High School DxD no es de nuestra propiedad, pertenece a su respectivo autor.

Este fic contiene/contendrá violencia, palabrotas y demás cosas. Leedlo bajo vuestra responsabilidad, que yo ya lo he puesto en categoría M.

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Capítulo 8:

VUELTA A CASA


Le Fay observó a su sobrina hasta que ésta al fin cayó en los brazos de Morfeo. A pesar de estar tan agotada, el miedo aún recorría cada fibra de su ser. Solo la presencia de su amada tía lograba tranquilizarla y, debido a ello, nunca podía dejarla sola. En cuanto lo intentaba la pobre Rose se ponía a llorar, aunque solo la llamaba con susurros. Los secuestradores no habían tenido reparos en abofetearla con fuerza cada vez que alzaba la voz más de lo debido, lo cual apenas y era algo, por lo que, incluso estando lejos de ellos, a salvo, el efecto seguía presente. Ni siquiera con Le Fay alzaba la voz. Simplemente hablaba con un hilillo, susurrando o murmurando.

Debido a que no se separaba de la hechicera, Le Fay tenía que dormir con ella, o al menos esperar a que cayera profundamente dormida. Acarició su cabeza, pasando luego a su larga cabellera rubia oscura, arreglándola para que le molestase lo menos posible a la hora de dormir. Acostada de lado, apoyando la cabeza en su brazo extendido, Le Fay observó a su sobrina mientras terminaba de arreglarle el cabello, cerciorándose de que en verdad estaba dormida. Con cuidado y en silencio se puso de pie, abandonando aquel cuarto. Cerrando tras de sí con el mismo cuidado, caminó hasta la sala de estar del hogar de Yamato. El matrimonio y los Cazadores charlaban en voz baja.

—¿Ha logrado dormirse? —preguntó preocupada la señora Yamato.

—Sí, aunque le ha costado. Solo espero que no tenga pesadillas. La pobre ha sufrido mucho —dijo Le Fay mirando al pasillo con tristeza—. Cuanto antes la lleve a casa mejor. Necesita volver con sus padres.

—Por supuesto. Entiendo que se irá mañana.

—Así es. El Canciller lo tendrá todo dispuesto. Zarparemos con las primeras luces del alba.

—Me alegro por ello, aunque admito que una parte de mí se entristecerá con vuestra partida. En otras circunstancias, me habría honrado que se hubiera quedado con nosotros un tiempo.

—Lo mismo digo. Quizás en otra ocasión.

Ambas mujeres se sonrieron. Entonces el matrimonio se despidió y marchó a su cuarto para descansar, quedando solo los Cazadores y la hechicera.

—Entonces, ¿esto es un hasta luego? —preguntó Kiyome con tristeza y disgusto.

—Eso me temo. No puedo quedarme más tiempo, debo volver cuanto antes a Inglaterra. Quién sabe que haya ocurrido allá en mi ausencia, y aún tengo a Rose conmigo.

—Por supuesto, por supuesto. Como bien has dicho, Rose debe volver con sus padres. Quizás, cuando estés libre, puedas venir a visitarnos.

Le Fay asintió, pero entonces sus ojos brillaron y su sonrisa se amplió.

—¿Os gustaría viajar a Inglaterra? Puedo recibirlos en mi hogar —propuso de pronto, sorprendiendo a los japoneses.

Kiyome parpadeó, pero luego juntó sus manos, entrelazando sus dedos.

—¿A Inglaterra? —preguntó muy emocionada—. ¡Oh sí, por supuesto que sí! ¡Deseo volver a ver la belleza británica! ¡Yo voy, por supuestísimo que sí!

Desde su última visita a la capital imperial, Kiyome ardía en deseos de volver a ver aquella ciudad y su belleza. Todo en Londres le había fascinado hasta tal punto de pensar en quedarse a residir allí. Si bien era cierto que había pobreza en la ciudad, no era nada distinto a cualquier otra capital del mundo civilizado. De reojo pudo ver como sus dos compañeros parecían reacios a ir. Issei hacía una pequeña mueca y Kuroka agitaba las dos colas lentamente. Después de dos años como compañera de equipo, Kiyome sabía lo que significaban los movimientos de colas de la nekomata y, en este caso, no parecía nada ilusionada para aceptar la oferta.

—Y estos dos también vienen —sentenció sin preguntar.

—¡¿Cómo?! —exclamó Issei aterrado, recibiendo una mirada furiosa de Kiyome. Recordando que el matrimonio y la pequeña Pendragón estaban durmiendo, continuó en voz baja—. Oye, oye, no tomes decisiones por los demás.

—Oooh venga ya Ise. Tienes que salir de este país. Sí, es cierto que es nuestro hogar, donde nacimos y todo eso, pero tienes que salir y ver mundo.

—Gracias, pero yo estoy muy contento aquí. Ya salí una vez y fue más que suficiente.

Kuroka asintió mientras Issei se cruzaba de brazos. De reojo Kiyome pudo ver que Le Fay suspiraba manteniendo su sonrisa, pero la Domadora supo que le entristecía la negativa tan tajante. Volvió entonces a clavar su furiosa mirada en el único hombre de la sala. Después de tantos años, conocía a Issei como si le hubiera parido. Si entraban en una discusión y él era tozudo, entonces no habría modo de hacerle cambiar de idea. En otros tiempos habría usado su atractivo físico para manipularlo, pero luego de lo que pasó la última vez, cuando se acostaron, se dio cuenta de que aquella no era una opción demasiado viable. Issei era inmune a ella.

De pronto una idea algo retorcida atravesó su mente como un disparo. Issei frunció el ceño al ver como Kiyome sonreía de manera bastante siniestra. Un escalofrío recorrió su columna mientras la Domadora se acercaba hasta su vieja amiga, hablándole al oído. Le Fay parecía confusa al principio, pero luego se sonrojó furiosamente.

—¡Kiyome! ¡Sabes que no puedo hacer eso! —gritó escandalizada por el plan de la Domadora.

Issei frunció el ceño al ver la reacción de la inglesa y la sonrisa malévola que Kiyome portaba. Le Fay se alejó un par de pasos de la Domadora, pero ésta no se dejó amilanar: Kiyome se acercó a la maga con tal actitud agresiva que esta quedó asustada, e Issei confundido. Con un hábil uso de manos, el yukata de Le Fay fue dejado más suelto sobre su figura, y con un movimiento final que ninguno de los presentes se esperaba, el escote y piernas de Le Fay fueron revelados al hombre japonés.

Al contemplar aquel rostro sonrojado por la vergüenza y aquella generosa vista, la parte racional de su cerebro se fue de paseo.

—¿Y bien, Ise? ¿Vendrás a Inglaterra? Si aceptas, estarás cerca de esto durante varias semanas.

—Eeeh je, je, je… Por supuesto… —aceptó embobado y sonriendo como un completo idiota.

—… Me alegra escuchar eso... —indicó la hechicera, arreglando su vestimenta con el rostro apenado y totalmente rojo de la vergüenza.

