El mundo y los personajes de Digimon no me pertenecen.

Esta historia está inspirada en una de las propuestas de Eljefe2000, para un pequeño intercambio de fics.


Realidad digital

Falsos recuerdos


Porque después de todo he comprendido
por lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.

[F. L. Bernárdez]


1.

Mimi fue la última que habló con Jou.

A ella, más que a ninguno, siempre le había molestado que el superior Jou fuese tan distante con ellos —después de todo lo que habían pasado juntos en el Mundo Digital y con los digimon se suponía que todos eran mejores amigos, ¿no?— pero en los últimos tiempos todo había... empeorado.

Por decirlo de algún modo.

Jou se negaba a responder los mensajes, excusándose cada vez detrás de exámenes y tareas (a veces, incluso, les dejaba sin otra respuesta que la certeza de que había visto el mensaje), y si lo cruzaban de casualidad en la calle palidecía por un momento, como si estuviese contemplando el rostro de un Bakemon —o algo peor, antes de saludar nerviosamente. Si los saludaba. A veces pretendía que no existían.

Con toda honestidad, no entendía cuál era su problema.

Todos en el grupo sabían que Jou se había quedado con el departamento que una vez compartió con su novia gracias a Koushiro, quien todavía mantenía un fluido contacto con Jou (o, mejor dicho, era el único al que Jou le hablaba cuando estaba ignorando a todos los demás) y que no pensaba mudarse debido a que estaba cerca de su universidad. Mimi tenía la dirección agendada porque ella siempre había tenido problemas para ubicarse y prefería conocer sitios concretos. Y, si bien no iba a visitarlo a menudo (ella no quería recibir la apática bienvenida que Jou ofrecía), seguía considerando que él era uno de sus amigos más cercanos y quería saber de él. Cómo estaba. Dónde encontrarlo.

Entonces, un día, le pidió que pasase por su departamento con una llamada. El superior había sido una amalgama de histeria, terror y nervios desde niño, pero durante la llamada no escuchaba ningún tipo de frenesí. Sonaba parco, sombrío. Su voz escondía el tipo de amargura de un condenado. Sonaba como si hubiese roto un juramento con ese simple gesto de tomar el teléfono y marcar su número.

(Si le preguntasen a Mimi si eso le resultó raro, la llamada en sí misma, y diría que "solo porque nunca llamaba".

Y estaría mintiendo. Había más de una cosa extraña en el contenido de la llamada).

—¿Quieres que vaya a tu apartamento? —dudó Mimi, escéptica—. ¿Ahora?

—Sí —Mimi se negó a reconocer el escalofrío que le trepó la columna en respuesta a lo vacío que se escuchaba el tono de su amigo—. Lo agradecería mucho... Mimi.

Quería decir que aceptó enseguida, que no titubeó, pero la verdad es que parpadeó por un momento hacia el reloj. Era temprano, no demasiado temprano, y el sol había colgado sus rayos en la ventana para iluminar la habitación. Las sombras que todavía quedaban en el cuarto eran suaves, un ligero manto negro sobre los recovecos y los muebles.

No había nada de la Mimi que conoció a Jou en ese apartamento.

Excepto una cosa.

La foto.

Mimi dejó que sus ojos cayeran en la imagen del campamento, la única foto que se habían tomado en el campamento de verano de 1999, y sintió un tirón en el estómago.

Ocasionalmente, cuando veía esa foto, le ocurría. Esa sensación indefinida, inefable, que le dejaba un hueco en el estómago y que en nada se parecía a la alegría que emanaba de la foto.

—En una hora estoy allí.

Jou lanzó un suspiro tembloroso, el primer sonido que le recordó al Jou que ella había conocido. Jou Kido, de doce años. Su amigo. —Gracias.

(***)

El departamento de Jou estaba bien ubicado, desde luego, pero era tan pequeño que ella aún no tenía idea cómo se las habían arreglado Jou y su novia para convivir sin sentir claustrofobia. Quizá se debía a que ambos estudiaban medicina en horarios distintos y procuraban no incordiarse el uno al otro. Los dos eran reservados, también. (Eran una bonita pareja... a pesar de todo. Lamentaba mucho que la relación hubiese terminado).

De cualquier modo, Mimi sabía que no habría podido vivir allí. Le gustaba tener espacio libre, despejado. Y la independencia que ofrecía el vivir sola. Su microempresa de ventas no iba nada mal pero, afortunadamente jamás había tenido problemas económicos -su papá era un empresario bastante exitoso- y ella era su princesa, así que siempre podía acudir a él si lo necesitase. (Sí, su padre solía llamarla de ese modo hasta que ella se lo prohibió. Y se prometió que no se lo diría jamás a Taichi).

