Tercer capítulo del gran hombre y mi bruja. Esta vez vamos a disfrutar desde el punto de vista de Emmett. Sé que muchas querían un capi así. Espero que lo disfruten. ¡A leer!
La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.
CAPÍTULO 3
Emmett
A primera hora del viernes me dirigí hacia la consulta del veterinario para la revisión de Keenan. Mi muchacho seguía ingresado y hoy veríamos si su estado era el adecuado para darle el alta. Estaba ansioso por ello, la casa sin él era demasiado silenciosa y echaba de menos verlo tumbado en la alfombra frente a la chimenea.
Paré el coche cuando el semáforo se puso en rojo y miré al asiento del copiloto. Llevaba una bandeja con un café recién hecho y un pastel de hojaldre con chocolate para la señorita Swan. No había logrado sacármela de la cabeza desde la primera vez que la vi en el Erin; me gustó que me plantase cara cuando me comporté como un idiota injustificado y esa naturaleza fiera que gobernaba en su curvilíneo cuerpo cada vez que nos habíamos visto había aumentado aún más mi interés por ella.
Isabella Swan era una mujer hermosa, con un cabello castaño largo y rizado – tan salvaje y rebelde como su dueña – y unos enormes ojos marrones llenos de secretos que descubrir. No era una mujer bajita, pero comparada conmigo seguía siendo un pequeño ratón sexy y listo para ser cazado. Lo que más me atrajo fue su boca inteligente, Swan era una mujer con cerebro y ese, sin duda, era mi talón de Aquiles.
Poniendo en marcha de nuevo el coche cuando el semáforo cambió de color, continué divagando respecto a la mejor manera de acercarme a ella. Mi fiáin era una chica fuerte y decidida a la par que bastante testaruda y si quería tener una oportunidad con ella debía andar con pies de plomo y ser lo más sutil mientras me acercaba a ella sin que lo supiera.
Había investigado un poco, preguntando a mis chicos de la cafetería sobre Swan y su amiga. Eran unas de sus clientas favoritas, llevaban unos pocos años yendo y siempre los habían tratado con respeto y cariño. La chica rubia estaba casada y tenía a dos chicos rubios mientras que Isabella nunca la habían visto con un hombre y tenía una hija de tres años. Decir que me alegré cuando supe aquello puede sonar ruin pero era la pura verdad. Quería tener el camino totalmente libre y eso me permitiría cortejarla sin distracciones.
Con un suspiro cansado aparqué el coche en el estacionamiento junto a la clínica y entré. La chica que estaba en recepción alzó su cabeza por encima del mostrador cuando escuchó la campanilla y me sonrió al reconocerme.
–Buenos días, señor McCarty. Ha llegado un poco antes de lo esperado.
–Buenos días, señorita Webber. – La miré alegre. – ¿Sabes si la señorita Swan está por aquí? Traigo algo para ella.
Angela miró la bandeja que sostenía con ojos brillantes al tiempo que una pequeña sonrisa emergía en su boca. La chica de cabello negro y liso parecía ilusionada con mi interés por su amiga.
–Bella está en una de las salas preparando todo para hoy. Si lo desea, puedo llevárselo mientras espera aquí a su cita, señor McCarty. – Dijo mientras se ponía de pie.
–Si no te importa, Angela, me gustaría dárselo yo. – Le ofrecí mi sonrisa daleada, esa que según mi hermana Alice dejaba a todas las chicas noqueadas y hacía que consiguiera todo lo que yo quisiera. – Así evito que lo tire como hizo con el cupcake, ¿cierto?
La señorita Webber se sonrojó y miró sus manos entrelazadas de manera culpable. Sabía que Isabella se había comido el pastel aunque Angela me dijo la tarde pasada cuando fui que lo había tirado a la basura. Estaba seguro que Swan la había incitado a que me lo dijera y eso me dejaba aún más claro que Isabella había pensado en mí y en diversas maneras de molestarme.
Entretenido por la actitud de la chica, me acerqué hasta el mostrador y la miré. – ¿Entonces, Angela? ¿Puedo ir a ver a la señorita Swan?
–Sala cuatro, a mitad de ese pasillo. – La señorita Webber me miró sonrojada y luego sonrió. – Ese café le vendrá muy bien. Hoy llegó de mal humor porque no le dio tiempo a desayunar en su casa.
