Capítulo 53
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Se retiraron de la habitación privada del exótico restaurante, ni bien ella le dijera que sí a la exigente propuesta del varón. Hubo recelo en aquella afirmación, uno que denotaba la ansiedad ante lo desconocido, pero fue tan sincera la mirada con la que lo contemplaba, tímida al hablar, tan firme en su determinación; que Seiyi no dudó ni por un segundo de esa respuesta, la que lo tuvo ansiando con vehemencia la llegada del momento que lo habilitaría a tomarla de sus formas, que necesitó echar mano de toda la voluntad en su ser para contenerse. Nunca nadie, ni una de sus más masoquistas esclavas, lo habían dejado en tal estado apenas con una promesa.
Sólo mediaron algunos besos cargados y demandantes, antes de abandonar el recinto. Una caricia pesada que no buscaba sexo, sino que marcaba una posesión que no dejaba de ser casta en la mano de quien la brindaba.
Casi no hablaron durante el trayecto desde el restaurante situado apenas a los límites del borde superior de Konoha, hasta su casa. Seiyi miraba a la carretera nocturna conduciendo el deportivo negro elegido, porque ahora sus salidas no tenían a otras personas en medio, eran solo ellos dos tal como se lo pidiera Sakura. El ceño lo tenía contraído, quizás demasiado concentrado, solo aquella respiración pesada que de tanto en tanto acomodaba carraspeando, se convertía en la notable evidencia de que en realidad eran otros los pensamientos que lo asolaban.
Sakura no sentía menos, solo que había más ansiedad que otra cosa en su cuerpo, aunque la excitación que hiciera mella en su centro ya la tenía empapada. No entendía porque, pero cuando ese aura dura que lo volvía distante pero a la vez tan en sus manos, lo tomaba, se tornaba para su líbido en un ser irresistible. Y esa noche, todo aquello se exacerbaba con creces por la culpa de su indiscreción.
Lo miraba de reojo apretando las manos sobre la falda, impaciente y molesta, jalando de ella de vez en cuando para acomodarla, queriendo preguntar o hablar, pero no le salían las palabras.
Se estacionaron frente al departamento de la chica minutos después. Seiyi le abrió la puerta luego de bajarse, sin mirarla. Con esa dura seriedad bañándole el rostro, le tomó de la mano para ayudarla, los tacones que vestía elegantes eran altos y el auto bajo, lo que le dificultaba la tarea sino quería mostrar ninguna de sus partes.
Le envolvió los hombros con el suave abrigo ni bien esta estuvo afuera, y cerró la puerta después, empujándola suavemente por la espalda cuando estuvieran listos para que comenzaran a caminar. No le dijo nada, no la miró, sólo la acompañó a su lado hasta llegar al pórtico donde se detuvo, esperando que ella subiera los cortos escalones que la dejaban frente a su puerta.
Lo observó nerviosamente de reojo, ahora el reparaba en ella aunque no le buscaba los ojos. Sakura apretó los labios con una leve mueca de preocupación mientras urgaba lentamente en su bolso para dar con las llaves y al fin abrir. No quería que la noche terminara, no así, y fue aferrarse a esa llave en la última vuelta, para permitirse suspirar y tomar el coraje que necesitaba.
Volteó a él cuándo la puerta cedió, y ahora sí se fijó en él esperándolo, sonriéndole tímida cuando este al fin hiciera contacto.
—Bueno —balbuceó nerviosa— ... es tarde y... no sé... me preguntaba si...si querrías… no sé…
—¿Quieres que entre contigo?
Asintió varias veces sonrojándose.
—¿Vas a invitarme un café?
Ella negó estirando la mano que le tomó la punta del saco. Seiyi miró hacia esos temblorosos dedos acercando un paso a ella al subir un escalón, antes de volver a esos preciosos ojos.
—¿Quieres que me quede?
Respiró hondo ahora.
—Quiero que te quedes —los labios se le humedecieron por la lengua que los rosó—. Toda la noche.