Jou abrió la puerta antes de que ella pudiese llamar a su puerta. Tenía el pelo revuelto, opaco, y ojeras pronunciadas en su piel blanquecina.

Se tragó la impresión que le dio verlo tan desgastado.

—Hola, Mimi-kun —Llevaba años sin llamarla con aquel sufijo. Ella tragó. No sonaba como su viejo y querido Jou—. Perdón que te haya hecho venir de repente. No sabía... fuiste la primera en la que pensé.

Mimi le sonrió, aunque fue una hazaña fingir la naturalidad.

Los ojos de Jou eran tan oscuros como el universo. Igual de vacíos.

No hizo una invitación para tomar una taza de té.

—No quiero hacerte perder el tiempo. —Jou la había hecho entrar al monoambiente. Todo estaba pulcramente ordenado, impecable. Mimi se preguntó si Jou ordenaba y limpiaba compulsivamente—. Sé que... se que mi llamada debió tomarte por sorpresa y... no quiero hacerte perder el tiempo.

—Estoy bien. —Se forzó a decir—. No te olvides que soy mi propia jefe.

Jou asintió. Si Mimi hubiese esperado ganarse un atisbo de sonrisa, pues habría acabado decepcionada.

(Estaba decepcionada).

—Bueno... ¡Ya estoy aquí! —Aplaudió. Era otro intento de romper la atmósfera pesada y sombría que los envolvía—. ¿En qué puedo ayudarte? Debe ser algo que Koushiro no pueda y creo que hay... ¡Oh! ¡¿Quieres volver con Mariko...?! ¿Es eso? ¿Necesitas mi consejo?

Eso sí le hizo esbozar una sonrisa a Jou. Fue la más breve de las sonrisas, una leve curva en la esquina de la boca, pero Mimi se dio por satisfecha.

Era la primera vez en años que veía a su Jou.

—No es eso. Quiero... quiero darte algo.

—¿Algo?

Divisó, por primera vez desde que llegó, una caja cerrada que estaba en una esquina. Jou la levantó del suelo y la puso sobre la mesa. No era muy grande y tampoco se veía pesada pero Mimi igualmente se encontró mirándola con desconfianza.

—No es algo que pueda vender en mi empresa, ¿o sí?

—No tiene mucho valor objetivamente. Salvo para mí. Supongo. Y puede que para ti.

Mimi pensó que Jou quería darle la caja pero se equivocó. Revisó su contenido, como para asegurarse que estuviese en orden y solamente sacó una sola cosa.

Un portarretrato.

Ni siquiera tuvo que mirar para saber cuál era la foto.

Mimi no lo tomó.

—¿Me llamaste por... esto? —dudó. Quería gritar—. Nunca llamas, jamás hablas conmigo... o con los chicos pero me llamas por...

Jou la estaba mirando con algo muy parecido a la culpa. Una súplica, tal vez.

—Sé que el marco no es tan bonito —dijo Jou en un intento de romper el silencio espeso que se había derrumbado sobre ellos—. Puedes cambiarlo por otro. Si quieres...

—¿Por qué me lo das? —Lo cortó.

Jou parecía, repentinamente, incómodo. Nervioso.

No era el mismo tipo de histrionismo que ella reconocía en él sino algo más profundo, más triste.

Se negó a dejar que le afectase.

—No puedo... no puedo tenerlo conmigo por más tiempo. Necesito que te lo lleves.

Mimi levantó las cejas. —¿No puedes, dices? ¿Necesitas que...? ¿En serio? Después de veinte años te vas a parar ahí y decirme... ¿Sabes? No importa. Dame la foto, sé que la apreciaré más que tú.

Jou no escondió la expresión dolida que disparó su comentario lo suficientemente rápido, pero se negó a mirarla por mucho más tiempo después de eso.

—Podrías haberlo tirado —dijo, una vez que el portarretrato estuvo en sus manos. Lo abrazó contra su pecho, escondiendo la imagen. Pretendía evitar que esos ocho niños sonrientes, lleno de luces y sonrisas, enfrentasen el rostro de Jou—. Ninguno de nosotros lo sabría.

Contuvo las lágrimas por un momento mientras trataba de encontrar algo familiar del viejo Jou en el hombre que estaba allí, delante de ella. Él estaba gris, tan gris como el emblema que le habían dado, tan gris como una nube de tormenta. No era un llanto solo de tristeza el que se le quedó en la garganta. Mimi podía sentir la ira hirviendo a fuego lento, la frustración.

La impotencia siempre le había hecho llorar.

—Quiero que lo tengas... quiero que lo tengas tú. Eres la persona que más me gustaba en el campamento.

Mimi quería decirle que él era la persona que más le había gustado en el campamento también.

Presionó los labios.