–Gracias por el aviso. – Le contesté divertido. – Trataré de no sacarla mucho de quicio.
Me giré y me encaminé hacia el pasillo mientras escuchaba reír a mis espaldas a la señorita Webber. Cuando llegué a la sala abrí la puerta con la mano que tenía libre y no pude evitar quedarme allí plantado cuando vi a Isabella. Estaba de rodillas con el culo en pompa buscando dentro de un armario, que había debajo del lavabo, quién sabe qué a la vez que gruñía improperios y maldiciones.
Esa agradable visión hizo que mi entrepierna se endureciera ligeramente ante la idea de acariciarla y marcarla en esa postura mientras me introducía en ella con toda la calma del mundo. Ahogando un gemido, tosí fuerte y me apoyé sobre el marco de la puerta.
–Bonitas vistas, señorita Swan. – Le dije con la boca seca.
Mi fiáin pegó un pequeño brinco y sacó su cuerpo del mueble para girarse y mirarme con el ceño fruncido.
–¿Tiene como hobby asustar a indefensas mujeres mientras están haciendo otras cosas, señor McCarty?
Riéndome, le contesté: – ¿Indefensa? No tienes nada de indefensa, señorita Swan. Y quizás sorprenderla sí se está volviendo un pasatiempo divertido.
Sus suculentos labios se apretaron en una dura línea cuando recalqué la palabra "sorprender", haciendo que deseara acercarme a ella y mordisqueárselos hasta que dejara de tener esa expresión obstinada.
Cerré la puerta de la consulta y me aproximé a la mesa de observación con el café y el dulce en la mano mientras que Isabella se levantaba del suelo y se acercaba a la mesa también, dejándola en medio de nosotros como un pequeño escudo de seguridad. Levanté la ceja intrigado por ese pequeño gesto cobarde y me reí cuando las aletas de su pequeña nariz se dilataron molestas por mi arrogancia.
–Veo que me tienes miedo, Swan.
–¿Miedo yo? ¿A ti? – Alzó su barbilla de manera orgullosa. – ¡Ni en sueños!
Riéndome de su actitud, levanté la taza de plástico de café y la acerqué a su nariz. Complacido al ver que no se retiraba, le sonreí.
–Te he traído café y un pastel.
Su boca se abrió sorprendida y sus ojos se agrandaron cuando miró hacia la bandeja y se encontró con el pastel de hojaldre y chocolate.
–¿Para mí? – Su voz sonó pequeña y adorable a la vez que un tanto asustada. Y eso me hizo pensar que Isabella no había sido receptora de muchos mimos a lo largo de su vida.
Apreté mi sonrisa para evitar fruncir el ceño disgustado ante esa idea. No me gustaba pensar que mi fiáin no había sido querida.
–Sí, es para ti. – Le dije con total sinceridad. No quería ninguna duda al respecto. – Hice el pastel esta mañana y el café justo antes de salir.
Isabella me miró aún más sorprendida, dejándome ver en esos enormes ojos cuan vulnerable podría llegar a ser. Solo fue durante una milésima de segundo pero fue suficiente para saber que debería tener cuidado para no dañarla.
Su expresión se tornó desconfiada y se alejó ligeramente de mi mano. – ¿Qué es lo que quieres a cambio?
Bajé la taza de plástico y la miré seriamente. No tenía pensado exigirle nada por ello pero quizás podía dar un pequeño avance hacia lo que quería.
–Algo muy sencillo. Aunque no sé cuánto estarías dispuesta a darme por este cappuccino con doble de espuma y chocolate espolvoreado por encima. – Le sonreí entretenido.
Isabella frunció el ceño y cruzó los brazos bajo su pecho. – Eso es chantaje, McCarty.
–¿Y? – Le pregunté a la vez que me inclinaba sobre la mesa. – Nunca dije que jugaría limpio, Swan.
Isabella suspiró derrotada y descruzó sus brazos para apoyar las manos en la mesa. – Dime lo que quieres.
–Quiero mi nombre en tus labios.
Quería escuchar cómo me llamaba. Había fantaseado con mi nombre en su boca mientras tocaba su cuerpo de manera lenta y concisa.
Isabella abrió los ojos espantada. Estaba claro que no se esperaba esta petición lo cual me hizo sonreír.
