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Capítulo 6:
EN TIERRAS LEJANAS
Le Fay tardó un tiempo, pero dejó las tierras de la que una vez fue la poderosa tierra de los faraones para continuar un recorrido por la costa del continente africano hasta el final del Mar Rojo, yendo entonces dirección este, bordeando la península arábica.
Su siguiente punto a investigar se encontraba en la India, la Joya de la Corona, donde tuvo la suerte de salir con vida de una peligrosa trampa puesta por los secuestradores. Aquello le obligó a descansar durante dos días, pues no era experta en curar heridas graves como las que tuvo por dicha trampa. Pero al contrario de lo que los secuestradores esperaban, aquello aumentó el fuego que recorría las venas de la inglesa. Retomar el rastro de sus enemigos fue sencillo una vez se dispuso a utilizar todos los recursos imperiales que le permitían los permisos dejados por la familia real. Pronto dejaron atrás la India para sumergirse en las vastas tierras de China, donde jugaron al gato y al ratón durante largas semanas en el país cuya apertura al mundo occidental fue una grandiosa humillación a la otrora nación más poderosa del mundo, siendo derrotado sin apenas esfuerzo durante las Guerras del Opio.
Al final, las pistas hicieron que Le Fay dejara las tierras de la milenaria China para poner pie en un país que se había mantenido aislado de todo el mundo durante un milenio, aproximadamente. El barco no la dejó en la costa oeste del país del sol naciente, sino que la llevó hasta la que era considerada como la co-capital del país, la antigua ciudad de Edo ahora llamada Tokio. El lugar era de los más transcurridos del país, donde se movilizaba la mayor parte del negocio portuario. El país apenas y había comenzado a industrializarse hacía unos años, por lo que no contaban con mucha de la infraestructura que otros países del mundo, en su casi totalidad occidentales. A pesar de ello, Le Fay no necesitaba mucho para poder desplazarse cómodamente.
Divisó el agitado puerto desde su camarote mientras terminaba de escribir una carta a su familia, informándose de sus últimos movimientos en la otra parte del mundo. No tenía a su disposición otra manera de comunicarse con su familia, pues no quería depender de la magia por si los secuestradores descubrían su firma mágica. Necesitaba encontrar un lugar donde pudiera llevar ese mensaje, o a alguien que lo hiciera por ella.
La bocina resonó con fuerza, indicando que los pasajeros debían ir a cubierta para proceder a desembarcar. La hechicera guardó la carta y agarró su maleta, procediendo a abandonar su cuarto. Una vez fuera, en el pasillo, el resto de viajeros se arremolinaban para ir a cubierta y bajar de aquel navío. Era muy incómodo, por lo que volvió a su cuarto para esperar a que pasara todo aquel gentío. Un par de minutos después el pasillo estaba casi vacío, por lo que subió. La luz del atardecer iluminaba el cielo al tiempo que vislumbraba la actual co-capital de Japón. La ciudad estaba muy lejos de modernizarse como si lo estaban las capitales europeas o estadounidenses, pero parecía ir por buen camino y a bastante velocidad. Con mucho cuidado el barco atracó en el puerto, permitiendo a sus pasajeros bajar. Nuevamente Le Fay fue de las últimas, esperando a que aquellas personas con grandes prisas fueran las primeras en bajar.
Nada más pisar tierra se sintió un poco abrumada por el gentío. No es que no estuviera acostumbrada a la muchedumbre, pues lo estaba de sobra, pero las culturas del lejano oriente aún la fascinaban. Entre toda la gente que iba en su típico ir y venir había prácticamente de todo, desde japoneses con ropas occidentales de gran costo hasta vistiendo sus ropas más típicas. Sacó su reloj de bolsillo, observando la hora. La había ajustado antes de bajar del barco. Entornó un poco los ojos mientras levantaba la vista del objeto, guardándolo de paso. Cierta persona llegaba tarde, algo nada normal. Se suponía que debía estar esperándola, pero no estaba.
Le Fay era una mujer muy educada, pero en su interior se estaba impacientando. Estaba llamando demasiado la atención no solo por su atuendo, sino por su propio aspecto, lo cual era de lo más exótico en un país donde ninguno de sus habitantes poseía el cabello dorado o los ojos azules…, por no olvidar que, según sabía, las mujeres de allí no estaban tan dotadas como ella. Una maldición familiar, por así decirlo.
—Pendragón-sama, disculpe mi tardanza.
Le Fay sonrió levemente al ver a un hombre acercarse a ella. Dicho sujeto no le sacaba demasiados años y, al igual que unos pocos, vestía con elegantes ropas occidentales.
—Señor Yamato…, perdón, Yamato-sama, un placer volver a verle.
Ambos realizaron la reverencia típica con la que se saludaban en aquel país.
—Nuevamente me disculpo por llegar tarde, pero tenía un asunto urgente que me ha reclamado más tiempo del esperado.
— ¿Puedo saber cuál es?
—Mi esposa. Está en esos meses en los que le gusta comer cosas raras y bueno…, he tardado en encontrar los ingredientes —Explicó con vergüenza mientras sonreía de dicha.
—Ya veo. Mi cuñada está igual, o debe estar.
Ambos comenzaron a caminar, aunque era Le Fey quien seguía al ahora conocido como Yamato. El japonés era un hombre de negocios que viajaba por todo el mundo, logrando así una fortuna considerable en su país natal. Durante casi cinco años, antes de montar su negocio, se quedó en Inglaterra, aprendiendo sobre la cultura y la tecnología occidental. En ese periodo coincidió numerosas veces con la familia Pendragón, motivo por el cual ambos ya se conocían de antemano.
—Pensaba que sus sirvientes se ocupaban de esa tarea —Declaró Le Fay un poco sorprendida de que fuera él a realizar las compras.
—En verdad… Por favor, guárdeme este secreto…
—Por supuesto.
—Amo a mi esposa, pero necesitaba salir de casa. Sus cambios tan bruscos me agotan. De un momento a otro pasa de no querer ni verme a ser empalagosa, y otra vez a no soportar mi presencia. Es demasiado agotador y estresante.
—Te entiendo. Mi hermano ha pasado por lo mismo dos veces, y la tercera no estará lejos.
—Somos un poco masoquistas.
Ambos rieron ante la broma del varón, pero después su gesto se volvió más serio.
—Entiendo que las pistas se han enfriado.
—Eso me temo. Por ese motivo me puse en contacto con usted.
—Es para mi un honor ayudar a una vieja amiga, pero me temo que no poseo los recursos para ayudar en algo tan laborioso como esto. Me disculpo por ello.
—No tiene que hacerlo. Con su contacto me es más que suficiente. ¿Cuándo podré verles?
—Me temo que tendrá que esperar a mañana por la mañana. No están muy lejos, pero no es seguro viajar por la noche, y menos para una mujer, aunque sea como usted. Además, mi esposa estará feliz de conocerla al fin. Le he hablado mucho sobre mis viajes, y obviamente no olvidé a aquella familia que me ayudó tanto cuando visité su tierra.