Volteando a su vieja amiga, sin dirigirle palabra alguna, ambas comenzaron a caminar hacia sus respectivos cuartos para poder descansar adecuadamente y partir así rumbo a Inglaterra con las energías recargadas, y en el caso de la inglesa, reponerse emocionalmente del episodio. Issei, por su parte, salió de su ensoñación, avergonzándose por haber sido manipulado con tanta facilidad. Kuroka trepó por sus ropas hasta acomodarse en su hombro.

—Eres muy fácil de manipular-nya. Eres demasiado simple nyaja, ja, ja, ja —se carcajeó Kuroka, avergonzando aún más al hombre.

—Tú a callar —gruñó molesto con su propia debilidad.

—¿Necesitas ayuda o te bastas tú solo? —comentó ante el bulto en la entrepierna de su compañero.

—… Si evitamos hacer ruido…

—¿Y quién te ha dicho que yo me ofrezco voluntaria? —preguntó la youkai con maldad.

Issei se detuvo de pronto, entrecerrando los ojos mientras Kuroka daba un salto, perdiéndose en la oscuridad.

Antes de que las primeras luces del astro rey asomaran por el oscuro horizonte, en el hogar de los Yamato la actividad había dado comienzo para unos pocos. Dado que los Yamato ya se habían despedido la noche, solo el hombre se levantó para despedir a sus huéspedes, dándole a Le Fay algunos mensajes para su hermano. La señora de la casa, por su estado, seguía durmiendo plácidamente. Le Fay intentó cambiar con cuidado a Rose para evitar que ésta despertase, cargándola con igual cuidado en el trayecto al puerto. Issei aprovechó para disculparse con ella por su vergonzosa reacción, pues en vez de quedarse mirando embobado a la mujer, lo que tendría que haber hecho era haberse dado la vuelta. Le Fay aceptó las disculpas, aunque seguía sintiéndose incómoda por lo sucedido. De vez en cuando echaba miradas fulminantes a Kiyome, quien solo restaba importancia al evento agitando su mano.

Cuando llegaron al mismo puerto desde el cual Le Fay había pisado tierra tantos días atrás, el grupo se dio cuenta de que allí les esperaba el Canciller del Reino. Éste estaba acompañado de varios guardaespaldas, y estaban totalmente seguros de que en las cercanías debía haber más vigilando que nada le ocurriese a aquel hombre.

—Pendragón-dono —saludó el Canciller.

—Sanetomi-dono —respondió Le Fay al saludo.

Issei y Kiyome procedieron a saludar al Canciller con el máximo respeto. Para Kiyome no era la primera vez que se encontraba con el Canciller, pero sí era el caso de Issei. Le Fay pudo observar un tanto asombrada el leve temblor en la barbilla del Cazador. Incluso un hombre como él mostraba gran respeto al Canciller. Por un instante pensó que sería más campechano, pero no.

—El cónsul ya lo ha preparado todo —explicó mientras miraba los navíos—. No debería sufrir ningún altercado hasta que llegue a las costas de Londres.

—Es un gran alivio saberlo. Le doy las gracias por toda su ayuda.

—Ha sido un placer y nuevamente lamento lo ocurrido. Su Majestad está muy molesto con los que han provocado esta crisis y espera que nuestras relaciones no se hayan visto manchadas.

—Estoy segura de que no. Hablaré bien de usted y el país cuando regrese.

—Gracias. Ahora no le interrumpo más. Estará deseosa de volver a su amada patria.

—No puedo negarlo.

Con una leve inclinación por parte de ambos, el Canciller se marchó junto a sus hombres mientras Le Fay procedía a subir a la embarcación, siendo seguida por aquel que llevaba su equipaje. Al no escuchar a sus acompañantes, Le Fay volteó para ver al Canciller hablando con los Cazadores. Issei se veía muy serio, pero aún podía notar el leve temblor. Kiyome, por su parte, estaba más relajada dentro de la seriedad de aquel momento. Incluso Kuroka parecía escuchar atentamente…, parecía. Siguió caminando hasta llegar a su camarote, donde se sentó junto a Rose. Tumbó a la pequeña en la cama y procedió a salir. No tardó mucho en encontrarse con sus acompañantes.

—¿Ha pasado algo? —preguntó curiosa.

—Lo típico —restó importancia Kiyome—. Primero nos ha agradecido por ayudarte en todo lo posible, nos ha alabado por nuestro trabajo y ya de paso que dejemos bien alto el nombre del país cuando pisemos suelo extranjero, sobre todo a él —señaló a Issei con el pulgar.

El artista marcial estaba blanco, pero Le Fay no supo identificar si era por miedo o algún otro sentimiento.

—Me ha hablado… El Canciller me ha hablado… —murmuraba absorto mientras caminaba hacia su camarote con el equipaje suyo y de Kiyome aún en las manos.

—Va bastante absorto —comentó Le Fay con una leve sonrisa.

—Es normal. Es la primera vez que ha hablado con alguien tan importante. ¡Y el Canciller ni más ni menos! Creo que ha sido mucha impresión para él. Al contrario que yo, que he crecido en las altas esferas, él nunca habría imaginado así. Perteneciente a una familia normal de un pequeño pueblo y luego a formar parte de los Cazadores… Si le hubiesen dicho que un día sería alabado por el Canciller seguramente se habría meado de la risa.

—¿Tendría la misma reacción si conociera a la realeza británica?

—Seguramente. Puede que no fuera de nuestro país, pero seguiría conociendo a alguien de mayor jerarquía que nuestro Canciller, y eso no es poco. Ese hombre va de sobrado, de que le da igual quién le hable, pero es solo apariencia. La verdad es que se aterra cuando conoce a alguien de las altas esferas.

—Comprensible.

—Aun así, ha sabido mantener el tipo a pesar de temblar como una hoja en un día ventoso. Eso se lo reconozco.

Unos minutos después el barco comenzó a moverse para ir a su nuevo rumbo, Londres. A la distancia, la corbeta blindada HMS Comus vigilaba el vapor, siguiéndolo a lo lejos.

XXXXX

Casi mes y medio había pasado desde que abandonaran Tokio.

Issei y Kuroka se pasaron gran parte del tiempo, al menos durante los dos primeros días, dando vueltas por la embarcación. Aquella fue la primera vez que Kuroka montó en un barco tan grande, mientras que para Issei era la tercera (y su segundo viaje fuera del país), aunque desde luego que no fue en una embarcación tan lujosa como aquella. Como Cazadores del país, su misión implicaba viajar por todas las islas que componían su hogar, pero siempre se habían desplazado en botes o barcos del tamaño de un pesquero. Kiyome, por su parte, estaba más que acostumbrada a los viajes en barco, ya fueran estos cortos o largos. Sin lugar a dudas el viaje le habría resultado extremadamente aburrido de no ser por la presencia de Le Fay. Tener con ella, en aquel largo viaje la otra punta del mundo, a su vieja amiga europea supuso un alivio para la Domadora de Bestias.

