CAPÍTULO 3

El pasillo se encontraba solitario, lo único que alcanzaba a escucharse era el sonido de los tacones de los zapatos de la teniente Hayase. Su turno comenzaba en media hora, sin embargo, a ella le gustaba llegar muy temprano para asegurarse que los parámetros de la fortaleza estaban en niveles normales y dar una rápida revisión a la última emisión de los reportes de patrullaje. La teniente se caracterizaba por su alto desempeño laboral, el compromiso por su trabajo, su exigencia y excelencia personal, pues la responsabilidad que tenía a cuestas era muy grande, al ser la segunda al mando de la operación de la nave, lo cual no debía dar lugar a fallos operativos.

Misa se encontraba concentrada revisando los últimos reportes digitales desde su consola en el puente de mando. No escuchó el sonido de unas pisadas acercándose a ella.

–Tan temprano como siempre, Misa –dijo la teniente LaSalle–. ¿A qué hora duermes?

–A la hora que puedo –respondió Misa–. Hola, Claudia –dijo dirigiendo su mirada hacia su compañera de consola–.

–Hola, Misa. ¿Ya fuiste al hospital a ver al personal rescatado de la base Salla?

–No, aún no he ido.

–¡Vaya! Pensé que sería lo primero que harías cuando te avisé que habían autorizado el permiso para ir.

–Yo… no pude… Claudia. Muchos pensamientos vinieron de golpe a mi memoria, no pude con ellos. Saber algo más de Riber creo que solo me traerá añoranzas y nostalgia, pero nada puede cambiar lo que sucedió con él.

–Puede ser, sin embargo, aún soy de la idea de que deberías ir, hoy mismo, de ser posible. Si no, tramité el permiso para nada. Además, la vida tiene muchos caprichos...

–¿A qué te refieres? ¿Sabes algo que yo no sepa?

–Sí, señorita.

–¿Del personal de Marte?

–Mmm… sí, pero no me refería precisamente a ellos, Misa.

–¿Entonces? No entiendo.

–¿Sabes que tienes un admirador?

–¿Cómo dices? –respondió Misa abriendo sus ojos sorprendida–.

–El teniente Ichijyo…

–¡¿Qué?! –exclamó Misa asombrada.

De todas las posibilidades que pasaron por la mente de Misa en unos segundos, jamás se imaginó que Claudia fuera a mencionar al teniente Ichijyo. Si bien, habían platicado civilizadamente en las últimas ocasiones, la mayoría de las veces sus conversaciones eran un constante ir y venir de expresiones retadoras que terminaban con la paciencia de ambos.

–Misa, el chico está interesado en tí.

–No, no lo creo… –respondió Misa con desconcierto.

–En estos últimos días, ha estado preguntándole a Roy por ti –comentó Claudia quien se vio interrumpida por la propia Misa

–Pero eso no quiere decir que sea mi admirador. Puede tratarse simplemente de curiosidad hacia su vieja y odiosa oficial superior –dijo Misa haciendo hincapié en las palabras "vieja y odiosa".

–Lo que yo quiero decirte, Misa, es que si no vas a darle una oportunidad a Ichijyo, evita que él se ilusione contigo.

–Un momento, ¿cómo voy a evitarlo, si yo no le he dado motivos para ilusionarse conmigo?

–No lo sé, no sé qué tanto hayan platicado entre ustedes y qué acercamientos hayan tenido –dijo Claudia con una sonrisa pícara.

–Claudia… ¡Por favor! No ha habido ningún tipo de acercamiento, como tú dices…

–Bueno, Misa, yo solo quiero que Hikaru no se enamore de ti y que tú pongas tus ojos en alguien más –aseveró Claudia.

–¡Enamorarse de mí! ¿Qué pasa? ¿De qué parte de la historia me perdí? ¿Cómo puedes pensar que él se enamoraría de mí? Si él ya está enamorado de alguien…

Misa no terminó su comentario porque en ese preciso momento entraban al puente Kim, Shammy y Vanessa.

–¿Nos perdimos de algo? –preguntó Kim–.

–No, chicas, de nada. Solo nos estábamos poniendo al corriente con los últimos reportes de patrullaje –respondió hábilmente la teniente LaSalle.

En lo que las chicas tomaban sus puestos y seguían cuchicheando, Claudia le habló a Misa al oído.

–Y ve hoy al área de cuarentena. ¡Hazlo!

–Está bien, está bien. Iré al terminar mi turno –respondió Misa como un susurro.

La consola de Misa comenzó a transmitir las comunicaciones de los pilotos que ya se estaban alistando para el patrullaje de ese día.

–Líder Bermellón a torre de control… Solicito instrucciones de despegue. Líder Bermellón a torre de control.

–Torre de control, aquí la teniente Hayase.

–¡Buenos días, teniente! ¡Qué gusto verla nuevamente! –contestó Hikaru con genuina alegría.

–Buenos días, teniente –respondió Misa con propiedad pero esbozando una sonrisa que no pasó desapercibida por el piloto.

–Nuestros turnos no habían coincidido en días.

–¿Me extrañaba, teniente? –respondió la teniente con naturalidad.

«¡¿Qué?! ¿Yo dije eso? ¡No puede ser! ¿Qué pasa conmigo?» pensó Misa para sí y al mismo tiempo, comenzaba a sonrojarse, poniéndose más nerviosa cuando sintió la mirada inquisidora de Claudia.

–¡Claro, teniente! Los patrullajes no son lo mismo sin usted –respondía Hikaru muy entusiasta.

Misa quiso disimular su nerviosismo, adoptando su postura profesional, que era su zona de confort y donde mejor se desenvolvía.

