Notas de la autora: Cuando subí el primer cap, no estaba segura si sería un one shot o lo continuaría. Pero fijándome mejor, noté que faltaron escenas importantes (tienes razón, yukikazutaka ;) ) y que sin ellas, el fic parecería inconcluso; así que aquí traigo la continuación. Espero sea de su agrado.
Al decidir continuarlo, pensé que serían cuando máximo, tres capítulos en total. Pero ahora me encuentro con que probablemente serán cinco TwT Pero bueno, con tal de que lo disfruten me doy más que por satisfecha. Los reviews pagan con creces las largas horas de planeación y las noches de insomnio debido al café n.n
Mis disculpas a los que deseaban que el fic culminara con el primer cap!. Ya expuse mis razones pero espero que aún así disfruten de lo que tengo planeado.
Ambivalencia
By Nadesiko Takase
Capítulo dos
"Te odio porque no me amas... O mejor dicho, te odio porque te amo"
Luego de una inderogable charla con su editorial que parecía prolongarse intencionalmente ante su actitud desdeñosa hacia toda esa burocracia empresarial, Yuki Eiri regresaba a su departamento con la vana esperanza de encontrar a un sonriente chicuelo resurrecto luego de cinco días de muerto.
¿Y por qué no hacerlo?. Si Shu había corrido hacia sus brazos en el pasado reiteradas veces, sin importar que él lo había hecho cruelmente a un lado. Sencillamente no cabía en su razonamiento que al niño se le hubiesen agotado las energías para seguir manteniendo viva la relación. Se había acostumbrado a tenerlo sin mediar ningún esfuerzo de su parte; lo había tomado como algo seguro y de su propiedad que permanecería por siempre a su lado sin importar las eventualidades del destino... O de su propio temperamento.
Olvidó, luego de maltratarlo, a veces sin premeditación o siquiera consciencia, y de rechazarlo sin obtener resultados, que Shuichi era una persona. Y la paciencia de las personas tiene un límite que una vez alcanzado, era estéril cualquier intento pesaroso de resurrección de épocas pasadas.
Así, sus pasos progresivamente aminoraron la marcha mientras recorría los pasillos del elegante edificio, como si con ese acto brindase más tiempo para que su poco factible fantasía se materializara.
Shuichi no lo había llamado en todo ese tiempo. Concretamente, Yuki no sabía si vivía o moría. Y tampoco se tomaría la molestia de averiguarlo, por más sencillo que le resultase y por más que la posibilidad de hacerlo estuviese al alcance de sus dedos. Su orgullo indolente se lo prohibía terminantemente. Él no correría detrás del baka. Sería humillarse ante una persona que en cierto modo, consideraba débil y poco respetable... Y el hecho de que lo amara no afectaba esa errónea concepción suya.
Cuan grande fue su estupor y desconcierto al comprobar consternado cuando ingresó a su hogar, no solo la ausencia del cantante -la cual ya había podido anticipar-; sino todas las pertenencias del mismo. Pese a ser pocas, el departamento se desplegaba ante él bizarramente vacío y frío, como si hubiese perdido el órgano de vital importancia que mantenía la calidez y la sensación acogedora que tenía hasta hace no mucho tiempo. Y resultaba una labor quimérica ignorarlo, puesto que la ausencia de tan inefable característica resaltó apenas abrió la puerta.
"Shuichi..."
Pero el lado irracional del escritor se negaba a aceptar los hechos cuyas evidencias tenían tan obvia interpretación. Frunciendo el ceño con consternación, enfiló hacia el cuarto que compartía con su novio para comprobar si efectivamente su primera impresión era correcta.
Con serenidad y pasividad casi inhumanas, el hombre revisó el armario, los cajones y el baño ejecutando movimientos firmes y resueltos como toda su existencia, sin decaer en la desesperanza.
Aún así, pese a los años de letargo de sus emociones y a su poca práctica en el ámbito de la expresión, su corazón incrementaba su violento golpeteo en su pecho, recriminándole su grave error a medida que descubría las pruebas contundentes del infame abandono. Por su cabeza no rondaban otras palabras que no fuesen reticentes a aceptar el resultado de sus acciones. No podía ser. Era imposible. No podía estar sucediendo eso.