—Será un honor hospedarme en su hogar, Yamato-sama.
—Creo que usando solo san estaremos más cómodos. Después de todo, somos viejos amigos, ¿no? Al menos mientras no estemos en público. Demasiadas diferencias culturales.
—Sólo si es recíproco.
—Por supuesto, Pendragón-san.
—Así mejor, Yamato-san.
Con una sonrisa en cada rostro, el señor Yamato guío a Le Fay hasta su hogar. La escena fue graciosa, e incluso tirando a ridícula para los criados. ¿El motivo? Nada más entrar en su hogar, una casa de gran tamaño y de hermosa arquitectura, la esposa y señora de la casa corrió hacía su marido, llorando como Magdalena, abrazando y recriminando a su alma gemela el haberla abandonado de aquella manera tan cruel.
— ¡Oh, amado esposo! ¡¿Por qué te has marchado así?! ¡¿Acaso ya no me amas?! ¡¿Es porque estoy gorda?! —Siguió recriminando con lágrimas en los ojos luego de separarse un poco—. ¡Es tu hijo el que está dentro! ¡No me digas que te has buscado a otra!
Fue entonces que se fijó en que había alguien ajeno en su hogar. El señor Yamato se puso rígido, aterrado, mientras su mujer se limpiaba las lágrimas. Nada más escanear a la extranjera con ojo crítico, la furia envolvió a la embarazada.
—Así que es eso, ¿verdad? Te has buscado a otra más bella y sin embarazar…
—Esposa…, no es lo que tú crees…
Intentó explicarle, pero era como hablarle a la pared.
— ¡Desgraciado! ¡Maldito degenerado!
Un criado agarró a Le Fay del brazo con suavidad, alejándola de aquella mujer con exceso de hormonas por su estado, llevándola a la sala de visitas..
— ¡Es una amiga de Inglaterra! ¡No es mi amante!
— ¡Mentiroso, eres un maldito mentiroso!
Los gritos eran audibles aun desde aquella sala. Le ofrecieron la típica hospitalidad de los japoneses para con los invitados mientras hablaban sobre ella a sus espaldas. Para cuando la discusión entre el matrimonio hubo finalizado, ambos entraron en la sala. El hombre sonreía con vergüenza mientras la mujer se tapaba el rostro, sumamente avergonzada por la escena montada.
—Pendragón-san, le presento a mi esposa.
—Es un honor conocerla —saludó la británica con una leve reverencia.
—Un honor, igualmente. Y lamento mucho mi vergonzosa actuación.
—No tiene que disculparse.
—Por favor pida lo que necesita. Mi esposo me ha explicado que se quedará aquí esta noche y mañana irá a ver a alguien. Sea lo que sea…, excepto a mi esposo.
—Con algo de comida y un sitio donde dormir será más que suficiente.
—Por suerte estamos a punto de cenar. ¿Ha probado alguna vez nuestra comida?
—Me temo que no. Apenas y he salido de los territorios del Imperio.
En retrospectiva, para alguien a quien le encantaba conocer cosas sobre el mundo, aquella no era una buena señal. Los únicos países que había visitado con anterioridad a su viaje para rescatar a su sobrina eran Francia y Alemania, ambos debido a su cercanía y a motivos de relativa fuerza mayor.
—Entonces debe probarla con nosotros. Seguro que le gustará.
—Estoy segura de ello.
La verdad es que Le Fay agradecía como muy pocas veces antes en su vida un momento como aquel. Mucho tiempo había pasado desde el secuestro de su sobrina, por muchos lugares había pasado y muchas veces había logrado escapar con vida de alguna trampa mortal colocada por los secuestradores. Ahora, el poder sentirse al fin segura, con el estómago lleno y el cuerpo lavado, Le Fay podía relajarse un poco. No es que desconfiara de su viejo amigo, eso jamás, y menos sin claros indicios, pero no podía decir lo mismo de sus sirvientes.
Cuando la cena finalizó los tres charlaron animadamente. La esposa de Yamato era la que no dejaba de dar conversación. Quería saber todas las cosas que hizo su marido durante su estancia en el Reino Unido, quizás para comprobar que tanta de la historia que él le había contado coincidía con la versión de la hechicera. También tenía gran curiosidad por las costumbres de los británicos y su forma de vivir.
Para cuando la noche ocupó por completo su turno y las estrellas iluminaban el cielo nocturno, los tres decidieron que era hora de irse a descansar. Después de todo, dos de ellos tenían que realizar un pequeño viaje a la mañana siguiente. Acompañaron a Le Fay hasta su cuarto. La británica se encontró con su futón ya preparado así como un pijama japonés limpio y bien doblado.
— ¿Vienes, esposo?
—Ahora mismo. Antes debo terminar de tratar un asunto con Pendragón-san.
— ¿Sobre mañana?
—Así es.
—De acuerdo. Pero no tardes.
—Por supuesto.
Una vez la mujer se hubo marchado, y se aseguraron de estar completamente solos, trataron los últimos puntos de la reunión de mañana. Según le había explicado, era un Clan del país muy antiguo, Domadores de Bestias, uno de los que habían protegido a los habitantes del país de los horrores y amenazas de los no humanos. Si alguien relacionado con lo sobrenatural había secuestrado a su sobrina, ellos podrían ayudarla de algún modo. Dada que era el único Clan con el que tenía una relación, no estrecha pero tampoco débil, no podía pedir ayuda a nadie más.
Yamato no es que tuviera conexiones con lo sobrenatural, pero había tenido experiencias varias y en una de ellas fue rescatado por la que era la heredera del Clan. Esa mujer era de duro y fuerte carácter. Estaba seguro de que le ayudaría.
— ¿Cómo se llama la mujer?
—Abe Kiyome, heredera del Clan Abe.
— ¡Ah! ¡La conozco!
Yamato quedó impactado por las tres palabras de Le Fay. ¡¿Que conocía a la heredera del Clan Abe?! ¡¿Cómo, cuándo, dónde y por qué había ocurrido eso?! Le Fay se rio al ver la cara del japonés.
—Mucho nos habríamos ahorrado —Admitió el señor Yamato asombrado.
—No sabíamos nada. Ah, acabo de recordar algo. ¿Podría hacerme otro favor? Lamento pedir tantos.
—Lo que desee.
—Necesito que esta carta llegue a mi hermano en Camelot —Le Fay sacó la carta, agarrándola de una esquina—. Los secuestradores saben que voy tras sus pistas. Son varias las veces en las que han intentado acabar con mi vida, por lo que no tengo modo de hacerles llegar esto. No he podido mandarles una carta desde que estuve en el Raj hace ya bastante tiempo, y la anterior desde Egipto. ¿Puede usted hacer que llegue en mi lugar?
El hombre observó detenidamente la carta, cogiéndola con suavidad.
—Por supuesto, Pendragón-san. Juro por el honor de mi familia que esta carta llegará a manos de su hermano.
Le Fay sonrió agradecida, realizando una profunda reverencia.
