Y aquí traigo un nuevo capítulo. Siento mucho este pequeño retraso pero he tenido varios contratiempos y no he podido actualizar antes
Vamos a ver cómo se dan las cosas en el picnic, chicas. Sé que vais a adorar mucha más a Emmett de lo que ya lo hacéis.
Espero que lo disfruten. ¡A leer!
La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.
CAPÍTULO 5
Emmett
Amanecer el sábado con el cuerpo de Keenan a los pies de mi cama era realmente reconfortante. Mi chico dormía a pierna suelta y el suave murmullo de sus ronquidos hacía que la tranquilidad llenara mis venas.
Después de pasar la mañana del viernes con Alice y mi abuela me fui a la cafetería. Los viernes siempre eran bastantes ajetreados y no estaba de más tener un par de manos más para cooperar. Además, debía revisar unos cuantos encargos y pedidos para tenerlo todo listo para el inventario de la semana.
Cuando llegué a la cafetería estaba a rebosar de gente riendo y conversando de todo y de nada. Me gustaba ese sonido, era gratificante saber que todo el esfuerzo que llevé a cabo para levantar el Erin de la nada tuviera tan buena recompensa. La rutina de servir a los clientes, de preparar toda clase de pasteles y el crepitar de la máquina de café era, para mí, un pedazo indudable de cielo.
La tarde del viernes pasó entre papeleo y llamadas a los distribuidores. Mi hermana decía que era demasiado controlador con todos los aspectos de mi vida, demasiado jefe gruñón pero formaba parte de mi personalidad, era algo inevitable. No me gustaba delegar ese tipo de responsabilidades en nadie más. Yo era el dueño, yo tenía que hacer el trabajo sucio.
Una de las tantas veces que salí de mi despacho para revisar la cocina de la cafetería me encontré a Jacob sonriendo mientras negaba con la cabeza.
–¿En qué andas pensando, Jake? – Me crucé de brazos apoyando mi cuerpo en el quicio de la puerta.
El muchacho de cabello oscuro y rasgos nativos me miró sin perder la sonrisa. – En nada, jefe. Solo me reía por la visita de una amiga que acaba de marcharse.
Entrecerré los ojos mirándolo suspicazmente. – ¿Y se puede saber que amiga tuya hace que sigas sonriendo de esa manera tan alegre, muchacho?
–Quizás la conozca, jefe. Se llama Bella y suele venir mucho por la cafetería con su amiga Rosalie.
Jodida mierda. Isabella acababa de estar en mi local y no la había podido ver. A pesar de haberla visto esta mañana deseaba poder hablar un poco con ella y disfrutar de sus enormes ojos marrones y su boca inteligente.
–Una mujer digna de admirar. – Le dije arrastrando las palabras.
Jacob me miró con una ceja alzada al tiempo que se secaba las manos en el delantal negro que llevaba atado a las caderas.
–Sin duda alguna. Es una clienta maravillosa, a la que todos tenemos mucho cariño por tratarnos de una manera educada y cariñosa. Además, es mi amiga desde hace unos pocos años. La adoro, jefe. – Sonrió como un niño pequeño hablando de su mejor amigo del colegio. – Y a su hija también. ¿Nunca han coincidido?
–Me temo que solo una vez. – Pensé en la aquella primera ocasión, tan nefasta y tan sorprendente a la vez. Ese momento en el que Isabella apareció tras de mí y me plantó cara como una leona. – Y no es que le cayera muy bien a tu amiga. ¿Sales con ella mucho?
Necesitaba información. Tenía que saber todo lo que pudiera de Isabella. Aunque debía ser sutil para no levantar las sospechas de Jacob.
–De vez en cuando quedo con ella y Zoe, su hija, para tomar algo y dar una vuelta. Y alguna que otra vez Bella nos invita a Marco y a mí a almorzar los domingos en su casa. Bells cocina increíble, jefe. – Jacob gimió bajito. – Casi lloro cada vez que pruebo un bocado de su comida.
Me reí de él. Jacob era como un niño grande.
–¿En serio? ¿Tan buena es? – La imagen de mi Fiáin vistiendo un delantal sin nada más puesto y su cabello rizado suelto y salvaje hizo que mi polla se removiera inquieta. Algún día la haría vestirse así.
–Demasiado buena, jefe. – Sonrió y se giró para sacar una nueva bandeja de napolitanas del horno. – Será mejor que siga. Hoy estamos hasta arriba.
Y eso fue lo más destacable del viernes por la tarde.
Me estiré y me volví a la derecha de la cama para ver la hora que marcaba el despertador. Era demasiado temprano para levantarse en un día del fin de semana y demasiado tarde como para hacer nada de papeleo.