–Despegue sobre la pista número 3. Sus instrucciones de vuelo y zona de patrullaje están apareciendo ahora en su consola.

–¡Gracias, teniente! ¡Qué tenga buen turno! –respondió Hikaru.

–¡Igualmente, teniente! Buena cacería –contestó ella con una sonrisa.

–Exactamente a eso es a lo que me refiero, Misa –dijo Claudia en voz baja, acercándose a la consola de Misa–. Hikaru y tú tienen una conexión muy fuerte pero no se dan cuenta de ello.

–Claudia, por favor… Concentrémonos en nuestro trabajo.

–¡De acuerdo! Piensa en todo lo que te dije.

–Lo haré.

El turno transcurrió sin mayor novedad. Como era su costumbre, Misa se dirigía a su oficina para leer los reportes de patrullaje, sin embargo, decidió ir al hospital para no seguir evitando ese momento. Había algo que la hacía sentir inquieta y por eso estaba postergando esa visita.

Ella llegó al hospital, se identificó con el personal a cargo y la llevaron al área de cuarentena. Le explicaron que únicamente podía ver a través de los ventanales porque estaba restringido tener contacto con los sobrevivientes de la base Salla debido a que aún estaban en observación y su período de aislamiento todavía no terminaba.

Misa entró al área restringida, se acercó al ventanal del primer cuadro y observó al militar que dormía en su camilla. Era un hombre robusto, de piel bronceada, cabello oscuro, largo, con barba y bigote. «¿Quién será? Riber solía comentarme en sus cartas acerca de algunos de sus compañeros… Y yo tenía tantos pensamientos encontrados al venir al hospital que olvidé preguntarle al personal médico si ya sabían los nombres de los sobrevivientes… Preguntaré antes de irme» pensó Misa mientras se dirigía a la segunda habitación.

Se asomó cautelosamente a ver a través de los ventanales siguientes y vio al otro sobreviviente que también dormía. Pudo ver que era alto, de cabello rubio y también tenía el cabello largo con barba y bigote. «¡Vaya! Sí que necesitan un corte de cabello, quizá después vayan a ocuparse de su aspecto físico pues lo importante ahora es estabilizar su salud».

Lentamente se dirigió hacia el último cuarto, no sabía por qué, pero sintió un escalofrío que la recorrió de pies a cabeza, su corazón comenzó a latir muy rápido y sus manos comenzaron a sentirse frías. Tuvo tantas sensaciones extrañas que por un momento pensó en alejarse de ahí sin ver la última habitación.

«¿Por qué me siento así? Sé que Riber murió pero ver a la gente que lo conoció, creo que me está afectando… No sé por qué» dijo ella para sí. Se detuvo antes de mirar en la última habitación. Dudó por unos instantes pero reunió fuerzas y finalmente se asomó.

Sus ojos verdes se abrieron por completo y en un segundo volvieron a tomar su característica forma triste y nostálgica. Misa dejó escapar un suspiro, curvando un poco su espalda pero recuperando enseguida su porte militar. «Estaba tan ansiosa por mirar en la última habitación y no hay nadie» sonrió para sus adentros. «Tanto para nada… Hay veces que la mente puede jugar con nosotros». Volvió a dar un suspiro, relajándose por toda la presión que ella misma se había generado. Se encontraba sola, en el blanco, frío y solitario pasillo del área de confinamiento. Los médicos le habían dado la privacidad necesaria, pues era la segunda oficial más importante de la nave.

Misa sonrió, satisfecha de que por fin pudo completar esa misión personal de la que tanto había huído y se dispuso a retirarse cuando su localizador comenzó a vibrar. Ella buscó en uno de sus bolsillos para mirar el aparato y se dio cuenta que tenía varios mensajes sin leer. Se sorprendió al encontrar varios mensajes del Capitán Global y algunos otros del Coronel Maistroff.

Dio media vuelta, alejándose de la habitación. Justo en ese momento, personal médico militar caminaba por el pasillo con un paciente en silla de ruedas que no dejaba de verla . Dicho personal la saludó pero tan absorta iba ella, leyendo los mensajes que solo se limitó a responder verbalmente el saludo, volteando a ver un segundo al enfermero que la saludaba y regresando la vista a su dispositivo electrónico.

–Teniente Hayase… Buenas tardes –dijo el enfermero.

–Buenas tardes –respondió Misa como autómata.

La atractiva teniente siguió caminando con paso firme, cuando algo atrajo totalmente su atención.

–¡Misa! –dijo una voz.

Misa se detuvo de golpe. Levantó su cabeza, miró a la nada y sus ojos se abrieron a más no poder. Ella estaba atónita, sorprendida, no podía creer el momento surrealista que estaba viviendo. Sin saber cómo, guardó el dispositivo en su bolsillo y se quedó paralizada, aún dando la espalda a la dirección de donde provenía esa voz.

–Misa Hayase, ¿eres tú? –volvió a hablar esa voz.

El cuerpo de Misa seguía inmóvil, sentía como si miles de pedacitos de hielo estuvieran cayendo sobre ella. Su boca se entreabrió, intentando responder el saludo. Quiso voltearse pero no pudo. Su pulso se aceleró y su corazón comenzó a latir tan fuerte que sentía las réplicas de sus latidos en su garganta y en sus sienes.

«¡No puede ser! ¿Es realidad o lo estoy imaginando? Pero… pero… Esa voz… ¡Tu voz!» se repetía ella en su mente.

Por inercia, Misa dirigió su mirada hacia el origen de esa voz y giró un poco su cuerpo. Sus labios se abrieron en señal de asombro y sus bellos ojos verdes comenzaron a cristalizarse inmediatamente. Se giró completamente para ver a la persona a la que le pertenecía esa voz que le había hablado. Pudo divisar al paciente masculino que estaba sentado en la silla de ruedas que era empujada por el enfermero que justo acababa de saludarla.