—Muchas gracias por toda su ayuda. No sé cómo agradecérselo.
—Con que encuentre a su sobrina sana y salva es suficiente. Como futuro padre entiendo perfectamente el dolor que debe sentir Pendragón-sama.
—Nuevamente le agradezco por todo.
Ambos se despidieron con una reverencia para después el cabeza de familia saliera del dormitorio de Le Fay para que pudiera descansar. La británica observó la puerta, acostándose en aquella cama japonesa, si en verdad podía llamarla cama. A pesar de ser un hombre que había visto y vivido la cultura occidental, sus raíces las tenía muy presentes. Pero bueno, no era incómoda.
XXXXX
Era temprano en la mañana cuando el carruaje abandonó el hogar de Yamato. Abandonaron Tokio con la mayor rapidez que pudieron, tomando rumbo al hogar donde estaba el contacto, la sede del Clan Abe. Conversaron animadamente mientras el carruaje atravesaba los viejos caminos del país hasta llegar a la sede del Clan Abe. Una vez estuvieron allí, Le Fay se dispuso a bajar, pero el señor Yamato la detuvo un momento.
—Esperaré aquí a que termine su charla.
—No es necesario…
—Por favor, insisto. Confío en los miembros de ese Clan, pero me sentiré mejor cuando haya salido y pueda llevarla a su próximo destino. Temo no poder involucrarme más.
—Tienes un hijo en camino. Esa debe ser tu mayor prioridad —Abrió la puerta y sonrió al japonés con confianza—. En seguida vuelvo.
Ante la atenta mirada de Yamato, Le Fay caminó a paso seguro hasta las enormes puertas que guardaban los terrenos de la sede principal del Clan de Domadores de Bestias. En verdad no le asombraba nada, pues ya había visto puertas y muros similares. Lo único distinto era la estructura. Vislumbró a los dos guardias que guardaban las puertas, los cuales cruzaron sus largas naginatas, impidiendo de esa manera su paso.
— ¿Qué desea? —Exigió saber con dureza uno de los guardias.
—Estoy buscando a Kiyome, Kiyome Abe-sama. Oh, perdón, Abe Kiyome-sama.
El guarda consultó algo con su compañero para después volver a clavar su vista en la extranjera.
— ¿Qué motivo le trae aquí? ¿Y cómo es que conoce ese nombre?
—Soy Pendragón Le Fay y nos conocimos hace unos años, cuando vino a mi país de viaje. El motivo de mi búsqueda de su persona es algo que solo nos atañe a nosotras. Además, Yamato-sama ha concertado una cita para mi.
Le Fay volteó hacia el carruaje y los dos guardas entrecerraron sus ojos. Yamato se asomó por la ventanilla, asintiendo. No es que les hubiera escuchado, porque era imposible, pero sabía lo que estaba ocurriendo.
—Entiendo. Puede pasar, pero no intente nada estúpido o perderá la cabeza, seas quien seas.
Le Fay no se asustó, sino que sonrió. Los guardias abrieron las puertas, permitiendo a Le Fay adentrarse en los terrenos principales de aquella familia de Domadores. Siguiendo el camino indicado, la noble inglesa atravesó el jardín delantero ante la mirada asombrada de los trabajadores mientras los guardias iban informando de su llegada. Cuando ingresó en la casa principal fue conducido por otro guardia hasta donde estaban reunidos los miembros del Consejo del Clan.
Le Fay negó levemente con la cabeza antes de colocarse ante aquellos hombres. Hacía años que había perdido la cuenta del número de ocasiones en las que se había encontrado en una situación semejante. Puede que en esta ocasión fuera sólo para obtener información, y tal vez una posible colaboración, pero esos ojos los conocía demasiado bien. Otra vez un grupo de hombres que la miraban con arrogancia y superioridad, por no mencionar otras cosas.
En su país natal, así como en otros países del mundo, las mujeres habían obtenido grandes logros, siendo algunos el voto femenino, pero aún tenían mucho camino por delante, y en Japón ni siquiera habían llegado a ello.
—Buenos días, caballeros. Soy Pendragón Le Fay y vengo desde el Reino Unido.
— ¿Qué desea una noble británica de nosotros? —Exigió saber el cabeza del Clan.
—Estoy buscando a mi sobrina, la cual fue raptada. Las pistas me han llevado hasta este país. Yamato-sama me dijo que ustedes podrían ayudarme. Obviamente les pagaré por ello, no pido que lo hagan gratis. Cualquier ayuda, por pequeña que sea, será bien recibida.
Los varones se miraron entre ellos, comunicándose sin hablar.
— ¿Podemos saber cómo es que sabe de nosotros?
—Conocí a la heredera de este Clan de Domadores, Abe Kiyome —Casi todos los hombres agriaron el gesto al escuchar ese nombre—. Nos conocimos hace un tiempo en un viaje que hizo a mi tierra. Por eso pensaba que podríais prestarme ayuda.
De entre todos ellos, sólo hubo un hombre que pareció sorprendido, y contento, al escuchar las palabras de Le Fay.
—Kiyome ya no forma parte de nuestro Clan. Fue expulsada hace tiempo. Si usted es amiga suya, entonces pídale la ayuda a ella, no a nosotros. Los asuntos ajenos a nuestro Clan no nos concierne.
Las palabras del anciano asombraron a la inglesa. ¿Kiyome expulsada? Aquello era sin duda sorprendente. ¿Qué hizo para que fuera expulsada? Deseaba preguntar, pero aquel asunto nada tenía que ver con su búsqueda. Ya le preguntaría cuando la viera…, si lo lograba. Además, las palabras de aquel anciano no habían sido nada agradables ni corteses. Lo mejor sería no insistir. Deseaba cualquier ayuda para encontrar a su amada sobrina, pero ¿a cualquier coste? La respuesta dependía de las siguientes palabras.
—Entiendo. ¿Y puedo saber dónde puedo encontrarla o quién podría ayudarme?
—Ahora forma parte de esos Cazadores —Escupió el anciano—. Quizás ellos puedan ayudarla, pero yo de usted no me fiaría nada de ellos.
Le Fay asintió, satisfecha. Había bastado aquella corta conversación para darse cuenta de que no deseaba tener relación alguna con aquellos hombres, y menos deberles algo. No sería la primera vez que trataría con los Cazadores, y en verdad les agradaba más que los recién conocidos.
—Gracias por su ayuda. Ahora me retiro.
Mientras realizaba una leve reverencia y se marchaba del hogar principal del Clan de Domadores de Bestias, Le Fay pensó en las palabras del anciano. Conocía a los Cazadores, pero le asombraba que tuvieran miembros en aquel país, uno que ya contaba con Clanes propios para ocuparse de los asuntos sobrenaturales. Entendía que en América existieran por la pérdida continua de poder por parte del Vaticano y la Iglesia Protestante, e incluso que hubiera en una Europa cada vez más laica, pero allí… En verdad no conocía el mundo tanto como pensaba. Error suyo.
