Capítulo 46
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Las gotas golpeaban con gambas pesadas los extensos cristales de la suite en la que se alojaba Seiyi. Situada en el décimo piso del hotel, su habitación contaba con una amplia vista al mar, tal como lo había pedido, dejando al descubierto absolutamente todas las ventanas al temporal que había iniciado con el amanecer y que recrudecía a cada minuto. No le desagradaba, por el contrario, era hombre amante de la lluvia siendo esas noches llenas de los sordos sonidos de las gotas al estrellarse, las mejores a su gusto para el sexo.
Y en ese silencioso atardecer, el enorme living a penumbras apenas aclaradas con los cálidos tonos de la moderna lámpara de pie al lado del sillón, era interrumpido y llenado con el arrullador sonido seco multiplicado por miles. Cada tanto el ulular apenas imperceptible del viento que redoblaba sus fuerzas a cada hora, distorsionaba el incesante golpeteo. Mayor placer que ese era imposible, tal vez el sabor del cigarrillo mentolado que llenaba sus pulmones impactando del otro lado del vidrio al ser lentamente expulsado, le sumaba disfrute a la agonía, pero no era eso lo que tenía en ese estado de meditabunda añoranza.
No, o tal vez sí. Era la lluvia y el paisaje, aquellas playas a la distancia tan claras al sol que las hacía relucir la mañana anterior, siendo ahora escasamente visibles a través de la bruma por la tormenta, y las olas agitadas golpeándolas con violencia, con espuma, sal y viento, y las palmeras ladeadas en esfuerzo de resistencia alumbrándose al destello de los relámpagos. Y era la contemplación de aquella oda que además del paisaje, le arrasaba los recuerdos con esos preciosos jades que, de estar allí, estarían inmensamente abiertos en fascinación y disfrute, prendidos en ese espectáculo, en absolutamente todo y a la vez nada, devanando en sus pensamientos vaya a saber qué historia o pregunta, mientras la boquita se retorcería hinchada al frente, a la vez que los dedos jugarían impacientes acariciando sus clavículas, o enredados en algún mechón que las rosara.
Y él prendido de ella, no se perdería nada.
Y sonrió.
Sonrió mirando hacia el lado de la ventana en donde su imaginación la dibujaba dentro de la habitación, esforzándose una vez más para que no se le notara el embobamiento que lo inmovilizaba cada vez que se perdía observándola.
Porque así era ella, tan simple al ojo mundano, y tan compleja y profunda a los suyos, tan llena de esos pequeños detalles que la hacían única, la convertían en un ser exquisito que cabía ahora en cada una de sus exigencias, no sólo cubriéndolas, sino desbordándolas con sobrado gusto. Arrastrándolo a ese sentir que lo tenía impaciente moviendo las estrategias más rápido de lo que esperaba, porque era que ya sus dedos no aguantaban, ni su boca, ni su cuerpo, ni tampoco ese deseo que lo tenía repitiéndose que no se imaginaba de otra forma que no fuera a su lado en los días venideros.
Suspiró pesado, soltando el humo y las ansias, y la sonrisa se disipó de entre sus labios cuando una nueva calada le entrecerró el ceño.
Debía ser paciente. Más paciente.
Era consciente de que estaba andando el mismo camino que creara el peliplata al absorberla en su momento más doloroso, al contenerla para borrarle los sufrimientos reemplazándolos por sus besos, por sus brazos. Y sabía que eso no era sano.
Le dijo que él no sería segundo de nadie, pero ahí estuvo, durmiendo con ella tres noches seguidas para que no llorara, besándola cada que podía para que no recordara, ocupándola con su rutina en cada minuto del día para que sus sonrisas no se borraran. Poniéndose en esa posición del consuelo, en el clavo que desplaza al traicionero en ese intento que buscaba borrarle el dolor a punta de su presencia.
Lo mismo que hiciera Kakashi cuando ella se derrumbó al regreso de Sasuke.
«Puta madre…»
Y entendía que no lo hacía adrede, no en afán única de conquista, sólo buscaba reconfortarla, provocarle esas sonrisas, ese sonrojo que sólo se preocupaba por sus indiscretos avances no por el dolor y la vergüenza que ahora la asolaban. No soportaba verla mal, saberla sufriendo, nunca las lágrimas ajenas le amargaron tanto y más cuando eran derramadas por él, por su amigo.
Y sin quererlo, allí estaba, recorriendo los mismos pasos que una vez criticara.
Pero no enfurecía por ello, no era hombre de arrepentimientos, jamás pediría perdón ni permiso. Pero en esos momentos, casi que se desconocía al estar prácticamente conduciendo como un novato sus movimientos.
Él no reemplazaba a nadie. Él no buscaba borrar un pasado.
Él venía a escribir una historia nueva, ganarse su lugar, un lugar único en la vida de Sakura. Y por primera vez en la vida, se sentía inquieto ante su deseo.
—Debes calmarte, hombre. La impaciencia es de perdedores —le dijo duro a su reflejo en el vidrio, antes de calar otra vez sin poder evitar que a los recuerdos volviera el sonrojo de la joven cuando le reclamara que ya habían dado el tercer beso.