El paciente giraba su cabeza, mirando a Misa. Ella pudo notar la delgadez, el largo cabello castaño, barba, bigote y los enigmáticos ojos azul claro que tenía el dueño de esa voz.

–Misa… –volvió a repetir él, con una voz que se quebró esta vez, mientras las lágrimas comenzaban a inundar sus ojos.

El enfermero acomodó la silla para que su paciente pudiera ver de frente a la teniente mientras ella estaba estupefacta, congelada, sin poder articular palabra. Los siempre tristes ojos verdes de Misa comenzaron a derramar las lágrimas que habían estado acumulándose. Lloraba copiosamente mientras que el individuo en la silla de ruedas, hacía réplica de esa acción. Él hizo el intento por pararse pero el enfermero lo detuvo.

–Le recuerdo que no debe tener contacto con nadie más que el personal médico. Además, debe evitar movimientos bruscos hasta que su estado de salud sea estable –dijo el enfermero.

–Lo… siento… –respondió el paciente, acomodándose nuevamente en la silla de ruedas.

La puerta del pasillo se abrió y entró el médico responsable del área.

–Teniente Hayase, el tiempo permitido para su visita se ha terminado –anunció el doctor.

La voz del médico sacó a Misa de su letargo y finalmente pudo pronunciar algunas palabras apenas audibles.

–Entiendo… –respondió ella.

Al escuchar la voz de Misa, el hombre sentado en la silla de ruedas, estalló en llanto. Sus amplios hombros comenzaron a cernirse con fuerza, provocada por las lágrimas que había estado conteniendo. La veía embelesado, sin parpadear. Sin embargo, sus lágrimas hacían que se nublara la imagen de la hermosa mujer, por lo que tuvo que secarse sus ojos con sus manos en repetidas ocasiones y finalmente agachó su cabeza escondiéndola entre sus manos mientras colocaba sus brazos de tal forma que codos se incrustaban en sus propias piernas.

–Riber… –dijo Misa con casi un hilo de voz.

Lentamente, él levantó su cabeza para encontrarse con la nostálgica mirada de ella y una leve sonrisa se reflejó en los labios de tan demacrado militar.

–Hasta pronto, Riber –añadió ella, sonriéndole también.

–¿Volveré a verte? –preguntó él.

–Seguro que sí –respondió Misa, despidiéndose con una venia militar, a la cual respondieron todos los ahí presentes.

Misa se secó las lágrimas y aún con los ojos llorosos, se dirigió al médico encargado y le agradeció haberle autorizado el permiso para visitar esa área restringida. El doctor la acompañó hacia el pasillo principal del piso del hospital y antes de despedirse, ella conversó con él.

–Doctor, ¿podría…? –Misa hizo una pausa–. ¿Podría volver a venir?

–Sí, teniente. Le recuerdo que tendría que ser una visita programada y breve. Si le parece, la programamos dentro de 7 días, en esta misma hora –respondió el médico.

–De acuerdo, doctor. Gracias.

La delicada figura de la militar más temida de toda la nave, abandonó el hospital. Ella se sentía contrariada, tenía sentimientos encontrados al saber que Riber, su gran amor de la adolescencia, estaba vivo. Había dejado de llorar antes de salir del nosocomio pero tenía una sensación en su pecho que no la dejaba respirar. Sentía una opresión, le faltaba el aire, su corazón estaba acelerado, quería correr, gritar, llorar, reír.

«¿Cómo va a cambiar mi vida ahora que sé que estás vivo? ¿Será que aún piensas en mí tanto como yo he pensado en ti, al grado de no querer relacionarme con nadie, guardando luto a tu memoria? ¡Oh, Riber! Me cuesta tanto creer que estás vivo, parece un sueño… Yo, necesito despejarme, pero… tengo muchos reportes pendientes… ¿En qué me he convertido? Trabajo, trabajo, puro trabajo, con tal de mantener mi mente ocupada y evitar pensar en ti. Mis deberes militares se han vuelto la razón de mi existencia y mi zona de confort. Tanto así dejé que me afectara tu partida… Espero que las cosas cambien de ahora en adelante… » pensaba Misa.

La elegante teniente llegó al Prometeus y decidió entrar por una puerta lateral, no tenía ánimo de encontrarse con nadie y más porque no quería desatar comentarios pues sus ojos seguramente estaban hinchados de tanto llorar. Decidió ir a su oficina, a terminar el trabajo pendiente. Tomó la ruta tranquila que le había enseñado cierto piloto desobediente «Hikaru... », lo recordó mientras un gran suspiro salía de ella. «Tiene varios días que no te veía ni por la red táctica porque nuestros turnos no habían coincidido. Al menos pude verte hoy en mi consola. Un momento, ¿por qué estoy pensando en ti? Hoy sí que ha sido un día muy raro. Riber está vivo y yo pensando en Hikaru...» dijo Misa para sí cuando inconscientemente se encontraba frente a la puerta de su oficina.

Entró lentamente, vio el cúmulo de reportes que tenía que revisar, así como dar la autorización a los turnos de trabajo de las semanas siguientes, se recargó en la puerta y suspiró cansadamente. Pasó a su sanitario particular a lavarse la cara, pensando que el agua disminuiría el sopor que sentía.

La puerta de su oficina se abrió sin que Misa se diera cuenta.

–¿Teniente Hayase? –dijo una voz masculina.

