Capítulo 4
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Había buscado en sus ratos libres y con mucho cuidado, teniendo siempre la precaución de dejar todo como lo había encontrado para no preocupar a sus padres. Comenzaba a darse por vencida cuando encontró una caja escondida en el librero, detrás de los libros y las revistas de economía que no solía tocar; la llevó consigo a la mesa del comedor y la abrió con cuidado, tomando una foto de cómo lucía el contenido antes de moverlo. Sus manos no tardaron en sacar unas cuantas cartas viejas, postales, recortes del diario y revistas, y pronto se encontraron con las fotografías que había estado buscando.
Ahí estaban, a todo color aunque la imagen se encontrara un poco desgastada, las ropas que había llevado puestas cuando la encontraran en el río… y la banda a la que se había aferrado su mano con tanta fuerza, según lo que había leído en el reporte.
Observó las fotografías detenidamente, la camisa y el pantalón estaban en terribles condiciones, una de las mangas y la espalda estaban hechas girones y se podía apreciar la suciedad y la sangre que se habían adherido a la tela cuando esta al fin pudiera secarse. Sus ojos buscaron cualquier indicio, lo que fuera que pudiera darle una señal y luego se concentró en la foto de la banda, aquella placa de metal no era realmente una novedad para ella, la recordaba en sus sueños y de la aparición masculina en sus parálisis de sueño, pero lo que fuera que llevaba grabado era diferente a lo que recordaba de la pesadilla… y al parecer lo mismo que portaba el muchacho en sus parálisis.
Se sacudió el escalofrío que la recorrió unos momentos y acercó un poco más su rostro a la fotografía, notando que había algo bordado en la tira azul. Entrecerró los ojos para ver mejor, pero la cercanía del lente solo le permitía distinguir algunos de los kanji.
—…Hi… yu… Hi… —murmuró, sintiendo una descarga eléctrica recorrerle el cuerpo por completo y escuchando aquella voz desconocida haciendo ecos en su mente. —… Hyūga.
Juntó ligeramente las cejas y devolvió todas las cosas al interior de la caja, a excepción de aquella fotografía, y luego de devolver la evidencia a su sitio, corrió a su habitación, en busca de una lupa o alguno de sus lentes de aumento. Revolvió el interior de los cajones de su escritorio hasta que la lupa apareció y luego se arrojó sobre la fotografía, pasando el lente por encima de lo que había leído antes y lo que no había logrado entender.
Cuando escuchó la puerta de la entrada cerrarse se sobresaltó y le sorprendió lo oscura que se encontraba su habitación. Buscó con la mirada su teléfono y le sorprendió que ya casi fuera la hora de la cena.
Escuchó la conversación en la lejanía y solo hasta que la piel de sus mejillas escoció, fue que notó que llevaba ya un buen rato llorando en silencio y en la oscuridad. Se limpió el rostro con cuidado, sintiendo sus párpados hinchados, y escondió las fotografías debajo de su almohada cuando se enterró debajo de las cobijas para fingirse dormida, justo antes de que unos golpecitos llamaran a su puerta y esta se abriera ligeramente.
—¿Hanabi?
Se mantuvo de espalda, con la respiración acompasada y los ojos cerrados, en caso de que entraran a verla.
—Ya está la cena. ¿Estás dormida?
Se mantuvo inmóvil unos momentos y cuando la puerta se cerró, se llevó las manos de nuevo al rostro para limpiar las nuevas lágrimas que se habían formado en sus ojos. Encendió la luz de la lámpara, dejándola tan tenue como le era posible, y sacó el retrato maltratado de su bolsillo, mirándolo fijamente.
Ella era Hanabi… ella era la persona a la que había estado llamando al despertar, tantos años atrás, y siempre que despertaba de aquella pesadilla.
Un suspiró le convulsionó el cuerpo. —… y yo soy Hinata.
Recordó la mano que se extendía a ella y lo que la voz pronunciaba antes de que la normalidad volviera a su habitación… la banda que llevaba el muchacho en la frente y la que ella había aferrado en su mano mientras se encontraba inconsciente.
—… Hyūga Hinata.
Su mano cayó pesadamente sobre la cama, hasta encontrar su teléfono móvil. Investigó el nombre Hyūga Hinata, sin encontrar resultados satisfactorios, y la misma experiencia se repitió al investigar Hyūga Hanabi y Hyūga en general, más allá de algunos personajes ficticios, una ciudad en Miyagi, una provincia en la antigüedad, una actriz y unos acorazados, no había nada.