Abandonó la sala y se dispuso a salir de aquel lugar tan poco agradable cuando una mujer se interpuso en su camino. Le Fay no pudo sino asombrarse, pues el rostro le era bastante familiar. Era como ver a Kiyome, pero con veinte años más. Su versión de mediana edad.
—Disculpe, Pendragón-sama. ¿Es verdad que está buscando a Kiyome? ¿Es verdad que son amigas? —Preguntó la mujer con clara esperanza en su tono de voz.
—Si a ambas preguntas. Usted debe ser su madre.
—Así es.
—Lo sabía. En verdad se parecen, al menos en el rostro.
—Es agradable escuchar eso.
— ¿Desea algo de mi?
—Si, si está de acuerdo.
—Depende de lo que me pida.
—Es solo… ¿Podría darle un mensaje? No la veo desde que fue expulsada…, y tampoco sé nada de ella. Sé que ha intentado contactar con mi esposo y conmigo, pero ninguna carta suya pasa de la entrada. Ellos las destruyen antes de que pueda leerlas.
El rostro de Le Fay se entristeció. Aquella mujer sufría, y mucho, por su hija. En verdad le recordaba mucho a su cuñada. Ambas deseaban con todo su corazón volver a ver a sus hijas, estrecharlas entre sus brazos. El dolor de unos padres que no sabían nada de sus hijos era lo peor que podría pasarles. Si estaban muertos al menos lo sabrían, pero la incertidumbre podía llegar a ser peor castigo. Con mucho cariño y cuidado, Le Fay cogió una de las manos de la mujer, quien se sorprendió por tal acto tan inesperado.
—Puedo asegurarle que cualquier mensaje que me diga llegará a sus oídos, y que la respuesta igualmente llegará a usted. Dígame, ¿qué desearía decirle a su hija?
—Solo…, solo que la amo y la echo mucho de menos... Que rezo a los dioses todos los días porque esté sana y salva… Y que no la olvidamos, ninguno de los dos.
Le Fay asintió, soltando las manos de la mujer.
—Éstas palabras le llegarán, créame. Y tendrá respuesta, aunque no puedo poner fecha. Ahora debo irme, debo encontrar a mi sobrina.
—Le deseo mucha suerte, Pendragón-sama. Espero que pueda encontrarla y devolvérsela a su madre. Comparto su dolor por la incertidumbre.
—Muchas gracias, y adiós.
Con una sonrisa, Le Fay volvió al camino para abandonar los terrenos de aquella mansión. Mientras tanto, la mujer se miró la mano, sorprendiéndose al ver una extraña marca, la cual desapareció muy rápidamente.
— ¿Qué te ha dicho? ¿Qué llevas en la mano?
El anciano cabeza del Clan apareció de pronto a su espalda, mirándola con dureza.
—Solo…, solo quería decirle algo, por sí logra encontrarse con ella.
—No malgastes palabras en esa…
—Cuidado. Puede que seas el cabeza del Clan, pero sigue siendo mi hija.
Ante la advertencia de la mujer, el anciano guardó silencio, pero endureció aún más su rostro.
—La mano.
Sin miramientos se la mostró. Allí no había nada.
—Sólo me ha sorprendido su acción. No hay nada. ¿Ya estás contento?
—… Si. Puedes retirarte.
La mujer se irguió en toda su altura, mirando con dureza al anciano, alejándose de él con la elegancia propia de una noble. El anciano la miró hasta que se perdió de vista, girando su cuello para ver cómo Le Fay abandonaba los terrenos al salir por la entrada principal. Esperaba que esa mujer extranjera no volviera a pisar su territorio.
XXXXX
— ¿Y qué tal ha ido? —Curioseó Yamato.
—Mal. Tratar con ellos es muy difícil. Estoy acostumbrada, pero aún así… Necesito saber las localizaciones de los Cazadores. ¿Sabes quién puede darme esa información?
—Sólo el gobierno. Creo que podría hablar con ellos y explicarles la situación. Dudo que les interese tener conflicto alguno con su país. El siquiera pensar que la hija del Duque más poderoso e importante del Reino Unido, mano derecha de su Rey, ha sido asesinada aquí, o que ha estado aquí y no han ayudado, supondría un problema diplomático que podría desencadenar una guerra.
—Entonces lléveme a donde esté el gobierno, por favor.
—Por supuesto.
El carruaje se puso en marcha, yendo directamente a donde la noble británica había pedido a su viejo amigo. Suerte tenía de que el lugar fuera la misma Tokio. Según le había contado, antes de la nueva época que el país estaba viviendo, habría tenido que ir a Kioto. Suerte la suya, no perdería demasiado tiempo. Al contrario que la ida, la vuelta fue un tanto más tensa. Visitar la sede del Clan no había sido una pérdida total de tiempo. Ahora sabía cómo era la situación de su vieja amiga, lo cual era algo.
La tarde estaba ya muy avanzada cuando llegaron a Tokio, pero el cochero no detuvo el carruaje en la entrada de la residencia, sino que pasó de largo. Yamato hizo un gesto a uno de los guardias, el cual ingresó en la residencia.
— ¿Qué ha pasado? —curioseó Le Fay.
—Sólo he pedido que informe a mi esposa de que he vuelto, pero aún no volveré a casa. Le quito una preocupación de encima.
—Entiendo. Mi hermano suele hacer lo mismo.
—Un gran sabio es.
—Más bien la experiencia de los otros embarazos. Recuerdo como si fuera ayer cuando casi se suicida por culpa de mi cuñada embarazada de su primer hijo. Sus cambios de humor llegaban a ser frenéticos.
— ¿Más que los de mi esposa?
—Más, se lo puedo asegurar.
Yamato parpadeó repetidas veces, asombrado.
—Gran paciencia debe tener su hermano para poder aguantar algo así.
—Paciencia y mucho amor.
—Por supuesto.
Ahora, con una charla más amena y un ambiente más tranquilo, continuaron hasta el edificio donde se reunía el gobierno, aunque no es que tuviera que hablar con todos ellos. El carruaje aminoró su velocidad debido a los transeúntes que caminaban por las calles de la ciudad. Le Fay tamborileaba sus piernas, internamente apremiante. Estaba muy cerca de su sobrina, podía sentirlo. Su instinto de tía se lo gritaba.
—Ya hemos llegado —anunció el cochero al tiempo que detenía el carruaje.
Le Fay bajó mientras que Yamato le daba instrucciones a su cochero. Una vez estuvieron los dos en la calle, éste se alejó junto al vehículo. Le Fay arregló sus ropajes e intentaron ingresar en el edificio junto a Yamato, pero los guardias se interpusieron, impidiéndoles el paso.
— ¿Quienes sois y qué deseáis? —exigió saber uno de los guardias.
—Soy Yamato Yao y ella es Pendragón Le Fay. Necesitamos reunirnos con urgencia con el Daijō-daijin.
Los guardias se miraron entre ellos. Yamato Yao era muy conocido, sobre todo en la ciudad, pero el nombre de aquella extranjera les era totalmente desconocido.