«La puerta estaba sin seguro pero ella no está aquí. ¡Vaya que tiene trabajo! Esos reportes sobre su escritorio son más grandes que el propio Júpiter. Cómo le hace para tener todo en orden si yo tengo que esforzarme mucho para leer los reportes de mi escuadrón y eso que solo tengo dos subordinados... Bueno, creo que hoy tampoco es mi día. He venido casi a diario y no la he encontrado. Intentaré mañana de nuevo» pensó Hikaru, apretando una delicada caja que traía en sus manos.

El piloto se quedó mirando hacia la nada, perdido en sus pensamientos cuando se abrió la puerta del compacto sanitario de la oficina de la teniente, saliendo ella de ahí, aún con la cara humedecida por las gotas de agua con las que había enjuagado su rostro.

Ambos jóvenes militares se miraron sorprendidos, haciendo una exclamación de asombro al verse el uno al otro.

–¡Teniente Hayase! –exclamó Hikaru, al mismo tiempo que Misa decía su contraparte.

–¡Teniente Ichijyo!

–Yo… pensé que no estaba aquí –dijo el piloto apenado–. Disculpe mi atrevimiento en entrar… Toqué a la puerta y no hubo respuesta, pero moví la perilla, la puerta se abrió y… –continuó Hikaru con nerviosismo.

–No se preocupe, teniente… –respondió Misa esbozando una sonrisa.

Este gesto tranquilizó al piloto, quien notó las gotas de agua que aún tenía el rostro de porcelana de Misa. También pudo ver que los ojos de la teniente estaban irritados. Hikaru pensó que era de tanto estar leyendo reportes y que el aspecto desencajado de la teniente se debía a tanto trabajo, como el montón de reportes que había en el escritorio. El piloto no tenía idea de la revolución de sentimientos que Misa estaba viviendo justo en ese momento.

–¿Puedo ayudarle en algo? –preguntó Misa haciendo uso de su autocontrol para sonar tranquila.

–Sí, bueno… yo… este… –dijo Hikaru con nerviosismo, apretando con ambas manos la cajita que llevaba.

«¡Rayos! ¿Por qué me siento demasiado nervioso tan solo con verla? Únicamente vengo a entregarle este pequeño presente y...». El tren de pensamientos de Hikaru se vio interrumpido por la voz de Misa.

–¡Qué hermosa cajita! –exclamó Misa con una sonrisa, observando la delicada caja rectangular de color verde pálido con un hermoso moño de un llamativo color fucsia–. Debe ser para alguien especial.

Hikaru salió de sus cavilaciones y el comentario ahuyentó su nerviosismo.

–¿Usted cree? –preguntó el piloto.

–¿Cómo? –cuestionó Misa sin comprender.

–¿Usted cree que la cajita es para alguien especial?

–Debe serlo, teniente. La cajita está hermosa y por la forma en que la sujeta, debe contener algo muy preciado para alguien muy querido por usted –respondió Misa.

Después de ese comentario, Misa le sonrió francamente a Hikaru, quien caminó hacia donde ella estaba y extendiendo sus brazos, le entregó la pequeña caja a la teniente. Los grandes y hermosos ojos azul zafiro del piloto, se posaron en los nostálgicos ojos verdes de la militar, estableciéndose un contacto visual tan fuerte que parecía no tener fin. Ambos se miraban sin parpadear y sin decir ninguna palabra. Era como si ambos estuvieran hechizados o como si quisieran leer los ojos del otro para saber lo más recóndito de sus pensamientos. Hikaru fue el primero en romper el silencio para finalmente poder pronunciar unas palabras.

–Es… para usted –dijo Hikaru, entregándole la cajita.

Misa la recibió sorprendida. Observó la cajita hermosamente decorada y regresó su mirada a Hikaru, quien le sonreía tímidamente. Ella correspondió a esa sonrisa, también de manera tímida.

–Sé que es un detalle pequeño, pero… quise…

Hikaru no pudo terminar porque Misa había abierto la cajita para ver el contenido. Sus ojos y su boca se abrieron en señal de asombro.

–¡Oh! ¡Es hermoso! –exclamó Misa–. ¡Y la foto… se ve genial en ese marco! –añadió ella, sonriendo sinceramente–.

El piloto exhaló con tranquilidad, relajando su cuerpo y dejando ir todo el nerviosismo que había sentido.

–¿Le… le gustó, teniente? –preguntó Hikaru.

–¡Me encantó! Es perfecto, teniente. Había olvidado pedirle mi copia de esta foto pero qué bueno que ya la trajo con este marco hermoso –exclamó MIsa.

–Había venido varias veces a dejarle su foto pero usted no estaba y la oficina permanecía cerrada...

–Sí, teniente Ichijyo, he estado trabajando en la oficina del capitán, casi no he estado aquí y además, nuestros turnos no han coincidido.

–Eso noté, teniente… –respondió el piloto–. En una de mis tardes libres, fui al centro de la ciudad y pasé por una tienda de obsequios, vi estos marcos y me encantaron para nuestras fotos. Son discretos, brillantes y muy elegantes… como usted.

El comentario sonrojó a Misa, quien bajó su mirada hacia la foto, tratando de ocultar el rubor en su rostro.

–Muchas gracias… Por la foto y… por el comentario –dijo ella–. ¿Su foto también tiene un marco así?

–Sí, teniente. Uno igual. Así que ahora nuestras fotos son idénticas –comentó Hikaru con orgullo.

–Bueno, ahora compartimos algo más en común –respondió Misa sonriendo.

–Sí, teniente –respondió Hikaru con una sonrisa también–. Y también pudiéramos compartir esa montaña de trabajo que tiene sobre su escritorio –dijo Hikaru señalando hacia los reportes–. Si usted quisiera, yo puedo ayudarle, así termina pronto de revisar y puede irse a descansar temprano.

