Mil disculpas por la tardanza, chicas. He estado bastante ocupada y ha sido un logro conseguir un huequito para escribir. Aquí traigo un nuevo capítulo recién terminado.

Vamos a seguir con el día en el parque. No sé vosotras pero yo quiero un ver un poquito más de eso.

Espero que lo disfruten. ¡A leer!

La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.


CAPÍTULO 6

Emmett

–Tía Bella, tía Bella ¿trajiste la baraja de cartas? – Peter preguntó sin aliento mientras se acercaba a la manta roja y dejaba el balón a un lado. – Quiero enseñarles a Zoe y a Char un truco que me enseñó mi amigo Aaron.

Bella sonrió y cogió el enorme bolso que estaba a su lado. – Creo que sí las eché esta mañana. – Le contestó mientras rebuscaba en el interior. – A ver, a ver. ¡Aquí están! Toma, cariño.

Peter las tomó satisfecho y se sentó en la manta con las piernas cruzadas al estilo indio frente a su hermana pequeña que lo esperaba impaciente. Zoe, que aún seguía sentada sobre mi regazo, gateó hasta ellos y comenzó a mirar expectante cuando el chico rubio se puso a barajar las cartas.

–Míralas. – Le dije a Isabella. – Peter las tiene totalmente hipnotizadas.

–Siempre se le ha dado bien los juegos manuales. – Isabella sonrió ante la escena frente a nosotros. – Desde pequeño ha tenido mucha destreza en ello y cuando nació su hermana se dio cuenta de que ella era su mayor fan. Así como cuando Zoe nació.

–Me recuerda un poco a mí. – Le dije desviando mis ojos hacia ella. – Cuando era niño siempre trataba de entretener a mi hermana para que riera y no cogiera mis juguetes. Así mataba dos pájaros de un tiro.

Isabella comenzó a reírse. – Que niño tan terrible. Me compadezco de tu hermana.

–Si supieras como es Alice no lo harías. – Meneé la cabeza recordando todas las travesuras que mi hermana me había hecho. – Una vez agarró todos mis muñecos de acción y los vistió de princesas. ¡De princesas, Isabella! – Bufé. – Estuve toda una semana bañándome con ellos para que la dichosa purpurina rosa y morada se quitara de sus jodidos brazos y piernas.

Mi Fiáin se reía a carcajadas mientras me dio un ligero empujón. – Estoy más que segura que se la devolverías con creces a tu hermana.

–Oh, sí. Por supuesto. – Me reí como un lobo. – Sus vestidos también terminaron en el agua de una manera muy accidental, cabe destacar. – Bella abrió sus ojos sorprendida. – Ya no hubo más purpurina por ninguna parte.

Sonreí satisfecho ante mi confesión. Era fácil pasar tiempo con mi chica, era sencillo la manera en que todo fluía entre nosotros.

–Eras todo un diablillo, McCarty. – Bella negó con la cabeza divertida. – Un diablillo con la tormenta danzando en sus ojos grises.

Esta vez fue mi turno de mirarla sorprendido mientras veía como encogía sus piernas contra su pecho y apoyaba la cabeza en sus rodillas. Me había pillado desprevenido con su afirmación. La única que alguna vez había dicho algo así de mis ojos había sido mi abuela.

Hasta ahora.

Y era una sensación bastante agradable.

–¿Tienes más hermanos, aparte de tu hermana? – La tranquila voz de Isabella me sacó de mis pensamientos. Sus ojos oscuros me observaban atentos y expectantes.

–No, solo somos Alice y yo. Con un pequeño duende hiperactivo como hermana tengo suficiente, gracias. – Me reí.

Isabella se unió a mis risas y volvió a negar con la cabeza provocando que su melena rizada danzara libre. Cientos de destellos rojizos brillaron bajo los rayos del Sol y tuve el impulso de estirar la mano para alcanzar algunos mechones con los que poder jugar entre mis dedos. Antes de caer en la tentación, cerré las manos en puños y me contuve. Poco tiempo antes, había sobrepasado ligeramente la línea y no quería asustar a mi Fiáin después de que aceptara salir conmigo en una cita.

–Eres todo un revoltoso, McCarty. – Sus ojos brillaban traviesos. – Creo que me posiciono a favor de tu hermana.