Él sonrió de lado. Esperaba eso. Le acarició suavemente el rostro antes de activar la alarma del auto con el comando a distancia. La sonrisa que se dibujó en los labios de Sakura, se ensanchó al entrar rápidamente para que luego lo hiciera él, cerrando con llave después.
Y se acercó, él la detallaba. Tomándole la mano ahora, jaló para llevarlo arriba, hacia su habitación.
—Sei, ¿estamos bien? —dijo cuando este se sentó en la cama.
La miró sin decir nada, y luego estiró la mano que ella aferró dejándose llevar a él para ubicarla entre sus piernas, detallando con los dedos esas caderas redondas y pequeñas para detenerse en la pequeña cintura.
Sakura suspiró haciendo lo suyo al delinear el rostro del varón entre sus manos, fijando esos duros iris que destellaban a perla, y que en ese instante se sentían tan intensos, hasta dolidos.
Y se miraron, fijos el uno en el otro.
Ella buscando esa respuesta, una señal que le calmara la angustia que contraía el corazón.
Él entendiendo que tener a una persona como ella, compleja en pensamientos, con sentires tan profundos, implicaría dejar más de sí mismo que lo que consideró en un primer momento. Que aquella sinceridad de la que le advertía Watari, iba a desnudarle el alma en el intento de llevarla a su vida. Y que lo dejaría expuesto otra vez, como aquel día en que la ilusión en su temprana juventud le endureciera las ansias de querer cuando le rechazaran al averiguar sus orígenes, conociendo el frío amargo de la más terrible soledad que podía regresar a torturarlo si todo al fin con ella fuera en vano.
El precio era alto para complacer el capricho de su corazón. Pero la ganancia seria única y total si otro fuera el destino. Y era hombre de riesgos, y de valentía firme al tomarlo. Aquello valía la pena, más cuando esos jades lo miraban así, perdidos en él, tímidos y hambrientos
—Sei... estas matándome...
Enderezó el cuerpo acercando su rostro a ella, mientras ahora le envolvía el cuello con una mano, sosteniéndola suave allí.
«Seiyi, enamórame».
—No, tú estás matándome.
La respiración se le hizo pesada, entendiendo que aquello salió desde lo profundo de la chica. No eran disculpas, no eran un cliché para lograr una nueva noche de cama. Era sincero, y quizás eso era lo que lo volvía más loco prendándolo de ella cada vez más.
—Perdóname...
—No lo pidas —le acercó los labios a los suyos besándola devoto, tomando en esa simple unión todo lo que más podía.
Y fue ese contacto que la llevó a ser ella quien le aferrara la boca, porque ella era quien ahora lo necesitaba, su cuerpo le reclamaba con desesperación. La tibieza de su piel, la intensidad de su toque, la dureza de sus movimientos. Esos besos que la devoraban, aunque fuera ella quien ahora lo hacía. Daba igual, algo habitaba en ese hombre que la tenía sedienta y necesitada de él, en falta por sentir que no podía abandonar el pasado, y por esa ambición incontrolable que la llevaba a tampoco querer detener la historia que él le ofrecía.
Y fue su ímpetu que la tuvo soltándolo para subirse la falda, dejando expuesto su depilado centro a él, que la tuvo encaramándose sobre sus piernas, arrastrándolo a fuerza de besos hacia la cama para recostarlo. Que la tuvo con dedos imprecisos desprendiendo ese cinturón, ese pantalón, para liberar el duro y caliente miembro que aferró con los dedos para lamerlo después.
Seiyi alzó la cabeza al verla bajar, contrayendo el ceño cuando la humedad de esa lengua le recorrió su longitud, gruñendo cuando fuera la boca la que lo envolviera.
Iba a tomarla, aferrarle los cabellos soltando sus demonios para ser él quien asumiera el mando, como cada vez, como le gustaba. Pero ella era la novedad en su vida, el aire fresco, era la persona que venía a derribar todas sus barreras dejando expuesto al hombre puro y pleno que llevaba en su interior. Y aunque su instinto jalara por volver a las viejas costumbres y a solo mostrar al duro y perverso conde, decidió que esta vez no, que aun aterrado esa mujercita necesitaba sinceridad si quería llegar a su corazón. Y decantó por dejarse hacer, por ser una vez él quien fuera poseído, necesitado de aquel esmero como la confirmación de su anhelo.