Salió del baño sintiendo que un pesado agotamiento pasaba factura a su cuerpo mortal como consecuencia del desbocado ritmo que su corazón mantenía. El aire comenzaba a faltarle y parecía que el suelo giraba bajo sus pies, amenazando con hacerlo caer si no tomaba medidas prontamente.
Se recostó lenta y ausentemente en la cama, pasándose las manos por el rostro en un vano intento por despabilarse, despejar su mente y sus pensamientos.
"Baka..."
Se incorporó rápidamente con la súbita resolución de no dejarse abatir por semejante irrelevancia, puesto tenía mucho trabajo por delante aún.
Pasando por la sala nuevamente con intenciones de dirigirse al escritorio, notó un objeto solitario sobre la despejada mesa de la sala. Intrigado e instigado por una voz interna, se acercó de mal grado para comprobar de qué se trataba, constatando la evidencia conclusiva e irrecusable del caso: Las llaves de Shuichi del departamento.
Era asombrosa la vasta carga de significado que esa sola acción arrastraba consigo, provocando una sonrisa amarga en el peculiar escritor.
Lo admitía, su orgullo había sido suciamente herido.
Pero... Después de todo, ¿qué rayos le importaba a él que el mocoso lo hubiese abandonado?. No significaba nada más que, en esa oportunidad, Shiuichi había decidido prolongar su montaje melodramático, rompiendo su propio record.
Ya volvería corriendo a sus brazos y suplicando perdón...
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El tiempo transcurre lenta e inexorablemente cuando te encuentras entre la vida y la muerte...
O al menos, esa es la impresión que me provoca.
Aún no comprendo cómo te sobreviví, porque de mi parte no puse el mínimo esfuerzo. Tan solo me entregué a la arrolladora realidad, dejando que me tragara para luego atarme a ella. Una realidad en la que tú permaneces inefablemente indolente, abriéndome nuevas llagas y escarbando en las antiguas provocadas por tu estoica indiferencia. Ni una llamada, ni una visita... Ni una palabra...
Tonto yo, que en algún resquicio no tan alejado de mi mente abrigaba el secreto anhelo de que te percataras de que me amas y me buscaras, susurrándome palabras tiernas de amor al oído para obligarme a volver a tu lado. La promesa de un cambio de tu parte no habría sido necesaria; en incontables ocasiones me hallé a punto de claudicar y sólo necesitaba una palabra tuya para volver a tu lado para repetir el mismo ciclo.
Eres cruel conmigo, Yuki. Ni siquiera te tomaste la molestia de llorar lágrimas ficticias el entierro de nuestra fallecida relación para al menos prolongar un burdo engaño de que en algún momento me amaste. Me olvidaste antes de que cruzara la puerta del departamento y me conseguiste un reemplazo tan pronto pudiste. En absoluto pende sobre tu conciencia la culpa o el malestar por nuestra relación truncada. ¿Es que realmente signifiqué tan poco para ti?. Hasta a un viejo mueble se lo hecha de menos una vez culminada su vida útil, ¿ni si quiera me extrañas como a un objeto que permanecía eternamente a tu lado, velándote en absoluto silencio en honor a su amor no correspondido?.
No tienes remedio.
Me siento en la ventana para observar el día que permanece sombrío; el cielo llorando inagotables cristales fríos como tú, emitiendo ocasionales truenos sobrecogedores capaces de amedrentar hasta al más valiente.
Me llevo el cigarrillo a los labios con movimientos mecánicos, dando una profunda calada que al instante me permite apreciar los efectos nocivos del alquitrán y la nicotina en mi cuerpo, viajando por las vías respiratorias para luego apoderarse de mis pulmones. Despiertan con cada bocanada esa mórbida sensación que te brinda el hecho de estar arruinando algo verdaderamente bello. Una amplia consciencia bizarramente placentera conlleva la mutilación lenta y torturadora un cuerpo joven, marchitándose minuto a minuto. Las píldoras poseen un efecto similar, pero su efecto destructivo se halla en un nivel superior. Aún así, produce el mismo goce; el goce de la autodestrucción.