—Listo, entonces. —Mimi no quería quedarse ni un segundo más. Cualquier persona diría que estaba exagerando pero nadie entendía. Ninguna persona, aparte de quienes estaban en esa foto, entenderían lo que Kido Jou acababa de hacer—. Adiós.

No miró atrás en ningún momento.

A Mimi siempre le habían llamado dramática, desde que era una niña y llevaba su sombrero rosa a todas partes, pero ella no estaba segura por qué la palabra tronó en sus pensamientos cuando llegó a su casa y abandonó su bolso, con el portarretratos, en la silla.

(***)

La siguiente noticia que tuvo del superior fue que estaba en el hospital.

(***)

Sora la escuchó sin interrumpir.

Mimi se había sentido segura en sus brazos, en su amistad, desde que eran niñas que apenas veían el mundo. Sora había sido la primera y única llamada que hizo una vez que el oficial que la interrogó le dijo que no tenía más preguntas. También fue ella quien le avisó a Taichi lo que había pasado. Mimi no era sospechosa de ningún crimen, ella solo era posible testigo extraviada de un intento de asesinato que en realidad era un intento de suicidio.

Eso sonaba hilarante. Y se lo dijo a su amiga.

—No es la palabra que usaría, Mimi —contestó Sora. Su mirada era triste, llena de consternación—. No puedo creerlo.

Mimi no quería hablar de ello. No quería pensar en ello. Y Sora no necesitaba que dijera esas cosas en voz alta.

—Voy a preparar un poco de té. —Le apretó la mano por un momento—. Y hablaré con los chicos también.

Sora estaba ofreciendo un momento a solas.

(Jou no la había invitado a tomar un poco de té siquiera).

Jou la llamó, súbito y repentino, le dio la foto que representaba la historia de su amistad (representaba mucho, mucho más que eso) y trató de-

Mimi tragó saliva.

¿Por qué la había llamado a ella?

¿Por qué no había llamado a Koushiro? ¿O a Taichi? ¿O a Mariko?

Jou la había llamado a ella, le dio una estúpida foto, y luego había tomado un frasco de pastillas y...

¿Por qué lo había hecho?

Recordó que, por un breve instante, había visto al viejo Jou en el hombre que había ido a visitar. Por un momento. Ahora Jou, el Jou que no conocía, estaba en un hospital bajo la atenta vigilancia de su familia, recuperándose de la sobredosis.

Estiró la mano para alcanzar el bolso que había abandonado —Mimi no era desordenada, pero ella tampoco estaban en el otro extremo de la gama— y tomó el portarretratos que le había dado Jou. El marco era sencillo pero elegante, un borde opaco en contraste con una imagen llena de color. Mimi vio a su sombrero rosa. Vio el amarillo de Sora y de Hikari. A Takeru, en verde. Y a Yamato, también. Vio a Taichi en el centro de la imagen, azul y marrón. Vio el cabello azul de Jou. Eran ocho rostros sonrientes, plenos. Inocentes. Tan, tan inocentes.

"No tiene mucho valor objetivamente. Salvo para mí. Supongo."

Sí, supongo, pensó amargamente.

Tuvo un impulso repentino y arrojó el retrato contra la pared más lejana.

Quería decir que se sintió bien.

—¡¿Mimi?! —Sora se asomó en el living inmediato, la expresión consternada y su teléfono en su mano. Mimi la vio sostener el móvil junto a su oreja después se cerciorarse que ella estaba bien—. Está bien, Koushiro. No, no, tranquilo... Es nada. Sí, adiós.

Mimi miró todos los fragmentos de vidrios esparcidos por el suelo y no se sintió bien en lo absoluto.

Sora le lanzó una mirada, los ojos llenos de preguntas y preocupación, pero no hizo ningún comentario. Excepto: —Voy a buscar algo para limpiar.

—Déjalo.

Sora atravesó la habitación en silencio, haciendo caso omiso de su petición, y se inclinó para tomar los restos sobrevivientes de la foto. Mimi la siguió con la mirada pero tuvo que apartar los ojos al ver la expresión que había en la cara de su amiga. Se preguntó si ella miraba esa foto de la misma forma. Con los ojos llenos de dolor dulce, de ternura agria.

Y algo más profundo.

—¿Esto es lo que te dio Jou?

No podía soportar esa mirada.

—¿Qué hablabas con Koushiro?

Sora frunció los labios. —Quería preguntarme algunas cosas. Sobre Jou. Se enteró lo que le pasó porque trabaja con su hermano.

—¿Le dijiste todo lo que pasó? ¿Qué Jou me pidió que fuese a verlo antes de...?

—No.

Mimi suspiró. —Bien.

—Mimi.