Y no pudo evitar sonreír nuevamente debiendo morderse el labio inferior al sentir el fantasma de ese cuerpo calentándole la piel.
El tercero...
Fue el amo el que ahora retorció intranquilo cuando vio en ese balbuceo la búsqueda de desafío a la advertencia del hombre, para que al fin fuera por aquello que no controlaría, usando en contra las reglas de su propio juego. Astuta, provocadoramente sutil y única, buscándole aún en decoro hasta su actos más perversos.
Imposible fue borrar ese momento aquella mañana al despertar, lo que lo llevó a regalarle una cama tamaño king size durante la tarde, porque sabía que la noche y ella lo llevarían a dormir con la joven una vez más. Y no soportaría no contar con el suficiente espacio para alejarse cuando sus ganas le ganaran a su fustigado autocontrol.
Y aun así, la mañana del tercer día, despertó con la pelirrosa abrazándolo, dejando un mar de cama libre detrás de ella y a él al borde contrario, al que se arrastró inconscientemente buscando la fresca lejanía de ese pequeño cuerpo.
Única. Realmente única.
Fue así que cuando le llegara la invitación de sus nuevos socios en la floreciente zona turística del país de las Olas, para que hiciera un recorrido a fondo por los hoteles que comprarían, decidió tomarlo como la obligación que no era. No serían más de dos días que lo llevarían lejos, dos que convirtió a fuerza de distracción y convencimiento, en cinco. Necesitaba esa distancia sino quería terminar de romper sus principios cayendo en novatadas.
La chica atentaba contra cualquier compostura y lo tenía dudando de su fortaleza a cada nuevo acercamiento, porque aquello que la hacía única era un imán para sus demonios. Y una tortura para su corazón virgen en esos sentires, ya que si algo no había experimentado en su vida, era aquella necesidad imperiosa de compartir con una mujer algo más que no fueran látigos y cama. Y lo tenía ansioso, contando los minutos para volver a verla, obligándolo a repasar todas las estrategias de conquista que alguna vez casi si eran tan naturales que ni notaba que las hacía.
—¿Señor? —la voz de Watari le hizo voltear.
—Sí, Watari.
—Disculpe si interrumpo.
—No, no, está bien, dime.
El hombre asintió comenzando a hablar.
—Nos informan desde la administración del hotel, que la tormenta recrudeció, se espera que el temporal empeore en las próximas cuarenta y ocho horas, con ráfagas de viento de hasta cien kilómetros por hora —continuó—. No podremos regresar hasta pasado mañana, señor. Todas las carreteras fueron cerradas por precaución. Ya resolví nuestra estancia hasta el sábado, manteniendo las habitaciones que actualmente ocupamos.
Apretó los dientes antes de dar la última calada apagando el cigarrillo en el cenicero después. Había extendido su ausencia en Konoha un tiempo prudente, y le molestaba verse forzado a más, pero sabía que podría sacarle provecho aun cuando todo en él estuviera ahora removiéndose odioso.
—Bien.
—¿Le envío una nota y flores a la señorita Haruno?
—No —y ahora se dirigió al bar de la suite para servirse una medida de uno de los whiskies con veinte años de añejamiento.
—Le recuerdo que ya ayer no le envió nada, señor.
—Lo recuerdo muy bien, Watari.
El hombre abrió la boca para replicar, cerrándola de inmediato después. No estaba de acuerdo con la decisión, Sakura le caía muy bien y había notado la ilusión y deseo con los cuales observaba al Hyuga, pero entendía en cierta medida lo que su señor hacía. Porque había notado la intensidad de los sentimientos que él tenía hacia la joven, una intensidad que nunca viera expresar por nadie, y eso era nuevo. Y bueno también. Ella era una excelente mujer para ese hombre, uno que había criado con el cariño y dedicación como si fuera su propio hijo, y nada más ansía un cuidadoso padre que saber que lo suyo quedaría en unas desinteresadas y amorosas manos.
—Entiendo, señor —dijo al fin sin ocultar demasiado el tono de fastidio, tomándose unos segundos para hablar luego—. Si me permite, me gustaría darle un... llamémoslo, consejo.
Seiyi le miró con seria sorpresa en ese instante.
Pocas veces Watari se entrometía en su vida. No era un sujeto juicioso, o por lo menos jamás lo demostraba, lo que le llevaba a impresionarlo en gran medida de que ahora lo hiciera.
—Sí, dime —dijo tranquilamente, aunque ya lo tuviera más que intrigado, disimulando ese desconcierto tras la mueca contenida del amargo primer trago.
Watari carraspeó sobre su puño, cruzando las manos tras las espaldas después. La gestualidad en su rostro era la misma que siempre, sólo había un leve titubeo en la comisura de los labios, apenas visible debajo del prolijamente recortados bigotes, pero detalle al fin que le decían a Seiyi lo profundo y personal que sería el consejo.
Pero no llegó a nada, sonriéndole después al bajar la mirada, como si hubiera arrepentimiento en el arrebato anterior.
—Watari, ¿me dec-
—Perdone, señor —interrumpió agitando la mirada—, no me haga caso.
—Pero ibas a decirme algo.
—No quise entrometerme, haga de cuenta que no le pedí nada.
Seiyi entrecerró el ceño.