Nunca olvidaré que, a pesar de que pienses como piensas, en el fondo piensas lo mismo que yo.

Esa fue mi respuesta a su declaración. Clara y contundente. Esa frase pertenecía a una de mis películas favoritas y la había visto tantas veces que tenía sus diálogos memorizados a fuego en mi mente. Y era perfecta en lo que se refería a mi chica.

Isabella me miró sorprendida abriendo su boca suculenta ligeramente mientras se escapaba su aliento por la impresión.

–¿Vas a utilizar "La costilla de Adán" contra mí? ¿En serio? – Encuadró sus esbeltos hombros y alzó su barbilla de manera orgullosa. – Hombre, mujer… es lo mismo.

Joder. Joder. Joder. Bella también se sabía los diálogos de la película. Esta mujer iba a ser mi perdición.

Igualitos ¿Eh? – Decidí seguirle el juego y continuar con esa escena particular de la película. Quería ver hasta dónde llegaba, necesitaba ver hasta dónde me volvería loco.

Bueno, tal vez haya alguna diferencia pero es insignificante. – Isabella batió sus pestañas al tiempo que me miraba cual diva de Hollywood.

¿Sabes lo que dicen los franceses? – Alcé una ceja de manera arrogante.

¿Qué es lo que dicen? – Me sonrió.

¡Vive la différence!

Sin podernos resistir más ambos comenzamos a reír a carcajadas, agarrándonos incluso el estómago por el dolor divertido que causaban nuestras risas. Jamás en mi vida había disfrutado tanto con una mujer. Isabella era perfecta para mí y cada momento que pasaba a su lado lo tenía mucho más claro.

Nunca, nadie, había sido capaz de seguirme el ritmo en mi afición por las películas antiguas de la época dorada de Hollywood y encontrar a mi Fiáin con la misma obsesión que yo hacía que mi pecho vibrara desbocado.

Su sonrisa, sus mejillas sonrosadas, su pelo salvaje bailando a favor del viento cuando inclinaba la cabeza hacia atrás por las risas… Todo ello me llevaba a ser hechizado por un embrujo del que no tenía intención de escaparme.

–¿Cómo puedes saberte los diálogos de esa película, Isabella? – Le pregunté una vez que pudimos controlar nuestras risas. – Es más vieja que tú; y tú eres un bebé.

–Podría hacerte la misma pregunta, McCarty. – Alzó engreída una ceja en mi dirección. – Me encantan las películas antiguas, tanto en blanco y negro como las de color. Y "La costilla de Adán" es una de mis pelis favoritas. – Me sonrió. – De pequeña siempre la veía con mi padre los días de lluvia.

En sus ojos pude ver un pequeño destello de añoranza que hizo preguntarme qué es lo que no me decía.

–¿Y ya no lo hacéis? – Necesitaba saber. No podía eludir ese centelleo de melancolía.

–Es un poco complicado. – Torció su boca disgustada. – Mi padre vive en un pequeño pueblo lejos de aquí. Zoe y yo solemos ir a visitarlo durante las vacaciones o sino podemos, porque no pueda escaparme por el trabajo, viene él a vernos. Charlie adora a su nieta y a mí pero no es capaz de dejar su vida de jefe de policía allí. – Terminó de decir encogiéndose de hombros.

Parecía que no le daba importancia pero era demasiado evidente que echaba de menos a su padre.

–¿Crees que le caería bien al jefe de la ley y el orden, Fiáin? – Le pregunté intentando alejarla de la nostalgia.

Bella se rio ante la absurda pregunta y me dio un ligero manotazo en mi hombro. – Eres incorregible, Emmett. – De nuevo mi nombre jugando en sus labios. – Estoy más que segura que te sometería a un gran y aterrador interrogatorio con su pistola, cargada y sin seguro, puesta sobre la mesa. – Me sonrió cuando me vio hacer un escalofrío falso. – Es mi padre, McCarty. Tienes que entender que, al fin y al cabo, vas a intentar seducir a su hija.

Seducir… Me gustaba esa palabra. Bella por fin aceptaba mis intenciones y por el brillo en sus ojos supe que la idea no le disgustaba.

