Y aquí les traigo el segundo capítulo. Espero que lo disfruten y les guste. Nos leemos abajo, tengo algo que comentar.
La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.
CAPÍTULO 2
Bella
Cerré la puerta de la consulta número cuatro con una sonrisa. Había ayudado al doctor Vulturi en la revisión de una iguana verde llamada Yoshi. El reptil pertenecía a un pequeño niño de cabello rubio y ojos traviesos. El muchacho había estado todo el tiempo nervioso, con pequeñas gotas de sudor en su frente debido a la preocupación. Por suerte, Alec tenía buenas noticias para él y su mascota, así que el chico pudo respirar tranquilo y feliz por poder llevarse de regreso a casa a Yoshi.
Mientras meneaba la cabeza divertida por el nombre de la iguana, me dispuse a ir hacia recepción. Estaba muerta de hambre y allí había un par de máquinas expendedoras de comida y bebida. Toda la mañana había sido un no parar de consultas, operaciones y revisiones, por lo que no había podido tomarme un descanso para almorzar.
Salí del pasillo principal y pasé por la sala de espera donde había unos pocos clientes esperando su turno, saludando a alguno que ya conocía desde hacía tiempo. La recepción estaba justo después y cuando llegué a ella me encontré a Angela ocupada hablando por teléfono.
–No se preocupe, señora Stanford. Su querido perro está bien. – Puso los ojos en blanco. – Sí, le estamos dando la comida que nos trajo. – Angela apartó el auricular y resopló indignada. – No, solo le damos el agua mineral embotellada que también nos proporcionó. El señor Footprints está mucho mejor. Pronto se le dará el alta.
Me reí entre dientes de la charla. La señora Stanford era la dueña de un buldog inglés muy consentido y cariñoso. El animal competía en diversos concursos caninos e incluso había ganado unos cuantos premios, era un animal alegre y juguetón. Sin embargo, su dueña podía llegar a ser un horrible dolor en el trasero. Cada vez que nos traía al señor Footprints nos proporcionaba la comida y el agua que ella le daba, todo de primera clase y bastante caro. La primera vez que tuve que tratar con ella casi la estrangulo ante los comentarios insidiosos que hizo respecto a nuestro trabajo, por suerte el doctor Vulturi sabía manejarla y logró poner paz.
–¡Por dios! – Dijo Angela después de colgar, sacándome de mis recuerdos. – Esta mujer es insufrible.
–No sé porqué sigues sorprendiéndote, Angy. Lleva ya más de dos años trayéndonos a su perro. – Le contesté divertida.
–¿Sabes lo que ha pedido ahora? ¡Qué le cantemos una nana a su perro cuando se vaya a echar su siesta! ¿Cómo me voy a poner a cantar una nana en la sala de cuidados? ¡Haría que aullaran todos los demás pacientes!
Me reí ante la indignación de mi amiga y las ocurrencias de la mujer. La señora Stanford era una mujer de unos setenta años con el cabello gris que siempre solía llevar sombreros un tanto estrambóticos. Para ella su perro era como un hijo y, por tanto, lo mimaba como tal.
–Cualquier día dirá que quiere quedarse aquí a dormir con su perro. Menos mal que el doctor Vulturi la tiene controlada.
–La señora Stanford está medio enamorada de él. – Le contesté divertida. – Un día la vi pintándose los labios y pellizcándose las mejillas justo antes de entrar a la consulta. Si la hubieras visto, Angy, parecía una quinceañera a punto de ver a su amor platónico.
Mi amiga comenzó a reír a carcajadas, echando su cabeza para atrás y provocando que sus gafas de color azul oscuro se volvieran a colocar en su sitio. Ese pequeño gesto me hizo sonreír, Angy era una chica adorable con una diminuta nariz respingona, lo que daba lugar a que sus gafas siempre terminaran resbalándose por ella y tuviera que estar colocándoselas cada dos por tres. Era un gesto tan arraigado en ella que ya formaba parte de su personalidad.