— ¿Tienen cita?
—No, no la tengo. Pero el asunto es de suma importancia. La seguridad de nuestra gran nación podría estar en peligro.
Los ojos de los guardias se entrecerraron mientras llevaban sus manos a sus armas. Le Fay expiró por la nariz mientras cerraba los ojos.
—Perdónenme por esto, pero no tengo más tiempo que perder.
Antes de que alguno de los dos guardias pudiera desenfundar sus pistolas, Le Fay usó su magia para atontarles, permitiéndoles así ingresar en el edificio. Yamato observó asombrado a la inglesa, pero fue detrás de ella, preocupado por el estado de ambos hombres.
—No debe preocuparse. En unos pocos segundos el hechizo se desvanecerá y no recordarán que hemos ingresado —informó Le Fay para tranquilizar a su viejo amigo.
—Porque es usted quien me lo dice.
—Gracias por su voto de confianza. ¿Ha estado aquí antes?
—Si, un par de veces. Venga, sé donde está el despacho momentáneo del Canciller.
— ¿Momentáneo?
—Actualmente el Gran Consejo no tiene un edificio fijo, por lo que se van trasladando de vez en cuando hasta que construyan la sede oficial. Pero no se preocupe, están aún aquí, se lo garantizo.
Atravesaron el edificio ante las curiosas miradas de quienes estaban dentro. No era raro ver a extranjeros rondando al gobierno, pero sí era curioso que solamente fuera una mujer. Le Fay no prestó atención. Estaba tan centrada en reunirse con el máximo representante del país, después del Emperador, que poco le importaba el resto. Al final acabaron deteniéndose frente a una puerta doble.
—Espere un momento, por favor —pidió Yamato mientras ingresaba en el despacho.
Le Fay asintió, por lo que se quedó frente a las puertas. Su oído no podía escuchar lo que se decía dentro. Podría usar magia, pero aquello significaba escupir a la confianza que Yamato tenía en ella. Por suerte, medio minuto después de que él entrase, la puerta se abrió. Era el propio Yamato el que le permitía entrar. Una vez ingresó en el despacho, Le Fay se encontró frente a un hombre, el cual estaba delante de un amplio escritorio, esperándola.
El despacho contaba con varios sillones alrededor de una mesa circular de madera. Un amplio ventanal decorado con cortinas rojas iluminaban la estancia. Había también un estante repleto de libros, pero le era imposible saber de qué trataban ya que todos los títulos estaban en japonés.
—Pendragón-san, él es Sanetomi Sanjō-dono, el Daijō-daijin, el Canciller del Reino en vuestro idioma, jefe del Daijō-kan, el Gran Consejo de Estado —presentó Yamato.
Ambos realizaron una reverencia como muestra de respeto y reconocimiento.
—Déjeme decirle que me honra contar con la presencia de la hermana del Duque Pendragón.
—Gracias a usted por recibirme, Canciller.
—Por favor, siéntese —pidió señalando con la mano un cómodo sillón—. ¿Nos acompañará, Yamato-dono?
—Gracias por su ofrecimiento. Estaré encantado.
La inglesa se sentó en el asiento indicado mientras el Canciller se sentaba en el que tenía justo enfrente. Yamato procedió a sentarse en otro de los sillones disponibles.
— ¿Le apetece una taza de té?
—Por supuesto. Muchas gracias.
— ¿Yamato-dono?
—No, pero gracias por la oferta.
Sanetomi sirvió el té en dos tazas: una para Le Fay y otro para él.
—Yamato-dono me ha comentado que el asunto que la trae aquí es de suma urgencia. Déjeme decirle que haré todo lo posible para ayudarla.
—Es muy amable, Sanetomi-dono. El asunto es uno del cual sólo tienen conocimiento mis parientes más cercanos y su Majestad, además de Yamato-dono y el Consejo del Clan Abe.
— ¿Los Domadores de Bestias?
—Esos mismos.
Sanetomi frunció el ceño mientras dejaba su taza en la mesa.
—Si ha acudido a ellos antes que a nosotros, quiere decir que el asunto no es "normal".
—No, me temo que no lo es. Verá…
Le Fay procedió a contarle todo el asunto, comenzando desde que conociera la noticia, allá en Inglaterra, hasta la misma charla con el Consejo Abe, evitando, eso sí, detalles que pudieran ser comprometedores para la seguridad nacional, tales como detalles sobre su estadía en Egipto o los poderes otorgados a su persona para disponer de las fuerzas armadas del Imperio. Sanetomi no interrumpió en ningún momento, sino que escuchó con atención y en total silencio. Una vez Le Fay hubo finalizado la explicación, Sanetomi llevó una mano a su barbilla.
—Estas son noticias muy graves. Y pensar que los secuestradores han venido a mi país… Esto podría llevar a un conflicto con Gran Bretaña y a la destrucción de lo que tanto nos ha costado construir. ¿Sabe algo de los secuestradores?
—No he logrado hallar información alguna sobre sus miembros.
—Entiendo. En este caso, el gobierno de Japón brindará toda la ayuda que necesite, Pendragón-dono.
—Muchas gracias. Por ahora sólo necesito localizar a Abe Kiyome. Es mejor que este asunto no pase a más oídos.
—Por supuesto. Discreción ante todo. Hablaré con el representante de la organización de los Cazadores en el país para que se ponga a trabajar. En cuanto obtenga su paradero se lo haré saber.
—Muchas gracias, Sanetomi-dono. Entonces procedo a retirarme.
El Canciller asintió. Los tres se levantaron de sus asientos y procedieron a abandonar el despacho, a excepción de Sanetomi, quien fue a su mesa para hacer uso del telégrafo. Era más rápido hacerlo de aquel modo que mandar a alguien o ir directamente a buscarle. Además, se evitaba la burocracia. Sólo tenía que dar su código y el representante sabría que era él. Aquel asunto le había puesto en total tensión: si algo le pasaba a aquella niña en territorio japonés, Gran Bretaña no dudaría en castigar duramente al país. Los británicos ya tenían acuerdos abusivos con el país, pero de ahí a entrar en una posible guerra contra aquella potencia mundial sumiría al país en una miseria más que la precaria situación que tenían antes de la guerra civil. Debía evitar aquello a toda costa. No estaban preparados para una guerra, y menos contra la nación en cuyo imperio no se ocultaba el sol. Además, si brindaba ayuda, quizás el Duque, o el mismísimo Rey de Gran Bretaña, recompensaría tal ayuda.
El resto del día pasó lento para Le Fay. A pesar de saber que contaba con la ayuda y colaboración del Canciller del país, su nerviosismo aumentaba por momentos. Estaba muy cerca, pero al mismo tiempo muy lejos. Yamato y su esposa hicieron todo lo posible para intentar que sus pensamientos no se centraran tanto en el tiempo que iba pasado. Hacerle aquel tiempo más ameno era su principal objetivo.