Pero sin duda alguna, a quien mejor le vino aquel viaje fue a la pequeña Rose Pendragón. Debido a su horrible experiencia con los secuestradores, temblaba de miedo y lloraba en silencio cuando alguno de los tres miembros orientales del grupo se acercaba a ella. Incluso verlos a ellos o a los otros pasajeros orientales del barco le aterraba. Cuando esos episodios ocurrían, Le Fay solía llevarla entre sus brazos al puente de mando, donde, rodeada de ingleses y con la vista del blindado británico Comus a la distancia solían calmarla. Tuvieron que pasar muchos días para que la pequeña comprendiese que aquellos extraños que hablaban con su tía estaban allí para ayudarla y protegerla, no para hacerle ningún mal.

Durante el resto del tiempo, luego de la aceptación de la pequeña Rose, Le Fay y Kiyome instruyeron a Issei para que adquiriera unos modales mínimos para no «avergonzarlas», según palabras de Kiyome, cuando estuviera en el país europeo. La Domadora intentó por activa y por pasiva unir a Kuroka a dichas reuniones ya que la youkai era todo lo contrario a lo que debía ser una dama inglesa, pero al final desistió. La nekomata siempre encontraba la forma de evadirla. Su capacidad para volverse una felina con una cola era asombrosa y hacía imposible encontrarla en la inmensidad del navío, y cuando lograba hallarla en su forma gatuna, los marineros la defendían alegando su utilidad en mantener las pestes de a bordo controladas. Si Kuroka de verdad se hubiera rebajado a cazar ratones durante el viaje para evitar sus sesiones de modales en el mundo civilizado, Kiyome no lo sabría jamás.

Issei, por su parte, suplicó varias veces a Kuroka que usara su poder para evitar que Kiyome le arrastrase a esas «malditas clases infernales», pero ésta únicamente le miraba divertida para desaparecer justo después. Pero claro, Issei no accedió así por las buenas. Fue muy reacio al principio y aquello conllevó fuertes discusiones con Kiyome, pero al final la japonesa y la británica lograron convencerle a regañadientes…, o bueno, jugaron sucio para lograrlo.

Las clases en verdad eran insufribles para Issei. Él no era un hombre con modales, o al menos no muchos. Sabía cómo dirigirse a una autoridad según la costumbre japonesa, pero fuera de ello, nada. Su actitud, su educación, sus modales…, todo era lo que Kiyome llamaba «vulgar». Tenía los modales de una persona de clase baja con respecto a la sociedad inglesa, pero tampoco podía pedir mucho ya que se había pasado años y años como Cazador, y eso había influenciado.

Pero claro, a Kiyome no le bastaba con que Issei tuviera unos modales medio decentes, sino que también le obligó a vestirse como si fuera un inglés, y aquello le pareció un nuevo nivel en aquel infierno. A comparación de sus cómodas ropas japonesas, las ropas inglesas eran sumamente incómodas para él. Con ellas no podía luchar con comodidad y le resultaba incómodo moverse o realizar cualquier movimiento natural que pudiera realizar con sus otras ropas.

—Obviamente te cuesta luchar con ellas. Son ropas para vestir en la ciudad. La gente en el mundo civilizado no piensa en luchar contra monstruos todo el día apenas se levanta en su vida normal —fue la respuesta de Kiyome cuando sacó el tema. Rojo de la vergüenza, no volvió a mencionarlo.

Si no hubiera sido por la presencia de Le Fay, quien era todo lo contrario a Kiyome en cuanto a enseñar se refería, el artista marcial no habría tardado ni medio día en mandar a su compañera a lugares nada agradables, por no decir otra cosa. La hechicera, por su parte, se dedicó aquellas semanas a enseñar inglés a Issei y Kuroka ya que Kiyome lo dominaba, salvo por su ligero acento japonés. Si iban a ir a Inglaterra, lo mejor sería hablar el idioma nativo, aunque fuera a nivel básico. Y en caso de no lograrlo a tiempo, pues simplemente les hechizaría. Mientras tanto, ella aprendía más sobre la cultura japonesa y los Cazadores japoneses, en comparación a los del resto del mundo. También conoció en mayor profundidad a sus compañeros de viaje y misión. Le Fay era la única, fuera de dicho grupo, que conocía sus historias por completo.

Le sorprendía que Kuroka tuviera una hermana y que ella fuera una criminal buscada por los demonios de las religiones abrahámicas. Parecía ser que la versión de los demonios no era acertada con respecto a los eventos que la calificaron como una criminal peligrosa, pero aquello no parecía importarle a la youkai. Por Issei sintió profunda lástima por los eventos que le llevaron a convertirse en Cazador. Pero logró superarlo y convertirse en un hombre de buen corazón, a pesar de su lado pervertido. En cuanto a Kiyome, la verdad es que no le sorprendió demasiado saber el motivo de su expulsión y se alegraba de que fuera feliz con su vida a pesar de las nuevas circunstancias.

Al final, después de unos cuarenta días navegando en aquel barco, atravesaron el Canal de la Mancha, acercándose a las costas británicas hasta llegar al fin al tan esperado destino: Londres. Debido a que no tuvieron tiempo suficiente por todas las clases de etiqueta, Le Fay usó el mismo hechizo que aplicó sobre sí misma cuando llegó a Japón para que ahora fueran los orientales los que comprendieran y hablaran en inglés.

El amanecer aún estaba lejos cuando bajaron del barco en el Real Muelle Alberto, inaugurado apenas dos años atrás, despidiéndose tanto del vapor que les había llevado hasta allí como de la corbeta que los había escoltado a lo lejos. Ni siquiera los primeros rayos de luz asomaban por el lejano horizonte del este. Si bien los cuatro adultos estaban adormilados, pues la pequeña Rose dormía como un tronco, aún eran plenamente conscientes de lo que hacían y su entorno. Los cuatro humanos vestían lo que parecía ser finas ropas de acuerdo a la moda inglesas. Incluso el propio Issei había acabado cediendo pues aquel mismo día conocería a la segunda familia más importante del mayor imperio del mundo, por mucho que odiara dichas ropas. Era lo suficientemente inteligente como para al menos darse cuenta de la magnitud de aquel evento. Kuroka era la única que había logrado librarse, aunque Kiyome le había pedido que no se transformara o hablase demasiado para no causar una mala impresión.

En tierra les esperaba un carro de la familia, uno más grande que aquel en el cual fue Le Fay hacía semanas. Después de todo, ahora eran varios los que irían a la mansión. El fiel mayordomo de los Pendragón miraba con inmensa alegría a Le Fay y la pequeña Rose. Dado que aún no era de día, el muelle no estaba muy ajetreado, por lo que Rose no se inmutó.

—Miss Pendragón… Me alegro de volver a verla —dijo el mayordomo Dornez en un tono bajo para no despertar a la pequeña Rose, reprimiendo las ganas de abrazar a aquella niña que había visto crecer—. ¿Cómo está?

—Cansada, pero sana y salva, con muchas ganas de ver a sus padres y hermano, igual que yo.