Crucé los brazos tras la cabeza y fijé la vista en el techo blanco de mi cuarto mientras suspiraba ante el recuerdo de la charla con Jacob sobre Isabella. Las sábanas azules oscuro se habían resbalado por mi cuerpo hasta remolinarse en mis caderas y decidí dejarlas así, el tiempo cada día era más caluroso y ya no hacía tanto frío al despertar. Keenan alzó su cabeza y bostezó abriendo la boca de par en par antes de pasar su lengua rasposa por su nariz. Mi chico me miró y volvió a apoyar su cabeza en sus patas delanteras.
Por lo visto no era el único que andaba perezoso.
Durante diez minutos analicé todas las opciones que podía llevar a cabo hoy y la única que me atraía realizar era salir a correr con mi Oso por el parque que había a unas cuantas manzanas de casa. Estaba seguro que a Keenan le vendría bien pasear y tomar el fresco en vez de estar todo el día tirado sobre la cama, el sofá o la alfombra.
–Será mejor que nos pongamos en marcha, Oso. – Keenan me miró expectante mientras meneaba la cola. – ¿Qué me dices de ir a dar una vuelta al parque?
Mi chico ladró y el movimiento de su cola se aceleró. Tomando eso como un sí, me levanté desenredando las sábanas de mis piernas y fui al cuarto de baño. El espejo cuadrado que había encima del lavabo blanco me devolvió mi reflejo, mostrándome que tenía una cara de muy pocos amigos hoy. Mi pelo estaba totalmente alborotado en todas direcciones y mi mandíbula estaba sombreada con la barba de varios días. Pasé mi mano por mis mejillas y fruncí el ceño ante la aspereza que sentí bajo mi palma. Había mujeres que odiaban ese tacto y eso me hizo preguntarme si a Isabella le gustaría o no sentir el raspar de mi mandíbula sobre la cara interna de sus muslos.
Hice una mueca ante la imagen que mi cabeza había trazado en un instante. Reprimí un gruñido y abrí el grifo de agua fría para lavarme la cara y olvidar la tentadora idea.
Salí del cuarto de baño después de negarme a afeitarme y me vestí con una par de pantalones de chándal negros, una camiseta blanca y una sudadera gris con gorro. Llamé a Keenan y los dos bajamos las escaleras para ir a la cocina.
Lo primero al llegar al lugar fue llenar el comedero de mi chico y luego prepararme un café bien cargado, unas cuantas tostadas francesas y fruta. En un visto y no visto los dos estábamos listos y dispuestos para un buen paseo.
Cogí la cartera, la correa de Keenan y las llaves de casa para después subir a mi chico al asiento copiloto de mi todoterreno y conduje hasta el parque. La llegada de la primavera y el buen tiempo hacía que numerosas familias y adolescentes decidieran pasar el día tomando el sol y de picnic.
Salí del coche y bajé a Keenan al suelo para cerrar totalmente el automóvil y me agaché a la altura de mi chico.
–Vamos a tomarnos con calma esto del ejercicio, Oso. Aun estás un poco convaleciente de la operación.
Keenan lamió mi cara y yo le sonreí mientras lo acariciaba detrás de las orejas.
El parque era enorme y recorrer una vuelta completa en él conllevaba bastante tiempo y mucho más si se hacía caminando en vez de corriendo. A mitad de camino de la segunda vuelta Keenan salió disparado de mi lado, provocando que lo soltara de la correa, y se puso a mordisquear una pelota de futbol de varios colores brillantes.
–¡Keenan! – Grité. – ¡Ven aquí ahora mismo, muchacho!
Me acerqué con paso acelerado hasta donde estaba mi perro y le quité la pelota para que no terminara destrozada por sus dientes. Cuando me alcé de nuevo en toda mi altura dos niños rubios se aproximaron hasta nosotros. En cuanto vi sus rostros los reconocí al instante: eran los hijos de la amiga de Isabella. Los dos pequeños me miraron con timidez, la niña se había colocado detrás de su hermano y me observaba por el lado del brazo derecho del chico.
–Disculpe, señor. – El niño habló de forma educada, cuadrando sus hombros. – Se nos escapó la pelota y no quisimos darle a su perro.
Parecía un pequeño caballerito, mi hermana lo hubiera adorado y terminaría llenándolo de besos por toda la cara. Le sonreí para que supiera que no pasaba nada y acaricié la cabeza de Keenan a modo de invitación.
–No te preocupes. A mi chico le encanta jugar.
–¿Po…podríamos acariciarlo, señor? – Los enormes ojos azules del niño me miraban implorantes. – Soy Peter. – Se señaló con el pulgar. – Y esta es mi hermana Charlotte.
