Capítulo 6

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El cielo empezaba a anunciar el amanecer, con los cambios en sus tonalidades, cuando Hinata despertó al fin, algo adolorida. Se llevó una mano a la cabeza, notando la presión que sentía en ella, y miró el techo en completo silencio.

Había una extraña bruma en su mente.

Luego de desperezarse, y encontrar un terrible vacío en su cabeza, observó la habitación. Aunque sentía sienta familiaridad, también había algo que la repelía y nada de lo que veía podía indicarle o ayudarla a entender aquellas sensaciones tan contrastantes o a salir de aquel extraño sopor vacío en el que había caído.

Sus ojos no tardaron en encontrar a una muchacha, plácidamente dormida, en un sillón cerca de la cama. Sin tener demasiados pensamientos, pero sí muchísima curiosidad, se levantó de la cama y caminó hasta ella, encontrándola hecha un ovillo y cubierta hasta la nariz con una gruesa frazada. Extendió la mano hacia ella, pero se detuvo poco antes de tocarla y la miró largo y tendido, sin reconocerla en un principio, pero luego de atreverse a levantar un poco la frazada para descubrirle el rostro, pudo reconocer vagamente aquellas facciones.

—Hm… ¿qué haces?

El grito que escapó de su garganta coronó el brinco que pegó hacia atrás. Hanabi se irguió en el sillón, frotándose un ojo, y la miró con gesto soñoliento y ligeramente extrañado.

—Lo siento, no era mi intención asustarte —arrastró, estirándose y buscando un reloj. —¿Qué hora es?

Hinata se llevó una mano a la frente y miró alrededor de nuevo, más allá de algunos ecos, imágenes confusas y veladas, no había nada más en su cabeza que la ayudara a comprender qué estaba pasando. Sin darse cuenta, revivía aquel vacío con el que se había encontrado siete años atrás, aunque esta vez era mitigado por los pequeños resplandores que le aseguraban quién era, dónde estaba y la ayudaban a reconocer a su hermana menor.

Pero no tenía idea de qué día era y por más que se tocara el cabello largo y mirara su cuerpo, no podía evitar sentir que nada de eso le pertenecía, aunque sus manos parecieran habituadas a ello.

—¿Nee-sama?

Ignoró a Hanabi y caminó hacia la ventana, corriendo la cortina, casi de inmediato la golpeó una sensación de frío que se desprendía del vidrio de la ventana, ligeramente empañada. En el exterior podía ver algo así como un jardín, pero topaba casi de inmediato con un enorme muro de concreto, lo suficientemente alto para disuadir de intentar brincarlo a cualquiera. Miró entonces a Hanabi por encima de su hombro y corrió la cortina, un poco confundida por las sensaciones que se arrebolaban dentro de ella y a las cuales no podía darles nombre. Volvió hacia la cama y se cubrió con las cobijas, dejando solo sus ojos descubiertos y mirando fijamente a Hanabi.

Hanabi se mantenía inmóvil y silenciosa en el sillón, mirando todo aquello, confundida. —¿Sabes quién soy?

—Hanabi —apresuró.

Asintió una sola vez. —… ok —susurró para sí misma. —¿Sabes quién eres?

—Hinata —aseguró, sin dejar de mirarla.

Se quedaron en silencio. Hinata no tenía la más mínima idea de qué decir o qué hacer y Hanabi no sabía cómo cruzar el trecho de vidrio roto que se encontraba alrededor de ellas… temía pisar un trozo que fuera a despertar una reacción adversa en su hermana. Observó la cobija que la había estado cubriendo toda la noche y miró de nuevo a Hinata, que seguía mirándola, fijamente.

—¿Sabes qué día es? —preguntó al fin.

—… no —murmuró, no muy segura de lo que contestaba.

—¿Sabes dónde estamos?

—En casa, en Konoha —aseguró, sin comprender su certeza y con una extraña desconfianza dormida que le revolvía el estómago.

—¿Qué es lo último que recuerdas?