—Por supuesto. Todos lo deseamos. Ellos son sus amigos, entiendo —dijo el mayordomo mirando a los dos humanos y la nekomata, aunque esta última se mantenía en su forma felina.

—Así es —asintió Le Fay mientras miraba el coche—. Si no te importa, entraré en el carro con Rose.

—Por supuesto Miss Pendragón. Yo me ocuparé de sus equipajes.

Le Fay asintió, procediendo a subir en el amplio carro, lo suficientemente grande como para que cupieran cuatro personas. Mientras tanto, el señor Dornez se presentó a los tres japoneses.

—Buenas noches. Me presento: soy el mayordomo del Duque de Camelot, Henry Dornez —se presentó el mayordomo—. Estoy a su completa disposición.

—Yo soy Kiyome Abe. Creo que no coincidimos la última vez que estuve aquí.

—Me temo que no tuve el placer. Yo estaba muy lejos por aquel entonces. Es un honor conocer a una amiga de Miss Pendragón.

—El placer es mío. Le Fay le tiene un gran aprecio.

—Me congratula saberlo.

Con una sonrisa y un leve gesto de cabeza, Kiyome se dirigió al carro, sentándose junto a Le Fay.

—Un placer. Soy Hyoudou…, perdón, soy Issei Hyoudou. Un placer conocerle, señor Dornez

—El placer es mío, señor Hyoudou. ¿Lo he dicho bien? Debo suponer que la youkai, si no he errado en el término, que se encuentra en su hombro es la señorita Kuroka.

La nekomata no había abierto la boca desde que bajaran del barco. Ella estaba demasiado atenta a todo lo que la rodeaba. Si ya de por si era desconfiada en su país natal, el estar en uno extranjero solo la tenía más en guardia.

—Así es. No piense mal si no le habla. Es desconfiada con los extraños.

—Lo entiendo. Aun así, un placer conocerla, señorita Kuroka.

La gata bajó del hombro del japonés, caminando lentamente hasta llegar al carro, subiendo de un salto, colocándose en el asiento vacío frente a las otras dos mujeres. Issei negó con la cabeza, centrándose nuevamente en aquel hombre, quien se disponía a cargar las maletas.

—Déjeme ayudarle —se ofreció Issei cargando su propia maleta y la de Kiyome.

—No es necesario, señor Hyoudou —rechazó amablemente Dornez mientras cargaba el equipaje de Le Fay.

—Insisto.

—En ese caso, no rechazaré su ayuda.

Entre ambos cargaron todo el equipaje en el carro, yendo justo después a sus respectivos asientos. Issei se sentó dentro, en el espacio libre que no ocupaba Kuroka. El mayordomo Dornez se sentó junto al cochero. Éste arreó a los caballos, los cuales comenzaron a moverse, poniendo así el carro en marcha. Durante el tramo en la ciudad, Issei y Kuroka observaban todo con asombro. La capital británica era muy distinta a la capital japonesa. Partieron en la parte este de la ciudad, donde vieron algunos barrios precarios y una pobreza notoria, avanzaron hasta la zona central de la capital. Fue entonces que se dieron cuenta de verdad, pese a lo temprano de la hora, por qué Londres era la capital de un imperio global.

Avanzando principalmente por Northumberland Avenue, una avenida propiedad de la casa del mismo nombre que recorría la ciudad de este a oeste, notaron el esplendor de la infraestructura y riqueza del Reino Unido: a medida que avanzaban se encontraban con hoteles de alto nivel, además de otros varios en construcción como el Grand Hotel,el Hotel Victoria, y el Hotel Metropole. Pasaron también por el Playhouse Theatre, inaugurado ese mismo año. Gracias a los desvíos hechos por el cochero, dirigido por el mayordomo Dornez, lograron ver más de la ciudad: observaron la entrada del túnel ferroviario que cruzaba el Támesis por debajo, el moderno sistema de iluminación eléctrica en el centro urbano, los múltiples puentes construidos durante el siglo y también los resultados de las obras de ingeniería a lo largo del banco del Támesis que convirtieron la zona en un área construible, con drenajes, iluminación y ferrocarriles subterráneos. Vieron la fachada de varios museos de la ciudad, destacando el Museo Británico, la Galería Nacional y la Galería Nacional de Retratos, así como algunos de los cerca de cincuenta teatros abiertos en la ciudad. La Policía Metropolitana, los característicos bobbies, fueron otra imagen de Londres que recordaron. Finalmente conocieron la Plaza de Trafalgar y, tras esta, los imponentes Palacios de Buckingham y Westminster, los centros del poder imperial que gobernaba casi todo el mundo.

Fue en estas últimas dos localidades que observaron a los militares británicos patrullando, con la seguridad discretamente alzada dado el secuestro de Rose unos meses atrás. Issei y Kiyome habían observado a los guardias japoneses en los lugares importantes de su país natal, pero eso no los preparó para la impresión que se llevaron: los soldados del Regimiento de Granaderos Guardias, veteranos de la guerra moderna que se alzaban al menos una cabeza por sobre ambos japoneses sin contar con el alto uniforme que portaban, patrullando con movimientos precisos cual relojes y con fusiles Martini-Henry de último modelo, guardando ambos palacios. Para Le Fay, en cambio, los soldados fueron un recordatorio de la guerra que vio en Egipto, y no pudo sino imaginar cómo hubiera sido si aquellas bayonetas fueran apuntadas hacia el país del Sol Naciente a raíz del secuestro de su sobrina.

Una vez que dejaron atrás la ciudad corrieron las cortinas, pues las luces del alba comenzaban a iluminar la ciudad inglesa y aquellos que iban dentro del carro estaban aún cansados, por lo que decidieron cerrar los ojos y descansar al saber que aún les quedaba un buen trayecto hasta la mansión de la familia Pendragón.

De un momento a otro, Le Fay se despertó con pereza al escuchar, o creer escuchar, una voz que la llamaba. Tallándose los ojos observó al resto: todos dormía plácidamente ya que el traqueteo era lo suficientemente suave, evitando así movimientos bruscos por culpa de baches o desniveles pronunciados. Rose dormía abrazada a Kiyome, quien no parecía notar nada. Con cuidado sacó la cabeza, cerrando los ojos por la brillante luz del día.

—Señor Dornez, ¿me ha estado usted llamando? —preguntó en voz alta para hacerse oír por encima del sonido de los cascos de los caballos.

—Así es. Espero no haberla despertado.

—Tranquilo. ¿Qué ocurre?

—Estamos llegando a la mansión —informó el mayordomo con tono alegre.

Con cierto esfuerzo, Le Fay abrió un poco los ojos, logrando distinguir entre el verde paisaje la imponente y antigua mansión de los Pendragón, la que hacía tantísimo tiempo había sustituido al antiguo castillo de los Pendragón en los tiempos del Rey Arturo y posteriores. Una inmensa alegría recorrió cada fibra de la hechicera. Había pasado tanto tiempo fuera de su hogar que el volver a verlo, con su sobrina a su lado, era un gozo. La dicha era más que visible.