Al fin, cuando la noche era cerrada y todos en la residencia se encontraban durmiendo en los brazos de Morfeo, un trabajador de Sanetomi fue en busca de Le Fay, sacando tanto a ella misma como a Yamato de la residencia ante la expectación de su esposa. Una vez que entraron en el despacho, el Canciller se mantenía sereno, pero creyeron avistar una leve sonrisa.
—Pendragón-dono, me alegra anunciar que hemos localizado a la Cazadora Abe Kiyome.
Los ojos de la hechicera se iluminaron como pocas veces en todo aquel tiempo que llevaba buscando a su amada sobrina. Yamato también se alegró enormemente.
— ¿Dónde está?
—Al norte, realizando un trabajo junto a los otros dos componentes de su equipo.
—Dígame el lugar concreto y me iré de inmediato.
—Sabía que diría eso. He preparado un carruaje que la llevará hasta Tazakawo. Allí hay una base de los Cazadores para controlar toda la prefectura de Akita. Y también… ¡Entra! —gritó mirando a la puerta. En el despacho entró un hombre de mediana edad y rostro serio—. Él es Horaki Nagano. Le acompañará hasta que se reúna con esos tres Cazadores. Estoy seguro de que es una mujer muy capaz, pero me sentiré más tranquilo.
—De acuerdo. Muchísimas gracias por su ayuda.
—Espero que lo recuerde cuando vuelva a su país.
—Tenga por seguro que hablaré muy bien de usted y su gobierno.
Y, al igual que la primera vez que se vieron, se despidieron con una reverencia. Yamato, por su parte, se quedó en el despacho mientras veía a su vieja amiga y el señor Horaki abandonar aquel lugar.
— ¿Estará segura con él?
—Por supuesto. Es descendiente de los samuráis y posee capacidades suficientes para defender a Pendragón-dono de cualquier peligro, a menos que los mismos dioses decidan ir contra ella.
—Me alegra escuchar eso. Ahora he de irme. Mi esposa no se siente tranquila si no duermo con ella.
—Por supuesto. Descanse.
—Y usted también Sanetomi-dono.
XXXXX
Aquella misma noche Le Fay inició su viaje hacia la ciudad de Tazakawo. La ciudad, situada al norte del país, era conocida por estar en la orilla oriental del lago Tazawa, del que se decía que era el más profundo del país, y por sus aguas termales. Según le había indicado el gobierno, esa ciudad era un punto de reunión de Cazadores, y la última información sobre aquel extraño trío les situaba en las cercanías, por lo que lo mejor que podía hacer era ir allí y buscarles, o pedir asistencia con ellos. Una vez hubieron llegado a la ciudad, Le Fay pudo comprobar que ésta no estaba tan atrasada como otros pueblos. Si bien era cierto que no se podía comparar a las grandes ciudades del país, tampoco era una que estuviera perdida y fuera pobre y pequeña. Con la apertura del país, la ciudad había salido ganando.
Al contrario que en la capital del país, los habitantes sí que se quedaron sorprendidos por la presencia de la inglesa en su hogar. Después de todo, no era un lugar muy visitado por extranjeros, ni siquiera por habitantes de otras prefecturas. Le Fay respondió a sus miradas de extrañeza, asombro, fascinación y desconfianza con una agradable sonrisa. A pesar de estar muy cansada, pues aunque había logrado dormir en el carruaje durante el largo viaje no era lo mismo que dormir en una cama, la hechicera estaba con muy buenos ánimos.
— ¿Sabe dónde está el punto de reunión, Horaki-sama?
—No es necesario que use ese honorífico, Pendragón-dono. Y sí, sé dónde está.
—Pues entonces no perdamos tiempo.
El guardaespaldas asintió. Dio unas instrucciones al cochero y comenzó a caminar. La gente no se les acercaba, pues aquel hombre de fiero aspecto llevaba una katana encima, lo cual les resultaba extraño, pues era ilegal llevar esas armas en público, pero poco le importaba los rostros y palabras de los habitantes de aquel lugar. Horaki guió sin vacilación a la británica hasta un lugar un tanto alejado del núcleo de la ciudad. Le Fay enarcó una de sus cejas al contemplar aquel pequeño edificio. Las sedes de los Cazadores en Europa y Estados Unidos eran muy agradables a la vista, tanto la fachada como el interior, dando igual si era una sede central o una secundaria, pero aquel no era el caso.
— ¿Es aquí? —Preguntó al descendiente de samurais.
Éste asintió, por lo que ambos entraron. La casa era pequeña, perfecta para pequeñas reuniones, pero inutil para grandes multitudes. A pesar de que la estructura era obviamente japonesa, parte de los muebles dentro eran occidentales. En especial, contrastaba una esquina con mesas, sillas y adornos occidentales, en comparación al resto del lugar que usaba elementos orientales, típicos del país del sol naciente. Todos los hombres que estaban dentro rápidamente callaron al divisar la cabellera rubia de la maga, señal obvia de que no era una nativa, observando con desconfianza a los dos extraños y llevando sus manos a sus armas, listos para comenzar un combate en el mismo lugar.
—Parece haber bastante tensión —dijo Le Fay sin perder su sonrisa, sin amilanarse ante la acción.
—Será mejor que alejéis vuestras manos de las armas —Advirtió el hombre mientras llevaba sus dedos de forma sutil a su katana—. Venimos de parte del gobierno. Exigimos una audiencia con Hyoudou Issei, Abe Kiyome y la nekomata Kuroka.
Los Cazadores presentes se miraron entre ellos, retomando un ambiente menos hostil, pero siempre alerta.
—Han salido de misión esta misma mañana, pero volverán, en principio, mañana. No sé concretar la hora. Bien podrían llegar por la mañana o por la noche —explicó el hombre que se encargaba de organizar a los Cazadores de aquel lugar, sentado detrás de su escritorio en un costado del lugar.
El mueble era japonés, pero se encontraba junto a la sección adornada con elementos extranjeros. Le Fay supuso era para mantener vigilados a los occidentales que llegaran. El sujeto en cuestión no tenía una mirada amable, pero cuando menos no era abiertamente hostil.
—De acuerdo. Háganos saber cuándo lleguen, y díganles que les esperaremos en el santuario Tamagawa Shrine. Es de extrema urgencia.
—Si tan urgente es, ¿por qué no hablan con cualquiera de nosotros? —exigió saber un Cazador, levantándose de su asiento—. Somos tan buenos como ese grupo de raros.
—Como he dicho, es con ellos con quienes hablaremos. No hay nada más que hablar. Pendragón-dono, podemos irnos.
—Por supuesto.
Y dicho esto abandonaron aquel lugar.
—Vergüenza debería darles —Se quejó el descendiente de samurais—. No merecen ser llamados Cazadores. Se lo tienen muy creído por tener el favor del gobierno.
—Horaki-san, ¿por qué su gobierno tiene Cazadores cuando hay familias que se dedican a lo mismo?