Debido a que Sora podía ser bien testaruda cuando esperaba una respuesta, Mimi sabía elegir sus batallas. Ese tono, en particular, pedía un reconocimiento. Levantó los ojos para enfocarse en su amiga.

—¿Qué?

Sora estaba en el mismo sitio, con trozos de vidrios esparcidos a sus pies, y en una mano sostenía lo que restaba del portarretratos. En la palma de su mano libre, sin embargo, había un cuadrado pequeño y oscuro que a Mimi le hacía pensar en...

—Es una tarjeta de memoria —concluyó Sora—. Se parece a la de la cámara de fotos de Hikari. Es más grande que la del teléfono.

—Quizá se la olvidó.

Sora hizo una pausa. —Estaba con del marco. Detrás... de la foto, creo. Se cayó cuando...

—¿Una tarjeta de memoria escondida en el cuadro? —Mimi tuvo un súbito deseo de reír—. Sora.

—Puede ser importante. Deberíamos... deberíamos devolverla.

—¿A quién? —preguntó Mimi. En otro tiempo quizá (quizá no; seguramente) habría pedido revisar y ver que escondía Jou, una ventana abierta a sus secretos, pero las ganas no llegaron—. Él me dio el cuadro.

—Quizá olvidó que estaba allí.

—Si fuese porno no lo habría olvidado.

Sora le dio una mirada reprobatoria. Satoe nunca había sido especialmente buena en darle esas miradas.

—Sé que estás...

—Se lo devolveremos, ¿de acuerdo? —espetó. No quería seguir hablando de Jou. No quería seguir pensando en Jou—. Es una estúpida tarjeta de memoria.

Sora seguía mirándola. —¿Quieres que la guarde y luego se la devuelva?

—Estaba en el cuadro que me dio a mí. Solo déjala ahí que ya se la devolveré.

—Mimi...

Sora suspiró. Solía hacerlo a menudo cuando sentía que Mimi estaba actuando irracional.

Tuvo el deseo de decirle que la dejase sola.

—Prometo que se la devolveré, ¿está bien? ¿Puedes dejar de juzgarme por todo? ¡No fue mi culpa!

Tenía muchas ganas de llorar.

Odiaba no saber cómo sentirse por lo que había pasado. Estaba enojada con Jou. Con ella misma, por no haberse dado cuenta del que pensaba hacer. Con Sora, por estar preocupada. Estaba frustrada. Estaba confundida. Algo le apretaba los pulmones en la idea de ver a Jou en una camilla, la palidez de su rostro enmarcado en su cabello oscuro y las gafas olvidadas.

Jou sin sus gafas no era Jou.

¿Era una mala persona por no haber ido al hospital a verlo, una vez que descubrió lo que había pasado?

No quería verlo, pero quería saber que estaba bien.

Debería ir a verlo.

—Toma. Guárdala. —Sora cruzó la habitación hasta llegar a Mimi y le ofreció la tarjeta de memoria con una mirada inescrutable—. Tienes razón. No vamos a pensar en eso hasta más tarde. No quiero que... no te sientas mal. Sabes que esa no era mi intención.

—Eres demasiado buena.

Se ganó sonrisa.

Sora acarició su cabello. —Eso es una mentira. Solo que te conozco. Sé quien eres, Mimi. Ahora voy a juntar lo que quedó en el suelo. Vas descalza así que no te levantes.

Mimi asintió en silencio y vio que su amiga dejaba la sala. Con Sora era difícil no sentirse como una niña. Le gustaba pensar que estaban más equilibradas que en el pasado pero, en momentos así, parecía difícil de creer.

Posó los ojos en la memoria. Era un cuadrado negro que no ocupaba mucho espacio pero se sentía pesado en la palma de su mano. No decía mucho, ni siquiera podía distinguir la marca o la cantidad de almacenamiento que poseía, pero más allá de eso se veía en buenas condiciones. La sujetó entre sus dedos índice y pulgar para mirarla más de cerca.

Jou no parecía la clase de personas que guardaría y olvidaría una tarjeta de memoria en cuadro que pensaba darle a otra persona.

Era demasiado paranoico para eso.

A menos que fuese un mensaje.

Hola, Mimi.


2.

El rostro de Jou inundó el monitor de su computadora y ella inhaló bruscamente. Sora estaba dormida en su habitación —Mimi se había asegurado de que el sueño la había vencido antes de tomar su computadora, sus auriculares y trasladarse de nuevo hacia su sala de estar.

Sora le diría que no debería estar husmeando, que lo que sea que hubiese en la tarjeta de memoria le pertenecía a Jou-senpai y que ella debía respetar su privacidad.