–Así que… Voy a seducirte. – Le dije mientras sonreía engreído.

Intentar seducirme. – Remarcó la primera palabra. – Y te advierto que tienes un camino muy largo que recorrer.

–¿A sí? ¿De verdad, Swan?

Le iba a demostrar que por muy altiva y listilla que se mostrase sabía que en el fondo su cuerpo cantaba por y para mí. Me acerqué a ella, acortando la mísera distancia que nos separaba, y fijé mis ojos en los suyos mientras agarraba su nuca con mi mano. Sus mejillas se habían vuelto a sonrojar y su traviesa lengua salió a mojar sus atrayentes labios denotando el claro nerviosismo que la embargaba. Mi cercanía la ponía inquieta y el crepitar de su pulso en su cuello se aceleró cuando acaricié su mentón con mi nariz.

–Te prometo que ese largo y sinuoso camino va a ser tentador. – Besé su mejilla. – Caliente. – Otro beso en el lóbulo de su oreja. – Y totalmente adictivo. – Un último beso en la comisura de sus labios.

Isabella gimió bajito y sus manos agarraron la tela de mi camiseta blanca.

–Emmett, no puedes… – Comenzó a decir.

–¿Qué? – La interrumpí apoyando mi frente contra la suya. – ¿No puedo seducirte, Fiáin? – Le sonreí travieso. – No pienso detenerme, Isabella.

Antes de que pudiera responderme Keenan se acercó a nosotros y metió su enorme cabeza entre medio de los dos, rompiendo nuestra burbuja. Quería mucho a mi Oso pero en estos momentos hice una mueca disgustado por su presencia. Bella aprovechó el momento para escaparse de mí y tratar de volver a calmar su respiración.

–Tan adorable. – Isabella acarició tras las orejas a mi chico. – Y tan, tan oportuno, Keenan. – Sonrió divertida.

Fruncí el ceño. – Por esta vez te libras, Fiáin. Pero a la próxima mi Oso no estará por los alrededores.

Ella simplemente me miró y sacó la lengua como una niña pequeña. Ante ese gesto infantil no pude hacer más que reírme resignado.

El inicio de la tarde se pasó volando cuando decidimos unirnos a los niños para jugar a las cartas. La pequeña Charlotte era una tramposilla de cuidado que se escondía las cartas buenas bajo sus piernas mientras que su hermano Peter tenía un arraigado sentido de las reglas y el jugar limpio. No podía evitar reírme cuando pillaba a su hermana haciendo trampas y la sermoneaba como un viejo profesor de colegio, alzando su dedo índice y todo.

Zoe era demasiado pequeña para jugar sola, así que Isabella la tomó en sus brazos y formaron un equipo. Verlas juntas era demasiado hermoso como para ignorarlo, por lo que más de una vez mi chica me pilló observándolas anonadado. Su única respuesta era alzarme una ceja de manera interrogante y yo simplemente me encogía de hombros y sonreía como si guardara un secreto.

Y en cierto modo era así.

Cuando llegó la hora de la merienda los chicos miraron implorantes a Isabella en busca de comida, dejando a un lado olvidadas las cartas. Mi Fiáin solo atinó a reírse y volvió a rebuscar en su enorme bolso algo con lo que aplacar a las fieras.

Isabella sacó una caja con el logotipo de mi cafetería. Los ojos de los niños brillaron emocionados y solo pude mirarla sospechoso.

–¿Qué es, tita? – La voz de Charlotte estaba inundada de nerviosismo. – ¿Qué es? ¿Qué es?

Charlotte era puro nervio. Me recordaba a mi hermana cuando pequeña, tenía demasiada energía acumulada en un cuerpo tan diminuto.

–Croissants rellenos de crema de chocolate. – Le respondió Isabella con un tono de voz remilgado y presumido.

Los niños rieron alegres ante la malísima actuación de mi chica y chillaron emocionados ante los dulces. Por lo visto, mi cafetería era el talón de Aquiles de todos ellos.

Isabella les dio uno a cada niño y se quedó uno para ella, el cual partió en dos mitades y me ofreció una de ellas.

–Solo compré cuatro. – Me dijo con las mejillas sonrojadas.