—Porque esas familias ganaron tanto poder que se interponían en los deberes del gobierno, fuera el año que fuera. Tanta fue su influencia, tanto su poder, que amenazaron a los gobernantes y exigieron muchas cosas, algunas demasiado alocadas. Tener a nuestros propios Cazadores supuso que la mano estranguladora de los Cinco Clanes y los Domadores se aflojara hasta finalmente abandonar nuestro cuello.
—Tuvieron una guerra civil, ¿verdad?
—Fue muy corta, pero también intensa, y acabó en empate. Por eso se llegó a un acuerdo, lo que llevó a la actual situación.
—Entiendo.
—La cosa no acabó allí, tampoco —negó con la cabeza, como reprobando el comportamiento de sus connacionales—. Debido a que los Cazadores vinieron de afuera del país, principalmente de Occidente, hay partes de la organización con un carácter marcadamente extranjero. En lugar de rechazarlo, lo abrazan acaloradamente: como en muchas partes del país, lo Occidental es visto como novedoso y superior, y ellos no dudan en presumir. Es parte de la razón por la cual sus relaciones con las Cinco Familias, fuertemente tradicionalistas, no se han reparado pese a los años.
—Ya veo. ¿Temen acaso por una nueva guerra civil?
—Ciertamente hay tensión, pero nada equiparable a antaño. Todos aprendieron que debían colaborar, pues la guerra entre nosotros sólo beneficia a aquellas criaturas malvadas que se benefician del sufrimiento. ¿Sabe cuánta gente desapareció o fue hallada muerta durante esa guerra o los meses posteriores? El número fue alarmante, tanto que tuvieron que unir fuerzas para retomar el control. Serían demasiado imbéciles si comenzaran un nuevo enfrentamiento.
—Desde luego, pero no sería el primer caso que se da. La historia está llena de momentos como ese, y los gobiernos no terminan de aprender de esos errores. Sinceramente, veo la misma tensión en Europa, y no me agrada a dónde puede llegar.
—El ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
—Una maravillosa frase, aunque en parte incierta. El ser humano no es el único…, al menos no para los que tenemos conocimiento del mundo real.
—Por supuesto, Pendragón-dono.
— ¿Y qué hacemos ahora?
—Estará cansada luego del viaje y no haber podido dormir como corresponde. He pensado en alquilar una habitación y así pueda descansar hasta que esos Cazadores vuelvan de su misión.
—Está bien. En verdad agradecería un buen descanso, aunque no sea precisamente para dormir.
En silencio, e ignorando las miradas de los ciudadanos, ambos llegaron hasta una casa de hospedaje, no muy lejos de la base de los Cazadores, donde se hospedarían hasta que el grupo de Cazadores volviera al pueblo. Le Fay sólo esperaba que la urgencia de la petición dicha al organizador fuera suficiente para que se lo tomase en serio. No le había dado mucha confianza, si era sincera. El dueño de la casa se sorprendió al ver a sus dos nuevos clientes: que sus ropas parecieran caras y una fuera extranjera no era algo que le pasase todos los días. En verdad incluso podría servirle para llamar a más clientes.
—Buenas tardes, me gustaría alquilar dos habitaciones —pidió el guardaespaldas con educación.
El posadero miró receloso a la extranjera, pero al desviar la mirada al guardaespaldas, no pudo sino asentir. No parecía ser alguien que aceptase un no por respuesta. Además, la katana que llevaba le asustaba. Luego de asignarles ambos cuartos, uno al lado del otro, y haber pagado por un día completo de estancia, ambos se marcharon a sus cuartos para descansar. El cansancio de Le Fay era tal que nada más acostarse sobre el futón quedó completamente dormida. Horaki se asomó al no escuchar respuesta, quedando en silencio para no despertarla. Revisó las ventanas y cualquier posible acceso para evitar que alguien ingresase en la habitación si no era por la puerta principal. Entonces, y sólo entonces, hizo guardia, al menos hasta que la mujer despertase.
El día pasó lento para el guardaespaldas, pero no por ello descuidó ni un segundo el cuarto de la inglesa. Era su deber, después de todo, y su sentido del honor era incuestionable. Si algo le pasaba estando bajo su custodia… No, no podía ni pensarlo. Entonces, cuando la tarde comenzaba a morir y el anochecer daba muestras de vida, un hombre se acercó hasta el guardaespaldas, quien llevó un mano a la katana.
— ¿Quién eres y qué quieres? —exigió saber con dureza.
Su actitud y porte acobardaron a aquel pobre hombre.
—Vengo de parte de los Cazadores. Dicen que aquellos a quienes están buscando ya han llegado. Les esperarán en la zona que ustedes han pedido.
—Bien, gracias. Ya puedes marcharte.
El mensajero asintió, saliendo casi corriendo de aquel lugar. Horaki observó a Le Fay abrir la puerta de su habitación, con determinación en los ojos, dispuesta a ir al punto de encuentro sin más demora. Sin duda acababa de despertar. No hicieron falta palabras entre ambos. El descendiente de samuráis agarró su arma, atándola a su cintura, saliendo junto a la hechicera. Atravesaron a paso rápido aquella ciudad para ir hasta el santuario sintoísta situado al norte, adentrándose hasta la misma entrada del santuario. Allí, sentados en un banco, hablando animadamente, se encontraban los dos humanos y la gata de dos colas.
Le Fay sonrió contenta por ver un rostro conocido, por lo que aumentó el ritmo de sus pasos. La nekomata fue la primera en advertir su presencia, por lo que los otros dos imitaron a su compañera de grupo, desviando su mirada hacia las dos personas que se acercaban a paso rápido hacia su dirección. No tardaron mucho en reconocer que ellos eran los que les habían pedido reunirse, pues con solo mirar a la mujer no cabía duda de que era la extranjera.
—Tiempo sin vernos, Kiyome —dijo Le Fay una vez estuvo a suficiente distancia para ser escuchada sin necesidad de gritar..
— ¿Le Fay Pendragón? —preguntó asombrada la Domadora.
Con una gran sonrisa, la japonesa caminó hasta la británica, abrazándola con alegría, gesto que fue correspondido con el mismo sentimiento.
— ¡Cómo me alegro de volver a verte! ¡Fíjate, tan hermosa como siempre! ¿Sigues rompiendo corazones?
—No tantos como tú. Te veo muy bien, mi vieja amiga.
—Por supuesto. Que esos estúpidos vejestorios me echasen de mi hogar no significa que no sepa cómo cuidarme. Ciertamente no tengo tanta bonanza como antes, pero no me quejo en absoluto.
Mientras ambas féminas intercambiaban miradas, Issei quedó completamente asombrado y embobado ante aquella belleza extranjera. Era la primera vez en su vida que veía a alguien con un cabello tan dorado y ojos tan azules como el cielo despejado. ¡Y qué demonios, estaba muy bien dotada! Nada tenía que envidiar a sus dos compañeras. Por su pervertida mente pasaron ciertas imágenes que provocaron reacciones varias en su cuerpo, reacciones que sólo una de las tres mujeres notó. Kuroka pudo sentir el cambio en el flujo de Issei, por no mencionar el aumento de la temperatura en su cuerpo.
