Capítulo 3

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Luego de una depresión que le duró casi la mitad de la semana, encontró la motivación en algún momento de la madrugada para poner en orden su habitación. Después de hartarse de dar vueltas en la cama, con un libro en la mano y el móvil siempre a la espera, se levantó y comenzó a acomodar en su lugar todo lo que había usado durante la semana y no había vuelto a guardar. No era tan fácil hacerlo de madrugada, cuando sus padres dormían en la habitación contigua, pero nada le garantizaba que aquella motivación fuera a tenerla luego de despertar… y sus actitudes ya reflejaban bastante su estado mental.

Se llevó las manos a la cintura y observó la habitación, ya no había polvo en los muebles, ni ropa sin usar amontonada sobre cualquier superficie, y aunque no se atrevía a barrer a esa hora estaba satisfecha con su progreso.

Observó la cama y apretó los labios, la intimidaba un poco tener que buscarle un inicio y un final al nudo de sábanas y cobijas que había logrado esos días, pero sabía que pasaría horas sin dormir buscando la manera de abrigarse dentro de aquel revoltijo. Tomó aquel montón de telas y lo arrojó al suelo, junto a la puerta, sacó de uno de los cajones nueva ropa de cama y la tendió con cuidado. Luego se dedicó a deshacer el nudo, para poder lavarlo todo por la mañana, y al estar sacudiendo la cobija algo le golpeó el pie.

Lo que había ignorado al principio, creyendo que era la tela suelta, pronto quedó debajo de su pie y la obligó a mirar al suelo. Observó aquello en completo silencio, buscándole la forma; lo levantó con la mano y observó con las cejas juntas… viendo cómo se desenvolvía un mechón de cabello castaño, atado por un listón naranja. El corte era limpio, como hecho por una guillotina. Acomodó el moño sobre su mano y dejó que el mechón pendiera, observándolo confundida, apenas un par de segundos.

—¡Ah!

El mechón volvió a caer al suelo y ella se alejó, chocando contra la cómoda. Se giró de inmediato para detener los artículos que se encontraban sobre el mueble y no hacer más ruido y miró de nuevo al suelo, ahí estaban los cabellos atados por el listón. Negó y salió al pasillo, sintiendo la respiración pesada y su corazón latir con dificultades en su pecho; tragó saliva y respiró profundo, intentando calmarse.

Si la memoria no estaba engañándola, aquello pertenecía a la muchacha que había visto en su parálisis de sueño noches atrás.

No soportó aquella idea y corrió por el pasillo, bajó las escaleras y salió de la casa a pesar de la hora que era y el frío que hacía.

Caminó lejos de ahí y sin rumbo fijo, con los brazos cruzados sobre su pecho y las manos apretadas. Las lágrimas no dejaban de escurrir por sus mejillas, pero no salían sollozos de sus labios. Limpió su rostro con la manga de su sudadera y al escuchar el sonido pausado del semáforo peatonal levantó la mirada y observó fijamente al monito verde que iluminaba la pantalla.

No cruzó la calle, prefirió observar los alrededores, reconociendo aquella parte de la ciudad, pero no por ello dejó de sentir que se encontraba completamente perdida. Observó el cielo unos momentos, que comenzaba a mostrar tonalidades púrpura y anaranjadas en la lejanía, anunciando el amanecer. Le sorprendió haber caminado tanto sin darse cuenta.

Caminó en círculos, mientras la ciudad que despertaba, resintiendo el frío que no había podido notar mientras estaba perdida en aquel trance; no quería volver a casa, era incapaz de olvidar aquella voz suave y la extraña intensidad con la que había vibrado al pronunciar aquellas palabras. Recordó la mano y el rostro, pero más allá de aquellas monstruosas venas hinchadas no podía recordar más nada…

Hinata-nee…

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Cuando volvió a casa sus padres ya no se encontraban ahí y había una nota en el refrigerador… y un desayuno en la mesa. Observó la caligrafía de su madre y luego el desayuno, no sentía hambre.

En realidad no sentía nada.