Mis dedos envolvieron su muñeca y alcé su mano hasta la altura de mi rostro. Sin dejar de mirarla di un gran bocado al pastel. Bella aspiró entrecortado cuando mis labios acariciaron sus dedos y mientras masticaba tomé con la otra mano el dulce.

Parte del relleno de chocolate se había resbalado por su pulgar, así que cuando terminé de tragar lamí la crema de su dedo aun manteniendo sus ojos anclados a los míos.

–Delicioso, Fiáin. – Le dije cuando la escuché jadear en busca de aire.

Todo su rostro se había sonrojado y sus pupilas se habían dilatado por el deseo. Maldije para mis adentros cuando mi miembro se removió, endureciéndose ligeramente ante el sonido emitido por mi chica. Debía recordarme que estábamos en un parque y que teníamos junto a nosotros a tres niños.

Joder.

Apreté la mandíbula mientras buscaba todo el control posible que había en mí y liberé su muñeca entretanto que ella suspiraba. Isabella parecía tratar de recuperar también el control cerrando sus ojos y tomando respiraciones largas. Este juego de seducción nos estaba llevando a los dos a un estado continuo de excitación y estaba más que seguro que iba a sufrir un fuerte caso de bolas azules.

Miré a Keenan que holgazaneaba mi lado tumbado. De vez en cuando meneaba la cola y lamía su hocico para acto seguido volver a quedarse quieto y roncar. Admiraba esa facilidad con la que se dormía, todo tranquilo y ajeno a mi malhumor.

Bufé negando con la cabeza y me dispuse a terminar lo que me quedaba de croissant. Los chicos tenían todos los dedos pringados pero una enorme sonrisa surcaba sus rostros mientras devoraban el pastel. Miré a Zoe y casi me atraganto ante tanta dulzura. La pequeña tenía toda la boca y las manos llenas de chocolate y miraba el croissant como si fuera el dulce más suculento del mundo. Sus mejillas estaban sonrosadas y su naricilla acababa de llenarse de chocolate cuando le dio un nuevo bocado.

No pude evitar reírme ante la imagen. Era hermosa y estaba seguro que ninguna niña podía ser más bonita que ella. Agarré un par de servilletas y me moví hasta acercarme a ella.

–Zoe, cielo. – La pequeña me miró con sus enormes ojos marrones. – Déjame que te limpie un poco, nena.

La niña me sonrió y esperó a que la dejara sin ninguna gota de chocolate en su cara. No quería que se manchara la ropa y estuviera toda pegajosa lo que restaba de tarde.

–Gracias, Eme. – La nena me sonrió y volvió a centrar su atención en el croissant.

Moví la cabeza divertido y volví a sentarme junto a Isabella. Ella había dejado de comer y me miraba como si me hubiera salido otra cabeza.

–¿Qué pasa? – Le pregunté extrañado. – ¿Estás bien?

–Nada. Yo solo… – Se quedó callada y negó con la cabeza para después morder el pastel.

Extrañado por su actitud decidí dejarlo pasar y centrarme en la conversación que mantenían los dos hermanos. Hablaban de una película de Disney que habían visto anoche en casa de Isabella y querían volver a verla de nuevo porque no estaban de acuerdo en una escena. Era divertido verlos tan emocionados y exaltados. Les ofrecí volver a jugar a la pelota para tratar de calmar los ánimos y los dos aceptaron encantados olvidando la discusión.

–¡Te voy a marcar tres goles, Pit! – Charlotte proclamó a los cuatro vientos al tiempo que agarraba la pelota bajo su brazo.

–¡Ja! – Le gritó Peter sacudiéndose el pantalón y corriendo detrás de su hermana. – ¡No te lo crees ni tú, Char! ¡Eres una torpe!

–Chicos… – La voz de Bella hizo detener la disputa de los dos hermanos rubios que la miraron serios. – Ya sabéis que no me gusta veros pelear.

–Pero, tita, – empezó a decir Charlotte entre lamentos – la culpa es de Peter. – Refunfuñó. – Cree que siempre lleva la razón y no es así. – Miró a su hermano y le sacó la lengua.

–¡No es cierto! – Respondió Peter enojado. – ¡Es Char, tía Bella! ¡Es muy cabezota!