Y fue el nuevo gruñido que le llevo la cabeza hacia atrás, a cerrar los ojos mientras la lenta caricia que la joven le daba con su boca, se intensificaba absorbiendo de él más que placer.
Era buena en aquello, debía admitirlo. Su ceño se contrajo ante el movimiento que lo hundió hasta la garganta llenándolo de ese húmedo calor, de esa fuerte succión que con maestría le aplicaba, la que lo llevó a mirarla como pudo. Y no debiera haberlo hecho si hubiera querido durar más, porque fue encontrarse con esos jades encendidos en casta perversidad, para enloquecer. Gruñó ya sin poder quedarse quieto. Fue la mano que le acarició los cabellos, la que se cerró sobre ellos solo para afirmarla conteniendo cualquier otro arrebato. Y fue una vez más dejarse caer en ese colchón, con los ojos cerrados, el cuerpo tenso y aquellos gruñidos que llenaban el aire junto al acuoso sonido de la boca succionándolo, para que ya no pudiera más, explotando en aquel orgasmo que no contuvo la mano que la empujó hasta el fondo, para vaciarse en su garganta después en medio de un grave grito de placer.
Fue un orgasmos explosivo, intenso, que lo tuvo temblando al soltarla y dejarla limpiarlo devota con cortas succiones y lamidas, que exacerbaban el disfrute de esa piel sensible.
Y fue tratar de tragar respirando duro cuando la sintió soltarlo para ahora desprenderle la camisa.
No la miró de inmediato, no podía, hasta que la sintió abrirse de piernas sobre él, tomando el falo para dirigirlo a su húmedo centro.
Y fue en ese instante que sus ojos la buscaron, al sentirla tomarlo otra vez. La expresión en el rostro de Sakura era sublime, encendida y avergonzada al mismo tiempo, se empujó lento hasta hundirlo por completo centímetro a centímetro, gimiendo al lograrlo.
—Mi turno —le susurró excitada antes de comenzar a balancear las caderas que la llevaron a apoyar sus manos en el desnudo y firme pecho, cuando este se las tomara.
Fue observarla y querer más de ella, deteniéndola solo el tiempo que le tomara quitarle torpemente el ajustado vestido, dejándola desnuda sobre él, empalada deliciosamente, para besarla antes de permitirle reiniciar el vaivén que lo tuvo gimiendo al poco tiempo.
Y la detalló, a gusto, con dedicada lentitud cada porción de ese cuerpo que se contoneaba lento, subía y bajaba buscando su propio placer, mordiéndose el labio, mirándolo a los ojos cuando la buscó. Porque ahora era ella quien mantenía la vista fija en el rostro del varón, grabando cada gesto de goce, esperando por esos oscuros iris que destellaban a perla y que ahora se clavaban en sus jades, contraídos en esa deliciosa furia que lo tornaba más irresistible de lo que ya era.
Así quedaron, unidos en lo profundo, por esos dedos que se cerraban en la dulce carne, que rasguñaba el duro pecho sobre los que se apoyaban los otros. Por esos ojos que parecían meterse dentro del otro, que nublados en placer se besaban a la distancia, se devoraban, naciendo de ese contacto un nuevo sentir que iba más allá del goce superficial del cuerpo, de la piel, porque así se sentía único.
Unidos.
—Me gustas... Sei...
Él no respondió, sólo mantenía el ritmo al contraer sus caderas logrando mayor profundidad.
—Me gustas tanto —Sakura se inclinó sobre él, recostando medio cuerpo al apoyar ahora las manos sobre el colchón, a los lados de la cabeza del varón.
Sus alientos comenzaron a chocar con los movimientos más duros, siendo Seiyi quien tomara el mando ahora al aferrar sus manos en las caderas de la pelirrosa para darse apoyo en las estocadas.