Cuando volvió a su habitación no le sorprendió que el mechón de cabello siguiera tirado en el suelo y, sin pensar demasiado en ello, lo tomó y lo guardó en el bolsillo de su sudadera. Aquella era la única garantía que tenía, de que todas esas insensateces eran reales y no lo soltaría o podría perder la cabeza de una buena vez y por todas.

Aquello era algo que no se atrevería a comentar con su psicóloga… ni con el resto del mundo, pero necesitaba respuestas. Caminó en círculos frente a la cama y luego se detuvo, recordando la pesadilla; palpó su cuerpo con sus manos, recordando las cicatrices que tenía y los dolores con los que despertaba luego de tener la pesadilla y se miró al espejo. Se llevó una mano al rostro y lo palpó, hundiendo la punta de uno de sus dedos en una de sus mejillas, fijándose en el color de sus ojos.

Hinata.

Se dejó caer en la cama y exhaló.

Las últimas noches habían sido tranquilas y las parálisis de sueño no habían vuelto a suceder, pero a pesar de la tranquilidad que poco a poco iba llenándola de nuevo, el resto de los sentimientos negativos que la habían estado agobiando parecían no querer ceder… y ganar una guerra silenciosa de fuerza contra ella. Aún cargaba con algunas ansiedades y se distraía fácilmente con sus pensamientos. Dio unas cuantas vueltas en la cama, quizá por demasiado tiempo, y cuando se hartó, solo atinó a sentarse ante su escritorio y sus manos no tardaron en comenzar a dibujar, sin preocuparse demasiado por pensar, realmente, en qué hacer o trazar un boceto, y se entregó a aquel paroxismo.

Cuando terminó se encontró con un rostro serio que parecía mirarla desde abajo, no había sonrisa, ni demasiada expresión más allá de la curiosidad y el desdén en los ojos. Se recargó en la silla y las puntas de sus dedos pasaron por encima del dibujo, acariciando la superficie.

Hinata.

—… tú no eres Hinata —murmuró. —¿Quién eres?

Sus ojos se alejaron del dibujo y se clavaron en la ventana. "Hinata" le hacía demasiado ruido, pero no entendía por qué. Se levantó y revolvió unos momentos las manos sobre el escritorio, la cama y la cómoda, hasta encontrar su teléfono. Ignorando cualquier anuncio en la pantalla, llamó a su madre y se llevó el teléfono al oído, inusualmente impaciente.

¿Hola?

—Hola.

¿Cómo-

—¿Qué pasó con las copias de las fotos? —interrumpió, sin querer.

¿Cuáles fotos?

—… las de la policía, las fotos de mi ropa —aclaró.

El silencio casi pareció sólido luego de que dijera aquello.

Se llevó una mano a la frente y negó unos momentos, no solían hablar de lo que había sucedido con ella antes de que la acogieran, ni de la investigación, a menos que los oficiales se hubiesen comunicado, pero hacía más de un años que de lado de la policía solo habían recibido silencio. En realidad, no solían hablar mucho de sus problemas… sus padres tenían la idea de que entre menos hablaran de ello, más pequeño se iría haciendo hasta que desapareciera.

Pero era al revés.

—Las… Las necesito para… A veces me deja tarea la psicóloga y… las necesito —susurró, cerrando los ojos ante lo evidente de su mentira.

—… deben estar en alguna parte.

Asintió, satisfecha, aquella respuesta podía ser vaga, pero la casa no era muy grande. —Ok… gracias, mamá.

¿Estás bien?

—Sí. Bien.

Ok… nos vemos en la noche.

Cortó la llamada y arrojó el teléfono, aún quedaban algunas horas antes de su cita de aquel día y aunque no encontrara pronto las fotografías, tenía todo el tiempo del mundo.

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El retrato que había dibujado a lápiz se mantenía extendido frente a ella, pero la cara del papel que podía ver no era la que contenía aquel rostro. El rostro tranquilo de su psicóloga no había cambiado demasiado mientras veía su "obra de arte" y ella realmente no sabía qué esperar. Apretó las manos dentro de sus bolsillos y miró fijamente hacia el suelo.

—¿Así es cómo crees que te ves? —preguntó al fin la mujer.

Levantó la mirada y la clavó en ella. El silencio fue lo único con lo que pudo contestar en un inicio, pero luego negó; si bien le había entregado a la mujer aquella hoja sin decir nada, no había esperado aquel comentario.