(Pero no era a Sora a quien Jou le había dado el portarretratos, era a Mimi y todos sabían que Koushiro no era el único de ellos que se dejaba arrastrar por las garras de la curiosidad)

Si estás viendo esto es que... es que por fin me armé de valor y pude... pude dártelo. Llevo tiempo tratando de hacer lo correcto, Mimi. Años. Sé... Sé que no suena sincero ahora pero te lo juro.

"Te creo"

No podía no hacerlo.

La verdad es...

La cara de Jou estaba desierta de toda emoción, vacía de pretensión. Hueca, incluso.

La verdad es que soy un cobarde y debería estar diciéndote esto, diciéndoselo a todos, en persona.

Jou se quitó las gafas. Se veía como su amigo, el Jou de sus recuerdos y no la cáscara vacía que solía encontrar cuando lo miraba. También estaba más joven. Se veía agotado, sin embargo. Atlas bajo el peso del cielo, desgastado y abatido por el castigo soportado. Y atormentado. Sus ojos cenicientos en enfocaron en la cámara y Mimi podía jurar que él podía ver a través de ella, directamente hacia su alma.

Tragó saliva.

Y lo he intentado, lo juro. Mil veces.

Pero no puedo hacerlo.

No puedo imaginarme diciendo estas palabras en persona. Creo que esa es la razón por la que me dejaron recordar lo que pasó. Querían probarme, tal vez. O controlarme.

Puede que creyesen que no me atrevería a hablar.

Odio saber que no estaban equivocados.

Jou siempre había sido de gestos nerviosos, de temperamento ansioso, pero no había huellas de duda en sus movimientos. Se veía pálido —quizá era un juego de la luz de la habitación en la que había grabado el vídeo— y, mortalmente serio. Su rostro ocupaba la mayor parte de la pantalla.

No puedo seguir viviendo con esto, Mimi. Con lo que sé, con lo que nos hicieron. Mariko me dijo que... que quiere formar una familia conmigo. Que quiere que nos casemos, que seamos felices juntos. Y la quiero, Mimi.

La quiero tanto.

Mimi puso pausa al vídeo.

No tenía idea lo que estaba pasando. Sintió la tentación de despertar a Sora, de llamar a Koushiro en busca de una explicación (Koushiro era siempre el de las explicaciones, el que entendía el mundo de las preguntas como nadie).

No hizo ninguna de las dos cosas.

Necesitaba a Palmon. Palmon, su compañera, su amiga. La que escuchaba y reía, la que la seguía a todas partes y lloraba con todo su corazón. La que la entendía como ninguna otra.

Y Palmon estaba en el Mundo Digital.

Desde que la puerta se había cerrado habían pasado años, casi una década, y ellos no habían tenido otra cosa que aceptarlo. Habían resistido en su mayoría —Taichi, Sora, Yamato, Koushiro y ella misma, además de Takeru y Hikari— pero habían ido perdiendo fragmentos en el camino.

Iori se alejó, encerrándose y escondiéndose del tema. Se resignó a la pérdida con aplomo y absolutismo, severo como ningún niño debería ser. Miyako le hablaba de tanto en tanto, la niña alegre que persiste bajo la carga de la adultez. No había sabido mucho de Ken hasta que lo vio llevando uniforme entre las filas de la policía y estaba tan distinto, con el pelo corto, que apenas y lo había reconocido. Daisuke nunca se alejó del todo, pero tampoco quiso quedarse con ellos. Se fue tras sus sueños como todos pensaron que haría.

Jou había sido, por supuesto, el desertor. Había dejado de asistir a los encuentros de agosto. Ignoraba sus llamadas y mensajes, los evitaba sin razón alguna.

"Había una razón" pensó Mimi, pasmada.

Clavó sus ojos en la pantalla, en el Jou congelado, y la idea hundió raíces en tierra fértil, en su consciencia.

Presionó el botón de reproducción nuevamente con algo helado colgando de su cuello, trepando por su columna. Una advertencia. Un pedido.

"No mires." Era Palmon, en su cabeza.

Estoy cansado.

"No mires más."

Estoy seguro que ellos no tendrán poder sobre mí si me voy lejos. He hecho pruebas y sé que están limitados, que no están en todas partes. El tiempo también ayuda. Cuanto más tiempo estemos lejos, más claro será todo. Por eso nos mantienen en silencio, ignorantes. Por eso nos mantienen cerca. Apuesto que cuando vivías en Estados Unidos empezaste a notarlo y por eso trajeron a tu familia de vuelta. Sí, tienen poder.

Pero no son invencibles.

Haré... Haré lo que sea para liberarme de ellos. Y los liberaré a ustedes también. De esta mentira en la que viven. En la que quise vivir también. Tengo que hacerlo porque, si todo resulta bien, está será la única oportunidad que tenga para hacerlo.