Hinata parpadeó entonces y desvió la mirada de Hanabi, paseándola por toda la habitación, hasta dejarla clavada en la orilla de las cobijas que le cubrían el rostro y ahogaban ligeramente su voz. Había movimiento detrás de un velo espeso de oscuridad y unas certezas extrañas, pero eso era todo.

—… n-no… no lo sé —murmuró, apretándose la frente con una mano —… todo es… confuso y…

Se apretó la cabeza con ambas manos y miró al techo, hundiéndose en una helada desesperación. Las lágrimas no tardaron en humedecerle los ojos y Hanabi apretó los labios ante aquella nueva perspectiva… no tenía idea de qué Hinata le dolía menos. Se acercó a ella y dubitativa posó su mano sobre el brazo de su hermana y frotó suavemente, exhalando pesadamente, al confirmar que su mano no era alejada.

—Shh, tranquila… estás bien —aseguró, sonriendo ligeramente. —Estás en casa, estás a salvo… lo peor ya pasó…

Hinata asintió y se relajó ligeramente, confiando ciegamente en Hanabi, al no tener más puntos de referencia para su curso de acción. En esos momentos su mundo estaba reducido a los resplandores, Hanabi y las cuatro paredes de aquella habitación. Sintió el peso de Hanabi sobre la cama y al levantar la mirada se encontró su gesto serio y tranquilo, no la miraba a los ojos, miraba hacia su cabeza, mientras le acariciaba el cabello.

Aquello la reconfortó un poco.

—Perdiste la memoria, Hinata-nee —comenzó a explicar, apoyando sobre las cobijas la mano con la que le había estado peinando el cabello. —Pero todo va a estar bien, ¿sí? Vas a recuperar la memoria, te lo prometo.

Se frotó el pecho unos momentos y asintió, no había nada en el rostro de Hanabi que debiera alimentar aquella desconfianza, sin embargo ahí seguía.

—Ven acá.

Se sentó en la cama, encontrándose a mitad de movimiento con el abrazo de su hermana. Se hundió en aquel contacto y miró confundida el hombro de Hanabi unos momentos, inspiró profundo, sin saber por qué lo hacía, inhalando profundo el aroma que se desprendía de la muchacha y pronto fue consciente de las lágrimas que escurrían a borbotones de sus ojos y se aferró a ella. No solo sus recuerdos eran confusos, también sus sentimientos, un profundo alivio le liberó los hombros, pero aquella desconfianza seguía subiéndole a la garganta.

—Todo estará bien, nee-sama —aseguró, acariciándole de nuevo el cabello. —Estás en casa y estás a salvo…

Asintió y un sollozo escapó de su garganta y se soltó, recostándose de nuevo en la cama.

—L-Lo siento, no sé qué me pasa…

—Descuida… no puedo imaginar cómo debes sentirte —aseguró, con la culpa apretándole la garganta y caminando hacia el sillón. —¿Tienes hambre? Has estado dormida unos cuantos días…

Dobló con pereza la cobija y la depositó en el sillón, se giró y miró a Hinata con una pequeña sonrisa, esperando que se relajara con ayuda de aquel gesto, pero era en vano.

—… quiero estar sola —musitó Hinata.

—Claro… pero deberías comer —repitió, caminando hacia la puerta. —Iré a la cocina y traeré algo, después te dejaré sola, ¿sí?

Se limpió las lágrimas y asintió con movimientos rápidos y cortos. —… sí.

—Bien… no tardo —aseguró, saliendo de la habitación.

Cuando la puerta se cerró, resopló pesadamente y se relajó sobre la cama. Su cuerpo se sacudía, víctima de un temblor que había estado reprimiendo los últimos minutos. Al no saber qué más hacer, miró de nuevo la habitación y respiró profundo; esa fijación con el exterior no se iba y cada vez eran más fuertes las ganas que tenía de correr, pero se esforzó por ignorarlas.