—… no —murmuró, tomando la hoja con la punta de los dedos y deslizándola del agarre con cuidado. —No es un autorretrato.

—Oh… ¿un personaje ficticio?

—No —repitió, mirándolo. —… es la persona a la que vi en la parálisis de sueño.

Observó aquel rostro femenino en silencio, durante unos segundos más, antes de guardarlo en su bolsillo y apretarlo dentro de su puño. Una vez había tenido plasmado aquel rostro, había podido elaborar en su memoria el rostro del hombre de la banda en la frente… que solía atormentarla anteriormente.

El cabello largo y liso, los ojos blancos y grandes…

No pudo detener un pequeño movimiento negativo de su cabeza, mientras recordaba todas las apariciones que había visto en sus parálisis de sueño.

Levantó la mirada luego de unos momentos y se encontró con su reflejo en la ventana, bajó la mirada y observó el bolsillo donde mantenía el retrato y en el cuál no había podido dejar de pensar y ahora había mostrado a su psicóloga. Lo sacó de nuevo de su escondite y extendió la hoja, mirando a la muchacha en completo silencio. Aceptó al fin que la razón de aquella facilidad para recordar el rostro, no era que tuviera una memoria perfecta o que el impacto de la situación la grabara en su memoria… aquella muchacha tenía un parecido inmenso con ella. Se llevó una mano a la frente y cedió a un llanto… sin saber por qué, ni por quién o para qué.

Hinata.

—¿Hanabi?

Escuchó la hoja crujir débilmente al volver a guardarla en su bolsillo y se limpió las lágrimas.

—Te ausentaste en la sesión anterior, ¿pasó algo?

Miró su reflejo en la ventana de nuevo y luego desvió la mirada hacia su teléfono móvil, si desbloqueaba la pantalla, podría encontrar una fotografía de fondo, en la que se observaba una familia feliz, con el sol en la cara y un mar brillante con aquel vibrante tono azul y verde a sus espaldas.

Su familia.

Se cubrió el rostro con ambas manos y recordó los meses siguientes a los trámites que hiciera aquella pareja para poder acogerla… aquellos días en que no la agobiaba su amnesia como lo hacía ahora.

Se quedó postrada frente en aquella posición, dándole la vuelta a aquel asunto, intentando racionalizar aquello que escapaba a la razón. Siempre hubo algo que no le permitía a su cerebro convencerse de lo que sucedía, era como si solo hubiera estado intentando ofrecerle un placebo a su falta de pertenencia… y ahora que tenía aquel mechón de cabello, no sabía sobre qué se encontraba de pie. Todo aquello a lo que habían llamado jugarretas de su mente, de pronto era confuso.

—… la línea entre la realidad y la fantasía es muy fina —murmuró al fin.

Apretó las manos contra su rostro y respiró profundo, aunque aquello no sirvió para mitigar su ansiedad.

—¿A qué te refieres?

—…no lo sé.

—¿Qué hay en tu mente en estos momentos?

—… muchas cosas —arrastró.

—¿Has estado escribiendo en un diario, como te recomendé?

Se llevó una mano a los labios, distraída, y asintió sin mirar a la mujer.

—Puedo darte una hoja para que vacíes tu mente y podemos hablar de ello con calma —propuso.

Se ahorró el gesto de rechazo que aquello le inspiró y la escuchó revolver entre las cosas, antes de volver y depositar frente a ella lápices y plumas y hojas en blanco para que pudiera darse a la tarea. Pero todo lo que tenía en la cabeza sonaba a locura… ¿cómo explicar el mechón de cabello? Sin caer de nuevo en todos esos lavados de cerebro en que le convencieron que todas esas parálisis de sueño no eran reales.

Tomó un lápiz y su mano tembló sobre la hoja, pero no escribió.

—Es la parálisis de sueño… y la pesadilla ha vuelto —murmuró.

—Ya hemos hablado de ello.

—… "nada de lo que ves es real" —repitió.