–Encantado de conoceros. – Les sonreí. – Soy Emmett y este muchacho tan bueno es Keenan. Adelante, le encanta que le hagan mimos.
Peter acortó la distancia y comenzó a acariciar la cabeza de Keenan mientras que su hermana pasaba su pequeña mano sobre el lomo de mi Oso.
–Es tan suave. – Declaró Charlotte de manera fascinada.
–¡Mira, Char! – Su hermano llamó su atención cuando Keenan empezó a lamerle la mano. – Le caigo bien.
–¡Oh! – Exclamó la niña. – Yo también quiero.
Charlotte se acercó hacia su hermano y los dos se daban pequeños empujones para tener la atención de mi perro. Me reí divertido cuando vi que Keenan no daba abasto para lamer tantas manitas juntas.
Alcé la vista y contemplé que a lo lejos estaba mi Fiáin. Caminaba hacia nosotros agarrando de la mano a su hija. La visión de ellas dos juntas hizo que el retumbar de mi corazón se acelerara. Las dos eran muy hermosas, con su cabello castaño rizado y sus enormes ojos marrones. Eran como dos gotas de agua a distinta etapa de la vida. Estaba seguro que de pequeña Isabella era igual que su hija.
Al acercarse, vislumbré que Isabella no apartaba la mirada de mis manos y sonreí satisfecho cuando vi que un pequeño escalofrío estremecía su curvilíneo cuerpo. Sus ojos oscuros se encontraron con los míos y un ligero sonrojo bañó sus mejillas.
–Hola, Isabella. – Incliné mi cabeza a modo de saludo. – Me alegra verte de nuevo.
Su ceño se frunció cuando escucho su nombre entre mis labios. Sabía que no llamarla por su apellido causaría este efecto. Me gustaba ver encenderse ese fuego delator en su mirada.
–Hola, Emmett.
Supe que mi sonrisa se amplió de manera traviesa cuando escuché mi nombre en su decadente y tentadora boca. Ella creía que me engañaba, que lo disimulaba bien pero sabía que nombrarla por su nombre completo la afectaba, la hacía reaccionar a mí de una manera diferente a todo.
Y tenía claro que pensaba aprovecharme de ello.
–Parece que el mundo es un pañuelo. – Declaré de forma trivial. – ¿Estás sola?
–Sí, estamos los niños y yo.
Justo en ese instante su hija se soltó de su mano y se acercó de manera tímida a Keenan. La pequeña estiró su mano para acariciar el cuello de mi Oso y este giró su enorme cabeza para olfatearla. La niña, de cabello rizado y rostro con forma de corazón, se sobresaltó un poco pero dejó que mi perro oliera su palma. Empezó a reír cuando la respiración del hocico de mi chico le hizo cosquillas. Su risa era como el sonido de pequeñas campanillas mecidas por el viento en un día de primavera.
La niña pareció relajarse aún más cuando Keenan la lamió, por lo que se acercó un poco más y comenzó a acariciar su pelaje.
–Perro onito. – La tímida voz de la pequeña sonó clara entre todo el bullicio del parque.
Miré a Isabella y ella estaba absorta contemplando a su hija. Sus ojos estaban cargados de ternura y de un amor descomunal. La niña era lo primero en la vida de mi Fiáin y sabía que por ella lucharía hasta morir.
Nunca olvidaría esa mirada. Desde que conocí Isabella había visto muchas expresiones en su rostro e innumerables emociones impregnar sus ojos. Sin embargo, esa dulce mirada…
Esa mirada me hacía anhelar observarla todos los días de mi vida, quererla ver con su hija más allá de pequeños retazos de tiempo robado en la consulta del veterinario o en la cafetería.
Quería más. Mucho más.
Volví a mirar a la pequeña y mientras acariciaba la cabeza de mi perro me agaché en cuclillas hasta estar a la altura de ella.
–Te presento a Keenan. ¿Te gusta, cielo? – Le pregunté con curiosidad.
La niña me miró fijamente con sus enormes ojos color chocolate. Eran exactamente iguales a los de mi Fiáin. Tenían una pequeña mota en el iris izquierdo y estaban enmarcados por espesas pestañas negras. Estaba más que seguro que cuando durmiera, proyectarían sombras sobre sus mejillas regordetas.
Eran ojos hechizantes, ojos que atarían a cualquiera al dedo meñique de su pequeña mano.
La hija de Isabella asintió silenciosamente sin apartarme la mirada en ningún momento. Era muy pequeña, pero valiente.
–Yo Zoe. – Me dijo señalándose con el dedo a ella misma.