–Eh. – Les interrumpí. – Tenéis que trataros bien. Nada de berrinches ni enfados. – Les dije serio. Los niños estaban empezando a estar cansados y se notaba que su humor iba decayendo conforme pasaba la tarde volviéndose más irritables poco a poco. – Si no queréis jugar lo dejamos aquí y volvéis a casa con Bella.

–¡No, Emmett, no! – Los dos chicos gritaron a la vez mientras se acercaban a mí. – ¡Nos portaremos bien!

–¿Seguro? – Les pregunté.

–¡De verdad de la buena! – Me contestó Peter.

–¡Eso, eso! – Corroboró su hermana. – De verdad, de verdad.

–Bien. – Les revolví el pelo. – Entonces, ¿a qué esperáis? – Lancé el balón lejos y ellos salieron riendo tras él.

–Lo siento, Emmett. – Me dijo Bella a mi espalda.

Me giré sobre mis talones y la miré extrañado esperando que se explicara. – ¿Por?

–Cuando se van cansando se vuelven un poco más latosos de lo normal. – Desvió la mirada a su reloj de muñeca y suspiró. – Dentro de un rato nos iremos. Si te dan mucho la lata me lo dices.

–Isabella, de niño era el dios de los revoltosos. – Le sonreí sacando pecho. – Puedo domar a esos dos diablillos con un simple chasquido. – Acompañé mis palabras con uno, lo que hizo reír a mi chica.

–Está bien, Emmett. Ve a jugar. – Me mandó.

–Disfruta de las vistas, Fiáin. – Le guiñé un ojo justo antes de volverme y empezar a caminar hacia donde se encontraban los niños.

–¡Serás idiota! – La oí gritar. – ¡Disfrutaré de las vistas si no te interpones en medio, McCarty!

Me reí entre dientes de su contestación sabiendo que era todo pura fachada. Cuando estuve jugando antes con los niños no fue capaz de evitar mirarme, ahora estaba más que seguro que lo sería mucho menos.

Jugar con los chicos volvió a hacer que el tiempo se pasara volando. Cuando el sol empezó a decaer mi Fiáin nos llamó y los tres detuvimos el juego para acercarnos a ella y así ayudarla a recoger el campamento. Los dos hermanos recogieron las bolsas de basura y las tiraron en la papelera, Isabella guardaba las cartas, las botellas de agua y de zumo así como el protector solar. Entretanto que yo me encargaba de recoger los juguetes esparcidos por la manta roja y era ayudado por Peter y Charlotte cuando estos hubieron regresado.

En menos de diez minutos todo estaba en perfecto estado. Zoe estaba de pie, entretenida acariciando a mi Oso y cuando la vi supe que aún no estaba listo para dejarles marchar a ninguno.

–Tengo el coche aparcado cerca de la puerta principal. – Le dije a Isabella. – Os acerco hasta tu casa, Swan.

Isabella me miró con el ceño fruncido mientras levantaba el enorme bolso y se lo colgaba en su endeble hombro. – No es necesario, McCarty. Vivo muy cerca de aquí. Es innecesario tomar el coche.

–Insisto. – Le dije serio.

Otra vez con mi maldito apellido.

–Y yo también insisto. – Me retó con la barbilla alzada de manera arrogante.

Manteniendo una lucha silenciosa con las miradas, me acerqué a ella y la tomé de la nuca. Acerqué mi rostro a su cuello y ascendí hasta su oído, dejando que mi aliento calentara su piel.

–Déjame llevaros, Fiáin. – Le susurré con la voz ronca. Debía de engatusarla, tenía que salirme con la mía. No quería terminar el día enfadado. – Déjame acercarte hasta tu casa, Bella.

Un fuerte escalofrío recorrió todo su cuerpo y su mano agarró la tela de mi camiseta en mi pecho.

–Eres todo un tramposo, Emmett. – Me respondió. – No es justo.

–En el amor, la guerra y los dulces todo vale, Fiáin. – Comencé a darle un suave masaje en la nuca. – Vamos, Isabella. ¿O es que no te atreves?

Sus uñas se clavaron en mi pecho al tiempo que cuadraba sus hombros.