Se mordió el labio inferior, sintiendo que una sonrisa irónica quería subir a sus labios, pero conteniéndola. Podría pedir permiso para levantarse la blusa y mostrar las cicatrices que tenía en la piel de su pecho, abdomen y espalda… y entonces hablar del ángulo en el que las katanas salían de su cuerpo en aquella pesadilla, sobre todo si se basaba en la sensación de dolor y en la memoria de sus músculos al reaccionar, sus manos siempre iban a parar a las cicatrices que tenía en su espalda.

Pero esos testigos del pasado que había olvidado no se detenían ahí, si observaba con atención sus brazos y sus piernas había cicatrices, incluso en sus manos las encontraba, algunas que parecían gritar por la manera en que saltaban a la vista, otras eran simples líneas blancas o pálidas sobre la piel, secciones lisas y brillantes… también había una gruesa en su cuero cabelludo y si no tenía cuidado la línea se asomaba, pálida, casi blanca, entre su cabello al peinarse.

Sus labios temblaron ante la idea de que sus sueños y sus visiones durante las parálisis estuvieran reflejando más verdades que explicaciones fantasiosas de un cerebro perdido… pero si pensaba en la recolección más antigua que tenía, volvía siete años en el tiempo y despertaba en una habitación de hospital, en medio de una confusión terrible, con una mente vacía que no mostraba señales de recordar y no había recordado un solo detalle desde ese día. Y aunque no lo admitía, le parecía terriblemente triste que su primer recuerdo fuese uno lleno de miedo y confusión, uno en el que no sabía de dónde provenía o qué estaba pasando y en el que lo único que tenía era una palabra.

Hanabi.

—La muchacha del retrato se llama Hanabi —murmuró en voz alta, completamente distraída e ignorando que lo había hecho.

—Cómo tú.

Levantó la mirada y la bajó de inmediato, negando con movimientos cortísimos. —… no. No creo que ese sea mi nombre.

La psicóloga mostró interés en aquella conversación y se acomodó mejor en su asiento. —Siempre puedes cambiar tu nombre, ¿has pensado en alguno?

—… no realmente —murmuró.

—¿Hay algún nombre que te parezca apropiado?

Intentaba ir más atrás de ese primer recuerdo, buscando las palabras que recordaba de las noches de terror, pero solo se encontraba con sensaciones confusas… el viento en su cara y el azul del cielo. Resquicios, susurros sin tono de voz. No había rostros, ni vivencias, ni aprendizajes… nada, solo confusión.

Los monótonos clics del metrónomo resonaban con fuerza.

—… Hinata —soltó —, pero no estoy segura… así que…

—Bueno… es un lindo nombre, ¿sabes cómo se escribe o qué significa?

Se frotó el rostro con una mano y negó, mirándola al fin. —… no estoy segura de querer hablar de esto, aún.

—Está bien… dejémoslo para otro momento. ¿De qué quieres hablar? —preguntó, observando su libreta. —Dices que la parálisis y la pesadilla han vuelto… y que la muchacha del retrato estuvo en tu parálisis, ¿alguna otra novedad? ¿El hombre de la banda en la frente ya no ha vuelto?

Negó una sola vez. —No solo es la muchacha, hay varias personas… habían sido varias personas y la última vez apareció ella… estira su mano hacia mí, como si quisiera alcanzarme y llevarme con ella.

La mujer asintió una sola vez, motivándola a seguir hablando. Tragó saliva con dificultad y se frotó el rostro de nuevo, desviando la mirada.

—Pero luego salgo del trance y desaparecen… como siempre —apresuró.

—¿Por eso te ausentaste la sesión anterior? —preguntó, con una sonrisa. —¿Cuántas veces ha pasado?

—… la parálisis en tres ocasiones, la pesadilla no lo sé —murmuró.

—¿Hay alguna razón por la que no lo comentaras en la sesión anterior?

—No había pasado aún —apresuró, recurriendo a la mentira de siempre.

—¿Las demás personas que ves intentan alcanzarte también?

Negó suavemente. —No… solo la muchacha. Y solo ha pasado una vez… No ha cambiado nada en mi rutina, así que no sé qué lo haya detonado —explicó, para ahorrarse la perorata de intentar vaciar su mente antes de ir a dormir.

—¿Qué hay de la pesadilla? ¿Algo nuevo?