–Ay, Bella. Qué cosas tienes. – Dijo mientras se levantaba de su silla. – Por cierto, han dejado un paquete para ti.
–¿Para mí? – Le pregunté extrañada al tiempo que apoyaba la cadera en el borde del mostrador.
Angela se había girado hacia el armario de puertas blancas que había detrás de su asiento mientras estiraba su falda gris de tubo y se agachaba ligeramente para buscar en el mueble.
–Sip. – Marcó mucho la "p", como si fuera una niña pequeña. – Un tipo alto y fuerte, con unos ojos grises muy bonitos. – Me miró por encima del hombro sonriendo pícaramente. – Y tremendamente atractivo.
Le fruncí el ceño desconfiada. El único hombre que encajaba con esa descripción era el dueño del café Erin. Y eso sí que era algo imposible. Ese hombre y yo no habíamos empezado con muy buen pie que dijéramos.
–Vino esta mañana a visitar a su perro mientras tú estabas ayudando al doctor Vulturi con un escáner. – Angela se giró hacia a mí con una pequeña caja blanca de cartón en sus manos. – Me dijo que te entregara esto.
Decir que estaba sorprendida era quedarse corto. Nunca se me hubiera pasado por la cabeza que el señor McCarty dejara un obsequio para mí. Disgustada, mi ceño se frunció más ante la idea de que hacía esto solo para camelarme por su desconsideración de las otras veces y para que tratara bien a Keenan. Si pensaba que con regalos me iba a ablandar la llevaba clara.
Curiosa a la vez que un poco enfadada, abrí la lengüeta de la caja y casi me caigo al suelo al ver lo que contenía. Dentro estaban los cinco cupcakes más decadentes y tentadores que alguna vez pudieran existir. Eran los pasteles favoritos de Rosalie, de los niños y mío que casi siempre pedíamos cuando íbamos al Erin a merendar los sábados. No faltaba ninguno y no se había equivocado en cuanto a los sabores. Estaba el cupcake de chocolate relleno de chocolate blanco que tanto le gustaba a Peter, el de fresa de Charlotte, el de vainilla de mi Zoe y los de frambuesa y mango de Rose y yo.
–Ay dios mío, Bella. – Angy me sacó de mi estupor. – Deja ya de mirar lo que hay dentro y sácame de esta intriga. ¿Qué es lo que te ha dejado el gran hombre?
La miré aun sin entender muy bien lo que significaba este detalle. Por nada del mundo esperaba esto por parte de McCarty.
–Cupcakes. – Le dije en un susurro. – Son mis cupcakes favoritos.
Angela chilló emocionada, lo que ocasionó que dos clientes que estaban en la sala de espera se asomaran y nos miraran extrañados. Volví a mirar dentro de la caja y vi que había un pequeño sobre pegado en la tapa. Lo tomé y saqué la nota que contenía:
Acéptalos como disculpa por lo del otro día. Son para ti, tu amiga y los niños. Sé que son sus favoritos.
Disfrútalos, señorita Swan.
Emmett McCarty.
Miré con los ojos bien abiertos debido a la impresión la caligrafía segura, pulcra y de trazos rectos que había ahí escrita. El maldito hombre sabía jugar sucio buscando los sabores que más nos gustaban y me ordenaba que los aceptase. Volví a mirar los cupcakes pero esta vez disgustada. Si llego a tener delante a McCarty le tiro los pasteles a la cabeza por su arrogancia. Puede que luego me arrepintiera por cometer tal aberración pero el gran hombre se lo merecía. Sería un completo desperdicio llevar a cabo tan indigno gesto, sobre todo con el cupcake de mango pero es que… ¡Me sacaba de quicio!
–¡Bella! ¡Ese hombre está por ti! – Angela me zarandeó efusivamente, causando que los dulces se movieran conmigo. – ¡Tienes que aceptarlos! Te prohíbo que los rechaces, Bells.
–Si los acepto, ganará él. – Le dije despegando mi mirada de la caja. – ¡No pienso ceder, Angy! No voy a dejar que se salga con la suya. Es un completo idiota arrogante y mandón. – Gruñí las dos últimas palabras.