–Eso no es… – Ella empezó a responder pero se detuvo cuando rodeé la mesa y apenas unos centímetros separaban nuestros cuerpos.
–¿No es…? – La apremié a continuar.
–Ético. Sí, eso es. – La mujer con el cabello salvaje que intentaba ser domado por una trenza meneó la cabeza de un lado a otro. – No es ético que nos tuteemos. Eres un cliente de la clínica y nuestra relación debe ser estrictamente profesional.
La señorita Swan tenía una pequeña sonrisilla de suficiencia bailando en su dulce boca, como si pensara que había ganado por ser una listilla. Era inteligente y rápida, pero estaba jugando con un hombre implacable y determinado. Y no pensaba ceder en este juego. Al menos, no en el inicio.
Me incliné hasta igualar la altura de nuestros ojos y la miré fijamente, observando cómo se le dilataban las pupilas y su respiración se aceleraba. Complacido por ver que no era inmune a mí, acorté la distancia y le dije:
–Vamos, Swan. ¿No te tienta el aroma a café recién hecho? ¿No quieres saber cómo suena tu nombre dicho por mí? – La incité. – ¿O es que no te atreves?
Y di en el clavo.
La señorita Swan aspiró fuerte y alzó su barbilla de manera arrogante lo que causó que su nariz rozara la mía en una leve caricia, como el suave aleteo de una mariposa.
–Emmett. – Susurró.
Apreté las manos, intentando contenerme de agarrarla por la cintura y sentarla a la mesa para después besarla hasta volvernos locos de deseo.
–Emmett. – Isabella repitió mi nombre y su aliento golpeó contra mi boca.
Me acerqué un poco más a ella y el calor de nuestros cuerpos se entrelazó como en una danza caliente. Tenía la boca seca y el fuego danzaba por mis venas. Lamí mis labios y Swan los miró con un deseo salvaje. Ella también estaba afectada por la situación y su pecho subía y bajaba aceleradamente en busca de aire.
–Emmett. – Volvió a decir. Su voz sonaba como la de una sirena cantando para atraerme hacia el desastre. Un desastre hermoso y abrasador. – Dame. Mi. Café.
Y ahí fue cuando la maldita mujer rompió la burbuja y se separó de mí para tomar el dichoso cappuccino y beber de él como si fuera la bebida más maravillosa del mundo. Sin poder contenerme, gruñí molesto y me alcé de nuevo en toda mi estatura. La señorita Swan se reía tras la taza mientras me miraba divertida.
–¿No era que te gustaba jugar, McCarty?
–Esto no es divertido. – Le murmuré entre dientes. Todo mi cuerpo estaba en tensión y mi maldita erección se clavaba contra la cremallera de los vaqueros de una manera para nada agradable.
–¿No? Pues yo pienso que sí. – Riéndose, agarró el pastel de hojaldre y le dio un buen bocado mientras me miraba con ojos traviesos.
Aspiré fuerte a la vez que fruncía el ceño en su dirección. Swan sabía jugar. Y era malditamente buena.
Antes de que pudiera responderle, la puerta blanca de la consulta se abrió y el doctor Vulturi entró observando los informes de su carpeta. Al azar la vista miró alternativamente entre Swan y yo. Nos sonrió y se acercó a mí para estrechar la mano.
–Buenos días, señor McCarty. Ha llegado un poco antes de lo previsto. – Cuando me soltó la mano se giró hacia fiáin. – Buenos días, Bella. Ya veo que te pillo desayunando.
–Tenía algún asunto que comentar con la señorita Swan. – Le respondí antes de que Isabella acabara de tragarse el bocado de pastel y contestara.
–¿Oh? – El doctor se colocó las gafas bien y dejó la carpeta en la mesa. – ¿Ya se conocían de antes?
–No.
–Sí.
Isabella y yo respondimos a la vez y Vulturi rio divertido.
–Ya veo. Aunque será mejor que se pongan de acuerdo para contestar la próxima vez.
Isabella me frunció el ceño y yo le sonreí, retándola con la mirada a decir algo más respecto a nosotros. Ella bufó y dejó la mitad de su desayuno en la encimera de color negro, junto al lado del fregadero, antes de dirigirse a la puerta.
–Iré a recoger a Keenan. – Me miró por encima del hombro y en sus ojos bailaba la travesura. –Estoy segura que tendrá ganas de verlo, señor McCarty.