—No me hubieras solicitado ese permiso si no fuera nada. Te conozco, Watari.
El aludido respiró hondo, asintiendo una vez.
—Entonces, habla —y fijó esas profundas perlas negras en el hombre que, de no conocerlo, ya estaría hasta temblando por el gesto.
—Es que, verá —apretó las manos tras las espalda, humedeciendose apenas los labios sólo como impulso— …la señorita Haruno me parece una excelente mujer para usted, y no me gustaría que —dudó—…Señor, no la deje escapar.
Y ahora era Seiyi quien sonreía, incrédulo y a la vez fascinado porque aquel consejo se tratara sobre ella.
—Tranquilo, Watari, créeme que no pretendo eso.
— Y me alegro, por ello —apretó los labios nervioso, estirándolos en una forzada sonrisa, frotando luego entre los dedos el papel con el mensaje que venía a entregar, más allá de las novedades de la tormenta— , pero además me llegó un mensaje para usted.
Lo extendió dando un paso al frente, cuando Seiyi se acercó serio a tomarlo.
—¿De quién es?
—La señorita Aikawa.
—¿Si? Le dije que su estrategia era correcta, ¿qué podrá necesitar ahora?
—No es por eso, señor —carraspeó—. Ella necesita que usted entregue el mensaje que allí anoté. Palabras textuales de Aikawa.
Seiyi lo miró unos segundos mientras desdobla la hoja que contenía unas pocas palabras, y suspiró relajando el semblante al tomarlas. Ya sabía lo que debía hacer para lograr lo solicitado, admitiendo que aquello traería cola, pero lo haría de todas formas. Él siempre apoyaba las causas perdidas, aunque devinieran en más de un problema al seno de esa familia tan almidonada que tenía.
—Bien. Entiendo. Respóndele que lo haré, sólo que me brinde unos días —y le devolvió la hoja para que su mayordomo se deshiciera de ella—. Ahora, quedamos en que ibas a darme un consejo.
— Y ya lo hice, señor.
—Watari, por favor —bebió un nuevo sorbo dedicándole una mirada de advertencia— ,no tientes a mi paciencia.
Era una amenaza vacía, un mero juego de poder entre ellos. Amo y mayordomo, su fiel servidor ante un señor exigente, aunque aquellas fueran meras pantallas. Jamás necesitó imponerse ante ese hombre, ni aun así lo haría. Pero sabía que al exigirle como su señor tentaría a la templanza de su negativa a obedecer, venía de una familia de servidores muy tradicional y antigua, y él no sería el primero en desafiar los principios ancestrales de los servicios a las altas cunas.
Y así fue que lo tuvo respirando hondo ante la dura sugerencia, siendo ajeno en el hombre tales demostraciones de duda, provocando en Seiyi esa sonrisa apenas tierna, que ocultó tras el vaso y el líquido ámbar que pronto mojó sus labios.
—Quería pedirle —carraspeó nervioso— …que sea muy cuidadoso en el elegir los medios que usará en la conquista de la señorita Haruno.
La sorpresa del Hyuga fue quizás mayor que ante la pregunta, y no pudo evitar sonreír ya sin reparos dejando escapar una leve carcajada, antes de acercarse unos pasos hacia ese hombre que de estoico tenía algo más que él, aunque no le engañara.
—¿Que elija mis métodos de conquista? —carcajeó— ¿Qué me quieres decir? ¿Que voy a meter la pata con ella?
—Con su permiso señor —inclinó la cabeza en respeto desviando de esos ojos la mirada— , así lo veo. Mis disculpas si le ofendo.
—No, no, no. Me gusta tu franqueza. Sigue. Y dime, según tú ¿en qué estoy fallando?
—No me tome el pelo, por favor señor.
—No te disculpes —carcajeó nuevamente yendo ahora hacia los sillones que daban sus respaldos al ventanal, para tomar asiento allí con el temporal desarrollándose violento como mural de fondo, invitando a su mayordomo a hacer lo mismo frente a él—. Dime más, estoy interesado.
Watari apretó la mandíbula dudando al principio, pero pronto decantó por obedecer al ofrecimiento, acomodándose con elegante cautela en el lugar indicado.
Carraspeó.
—Sakura-
—Ah ¿ahora la llamas por su nombre?
—Perdone, señor, no quis-
—No, no, llámala así —le interrumpió—. Es un bonito nombre, ¿no?
Asintió.
—Le decía —continuó—, Sakura es una mujer inteligente con ese noble corazón al que lastimaron profundamente—suspiró dándose unos segundos—. Y no la veo como las demás, buscando su posición y dinero para retribuir el cariño. Ella es distinta —Seiyi frente a él asintió siguiendo cada palabra— , muy profunda, entregada. Y no veo que necesite de un caballero que sólo la conquiste. Lo que ella necesita es… sinceridad, y mucha.
—Soy sincero con ella —apuró en responderle.
—Toda la sinceridad, señor —y se clavó en sus ojos sin dudas y sin sometimiento.
Seiyi le observó unos segundos, apoyando el vaso en los labios después para beber el remanente en un único trago. Y le miró con imperturbable seriedad luego.
—Sea usted con ella. Todo usted, señor.