–Por dios, Bella. – Me regañó Angela. – No seas cabezota. Venías a por algo de picar y tienes entre tus manos los pasteles más decadentes y suculentos que alguna vez he visto.
Apreté mis labios disgustada. Angy llevaba razón, estaba siendo testaruda pero McCarty estaba jugando sucio atacándome en donde era más débil. Los pasteles del Erin.
–Si vuelve y pregunta por ellos, dile que los tiré. – Angela me miró espantada ante mi orden. – No le dejes saber que me los llevé, ¿está claro?
–Ahora entiendo porqué Rosalie te llama HellBell. – Se rió. – Eres lo más malvado que alguna vez he visto, Bella.
Me reí ante el mote. Rose me lo puso cuando éramos pequeñas y me vio pegándole un puñetazo a un niño que destrozó su castillo de arena en el parque. Aunque Rosalie fuera unos cuantos años mayor que yo, siempre había sido mi amiga y nunca me vio como su vecina pequeña a la que debía cuidar.
–Es una promesa de meñique, Angy. Ni una palabra a McCarty, ¿de acuerdo?
Angela hizo una cruz sobre su corazón y luego levantó la mano de manera solemne. –Mis labios están sellados por ti. Aunque ese hermoso hombre me sonría y clave sus ojos grises en mí me mantendré firme como una estatua de mármol.
Riéndome por su juramento me acerqué a ella y la besé en la mejilla antes de irme hacia los vestuarios. Allí, dejé la caja en uno de los bancos y saqué el móvil de mi taquilla para hacerle una foto y mandársela a Rose. En cuanto la vio mi teléfono comenzó a sonar y lo descolgué.
–¡Te prohíbo que te comas mi cupcake de frambuesa, Bella! – Mi rubia me chilló. – ¡Es mío!
Riéndome entre dientes le contesté. – Tranquila, Barbie diabólica, solo voy a comerme el mío y los demás os lo daré luego a la tarde.
–Eso espero, porque se me ha hecho la boca agua ante la maldita imagen que me has mandado. ¿Te haces una idea de lo hambrienta que estoy? Por dios, Bells, eres una bruja.
–Voy a ser más mala aún. – Mientras hablaba tomé el pastel de mango y le di un buen bocado a la parte superior con glaseado. Gemí de placer cuando el sabor explotó en mi lengua y casi tengo un orgasmo por lo sabroso que estaba.
–¡Traidora! ¡Maldita seas, Hellbell! – Rosalie gritaba al otro lado del teléfono. – Esta sí que no te la perdono.
Comencé a reírme a carcajadas cuando me tragué el trozo. Era muy divertido hacer rabiar a Rose.
–Vamos, vamos. Sabes que no vas a poder estar enfadada conmigo por mucho tiempo. – Le dije suavemente. – Me amas hasta el infinito y más allá.
–Al infinito sí que te voy a mandar un día de estos en un cohete sin posibilidad de regreso. –Refunfuñó.
–Espero que al menos cuides de mi Zoe, Rubia.
Sabía que ese era el punto flaco de mi chica y que en estos momentos estaba haciendo una mueca porque mi comentario la había ablandado.
–Te odio, HellBell. – Declaró finalmente. – ¿Solo te ha dejado los cupcakes o te ha dejado una nota al menos?
–Sí, había una nota en la caja también. – Le dije molesta. – Nos pide perdón por lo del otro día y nos ofrece los pasteles a modo de disculpa.
–El hombre puede intimidar bastante pero hay que reconocer que es un gesto adorable por su parte. – Rosalie suspiró soñadora.
–¡Ah, no! ¡Esto sí que no lo consiento! – Resoplé. – No te vayas al lado oscuro de la fuerza, Rubia. No caigas en su trampa. McCarty es un arrogante y un idiota. Nada de adorabilidad para él.
–Bella… – Me regañó Rosalie. – No seas mezquina con esto.