Esa maldita mujer testaruda iba a ser mía. Estaba seguro que nunca más sería capaz de vivir sin esa boca descarada suya.
Bufé molesto y el doctor Vulturi me miró divertido.
–Veo que Bella y usted se llevan muy bien. – El doctor se abotonó la bata y echó hacia atrás los cortos mechones de su pelo rubio. – Espero que la trate bien, señor McCarty.
Sorprendido por el tono paternal en su voz así como esta repentina conversación, alcé una ceja en su dirección y crucé mis brazos. – Nunca escuchará lo contrario, Vulturi. Ella sabe defenderse muy bien sola.
–Claro que lo hace. – Todo rastro de diversión había desaparecido de sus facciones. – Bella tiene la fuerza de un huracán tempestuoso. – Terminó de decir mientras metía sus manos en los bolsillos de su bata blanca.
–Si tiene algo que decir, dígalo sin rodeos. – Le espeté. – Aunque no creo que sea de su incumbencia con quien salen sus empleados.
–No, no lo es. Pero sí cuando son mis amigos. Y Bella lo es. – Sus ojos azules me miraban serios y todo su cuerpo denotaba tensión. – Es mi amiga y no quiero que le hagan daño. Si se lo hace, se las verás conmigo ¿está bien?
Lo miré entretenido y sorprendido a la vez. Yo era casi el doble de su tamaño y estaba claro que en una confrontación el no sería declarado vencedor. Aun así, este hombre se había plantado frente a mí y me había exigido que no lastimara a su amiga. Merecía mi respeto y me alegraba saber que Isabella tenía buenos amigos que velaban por ella.
–Tiene mi palabra, Vulturi. No le haré daño a Swan.
El doctor fue a abrir la boca para responderme pero la puerta volvió a abrirse. Isabella traía a Keenan y todo lo demás pasó a un segundo plano.
–¡Pero mira a quién tenemos aquí! – Swan acarició la cabeza de mi perro. – Mira, Keenan.
Me acerqué a ellos y me arrodillé para acariciar a mi perro. Mi Oso comenzó a lamerme la cara y no pude evitar reírme ante su entusiasmo. Lo mimé tras las orejas y el cuello y alcé la vista para ver a Isabella junto a nosotros con los ojos sorprendidos y sus mejillas sonrosadas.
El doctor Vulturi tosió tras nosotros y ambos salimos del estado de ensoñación. Swan se acercó a la mesa y yo me levanté con mi perro en brazos para colocarlo sobre ella.
–Vamos a revisar a este chiquitín. – Vulturi se colocó unos guantes de látex y cambió su actitud a una más profesional. – Si todo está bien, podremos darte el alta, Keenan.
Vulturi revisó a mi Oso concienzudamente bajo la atenta mirada de Isabella y mía. Pareció tener lugar una eternidad hasta que el doctor sonrió y me miró.
–Parece ser que todo está bien. Podrá llevarse a Keenan con usted, señor McCarty.
Suspiré aliviado y acaricié a mi perro. El doctor se quitó los guantes y firmó un documento de la carpeta antes de dárselo a Swan.
–Bella encárgate de finalizar la estancia de Keenan. – Ella asintió con la cabeza y se dispuso a terminar de rellenar el informe de manera eficiente.
Vulturi se dirigió a la puerta y justo antes de salir me miró y me dijo:
– Buena suerte, señor McCarty. La necesitará. – Riendo terminó de salir y cerró la puerta tras él.
Medio indignado medio divertido por el comentario me giré de nuevo a mi Oso. En el silencio de la consulta solo se escuchaba el sonido del bolígrafo al escribir Swan quién sabe qué en el dichoso documento que le daba la libertad a mi perro. Cada garabato hacia que mi paciencia se estuviera colmando ante la indiferencia de esta testaruda mujer.
Sin poder resistirlo más, me acerqué a ella y coloqué cada mano a los lados de su esbelto cuerpo. Su espalda se tensó y el bolígrafo por fin se detuvo. Aproximé mi boca a su oído e inspiré el delicioso aroma a vainilla que emanaba de su pelo.
–No es de buena educación que me ignores de esta manera después de haberte traído el desayuno, Swan.
Todo su cuerpo se estremeció y se giró entre mis brazos con el ceño fruncido antes de aplastar el documento en mi pecho. – Y no es de buena educación no cumplir con tu parte del trato, Emmett.