Miró la cómoda y notó que estaba llena de curiosidades, adornos y algunos portarretratos que lograron arrancarla de la cama. La fotografía de una niña de cortos cabellos azules y blancos ojos, abrazada por una hermosa mujer con características similares logró capturar sus ojos a la primera; sus dedos acariciaron el vidrio, pasándose sobre los kimonos con los que ambas iban vestidas, y deteniéndose sobre las lucecillas de bengala que sostenían cada una y se mantenían eternamente encendidas.

Desvió la mirada hacia el cabello de la mujer y luego miró a la niña de la foto… claramente se trataba de ella, pero no tenía recuerdos de aquella mujer.

La siguiente fotografía mostraba a una niña de, quizá, diez años, con el cabello corto aún y un chaleco de color claro; en la siguiente foto estaba de nuevo, ahora con un pesado abrigo, acompañada de una mujer de ojos rojos y dos niños, que portaban la misma banda con la placa de metal que portaba ella el cuello. Sus cejas temblaron y su dedo tocó sobre las bandas, sin entender por qué estaba tan atraída a ellas, pero las observó en silencio, durante varios segundos, sin lograr comprender o recordar. Dejó aquella fotografía y miró la última, la mostraba un poco más grande y con el cabello largo, como lo llevaba en esos momentos, acompañada por una niña de cabellos castaños y cortos que no sonreía, pero que, sin lugar a dudas, se trataba de la muchacha que en esos momentos llamaba a la puerta y volvía con algo de comer.

—Aún no terminan de preparar el desayuno, pero pudieron hacerte algo decente —anunció, levantando con un poco de orgullo la charola donde cargaba con unos platos y una taza. Miró a Hinata, que se mantenía de pie en su sitio y aún tenía una mano cerca de la fotografía dónde se encontraba con mamá.

Se acercó a la cama para dejar la charola.

—¿La recuerdas?

—¿A quién?

—A mamá.

La miró confundida unos momentos y luego volvió la mirada a la primera fotografía, no tardó en señalarla y mirar de nuevo a Hanabi. La muchacha asintió una sola vez y caminó hacia la puerta.

—¿Podrías decirme qué pasó?... antes de irte —pidió.

Se detuvo antes de abrir la puerta y miró a Hinata. —¿Segura?

Bajó la mirada unos momentos y asintió.

Hanabi lo dudó unos momentos, pero se encogió de hombros y caminó hacia el sillón que había ocupado durante la noche. Quitó la cobija y se sentó, acomodándose, y señaló el desayuno que le había llevado a la muchacha.

—Te contaré lo que pueda mientras comes.

Hinata se quedó de pie en su sitio unos momentos, tenía demasiadas dudas, pero ninguna pregunta que surgía en su mente tenía sentido. Caminó a la cama y tomó los palillos y el pequeño tazón de arroz y comenzó a comer.

—Hubo una guerra —comenzó a decir, luego de exhalar. —Desapareciste por un tiempo y volviste hace unos días-

—Hace unos días —repitió, con voz queda.

El único recuerdo que tenía de días atrás era el de una luz brillante que solo podía comparar con la del sol y una oscuridad confusa que llegaba después.

—Estuviste inconsciente la mayor parte del tiempo, despertaste una vez, pero no nos reconociste e intentaste huir, estabas confundida y asustada y te desmayaste —continuó, dudando un poco sus palabras.

Asintió y miró el arroz que quedaba en el plato. —¿Por qué no recuerdo eso?

—No lo sé —mintió.

Se llevó un bocado de arroz a la boca y miró a Hanabi con algo de desconfianza, pero se sacudió aquella sensación de los hombros.

—Estamos trabajando en ello, nee-sama, un especialista te evaluará… no sé si lo recuerdas, pero Konoha cuenta con algunos de los mejores doctores y expertos en mentes.

Aquel brillo de esperanza logró remover algo, pero lo ignoró, temerosa de estar cayendo en falsas esperanzas.

—¿Y si no logro recordar? —lamentó, sintiendo que temblaba. —¿Qué pasará?

—Entonces empezaremos de nuevo —prometió.