–Pero os habló mal a ti y a los niños. Y sabes que eso no lo consiento. – Comencé a protestar.
–Y se ha disculpado por ello, Bella. El hombre sabe que se equivocó. – Su tono era contundente y sabía que Rose no iba a cambiar de opinión. – Mi perdón lo tiene. Además de que el café Erin es mi favorito y por nada del mundo pienso dejar de ir.
Hice una mueca porque sabía que mi chica no iba a cambiar de opinión al respecto y que sería una batalla perdida intentar convencerla de que McCarty era un idiota. Rosalie era demasiado blanda de corazón, por suerte para ella yo tenía genio para dar y regalar por parte de las dos.
Suspirando le contesté: – Está bien. Ya volveremos a ir la semana que viene a la cafetería. – Rose gritó de alegría. – Pero lo hago solo por vosotros.
–En el fondo eres un cachito de pan, Bells. – La escuché reírse. – Yo lo sé y tú lo sabes.
–Shh, eso es un secreto de estado. Ni se te ocurra decirlo en voz alta delante de gente. – Rosalie y yo comenzamos a reír. – Luego nos vemos, Rose. Tened cuidado en el camino.
–Niña sobreprotectora.
–Rubia alocada.
–Te quiero, Bella. – La voz de Rose era un suave susurro haciendo que mi garganta se cerrara.
–Y yo a ti.
Colgué y me senté en el banco junto a la caja blanca. Miré los cupcakes y volví a tomar el que estaba mordisqueado para acabar con él y borrar el nudo en la garganta.
Cuando Rose me decía que me quería siempre me pasaba. Las muestras verbales de afecto no eran lo mío y normalmente me desbordaban un poco. Desde que Zoe nació intenté remediar eso y con ella me era fácil decirlo y hacerlo; los niños deben escuchar que sus padres lo quieren y también demostrárselo y cada día lo intentaba. Nunca escuché de mi madre un te quiero y eso, después de tantos años, sigue causando un vuelco en mi pecho.
Sacudí la cabeza para alejar los malos recuerdos y me comí el cupcake con toda el hambre que me dominaba. Todo lo bueno siempre se acaba pronto y una vez que me terminé el pastel de mango quise llorar de pena por no tener otro a mano, así que me armé de valor y cerré la caja con los otros cuatro cupcakes y los guardé en mi taquilla.
McCarty había ganado más de un punto con este gesto y debía reconocer que el juego se había más o menos igualado. Choqué mi frente contra la puerta de la taquilla con pequeños golpes de manera repetitiva ya que la idea de dejar que este hombre ganara terreno con Rose y los niños no me hacía nada de gracia; parecía que todo el mundo se estaba confabulando para ponerse de parte de él.
Suspirando, salí de los vestuarios y volví a centrarme en el trabajo. Aun me quedaban unas cuantas horas más para poder salir y reunirme con mi Zoe y los demás. Tenía ganas de verlos devorando los dulces. Sonreí ante el recuerdo de los niños con la cara embadurnada por los cupcakes y cómo trataban de darnos besos pegajosos a Rose y a mí. Ese día Garrett nos acompañó a echar el día en el parque y se divirtió haciéndonos fotos sin parar. Ojalá mi amigo tuviera más tiempo libre en el trabajo para estar con sus hijos y su mujer.
Mientras caminaba de regresó a la sala de observación pensé en una idea para que Rosalie y Garrett tuvieran una noche en pareja ellos dos solos. Me reí ante el plan de quedarme con los traviesos Peter y Charlotte. Y de esta guisa me encontró Alec, que sonrió divertido al verme en las nubes.
Sí, mi jefe entendía mi locura. Y por ello, era mi favorito. No como el jefe de ojos grises y rasgos duros que era dueño de mi cafetería predilecta…
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Miré a lo lejos a los niños jugar en los toboganes mientras estaba sentada esperando a que Rose llegara con nuestros hijos. Estaba impaciente por verlos y necesitaba abrazar a mi niña, aún no había podido borrar del todo ese malestar que seguía clavado en mi corazón como una espina. Zoe era la única capaz de desterrar los malos recuerdos.