–¿Descansar? ¿Qué es eso? –dijo ella en tono de broma.

Ambos rieron con el comentario y Hikaru continuó con la conversación.

–Bueno, es viernes, creo que puede obviar el descanso y podemos ir a algún lugar o salir a cenar.

–¿Me está invitando a salir, Ichijyo?

–Sí… si no tiene inconveniente –respondió el piloto, ruborizándose un poco–. ¿O qué le gustaría hacer, teniente Hayase? Podría acompañarla a donde quisiera...

Hikaru se sentía preocupado por la teniente, porque a pesar de su porte militar y entereza, notaba que su rostro estaba muy demacrado.

–Pues… quisiera… –dijo Misa, haciendo una pausa en su conversación–. Bueno, teniente, es que no sé si usted quisiera…

La mente de Hikaru comenzó a volar más rápido que la velocidad de la luz «¿Si yo quisiera? ¿Se referirá a… este… que si quisiera hacer algo más, ella y yo? ¡Oh, cielos! Claro que quisiera pero eso solo sucedería en mis más grandes sueños y remotas fantasías. Yo con la teniente Hayase… Si tan solo haberla besado en la mejilla me llevó a otra galaxia de ida y vuelta, salir con ella en un plan romántico, ¡sería lo máximo que me pudiera ocurrir! ¿Pero qué estoy diciendo? Si se supone que yo estoy enamorado de Minmay. Ya estoy desvariando, sin embargo, admiro tanto a la teniente Hayase, aunque algunas veces me saque de mis casillas y me haga repelar, Misa es una mujer excepcional y extraordinaria». Hikaru seguía con sus cavilaciones cuando la voz de Misa lo trajo a la realidad.

–¿Qué le parece, teniente Ichijyo, me acompañaría? –preguntó Misa.

«¡Rayos! ¿Acompañarla a dónde? Por estar con mis elucubraciones, no escuché lo que Misa me decía. ¿Ahora qué le contesto?» pensó el piloto, que respondió por inercia.

–Sí, teniente, claro que sí. La acompañaré a donde usted diga –respondió Hikaru, esperando que Misa dijera hacia dónde se dirigían.

Misa se quedó observando a Hikaru pues se veía algo desconcertado. «¿Qué le pasará? ¿Será que no le agradó la idea de ir conmigo? Eso debe ser, porque ya en otras ocasiones ha externado que soy una vieja insoportable. ¿Entonces por qué dijo que sí? Le preguntaré otra vez, para salir de dudas» platicaba mentalmente consigo misma.

–Teniente Ichijyo, si no le agrada la idea… puede desistir, yo… lo entiendo.

–¡Oh, no, para nada, teniente Hayase! –dijo Hikaru–. Es solo que… bueno, estaba viendo cómo organizar todo para trabajar juntos y terminar esto lo más rápido posible para irnos a…

–No pensé que le entusiasmara la idea de estar conmigo, teniente.

«¿Estar con ella? ¿A qué se refiere con "estar" con ella? ¡Si tan solo hubiera escuchado! ¡No puedo con esto, la duda me carcome! ¿Y si le pregunto y se enoja? Va a regañarme como siempre lo hace por no ponerle atención. No, no, mejor no pregunto y que me lleve a donde sea, que haga de mí lo que quiera, yo, seré materia dispuesta, la teniente Hayase y yo… Es tan surrealista, pero me emociona de tan solo pensarlo. ¡Auch! Estas hormonas traicioneras, debo calmarme» pensaba Hikaru que nuevamente echó a volar su imaginación y se volvió a perder del hilo de la conversación.

–¿Se siente bien, teniente? –preguntó Misa.

–Sí, ¿por qué?

–Es la segunda vez en pocos minutos que parece irse de la conversación…

–Oh, no, teniente. Disculpe, ¿me estaba diciendo? –respondió Hikaru con nerviosismo otra vez.

–Bien, le comentaba que podemos leer los reportes y si usted encuentra algún detalle importante, me deje ese expediente para leerlo también.

–De acuerdo, teniente.

–Recuerde que fuera del horario de trabajo, puede llamarme Misa –dijo ella sonriéndole ligeramente.

Hikaru quedó desarmado con esa tierna sonrisa y el brillo de esos ojos tristes.

–Bien, Misa, comencemos.

Los minutos transcurrieron y al cabo de poco más de una hora, habían terminado de revisar el cúmulo de reportes de patrullaje.

–¡Terminamos! -exclamó Hikaru.

–¡Sí! –respondió Misa con gusto–. Muchas gracias, teniente.

–Hikaru, por favor.

–Cierto, Hikaru.

–¿Entonces, podemos irnos, Misa?

–Claro, venga, Hikaru –respondió Misa, tomando la hermosa cajita de regalo.

«Por fin voy a saber a dónde vamos. En buen lío me he metido por decir que sí sin saber a dónde… Aunque no creo que mis fantasías se hagan realidad, porque Misa es una mujer muy correcta y dudo que me haya hecho alguna propuesta inapropiada… ¿Por qué sigo pensando en eso? Subconsciente traicionero, ¡ya cálmate!» continuaba Hikaru con su tren de pensamientos.

Hikaru se limitó a seguir a Misa y finalmente, llegaron a la habitación de ella.

–Pase, por favor –dijo la teniente–. Solo me cambio de ropa y…

–Sí, Misa, no se preocupe.

–Siéntase en su casa, Hikaru. ¿Le ofrezco algo de tomar?

–No, muchas gracias.