Miró a la muchacha a los ojos y exhaló de manera controlada, no había una mano extendida hacia ella, pero sentía que en espíritu así era y que su alma estaba extendiendo su propia mano para aceptar aquella promesa. Sus labios temblaron.

Hanabi juntó las cejas, no sentía que existiera la confianza entre ellas para siquiera tomarle la mano.

—No va a pasarte nada malo, te lo prometo, yo te protegeré. Tienes mi palabra —prometió. —Iré a bañarme, descansa un poco más si quieres. Espero no tengas ningún problema con acompañarnos a tomar el té a mediodía… no tienes que hacerlo si no quieres.

Aquello logró arrancarle un asentimiento, pero fue todo.

—Natsu y Kō se mantendrán en el pasillo, dispuestos para ayudarte con cualquier cosa que necesites, así que no dudes en pedírselo a ellos.

Hanabi salió de la habitación luego de una pausa en la que pareció estar a punto de agregar algo. Hinata se quedó sentada en la orilla de la cama, mirando la puerta en completo silencio.

Una vez se sintió tranquila, echó un vistazo en los cajones y el armario, encontrando prendas de ropa que habían sido bien cuidadas todos esos años, aunque en ese momento no pudo apreciarlo o adivinarlo. Se probó algunas cosas, confirmando que le quedaban, y no pudo evitar cubrirse los labios con una mano ante el repentino llanto que la atacó, aquello la aterraba y no entendía por qué.

Cuando al fin pudo tranquilizarse, recordó lo que Hanabi había dicho antes de salir y abrió una rendija en la puerta, pudo obtener un vistazo de un hombre, que mantenía la mirada al frente y las manos apretadas a sus costados.

—¿Hinata-sa-?

Cerró la puerta de golpe y echó el pestillo.

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Un inconveniente había atrasado la consulta con Yamanaka Ino, pero las cosas parecían seguir en su curso y el clan no presionó al Hokage más de lo debido. Esos cuantos días le habían servido a Hanabi para mostrarle a Hinata un sinfín de fotografías, en un vano intento por ayudarla a estar más tranquila. La muchacha caía en ataques de pánico y por más que intentarán entender los catalizadores, no podían, todo parecía ser aleatorio en esos momentos… luego de los ataques de pánico venían periodos de abstracción, la mirada de Hinata se vaciaba por completo y no había palabra, movimiento o amenaza que la hiciera salir de su cabeza o volver de donde fuera que se encontrara; pero una vez volvía la luz a los ojos de la muchacha, por más que intentara saber en qué pensaba o a dónde corría su mente huidiza, lo único que recibía eran encogimientos de hombros o miradas confundidas.

Hinata se mantenía vagando en la enrome nada que se había vuelto su mente, Hanabi estaba cada vez más impaciente y frustrada, Neji se había resignado rápidamente a aquella situación y Hiashi se mantenía aún oculto de la vista de su hija… que a pesar de recordarlo, no lo había visto ni una sola vez.

Pero no todo era alarmante, no había habido nuevos intentos por huir, aunque si notaban la inclinación que Hinata sentía por el exterior y la insistencia con la que miraba a través de las ventanas al estar adentro o más allá de los muros o el bosque al encontrarse afuera. Habían dado apenas un paseo por la aldea, tarde por la noche, en un intento por ayudar a la muchacha a salir de su cascarón, pero aquello no parecía haber surtido efecto alguno. Se la veía más tranquila, pero tan inamovible y alejada de todos como siempre.

—¿Qué es esto? —preguntó Hinata, como venía haciendo cada que se le presentaba algo que no había visto nunca antes en sus escasos recuerdos.

—Zenzai —respondió Natsu, acercándole a Hanabi sus bocadillos.

Hanabi observó fijamente la reacción de Hinata, que removió con la cucharilla el bocadillo, antes de olisquearlo. Había cambiado la táctica, de nada serviría mostrarle fotografías, así que se había decidido por ofrecerle impulsos externos más personales… tenía casi abrumados a Kō, Natsu y Neji, a quienes había obligado a ajustarse a una rutina emergente que giraba en torno a los gustos y las preferencias que recordaban de Hinata.