Empujó contra mi torso para tratar de moverme pero fue un movimiento en vano. No pensaba apartarme de ella después de conseguir que dijera mi nombre sin coaccionarla. Era demasiado tentadora.
Divertido por su pequeño enojo acerqué mi rostro al suyo, complacido al ver cómo sus mejillas se sonrojaban a cada centímetro que eliminaba de entre nosotros.
–Nunca rompo una promesa, fiáin. Nunca. – Sus dientes mordisquearon su labio inferior con nerviosismo. – Y espero que no hayas olvidado mi intención de cortejarte, Isabella.
Justo cuando dije su nombre rocé mi nariz con la de ella en una suave caricia. Casi me dieron ganas de ronronear como un maldito gato ante el sedoso tacto de su piel. Swan aspiró entrecortadamente y una de sus manos apretó en un puño la tela de mi camiseta.
Tuve que aunar todas mis fuerzas de voluntad para no tomar sus labios en un beso salvaje. Todo mi cuerpo se encontraba duro por la mujer entre mis brazos y su enloquecedor aroma. Esto no era solamente un juego o un pasatiempo, aquí existía algo de verdad y no pensaba dejarlo a un lado así como así. Isabella iba a saber lo que era ser conquistada y querida por un hombre de verdad.
Reprimiendo un gruñido de frustración, besé su mejilla y me aparté de ella. Tener que alejarme estaba siendo una de las cosas más duras que alguna vez había tenido que llevar a cabo. Isabella me miraba colorada y sorprendida, y podía asegurar que un poco indignada por mi atrevimiento, ¿pero qué más daba? Ella era una mujer testaruda y estaba más que seguro que nunca aceptaría la atracción que existía entre nosotros de manera fácil.
Tenía que tentarla, engatusarla, seducirla. Incitarla a explorar lo que había entre nosotros.
Sonriendo, me giré para coger a mi perro y salir de la sala antes de que perdiera todo el control con respecto a esa mujer valiente y cabezota.
–Que tengas un buen día, Isabella.
Miré por encima del hombro mientras abría la puerta y reí divertido cuando observé que Swan seguía quieta en el mismo sitio en el que la había dejado.
–Piensa en mí, fiáin.
Cerré la puerta tras de mí y reí a carcajadas cuando un pequeño chillido indignado sonó dentro de la habitación.
–¡Idiota! – Isabella gritó irritada.
Keenan me miraba como si estuviera loco y tiré de él hacia la recepción. Le mostré a la señorita Webber el impreso y ella me indicó todas las transacciones a llevar a cabo. En menos de cinco minutos todo estaba listo y llevaba a mi Oso hacia mi coche.
Por fin mi chico volvía a casa. Esto y el pequeño encuentro con Isabella me tenía en un buen estado de ánimo. Mientras conducía por la ciudad, sonó mi móvil con el peculiar tono de llamada de mi hermana. Colocando el manos libres, descolgué.
–¿Qué ocurre, pequeño Duende?
–Voy de camino a casa de la abuela, ¿te apetece uníterlos para desayunar? – Justo en ese instante, el claxon del coche de Alice sonó de manera estridente a través del teléfono. – ¡Imbécil! ¿Dónde te dieron el carné? ¿En una rifa? ¡Aprende a conducir!
Me reí entre dientes. Mi hermana era un pequeño demonio con el pelo corto en todas direcciones y el mismo color que yo. Sus ojos eran una mezcla entre grisáceos y azules y todo lo que le faltaba de estatura lo tenía de genio. Era una pequeña fiáin tal y como Isabella. Ellas dos se llevarían muy bien.
–No entiendo cómo cierta gente consigue el carné de conducir. – Gruñó enojada. – Bueno, ¿qué me dices, Em? ¿Vienes?
–Está bien, Duende. – Le contesté mientras maniobraba para cambiar la dirección de mi destino. – Tengo ganas de ver a mis dos chicas favoritas.
Alice rio enternecida. – Eres todo un adulador. Y suenas de muy buen humor. ¿Ha pasado algo interesante, hermanito?
Mi hermana tenía un sexto sentido, por así decirlo. Sabía cosas antes de que sucedieran y podía anticiparse a diversas situaciones con una habilidad sorprendente. Aún era demasiado pronto para compartir nada respecto a Swan, así que me decanté en comentarle acerca del estado de Keenan.