No pude evitar reírme enternecido por su acto.
–Soy Emmett. – Le contesté con voz suave. – Eres muy linda, Zoe. Te pareces a tu madre.
No estaba mintiendo. La nena era hermosa y estaba seguro que acababa de embrujarme de aquí a la eternidad.
–Tía Bella, ¿podemos jugar con Keenan? – A mi lado Peter preguntaba a mi Fiáin.
–Cariño, eso no depende de mí. Sino de McCarty. – Le respondió Isabella.
Al escuchar mi nombre tosí secamente y fijé mis ojos en ella con una ceja alzada.
–Quiero decir, Emmett quizás tiene cosas que hacer y debes preguntárselo a él. – Su mirada chispeaba molesta.
Giré mi rostro en dirección al muchacho rubio y le sonreí. – Mi Oso y yo estamos totalmente libres para haceros compañía. – Alcé la barbilla hacia mi Fiáin. – ¿Qué me dices, Isabella? ¿Te atreves a jugar conmigo?
La estaba tentando. Retando. Tanto ella como yo sabíamos que no era una simple pregunta inocente. Esto iba mucho más allá de pasar un rato en el parque con ella y los niños, mucho más allá de una mera charla… Esto era de si iba a aceptar mi desafío.
–Vamos a jugar, McCarty.
Mierda. Jodida y maravillosa mierda.
Con esas cuatro palabras Isabella me daba luz verde para llegar a la línea e ir mucho más allá de ella. Sabía que esto no sería fácil y que iba a requerir hasta la última gota de mi paciencia pero no por nada mi abuela me decía que era un chico testarudo.
Estaba más que seguro que la sonrisa que atravesaba mi rostro era el reflejo de un animal listo para dar caza a su presa. Fiáin me miró sonrojada y tragó, provocando que su garganta oscilara de una manera muy tentadora para mis dientes.
Me levanté de estar agachado y contemplé a los tres niños.
–¿Dónde tenéis montado el campamento base?
–¡Allí, Emmett! – La dulce Charlotte señaló hacia el frente.
–Entre el lago y ese enorme árbol. – Terminó por explicar su hermano de manera risueña.
Asentí satisfecho por el lugar que escogieron y agarré la correa de Keenan para ponernos en marcha. Los dos hermanos salieron corriendo hacia dos enormes mantas rojas mientras se retaban a ver quién llegaba antes. Esperé a que Isabella tomara la mano de su hija y los cuatro emprendimos el camino de una manera más relajada que Peter y Charlotte.
–¿Siempre son así de activos? – Le pregunté de manera coloquial.
Isabella bufó divertida. – Esto no es nada, McCarty. Espera y verás.
–Su madre debe tener los nervios de acero.
–Rosalie es lo más calmado del mundo. Yo creo que durante la noche se inyecta en vena dos litros de infusión relajante para estar lista al día siguiente. – Me dijo riendo.
Me uní a sus risas al tiempo que alcanzábamos las dos mantas. Isabella dejó que Zoe se soltara de su mano y esta se fue hasta el centro de la manta para jugar con un par de muñecas.
–Emmett, Emmett. – Charlotte tiró del pernil de mi pantalón de chándal para llamar mi atención. – ¿Quieres jugar con nosotros al balón?
Maldita sea. Entre ella y Zoe estaba seguro que acabarían conmigo. Charlotte tenía sus ojos azules llenos de imploro con su pequeña boca haciendo un lindo puchero. Desde que vi nacer a Alice ella había usado esta artimaña para salirse con la suya; seguramente era un arma femenina letal a nivel mundial.
–Por supuesto, cariño. – Le sonreí. – Estoy seguro que me haréis morder el polvo.
–Yo que tú, entonces, cerraría la boca muy bien. – Escuché murmurar a Isabella tras de mí.
Cuando me giré a mirarla sobre mi hombro ella se dirigía hacia donde estaba su hija y se sentó junto a ella para jugar ignorándome.
Bien, veremos a ver cuánto tiempo era capaz de desentenderse de mí.
Liberé de la correa a Keenan y me acerqué a los dos hermanos. Los niños estaban exultantes de jugar conmigo y mi Oso. Hablamos sobre las reglas básicas del juego y comenzamos a pasarnos el balón. Keenan intentaba capturar la pelota y conseguía que los chicos rieran felices. El tiempo se pasaba volando con estos renacuajos sin que uno se diera cuenta.
De vez en cuando desviaba la vista hacia la manta, observando a Isabella y a Zoe. Y aunque Fiáin tratara de disimularlo, la había pillado mirándome en diversas ocasiones. Sonreí satisfecho cuando me giré y vi que sus ojos estaban fijos en mi retaguardia. Al fin y al cabo era un hombre y me gustaba que mi chica me devorara.