Y fue el placer que volvió a envolverlos, sin cortar jamás la mirada que los mantenía atados el uno al otro, que no requirió de demandas ni suplicas, que nació natural como aquel gemido que ahogó el orgasmo de la joven, para segundos después llegar él vaciando el resto que quedaba dentro de ella.
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Los cortos pero firmes golpes a la puerta de entrada eran insistentes. Kakashi había decidido ignorarlos luego de constatar la hora, aún era temprano aunque ya comenzaba a despuntar el alba. Y sabía que no revestían urgencia, si así fuera ya tendría un ANBU anunciándose en la ventana del balcón.
Cuando se repitieron por tercera vez, consideró que aunque el desubicado terminara yéndose por cansancio, ya no podría conciliar nuevamente el sueño.
Maldijo quitándose la liviana manta que lo abrigaba de encima y suspiró mirando el techo antes de frotarse el rostro. Había dormido poco, la noche le había sido pesada, o el sueño esquivo.
No pudo quitarse ni por un segundo la sensación de los labios de Sakura acariciando los suyos. Lo inmóvil que se quedó recibiéndolo sin detenerlo, pero como reaccionó de inmediato dejándose hacer y devolviendo aquella caricia sin demorar. Ella aun lo sentía, no se olvidaba, y eso no podía alegrarle más, porque aunque su amigo estuviera ya metido en la vida de su niña, aun no lograba desbancarlo del todo. Y cuando los pensamientos seguían en el recorrido de los recuerdos, era imposible huir de esos iris desconcertados, dolidos, que le reclamaban una respuesta que no buscaba ni entendía. Y le dolía, le pesaba más de lo que admitía haberlo hecho.
La lastimó. Volvió a hacerlo. Y lo sabía, fue vil arrastrarla así a sus deseos, teniendo plena conciencia de lo que él significaba para Sakura, pero era que no pudo evitarlo. Fue otro quien tomó el mando de su cuerpo en ese instante, el mismo que le torturó toda la noche reclamándole la pésima decisión que meses atrás tomara al dejarla.
Y los golpes insistían otra vez, con mayor ímpetu ahora.
—Mierda —gruñó—…¿no te cansas?
Suspiró poniéndose de pie antes de subir el cuello que le cubriría el rostro, y echar mano al albornoz que yacía en la punta de la cama.
Bajó descalzo acomodándose el cabello, o quizá no. Porque lo desalborotó más al tocarlo, constatando ese hecho que poco le importara, al pasar al lado del espejo al pasillo de entrada.
Suspiró con cansancio una vez más, caminando pesado, con el ceño contraído en amarga molestia por la interrupción de su escueto sueño. Ya sabría de él quien quiera que estuviera en la puerta, y no entendió porque demonios no escaneó el chakra del intruso, quizás estaba demasiado agotado o los años como hokage le adormecieron la guardia. No supo bien porque, pero se arrepintió de no hacerlo ni bien abriera la puerta.
—Buenos días, Hatake.
Kakashi endureció el ceño.
—¿Qué haces aquí?
El nombrado alzo la bandeja de cartón que tenía en una de sus manos, mostrando el vaso descartable de café que yacía en el centro.
—Le traigo el desayuno al hokage.
—Que quieres Seiyi.
—Comencemos con lo básico. Entrar.
Kakashi afirmó los dedos en el picaporte, sin intentar siquiera invitarlo cuando el otro le sonrió de lado, aunque fueran solo sus labios los que lo que hicieran, y diera el primer firme paso que lo tuvo corriéndolo, para obtener el espacio que necesitara al cruzar la puerta sin que lo chocara.
—No te dije que entraras.
Le molestaba esa actitud de su amigo, aunque no pudiera dejar de admitir que era tan único como él. Pero más le molestó el perfume que lo golpeó ni bien este pasara a su lado.
Maldito su olfato.