Pienso desaparecer en cuanto me atreva a darte este mensaje. Me iré lejos. Cambiaré mi nombre, si es necesario. Ya no soporto ser Jou Kido.

Mimi.

Te suplico que veas este video hasta el final. Puede que hayas llegado hasta este punto por mí pero lo que sigue...

Esto va a ser duro. Pero tienes que saberlo. Todos ustedes tiene que saberlo.

El Mundo Digital tal como lo recuerdas no existe. Es un invento, un fraude. Son las memorias que ellos metieron en nuestra cabeza, recuerdos falsos que jamás ocurrieron. Nunca nevó en verano ni hubo una aurora boreal. No nos tragó el agua ni aparecemos en otro universo.

Mimi, Palmon no existe.


3.

Koushiro se frotó los ojos. Tenía la vista cansada y le dolía la cabeza. Necesitaba terminar el informe para el día siguiente pero había aprendido que ya no era capaz de pasar las noches en vela como solía hacerlo antaño. Su cuerpo le suplicaba que descansara unas horas y, si bien podría haber ignorado el pedido, sus movimientos torpes y desconfiados le decían que era una batalla perdida.

—Puedes dormir un rato —dijo Taichi—. No lo tomaré como una ofensa.

Koushiro miró a su invitado. Taichi había ido a verlo a plena noche, algo bastante inusual, pero también se había quedado allí mientras trabajaba. Que era algo todavía más extraño. Había tratado de evitar pensar en ello durante su trabajo —era bueno para concentrar toda su atención en un mismo punto y desconectar todo lo demás— pero su cerebro se negaba a seguir el plan del mismo modo que su cuerpo se negaba a seguir despierto.

—Te odio —le dijo a Taichi, que soltó una risa sorprendida.

—Eso sí podría tomarlo como una ofensa —replicó su mejor amigo. La sonrisa en su cara era suave, nimia—. Vamos, duerme un rato.

—Quiero saber por qué estás aquí.

Taichi levantó una ceja. —Podrías haber preguntado cuando llegué.

—Estaba trabajando.

—Y ahora te estás durmiendo de pie —contestó—. Ve a dormir un rato. Voy a quedarme. Tu oficina me ayuda a pensar.

—¿Por qué? —dudó.

—Porque tiene un cerebro adentro. —Taichi se levantó del sillón que había usurpado y caminó hacia el escritorio de Koushiro. Su intención era clara pero él se sorprendió al sentir que alguien lo empujaba fuera de la silla—. ¿Guardaste los archivos?

—Todo estará bien mientras te mantengas alejado de la computadora.

—Eso me hiere.

Koushiro se levantó a regañadientes. Solía dormir en su oficina así que tenía un futón listo. Eran más raras las veces en las que alguien más se quedaba con él, no obstante. Y Taichi no tenía apuro para irse.

—¿Quieres hablar de lo que pasó con Jou?

Las manos de Taichi se congelaron en sus brazos.

—Quiero que descanses. Todos saben que te necesito para pensar bien. —La sonrisa de Taichi era tan oscura como la noche. La luz de la computadora no aligeraba el filo lúgubre que poseía—. Pero, como siempre, no estás equivocado.

Koushiro se había sumergido de lleno en su trabajo para no pensar en Jou. Shuu había llamado para darle la noticia —conocía a Shuu gracias a que ambos coincieron en la misma beca de la universidad y estaban bajo la tutela de Takenouchi Haruhiko— pero le había pedido que no fuese a verlos al hospital porque querían asegurarse que Jou aceptase verlo primero.

Debió haber imaginado que Taichi…

—No puedo creer que Jou-

—Bueno, tampoco yo.

—¿Qué significa eso?

Taichi suspiró.

—No sé si dormirás si te lo digo. Deberías descansar un poco…

—Taichi. —La firmeza en su voz era implacacle—. Es Jou.

Taichi se quedó en silencio durante un prolongado intervalo de tiempo. Koushiro tenía la certeza que estaba siendo estudiado.

—Después de que llamaste para decirme lo que pasó con Jou, fui a verlo al hospital —dijo, lenta y deliberadamente—. Jou no estaba allí. Llevo pensando en eso desde entonces.

—¿Qué?

—Jou estaba registrado en una habitación, pero el que estaba allí no era Jou. No estaba en el hospital. En ninguna parte. No vi a su hermano, tampoco. Pensé que vería a alguno de su familia o, a su novia, tal vez. Pero no. Y realmente no me dejaron buscarlo —musitó Taichi en voz baja—. Después dijeron que lo habían llevado a una clínica privada y que no podían dar detalles.

—¿Te dieron dos versiones? Qué extraño.

—No —respondió—. Una me la dieron a mí pero la otra versión se la dieron a alguien más.