Mientras Hikaru se quedaba en la sala, Misa entró a la recámara, sacó la fotografía de la caja de regalo y la colocó en su mesita de noche. «Bueno, creo que aquí dejaré la foto en lo que decido en qué lugar ponerla», pensó ella.

Hikaru se sentó en el mueble principal de la sala de Misa. Divisó unas fotos colocadas en un pequeño librero y se acercó a verlas. Una foto era de Misa, su madre y su padre, quien también tenía un uniforme militar «Deben ser sus padres. Misa tiene los hermosos ojos de su madre y el porte de su padre» pensaba el piloto. Otra foto era de Misa con Clauda y Roy, cuando aún eran cadetes. La última foto era Misa adolescente con un joven de uniforme militar «¿Quién será? ¿Acaso será Riber?» pensó.

Minutos más tarde, Misa salió de su recámara, con su cabello recogido y vestida con un entallado pantalón stretch de mezclilla, una blusa azul marino de tirantes que se adhería a las bellas formas femeninas del cuerpo de Misa, quien se cubrió con una chaqueta negra, también entallada y con un cierre enmedio, que afinaba más su silueta. Además, Misa usaba un perfume sutil que embriagaba los sentidos de Hikaru, quien se quedó estupefacto al ver lo bien que se veía la teniente. Quitarse el uniforme la hacía lucir más joven y alegre.

–¿Nos vamos, Hikaru?

–Sí, Misa… A donde usted quiera… –respondió Hikaru sin pensar.

–¿A dónde yo quiera? –cuestionó Misa en tono bromista.

–A donde quiera llevarme, no protestaré y cooperaré en todo –contestó Hikaru, con una sonrisa, siguiendo la broma de Misa.

–¿En todo? ¡Qué bueno porque vamos a hacer algo que no creo que hayas hecho, piloto! –dijo Misa, guiñándole un ojo–. Ven, ¡sígueme!

Intempestivamente, Misa tomó la muñeca de Hikaru y con paso apresurado lo dirigió al área de estacionamiento del edificio para abordar un jeep militar.

–Es el vehículo que tengo asignado… Casi no lo uso –dijo Misa ante el asombro de Hikaru–. No te preocupes, piloto, sé manejar…

–Yo… no... no pensaría lo contrario

–¿Entonces por qué esa cara de susto?

–Pensé que iríamos a… bueno… este…

–Suba, teniente, por favor. Iremos un poco lejos, por eso vamos en el jeep. Caso contrario, caminaríamos, me gusta mucho caminar.

–Sí... –Hikaru contestó con duda.

Misa comenzó a manejar y conforme se adentraban al centro de la ciudad, Hikaru comenzó a ponerse más nervioso.

–¿Sucede algo, teniente? –preguntó Misa.

–Hikaru… –contestó el piloto como autómata.

–¿Es mi idea o percibo que está nervioso?

–¿Yo?

–Sí, usted, Hikaru.

«Sí, no sé por qué me pongo nervioso con Misa, además de que no sé a dónde me lleva. Hemos dejado el centro de la ciudad atrás y… y se ve tan hermosa...»

–Delta 1 a Líder Bermellón –dijo Misa.

–¿Eh?

–Está muy distraído, Hikaru. ¿Pasa algo? Si quiere regresarse, está bien, yo lo entenderé. A fuerzas, no quiero a nadie conmigo –afirmó Misa con su característico tono autoritario.

–No es eso, Misa, es solo que no sé a dónde vamos.

–¿No sabe a dónde vamos? ¿Y así aceptó a acompañarme?

–Sí, bueno, ¿qué tan malo podría ser?

–Más de lo que se imagina teniente… –dijo Misa, volteando a ver a Hikaru con una mirada seductora que despedía un fuego verde.

Hikaru quedó impactado con esos ojos, nunca había visto así a Misa «Es tan sexy cuando quiere. ¡Argh! Mis hormonas otra vez, ¿por qué no puedo calmarme? ¡Parezco un chiquillo adolescente! Mejor seguiré con la conversación antes de que vuelva a decirme que estoy distraído».

–¿Entonces, a dónde me lleva, Misa?

–¡Vaya! Ahora entiendo cómo es que se pierde de las instrucciones por la red, si estando en mi presencia, no escuchó lo que le dije –dijo MIsa en tono de broma–. Llegamos.

–¡Wow! No tenía idea que vendríamos a ver algún partido de Hockey.

–No, Hikaru. Vamos a patinar.

–¿A patinar? ¿Sobre hielo?

–Sí… Le pregunté si quería venir y usted dijo que sí.

–¿Lo dije?

–Ya veo… Debió estar en trance, distraído o pensando otras cosas que no me puso la debida atención –dijo Misa, cruzándose de brazos y fingiendo una actitud molesta, sonriendo finalmente–.

–Este… no, Misa, pasemos. Yo, no soy muy bueno patinando pero lo intentaré y si usted me explica, se lo agradecería –contestó Hikaru tratando de sonar optimista–. ¿Y… por qué quiso venir a patinar?

–Porque… quiero despejar mi mente. Quiero sentir el viento de la suave velocidad patinando sobre hielo. Quiero sentir que vuelo… No quiero pensar en nada.

«No quiero pensar en ti, Hikaru. ¿Hikaru? ¡En Riber! Creo que también estoy tan distraída como Hikaru» pensó Misa.

Entraron a las instalaciones de las cuales, Misa conocía al dueño, quien les proporcionó unos patines. Arreglaron todo y se dispusieron a patinar.

–Venga, Hikaru –dijo Misa mientras lo tomaba de la mano.

Con ese contacto, Hikaru estaba más que nervioso. Misa tomándolo de la mano aunado a que nunca había patinado sobre hielo, literalmente sentía que las piernas se le iban a doblar de la impresión. «¡Estoy en un gran lío!» pensaba.