–Eso no te lo crees ni tú, maldito arrogante. – Me dijo entre dientes. – Vamos, muéstranos el camino.

Sonriendo satisfecho, le quité el pesado bolso y tiré de la correa de Keenan.

–¡Bien! – Chilló Peter. – Volvemos en coche, Char. ¿Verdad, tía Bella?

–Sí, Pit. – Le contestó resignada. – Seguid a Emmett.

–¡Sí! – Charlotte se colocó feliz al lado de mi Oso. – Que bien que nos lleves, Emmett. – Me sonrió entretanto sus coletas rubias se zarandeaban con su caminar. – Me duelen un poco los pies de tanto jugar.

Cambiando de mano la correa de mi perro tomé con el brazo libre a Charlotte, colocándola de lado sobre mi cadera. Feliz por no tener que andar, envolvió sus finos brazos en mi hombro y apoyó su cabeza en mi pecho.

–Gracias, Emmett. – Su vocecilla de niña rompió el cómodo silencio. – Me gustas mucho para la tía Bella.

Riéndome entre dientes la miré. – ¿Y eso por qué, cielo?

–Haces que te escuche. – Dijo sorprendiéndome. Charlotte era pequeña pero aun así se daba cuenta de las cosas y eso era adorable.

–¿Sí, Charlotte? – Le pregunté mientras seguíamos el sendero de tierra hacia la puerta principal.

–¡Sí! Nunca la vi hacer eso. – Se rio. – Además, te mira como las princesas miran a los príncipes.

–¿De verdad me mira así, cariño? – Le pregunté entre risas.

–Oh, sí. – Se puso la mano a un lado de la boca como si fuera a contarme un gran, gran secreto. – Lo lleva haciendo todo el día.

Y ahí fue que no pude evitar reír a carcajadas, provocando que mi Oso saltara asustado y me mirase con la cara arrugada de disgusto.

–¿Se puede saber de qué os reís vosotros dos? – La voz gruñona de Isabella nos preguntó desde atrás.

–¡Nada, tita! – Charlotte respondió deprisa. – Secretos entre Emmett y yo.

Peter se acercó a nosotros y me pidió con ojos implorantes si podía llevar a Keenan. Le sonreí y le entregué la correa. Mi Oso tomó el paso de Peter y meneaba la cola feliz. Estaba más que claro que hoy no era su persona favorita.

–¡Qué pedazo de coche! – Chilló el niño rubio cuando llegamos hasta mi automóvil.

–¡Es enorme! – Corroboró Charlotte.

–Demasiado grande diría yo. – Isabella se había colocado a mi lado mientras contemplaba mi coche y sostenía en brazos a su hija.

–Soy un tipo grande, Isabella. – Le dije mirándola con una ceja alzada y una sonrisa traviesa.

–Qué burro eres, idiota. – Me reprendió al tiempo que me daba un golpe en el brazo al pillar el doble sentido de mis palabras. – Los hombres y sus egos.

Riéndome de su cara sonrojada dejé a Charlotte en el suelo y rebusqué en el bolsillo de mi pantalón las llaves. Desbloqueé el coche y guardé en el maletero el bolso mientras mi chica ayudaba a los niños a montarse en el asiento trasero de mi todoterreno. Subí a Keenan en el compartimento que había entre los asientos y el maletero y cerré la puerta para dirigirme al asiento del copiloto.

Isabella estaba abriendo justamente en ese momento la puerta para montarse y yo la agarré de su cintura para ayudarla a subir. Chispas eléctricas danzaron en mis manos todo el tiempo efímero que la estuve tocando. Mi chica me miró desde el asiento con los ojos entrecerrados y sus mejillas rojas.

–Eres muy tocón, McCarty. – Me recriminó.

–Y esto no es nada, Fiáin. – Le guiñé un ojo y cerré la puerta.

Tras montarme y asegurarme que todos estaban cómodos encendí el motor y tomé rumbo hacia la casa de Isabella según las direcciones que me fue dando.

Era más que obvio que llevaba razón respecto a lo de que vivía cerca pero tenerla sentada junto a mí en el coche me causaba una sensación muy placentera en mi pecho. Sentía que ese era su lugar y cada vez tenía más claro que conseguiría que ella lo viese.