—¿A quién?

—Esa, mi amigo, es una excelente pregunta —afirmó—. Es lo que estoy tratando de resolver. Me parecía muy familiar, su cara me sonaba muchísimo pero no llegué a verlo bien . No quería que me vieran rondando.

No estaba procesando bien la información, sin duda, porque fue hasta que apoyó la cabeza en la almohada que se le ocurrió una idea inquietante. Se enderezó de inmediato, sintiéndose levemente mareado.

—¿Crees que alguien lo secuestró?

—Creo que Jou nunca estuvo en el hospital —susurró Taichi—. Creo que nos faltan piezas.

(***)

Mimi se negó a comer.

Sora no estaba sorprendida, considerando los recientes eventos pero insistió de todos modos. Algo tenía que comer, le dijo. Que no podía seguir así, pidió. No habían pasado más que un par de días que les había negado el permiso a visitar a su amigo. No habían tenido noticias —ni de la investigación ni de la familia Kido— pero quería creer que eso era lo mejor que podrían aspirar. Los Kido eran una familia muy tradicional, muy reservada. Y las malas noticias eran las que corrían más rápido, a final de cuentas.

—Sora.

—¿Qué sucede?

—¿Es mejor vivir en una mentira que nos hace felices o una verdad que nos duele?

Sora dejó la botella a un lado y estudió la cara de Mimi. Estaba llena de sombras, algunas estaban en la habitación con ellas gracias al juego de la luz. Otras parecían hondas, ancladas en su alma.

—¿Qué clase de verdad?

—¿Hay clases de verdad? —espetó Mimi. Sora notó que llevaba las uñas despintadas. Las huellas del esmalte rojo parecían un grito contra la palidez de sus manos—. No creo que haya clases de verdad. Solo hay una verdad. Y es la verdad o la mentira.

—Mimi…

—¡Y no quiero la verdad! ¡No quiero la verdad! No importa lo que haya dicho Jou-senpai. ¡No importa! ¡No la quiero!

Sora retrocedió un poco por acto reflejo cuando vio que Mimi se levantaba violentamente de su asiento. La otra noche, además del portarretratos, había dejado caer su computadora y constantemente parecía que estaba vibrando bajo su piel, que algo hervía en ella. Había algo familiar, inquietantemente familiar en ella, y aterrador.

Una memoria.

—¡No! —La cara de Mimi se llenó de terror repentino—. ¡Lo siento!

Sora se sintió avergonzada por su propia reacción así que volvió sobre sus pasos.

—No, lo siento. No sé qué pasó. Por un momento...

Por un momento…

—Fue como si no fuésemos nosotras —concluyó Mimi. Se dejó caer en su silla de nuevo. Se veía derrotada.

—¿Qué ocurre, Mimi?

—Tengo que mostrarte algo.

(***)

Entiendo que sea difícil de creer.

Posiblemente, en este momento, estés recordando cada uno de los momentos que que viviste junto a ella. Cada cosa que te dijo. Los abrazos... Los abrazos se sienten tan reales, ¿cierto?

Gomamon nunca me abrazó. Nunca tuvo contacto conmigo... Porque él tampoco existe. Los digimon no existen.

Son recuerdos falsos, Mimi. Son mentiras envueltas en mentiras, ideas que metieron en nuestras cabezas (en sus cabezas) para ocultar lo que realmente pasó en el verano de 1999. Y durante el año 2002, por supuesto. Tú eres la única que ha vivido lejos lo suficiente para empezar a notar las diferencias. ¿No te ha pasado que, a veces, ya no estás segura de qué color eran los pétalos de Palmon? ¿Recuerdas quiénes vivían en el castillo en el que te olvidaste quién eras? A veces dudas de si Leomon es como lo recuerdas, ¿no? Tienes que convencerte de que lo que recuerdas está bien.

Tienes que convencerte cada vez.

Así es que empieza. Luego siguen pesadillas. Y las pesadillas nunca terminan. Las mías nunca lo hicieron, al menos. Creo que trataba de sacar esas cosas de mi cabeza y por eso me centré en algo que podí ayudar... En mis estudios. No mejoró, en realidad. Aprendí a pensar en ello como ideas mías hasta que ya no pude hacerlo más.

No tiene sentido lo que estoy diciendo. No lo tendrá ahora. Debería decirte lo que pasó, tendría que explicarte quien es el enemigo. Debería. Pero no lo sé. No del todo. Tengo su rostro grabado en la cabeza, creo que podría dibujarlo si me lo pidieses pero no puedo describirlo. Ni siquiera puedo decirte su nombre entero.

Chimozuki. Zukimochi. Kizuchimo. Eme. O. Chi. Zeta. U. Ki.

Eso es.

No voy a pedirte que me creas.