Mi pequeño sol.
–¡Tía Bella! – Peter chilló a lo lejos al tiempo que sacudía su brazo efusivamente.
Me reí cuando los divisé corriendo a él y a su hermana por el camino de tierra hacia donde yo me encontraba. Charlotte llevaba su pelo rubio recogido en dos trenzas, las cuales botaban a cada zancada que daba, con un vaquero y una sudadera rosa; se veía adorable y sus mejillas estaban sonrosadas por el esfuerzo. Peter seguía de cerca a su hermana, corriendo con los brazos estirados como si fuera un avión; sonreía hacia a mí con su pelo un poco más oscuro que el de Charlotte todo de punta en diferentes direcciones y vestido más o menos igual que su hermana salvo que su sudadera era azul.
Me levanté de mi asiento y los esperé de rodillas para recibirlos en un cálido abrazo. Los dos hijos de Rose me abrazaron efusivamente y me dieron besos en la mejilla mientras reían entrecortados.
–¡Mami dice que tienes algo para nosotros, tita! – Charlotte me miraba con los ojos brillantes. – ¿Qué es? ¿Qué es?
Me reí ante su entusiasmo. – Si te lo digo… Ya no sería una sorpresa, ¿verdad?
–¡Pero yo quiero saber qué es! – Protestó con los mofletes hinchados. – Y Pit también.
–Sí, tía Bella. Yo también quiero saber. ¡Por fa! ¡Por fa! – Peter imploró con sus manos entrelazadas entre sí dando pequeños saltos.
–¡Por fa! ¡Por fa! – Su hermana se unió a sus ruegos y yo no pude evitar reírme mientras me levantaba y tomaba de los brazos de Rose a mi hija justo cuando llegaron a nuestro lado.
–Hola mi amor. – Le di besos por toda su cara y mi hija rio risueña.
–Hola mami. – Sus pequeños brazos envolvieron mi cuello y enterró su cara en él.
Hundí mi rostro en su cabello castaño y aspiré su aroma de bebé. Esto era paz. Y la oscuridad en mi pecho se difuminó totalmente.
–Dime que los has traído, Bella. Por favor, por favor. – Rosalie me imploró haciendo un puchero tal y como su hija estaba haciendo.
Riéndome de su expresión, alcé el rostro y la miré fijamente. – Están en mi bolso. Cógelos.
Los ojos de Rosalie brillaron ilusionados mientras se acercaba al banco y rebuscaba en mi bolso. Cuando sacó la caja blanca Peter y Charlotte se acercaron a ella con la curiosidad desbordando de sus pequeños cuerpos. Su madre abrió el paquete y los tres chillaron emocionados al ver los cupcakes.
–¡Mira Pit! ¡Mira! Son los pasteles que nos gustan. – Charlotte gritaba eufórica a la vez que daba saltos sin parar.
–¡Me pido el de chocolate! ¡Es mío! – Peter se lanzó a por el cupcake en cuanto su madre le ofreció la caja.
–Chicos calmaos. – Rose trató de apaciguarlos, aunque era algo en vano. – Parece que no os hubiera dado de comer en un mes. – Resopló.
–Pero, mami, es que están tan buenos. – Charlotte la miró implorante. Y se sentó en el banco cuando su madre le dio su pastel de fresa.
Riéndome ante la imagen de los niños devorando los dulces, me senté junto a ellos y coloqué a mi hija en mi regazo. Rosalie se acercó a nosotras y me dejó tomar el pastel especial de Zoe.
–Mami, hambe. – Zoe miraba golosa el cupcake mientras se tocaba su barriguita en círculos. Rose se rio del gesto y revolvió los suaves rizos de mi hija antes de ponerse a comer su pastel.