–Mi Oso ha sido dado de alta por fin, Duende. Ya lo voy a volver a tener en casa conmigo.
–¡Eso es genial, Em! No lo dejes en tu casa. Tráelo para que la abuela lo vea. La pondrá feliz.
–Lo acabo de recoger de la clínica y va conmigo en el coche. En diez minutos nos vemos, Alice.
–De acuerdo. Yo ya estoy aparcando en casa de la abuela.
Mi hermana colgó y el silencio volvió a reinar en el interior del vehículo. La casa de la abuela Didyme estaba casi a las afueras de la ciudad y pocas veces había mucho tráfico, por lo que llegaría bien de tiempo.
Vivía en una pequeña casita de color blanco con el tejado azul. La puerta y los marcos de todas las ventanas tenían también el mismo color. Tenía la típica verja blanca de madera y un coqueto jardín lleno de flores y gnomos. La casa parecía sacada de un cuento de hadas y todos los niños de la vecindad visitaban a la abuela con frecuencia en busca de galletas y mimos.
Suspirando anhelante ante la idea de comer algún par de galletas con doble de pepitas de chocolate aparqué detrás del coche monovolumen de mi hermana. Cerré mi puerta y bajé del asiento copiloto a Keenan. Mi Oso andaba impaciente por correr hacia la puerta pero lo contuve preocupado por la reciente operación que había sufrido.
Al acercarme a la puerta principal escuché las risas de mi familia en el jardín trasero, por lo que decidí darle la vuelta a la casa. En el porche se encontraban sentadas mi hermana y mi abuela en unas sillas blancas junto a una mesa repleta de dulces y pasteles.
Alice alzó el rostro por encima del hombro de mi abuela y me sonrió encantada.
–¡Pero mira quién llegó! El gigante de mi hermano.
Riéndome de su intento de burla, solté a Keenan de la correa y me acerqué a mi abuela por detrás. Me agaché y abracé sus hombros a la vez que dejaba un beso en su mejilla.
–Hola, mhaimeo.
La mejilla de mi abuela se arrugó cuando sonrió. Palmeó mis manos y se giró para devolverme el beso.
–Mi querido niño. Aun sigues llamándome así a pesar de que eres todo un hombre ya.
Me estiré y cogí una de las sillas para sentarme entre las dos mujeres. Agarré la mano temblorosa de mi abuela y la besé.
–Es por eso que soy tu favorito. – Le guiñé un ojo divertido haciendo reír a mi abuela.
–¡Eh! ¡Qué yo también la sigo llamando abuelita en irlandés! – La duende estaba acariciando sin cesar a mi perro. – ¡Y yo soy su favorita! ¿A que sí, abuela? – Alice me sacó la lengua molesta.
–Tan mayores y seguís siendo unos niños revoltosos. – Dijo Didyme meneando la cabeza, lo que causó que su corto cabello grisáceo se balanceara de un lado a otro. – A desayunar, no quiero que se enfríen las tostadas.
Tomé un par de tostadas y las unté de mantequilla y mermelada de arándanos para dárselas a mi abuela. Ella me sonrió agradecida y se dispuso a comer. Mientras tanto, Alice engullía una magdalena de chocolate y se embadurnaba toda la boca con el glaseado.
Me reí maliciosamente, haciendo que mi hermana me lanzara una mirada airada mientras trataba de tragarse el enorme bocado del dulce. Me gustaban estos momentos, eran felices y sin ninguna mancha de dolor por el pasado. Desde hace años habíamos sido solo los tres, la única familia que conocía y que quería conocer.
Keenan colocó su enorme cabeza sobre mi muslo, mirándome con ojitos de cachorro inocente y me carcajeé de su actitud. Mi muchacho sabía cómo camelar a la gente para conseguir sus objetivos y en estos momentos era conseguir unas cuantas lonchas de bacon fritas. Sobando su cabeza, cogí unas pocas tiras y se las di. Cuando terminó de devorarlas, porque fue lo que hizo, se alejó de mí para acercarse a las piernas de mi abuela y tumbarse junto a ella. Didyme le sonrió y me miró enternecida.
–Este enorme muchacho tuyo se parece demasiado a ti. Es todo un galán.