Asintió, sin poder evitar la leve emoción que anidó en la dura mirada después, debiendo huir de esos cansados ojos que le observaban con advertencia y ternura a la vez.
Y quedaron en silencio unos instantes, silencio en el que Watari no dejó de detallarlo, conteniendo esas enormes ganas del contacto físico que nacían de la ternura del cariño, aquel que sólo buscaba consolar al ser querido.
—Disculpe si le incomodé señor, no fue esa mi intención. Pero debía decírselo porque lo que veo entre ustedes me recuerda —y ahora fue el mayor quien tuvo que interrumpirse bajando la mirada— … Sakura es la mejor mujer para usted, la que cualquier pad —se mordió la lengua carraspeando, para no hablar, pero ¿que le pasaba?— La que todo aquel bienintencionado a su lado, le desearía. Y usted lo es para ella. Sólo …no la deje ir.
Seiyi ya no dijo nada. La atención puesta en la ventana a la derecha, y su mayordomo no necesitó más para entenderle.
Se puso de pie en ese instante y le miró antes de inclinarse levemente en saludo.
—Me disculpo nuevamente si le incomodé. ¿Le hago subir la cena?
—No.
—Entiendo. Que tenga una buena noche, señor.
Seiyi asintió sin mirarlo, suspirando cuando la puerta se cerrara dejándolo solo otra vez. Y allí aflojó el cuerpo, su semblante, todo, frotándose el rostro con ambas manos al entornar los párpados.
Y como si de una broma se tratara, los ojos sonrientes de Sakura mirándolo, con el cuerpo apoyado de lado en la cama al despertar de la última noche que pasaran juntos, lo abordó.
Recordaba perfectamente la mañana, esas sonrisas pícaras, los dientes que jugaron con el rosado labio inferior al reírse de sus bromas, y en cómo le besó después, con calma, con dulzura y con ganas contenidas en tirantes cadenas.
Pestañeó abriendo los ojos cuando el fuerte trueno le asustó, volviendo a la ventana y al temporal que ahora se coronaba en retorcidos relámpagos que alumbraban las entrañas de esas nubes. Y la duda sobre la decisión de no enviar ese mensaje a Sakura, le asaltó otra vez, llevándolo a preguntarse si era correcto faltarle así, entendiendo al fin que no se desea con la misma fuerza aquello que se tiene fácil, como sí aquello que se sabe que se puede tener pero requiere de esfuerzo.
Negar esa nota fue lo correcto. Ella era un todo o nada en su vida, y no se arriesgaría al nada por un desbarate de su entusiasmo.
Aunque ello significara tener que llevar su autocontrol a extremos que jamás probara.
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Sakura suspiró de alivio cuando la última medición de temperatura le indicaba que al fin la medicación estaba dando resultado, y de los cuarenta y un grados de fiebre con los que habían traído a emergencia a un inconsciente y delirante Kakashi, ya había logrado bajar al menos tres.
—Doctora, ¿le aplicamos otra dosis de antifebril? —la enfermera que le asistía, una de las mayores y con más experiencia, que ya había servido al tercero y a Tsunade durante sus mandatos, siendo conocedora de la cautela y reserva cuando del hokage se tratara, le hablaba en susurros.
—No, ya está reaccionando —giró hacia ella para bajar la voz—. Vamos a esperar una media hora más.
—Es tarde doctora, ¿quiere que me quede a hacer guardia?
—No, no es necesario. Ve descansa, me quedaré yo.
—Como usted diga. ¿Quién le ayudará en la madrugada?
—Shizune vendrá más tarde, cuando acabe unas diligencias que le pedí.
—Está bien —dejó los medicamentos en la bandeja—. Hasta mañana doctora. Me manda a llamar si me necesita.
Sakura asintió.
—Hasta mañana, Ame.
La mujer salió cerrando lentamente para no generar sonidos, y fue en ese momento en que la mueca de fría profesionalidad que mantuvo desde que la llamaran por la urgencia, se borró al fin para demostrar lo que verdaderamente sentía.
Angustia.
Y fue mirarlo, quitando del rostro la delgada sábana que le cubría hasta la nariz simulando una liviana máscara, para saber que aquel enojo que tantas veces consideró que sentiría cuando al fin se reencontraran, no existía. Ni siquiera buscándolo lo encontraba.
Solo tristeza, esa sí estaba, y culpa. Culpa porque no dejaba de pensar en que si ella hubiera ido a llevar los informes aunque sea una vez durante esa semana, podría haber notado de inmediato la enfermedad que le aquejaba.
Sasuke le comentó en reserva cuando fuera a preguntarle sobre lo sucedido, que le había visto algo indispuesto al regreso de la misión a la que lo enviara, misión que resultó en cierto éxito al lograr dar con la mano derecha del líder de los insurgentes en una de las tres cuevas.
Le dijo que lo vio mal, que lucía notablemente desmejorado, pero que no le permitió que lo dejaran fuera de las investigaciones. Él quiso encargarse de los interrogatorios en persona, aun cuando era evidente para sus allegados de confianza, lo dificil que le resultaba hasta estar siquiera de pie dentro de la sala.