Ante las atentas miradas de sus tres acompañantes, Hinata observaba en silencio el platillo, reconocía los componentes por su cuenta y el aroma no había tardado en hacerle agua la boca.

—… huele bien —murmuró.

Al levantar la mirada se encontró con un gesto lleno de cariño en el rostro de Natsu, que le provocó un cosquilleo en el estómago y una sensación de culpa.

—Espero le guste, Hinata-sama —dijo, luego hizo una reverencia y salió de la habitación.

Hanabi no tardó en llenar el silencio con su voz. No solía ser muy parlanchina, pero no podía mantener su actitud habitual en esos momentos. Miró a Neji, con un gesto amable y agradable, a pesar de que había notado el gesto de fastidio que el muchacho no tardó en ocultar.

—Quería llevar a Hinata al mirador esta noche.

Neji no levantó la mirada de su taza, reconocía el tono peculiar de voz. —… es buena idea.

—Pero me temo que tengo un compromiso, ¿podrías llevarla tú?

—¿Es necesario que vaya hoy?

—Ha estado aquí encerrada una semana, necesita cambiar de aires… relajarse, caminar un poco.

—Camino por los jardines —se defendió, sin saber por qué de pronto se sentía tan juzgada con aquella frasecilla.

—Hace unos días anduvieron por la aldea.

—Sí, pero fue un paseo corto y si se queda aquí dentro, puede deprimirse —apresuró Hanabi, mirando insistentemente a Neji.

Un corto silencio los rodeó.

—Tengo el día ocupado, Hanabi-sama.

—Es tu día libre.

—Y en mi día libre, suelo hacer cosas que no puedo hacer el resto de los días —explicó, paciente, aunque no por eso menos fastidiado.

—Por favor —rogó, juntando las manos a la altura de su rostro y mirando al muchacho con un gesto infantil al que no solía recurrir. —Solo quiero que la saques de aquí antes de que sea demasiado tarde para salir.

Neji exhaló. —¿Después de la cena?

Asintió.

—Bien, pero solo dispongo de quince minutos, sin contar el tiempo que hagamos desde aquí.

—¡Es el tiempo justo! —celebró, chocando sus palmas una sola vez.

Hinata observaba, como venía haciendo con todo desde que despertara, aquella extraña conversación de sobremesa con interés. Hanabi trataba a Neji con la familiaridad esperada entre unos primos cercanos, pero Neji había erigido un muro de formalidad alrededor de ellas que, hasta ese momento, se sentía impenetrable.

—¿Qué es el mirador? —preguntó de pronto, ignorando sus sentimientos.

—Es una elevación que limita un lado de la aldea, puedes verlo todo desde ahí —explicó Neji.

—¿Iremos hoy?

Hanabi y Neji asintieron.

Los miró en completo silencio, paladeando con gusto el bocadillo que Natsu le había preparado y que estaba brindándole una sensación de seguridad que parecía no haber sentido en mucho tiempo, pero por alguna razón el exterior seguía llamándola, incitándola a correr.

Quería escapar de esa casa.

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Cuando Hanabi entró al despacho de Hiashi lo encontró silencioso, terminando de redactar la petición formal que presentarían ante el consejo para comenzar a planear el re-entrenamiento de Hinata y su rehabilitación como ninja de Konoha. Se sentó frente a él, en completo silencio, luego de recibir un vistazo con el que le diera la bienvenida y esperó.

Esos últimos días su padre había estado sumido en un silencio inusual, no se sentía como los habituales, la única que había podido notar la melancolía había sido ella, pero sentía que todos los problemas estaban tan frescos, que preguntarle al respecto casi podría parecer un ataque. Sonrió cuando vio que el pergamino fue enrollado y se encontró de nuevo con la mirada de su padre, recibió una pequeña sonrisa a cambio y luego lo vio relajarse en la silla, exhalando largamente.

—¿Cómo va tu hermana?