La yema de su índice se deslizaba suavemente por sus labios y sus ojos miraban fijamente el suelo, lo pensó unos momentos, pero terminó negando una sola vez.

—… es el mismo sueño de siempre, no tiene caso.

—Quizá… o quizá si lo tenga.

Dejó que su mentón descansara sobre su palma, el sonido del metal se escuchó suave y lejano, pues no pudo evitar distraerse unos momentos, sus ojos observaban el aire frente a ella, donde se encontrarían las puntas de las katanas, de estar una vez más en su sueño. Sabía que mentir en las sesiones no la ayudaría, pero si hablaba de lo sucedido, no le creerían y corría el riesgo de volver a una institución psiquiátrica.

—… últimamente… cuando sueño la pesadilla… las heridas me duelen —susurró tímida, sus ojos se obstinaron con mirar el suelo, sin intención alguna de confirmar las sospechas que tenía sobre el semblante de la mujer. —… la última vez que desperté me dolía como si de verdad me estuvieran atravesando con las katanas y tuve que jalar aire, porque había dejado de respirar… ¿debería preocuparme?

Hubo una ligera pausa. Creyó por un momento que aquel silencio era para incitarla a seguir hablando, pero al escuchar el clic de la pluma, y el sonido sordo de esa al golpear la libreta luego de unos segundos, levantó la mirada y observó a la mujer.

—No creo, nuestro cerebro a veces hace cosas muy extrañas… y confunde las cosas mientras estamos soñando, quizá te doliera el estómago y-

—No me dolía el estómago —aseguró, en voz sumamente baja.

—Seguimos sin entender del todo las capacidades de nuestra mente… no me sorprendería que mientras dormimos el cerebro fuera capaz de confundirnos con sensaciones de dolor que no sentimos realmente.

Asintió una sola vez y apretó los dientes, por toda respuesta. —¿Y por qué dejé de respirar?

—Por la misma razón que tu cuerpo no puede moverse cuando tienes parálisis de sueño, pero a la inversa, quizá ya no estabas tan profundamente dormida y tu cuerpo comenzó a actuar tus sueños y dejaste de respirar.

—¿Pero por qué? —sus cejas se juntaron ligeramente. —Han pasado años… ¿por qué hasta ahora? El dolor es real…

Miró fijamente a la mujer, buscado el más mínimo rayo de esperanza al que pudiera aferrarse.

—¿Sabías que las personas a quienes se les amputa una pierna o un brazo en ocasiones sienten dolor en esa parte del cuerpo que ya no tienen?

Pasó la lengua por sus dientes antes de asentir por, lo que le parecía, milésima vez en aquella sesión. Frotó su brazo y desvió la mirada al suelo, siguiendo con ella una línea imaginaria sobre la alfombra.

—… leí algo sobre eso.

—Son dolores fantasma —explicó —, son muy comunes y también es común que durante los sueños las personas crean tener sensaciones de dolor-

—Pero despierto y el dolor no desaparece —interrumpió, levantando la mirada de nuevo. —No es un sueño, es real.

El rostro de la psicóloga no cambió el gesto gentil que había adoptado al escucharla hablar sobre sus dolores fantasma.

—Leíste tu expediente clínico.

Asintió una sola vez, sin mirarla.

—Y tienes acceso a los archivos de investigación, has leído el reporte inicial y los peritajes… sabes en qué estado se encontraba tu cuerpo, tiene sentido que sueñes que te atraviesen con katanas, porque esa fue la conclusión del médico que te atendió.

Aquello la hacía sentirse peor. —… ¿o sea que todo se reduce a que me estoy llenando la cabeza de ideas? ¿Por qué habría de martirizarme con eso?

Negó. —No… ya hemos hablado de ello, tu cerebro está buscando construir algo, lo que sea, que pueda ayudarlo a comprender el vacío que hay en tu memoria, y tu situación en general. Estás somatizando, es normal que pase esto después de traumas tan severos, es como… cuando estamos demasiado nerviosas y nos dan ganas de vomitar, algo así.

Desvió la mirada hacia la ventana y se recargó en la silla, limpiando las lágrimas con la palma de su mano.