No es que me sorprenda mi recientemente asumida naturaleza autodestructiva. De hecho que siempre estuvo presente, tan solo no la había notado. De lo contrario, ¿cómo se explicaría mi reticencia por abandonarte pese a los malos tratos y a sabiendas de que no me querías ahí?. Cada palabra, cada gesto, cada mirada te delataba... Y yo sencillamente lo ignoraba, creyendo que mi presencia no deseada a lo sumo resultaría inocua.
Y de hecho lo era; pero solo para tí. Yo era susceptible las muestras abiertas de rechazo y a tus estados biliosos en los cuales aprovechabas para descargar tu frustración. Yo lo aceptaba con firmeza; cual insurrecto luchando por un ideal romántico, con la convicción irrecusable de que al menos te servía de ayuda, y con el anhelo de tal vez, si yo te faltase, me echarías de menos.
Largo el humo sutilmente entre mis labios, lenta y prolongadamente mientras observo la lluvia golpear en la ventana cerrada, distorsionando mi visión del exterior. La cual sé que resulta un hermoso espectáculo que rinde culto a la fastuosa naturaleza que rodea la vivienda, y más aún cuando los dorados rayos del sol incide sobre ella. Lo sé, porque es mi departamento. Lo compré luego de una minuciosa selección e inspección de inmobiliarios por la zona, y este me convenció apenas ingresé en él por la sencillez y calidez que regalan una grata sensación de acogimiento, tan necesaria para mí en esa época.
Fue poco después de dejarte. Viví con Hiro unas semanas hasta que no soporté el peso en mi consciencia de verlo tan preocupado por mi estado deplorable, así como ponían nerviosos sus atosigantes intentos por ayudarme. Apenas tuve una leve mejora, al mes entrante, la aproveché para buscar un hogar propio en el que pudiera entregarme a mis caprichos y a mis recientemente adquiridos hábitos nocivos sin tener que lidiar con las reacciones de terceros.
Aquí, en la privacidad y al resguardo de ojos melancólicos y lastimeros, me proclamo como amo y señor de mis dominios.
El continuo y rítmico sonido de la lluvia caer relaja mis nervios y aminora la ansiedad que me hace devanecer casi una cajetilla por día. Puedo sentir como lentamente, entregándome a ese apaciguador sonido, mis párpados comienzan a cerrarse y el estado mental nebuloso se calma, dejando de existir brevemente.
Doy una calada de despedida al cigarrillo consumido por la ansiedad antes de abrir la ventana y arrojar sus restos al obscuro vacío del exterior. La suave brisa fresca que arrastra consigo el embriagante aroma de la lluvia me embruja. Siempre me gustaron pasar los días lluviosos en mi hogar, observando las gotas caer y los nubarrones grises en el cielo movidos por el viento.
Me siento en el marco de la ventana, permitiendo a mi cuerpo relajarse nuevamente ante el sonido perenne de las, ahora más frecuentes e intensas, gotas de lluvia. Comienzo a dormirme nuevamente, olvidando lo que me ancla a la realidad para rendirme al vacío sin necesidad de mis habituales fármacos. Entregándome a mi mayor vicio después de ti; o, el vicio que nació de ti: La inconsciencia.
¡Qué feliz sería si pudiera sumirme de lleno en ella!. Desvanecerme, perderme sin retorno. Dejar de ser para siempre. La realidad me resulta altamente venenosa; casi tanto como dolorosa. Supero los sucintos lapsos de conciencia gracias a los efectos dopantes de unos químicos con los que inesperadamente me encontré en una oportunidad en casa de Sakuma-san, o Ryu, como insiste en que lo llame. Fue poco antes de mi catastrófica disputa contigo, a raíz de la cual, luego de una de nuestras típicas pesudo reconciliaciones, te pedí que fuésemos a cenar para pasar una romántica velada juntos.
Desde entonces comencé a adentrarme en el soporífero mundo de los fármacos para adormecer la consciencia dolorosa de la realidad inminente.