—Bien. Hoy empezó a hacer ejercicio y ya acude sola a tomar el té con Neji y conmigo.

Asintió y acomodó el pergamino sobre el escritorio, paralelo al pincel. —Sigo pensando que no es prudente presentarme ante ella aún, ¿qué opinas?

—Creo que debería hacerlo —aseguró, no estaba del todo convencida de aquella respuesta, pero tampoco podía tolerar que el mundo de Hinata se mantuviera tan diminuto por más tiempo.

Quizá si supiera que hay más personas ahí afuera, que la esperaron todo este tiempo… pensó.

—Yamanaka solo le facilitó un par de recuerdos, así que su mundo es muy reducido de por sí.

—Eso cambiará pronto —aseguró. —Ya se confirmó la fecha para que Hinata empiece tratamiento.

Aquello la tensó y la alivió al mismo tiempo. Se acomodó en su asiento y lo miró, aún más atenta que momentos antes.

—¿Cuándo?

—De este martes que viene en ocho días.

—…ya era hora —murmuró, ligeramente distraída, pero volvió pronto a la habitación. —¿Es por eso iremos con Kakashi-sama, en realidad?

—No, necesitamos hacer la solicitud para el re-entrenamiento de Hinata, no queremos que el consejo de la aldea empiece a armar un plan y tener que adecuarnos a ello. ¿Estás segura que quieres encargarte de esto?

El pergamino fue sacudido con dos movimientos suaves, enfatizando el tema que discutían.

Asintió de inmediato. —Completamente.

—Temo que tus responsabilidades-

—No es problema —aseguró.

Hiashi la miró fijamente por unos segundos y luego dejó caer la palma sobre el escritorio, alejando la mirada y asintiendo una sola vez.

—Bien.

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El camino a la oficina del Hokage fue tan prometedor que ni siquiera fue capaz de notar el cielo oscuro de aquella tarde, el edificio brindaba una luminosidad casi igual a la del sol.

Cuando entraron a la oficina no les sorprendió encontrar el escritorio de Kakashi embargado de papeleo y a una mujer hablarle rápidamente sobre algún documento que debería ser firmado sin más dilación. Esperaron en completo silencio, sin urgir al Hokage con sus miradas o lenguaje corporal, y pronto los ojos negros estaban sonrientes y mirándolos, incluso antes de que la puerta terminara de cerrarse tras aquella kunoichi apresurada.

—Siempre puntuales —felicitó, un poco avergonzado. —Disculpen la demora.

—No necesita disculparse, Hokage-sama —aseguró Hiashi.

—¿Qué los trae por aquí? —preguntó, al tiempo que ordenaba ligeramente su escritorio y se ponía en pie, en caso de que tuviera que tomar algún documento de las manos de Hiashi.

—Es respecto al re-entrenamiento de Hinata.

—¡Ah, claro!

Recordaba la conversación superficial que habían tenido a las vísperas de la recuperación de la muchacha. Dejó el desorden en el escritorio y lo rodeó, para quedar un poco más cerca de ellos. A pesar de los 6 años que tenía al mando, seguía sin agarrarle gusto al saborcillo que le dejaba ser tratado como superior por personas a las que había respetado desde niño.

—¿Traen la petición formal? —su mano se extendió al frente.

Hiashi asintió y sacó el pergamino de su bolsillo, entregándolo en la palma abierta del Hokage, que no dudó en abrirlo y leerlo.

—Todo me parece bien… —arrastró, sin perderse ni un detalle de la petición. Asintió. —No veo ningún problema, el consejo estudiará la petición, pero no debería tardar más de dos días en aceptarla.

Hiashi asintió de nuevo, por toda respuesta. Viendo a Hiashi rodear su escritorio, en la busca de la carpeta que había redactado con anticipación, para evitar que aquello se demorara.

—Les haré saber por media de un mensaje cuando haya sido procesada la solicitud y en cuanto esté listo el contrato, se lo enviaré con Sai para que lo firme.

—Estaremos pendientes.