Y si bien le sugiriera en un par de oportunidades hacerse revisar cuando la debilidad lo llevaba a esconderse de los demás, no pudo insistir demasiado. El carácter de peliplata no le daba lugar a nada sin incurrir en una contienda, y la misión apremiaba. Que se les escapara el líder no fue bueno, se subieron las alertas que tenían a Naruto rastrillando cada centímetro hacia el norte, apremiados por un cierre que debía venir de su lado.
Sakura no siguió preguntando, entendía que Sasuke ya había revelado demasiado, pero no le fue mejor a Shikamaru, recibiendo una reprimenda desde la pelirrosa, la cual el Nara soportó sin quejas para acotarle un "No podía ni nombrarte" cuando quedaron a solas.
No supo cómo procesar aquello, y eligió no racionalizarlo. Ya demasiado había removido tenerlo entre sus brazos mientras lo metían semidesnudo a la tina helada, escuchándolo balbucear incoherencias en esa peligrosa inconsciencia, si hasta creyó escuchar su nombre en medio de las disculpas que a duras penas pronunciaba.
Nunca en su vida le dolió tanto verlo de esa forma, tan blando que hasta si lucía derrotado, y no debiera sorprenderle, ella le había atendido hasta las heridas más graves de los últimos años en que el peliplata sirviera a Tsunade y esta le encomendara las misiones más peligrosas.
Pero ese día, lo veía tan pálido siendo su peso liviano, que hasta si le parecía que él había sufrido más que ella luego de que la dejara. Claro que de inmediato desestimó esa idea, era tonto considerarlo, fue él quien quiso esa distancia.
Suspiró nuevamente, corriendo los húmedos cabellos de la frente en una dócil caricia, para apoyar el dorso después midiendo con el tacto la temperatura.
Kakashi era apuesto. Hacía casi una semana que no le veía, y tenerlo allí a su merced, ignorante de su presencia, le impedían dejar de detallarlo ahora que él no la notaría.
Esas facciones cinceladas y masculinas, una nariz recta, el mentón angular delicado y esos ojos rasgados con la mirada pesada cuando los abría, se conjugaban en una armonía que lo hacían un espécimen exótico pero no menos apuesto. Lucía una barba de días lo que le indicaba lo malo de su estado, él se rasuraba todas las mañanas y a ella le encantaba acariciarle cuando terminaba con dicha faena, una que era casi un ritual al comenzar el día. Y a esa caricia le seguían dos besos, uno en cada suave mejilla, para que luego los labios del varón llegaran a comerle la boca, hasta que las ganas dominaban sus cuerpos.
¿En qué momento todo había cambiado entre ellos? Era tonto preguntárselo, pero casi que no podia evitarlo al tenerlo asi, tan cerca, tan calmo, como si nada hubiera pasado.
Y allí iban sus dedos, involuntarios acariciándole con dulzura, luego de apoyarse una vez más sobre la frente ya más tibia al tacto. Y sin quererlo, pronto se paseaban delineando ese rostro, rozando esos labios con la memoria de tantas noches tocándolo.
Fue en el preciso instante en que los propios picaron deseando aquellos a los que sus dedos se atrevían, en que la mirada pesada de Seiyi antes de besarla en despedida, se le presentara de imprevisto entre sus pensamientos, como si de una alerta se tratara.
Quitó de repente los dedos de esa piel, tomándoselos con la otra mano al frente de su pecho, tal vez apenada por aquel toque que de profesional no tenía nada, o quizás cohibida por esos ojos negros que se sentían tan fuertes aun mediando la distancia.
No quiso buscar razones del arrebato, y fue que no lo sintió incorrecto tocarlo, pero Seiyi en sus pensamientos fue el revés repentino que le recordara el lugar en el que había quedado en la vida del peliplata, y tal vez sólo debiera entristecerse por ello, pero fue ver esos ojos para caer en la cuenta de que cada vez tomaba más fuerza la presencia del Hyuga en su vida, y no era por ese salvavidas que sintió aquella madrugada de consuelo. No ya no, ya no le sentía así a su recuerdo.
Desde ese domingo en que él debiera dejarla por sus negocios luego de días incondicionales, otra sensación se instaló indiscreta entre las que ya pululaban. Al principio no le correspondió ni quiso reconocerla, había dolor cuando a solas estaba, era imposible no revivir el momento de la ruptura al ya no haber distracciones; pero si algo le extrañó fue que no viviera esas primeras soledades como una tortura. Sólo esa tristeza que la sabía finita fue la que funcionara como compañía, sintiendo esa fecha de caducidad en el horizonte, una que no veía la hora en que se sucediera.
Y allí fue, en que las dos primeras noches la cama, la casa, su vida, le supieron grandes y vacías, imposible que las lágrimas no aparecieran. Pero por suerte tenía el hospital, y la emoción contagiosa de Ino al enterarse de que estaba en cinta, ella y Sai serían al fin padres luego de buscarlo por al menos dos años. Pero fue al tercer día, cuando creyó que esa noche sería terrible, en que recibió aquella pequeña nota colgando de un ramo con tres rosas color perla, una por cada noche en que él no estuviera, tal como rezaba de puño y letra. Fue esa sonrisa que dulce se coló hasta en su mirada, y morderse el labio fue la reacción obvia a la que la calidez que anidó en su cuerpo le arrastrara. Le sabía un hombre ocupado y que, sin ella prometerle nada allí siguiera velando por su bienestar, removió aquellos sentimientos que creyó que Kakashi se había llevado.