En esos momentos el fantasma de tu recuerdo ronda con su obstinada presencia mis recuerdos, materializándose frente a mis enrojecidos ojos como una bella alucinación etérea. Me sonríes, me llamas, me dices que me extrañas y luego te desvaneces en el aire como las ánimas que se disuelven en átomos de bruma matinal al despuntar el alba; dejando atrás, una vez más, a un crío desolado y llorando en luto su sueño disuelto.
En mis contados estados de lucidez me asombro del curso que elegí; la manera en que atento contra mí mismo y enveneno a mi cuerpo cual si fuese el propulsor de mis desgracias, evadiendo la realidad en la que estoy desarrollándome aparentemente de manera satisfactoria. El disco ha tenido un rotundo éxito otorgándonos la fama que pugnamos por conquistar. Viéndolo externamente se podría decir que mi carrera está progresando a pasos agigantados: tengo ofrecimientos para varios trabajos cinematográficos, musicales en Brodway y hasta la propuesta de montar mi propia discográfica. Me hallo en un huracán mediático cuyo epicentro es Bad Luck. Y desde allí los miembros tomamos de primera mano todo lo que revuela frenéticamente a nuestro alrededor aprovechando así las puertas que se nos abren de par en par para dejarnos pasar.
Pero en el ámbito personal pareciera que voy perdiendo de manera predestinada batalla tras batalla. Si bien he vencido algunas pequeñas y conquistado ciertos retos personales; el mayor permanece invicto: Arrancarte de mi corazón.
Aún así, lo más remarcante es mi recientemente adquirida autosuficiencia, palabra desconocida para mí en tiempos pasados, pues siempre dependí de Hiro para que me cuidase, y luego de tí. Yo mismo me sorprendo de lo mucho que he madurado en estos seis meses lejos tuyo. Pareciera que mis habilidades para la supervivencia afloraron finalmente cuando me hallé en la necesidad de hacerlo por mi cuenta.
Sonrío lúgubremente.
No. Ya no soy un criajo del demonio, como solías llamarme. Vasto tiempo cargué con ese calificativo en mi mente, prueba evidente del profundo arraigo que tus insensibles palabras tenían en mí. Y cómo no ser así, si para mí, constituías el objeto que abarcaba monopólicamente mi asombro y admiración.
Pese a que el mundo asume que ya te he olvidado, como tú a mí, y he salido adelante, como evidencian mis logros laborales; no he tenido éxito en mis constantes intentos de alejar tu fantasma de mis recuerdos. Me encuentro pensando en ti, con dolor, con alegría, con odio y con amor. Toda una gama de pensamientos incongruentes y contradictorios. El perfecto ejemplo de ambivalencia.
"Te odio porque no me amas... O mejor dicho, te odio porque te amo"
¿Se comprende esto, acaso?. Para mí su significado está tan claro como que en esta realidad alternativa de mis fantasías pueriles, ya no sé ni qué siento por tí. Mi cabeza es una orgía íntima de emociones ambivalentes que me provocan una intensa migraña gracias a mi persistencia por tratar de definirlos.
Ahora me pregunto, ¿qué estás haciendo en estos momentos?. Lo último que supe fue que te marchabas a New York para escribir otra novela, y desde allí llegaron rumores de comportamientos erráticos de tu parte. Excesos en el amor, la bebida y el juego, acompañados por frecuentes peleas en restaurantes y hoteles costosos, así como en otras localidades menos opulentas. Verdaderamente son comportamientos estrambóticos e inopinados viniendo de ti, que siempre lucías marcial, comedido, jactándote silenciosamente ante mi mudo asombro de una perfección casi obsesiva que bañaba desde tu comportamiento y gestos hasta tus palabras y vestimenta.
Para mí eras simple y llanamente perfecto.
Me pregunto si estarás tan feliz por mi finalmente concretado abandono como para seguir festejando de esa manera desenfrenada aún seis meses después de acaecido el fantástico hecho. ¿Ni siquiera al menos podías fingir pena o dolor?. ¿Tenías que llevar a otras personas al lecho donde incontables veces te entregué mi cuerpo en una muda promesa de amor eterno, mientras tú sólo me entregabas caricias febriles?.