Tomé un trozo y se lo di a mi hija. Ella comía despacio, como si estuviera degustándolo, y sus labios se llenaban de glaseado pegajoso. Me reí cuando abrió la boca para que le diera más. La luz del flash me hizo alzar la cabeza para enfocar a mi amiga que tenía su móvil en la mano.
–Os veis tan adorables, Bells. – Ella nos miró enternecida. – No he podido resistirme.
Asentí con la cabeza de acuerdo con ella, tomando nota mental de pedirle luego la foto.
–Y bueno, – Dije después de un prolongado silencio en el que los demás engullían su cupcake. – ¿cómo ha ido el día?
Peter y Charlotte me contaron sus andanzas con pelos y señales, haciendo reír a su madre cuando trataban de enmascarar una travesura o cuando uno mandaba a callar al otro porque casi revelaba un secreto. Cuando acabaron fue el turno de Rose, haciéndome saber también cómo estuvo el día de mi Zoe.
La tarde pasó entre charlas y risas. Los niños jugaron en los columpios y toboganes mientras su madre y yo los vigilábamos. Zoe era más tranquila y solo estuvo jugando un rato hasta que se cansó y se acurrucó en mis brazos. Fue divertido y el ambiente estaba cada vez más animoso por la llegada de la primavera. Pronto habría flores adornando la hierba y el clima sería más caluroso.
No dejé pasar la oportunidad y le comenté a Rose la idea de quedarme una noche con los niños para que ella disfrutara un tiempo a solas con Garrett. Supe que acerté cuando los ojos de mi amiga brillaron ilusionados a la vez que una pequeña sonrisa pícara emergía en su boca.
Sí. Sin duda la noche del viernes iba a ser una gran odisea.
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Por fin era jueves, y eso significaba que me tocaba encargarme de los animales que teníamos alojados con nosotros. Después de que Rose me dejara en la puerta de la clínica como cada mañana y que saludara a Angy, me dirigí a los vestuarios y me cambié al uniforme de trabajo para salir entusiasmada hacia el área de cuidados.
La mañana pasó rápidamente mientras verificaba las fichas de los pacientes y los revisaba, examinando que todas sus necesidades estuvieran cubiertas. Pasaba un rato con cada uno, dándoles mimos y jugando con ellos en lo que sus condiciones físicas lo permitían. Me sabía mal verlos ahí, alejados de sus dueños, así que siempre trataba de hacerlos un poco más felices para que su estancia fuera más llevadera.
Cuando llegó el turno del enorme san Bernardo, me entretuve un poco más de la cuenta. Keenan era demasiado adorable y me generaba una gran ternura.
–¿Cómo se encuentra hoy el pequeño gigante? – Le pregunté al tiempo que abría su jaula y me arrodillaba frente a él.
Keenan había alzado su enorme cabeza y había comenzado a mover la cola efusivamente de un lado a otro.
–Veo que ya estás mucho mejor. – Me acerqué a él y comencé a acariciarlo detrás de sus orejas. – ¿Te gusta verdad? Claro que sí. – Besé su cabeza y el perro me lamió el cuello.
Me reí por las cosquillas que me hizo y seguí acariciándolo divertida. – Eres un oso grande y adorable. Nada que ver con tu dueño, que es un malhumorado y un mandón. – Keenan volvió a lamerme, pero esta vez en la mejilla y como respuesta lo acaricie más efusivamente. – No, no. No eres para nada como él. Tú eres un amor y él es un gran hombre gruñón.
–Ya veo que me tiene en muy alta estima. – Una voz grave afirmó tras mi espalda.
Mi corazón dio un vuelvo por el susto y giré la cabeza para ver de quién se trataba. Allí en la puerta se encontraba el señor McCarty con los brazos cruzados y una ceja alzada, mirándome entre divertido y molesto.
Sentí mis mejillas sonrojarse y quise que la tierra me tragara. No sabía cuánto habría escuchado pero estaba claro que lo último sí que lo había oído. Lo miré y me fijé que hoy llevaba un atuendo más informal. Vestía unos vaqueros azules con una camiseta blanca, una chaqueta de cuero negra y en sus pies unas botas del mismo color.