La youkai entrecerró los ojos y no tuvo reparo en sacar a relucir sus afiladas garras y pasarlas con un rápido movimiento por la mejilla de Issei. No era un corte profundo, casi ni siquiera haría sangre, pero fue más que suficiente para que Issei saliera de su ensoñación. Kuroka bajó de su hombro al tiempo que el hombre se llevaba la mano a la mejilla, asustado por aquel acto que le había sacado de sus pensamientos nada puros.
— ¿Pero qué? —Bajó la mirada hacia la felina, quien le miraba con un rostro inexpresivo por estar en su forma gatuna, pero esos ojos si eran muy expresivos—. O-oye…, no me mires así…
Kiyome siguió la mirada de Le Fay, quien parecía haberse dado cuenta del movimiento brusco del Cazador, rodando los ojos al saber a la perfección lo que había pasado.
—Supongo que ellos son tus compañeros —dijo Le Fay.
—Así es. Ahora mismo te los presento, aunque no pasaría nada si no lo hiciese —gruñó Kiyome.
Con una mirada de molestia dirigida a sus dos compañeros desde hace dos y cuatro años, Kiyome procedió a presentarles. Mientras tanto, el guardaespaldas, el señor Horaki, observaba desde la distancia el desarrollo de la conversación. No era asunto suyo, así que no debía inmiscuirse.
—Le Fay, ellos son mis compañeros: Hyoudou Issei y Kuroka.
Issei realizó una reverencia que normalmente se hacía a las personas más importantes del país, y parecía ser que aquella mujer era sumamente importante en su país de origen. Kuroka, por su parte, no hizo ningún movimiento.
—Un placer conoceros. Mi nombre es Le Fay Pendragón —se presentó la inglesa mientras realizaba una pequeña reverencia.
— ¿Te apellidas Le Fay? Suena raro.
Kiyome se llevó una mano a la cara mientras Kuroka miraba con pena a su compañero. Le Fay se rio divertida.
—En serio… A veces olvido lo idiota que puedes ser —gruñó Kiyome, ofendiendo al hombre—. Se llama Le Fay y se apellida Pendragón. ¿Acaso ya has olvidado que no es de aquí? Por los dioses… Cuando creo que no puede sorprenderme más tu estupidez...
El varón se sonrojó por la vergüenza, pero le enojó el tono con el que la Domadora se había dirigido a él.
—Puede que tú lo sepas porque has visto mundo, pero es la primera vez que yo me encuentro con una extranjera.
—Siempre te lo he dicho. Deberíamos salir de este aburrido país.
—Sabes que no podemos así porque sí.
—Lo hicieron los holandeses en su momento y en Europa colaboran entre ellos, e incluso con los estadounidenses. Perfectamente podríamos salir del país a este mundo cada vez más globalizado. Pero estás tan aterrado que desechas la idea al instante, como la inmensa mayoría.
Le Fay alzó ambas cejas al escuchar aquella discusión. Aquel hombre, Issei Hyoudou, parecía ser alguien muy tradicional, o eso pensaba basándose sólo en su vestimenta, actitud y forma de hablar. En cambio, Kiyome era una mujer de mundo, no tenía problema en adaptarse a otras culturas.
—Llegará el momento en que me iré para seguir viajando por el planeta y tú te quedarás aquí, solo.
—No estaré solo.
— ¿En serio lo crees? Kuroka ya ha dicho que se vendría conmigo. Está aburrida de este país.
Issei desvió su mirada a su gatuna compañera, quien se la devolvió.
—Kuroka, ¿es eso cierto?
La nekomata sólo asintió.
— ¿Ves? Deberías de ir pensando en eso. El momento está más cerca de lo que crees. Además, te vendría de perlas. ¡Ah, lo siento Le Fay! —se disculpó mirando a su amiga—. Por un momento se me había olvidado que estabas aquí.
—No tienes que disculparte, Kiyome. No es la primera vez que escucho una conversación semejante, aunque admito que estoy un poco sorprendida. Debes quererles mucho como para haberles dicho eso —opinó con total sinceridad.
El rostro de Kiyome se volvió tan rojo como un tomate bien maduro. Empezó a tartamudear, intentando defenderse de aquel argumento. Las palabras de la hechicera le habían pillado con la guardia baja. Jamás admitiría que les había cogido el cariño suficiente como para extrañarles si al final acababan separándose. Por eso insistía tanto en marcharse de Japón y ser un grupo de Cazadores internacional.
—Y debo admitir que estoy sorprendida de que una no humana forme parte de un grupo de Cazadores —dijo nuevamente con total sinceridad mientras observaba a Kuroka, quien la observaba recelosa—. Oh, por favor, no me malentiendas. No tengo nada en contra de los no humanos. La cosa es que he conocido a muchos Cazadores y bueno…, ninguno era no humano. Es para sorprenderse.
—Bueno, no siempre he estado en este lado del camino —recordó la Domadora con cierto disgusto
—Pendragón-san, ¿cómo es que hablas nuestro idioma? —curioseó Issei.
Era una pregunta que llevaba tiempo haciéndose, más precisamente desde que les habló a ellos, así que tampoco era tanto tiempo.
—Es gracias a un hechizo. La mayoría de seres sobrenaturales, como demonios o vampiros, llevan escrito en su código mágico la capacidad de hablar todas las lenguas del mundo. Yo, como hechicera que soy, me auto hechicé para poder hablar vuestro idioma.
— ¿Y qué ocurre cuando algo elimina tu magia?
—Pues desgraciadamente ya no podré entenderos a menos que me habléis en mi idioma natal.
—Por suerte yo sé hablarlo —dijo Kiyome con orgullo—. Apenas necesité un mes para hablar inglés como si fuera mi lengua natal.
—Si, eso lo recuerdo. Lo aprendiste muy rápido, aunque el acento japonés nunca te abandonó.
—Sólo necesito un poco más de práctica y podría pasar por nativa. Sólo mis rasgos me delatarían. y cuéntame, Le Fay, ¿qué es lo que te ha traído a nuestro país?
El rostro de la británica abandonó todo rastro de felicidad. Por un tiempo había olvidado el verdadero motivo de su estadía en aquel país.
—Necesito vuestra ayuda porque han secuestrado a mi sobrina…, y la han traído hasta aquí. He venido para pedirte ayuda.
Kiyome se llevó una mano a la boca, impactada por aquella noticia. Había conocido a la pequeña Rose durante su estancia en Inglaterra, una pequeña que le había robado el corazón. Por eso mismo no cabía en su asombro. ¿Cómo era posible que alguien hubiera secuestrado a una de las niñas más importantes y protegidas de todo el Imperio Británico? Issei, por su parte, frunció su ceño. No esperaba que el asunto que había traído a aquella extranjera hasta la otra punta del mundo fuera para algo tan personal. Sin duda se trataba de un asunto muy gordo. En cuanto a Kuroka, ella simplemente observó desde el banco en total silencio.
