía nada más que lo que llevaba puesto.
Cuando
cerró la puerta tras ella, Jack suspiró, y observó
otra vez a los dos niños que tenía delante.
-¿Por
qué estás aquí? —preguntó John. Jack le
sonrió. Agradecía la curiosidad y el arrojo de un niño
de cinco años.
-He venido a investigar —dijo Jack con
tono misterioso.
-¿En serio? —preguntó el niño
impresionado, aunque con un deje de desconfianza.- ¿Y qué
vas a investigar?
-¿Crees en la magia? —preguntó
Jack, que esperaba que el otro niño se lo tomara como un
juego.
-No —dijo inmediatemente, y le lanzó una mirada
furtiva a su hermana. Por alguna extraña razón, Jack
supo que mentía.
-Vaya... entonces no puedo contártelo...
—dijo, fingiendo lástima.
-Yo sí! —exclamó
Lucy, y su hermano la miró fugazmente, enfadado. Y de repente,
ocurrió algo que Jack supo identificar perfectamente lo que
era. La lámpara que había en el techo estalló, y
John miró hacia otro lado. Jack sacó entonces un palo
alargado de su bolsillo, avanzó hasta los pedazos de la
lámpara y murmuró:
-Reparo.
Al instante la
lámpara volvió a estar entera y en su sitio. Lucy lo
miró extasiada y comenzó a aplaudir, y John lo miró
interrogante.
-¿Con cuántos años llegaste
aquí? ¿Recuerdas algo de tus padres? —preguntó
Jack interesado.
-Nada —negó John.- Yo tenía tres
años, Lucy aún no tenía uno. A veces creo que
los veo en sueños... ¿Te vas a quedar con nosotros?
—preguntó, y Jack notó el tono de esperanza.
-Unos
días. Luego he de irme. —dijo casi con pena. Apenas llevaba
diez minutos con aquellos dos y ya les había cogido cariño.
Además, aquel niño había hecho magia accidental,
de eso estaba seguro. Podía... llevárselos... No, no
podía. Sería muy peligroso. Sería casi suicida.-
Escuchad... ¿podéis llevarme a otras habitaciones?
John
asintió ansioso, y Lucy cogió su mano y tiró de
él, siguiendo a su hermano. Jack tuvo suerte, y la primera
habitación en la que entraron, la reconoció al
instante. Le pareció que las camas estaban colocadas de la
misma manera. De hecho, fue como si en todos aquellos años no
hubieran cambiado absolutamente nada.
-¿Quién eres?
¿Por qué estás con ellos? —preguntó una
niña de siete años nada más verlos.
-Acabo de
llegar. Me llamo Jack —respondió, pero no le gustó el
tono de la otra niña.
-Son raros —dijo, llevándoselo
aparte.- Es mejor que no te juntes con ellos... —susurró en
tono confidencial.
Inmediatamente, los recuerdos de su niñez
volvieron a su mente, y sintió que John y Lucy podrían
comprenderlo, podrían entender absolutamente todo lo que les
dijera, a pesar de ser tan pequeños.
Jack pasó la
siguiente semana observando aquel orfanato, buscando indicios de
magia, o de objetos mágicos. No halló nada, a parte de
aquella porción de magia accidental que John había
hecho el primer día. La noche del octavo día, se
despidió de John y Lucy.
-Promete que volverás —dijo
John, y Jack pudo ver las lágrimas en sus ojos.- El primer día
te mentí. Creo en la magia —susurró, como si eso
pudiera hacer que Jack se quedara.
-Puedes hacer magia —puntualizó
Jack, con una sonrisa. Cogió a John y lo estrechó en un
gran abrazo. Luego repitió lo mismo con Lucy.
-Pero promete
que volverás —pidió, susurrando en su oído.
-Lo
prometo —dijo Jack, muy a su pesar. Le dolía dejarlos allí
después de la semana que habían pasado juntos. Y supo
que, algún día, volvería.
Se separó de
ellos, les revolvió el pelo cariñosamente y, ocultando
las lágrimas de sus ojos, Jack Strawberry desapareció
de allí en un abrir y cerrar de ojos. Cuando se apareció
en la calle continua, después de una poción
envejecedora, volvió a ser Harry Potter, el niño que
vivió, pero las lágrimas no habían abandonado
sus ojos.
-¿Estáis listos? —preguntó
Arthur Weasley, observando a su familia. Todos asintieron
decididamente.- Bien... tenéis que leer este papel primero. El
profesor Flitwick me lo dio. Hermione, Ginny, vosotras primero.
Las
dos muchachas se metieron juntas en la chimenea y tras pronunciar el
nombre de Grimmauld Place, 12, las dos fueron absorbidas por ella. El
resto de los Weasley fueron llegando con cuentagotas, y todos fueron
recibidos por Remus Lupin y Tonks. Apenas habían llegado,
cuando una lechuza blanca entró en la cocina y se posó
en el hombro de Ginny, que la acarició suavemente. Todos se
miraron algo tensos.
-Bueno... ¿quién me ayuda a
subir los baúles? —preguntó Arthur Weasley. Remus se
adelantó de inmediato, y los dos hombres se pusieron a ello,
mientras Molly comenzaba a preparar la cena de aquella noche y
mandaba a los muchachos limpiar un poco la casa. Había mucho
trabajo por hacer.