Era el que siempre usara Sakura, con ese tinte profundo que sólo el sudor de su clara piel podía intensificar. Y el Hyuga lo tenía por todo su cuerpo, su cuello, hasta por el cabello que apenas flameó al cruzar su camino
El descarado aun olía a ella... ni se había preocupado por tratar de ocultar aquel aroma, que sabía bien que él notaría. Lo estaba provocando.
—Cierto, no lo dijiste —ni lo miró adentrándose a la sala, para apoyar en la mesa ratona la caliente ofrenda antes de quitarse el abrigo, y sentarse en medio del amplio sillón de dos cuerpos—. Es de la cafetería que te gusta —acotó señalándole el humeante vaso cuando lo vio llegar con el paso pesado y el enojo endureciéndole el semblante.
—Tómatelo tú, si tanto te gusta.
—Lo voy a hacer, créeme —y ahora la sonrisa se le tornaba retadora—, pero no contigo.
Kakashi ni respondió, se limitó a mirarlo colocando las manos en los bolsillos delanteros de su albornoz al detenerse al otro lado de la mesa que funcionaba como mediador.
—No me respondiste. Qué carajos haces aquí.
Seiyi cruzó las piernas mirándolo, al tiempo que estiraba uno de sus brazos en el respaldar. La mirada era dura, de la sonrisa que lo humanizaba ya no quedaba nada ahora.
—Lo sabes bien.
Ahora le retaba. Kakashi lo medía sin inmutar el disgusto ni el hastío en su rostro. Y fueron esos segundos eternos en que las miradas se volvieron gélidas intentando dañar al otro a la distancia, sin ceder territorio, sin mover un músculo, en el que Seiyi al fin leyera esa culpa que sometía al peliplata.
Sonrió sobrador de lado antes de hablar sin cortar el contacto que lo medía y hurgaba en el esa herida que lo tenía allí, para evitar que cerrara.
—Se te enfría el café.
—Déjate de vueltas. No es tu estilo.
Respiró hondo, y ahora cortaba el contacto para quitarse el mechón de cabello que le había rodado por el rostro.
—Pero a ti últimamente sí se te da bien lo idiota —provocó.
—No voy a entrar en tus juegos.
—Que bien —le miró serio—, porque no estoy jugado. Ahora, tomate el café y espabila, que quiero que estés bien despierto para que te quede bien en claro lo que voy a decirte.
Kakashi ni se inmutó, sólo intensificó la mirada con la que lo escrutaba.
—Habla de una puta vez.
—Bien —la mueca fría en su rostro se volvió amenazadora.
Era terrorífico cuando esos ojos permutaban a perla completamente y el ceño se le contraía. La atractiva beldad en su rostro, helaba la sangre a cualquiera, aunque la belleza no se perdiera. Kakashi entendía aquella estrategia, y era consciente de que la mueca no era una mera intimidación, no hacia él. Seiyi estaba enojado y sabía el porqué, a él también le pesaba lo que el impulso de esa tarde le hiciera a su niña rosa, pero no había forma de que el Hyuga lo supiera. No, a menos que continuara espiándola, o enviando gente a hacer ese trabajo.
—Aléjate de ella, Kakashi.
—Estoy lejos —inclinó apenas el rostro, provocativo— ¿Acaso te sientes amenazado por mí?
—Te faltaron bolas para reclamarla cuando pudiste, ahora no regreses a molestarla.
—Da la casualidad que soy su jefe. Tendremos que vernos. Muchas veces más —continuó— ¿Te pone nervioso?
Sonrió por un segundo molesto, hasta despectivo, volviendo a su línea.
—¿Y eso te da las atribuciones de confundirla?
El hijo de puta los había espiado, lo que lo dejaba en desventaja, y si bien su ser dudó, no lo reconocería. No frente a él.
—Si ella se confunde de solo verme —se encogió de hombros—, es tu problema.
Seiyi respiró hondo en ese instante. El puño que se posaba sobre la rodilla quiso cerrarse aunque controló la reacción de su cuerpo volviéndose estoico.
—Definitivamente, te volviste un idiota.