Arrojó el teléfono y se llevó las manos a la cabeza.
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La cafetería habitual estaba más animada que de costumbre, los sonidos del café al ser preparado y de la cocinera pululaban en el aire junto a las conversaciones del resto de los comensales.
Hinata esperaba impaciente a Satsuki, a quien había citado ahí durante su crisis nocturna; miró la hora en completo silencio, apenas daba la marca en la que habían quedado de verse, pero sentía que un segundo más de espera podría ser considerado un delito. Necesitaba hablar con alguien, distraerse, y solo aquella muchacha podía proveerle aquel alivio; miró de nuevo el reloj y se sobresaltó al sentir una mano en su hombro y escuchar el alegre anuncio de llegada de su mejor amiga.
El "¿Por qué tardaste tanto?" se quedó atorado en su garganta al saber que Satsuki se encontraba ahí, puntual.
—Wow… te ves mal, ¿estás segura que estás bien?
—S-Sí… solo un poco cansada —murmuró, intentando reflejar la atención a otro tema.
—¿Siguen las pesadillas?
—… no.
—Cada vez te ves más cansada —murmuró, perdiendo su actitud desenfada y ocupando un sitio frente a ella, visiblemente preocupada.
—No puedo dormir, es todo —insistió, mirándola apenas un segundo. —¿Cómo te fue en los exámenes?
—¡Ah! ¡Horrible! Reprobé tres materias, mamá va a matarme —aseguró, frotándose el rostro con una mano.
Sonrió, aliviada, al escuchar a la muchacha relatar, dramáticamente, lo que sucedería con ella cuando su madre se enterara.
—… quizá debería desertar —murmuró la muchacha, recargando el mentón sobre su palma, derrotada.
—Quizá deberías estudiar —murmuró, con un tono ligeramente cantarín que sonaba a burla.
—Se dice fácil cuando no tienes que hacerlo… estudiar nunca ha sido lo mío —murmuró, bajando la mirada a su plato con restos de mochi, una sonrisa traviesa apareció en su rostro —… y no lo voy a negar, me intimida este último año…
—¿Vas a tirar a la basura los cuatro años que ya estudiaste?
—¡Ahhh! No te metas en mi cabeza —gruñó, abandonando su actitud decaída.
Pronto la mesa se llenó con los desayunos, las mezclas de té vistosas y unos cuantos platillos con dulces hechos en la casa, que comieron como un par de niñitas después de la escuela La conversación que se deslizaba de un lado a otro era amena y trivial, pero no lo suficiente para que pudiera disfrutarla por completo, sus ansiedades se aferraban a ella a pesar de sus intentos por alejarlas.
Inhaló profundo, como llevaba haciendo desde que se llenara la cabeza con ideas polarizadas sobre su verdadera identidad, su nombre y la probabilidad de que en realidad estaba volviéndose loca.
Pero se aferraba al mechón de cabello con fuerza y aterrizaba.
—A menudo te tengo envidia, tu vida es tan fácil… solo entrenas y vas a tus clases de arte, no tienes que preocuparte por buenas calificaciones, ni sufrir el estrés de la escuela. Ya tienes un trabajo y te contentas con las cosas más simples…
—Tú tienes garantía de un trabajo y seguridad económica en el futuro, yo no —murmuró, sintiendo una pequeña amargura treparle por los hombros.
—Ah, vamos, todos sabemos que Ichinose-sensei te dejará el dojo cuando se retire… y si no lo hace, puedes tener uno propio —aseguró, llevándose un trozo de mochi a la boca. —Y hablando de… ¿vas a presentar algo en la próxima exhibición de tu clase de artes?
Bajó la mirada y tiró ligeramente del cuello de su chaqueta, en un intento por cubrir el sonrojo que abordó sus mejillas.
—… no creo.
—¿Por qué no?
Se encogió de hombros y sonrió, aún avergonzada.
—¡Ahhh!
Se había encogido, esperando el típico sermón que acompañaba a aquel gruñido, y levantó la mirada confundida al notar que nada más salía de los labios de la muchacha… se encontró el gesto de siempre y los ojos a medio girar, aquella cara que exudaba fastidio, en lugar de divertirla o amedrentarla un poco, la llenó de pánico.
—¿S-Satsuki…?