–Creo que mejor la espero en las gradas –respondió dubitativo.

–Dijo que lo intentaría, venga, yo voy a ayudarlo.

Y así lo hicieron, después de algunos intentos, Hikaru logró estabilizar su centro de gravedad y Misa pudo guiarlo por la pista. Hikaru la miró a los ojos y le sonrió satisfecho, con el orgullo de un bebé que está dando sus primeros pasos. Misa lo sostenía de las manos, lo cual le provocaba cierto rubor a ella.

–¡Ya pude! ¡Nunca había patinado en mi vida! ¡Misa, gracias! –exclamó Hikaru con alegría.

–¡Bien hecho, Hikaru! Voy a soltarlo un poco para que pueda equilibrarse por sí mismo.

Siguieron practicando más tiempo, hasta que Misa empezó a acelerar su movimiento y extendió sus brazos, como si pretendiera volar. «No quiero pensar, trataré de poner mi mente en blanco o pensar en otras cosas… Necesito descansar mi cabeza, mis pensamientos… Voy… ¡a saltar!» dijo ella para sí, dando un salto de un solo giro.

A lo lejos, Hikaru la veía y ese salto le había parecido magnífico. Le aplaudió y como pudo, se fue acercando hacia ella. Misa volvió a acelerar, tomó impulso y esta vez pudo completar un salto con giro doble. A la distancia, Hikaru le aplaudió y ella le sonrió y a toda velocidad, fue acercándose a él, lo rodeó haciendo algunas piruetas y volvió a alejarse. «¡Es fantástica! Parece una princesa sobre hielo. Misa es tan diferente fuera de su papel militar, es… ¡adorable!» pensó Hikaru cuando Misa venía nuevamente de regreso. Su rostro se veía tranquilo y dibujaba una sonrisa hermosa. Hikaru le aplaudió.

–¡Misa! ¡Esos giros, son increíbles! Nunca los había visto en tiempo real… –dijo Hikaru.

–Oh, Hikaru, muchas gracias –respondió Misa sonrojándose.

–¡Es fantástica! ¿Cómo puede hacer todo eso?

–Alguna vez tomé clases de patinaje cuando era niña. Ya perdí práctica y técnica. Tiene años que no patino, solo esta vez que necesitaba sentir la velocidad, la adrenalina de los saltos y deslizarme sobre el hielo…

Hikaru la veía asombrado. Los ojos de Misa brillaban alegremente y habían perdido su tristeza, por un momento.

–¿Sabes? Intentaré una locura –dijo Misa.

–¿Una locura? Misa, no, no se vaya a lastimar.

–Descuida, si me caigo, del suelo no pasaré –respondió ella sin cuidado.

–No, Misa, ¡espere!

Misa se había alejado y había dejado a Hikaru en medio de la pista, que para esa hora, ya no tenía a mucha gente patinando. El guapo militar veía cómo Misa patinaba y se preparaba para hacer otro salto, realizando uno con doble giro. Después, la mirada de Misa cambió y una concentración se dibujó en su rostro, preparó la velocidad adecuada e hizo un salto con triple rotación, trastabillando en el aterrizaje pero valió una sonrisa enorme en el rostro de la teniente y se acercó a Hikaru quien la recibió alegremente.

–Wow! ¡Misa! ¡Eso fue increíble! Estoy asombrado –exclamó Hikaru.

–Gracias, Hikaru. No pude aterrizar bien. Tiene años que no practico, es solo que quise hacer ese salto –respondió ella–. Intentaré de nuevo...

–¡Con cuidado!

Misa se alejó, patinó un poco y se preparó para ejecutar nuevamente un salto triple. Hizo los tres giros pero en el aterrizaje perdió la concentración y cayó sobre su costado derecho. Hikaru veía la escena y rápidamente se dirigió a ayudar a Misa mientras ella intentaba levantarse, colocando ambas manos sobre la pista de hielo y lentamente logró incorporarse, pero tenía un dolor sordo en su pierna derecha.

Hikaru iba a toda velocidad, sin embargo, debido a su inexperiencia, no pudo frenar a tiempo y se estrelló con Misa, quien se desequilibró con la colisión y ambos cayeron sobre la pista. Hikaru quedó encima de la teniente, causando un momento un poco bochornoso.

Misa miró a Hikaru directamente a los ojos. Se veían de color azul profundo, con un brillo extraño que la hacía estremecerse mientras que Hikaru admiraba los hermosos ojos verdes de su oficial superior que irradiaban otra energía que él no podía identificar.

Inconscientemente, Misa había abrazado a Hikaru mientras caían y así se habían quedado, abrazados sobre el hielo, hasta que ambos reaccionaron debido a que sintieron las miradas de la poca gente que estaba en la pista. Ambos sonrieron.

–Hikaru, creo que debería pararse –dijo Misa.

–Lo sé, Misa, pero es que no puedo –respondió el piloto–. Lo intento pero se me resbalan los pies y…

De forma intempestiva, Hikaru hizo el intento por levantarse, cayendo nuevamente sobre Misa, esta vez con todo su peso pues sus manos se resbalaron sobre el hielo de la pista. Misa pudo sentir todo el cuerpo de Hikaru, sus músculos, su abdomen firme, su aliento, su cercanía, su perfume «Huele delicioso. El suéter azul rey que está usando hace que se vea muy atractivo y también hace juego con el color de sus ojos. ¡Creo que estoy en aprietos! No logro zafarme de aquí aunque no puedo quejarme, esta sensación me gusta… ¿Pero qué estoy diciendo? Si venía aquí a despejarme y ahora resulta que estoy pensando en el cuerpo del piloto indomable» pensaba Misa mientras en su rostro se esbozó una sonrisa.