Kakashi asintió, la sonrisa que ocultaba su máscara le curvó los ojos.

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El paseo que Hinata y Neji habían dado, de camino al mirador, le había parecido un rodeo a la muchacha; luego de escuchar a Hanabi hablar y hablar sobre el festival de invierno y los preparativos de la aldea, había esperado encontrar bullicio en las calles, pero, al menos por la ruta que habían tomado, las cosas habían estado tranquilas.

Una vez se encontró mirando aquella ciudad desde esa cima, pudo confirmar sus sospechas, y aquello no ayudó a tranquilizar sus ganas de huir.

Sus ojos observaron las luces titilantes de las calles y callejuelas, los cuadrillos de las ventanas iluminadas terminaban de darle un toque pintoresco a aquella vista. Pudo apreciar los confusos y serpenteantes recovecos que se formaban entre las callejuelas que dirigían a la entrada de algunas casas y se maravilló con el intricado diseño que había, si miraba más allá de las calles principales, rectas en su gran mayoría.

Hanabi tenía razón, la vista era deslumbrante a esas horas y no pudo evitar tener algo de curiosidad por ver todo aquello despertar luego del atardecer.

—¿Le gusta? —preguntó Neji, impulsado por la insistencia de Hanabi a que distrajera lo mejor que pudiera a la muchacha.

Se recargó en la baranda, sintiendo el viento contra su rostro, y asintió una sola vez. —… es como un árbol de navidad.

—¿Cómo?

Giró el cuello rápidamente y miró a Neji unos momentos, sus ojos no tardaron en desviarse, buscando significado a aquellas palabras que se habían deslizado de sus labios con naturalidad y gusto… pero su cabeza estaba vacía. Miró de nuevo al muchacho y sonrió, avergonzada, encogiéndose de hombros después y volviendo la mirada a la aldea.

Las poquísimas imágenes que había en su cabeza eran confusas, pero ahí arriba encontró una familiaridad extraña al observar ciertos rincones.

—Esa de ahí es la academia ninja —comentó, notando la insistencia con la que Hinata observaba el lugar. —Todos asistimos ahí.

—¿Yo también? —preguntó, sin poder evitar voltear a mirarlo.

Neji se sorprendió al notar el brillo de necesidad en las pupilas de su prima y asintió, con una pequeña sonrisa triste en los labios.

—Compartías el curso con Uzumaki Naruto —contó, mirando hacia la aldea. —Él es el próximo en fila para ser Hokage.

—Ah —suspiró, mirando a la aldea, recordando los rostros que había tallados a metros de ellos.

Neji la miró de reojo, ligeramente sorprendido, aunque no le extrañaba, que Hinata no hubiera reaccionado ante la mención de su héroe. Bajó la mirada a sus mano, pensativo, no había tenido mucho tiempo para pensar en la mala fortuna de la muchacha, y ahora que se encontraban a solas, el peso le oprimía con fuerza.

¿Qué tan perdida se encontraba Hinata en esos momentos? ¿Y qué tan difícil sería ayudarla a volver?

Ajena a las tribulaciones de Neji, Hinata observaba con luz diferente la aldea. Un ligero atisbo de felicidad y esperanza se había encendido al escuchar a Neji contarle aquel pequeñísimo detalle sobre su vida. Aunque sus recuerdos eran prácticamente inexistentes, había encontrado una serie de diarios mientras rebuscaba durante sus primeros encierros en aquella habitación, y había encontrado pasajes sobre, lo que ella suponía, se trataba de sus amistades de la infancia.

Aquel nombre había figurado en algunas páginas.

—¿Compartí curso con alguna otra celebridad? —sonrió.

—Hm —alargó, fingiendo que pensaba, luego señaló a la estación de policía. —Inuzuka Kiba es el comandante de las fuerzas policiacas, Yamanaka Ino está a cargo de la seguridad de la aldea…

—Vaya —murmuró.

Se recargó en la baranda y observó la ciudad, con una pequeña sonrisa triste en los labios. Se sentía feliz y no tenía la más mínima idea de porqué.