Lo dudó, pero estiró el brazo y sacudió la mano frente al rostro de la muchacha, sin obtener reacción alguna, ni un pestañeo.
Su cuerpo pareció petrificarse, pero sus ojos se movieron, observando cada detalle que la rodeaba. No solo su amiga se encontraba suspendida en el tiempo, las personas que había ahí dentro también lo estaban… párpados a medio cerrar, tenedores vacíos camino a la boca y trozos de panqueque suspendidos en el aire, el vapor de las tazas humeantes casi parecía sólido… el silencio absoluto y aterrador.
El corazón le saltó un latido.
Lentamente desvió los ojos de la muchacha, barriendo por completo el lugar, encontrando escenas congeladas en donde quiera que posara la mirada. Golpeó con mano temblorosa su teléfono móvil, pero la pantalla jamás reaccionó, y buscó con la mirada el reloj que mantenían sobre la puerta.
Las nueve con diez… y el marcador de los segundos no se movía.
Inspiró y volvió la mirada a su plato, incapaz de mirar a nadie más ahí dentro, contó en su mente los segundos, hasta asegurarse que había pasado más de un minuto y cuando volvió la mirada al reloj algo explotó en su pecho. Ninguna manecilla se había movido en esos dos minutos. Se llevó las manos a la cabeza y respiró profundo, a pesar de los intentos de sus pulmones por expulsar el aire, cerró los ojos con fuerza y se repitió, una y otra vez, que todo estaría bien.
El brillo del sol y la luz ahí dentro se había vuelto violento e indiscriminado de un momento a otro… parecía clavarle agujas en los ojos, frotó las sienes unos momentos, un ligero mareo comenzaba a empeorarle la jaqueca y cuando notó que tenía los síntomas tempranos de una migraña era demasiado tarde, los sonidos estaban terriblemente amplificados y las luces y brillos insoportables.
Una taza cayó al suelo.
La vida reanudó la marcha y los sonidos le llegaron de golpe, como días atrás. Los ojos oscuros de Satsuki rodaron en sus cuectas y volvió a recargar el mentón en su palma, pero esta vez no lucía decaída o derrotada, tenía un aire similar al de una madre que está harta de la mala actitud de su hijo.
—Deberías participar, estoy segura que venderías todos tus cuadros… si quieres venderlos, claro…
La arritmia que la atacó logró marearla y debilitarla, se aferró a la mesa, provocando que los vasos se agitaran e interrumpiendo a Satsuki, que se levantó de su silla y corrió a su lado. Sintió la mano en su espalda, cálida y reconfortante, pero a pesar de su amiga y los ruidos y la continuidad garantizada del tiempo, al menos en esos momentos, no pudo deshacerse del temblor que le agitaba las manos y la palidez que se había adueñado de su rostro.
—¿Hanabi?
Levantó la mirada y observó los ojos oscuros de su amiga, antes de que un sollozo escapara de su garganta.
—… no quiero estar aquí —susurró, recargando el rostro en su palma, cubriéndose los ojos. Cuando habló lo hizo tan bajo y tan mal que creyó encontrarse peor de cómo estaba en realidad. —N-No… no me… siento bien…
Respiró profundo y abrió uno de los ojos al no escuchar respuesta alguna. A través de los brillos insoportables pudo ver a la muchacha, la mirada estaba alejada de ella y parecía estar a punto de gritar algo, su cuerpo se había quedado congelado en los principios del impulso, en una posición demasiado incómoda de mantener.
—A-Ayuda —susurró.
—Aquí estoy, Hanabi… dame la mano.
Se aferró a la mano de su amiga y le permitió que la levantara de la silla y la dirigiera a algún otro lugar, donde esperarían un taxi. La conversación que la rodeó le taladró la cabeza con crueldad y el viaje en auto no ayudó a mitigar su malestar, por el contrario.
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Cuando al fin llegó a casa parecía delirar, rogaba con voz sumamente baja por algo de silencio y, a pesar de la debilidad de la que pronto fue víctima, una de sus manos se mantuvo siempre sobre sus párpados cerrados, ofreciéndole una segunda protección de la luz del sol. Las náuseas parecían más una inminencia que una advertencia, pero se las arregló, con ayuda de la muchacha para a entrar a casa, descalzarse y llegar a su habitación, donde la luz entraba indiscriminadamente gracias a las cortinas abiertas de par en par.