Poco a poco corrió las cortinas del carro, provocando que aquellos que dormitaban en el interior se molestasen por la nueva luz que entraba sin filtro. Issei gruñó molesto mientras giraba su cuerpo solo para caer al suelo, llevándose Kuroka de por medio. Su cuerpo había olvidado que iba en un carro. Le Fay sonrió avergonzada por ser la causante de esa caída, así que optó por ayudarle a sentarse nuevamente. Mientras tanto, Kiyome parpadeaba muy seguido para que sus ojos se adaptaran a la luz del día, así como lo hacía Rose, quien se restregaba los ojos.

—Eh, Rose, abre los ojos y mira —susurró Le Fay a su adormilada sobrina mientras la sentaba en su regazo para que pudiera ver mejor.

La niña abrió los ojos, mirando a su tía con sueño. Tardó casi un minuto en espabilar lo suficiente como para reconocer el lugar donde estaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas que no tardaron nada en correr por sus mejillas. Allí, a unos doscientos metros y acercándose, se encontraba su hogar.

Kiyome, Kuroka e Issei también se asomaron para observar la mansión, la cual estaba separada del resto por una alta reja. No había muros que ocultasen el interior, solo aquella verja, pero una verja que hacía imposible que alguien pudiera atravesarla, a menos que separara todos sus huesos y los fuera metiendo uno por uno. Y claro, no había que olvidar la magia que envolvía aquella finca familiar. Kiyome sonrió contenta por volver a ver aquel lugar mientras que Issei observaba con asombro y maravillado los terrenos de la familia Pendragón. Ciertamente había visto algunas grandes propiedades en Japón, pero la belleza inglesa era algo que superaba cualquier cosa que imaginase. Quizás fuera porque todo lo extranjero le dejaba boquiabierto.

Cuando el carro se acercó lo suficiente y el mayordomo Dornez hizo un gesto, todo el interior se volvió muy agitado, como un avispero golpeado. Los trabajadores iban discretamente de aquí para allá, disponiéndolo todo para recibir a Le Fay, Rose y aquellos que habían ayudado en el rescate, los invitados de Miss Pendragón. El carro se detuvo frente a las enormes y pesadas puertas, las cuales estaban abiertas de par en par. Tan grandes eran que podrían haber entrado tres carros perfectamente.

Dornez bajó del carro, abriendo la puerta que miraba a la mansión, tendiendo la mano para que Le Fay bajara del vehículo, con Rose agarrada a su otra mano. Después bajaron Kiyome, que también aceptó la mano del mayordomo, e Issei, con Kuroka en su hombro.

—Kiyome, Issei, Kuroka, bienvenidos a mi hogar, la mansión Pendragón —anunció Le Fay a sus tres amigos, con la mansión a su espalda.

Esta vez Dornez no dejó que Issei ayudara a llevar el equipaje. Los empleados de la familia presentes pasaron rápidamente a su lado, previamente habiendo hecho una corta reverencia al grupo, para luego coger las maletas de viaje y llevarlas al interior de la mansión. Otro par de sirvientes condujeron el carro hasta la cochera, para luego hacer descansar a los caballos. El resto de empleados visibles, principalmente jardineros, siguieron en lo suyo, aunque cada uno a su manera manifestó su alegría por la vuelta de la pequeña Pendragón a su manera, usualmente con una sonrisa o un pequeño gesto emocionado. Rose, que lloraba incansablemente, fue cargada por Le Fay, que sonreía ampliamente a pesar de que sus ropas se mojaban por las lágrimas de su sobrina, que había ocultado su rostro en el cuello de la hechicera. Detrás suyo iban Issei y Kiyome. La Domadora parecía contenta con el recibimiento aún a sabiendas de que toda aquella alegría iba dirigida a las Pendragón. Issei, por su parte, se encontraba muy cohibido, pues, pese a que los sirvientes habían llegado e ido en cuestión de segundos, nunca había sido tratado como alguien de alta clase en su vida, y esa actitud hacia él le avergonzaba en demasía, provocando una sonrisa burlona en Kiyome.

Cuando estuvieron cerca de la entrada principal, esta se abrió de par en par. Le Fay sintió un vuelco en el pecho al ver a su amada cuñada en silla de ruedas, pero se alivió al ver su vientre aún más abultado que la última vez. Si sus cálculos eran correctos, debía estar cerca de dar a luz. Tenía casi cinco meses de gestación cuando marchó en busca de su sobrina y más de cuatro meses habían pasado desde entonces. Su hermano Arthur estaba a su lado, de pie, mostrando su gran porte, aunque pudo ver cómo su labio y brazos temblaban por la emoción. William parecía querer correr hacia ella, pero mostró sus modales como heredero del duque al aguantar dichas ganas.

—Eh, Rose, mira quienes te están esperando.

La niña sacó su rostro del cuello de Le Fay, mirando directamente a sus padres y hermano. Esta vez sus gimoteos fueron a más y lloró, extendiendo sus brazos hacia ellos mientras gritaba «mamá».

—¡Rose! ¡Rose! —exclamaba Elaine mientras se levantaba con ayuda de su marido, poniéndose de rodillas con igual cuidado.

Le Fay dejó a su sobrina en el suelo. La pequeña Pendragón salió corriendo como loca hacia su madre, llorando a lágrima viva. Las dos se quedaron en el suelo, abrazadas, para luego ser rodeadas por los brazos de Arthur y William. Le Fay se acercó, uniéndose al abrazo. Su hermano la miró y la recibió con el mismo amor y cariño que había mostrado a su hija. Todos observaron cómo las lágrimas corrían por los ojos de los cuatro miembros, lágrimas de felicidad y dicha. No solo Kiyome observaba la escena con lágrimas en los ojos, sino que la mayoría de los empleados alrededor estaban igual, aunque mucho más disimuladamente. Varios optaron por retirarse. Issei cruzó las manos tras su espalda con una tierna sonrisa en los labios. Kuroka miraba la escena impasiva, o eso parecía, pero solo porque los animales no pueden mostrar sus sentimientos en sus rostros. Ellos lo hacen de otra manera, y Kuroka no era la excepción. Ver a los Pendragón así le hacía pensar que algún día podría hacer lo mismo con su hermana, por muy imposible que pareciera la idea.

Después de un tiempo indeterminado, la familia se separó, siendo Rose cargada por Arthur ya que Elaine debía sentarse en la silla, no pudiendo cargar a su hija por su delicado estado de salud fruto del embarazo.

—Gracias, Fay, gracias —agradeció Elaine mientras se limpiaba las lágrimas.

—No tienes nada que agradecer. Es mi sobrina, después de todo.

—Aun así…

—Supongo que ellos son los que te ayudaron —dijo Arthur clavando sus claros ojos en los orientales.

—Así es. Permitirme presentarlos: Kiyome Abe, Issei Hyoudou y Kuroka.

Al tiempo que los presentaba, Le Fay les hizo un gesto para que se acercasen a donde estaba el resto de su familia. Ambos humanos realizaron una reverencia tal y como les habían enseñado.