-¡Asquerosa sangresucia! —exclamó
una voz tras él. El cuerpo de Harry se tensó. Sacó
su varita y avanzó hacia las voces con cautela.
Una mujer,
empuñando su varita, intentaba defenderse de cuatro
mortífagos. Eran las cuatro de la mañana, y todo estaba
muy oscuro en Londres, especialmente en aquel parque algo alejado,
pero aquellos gritos se escuchaban perfectamente. Harry se puso la
capucha de la túnica, cubriéndose la cabeza. Luego se
dejó ver. Los mortífagos se rieron de él
socarronamente, pero no les dio tiempo a decirle nada. Era como si el
odio que sentía lo hiciera invencible ante ellos. Supo que no
podrían rozarlo siquiera.
-Gracias —murmuró la
mujer, todavía nerviosa, cinco minutos después.- Mi
madre está enferma y me llamó, iba a su casa...
-No
tiene que darme explicaciones. Ellos sí que tendrían...
—dijo Harry, sin destapar su cara, señalando el montón
de mortífagos atados mágicamente en el suelo.
-¿Quién
eres? —preguntó la mujer intrigada.
-Me llamo Jack
—sonrió Harry. Y con un movimiento de su varita dejó
allí a la mujer, de nuevo sola.
-Papá, mira
esto —dijo Ron, ansioso, pasándole el Profeta del día
a su padre. Una foto de cuatro mortífagos amontonados en una
calle de Londres estaba en la portada. Uno de ellos era Crabbe, los
otros eran tres desconocidos, nuevos reclutas de Voldemort.
-Un
desconocido hace el trabajo de los aurores... —leyó el señor
Weasley, pensativo.
-Pásalo, papá —dijo George,
desde el otro extremo de la mesa. Cuando el periódico llegó
hasta él, Fred y Remus lo leyeron también por encima de
su hombro.
-¿Es posible que...? —empezó
Fred.
-Fred... —dijo su padre con tono de advertencia.
-Es
como el zorro, supermán, spiderman... —dijo George soñador,
mirando hacia el techo con aires de admiración. Ron lo miró
sin comprender.
-Son héroes muggles —explicó su
padre.
-¿Estáis hablando de superhéroes?
—preguntó Hermione extrañada, entrando en la cocina y
seguida por Ginny. Por toda respuesta, Fred le pasó el
periódico.- Ya entiendo...
Ginny leyó la noticia por
encima de su hombro, pero no dijo nada. Desde que se había ido
Harry, no hablaba mucho, y Hedwig la acompañaba a todas
partes. Su madre había intentado hablar con ella en vano, y
había intentado que Bill, que era su hermano favorito, lo
hiciera en su lugar desde que había llegado de su luna de
miel, pero Ginny simplemente se negaba a hablar demasiado.
Suspiró
cuando se dio cuenta de que todos en la mesa le dedicaban miradas
furtivas, estudiando su reacción.
-Sólo queda una
semana para Hogwarts... —comentó, cogiéndolos a todos
desprevenidos. Hermione le dedicó una sonrisa y comenzó
a hablar atropelladamente del curso siguiente. Ron, muy a su pesar,
se vio incluido pronto en la conversación y, por un momento,
todo volvió a la normalidad en aquella familia.
-Os juro
que ahora mismo dejaría el trabajo... —dijo Tonks furiosa,
entrando desde la calle.- ¡Scrimgeour es tan inepto como Fudge!
—exclamó, sentándose al lado de Remus. En aquel
preciso instante, su pelo se puso pincho y de un rojo
alarmante.
-¿Qué ha pasado? —preguntó
Remus, con voz calmada.
-No nos deja trabajar... ¡eso es lo
que pasa! —dijo, intentando calmarse un poco. Todos la miraron sin
comprender.- Ahora quiere que vayamos tras él... —dijo
señalando el periódico que todavía sostenía
Hermione en sus manos.- Dice que no consiente que nadie haga nuestro
trabajo... —continuó indignada.- Lo que pasa es... ¡que
cree que es alguien de la Orden! Si Dumbledore no hubiera muerto, le
echaría a él la culpa...
-Pero... ¿sabe quién
es el que...? —preguntó George, pero fue cortado por
Tonks.
-¡Por supuesto que no! No cree que pueda ser Harry,
porque todavía cree que está en la Madriguera. Así
que piensa que es alguien de la Orden, pero no sabe quién. Si
no fuera por...
-Tonks —interrumpió Lupin firmemente.-
Vamos arriba, necesitas calmarte.
La metamorfomaga miró de
reojo a Ginny y asintió, levantándose para ir con
él.
-Si no quieres seguir, déjalo —sugirió
Remus, una vez en su habitación.- Pero piensa que después
de la guerra quizás quieras el trabajo de nuevo...
-¿Hay
un "después de la guerra"? —preguntó Tonks.- Y si
lo hay, ¿sobreviviremos? Nos hace falta el dinero, Remus, no
puedo dejarlo.
-Nos las arreglaremos. —respondió el
hombre lobo, envolviéndola con sus brazos y acercándola
hacia él.- Tampoco me gusta dejarte ahí fuera, sola...
y si el Ministerio no es de ayuda...
-No podemos librar dos
guerras a la vez. Deberíamos de estar todos unidos contra
Voldemort. —susurró Tonks en su oído. Lupin no dijo
nada, aunque sabía que ella tenía razón.