–Ahora regreso, chicos. – Les dije a Peter y a Charlotte mientras me encaminaba hacia la manta.
–¡Vale, Emmett! – Me respondió alegre Peter.
–¡No tardes, por fa! – Charlotte rogó riéndose cuando Keenan se lanzó a lamerle la cara.
A cada paso que daba en dirección a Isabella ella entrecerraba aún más los ojos. Era divertido ver cómo iba frunciendo paulatinamente el ceño y la desconfianza impregnaba sus facciones. Cuando llegué al límite del cobertor me detuve y ella me miraba con el cuello totalmente doblado hacia arriba.
–Parece que hace bastante calor, ¿no es así? – Traté que mi tono de voz fuera lo más inocente posible aunque sabía que parada nada engañaría a Isabella.
–¿Qué te traes entre manos, Emmett?
Mi única respuesta fue agarrar el cuello de mi sudadera y tirar de él hacia arriba. Conforme iba quitándomela, la camiseta blanca que llevaba puesta debajo iba subiendo también por lo que parte de mi abdomen se mostró y cuando escuché un gemido ahogado supe que había conseguido lo que me proponía.
La claridad del día volvió a aparecer a mis ojos cuando saqué la sudadera totalmente de mi cabeza y la dejé caer sobre la manta. Isabella me miraba con las mejillas totalmente coloradas y con sus dientes mordiendo su regordete labio inferior.
–¿Disfrutaste, Fiáin? – Le pregunté engreído.
Isabella salió de su estupor y me lanzó una taza de té de juguete al pecho.
–¡Eres un maldito diablo, McCarty! – Me chilló indignada. – ¡Vete a jugar con los niños, idiota!
Riéndome de ella, me giré sobre mis talones y regresé con los dos hermanos rubios. Molestar a Isabella era realmente divertido y saber que la afectaba de una manera tan profundamente descarada hacía que quisiera jugar con ella muchas más veces. Por mucho que ella lo negara la atracción estaba pujando entre los dos de forma contundente y no pensaba dejar que ella la rechazase.
Esto era la guerra.
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Estuvimos jugando durante una hora más hasta que Isabella nos dio una voz avisándonos que era la hora de comer. Los chicos salieron corriendo muertos de hambre y seguí sus estalas mientras me apartaba el sudor de la frente.
Keenan parecía estar en el cielo, puesto que no dejaba de menear la cola contento de un lado para otro y se movía excitado sin cesar. Galopó junto a los niños y se acercó a Zoe para olfatearla antes de lamerle la mejilla. La pequeña rio y lo agarró por el cuello con sus pequeños brazos a modo de abrazo.
–¡Tía Bella! – Charlotte se tiró a los brazos de Fiáin.
Isabella sonrió y la envolvió en sus brazos. – ¿Has marcado muchos goles, cielo?
–¡Sí! – La niña se alejó un poco para mirarla a la cara. – Emmett me ha enseñado varios trucos. Se puso la mano sobre la boca como si fuera a contar un secreto inconfesable. – Ahora voy a poder marcarle goles a Pit sin parar, tita.
Tanto Bella como yo reímos ante el tono presumido con el que habló.
–Pues para conseguirlo hay que comer como los campeones. – Fiáin abrió el enorme bolso que llevaba y sacó un par de bocadillos para los dos hermanos.
–¡Sí! – Peter gritó complacido. – ¡De pollo con salsa ali-oli! ¡Gracias, tía Bella!
–De nada, cariño. – Le respondió Isabella complacida mientras lo veía morder con ganas el bocadillo.
Charlotte pareció tener la misma reacción cuando sacó el bocata del envoltorio. Besó a Isabella y se dispuso a comer agarrando con la otra mano un zumo de melocotón.
Había llegado el momento de marcharme y odiaba tener que hacerlo. Era el momento de su almuerzo y sería de mala educación querer unirme también sin ser invitado.
–Será mejor que me marche. – Me agaché para recoger mi sudadera pero antes de que mi mano la agarrara la voz de Bella me dejó estático.
–¿Por qué no te quedas con nosotros? – Su voz estaba impregnada con un poco de nervios. – He traído bocadillos de sobra.
La miré y supe que si me negaba la minúscula porción de esperanza en mí que comenzaba a florecer en los ojos de Isabella se marchitaría.
Y no podía dejar que eso sucediera.
Le sonreí tan ampliamente que sentí cómo se formaban los dos pequeños hoyuelos en mis mejillas. Mi Fiáin me devolvió la sonrisa con timidez y me ofreció un emparedado envuelto en papel especial.