—En nombre de mi familia y el mío, os doy las gracias por haber salvado a mi hija. Por favor, pasad y quedaros todo el tiempo que queráis. Sois mis invitados y contaréis con la protección de mi casa. Entremos ahora y cubrámonos de este sol abrasador —invitó Arthur señalando el interior con una mano—. Señor Dornez, informe a todos los empleados que hoy podrán retirarse a sus habitaciones tres horas antes, pero se les pagará como si hubieran trabajado toda la jornada. Dígale a los cocineros, eso sí, que dejen la cena preparada antes de marcharse.

—Como ordene —dijo el mayordomo mientras realizaba una reverencia, para después desaparecer por los pasillos.

Le Fay sustituyó a la empleada de Elaine para llevar la silla de ruedas. William, que iba a su lado, observaba a los extranjeros con fascinación, quienes, al darse cuenta de su mirada, le devolvieron una sonrisa. Las puertas se cerraron tras de sí una vez que todos ingresaron en la mansión.

Mientras la familia Pendragón iba delante, hablando de sus cosas, Issei observaba pasmado la belleza y riqueza del interior de la mansión. Todas aquellas obras de artes y objetos de hermosa apariencia y gran valor serían suficientes para vivir una buena vida en su país de origen. Kiyome se sentía embelesada por toda aquella muestra de poder y riqueza. En su antiguo hogar, y más precisamente en la residencia principal de su antiguo clan, también había muestras de riqueza y poder, pero nada comparado con la demostración británica. En su opinión, la demostración occidental era más potente que la oriental.

—¿Tenéis hambre? —preguntó Le Fay mirando sobre su hombro.

—Mentiría si dijera que no —contestó Kiyome con educación.

—En ese caso vamos al comedor. La hora de la comida está cerca. Para Kuroka que preparen los mismos alimentos que nosotros. A pesar de su apariencia, come nuestra misma comida.

Arthur asintió mientras daba instrucciones a sus empleados para que prepararan todo.

Se sentaron en la mesa, con Arthur presidiéndola. Issei observaba a su amiga con nerviosismo, pues a pesar de haberle enseñado modales y etiqueta para un momento como ese, hacerlo delante la segunda familia más importante del Imperio Británico era algo que sinceramente le aterrorizaba más que enfrentarse a cualquier monstruo o ser sobrenatural. Más que avergonzar a Kiyome, Issei deseaba no defraudar a Le Fay. La hechicera se había esforzado mucho durante aquellas semanas en el mar para que el japonés pudiera defenderse una vez llegara a Inglaterra. Porto su mente a recordar todo lo aprendido: desde cómo sentarse a la mesa hasta cómo usar adecuadamente los cubiertos. Sinceramente no entendía tanto protocolo para simplemente comer, pero tampoco es que lo hubiera hecho con alguien que no fuera de su misma condición, o con su familia, pero de eso hacía ya mucho tiempo.

Para su alivio la comida se desarrolló sin ningún problema. Kiyome le observaba de reojo, cerciorándose de que no hacía o decía nada inapropiado. Kuroka, por su parte coma no prestaba atención a nada que no fuera su plato.

—Debo decir que me asombra que habléis tan bien mi idioma —comentó Arthur.

—Gracias por sus palabras —dijo Kiyome con un gesto de cabeza—. Hace tiempo que aprendí a hablar y escribir en vuestro idioma, aunque mi acento sigue siendo demasiado notable para mi gusto. En cuanto a mis dos compañeros, ellos no lo hablan. Le Fay usó su magia para lanzarles un hechizo.

—Es el mismo que uso cuando voy al extranjero —explicó la susodicha—. Intentamos enseñarles, pero contábamos con muy poco tiempo. No estuvimos precisamente quietos durante el viaje.

—Entiendo. Es en verdad muy útil cuando no conoces la lengua nativa y no tienes un intérprete.

Elaine observó a su hija, quién, a pesar de situarse entre su madre y su hermano, parecía estar únicamente pendiente de lo que hacía la youkai. Su mirada viajó de su hija a Kuroka. En el poco tiempo que llevaban la mansión no la había visto en su otra forma, y según había leído luego de saber que iba a ir a su hogar, podía transformarse a una forma híbrida, humana.

—¿Puedo preguntar el motivo de que estés en tu forma felina? —curioseó Elaine dirigiéndose a Kuroka, quien alzó la mirada—. No estoy muy al tanto de las criaturas de Japón. ¿Youkais era? —consultó a los dos orientales, quienes asintieron.

—Digamos que su forma híbrida es un tanto especial —explicó Kiyome con tono educado—. Si queréis una demostración, y la señorita Kuroka acepta, será mejor en otro momento, cuando estemos solos.

Kuroka observó fijamente a Kiyome. A pesar de que su rostro no mostrara sus emociones, le impactaba escuchar hablar con tanta educación a la hora de referirse a ella. Incluso Issei y Le Fay parecían sorprendidos por el tono amistoso y educado con el que la Domadora se había referido a la nekomata. Le Fay observó a Issei, quien se encogió ligeramente de hombros.

El resto de la comida pasó con la misma tranquilidad que con la que se había desarrollado. Incluso una vez se hubieron llevado los platos vacíos, llevaron vino para terminar el evento.

Después de la comida William se llevó a Rose a jugar por la mansión. Luego de tantos meses sin ver a su hermana pequeña, el heredero de la familia sólo deseaba estar con ella todo el tiempo posible. Su deseo llegó como agua de primavera al matrimonio, pues querían hablar con Le Fay y sus invitados sobre la misión. Los empleados prepararon una sala que daba hacia el oeste, colocando los sillones y el sofá de modo que pudieran hablar cara a cara. Todo debía estar dispuesto para cuando fuera ocupada. Cerca de las cinco de la tarde, los adultos ingresaron en ella mientras el mayordomo Dornez informaba sobre la próxima preparación del té.

El matrimonio Pendragón se sentó en sus dos sillones y los orientales, junto a Le Fay, en el sofá de enfrente. Kuroka se mantuvo tumbada encima de la alfombra, disfrutando del calor del sol que se filtraba en forma de luz por las ventanas y delgadas cortinas. El tiempo pasó rápido y sin que se percataran de ello. Al final no quedaba mucho para que el astro rey se ocultara en el horizonte, así que su luz y calor era agradable.

De pronto Elaine se fijó en la youkai cuando observó las últimas luces que entraban por la ventana. Debido a la animada charla no se había acordado de hablar sobre el motivo por el cual Kuroka se había mantenido todo el tiempo en su forma felina.

—Señorita Kuroka —llamó la mujer—. ¿Podría explicarnos a qué se refería la señorita Abe durante la comida? Me refiero a su condición a la hora de mostrarse su forma híbrida.

—No sé si sea buena idea-nya. Aquí parecen ser todos unos pudorosos-nya —respondió con guasa.

Kiyome se sobresaltó por su tono y palabras. Por eso mismo no quería que abriera la boca. Issei se tapó la boca para evitar reírse. El matrimonio se miró de reojo.