Es tu decisión. Y nunca te quitaría ese poder de las manos.

En la tarjeta de memoria que te dejo hay algunos archivos que quiero que lleguen a Koushiro, ¿podrías hacerme ese favor?

(***)

Koushiro se quedó mirando el documento en blanco. Había llamado a casa de Jou —la casa de sus padres— pero no había recibido ninguna noticia o confirmación sobre su salud. Su madre lo trató como siempre, con la gentileza educada con la que solía tratar a todo el mundo y, sin embargo, parecía confusa. Y un tanto recelosa. Recordó, en medio de la llamada, que no eran ellos los únicos de los que Jou se había distanciado. Shuu le había dicho que Jou llevaba años sin hablar con sus padres. Taichi le había prometido regresar para hablar del tema pero Koushiro no lo esperaba pronto. Entre su trabajo de medio tiempo y los estudios, Taichi usaba sus días cómo podía. Por eso había propuesto a Koushiro incluir a Yamato y que cada uno investigara por su cuenta. Igual que Taichi, Koushiro se negaba a dejar las cosas fácilmente.

Yamato le había respondido los mensajes diciéndole que pasaría por su oficina en cuanto tuviese tiempo disponible y que quería saber bien que pasaba porque Taichi no le había explicado todo.

Era a Yamato a quien Koushiro estaba esperando. A Yamato, con el ceño fruncido y el gesto preocupado.

Pero el timbre sonó y al abrir la puerta no era Yamato quien estaba del otro lado.

—Hola, Koushiro —Sora no sonrió, como solía hacer. Su sonrisa era tenue, una falsa imitación. Koushiro la miró fijamente y luego posó sus ojos en Mimi, que parecía completamente absorta en sus pensamientos—. Lamento llegar sin avisar. ¿Podemos...?

—Sí, sí. Pasen. —Se apartó bruscamente de la puerta—. Estaba esperando a alguien, lo siento.

La sonrisa de Sora se dio vuelta. Pensó que algo oscuro había cruzado sus ojos. —No nos quedaremos mucho. Solo vinimos a traerte algo.

—¿Algo?

Sora miró a Mimi, que mantuvo los ojos lejos de todos. Les había dado la espalda, pero con los hombros hundidos y los manos cruzadas, abrazándose a sí misma, se veía incómoda. Asustada.

—Es de Jou-senpai —dijo Sora—. El día que... Le dio a Mimi algunas cosas y entre ellas había algo que era para ti.

Koushiro arrugó las cejas. Le lanzó a Mimi otra mirada, una llena de preguntas, y tampoco obtuvo respuesta.

Sora suspiró. —Ha sido difícil lo que ha pasado. ¿Tienes alguna noticia?

—No —admitió—. Llamé a sus padres pero él llevaba tiempo sin hablarse y Shuu me envió a buzón de voz así que no insistí. Taichi fue al hospital pero dijeron…

—No le permitieron verlo —completó Sora, suavemente—. Me lo dijo.

—Sí —consintió. Trató de contenerse pero la preguntaba estaba en la punta de la lengua, apenas contenida—. ¿Que me de dejó Jou?

Sora volvió a mirar a Mimi. No parecía estar pidiendo permiso. Parecía, más bien, que rogaba por una confirmación. Parecía que no quería romper la confianza de alguien, sobrepasar los límites.

—Mimi.

—Es lo que vinimos a hacer, ¿no?

El gesto de Sora se ablandó. —Mimi, Koushiro no entenderá lo que ocurre si no se lo dices a él.

Con una profunda exhalación, Mimi se giró se nuevo. Recordó, con una dolorosa vivacidad, aquellos momentos en los que mirarla lo dejaba sin aliento. Mimi llevaba el pelo en un moño así que su cara estaba al descubierto. Más que eso. Se veía vulnerable, angustiada.

—¿Qué sucedió, Mimi?

Mimi lo miro por primera vez en el día. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Tienes que verlo por ti mismo —murmuró—. Porque no me vas a creer si te lo digo.

Puedes elegir ignorar esto, seguir tu vida como hasta ahora. Supongo. Puedes ocultárselo a los chicos. Borrar este vídeo y seguir adelante. No te culparía. Quizá sea la mejor manera de vivir. Más tranquila. Como dije, es tu decisión. No tuve una. Hasta ahora.

Pero si decides... si decides que quieres saber, entonces déjame decir algo más: Tengo fe en ustedes, siempre la tuve.

Y lo siento.

Lo siento muchísimo.

Adiós, Mimi.


N/A: No es un género en el que estoy muy familiarizada así que simplemente tomé la idea y corrí con ella para ver que salía. Tengo, al menos, dos capítulo más para esto.

¡Gracias por leer!