Pasaron los próximos minutos dando un paseo visual por la aldea, Hinata señalaba algo y Neji le explicaba qué era. Perdieron un poco de volumen las protestas internas de la muchacha, ligeramente eclipsadas por una esperanza que despertaba de su largo letargo de siete años. El silencio no tardó en acomodarse plácidamente entre ellos, devolviéndolos, sin que ella lo supiera, a una rutina que habían llevado cuando más jóvenes.

Konoha resplandecía y titilaba, el eco del bullicio y las risas llegaban hasta ellos, tan claros como si los estuvieran escuchando ahí abajo. Hinata se permitió observar a Neji de reojo y pronto se detuvo en una gruesa cicatriz que se extendía sobre la piel de la mano del muchacho, perdiéndose en uno de los pliegues que formaban sus dedos.

Desvió la mirada a la aldea, pero no pudo evitar rosar con la punta de su dedo una de las cicatrices que llevaba sobre la muñeca. Observó su piel en completo silencio y luego recordó las cicatrices que había visto en las manos de Hanabi y a pesar de lo poco que había podido ver de las manos de Natsu y Kō, también en ellos había encontrado testigos silenciosos de heridas que se rehusaban a caer en el olvido.

Juntó las cejas unos momentos y miró de nuevo las manos de Neji.

—La hizo un kunai.

—¿Eh?

Levantó la mirada y se encontró con la tranquila de Neji, el muchacho no parecía molesto por su insistente mirada. Enrojeciendo violetamente, agachó la mirada y alejó el rostro de él.

—Fue una de mis misiones más difíciles luego de mi graduación como genin… no pude desviar un kunai y tuve que detenerlo con la mano —sus cejas estaban ligeramente juntas y no pudo evitar frotar su mano, recordando el dolor. —Es una herida estúpida, preferiría no entrar en detalles, me da vergüenza.

—Es raro escucharlo admitir esos sentimientos —resonó la voz de Hanabi.

La muchacha apareció, surgiendo de la oscuridad, como si se tratara de un mal augurio. Neji tensó el rostro y desvió la mirada de ella, ignorando la sonrisa ladina con la que Hanabi los saludó. Se acercó a la baranda y miró su reloj, en otro intento por fastidiar a Neji, que se obstinaba por mirar hacia la nada a la que había girado su rostro.

—Vaya, llegué un poco antes de lo previsto, ¿interrumpo algo?

—No —apresuró Hinata, notando la tensión en el aire.

Hanabi la miró, sin deshacerse de aquella sonrisa ladina, aunque a esas alturas ya lucía fingida. Se deshizo del gesto al asentir y se recargó en la baranda, ofreciendo a Hinata un poco del takoyaki que había comprado de camino ahí.

—¿Es todo lo que vas a cenar? —preguntó, genuinamente preocupada, Hanabi se había ausentado durante la cena.

—No… llegando a casa cenaré, pedí que me reservaran mi porción —aseguró, insistiendo para que Hinata tomara un palillo. —Tenemos que venir al atardecer, tienes que ver la aldea a esas horas…

Hinata sostenía en sus dedos el palillo con la bolita de pan y sonrió ligeramente, escuchando a Hanabi hablar sobre el poco tiempo que quedaba para el festival y sobre el festival. La conversación se desvió hacia yukata, obi, kimono, broches y peinados; cuando Neji anunció que era hora de irse, apenas y pudo despedirse de él, Hanabi absorbía por completo su atención, con la extraña urgencia que de pronto timbraba en su voz al hablar de lo que usarían para asistir a aquel festejo.

Hanabi guardó silencio al ver a Hinata reír, como lo había hecho años atrás, cuando se encontraban en la sala de estar, platicando sobre tonterías. Observó aquello, ligeramente descolocada y esperanzada, mientras Hinata se olvidaba de aquel resplandor de familiaridad en su memoria y buscaba otro bocado que le apeteciera.

¿Qué tan lejos se encontraba Hinata de ahí?


Sábado, 12 de marzo de 2022