Que el Hyuga estuviera así sólo significaba que el impacto de sus acciones había calado en Sakura más de lo que consideró. Ese beso la había desestabilizado tanto como a él, y de alguna forma se advirtió disfrutando perversamente de aquello, porque eso significaba que su presencia en la vida de la joven aún era fuerte. Él aún estaba en ella. Y si hacía un movimiento, podría fácilmente quitársela.
Sonrió de lado debajo de la máscara.
—Eso que oigo son... ¿celos? —carcajeó— No dejas de sorprenderme, Seiyi.
No le respondió. El Hatake sabía usar muy bien las palabras cuando encontraba la herida sobre la cual hurgar.
—Recuerda algo —se volvió serio—, que tú ahora puedas follártela, solo es porque te la entregué a punto y con moño. Sino, te hubieras quedado con las amenazas clavadas en el culo.
Seiyi apretó la mandíbula, sus ojos fríos se volvieron más duros aun. Sonrió de lado, aflojando el puño que ahora crujía los nudillos al cerrarse más.
Y se puso de pie caminando lentamente hacia él para detenerse en frente.
—¿Estás realmente seguro de eso? —provocó.
Y no lo estaba.
Varias veces había visto las reacciones de la pelirrosa cuando se encontraba alrededor del Hyuga, pero sabía que su presencia en ella era más fuerte para simplemente ganarle a esa galantería. Pero la duda se coló apenas indiscreta en el temblor que movió sus oscuros ojos, fue un segundo, uno que le dio a Seiyi la razón.
Y este sonrió ladino aprovechando la escueta ventaja.
—Bien, sigues siendo listo aún —se acercó un paso más colocando las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón de vestir, en ese intento de mantenerlas allí para evitar cualquier desacertado impulso—. Ahora sí, vamos a hablar de hombre a hombre.
Clavó los ojos en los del otro, manteniendo la espalda recta en esa postura que lo superaba físicamente. Era más alto que Kakashi, no por mucho, pero en ese momento lucía imponente.
—Sé que eres más noble que este...acto de machirulo que haces —la voz era dura—. Y mucho más inteligente para saber que perdiste —Kakashi sonrió, aunque los dientes se le apretaron—. La amas, Hatake. Y eso es suficiente para que te pese lo que le hiciste.
—¿Y qué le hice, según tú?
—Sabes que eso no funciona conmigo.
—Cierto... aun necesitas seguirla.
—¿Seguirla? —carcajeó — Ay, Kakashi... no me tires a mí tus inutilidades —una nueva carcajada escapó y tuvo que suspirar para acomodar su semblante antes de mirarlo con el reto clavado en los ojos—. Ella me lo dijo.
La sorpresa en el Hatake fue notoria, aunque intentó disimularla rápidamente.
—Vas entendiendo, ¿no?
El ceño en el peliplata se encogió más.
—Lo diré una última vez. No la jodas —no le respondió—. Tuviste tu oportunidad y te cagaste. Ahora, déjala ser feliz.
Lo observó unos segundos más hasta que el otro bajó la mirada, y en ese instante suspiró relajándose apenas.
Se alejó unos pasos mirando el café, para luego ir hacia donde había dejado su abrigo.
—Tiene jarabe de avellana, como te gusta.
Se colocó el saco, y comenzó a caminar hacia la salida, dándole la espalda.
—Aun siente cosas por mí —lo detuvo—, cuando me devolvió el beso, lo supe.
Seiyi respiró hondo volteando cuando pudo acomodar la mueca de molestia por esa verdad.
—Lo sé.
Este le veía, aunque ahora había más dolor que otra cosa en esos oscuros ojos.
—¿La ...contuviste cuando...?
—Vamos... no te hagas el que no sabes de dónde vengo.
Kakashi asintió, respirando hondo luego.
—Se ve bien —dijo al fin—. Le haces bien.
El silencio se adueñó del lugar, pero ahora ya no era tenso.
—Tú lo hacías también.
—Sí...— dijo en un suspiro.