Era un hombre muy alto, seguramente que casi medía los dos metros, y su cuerpo era firme y fuerte por todas partes. Su rostro estaba cincelado por rasgos duros, con una barbilla cuadrada y una nariz recta; sus pómulos eran marcados y sus mejillas estaban cubiertas con una barba de varios días. Lo que más me impactó fueron sus ojos. Grises, tan grises como una tormenta en pleno otoño. Parecían como plata fundida y me miraban tan fijamente que sentí mis mejillas arder aún más.
–¿Ha terminado con la inspección, señorita Swan? – Me preguntó presumido.
Le fruncí el ceño disgustada ante su tono jocoso, aunque con quien verdaderamente estaba disgustada era conmigo misma. ¡Me había quedado embobada mirándole!
¡Pero qué demonios!
–Solo trataba de descifrar con qué humor venía hoy, señor McCarty. – Le respondí secamente.
Miré al enorme san Bernardo y seguí acariciándolo. – Mira quién ha venido, pequeño Keenan.
El animal se había olvidado completamente de mí y miraba a su amo inquieto. Escuché como el dueño del Erin se acercaba hacia nosotros y sentí como se agachaba junto a mí. Mi corazón latió desbocado por su cercanía. El maldito hombre olía demasiado bien, como a café, a madera y a menta recién cortada. Una extraña combinación que me gustaba.
Me moví unos centímetros hacia el otro lado, tratando de poner distancia entre este hombre, que revolucionaba mi cordura, y yo. Él estaba tan absorto acariciando a su perro que no se dio cuenta y si lo hizo no dijo nada.
–¿Cómo está mi pequeño Oso? – Le preguntó a Keenan mientras lo arrascaba detrás de las orejas tal y como había estado haciendo yo hacía apenas unos instantes. – ¿La señorita fiáin te está cuidando bien?
Lo miré con el ceño fruncido. Me molestaba que pensara que no estaba haciendo bien mi trabajo y más cuando resultaba que tenía cierta predilección por su perro. Y otra vez ese maldito mote.
Mordiéndome la lengua para no responderle con algo soez, me levanté y me dispuse a rellenar el comedero de otro de los pacientes. McCarty seguía hablando con su perro al tiempo que lo acariciaba. Yo trataba con todas mis fuerzas no girarme para verlos, no quería que el hombre me pillara mirándolo otra vez. Ya tenía suficiente con haber sido atrapada una vez.
–¿Le gustó el cupcake de mango, señorita Swan? – Pegué un pequeño salto cuando escuché mi nombre de sus labios. Su voz grave y un poco ronca ponía mis nervios a flor de piel.
–No me lo comí. – Le miré por encima del hombro. – Lo tiré a la basura. – Le sonreí malévola.
El hombre me miraba de rodillas desde el suelo con las cejas alzadas y la comisura de sus labios ligeramente ladeada. – ¿De verdad hizo eso, señorita Swan? Porque tengo entendido que lo devoró por completo. No dejó siquiera una miga.
Mi sonrisa desapareció y le fruncí el ceño. ¿Cómo demonios se había enterado que había engullido el pastel? Quizás trataba de engañarme haciéndome caer en una trampa.
–Pues siento decirle que sus informantes se han equivocado. En cuanto vi la caja y supe que era de usted la tiré. – Puse mis brazos en jarra a la vez que alzaba mi barbilla de manera orgullosa.
McCarty se levantó del suelo y se acercó a mí con paso seguro. Era un hombre con un aura segura y arrogante, que podía intimidar si uno no se atrevía a plantarle cara. Así que, armándome de valor anclé mis pies en el sitio y cuadré mis hombros desafiante.
Cuando me alcanzó tuve que levantar aún más la cabeza para no apartarle la mirada. Él pareció darse cuenta y sus labios se curvaron divertidos.
–¿A sí? ¿Entonces su amiga me ha engañado? – Metió sus manos en los bolsillos de los vaqueros.