—Además, puede que cause problemas y vayan tras de mí-nya. No sería la primera vez que ocurre-nya.

—Señorita Kuroka, puede estar tranquila. Mientras estés bajo nuestra protección, nadie te hará daño ni te tocará un pelo, así que puedes estar en tu forma híbrida sin miedo —aseguró Arthur hinchando el pecho con orgullo, y no era para menos.

Como cabeza de la familia Pendragón y mano derecha de la Reina Victoria, Arthur Pendragón era el segundo hombre más poderoso del Imperio Británico. Luego de hallar al topo, la seguridad se había reforzado de tal manera que pondría la mano en el fuego a que no volvería a ocurrir ningún incidente semejante dentro de su propia casa. En cuanto a aquel topo… bueno, era mejor no pensar en aquello.

Le Fay estuvo a punto de decir algo, pero Kiyome le puso un dedo en los labios para evitar que hablase. Sabía que advertiría a su hermano sobre la nekomata, pero la Domadora deseaba observar la reacción del matrimonio. Quizás incluso eso ayudaría a que Kuroka se comportase apropiadamente.

Ambos, Arthur y Elaine, sonreían con amabilidad a la youkai sin saber que no tardarían en arrepentirse, internamente, de dicha decisión. Kuroka observó al matrimonio y luego a sus compañeros. Los tres pudieron jurar que la habían visto sonreír. Entonces se transformó, provocando el arrepentimiento en el matrimonio. ¿El motivo? Kuroka dejó atrás su forma felina, adoptando su forma humana. La youkai nunca había mostrado vergüenza, y menos a la hora de su forma de vestir, por lo que en cuanto el matrimonio Pendragón vio el kimono de la nekomata colocado de aquella manera, mostrando tanta piel, quedaron pasmados, impactados, asombrados, pues había que tener muy en cuenta cómo era su sociedad respecto a vosotras la piel.

Arthur se sonrojó furiosamente al ver a la youkai vestida de aquella manera. Nunca, jamás, había visto a una mujer exhibir su cuerpo de aquella manera, mostrando tanta piel. Bueno, estaba su esposa, pero era otro cantar. Dio gracias de que su hijo no estuviera presente. Y, además, tuvo que reconocer que aquella youkai era increíblemente hermosa y vistiendo aquí ya ropa oriental de aquella manera era simplemente demasiado erótico, pero no lo dijo, sino que lo pensó. Elaine miró a su esposo, provocando que Arthur desviara la mirada de la nekomata mientras cerraba los ojos, intentando recobrar la compostura.

—Oh, eeeh… Un poco… ¿Cómo decirlo…? —Elaine intentó encontrar las palabras adecuadas para no insultar a una de las salvadoras de su hija.

—Vulgar, Duquesa. la palabra es vulgar —dijo Kiyome sin pelos en la lengua, sorprendiendo a Elaine—. Es una gata a la cual le gusta exhibirse y no tiene modales ni decoro.

Kiyome miró a Kuroka de manera burlona, pero la nekomata no pareció ofenderse por la burla de su compañera y amiga, por lo que la Domadora chasqueó la lengua, molesta por su nula respuesta.

—B-bueno…, creo que… —Elaine intentó encontrar las palabras adecuadas, pero nuevamente Kiyome se adelantó.

—Kuroka, haz el favor de vestirte apropiadamente o ya puedes volver a tu forma gatuna —dijo la Domadora, clavando sus ojos en los felinos.

La nekomata encogió sus hombros, volviendo a transformarse en aquella gata negra con dos colas. Arthur tosió, recobrando su compostura. Entonces la Domadora volteó en un rápido movimiento hacia Issei, quien se sonrojó al ver aquella afilada mirada sobre él. Al igual que Arthur, no había desaprovechado aquel momento para mirar, solo que no desvió la mirada hasta que Kiyome se lo ordenó sin palabras. Lo único que le faltaba era revelar su alto lívido ante los duques.

—Bueno, podemos continuar —dijo Arthur luego de recobrar el buen ambiente—. Por favor, cuéntame sobre tu viaje, Fay. Me mantuviste informado, pero mejor saber de tu propia boca.

Le Fay asintió luego de echar una rápida mirada a Kiyome, frunciendo el ceño por un acto que pensaba había sido innecesario, pero la Cazadora sonreía de manera inocente. Durante largo tiempo, tanto que la hora del té llegó y pasó, Le Fay relató con todo lujo de detalles su viaje de ida y vuelta a Japón, haciendo especial hincapié en su estancia en Egipto. Sabía que su hermano apoyaba las decisiones del gobierno y la realeza, pero deseaba que conociera la verdadera situación. No omitió casi ningún detalle sobre su estancia en el país del Sol Naciente. Relató incluso su reunión con el cónsul general británico y el Canciller. Solo unos pocos datos, como la manera en la que Kiyome logró convencer a Issei de ir a Inglaterra, fueron omitidos.

Los duques quedaron satisfechos y Arthur no tardó en decir que las autoridades japonesas habían quedado en muy buena estima para él, opinión que expresaría a la realeza cuando se volviera a reunir con ella.

Después de tan largo relato, Arthur pidió a los japoneses que les contase sobre ellos su gustaban. Kiyome no tuvo problema en contar su historia, maquillándola para que su imagen fuera aún más favorable. Al igual que Dornez, Arthur y Elaine no estuvieron presentes cuando la japonesa estuvo en el país, por lo que sólo conocían de ella lo poco que Le Fay les contó en aquel entonces. Elaine parecía encantada con la historia de la Domadora, aunque la misma chocara con cómo debía comportarse una dama inglesa. Arthur la alabó por su valentía y coraje.

Después fue el turno de Issei, el cual, al contrario que su compañera, no maquilló nada, sino que fue directo. Su vida no tenía mucho de interesante, pero aun así el matrimonio también le alabó: «si yo perdiera a mi esposa, no sé qué sería de mí», le dijo Arthur como muestra de respeto. Cuando llegó el turno de Kuroka, esta no abrió la boca y sus dos compañeros sólo contaron cómo la conocieron y cómo se unió al equipo.

Aparte de eso, también hablaron sobre cómo era la sociedad de Cazadores de aquel lejano país, comparándolo con la organización en el Viejo Mundo.

XXXXX

Durante las siguientes semanas que pasaron en el país europeo, los dos japoneses y la youkai tuvieron el lujo de poder visitar otras localidades del «Mundo Civilizado», cortesía de la riqueza y medios de la casa de Camelot. Tras recorrer nuevamente Londres, esta vez de día, visitaron ciudades como Manchester, Oxford, Cambridge, Edimburgo y Dublín en el Reino Unido, además de otras metrópolis de gran importancia en el continente como lo fueron París, Ámsterdam, Berlín y Roma. También tuvieron el (grandísimo, según Kiyome) honor de conocer en persona al príncipe Eduardo, pese a que dicho encuentro ocurrió en la mansión de los Pendragón y no en el palacio de Buckingham.