–Qué le vamos a hacer, mhaimeo. Es un McCarty de la cabeza a los pies. – Alcé las cejas de manera repetitiva.
Mi abuela comenzó a reír a carcajadas y sacudió la cabeza resignada por mi actitud. Adoraba verla reír, desde que murió mi abuelo parte de su corazón se había perdido así como su alegría. Sabía que cuando me miraba se acordaba de él. Era muy parecido a él, con los mismos ojos y casi las mismas facciones. A veces la pillaba mirándome con añoranza y me acariciaba la mejilla dulcemente antes de decirme:
La tormenta vive en tu mirada al igual que en la de mi Noah. Añoro que la tormenta me lleve.
Mis abuelos eran los compañeros más hermosos y únicos que alguna vez existieron en la tierra. Su unión era tan extraordinaria y sublime que nada se comparaba con ello. Cuando era pequeño me prometí a mí mismo que yo encontraría a una mujer que me mirara como la abuela Didyme miraba a mi abuelo y que yo haría lo necesario para conseguirlo.
Suspiré al recordar a Isabella. Esa mujer me gustaba y sabía que no iba a ser fácil llegar hasta su corazón pero no por nada mi abuela solía decirme que era su chico indomable y testarudo. Sonreí ante el recuerdo de esta mañana, riéndome tras la taza de café cuando pensé en Isabella diciendo maldiciones como un camionero con medio cuerpo metido en el armario.
Miré de reojo a mi hermana y ella me observaba con ojos suspicaces. Borré mi sonrisa y le fruncí el ceño.
–¿Qué? – Le pregunté tosco.
–Nada. Solo miraba esa sonrisilla traviesa que tenías dibujada en tu cara de bobo.
–Yo no estaba sonriendo, Duende. Te estás imaginando las cosas como de costumbre.
Sus cejas se arrugaron molesta por mi actitud y bufó exasperada antes de volver a centrar su atención en el desayuno.
–Solo tú consigues enojarla de esta manera, Emmett. Tienes un don con tu hermana. – La voz de mi abuela sonaba un poco a regaño pero al mirar sus ojos estos brillaban traviesos.
Riéndome, tomé la tetera y le eché un poco más de té en su taza. – Jasper también puede sacarla de quicio muy fácilmente. A veces incluso me supera.
Jasper era el marido de mi hermana. Un hombre serio y responsable que adoraba a mi hermana por encima de todas las cosas. Llevaban dos años y medio de casados después de estar unos cuantos de novios. El muchacho rubio tenía la carrera de psicología y cuidaba de Alice como si fuera la cosa más preciada del mundo. Cuando lo conocí hace años tuve mis dudas, no quería que ningún idiota se acercara a mi hermana y que ella saliera lastimada. Sin embargo, Jasper demostró ser un buen hombre que se llegó a convertir en mi familia de una manera sencilla y natural, nada impuesto o forzoso. Él encajaba en nuestra pequeña familia y hacía feliz a las dos mujeres de mi vida.
Resoplando Alice acercó un pequeño bol de frutas cortadas a mi abuela mientras le preguntaba si quería crema de yogur o azúcar antes de responder. – Jass es el maestro, abuela. ¿No ves mi cabello en punta? Es por su culpa. Él sí que tiene el don de volverme loca.
Mi abuela y yo reímos ante las ocurrencias de la Duende. Era tan adorable ver sus ojos brillar emocionados cuando hablaba de su marido.
–A mí no me engañas, niña. Sé que te vuelve loca de la manera en que los hombres solo pueden hacer con nosotras. – Mi hermana y Didyme sonrieron cómplices ante el comentario. Ambas suspiraron y se miraron con ternura, compartiendo un secreto entre abuela y nieta.
–Mi Jass es el mejor. – Alice batía sus pestañas repetitivamente y exhalaba como una niña quinceañera recordando a su amor.
–Espero que te vuelvas loca de remate, Duende. – Intervení. – Quiero un sobrino al que consentir y enseñarle cosas de hombres.
Alice me miró colorada y la abuela rio divertida. – Tu hermano es sabio, mi pequeña Ali. Deberías hacerle caso al respecto. Quiero más nietos a los que mimar.
–¡Pero abuela él también puede darte nietos! – Alice me señaló con el dedo acusatoriamente. – Ríñele también a él.
Riéndome por su actitud infantil, le hice cosquillas en el costado provocando que mi hermana pegara un chillido indignado antes de romper a reír.