–Es el mismo que el de Peter. – Me informó.
Sin poderme resistir, me acerqué a ella hasta sentarme a su lado y tomé el bocadillo mientras acortaba la distancia entre nosotros. Sus ojos se fueron agrandando cuando vio que acerqué mi rostro al suyo, su respiración se entrecortó y besé su mejilla provocando un ligero sonrojo que la inundó cuando le susurré un "gracias" en su oreja.
La burbuja que nos aislaba explotó cuando Keenan se acercó a nosotros. Mi chico olfateaba hambriento en busca de su ración de comida. Isabella rio divertida y desenvolvió un bocadillo de pollo solo para que él lo comiera.
El almuerzo pasó entre charlas y risas. Los niños hablaban sin parar de todo lo que habían hecho en la fiesta de pijamas en casa de Isabella y ella reía encantada al ver como los ojos de los dos hermanos brillaban emocionados. Mientras tanto, Zoe comía tranquila en los brazos de su madre, ella le daba de comer pequeños trozos para que la niña no se atorara y entre bocado y bocado Isabella mordía el suyo.
Joder. Eran increíblemente hermosas las dos.
Cuando los emparedados desaparecieron me levanté y fui en busca del puesto de helados. Los niños aceptaron mi idea encantados.
–¿Puedo ir contigo, Emmett? – Peter me miraba expectante haciendo pucheros de niño bueno.
–Claro, así me ayudas a traer todos los helados. – Le sonreí.
–¡Yo también quiero ir! – Charlotte se levantó de un salto. – ¿Puedo, puedo?
Le revolví el pelo y asentí divertido. Cuando habíamos dado un par de pasos fuera de la manta una pequeña voz detuvo mi andar.
–Eme, Eme. – Zoe me llamó suplicante.
Me volví y vi como trataba de ponerse de pie con sus pequeñas piernas tambaleantes. Miré a Isabella que tenía una expresión de sorpresa ante la actitud de su hija y luego la ayudó a levantarse del todo.
–¿Quieres venir conmigo, cielo? – Le pregunté a Zoe aún sin salir de la impresión. La pequeña era tímida y durante todo el día se escondía tras el brazo de su madre cuando la pillaba mirándome.
Zoe asintió y estiró sus bracitos hacia a mí. Sin dudarlo un segundo me agaché y la cargué en mis brazos. Ella se agarró a mi camiseta y sonrió.
–Eme, gande. – No pude evitar reírme entre dientes ante su afirmación. Era un tipo alto y estaba seguro que para una niña tan pequeña yo parecería un gigante.
–Lo soy, nena, lo soy. – Miré a Isabella y le guiñé un ojo. – Tendré cuidado con todos, Fiáin. Te encargo a Keenan.
Dispuse la marcha y los dos hermanos iban delante de mí hablando del sabor del helado que iban a pedirse. Peter lo quería de chocolate y Charlotte de fresa. Zoe había apoyado su cabeza en mi pecho y sus coletas me hacían cosquillas en mi mandíbula cuando miraba hacia abajo a ver cómo estaba. Olía a flores, igual que su madre, salvo que el dulce aroma a bebé batallaba con él.
Era tan bonita, tan dulce. Esta niña era un hada de sol; un lindo y pequeño sol.
Ghrian beag.
Absorto en el calor adorable que el pequeño cuerpo de Zoe desprendía no me di cuenta de que llegamos al puesto de los helados. Peter y Charlotte fueron los primeros en pedir sus cucuruchos y comenzaron a lamerlo en cuanto cayeron en sus manos.
–¿Qué sabor le comprarás a la tía Bella, Emmett? – Charlotte me preguntó con toda la boca llena de sorbete de fresa.
Riéndome, alcancé un par de servilletas de papel y limpié su carita antes de responderle. – Le voy a llevar el de mango, ¿te parece, cariño?
–¡Sí! ¡A la tita le encanta ese sabor!
–¡Yo se lo llevo a la tía Bella! – Peter proclamó sacando pecho. – Yo me encargo.
–Está bien, pues ese será para Isabella. – Miré hacia Zoe que encontraba absorta mirando los coloridos helados. – Zoe. – La niña en mis brazos me miró. – ¿Cuál helado quieres, cielo?
–Ainila, Eme. – La pequeña me sonrió con timidez.
Tenía una sonrisa tan bonita.
–Eso quiere decir "vainilla", Emmett. – Peter me dijo alegre. – Aun es un bebé. – Agarró el pie de Zoe y lo movió suavemente haciéndola reír contra mi pecho.