—Ahora, córrete Kakashi. Ya está, ya la sacaste de tu vida. Ahora deja que ella te saque a ti —continuó—. No se merece que tú también le hagas sufrir más de lo que ya hiciste.
«Mierda».
No hizo nada, sólo volteó la mirada perdiéndola al otro lado de la sala, a aquella ventana detrás del hogar desde la que se colaban los rayos de sol que le daban tibieza al mobiliario.
Era cierto lo que el Hyuga le decía, y él era el principal interesado en que Sakura fuera feliz. Era lo que siempre quiso y lo que buscó con aquella historia que inició, y que luego lo absorbió por completo dejándolo en el estado en el que estaba.
Pero aquel beso... aún le picaba en los labios acelerándole el corazón. Si tan solo…
No, era mejor así.
—El domingo es su cumpleaños —dijo al fin, con un tono calmo.
—Sí.
—Oí que le van a hacer una fiesta, sus amigas… En un bar, me dijeron —ahora le miró— Está muy hermosa y...
—Tengo todo bajo control.
Asintió.
—Cuídala
—Siempre.
—Haz que... que sea feliz— le dolía decirle eso, porque estaba cediendo lo que él fuera por tantos años, todo su cuerpo quería abofetearlo en ese momento. Pero más le dolía haberla lastimado una vez más.
—Ese es un hecho, Kakashi.
Este respiró hondo y giró luego para darle completamente la espalda, finalizando aquel encuentro, aunque Seiyi no se moviera del lugar. No hasta que todo quedara claro.
—¿Vas a ir?
Kakashi respiró hondo.
—No lo sé.
No le gustó la respuesta, pero también era consciente de que muy pocos sabían de la historia que mantuvo con Sakura, y que su ausencia sería aún más extraña que verlo conversar con ella. Aún así, esperaba con que desistiera.
—Decide bien.
Y eso fue todo. Lo siguiente que oyó fue el portazo al cerrar.
Fueron los hombros los que primero se aflojaron en la soledad de su casa. Le siguió el suspiro y la mano que frotó el rostro después. Ya era tanto lo que sentía, y era tal el cansancio que le entumecía el cuerpo, que ya casi podía decir que no sentía nada. Excepto sus labios picar cada vez que la recordaba y ese aroma… toda su casa ahora olía a ella, o eso era lo que le parecía.
A su perfume mezclado con el del Hyuga, a ella sudada y a … café.
Bajó la vista hacia la mesa ratona. Aún el vaso cerrado humeaba por la pequeña rendija del sorbete, y le odió en ese instante por el detalle que no distaba de ser una mera provocación, aunque fuera en realidad esa pequeña ofrenda que reclamaba paz ante crudas verdades.
Seiyi le conocía. Y mucho.
Se acercó tomándolo desde la franja de cartón que aislaba el calor, y se bajó la máscara para beber el primer sorbo. Estaba a la temperatura justa, cargado y negro, apenas endulzado con miel y la avellana que se mezclaba en sabores y tintes de aromas. El balance justo y perfecto, tal como le gustaba.
Sonrió al beber el segundo sorbo y luego le maldijo.
Maldito el Hyuga, maldito él por mostrársela, maldita ella por elegirlo cuando la soltara. Maldito su error al probarla, maldito su destino porque si no fuera por ello, ella estaría hoy en su cama, esperándolo, o durmiendo a su lado, llenándolo con su calor, su dulzura, sus sonrisas.
Y fue quizás beber un sorbo más, para ya no soportarlo.
La extrañaba. Le pesaba ahora su soledad. Y sabía que la estaba perdiendo. Se le iba, esa oportunidad fue la única, y la última que tuvo para ser feliz.
Nuevos golpes a la puerta lo sobresaltaron. Se subió la máscara de inmediato girando el rostro hacia esa dirección para constatar el chakra. Dos veces no lo sorprenderían. Pero esta vez, era un ANBU, y bien temprano.
El día comenzaría cargado. Y por primera vez, agradecía aquello.
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