Resoplo involuntariamente como expresión de la repulsión que me provoca la sola idea.
No tiene sentido seguir pensando en tí. Para mí estás muerto y enterrado junto con nuestra relación. Ambos pueden pudrirse en el infierno, que juro no volver a recaer en el mismo pecado dos veces. Si ahora sufro, soy yo mismo el que impele dicho sentimiento; ya nunca me permitiré ser torturado por tí.
No importa cuanto te ame... Ni cuanto te odie...
Algo airado por los celos no reconocidos que me producen los rumores malintencionados, me levanto y tomo un frasco de píldoras que descansaba silencioso pero sugestivo sobre la mesa cabecera a lado de la cama. Me caería bien olvidarme de todo nuevamente...
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Perezosamente develó las joyas ambarinas veladas aún por la confusión del alcohol y del sueño. Captaba formas al inicio distorsionadas y nebulosas, que rápidamente evolucionaron hasta explayarse frente a ellos su cuarto en un estado deplorable, resultado de los excesos de la noche anterior... Y de la anterior a aquella.
Un gruñido quejumbroso murió ahogado en su garganta, anhelando evidenciar el punzante y constante dolor en las sienes que lo aquejaba. Sintió la fuerte tentación de dormirse nuevamente para rehuir de todo aquello que lo aguardaba; pero supo que ya no le sería posible debido a lo profunda incomodidad en la que se hallaba envuelto y sin ánimos de remediarlo siquiera. Su cuerpo se encontraba glutinoso como resultado de las intensas actividades nocturnas; las sábanas no estaban en mejores condiciones, sumándole la humedad y el desorden. Y para acrecentar sus males, estaba apretujado en su propia cama.
Esta vez no se abstuvo de emitir un gruñido a la par que todo su armonioso semblante se conjeturaba en una profunda mueca de repugnancia ante semejante despertar. Y no era la primera vez que sucedía. Pero sí sería la última. Ya se había asegurado de hacer pagar una dura penitencia a su cuerpo durante todo ese tiempo; podía decirse que se encontraba finalmente apto para ir junto con la persona que definitivamente terminaría, con solo una mirada, con la punición auto impuesta... Solo una esplendorosa mirada amatista que se dibujaba en sus sueños, en sus pensamientos, en el rostro de sus parejas sexuales mientras las poseía fieramente... Mientras clamaba inconscientemente el nombre de su amor.
Una suave sonrisa afloró sin premeditarlo y sin poder siquiera evitarla. Pensar en estar nuevamente a su lado, pese a las catastróficas acciones del pasado, incitaban una agradable vibración en su interior que se expandía por todo su cuerpo. Ya se había asegurado de castigarse por todo el daño que le había causado y ahora finalmente se sentía merecedor del niño de ojos amatistas que lo acechaba melancólico en sus sueños pacíficos, pero corrompidos por la culpa.
Con penosa dificultad logró incorporarse y salir de la cama sin siquiera dignarse a mirar a sus compañeras por última vez. Después de todo, variaban cada noche hasta llegar al punto de que todas le parecían iguales. De todas formas imaginaba que hacía el amor a su cantante mientras tomaba distintos cuerpos en un arrebato irracional y ciego, deseando que fuesen él, llamándoles por el nombre de aquél al que tanto daño causó.
El sordo grito de su piel que clama por su amante pelirrosa no logró acallarlo nunca. Jamás consiguió embaucarlo utilizando otros cuerpos, para él sin rostro ni nombre, haciéndolos pasar por otro más tierno y puro para así saciar sus demandas en un intento desesperado por hallar un poco de calma y sosiego donde reposar huyendo de la culpa aplastante.
Lo necesitaba tanto.
Ahora ya no temía admitirlo, pues lo había perdido. Una vez confrontado su peor temor, se permitió liberarse de la ánima que lo rondaba, atándolo a un estado perenne, evitándole salir adelante.