Fue esa la primer noche en que se permitió reconocer aquel sentir al que no le ponía nombre, temerosa por lo vivido, y era que al fin entendía que aquello que punzara en su pecho era simplemente que le extrañaba. Y sin medirlo, sin ser consciente, se encontró durmiendo del lado de la cama que Seiyi eligiera las tres noches en que la acompañara.
La queja del peliplata a su lado, la sacaron de las cavilaciones. La media sonrisa que anidaba en sus labios, se vio interrumpida por la preocupación que le causó ese pequeño agite, y no pudo más que tomar riendas midiendo con la mano nuevamente la temperatura de aquel que ahora no era más que su paciente.
La piel estaba más fresca, minutos después el termómetro lo confirmaba. Estaba a menos de medio grado para que la fiebre al fin desistiera, y esperaba que Kakashi despertara, esa sería una excelente señal de mejoría.
El hokage había entrado en estado crítico, una gripe sin atención ni reposo lo habían dejado débil ante el nuevo virus, y fue la neumonía que le tomó casi la mitad del pulmón derecho, la que lo llevó al colapso. No estaba grave en ese momento, ya no, ella había logrado sacarlo. Pero le llevaría días recuperarse, días de reposo internado que la tendrían allí, debiendo cruzarlo, hablarle, verlo a los ojos cuando él se estuviera fijando. Y no era que tenerle allí le hubiera disgustado, era que una cosa fue tenerlo así dormido, otra distinta sería cruzar otra vez miradas, oírlo decir su nombre con esa voz ronca, profunda, pesada.
Fue el temor que anidó en el seno de su dolor, el que la llevó a pensar que si Seiyi estuviera allí no se sentiría tan asustada de enfrentarlo. Y fue en ese instante que se dio cuenta en que no era correcto necesitar de un segundo para sacar al primero.
Le habían dejado, sí, el rechazo era complejo golpeando duro en las inseguridades. Pero debía enfrentarlo, no podía esconderse entre los brazos de otro para que uno se fuera, aunque la tentación allí estuviera ofreciéndose fácil, ofreciéndose indiscreta. Eso no era sano ni justo, no para Seiyi, ni para ninguno. Y por más definitivo que aquél pensamiento fuera, debía admitir que aún las emociones le tenían embrollada llevándola a ser seducida por la desgraciada.
La puerta de la habitación se abrió lentamente, y fue Shizune quien se asomó después pidiéndole que se le acercara.
Allí fue Sakura, luego de dejar el termómetro en la mesita, apoyando la puerta al salir sin cerrarla del todo para escuchar si su paciente al fin despertaba.
—Buenas noches, Shizune —le saludó con voz baja.
—Hola Sakura —le respondió colocándose la bata— ,es tarde, ve a descansar. Yo me hago cargo.
—No es necesario, pero ven que te doy el parte.
—Ya lo estuve leyendo —continuó—. Y sí, es necesario. Déjame a mí a partir de ahora, ya se encuentra estable, no va a hacer falta que te quedes. Te llamo si hay algún cambio.
—Soy el médico personal del hokage —advirtió.
—Sí, y yo su mano derecha.
Sakura suspiró.
—No debería...
—No hay ninguna regla que diga que debes quedarte luego de tratarlo, sólo supervisar y velar por que se apliquen tus indicaciones. Nada más.
—Sí, pero-
—¡Y lo estás haciendo! Nadie puede reclamarte nada.
Sakura suspiró nuevamente agachando la mirada. Y fue la mano de la colega y amiga, que le tomó cariñosamente del brazo al acercarse, la que la hizo mirar hacia arriba con esa mueca de tristeza contenida.
—Sakura —le susurró con cariño— , no debes quedarte . Lo sé todo —dijo después provocando esa sorpresa que era tan clara en la mirada jade.
—¿Cómo-
—No fue obvio de tu parte, si a eso le temes —suspiró sabiendo que lo que diría después no era lo más adecuado, pero sí necesario— ,pero no pueden mentirle a Tsunade.
Sakura asintió primero, para preocuparse después.
—Nadie te juzga, menos ella, tranquila. Pero deberías... visitarla. Más ahora, con lo que ha pasado.
—Sí, entiendo. Pero no es fácil…
—Lo sé. Y ahora, déjame a mí —le soltó para luego apoyarle la misma mano en el hombro—. Yo me hago cargo. Registra lo último revisado en el parte y luego emite la orden en la que me designaste el cuidado del hokage. Yo te mantendré informada, más allá de las novedades oficiales.
—A cada hora —advirtió.
—A cada hora —miró el reloj de la habitación— ,a partir de las ocho de la mañana.
—Pero-
—Pero, nada. Vete.
Y le soltó sonriéndole antes de perderse en la habitación.
Sakura respiró hondo cuando quedó sola en la antesala, era que la habitación oficial tenía dos salas, una para el hokage y otra para el personal que debiera acompañarle. Esa sección del hospital estaba reservada para los altos mandos, con seguridad redoblada y sólo personal discreto de confianza, ninguna información que no autorizara el médico oficial debiera filtrarse a ojos indiscretos.