–¿Se está riendo de mí, Misa? –preguntó Hikaru sonriendo también.

–Oh, no, no, es solo que… ¡ah! –Misa no pudo continuar porque su pierna comenzó a dolerle.

–¿Ah?

–Mi pierna, creo que me lastimé con la caída.

–Misa, disculpe, trataré de levantarme... –dijo Hikaru cuando Misa lo interrumpió.

–¡Espere! Trate de usar la punta de sus patines, haga palanca en la punta para evitar resbalarse, tienen unos bordes aserrados que le ayudarán a no resbalarse.

–Sí, Misa, lo intentaré.

Así, Hikaru pudo ponerse de pie y ayudar a Misa a levantarse. Como pudieron, entregaron los patines y el propietario les indicó que deberían revisar la pierna de Misa, para descartar cualquier problema.

Salieron de las instalaciones y Misa casi no podía caminar.

–Tome mi mano y apóyese en mi brazo –dijo Hikaru.

Misa enredó sus brazos en el brazo izquierdo de Hikaru a manera de apoyo.

–Gracias, Hikaru. Lo siento.

–No se preocupe, Misa. Lo importante es que la revisen y que todo esté bien. Si le parece, yo manejaré al hospital.

–Quisiera ir a la enfermería de la base. No… no quiero ir al hospital.

Misa quería despejarse de todos los pensamientos que tenía con Riber, por eso fue a la pista de hielo y ahora, regresar al hospital, haría que toda la revolución de ideas que tenía horas antes, volvieran a su cabeza.

–No tiene opción. La llevaré a que la revisen –respondió Hikaru.

–Está bien, como usted diga, teniente.

«Sé que Misa está sujetando mi brazo solo como un apoyo, pero se siente tan bien. ¿Será que estoy tan solitario para sentir que me encanta este contacto físico con Misa? Minmay, ojalá nuestra amistad hubiera escalado a otro nivel...». Hikaru fue sacado de sus pensamientos cuando sintió que Misa retiraba sus brazos.

–Llegamos al jeep… –dijo Misa con dolor en su voz.

–Creo que esta vez yo conduciré. La ayudaré a subir.

–Está bien, gracias, Hikaru.

«¡Qué amable! El piloto irreverente sabe ser caballeroso cuando quiere», pensó Misa que justo en ese momento, le daba las llaves del jeep a Hikaru, quien condujo hasta el hospital militar.

–No quiero entrar… Mañana me voy a sentir mejor –dijo Misa.

–Ah no, señorita, usted tiene que ir a que le revisen la pierna con esa tremenda caída –replicó Hikaru–. ¿O será que le dan miedo los hospitales?

–No, no es eso… –respondió Misa–. Es que no quiero estar aquí...

«Si tan solo supieras, Hikaru. Quería escapar de mis pensamientos con Riber y vuelvo al lugar donde él está. No sé por qué me inquieta tanto» pensaba Misa. «¿Por qué estará tan renuente en entrar al hospital? ¿Le tendrá fobia o qué le pasará?» se cuestionaba Hikaru internamente.

Por fin, entraron al área de urgencias, enseguida atendieron a Misa y Hikaru no se separó de ella en ningún momento, hasta que le pidieron que regresara a la sala de espera, pues iban a realizarle una radiografía a la rodilla y al tobillo de la teniente. Por protocolo de seguridad y debido a la radiación del procedimiento, únicamente el paciente podía estar ahí.

Hikaru se sintió intranquilo en la sala de espera, así que regresó al pasillo donde se encontraba el área de Radiología. Los corredores se encontraban vacíos y silenciosos, probablemente porque era de noche, sin embargo, a lo lejos se alcanzó a escuchar un murmullo de una conversación. Por inercia y guiado por el sonido, Hikaru caminó hacia el corredor principal y se detuvo a observar, tratando de localizar de dónde provenía.

–Teniente, ya le expliqué que el hecho de que mañana le vayan a levantar la cuarentena, no significa que puede andar libremente explorando por los pasillos. Además, aún debemos estabilizar su organismo y sus parámetros sanguíneos –decía una voz.

–Lo entiendo. Es que ya me sentía cansado de estar encerrado en esa habitación –respondía otra voz.

–Regrese a su cama, por favor.

–Está bien, enseguida.

La conversación se acabó pero se oían algunas pisadas acercándose. Hikaru pudo divisar que se trataba de un enfermero y de un paciente, de cabello castaño, con barba, bigote, de estatura media alta, delgado, que usaba unas pantuflas y la bata de internación del hospital.

–Adelántese, teniente. Llevaré su medicamento y enseguida lo veo en su habitación –dijo el enfermero.

El teniente asintió con la cabeza y lentamente fue caminando en sentido de donde se encontraba Hikaru, quien observaba la escena sin decir nada.

El teniente se detuvo por unos instantes. Sus ojos azul claro se encontraron con la mirada serena de los ojos azul profundo de Hikaru y sin explicación aparente, se generó demasiada tensión en el ambiente cuando ambos militares estuvieron frente a frente.

Continuará…

Nota de autor:

Hola a todos los lectores. Comparto el siguiente capítulo de esta romántica historia en la que se empieza a desarrollar la amistad y cercanía entre Misa y Hikaru, teniendo una variante, pues Riber Fruhling aparece en escena.

Tardé en actualizar debido a actividades personales, sin embargo, aunque me tome tiempo, seguiré actualizando éste y los otros fanfics de mi autoría.

Agradezco sus comentarios.

¡Saludos!