—… pero han pasado años, ya debería superarlo —se quejó, rompiendo en un llanto silencioso.

—Hanabi… lo siento… Mira —la pausa que procedió, luego de corregirse, no fue para encontrar las palabras, aquello ya se había dicho antes, pero la mujer guardaba la esperanza de que la muchacha entendiera pronto el verdadero significado de todo ello. —Para sanar no hay límite de tiempo, no hay una medición de avance… claro que hay expectativas y metas a las que queremos que llegues, pero no hay un tiempo determinado.

—¿Y cuál es la meta?

—Que te aceptes, seas feliz y vivas tranquila.

Sus ojos se obstinaron por mantenerse clavados en el suelo.

—Y lo estás haciendo de maravilla, hace cuatro años aún vivías recluida en un hospital psiquiátrico, ahora tienes una familia de acogida e instruyes artes marciales en un dojo de renombre. Quizá no recuerdes tu pasado, pero has sabido salir adelante sin él —apoyó los codos sobre sus piernas y se inclinó un poco, ensanchando su sonrisa. —Quizá no sea del todo, pero han sanado las cosas más importantes, es normal que empiecen a surgir los detalles y voy a ayudarte a poder disfrutar el momento por completo, a pesar de las pesadillas y el vacío y todo lo demás… pero necesitas poner de tu parte, ¿ok?

Aquello lograría tranquilizarla un poco y devolverla a la realidad, si aquel mechón de cabello no estuviera guardado en uno de sus bolsillos. Inhaló profundamente y la miró, pero no fue capaz de pronunciar palabra alguna. El fantasma de aquella parálisis de sueño apareció en su mente por unos momentos, pero volvió a sacudirla de su cabeza.

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Kakashi había redactado cuidadosamente los detalles de la misión gracias a los informes que los Hyuuga le entregaran luego del último intento por recuperar a Hinata. El panorama de una Hinata que no recordaba en absoluto a su familia no era el más favorable y complicaba las cosas, pero era mejor que confirmar su muerte y consejo no había tardado demasiado tiempo en dar su aprobación. Con el documento sellado en mano las cosas se movían más rápido y había enviado los requerimientos a todos los shinobi que estarían involucrados en aquella empresa.

Leía en voz alta los detalles de la misión, aunque no estaba del todo concentrado en su lectura. Explicó hasta el más mínimo detalle, aunque los jóvenes del clan Hyūga mantenían su posición de firmes y en sus rostros no había ningún gesto, no podía dejar pasar las insistentes miradas ni el brillo que tenían; desvió la mirada hacia Hiashi, que mantenía las manos apretadas sobre la empuñadura de su bastón y no reflejaba la misma animosidad que los más jóvenes.

¿Lo estaré imaginando?, se preguntó, mientras sus ojos se encontraban con el final de aquel documento.

—¿Alguna pregunta? —sonrió, mirando a los integrantes de su equipo.

Naruto se rascó la nuca, algo desanimado e insatisfecho con su rol de apoyo y negó al mismo tiempo que Ino y Hiashi, Hanabi y Neji se dedicaron apenas una mirada y fueron interrumpidos por la mano de Sakura, que se levantó algo tímida después de que les echara un vistazo a todos.

—¿Sí, Sakura?

—Creí que Sasuke-kun también formaría parte del equipo —pronunció. —¿Eso cambió?

—No, sigue dentro —aseguró, notando la tensión en los rostros de Hanabi y Neji. —Surgió algo de último minuto y se retrasó su llegada, pero está al tanto de la importancia de la misión.

La muchacha asintió una sola vez, claramente desairada por la ausencia del muchacho, recibió una mueca por parte de Ino y Naruto le dio apenas un ligero toque con su codo, burlándose de ella. Hanabi los observó de soslayo y detuvo sus ojos a medio rodar, recordando que se encontraba frente al Hokage y le debía respeto; recobró de inmediato su aire ajeno a las tonterías de los otros tres.

—¿Alguna otra duda?

Todos negaron.

—Bien —dejó caer el sello sobre la carpeta y los miró. —Llevaremos a cabo la recuperación de Hinata en diez días, a primera hora de la mañana, sean puntuales.


Sábado, 29 de enero de 2021