No esperó más, la verdad era que se sentía cansada. No dormía muy bien durante las noches. El sueño se le había vuelto liviano, y ya le estaba pasando factura despertarse a cada rato. Así que no demoró demasiado la partida, sólo lo suficiente para comprar algo en la cafetería que calentaría al llegar a su casa.
Y si bien tenía ganas de estar cómoda y en pantuflas en su hogar, era que le temía a lo que vendría después cuando esas habitaciones le recordaran que nadie la esperaba ni nadie llegaría. Todos sus compañeros tenían un hogar, una familia, y una pareja. Y ella estaba huérfana luego de la guerra, sin familiares cerca ni disponibles, sin nadie más que le interrumpiera de esa soledad que por primera vez se sentía propia.
Respiró hondo al detenerse frente a la puerta, apretando la cartera antes de apoyar en el suelo el pequeño paquete con los alimentos para dejar las manos libres al abrir.
La luz del pórtico estaba apagada, se había olvidado de dejarla encendida esa mañana al salir. Si Seiyi estuviera allí le hubiera reprendido, no podía una dama ser tan descuidada, aún una que fuera más peligrosa para otros, que otros para ella.
—Seiyi —susurró dándole paso a la dulce sonrisa de anhelo que llegó cuando se percató de que la rendija del buzón estaba corrida.
Sólo fueron dos veces las que recibiera algún mensaje de parte del Hyuga luego de que se marchara, primero las rosas, luego esa dulce y breve carta. Fue poco, sí, pero ya lo sentía cotidiano, añorándolo con la emoción de los regalos en las mañanas navideñas. Desllavó tan rápido como sus dedos le permitieron, entrando con aquella sonrisa que cobró fuerzas mientras cerraba y encendía las luces para mirar hacia el suelo, debajo del buzón. Sonrisa que pronto se diluyó en decepción cuando no encontrara nada.
La noche anterior fue igual, pero guardaba la ilusión que a la siguiente cambiara. Y no. No había nada.
Respiró hondo empujando la tapita para que cerrara y no entrara frío, dejando los paquetes sobre la mesa, para quitarse luego el abrigo. Y miró hacia un lado y hacia el otro, parada en medio de su pequeña pero no menos acogedora sala. La casa olía a jazmín, tal como la había aromatizado, pero ni eso, ni las flores que aún lucían vivas en el jarrón en medio de la mesa, ni la cálida decoración que ella le había dado a su lugar; lo hacían más afable esa noche. Porque aun cuando así viviera por toda su vida adulta, por primera vez se sentía sola. Realmente sola.
Y comenzaba a odiar eso.
Era la amargura que brotaba de esa impresión la que pronto haría mella en las dudas, que insidiosas pero no menos venenosas, plantaban la inseguridad de un futuro rechazo. Y así fue que mientras se quitaba la vincha del cabello, fue que por sus pensamientos cruzó esa débil certeza de que tal vez Seiyi no sintiera todo aquello que le dijera.
Que tal vez fuera tal como Kakashi, sólo que decidió irse de su vida antes.
Sacudió la cabeza. No, no podía ser eso.
—¿Qué te pasa Sakura? —se reclamó a sí misma— ¿Tan insegura te sientes que necesitas reafirmar algo cada día? ¡Dios!
Era tonto considerar aquello, no aun, no después de todo lo que hiciera por ella.
Tomó el paquete con la sopa miso y se dirigió rápidamente a la cocina. Encendió la hornalla concentrándose en que los pensamientos de duda no volvieran a asaltarla, pero fue el descuido y la quemazón en unos de los dedos, lo que la llevó a maldecir y a bajar la guardia.
—¡Mierda! —chupó el dedo para calmarlo— ¡Puta madre, puta madre!
¿Y si acaso en esos días que pasaron juntos fue lo suficiente para que viera la peor versión de ella? ¿Y si no le gustó aquello, y si lo desanimó a ir por más con ella? ¿Y si… ya se había aburrido?
Las lágrimas invadieron sus ojos, los labios se estiraron en dolor.
Pero pronto esnifó conteniendo todo, apretando los ojos borrando esa mueca perdedora por una de furiosa resistencia.
No.
No iría por ese camino. No dejaría que la frialdad de Sasuke ni la falta de compromiso de Kakashi la llevaran otra vez a ese oscuro lugar. Ella valía. Eran ellos los que no tenían lo suficiente para soportar su valor.
Puso la sopa en la ollita para calentarla, y fue hasta su habitación a quitarse las botas y calzase las pantuflas.
No sabía si Seiyi sería un mejor hombre que los dos que ya habían pasado por su vida. Hasta ese momento, lo que había visto se condecía con lo que cada vez él dijera, era sincero aunque todavía fuera para ella un gran misterio.
Pero no podía decir que las sonrisas que le confortaron, que los brazos que tan cálidamente la abrazaron y la mirada con la cual la contemplaba, no salieran de la verdad que esos labios le repetían. Tan cínico no podía serle, ni ella aún tan ingenua.
«Al calor del sexo se dicen muchas cosas, Sakura».