–¡Piedad, Em! ¡Piedad! – Alice gritaba entre risas. – ¡Abuela dile algo! – Su ruego me recordaba a cuando éramos pequeños y jugábamos en el jardín de la casa de los abuelos. Cuando regresábamos aquí volvíamos a ser aquellos niños felices.
Didyme me agarró de la otra mano y me dio en un cálido apretón. Me detuve de jugar con mi hermana y miré a mi abuela expectante.
–Tu hermana tiene razón, niño travieso. ¿Cuándo me vas a traer a casa una buena mujer? – Sus ojos estaban llenos de picardía. – Quiero verte igual de loco y relajado que tu hermana.
Alice rio cuando me vio fruncir el ceño y la abuela me acarició la mejilla, rozando la barba de varios días que llevaba.
–Yo ya estoy relajado. – No quería que se preocuparan. Sabía que la abuela temía mi soledad, porque eso solo significaba que no dejaba ir el pasado aún.
Y quizás llevara razón.
–No me engañas, mi niño. – Solo ella podía decirme niño aun siendo un hombre de treinta años ya. Solo mi abuela. Solo Didyme. – Veo el anhelo y el dolor en tu mirada.
Desvié la vista hacia el mantel de la mesa, afectado por la verdad en sus palabras. La abuela me tocó de nuevo la mejilla y alcé los ojos en su dirección.
–Hay un nuevo secreto escondido en la tormenta de tus ojos. Lo veo, Emmett. Lo veo. – Sonrió dulce y agarró mi mano. – Y me parece que ese secreto tiene nombre de mujer.
Aspiré fuerte cuando dijo esas palabras. Mi abuela me conocía demasiado bien y sabía mirar más allá de lo que a simple vista se apreciaba. Recuerdo que mi madre decía que la abuela era medio bruja, porque todo lo sabía.
Miré nervioso a Alice y ella estaba entretenida llamando a Keenan para que se acercara. Exhalé el aire contenido y relajé mi cuerpo para intentar controlar la situación. Todo era demasiado pronto, aún no había siquiera conseguido una cita con Swan y eso me exasperaba. No era momento de decir nada todavía.
Giré el rostro hacia mi abuela y me acerqué para besar su mejilla.
–Ve a por ese secreto, mi pequeño Emmett. – Didyme susurró en mi oído. – El viento me dice que tu felicidad estará cuando lo consigas tener entre tus brazos.
Sonreí al pensar en Isabella. Esa mujer inteligente e independiente iba a saber lo que era ser amada por un McCarty.
Uno que pensaba engatusarla con el delicioso aroma a café.
Y ahí tenemos a mi chico. ¿Lindo verdad? Me encanta su personalidad y la manera que tiene de tratar a su abuela y a Alice. Por fin vemos un poco de su vida, tal y como hicimos con Bella.
¿Qué os ha parecido el encuentro con nuestra Bella? Vaya par se ha juntado… Nos espera una buena. Emmett sabe cómo hacer suspirar a una chica.
Quería dar las gracias a todas las chicas que le dieron a seguir y a favoritos a la historia. Mil gracias a las chicas que comentaron, eso fue todo un detalle.
También quería daros las gracias por todo el apoyo que recibí en el capítulo anterior. Ha sido tan gratificante ver que estoy arropada por vosotras. Me encantó leer tantos comentarios y ver la ilusión que sentís cuando leéis mis historias. Os lo agradezco muchísimo, en serio.
Espero que este capítulo os guste tanto como el anterior y me deis vuestra opinión, no sabéis la fuerza y el ánimo que da recibirlo. Hace que quiera escribir sin parar ;)
Respecto a vuestras preguntas, todas se irán contestando poco a poco conforme avancemos. Ya lo veréis.
Gracias por los comentarios a: isabelmoon, Osita Bella Swan, Lyd Macan, glow0718, ely, Silas Whitlock, carlabordon92, Lilia, TheDiariesDarkness, cavendano13, XimenaSugar, shamyx, lobalunallena, Liz, Crstn Grey, key, EmilseMtz, helenagonzalez26-athos, Yuria, Ire 2.0, Leahdecall, Roxy Sanchez, Naka, Anastacia T. Crawford, Nessa, alejandra1987, libbnnygramajo.
Nos leemos pronto.