Aun aturdido por la sonrisa de Zoe pedí al vendedor los helados de mango, vainilla y caramelo. Le pasé el sorbete de Isabella a Peter y luego le di a Zoe el suyo. Pagué los helados y tomé el mío para poder volver con mi Fiáin. Peter caminaba mucho más despacio que antes, teniendo cuidado en que no se le cayeran ninguno de los dos helados que llevaba; Charlotte caminaba feliz comiendo su sorbete mientras sus coletas se balanceaban de un lado a otro con su caminar y Zoe mojaba sus labios regordetes en el helado para después lamérselos de una manera adorable.
Jamás me hubiera imaginado que al despertarme esta mañana el sábado se tornara de esta manera. Estar con Isabella y disfrutar de tiempo con sus niños era sin duda un deleite. Sonreí cuando vi a mi Fiáin levantarse de la manta para ayudar a Peter con los helados, tomó el suyo y besó su frente con ternura.
–Gracias, por esto. – Me dijo cuando terminé de llegar a su altura. Dio un bocado a su helado y gruñó satisfecha. – Dios, sí. ¡Mango!
Me reí de ella e Isabella se unió a mis risas mientras me daba un ligero golpe en mi brazo.
–Deja de reírte de mí, McCarty. – Me sacó la lengua y acarició la sien de su hija. – Mi amor, ¿te gusta tu helado?
–Sí, mami. Ico, ico. – Zoe tenía toda la barbilla llena de sorbete y varias gotas se habían resbalado hasta mojar mi antebrazo.
Estaba adorable y no pude evitar sonreír. Isabella se dio cuenta de las manchas y agarró un par de servilletas que le ofrecí. Limpió a Zoe y luego a mí.
–¿Te vienes ya conmigo, cielo? – Fiáin le preguntó a la pequeña.
–Con Eme, mami. – Zoe agarró mi camiseta con la mano que tenía libre y siguió disfrutando de su helado.
Isabella me miró dudosa y yo asentí para tranquilizarla. No me importaba tener en brazos a su hija y cuidarla se sentía demasiado bien.
Todos nos sentamos en la manta en medio de un cómodo silencio debido al disfrute con el que estábamos comiendo los helados. Los niños reían de vez en cuando al mancharse o al pringarse los dedos y mi pobre Keenan sacaba la lengua con los ojos implorantes por conseguir una lamida de los dulces.
En cuanto los helados se terminaron, los dos niños mayores volvieron a hacerse dueños de la pelota y se pusieron a jugar con mi Oso. Isabella, Zoe y yo nos quedamos en la manta observándolos mientras acabábamos con nuestros helados.
–Gracias por invitarme a pasar el día con vosotros. – Le dije cuando me limpié la boca al fin.
–En verdad no fue por ti. – Isabella tenía una pequeña sonrisilla bailando en sus labios. – Fue por Keenan. Tu perro me cae demasiado bien, McCarty.
Esta mujer era demasiado atractiva para su propia seguridad. Era inteligente, sexy y con humor tan singular que todo mi cuerpo se preparaba para lanzarse sobre ella.
–Ya veo, haces que mi corazón explote de dolor. – Le dije llevándome una mano al corazón de forma dramática. – Eres mala, Isabella.
–¿Y? – Me miró con una ceja alzada desafiándome.
Me acerqué a ella, teniendo cuidado de no molestar a Zoe en mi regazo, y llevé mi boca a su oído. – Y eso hace que me gustes aún más, Fiáin.
Sus mejillas se sonrojaron y me dio un suave empujón.
–Eres incorregible. – Me espetó. – ¿Cómo es que estabas en el parque? ¿Vives por aquí cerca?
–A unas cuantas manzanas a decir verdad. – Le respondí aceptando el cambio de tema. – Hacía un gran día como para pasarlo en casa y decidí que le vendría bien a Keenan pasear al aire libre. – Ella sonrió cuando nombré a mi perro y su mirada se dirigió a él y a los niños. – ¿Y vosotros?
–Vivo muy cerca de aquí y venir al parque sabía que era el mejor plan para que los niños disfrutaran.
–¿Dónde está su madre? – Le pregunté curioso. Por lo que me habían comentado los chicos de la cafetería, Isabella y Rosalie siempre estaban juntas.
–Rose y Garrett están teniendo una pequeña escapada romántica. – Se rio como si tuviera un chiste privado que no contaba. – Yo se lo sugerí a Rosalie y le ofrecí quedarme con los diablillos para que ellos pudieran disfrutar de un tiempo a solas.