—¡Cállate! —gritó, limpiando la lágrima que quiso nacer pesada.
Entre ella y el Hyuga no había sexo, no había promesas no dichas, pasado ni futuro, sólo simples besos y esa tensión que la erotizaba, lo que entendía que para un hombre como él, eso no significara demasiado.
O así le resultaba fácil considerarlo.
«No estoy jugando contigo, Sakura».
«Él fue mi amigo y camarada, antes de que nacieras. Fue mi hermano antes de que supiera de tu existencia. ¿Crees que me arriesgaría a perder su confianza por un juego sexual, por un simple revolcón?»
Para un hombre como él...
«Yo casi enloquezco, Sakura».
¿Y si era verdad?
«… porque cargará con cada dolor hasta cuando te lastimes una uña y se alegrará con cada sonrisa genuina que esboces …y porque no desperdiciará ninguno de los besos que pueda darte».
¿A quien engañaba? No, no debía hacerse ilusiones, o saldría otra vez lastimada. Él estaba fuera de su liga, con mujeres hermosísimas que prácticamente si se le regalaban, en él todo era fácil ¿porque se la complicaría con ella?
No tenía belleza, ni grandes logros, dinero, fama o empresas. Nada. Era una simple mujer joven... común.
Suspiró lento inspirando luego al hinchar el pecho levantando el mentón.
Sí, era todo eso, y su extraordinaria fuerza, y aquella promesa que enorgulleciera a una de las shanin legendarias más poderosas, a una que también fuera honrada con el cargo de hokage.
Era fuerte, a meses de ser nombrada directora de un hospital a la corta edad de veinticuatro años. Una de los héroes de la cuarta guerra, quien fuera el artífice de la derrota a Kaguya, una diosa poderosa y desquiciada.
Sí, ella valía. Mucho.
Y no porque Seiyi lo dijera, aunque se lo repitiera varias veces.
No iría por esos caminos. No dejaría que la oscuridad nuevamente la absorbiera. No esta vez.
«Pasa de todo, preciosa».
Suspiro nuevamente, y no pudo evitar las lágrimas que brotaron incontrolables, porque más allá de todo, de esas ladinas dudas, de ese dolor, de sus inseguridades; estaba la tristeza que le ahogaba la garganta. Y ésa, sólo se iría con el tiempo, aceptarla era el primer paso. Reconocerla, el que seguía.
Y allí estaba.
Impiadosa, estoica, superada, mirándole de lado con los brazos colgando desganada. Otra víctima, otra historia, ella ahí que ahora levantaba la vista para enfrentarla.
Se sentó en la cama, del lado que Seiyi siempre durmiera, y apoyó la manos en las blancas y mullidas mantas que pronto le rodearon los dedos, como si él la acariciara a la distancia.
Y lloró. Allí soltó las barreras y lo dejó salir, reconociendo al fin el dolor, abrazándolo, permitiéndose sentirlo en toda su expresión.
Lloró por el amor no correspondido de Sasuke, por considerar alguna vez que si le esperaba él la vería eventualmente.
Lloró por Kakashi, por aquello que creyó ver cuando en realidad él siempre buscó brindarle el bienestar que la sacara del pozo del Uchiha, que la emponderara como mujer dueña de su placer y conocedora de su cuerpo, porque se lo dijo, muchas veces de forma indirecta le confirmó su objetivo, y ella le malinterpretó como si aquello significara un compromiso.
Lloró por confundir el placer con amor y creer que si amaba con fuerza, el otro terminaría haciendo lo mismo.
Lloró por su ingenuidad y por todos esos preconceptos de decencia que le grabaron tan a fuego, y que ella permitió se quedaran cuando no tuvo fuerzas para oponérsele, aunque sospechaba que las cosas no funcionaban así tan llanas.
Y lloró, siguió llorando ya cuando ni siquiera quedaban reclamos, cuando ya ni había claros motivos para seguir llorando. Sólo la tristeza, esa maldita que ahora se inclinaba hacia su rostro, acariciándole la mano que se aferró en su falda.
Y lloró un poco más, sólo por si acaso, sólo en inercia porque sintió que luego de varios minutos de desesperada agonía, ya no se sentía tanto ni tan claramente. Ya ni siquiera le preocupaba el pasado, la mente se aclaraba, las ideas se acomodaban.
Y cuando las lágrimas poco a poco dejaron de bañar sus mejillas, se arrojó al colchón abrazando la almohada que él usara esos tres días. Aún tenía su perfume, ese profundo, amaderado, penetrante; y no podía evitar rememorar los oscuros ojos viéndola, esas sonrisas calmas y hasta las endemoniadas, las provocaciones y hasta los momentos en que impartía aquellos límites que ella respetaba a gusto. No podía dejar de rememorar cada detalle, de sentirlo en los labios, en la piel, la fuerza de sus manos al sostenerla en los abrazos, y la voz profunda al hablarle, en como se le curvaba la comisura cuando pronunciaba su nombre seduciéndola, retándola. Todo de él era único, tentador, y pecaminoso. Todo él era la calma y la tormenta, era aquello que le tambaleaba los cimientos y que a la vez la levantaba y… ¡por dios, como le extrañaba!