Lo amaba. Y tan pronto lo viera, se lo diría. Se aseguraría de que le creyera y juraría que lo haría feliz para así tratar de enmendar los pecados cometidos contra su ángel. Porque Shuichi debía ser un ángel para haber resistido sin flaquear en su resolución durante tanto tiempo. Resolución que el mal interpretó como debilidad y hasta ineptitud, cegándose a sí mismo ante el bello regalo que le ofrecía el niño: todo su amor, sin restricciones y sin demandas.
Sumido en el infierno, no se percató de que le abrían las puertas del cielo... Y él las cerró de un certero golpe.
Y se castigó a sí mismo por ello. Su orgullo fue la peor de las penitencias, pues lo ataba bajo un vano concepto de amor propio, vedándole el camino hacia la felicidad. ¡Cuántas oportunidades de ser feliz junto al vocalista había rechazado a causa de su enteco orgullo!. Orgullo que luego lo llevó a sumirse en los excesos de la vida nocturna ofrecida por la fastuosa ciudad de New York; para él, la capital del pecado.
No fue hasta que su cuerpo cayó rendido y destrozado que se consideró finalmente purificado y listo para atreverse a buscar el perdón de aquél que era el único capaz de redimirlo.
Se dirigió a la sala, pues no soportaba la compañía matutina con la que había despertado. Siempre la repudiaba por las mañanas, luego de haberse saciado. Se dejó caer con pesadez y agotamiento en el sofá de piel color bordó, buscando un sosiego para el incesante dolor que lo aquejaba tanto externa como internamente.
Pero no importaba. Había transcurrido harto tiempo sin tener contacto con Shuichi. Sin oír su voz, sin mirar sus ojos infantiles, sin tocar su piel tersa, sin oír su risa escandalosa... Y finalmente ahora estaba listo para buscarlo y hacer que lo perdonara. Y tenía planeado el pretexto perfecto para tenerlo frente a sus pupilas y deleitarse con su figura, tal cual lo hacía mediante la televisión; solo que en esa oportunidad podría acariciar las suaves hebras de cabello rosado que estaría al alcance de sus dedos, oír su cálida voz, besar sus carnosos labios rojos...
Toda esa serie de pensamiento inició una corriente cálida que recorrió su cuerpo incrementándose velozmente a medida que proseguía imaginando las entrañables cualidades de su ex amante. El calor ascendía vertiginosamente, acelerando su pulso, concentrándose en su entrepierna. Había pasado demasiado tiempo sin tocarlo, sin tenerlo bajo suyo, sin hacerle el amor lentamente, profesándole de manera tácita el inmenso amor que sentía por él...
Y Shu nunca supo que lo amó. Pero redimiría ese error: se lo haría saber aunque fuese a la fuerza.
Lo necesitaba desesperadamente. Tanto, que la distancia física dolía. Y el malestar se multiplicaba al ser consiente de que aún debería transcurrir un tiempo para poder verlo finalmente y pedirle perdón para estar nuevamente juntos, como en el pasado.
Tomó el control remoto de la televisión y buscó el canal de música, donde sus ojos se posaban la mayor parte del tiempo que dedicaba al descanso entre las largas horas de redacción, con esperanzas de ver a su niño. Y como tantas otras veces, tuvo la fortuna de encontrarlo. No era raro, considerando el éxito del que gozaba ahora Bad Luck. Pensó en enviarle una postal o un mail felicitándolo, pero desechó la idea por creer que podría atentar contra sus planes futuros. Ya le diría todo lo que había guardado ese tiempo cuando lo tuviese frente a frente, dentro de poco...
Y ahí se desplegaba soberanamente la bella imagen del cantante de ojos amatistas, entonando una de sus canciones mas famosas del momento, desempeñándose magistralmente sobre el escenario maltrecho de un ficticio concierto en un club de mala muerte. Vestido de cuero negro, resaltando su finísmia silueta, con cadenas y maquillaje oscuro imitando un estilo callejero, Shuichi lucía muy diferente al niño que lo dejó atrás. Tal vez era efecto del maquillaje y del vestuario ayudados por la escenografía y la iluminación lo que brindaba ese aire de dureza al ingenuo rostro de su niño, haciéndolo lucir mas maduro...