–¿Y ella hace lo mismo por ti cuando tienes alguna cita, Isabella? – Intenté que mi tono de voz sonara lo más ligero posible pero la mera idea de imaginarme a mi chica teniendo una cita con otro hombre provocaba que no tuviera muy buenos modales.
Ella frunció el ceño y meneó la cabeza. – Yo no tengo citas. No necesito que me haga ese favor. Fin.
–¿Por qué?
Isabella alzó sus rodillas y abrazó sus piernas con los brazos. Era claramente una actitud protectora que me dejaba entrever que no era simple terquedad por su parte. Mi Fiáin estaba lastimada y sabía que tenía que andarme con pies de plomo.
–Hemos sido Zoe y yo desde que nació. – Ella me miró y sus ojos mostraban un brillo amenazador. – No necesitamos a nadie más.
–Entonces, si yo te pidiera una cita… – Su rostro denotaba sorpresa y un poco de pánico. – ¿Aceptarías o me darías calabazas como a un idiota?
Eso pareció hacerla reír y su pelo indomable se desperdigó por sus hombros cuando movió la cabeza negando. – No sabrás la respuesta hasta que me lo pidas, McCarty. Y muy amablemente.
Quizás lo que iba a hacer fuera un juego sucio pero Isabella lo merecía. Miré a Zoe, que estaba sentada entre mis piernas jugando con dos muñecas de tela, absorta de la conversación que estábamos teniendo su madre y yo. Y me lancé.
–Zoe, cielo. – La pequeña alzó su rostro hacia a mí y me miró expectante. – ¿Crees que mamá debería salir conmigo en una cita?
–¡Emmett! – Isabella jadeó indignada a mi lado, pero yo la ignoré y seguí con mi atención en su hija.
Zoe me miraba muy seria antes de comenzar a reír y chocar las palmas. – Mami y Eme. ¡Sí!
La sonrisa lobuna surcó mis labios y miré con una ceja alzada a Isabella.
–¿Vas a hacerme el feo de rechazarme aun teniendo el visto bueno de tu hija?
–Eres un auténtico idiota, McCarty. – Bufó molesta al tiempo que cambiaba de posición y se apoyaba sobre sus rodillas y talones.
Sonreí ante su mal genio. Se veía tan encantadora con sus mejillas sonrosadas y sus ojos ardiendo salvajes. Alargué el brazo que tenía libre y la agarré por su nuca. La atraje hasta que nuestras respiraciones se entremezclaron y nuestros ojos conectaron como dos imanes opuestos. Rocé con mis labios su mejilla hasta su oreja y plante un beso en el lóbulo provocando que se estremeciera.
–Sal conmigo en una cita, Fiáin. – Susurré.
Recorrí el mismo camino de manera inversa y rocé su nariz con la mía en una suave caricia.
–Isabella.
Su nombre era una delicia, un manjar, una exquisitez divina.
Ella me miraba sin decir nada, dejándome ver el enorme dilema que en su fuero interno se batallaba. Lo deseaba pero no se atrevía, le daba miedo a saltar al vacío que yo suponía y casi pierdo el control para agarrarla del pelo y hacerla entrar en razón a base de besos.
–Dime que sí. – Le susurré contra sus labios. – Acéptame, Isabella.
Mi chica gimió y asintió con la cabeza apretando fuertemente los ojos. Lo había hecho. Me había aceptado. Había saltado y yo estaba preparado para atraparla en mis brazos para siempre.
–Sí. – Enfocó su mirada en mí y volvió a asentir. – Sí, Emmett.
Y saltamos juntos al caos.
¡Toma ya! Esto me encanta.
¿Qué os ha parecido mi Emmett? ¿A qué es adorable con los niños? Y ese momento en su cama… Agh! Y cuando se quitó la sudadera? Morí.Y con Isabella es maravilloso.
De nuevo quiero pediros disculpas por estos tres días de retraso. Tengo mil cosas que hacer de la universidad y me quita mucho tiempo. También iba a mitad de capítulo y no me convencía y lo borré y empecé de nuevo. Lo siento, espero que no se molesten y comenten.
Quería dar las gracias a todas las chicas que le dieron a seguir y a favoritos a la historia. Mil gracias a las chicas que comentaron, eso fue todo un detalle.
Espero que este capítulo os guste tanto como el anterior y me deis vuestra opinión.
Gracias por los comentarios a: Silas Whitlock, libbnnygramajo, cavendano13, elymilsubero, glow0718, DanielaSalvatore, solecitopucheta, Paopao, alejandra1987, RoxySanchez, Lema26, Ximena(*), Krisella, helenagonzalez26-athos, carlabordon92, shamyx.
(*)Ximena gracias por preocuparte =)
Nos leemos pronto.