También ocurrió un evento sumamente importante dentro de la familia: el nacimiento de la segunda hija del matrimonio Pendragón, Aurore Pendragón, nombre que le pusieron dado que, tras una noche entera de esfuerzo por parte de su madre, finalmente nació junto con el amanecer del siguiente día.

Al final acabó llegando el día de la vuelta a casa. Septiembre estaba por finalizar y los japoneses no querían aprovecharse de la hospitalidad del Duque. Le Fay y Rose se entristecieron cuando la fecha estaba por llegar. La niña había cogido mucho cariño a aquellos que habían ayudado en su rescate y con los que había viajado en barco durante unos cuarenta días. Además, le había cogido mucho cariño a Kuroka, o más bien a su forma felina. Sus dos colas siempre le sacaban exclamaciones de asombro.

Dos días antes del día de la partida, Kiyome se reunión con Le Fay en el patio trasero de la mansión, cerca de un pequeño estante. A lo lejos Rose jugaba con Kuroka mientras William hablaba con su padre e Issei. Elaine, por su delicado estado, solía quedarse en el interior con su nueva hija.

—Dos días… El tiempo ha pasado volando —comentó Kiyome observando el estanque iluminado por la luz del atardecer.

—Sí que ha pasado rápido. Me da pena que os vayáis —dijo Le Fay luego de dar un sorbo a su taza de té.

—Y a mí. Hacemos muy buen equipo los cuatro, ¿no te parece?

—Sin duda. Un equipo perfectamente equilibrado.

—Sí, y es por eso que he estado pensando en algo últimamente —Kiyome dejó su taza en la mesa, mirando a la hechicera con determinación y seriedad, una que no le había visto antes, por lo que se sorprendió—. Si te digo de unirte a nuestro equipo y volvernos internacionales, ¿qué me dirías?

La pregunta tomó por sorpresa a la Pendragón. Jamás habría imaginado algo así. Nunca se le había pasado por la cabeza la idea de unirse a los Cazadores o que la propia Kiyome le pidiera tal cosa. Antes de volver a verla y saber en lo que se había convertido, los Cazadores les había parecido una banda organizada de cazar recompensas que sólo querían luchar por diversión, cobrando un estipendio en el proceso mientras mantenían la delgada línea entre lo natural y lo sobrenatural allí donde fuerzas más serias no extendían su alcance. No los conocía a fondo, pero sí lo suficiente para saber que dichos casos existían dentro de la organización.

—Veo que no te interesa, ¿eh? —dijo Kiyome sonriendo con tristeza—. Es normal, te entiendo perfectamente.

—Bueno…, no es que me desagradéis, Kiyome, ¡todo lo contrario! Pero no soporto a los Cazadores. Aún me sigue sorprendiendo que tú te unieras a ellos.

—Bueno, ya sabes, las circunstancias.

—Lo sé, lo sé. Además, estuve en Japón el tiempo suficiente como para entender que la visión que se tiene de los Cazadores allá es notoriamente distinta a la que tenemos en este lado del mundo.

—Eso no lo puedo negar. En nuestro país se ha vuelto un modo de ganar dinero fácil. Pero por eso digo de ser internacionales, viajar por el mundo mientras trabajamos. Ahora que he vuelto a salir del país luego de tantos años, tengo más que claro que no quiero volver, o al menos volver para quedarme. Y sé que esos dos están maravillados también con el extranjero. Lo mejor para ellos es hacer lo mismo. Y bueno, seremos muchas cosas, pero no como ellos —dijo haciendo mención a sus compatriotas—. Kuroka es el mejor ejemplo. Ya conoces la historia.

—Issei demostró tener un corazón noble.

—Sí, pero también se puso en peligro sin estar del todo seguro. Aaah, ese hombre… —Kiyome negó con la cabeza—. Por no hablar de esa gata buena para nada. Pero como puedes ver, no somos como el resto, como bien he dicho. Quizás eso te convenza un poco.

Le Fay quedó pensativa.

—Antes que nada, primero tendríais que ir a la sede principal para ver si ello es posible. Normalmente los Cazadores trabajan en sus respectivos países y por ello reciben el sueldo, y quizás a otros Cazadores no les haga mucha gracia que compañeros de trabajo de otros países «invadan» sus zonas designadas.

—Tranquila, tengo algo pensado —restó importancia la Domadora.

—Y bueno, yo tengo mis deberes para con mi familia y mis alumnos. Después de todo, también soy Duquesa de Camelot y profesora en una academia de magia. Aunque se me pasara por la cabeza la idea de acompañaros, no podría hacerlo siempre.

—Para eso puedes tele transportarte.

—Sabes que no es algo tan sencillo. Es magia de la más avanzada que existe, y aunque puedo usarla aún está siendo investigada a fondo.

—Nada para ti —volvió a restar importancia Kiyome agitando la mano—. Pero ya me has dicho que es posible, ¿no?

Le Fay sonrió al verse atrapada. Estaba indecisa, dividida, pero... ¿quién decía que no podía participar alguna que otra vez? A menos que le pasara algo a su hermano Arthur y su sobrino, ella no tendría responsabilidades reales con el título de Duquesa como tal (título que perdería apenas el pequeño Williams asumiera el puesto de su padre, de todos modos), y bueno, siempre podían sustituirla o cubrir su baja en la academia.

—No digo que siempre, pero quizás alguna vez podría acompañaros. Además, necesitarán de alguien que les pueda ayudar de vez en cuando se metan en problemas —pese a sus palabras, la comisura de sus labios había empezado a levantarse.

—Suena divertido, ¿verdad? —inquirió Kiyome sonriendo alegre.

—Te diré que…, sí, suena divertido —contestó con una amplia sonrisa.


erendir: bueno, otro capítulo terminado, y ya de paso el primer arco de esta historia. Ahora el grupo ya está hecho, al menos tres de manera fija y una en «reserva». Aclaramos que Le Fay no estaría en todas sus misiones, pero sí en las que relataremos en los próximos arcos. Esperamos que os gusten tanto como estos, pues si habéis llegado hasta aquí es por un motivo, ja, ja, ja.

Sin más que decir, me despido.

¡Nos leemos!

RedSS: Bueno, se acaba mi hasta ahora arco favorito (si no se había notado). ¿Que qué tanto me gustaba? Pues, me pasé media hora buscando barcos británicos para poner el nombre de uno que fuera relativamente correcto al periodo de tiempo y ubicación. Eso dice algo, ¿no?

See, debo trabajar en no fijarme tanto en pequeños detalles. Pero escribir sobre las partes diplomáticas y militares fue divertido (cualquiera que lea mis fanfics se dará cuenta). Otros detalles históricos: la misión militar francesa terminó en 1880 (el fanfic ocurre en 1882), pero extendí la estancia de algunos franceses para poder usarlos en el fic. El barco tampoco estaba en Japón en la época, pero dado que estaba por la zona y la abandonaría poco después, me dije "¿por qué no?" y pues pa' entro.

Sin más que decir, nos vemos o en otro capítulo o en otro fic (lo dejo a su discreción). ¡Hasta otra!