—… p-podrías —susurró, señalando la ventana y acomodándose cuidadosamente en la cama.
Los pasos de Satsuki le retumbaron en los oídos, junto a la voz queda que le dijo algo que ya no logró entender gracias al dolor.
—¿Necesitas algo? —susurró la muchacha, acercándose un poco a ella.
Con los ojos cerrados y el dolor martilleándole la cabeza, movió su mano y señaló la mesita de noche que había a lado de ella, pero su cerebro se tardó en poder procesar las palabras que necesitaba decir y su lengua aún más en decirlas.
—… las pastillas… ahí… rojo… la tapa…
El sonido del cajón abrirse y el tintineo del frasco de pastillas sonó demasiado tiempo en su cabeza y casi la hizo vomitar. Sintió a Satsuki abrirle una mano y tomó la pastilla, llevándosela rápidamente a la boca y presionándola debajo de su lengua; el sabor dulzón del medicamento solo empeoró sus náuseas y por unos momentos temió que su estómago la traicionara, pero conforme la pastilla se iba disolviendo la gravedad de su condición dejó de ir en aumento, manteniéndola en aquel estado de delirio por unos minutos, en los que Satsuki se despidió de ella y salió lo más silenciosa que pudo.
Los ruidos de la casa la molestaron un poco más, antes de que el silencio se volviera absoluto y un sueño terriblemente pesado la venciera por completo.
En su malestar no notó la peculiaridad del silencio y al quedar inconsciente no logró escuchar las voces que parecían trasminarse a través de los muros y llegaban ahogadas a su habitación. Poco a poco una línea de luz pálida se fue extendiendo al pie de su cama y poco a poco a se abrió, formando un aro de luz que hacía la función de puerta en el espacio.
—¿Cuánto falta? —preguntó Sasuke, mirando fijamente a Hinata dormir en su cama.
—Solo unos segundos más —anunció Kakashi.
Temía que la muchacha fuera a despertar y a huir, en caso de que no lograran paralizarla, y sus pupilas no tardaron en girar para darle paso al rojo que caracterizaba a su Sharingan. El chakra de la muchacha estaba completamente disperso en un caos que no le permitiría ponerse en pie y andar demasiado lejos, ajustó su capa.
—A mi señal, Sasuke.
Sasuke asintió una sola vez, atento. La mano que había permanecido a la altura del rostro de Kakashi cayó al suelo, dándole luz verde.
El frasco de medicamento en el que se había concentrado apareció en el lugar que había ocupado hasta hacía una fracción de segundo atrás y, antes de que aquel objeto comenzara a caer al suelo, volvió a la habitación. Aterrizó limpiamente en su puesto, con Hinata bien aferrada en su brazo; los ojos blancos lo miraban fijamente a pesar del velo que los cubría y una de las manos se aferraba con fuerzas ridículas a su capa.
—… ¿quién eres tú? —susurró la muchacha.
El portal se cerró rápidamente detrás de ellos y, a pesar del apoyo de Naruto, al cortar su concentración, tanto Ino y Sakura como Hanabi y Neji no pudieron evitar que sus cuerpos parecieran languidecer por un momento. Mientras los muchachos se dedicaban a recuperar un poco de aliento, Hiashi se permitió un momento de inacción en el que observó fijamente el rostro pálido y sudoroso de Hinata, que ya comenzaba a perder el gesto de dolor con el que había llegado.
El súbito movimiento que dio Sasuke cortó con el alivio que habían sentido los Hyūga, Hanabi y Neji borraron las pequeñas sonrisas de satisfacción de sus labios y se pusieron en pie, a pesar de sus piernas temblorosas.
—Hago la debida entrega —murmuró Sasuke, mofandose de las formalidades, deteniéndose frente a Hiashi.
Neji se apresuró a tomar a la muchacha en brazos y Hanabi no tardó en asegurarse del bienestar de su hermana mayor, ambos ignoraron con maestría a Sasuke, que ni siquiera les dio el gusto de notarlo; apenas se desembarazó de la carga, caminó fuera de aquella habitación, ignorando por completo la mirada azul que lo había estado esperando y la mirada verde que lo siguió discretamente hasta que desapareció.
—Al fin en casa —susurró Hanabi, quitándole un mechón de cabello a Hinata del rostro, mirando la humedad que habían dejado unas solitarias lágrimas en sus mejillas.
Sábado, 12 de febrero de 2022