–¿Rosalie? – Le pregunté extrañada. ¿Se podía saber cuándo habían hablado estos dos?
–Sí, la chica rubia. Fue esta mañana a la cafetería a encargar una tarta. – Sus ojos grises tenían un brillo travieso a ver que él sabía algo que yo no. – Me agradeció por los cupcakes y me dijo que te había encantado el de mango.
¡Maldita fuera Rosalie y su bocaza! Me había vendido al enemigo sin avisarme siquiera. Hice una mueca disgustada. Había sido pillada y todo gracias a mi Barbie diabólica.
–Su silencio me dice que llevo razón, señorita Swan. – McCarty se inclinó un poco y su rostro quedó a unos centímetros del mío. – No está bien mentir, fiáin.
Y entonces sopló contra mi nariz haciendo que saltara sorprendida. McCarty empezó a reírse entre dientes ante mi reacción y volvió a alzarse en toda su estatura.
Cuando salí de mi estupor crucé mis brazos y lo miré ceñuda. – Y si me lo comí, ¿qué pasa? ¿Algún problema, McCarty?
–Para nada, Swan. – Me miró divertido. – Solo quiere decir que aceptas mis disculpas.
No sabía qué decir, por primera vez en años me había quedado muda. Este hombre era peligroso. Demasiado peligroso para mi bienestar.
–¿Tregua? – Sacó la mano de su bolsillo y la alargó esperando a que la estrechara.
Renuente la tomé y sentí como una corriente eléctrica recorría mi piel desde la unión de nuestras manos hasta todas las partes de mi cuerpo. Mi corazón tronó acelerado y mis ojos se abrieron cuando vi la mirada de sorpresa en el gran hombre que tenía mi mano agarrada. A él también le había pasado lo mismo.
Saliendo de mi estupefacción traté de soltar mi mano pero McCarty afianzó el agarre impidiéndome escapar de las sensaciones.
–Me gustas, señorita Swan. – Su voz ronca se había convertido en un susurro íntimo. Se volvió a agachar y sus ojos hipnóticos esclavizaron a los míos. – Y tengo la intención de cortejarte.
Abrí los ojos como platos ante su declaración. ¿Qué locura estaba diciendo este hombre? ¿Cortejarme? ¿Qué yo le gustaba?
Levantó nuestras manos y depositó un beso en mi muñeca, provocando que todo mi cuerpo se estremeciera ante el contacto de sus labios contra mi piel.
Y todo ello sin dejar de mirarme.
McCarty me soltó y se dirigió hacia la puerta. Justo después de abrirla, me miró por encima del hombro y me dijo:
–Prepárate para jugar, fiáin.
Y entonces salió por la puerta dejando mi cabeza echa un mar de dudas.
¡Dios mío! Madre mía con Emmett. Creo que Bella va a tener que ir preparándose para lo que le espera.
Quería dar las gracias a todas las chicas que le dieron a seguir y a favoritos a la historia. Mil gracias a las chicas que comentaron, eso fue todo un detalle.
Como dije arriba tengo que comentaros algo. Quiero ser sincera con vosotras y quería deciros que me siento un poco desilusionada. Estaba muy emocionada cuando publiqué el primer capítulo, ansiosa por ver vuestras reacciones y cuando vi que solo unas pocas chicas lindas me dejaron su opinión me desanimé. Comencé a replantearme la historia, de si no os había gustado, si os había parecido flojo o cualquier otra cosa. Entiendo que muchas veces se esté ocupada y no podáis dejar vuestra opinión pero entended que es mi única manera de saber si os gusta lo que escribo o no. No quiero que os sintáis presionadas ni nada, pero quería ser sincera con vosotras y deciros que me desilusioné con respecto a escribir esta historia cuando no vi una respuesta en vosotras. Quizás exagero pero me sentí así.
Gracias por los comentarios a: conitarinconer1, Silas Whitlock, DanielaSalvatore, helenagonzalez26-athos, shamyx, Roxy Sanchez, Coni, Ire 2.0
Nos leemos pronto.