No. De hecho que el mocoso había crecido mucho en esos ocho meses, tres semanas y cinco días de separación. Y no tanto físicamente, sino que el cambio endógeno era hasta palpable transluciendo con tanta obviedad en su antes aniñado rostro. Aún por televisión o imágenes suyas en revistas se podía apreciar un semblante más adulto y sereno poseedor de una inefable característica que no podía definir. Ya no poseía la mirada risueña ni la sonrisa contagiosa. Su rostro infantil parecía haber perdido esa luz que irradiaba, producto de su eterno estado de armonía con lo que lo rodeaba.
Shuichi lucía como todo un adulto engendrado por las tribulaciones de la vida real, fuera de las fantasías de infantes.
Lucía como él.
"Shu... ichi..."
No pudo evitar la firme punzada de culpabilidad que lo señalaba como el autor de semejante crimen sacrílego. Se robó, aunque no propositalmente, la inocencia del ángel que tanto ama, derribándolo a la tierra con los demás mortales para que padeciera sus males.
"Yo te haré sonreír nuevamente..."
Si sólo pudiese ver lo arrepentido que estaba por todas y cada una de las lágrimas que derramó por su causa...
Si sólo supiera cuánto lamentaba todas las veces que descargó en él la ira, la frustración y el resentimiento que arrastraba consigo desde su infancia poco grata...
Si sólo supiera cuánto le dolía ver el cambio que había provocado en él su contacto frío e intransigente..
Si solo pudiera decirle que la agonía que casi saboreaba en su purísimo rostro le afectaba cual si fuese propia, y dolía inconmensurablemente al saberse el causante de la misma...
"Shuichi..."
La arrebatadoramente sensual imagen del cantante en la pantalla activaron un sin fin de recuerdos conformados por eróticas imágenes mentales del mismo incidiendo casi instantáneamente en su pulso y ritmo cardíaco, los cuales subieron peligrosamente hasta el punto de hacerlo transpirar nuevamente, como hace instantes.
Se aferró con más ahínco a las imágenes insubstanciales de los momentos íntimos compartidos como una manera de acallar los dolorosos efectos físicos y emocionales que ejercía esa separación de cuerpos. Intenso calor desatado previamente reverberó por sus venas, recorriendo todo su cuerpo para concluir acumulándose dolorosamente en el área íntima como evidencia de necesidad de aquella bella silueta. Un par de gotas saldas de sudor se escurrían lentas y sinuosas por su pecho desnudo mientras éste subía y bajaba velozmente acompasado con suaves jadeos.
Solo Shuichi lograba excitarlo de esa manera con tan sólo su recuerdo indeleble.
Lentamente el escritor deslizó una mano por el vientre plano hasta alcanzar el miembro necesitado, reprimiendo un respingo cuando lo envolvió con la mano para así propinarle las caricias por las cuales clamaba. Al inicio suave y sutilmente, apenas rozándolo con las yemas de los dedos, sintiendo agradables escalofríos recorrer su cuerpo desnudo, emitiendo leves gemidos de placer. A medida que la carne rogaba por más sensaciones, acrecentó el ritmo emitiendo jadeos entrecortados a la par que en su mente se desarrollaba un espectáculo del cantante puesto en escena solo para él.
Sintió una ola de placer estrellarse y derramarse en su cuerpo justo al tiempo que largaba.
Finalmente emitió un hondo suspiro y se recostó completamente en el sofá, relajándose y permitiendo a la respiración errática recobrar su cause. Sus párpados iniciaron nuevamente su marcha cegadora sobre sus pupilas, sumiéndolas en la obscuridad, ayudando al escritor a entregarse sin reparos en un profundo y reparador sueño.
Se durmió nuevamente, teniendo como última imagen de la televisión a un Shuichi adulto cantando luctuosas melodías en un escenario obscuro.
Continuará...
Notas de la autora: Primera escena de masturbación que escribo...Y creo que es la primera de Grav que tiene a Yuki como protagonista. Me pregunto por qué, si es taaaaaan lindo! n.n
Ah!. En el siguiente capítulo tendrá lugar el tan esperado encuentro entre los protagonistas.