A pesar de que el camino era corto los niños se quedaron dormidos en el mismo instante en el que se sentaron. Por el espejo retrovisor vi como los dos hermanos tenían apoyadas sus cabezas el uno contra el otro y como Zoe se había quedado dormida con su boquita abierta y varios rizos dispersos por su frente. Se veía tan vulnerable y pequeña. Solo quería tomarla en brazos y acurrucarla junto a mí mientras la protegía de todo lo malo.

Suspiré y miré por el rabillo del ojo a su madre. Isabella miraba por la ventana con los brazos cruzados y su pecho subía y bajaba al compás de su tranquila respiración. Parecía cansada, como si cargara todo el peso del mundo en sus hombros. Apreté las manos en el volante tratando de calmarme ante la idea de todo lo que había pasado por su vida. El padre de Zoe no había estado con mi chica cuando la pequeña nació y eso dejaba entrever lo gran hijo de puta que era. Quería saber mucho más de la historia pero sabía que no era el mejor momento, después de tan buen día y lo relajada que se veía Bella.

–Están agotados. – Le dije mientras giraba hacia la derecha.

Isabella giró su cabeza hacia atrás y sonrió cuando vio a los tres niños durmiendo. – No han parado en todo el día. Y anoche tampoco es que durmieran mucho con todo el jaleo de la fiesta pijama.

Ella suspiró y volvió a colocarse mirando al frente.

–Me hubiera gustado asistir a esa fiesta. – Le dije de broma.

Isabella sonrió y me miró inclinando su cabeza a un lado con una ceja alzada de forma arrogante. – Creo que estás muy viejo para eso tipo de fiestas.

–Cierto. – Le respondí si apartar la mirada de la carretera. – Por eso me va otro tipo de fiesta más… Privada. – La miré y le guiñé un ojo entretenido.

Mi chica negó con la cabeza divertida y me señaló una casita pequeña con la fachada blanca y el tejado de color oscuro. Solo tenía una planta pero había un amplio porche en la zona delantera de la casa. Ahí había un caballito de juguete para montar, un columpio de madera agarrado al techo y varias macetas con flores.

Eso me hizo imaginarme a mi Fiáin sentada en el columpio mientras Zoe montaba en el caballo, las dos riendo felices y sin nadie que las molestara. Mientras aparcaba frente la casa mi corazón dio un vuelco ante la idea de poder entrar en esa imagen y formar parte de ella. En mi fantasía me sentaría en el banco y tomaría las piernas de Isabella para colocarlas en mi regazo; así podría disfrutar de la suavidad de su piel al tiempo que vería la alegría de Zoe mientras juega.

–Bueno. Llegamos. – La voz de mi chica me sacó de mi ensoñación.

–Parece ser que sí. – Le dije con pesar. No quería dejarla marchar. Joder. El día había sido perfecto y no me apetecía verla entrando en su casa sin ser capaz de seguirla.

–Gracias por traernos, Emmett. No creo que los niños hubieran sido capaces de caminar hasta aquí. – Me sonrió enternecida. – Será mejor que los vaya despertando para que entren en casa.

–No los despiertes. – Le dije mientras miraba a los niños. – Yo los cargaré hasta el interior. Ve abriendo la puerta y voy sacándolos uno a uno.

Tenía lista una buena respuesta si Isabella estaba pensando en debatirme pero era más que evidente que los niños eran su debilidad así que simplemente asintió y salió del coche. A través de los espejos laterales la vi abrir el maletero y tomar su bolso para justo después cerrar la puerta y encaminarse hacia su casa entre tanto que buscaba las llaves.

No pude evitar reírme cuando la vi meter casi medio cuerpo dentro del enorme bolso hasta dar con las llaves mientras andaba por el pequeño jardín lleno de flores. Llegó a la puerta de madera y la abrió sin ningún problema, perdiéndose en el interior antes de aparecer sin las llaves ni el bolso.

Cuando volvió a salir decidí que era el momento de comenzar a llevar a los niños. Abrí la puerta y cogí en brazos a Peter, que era el mayor y, por tanto, el más pesado. El niño protestó ligeramente pero se quedó dormido en cuanto apoyó su cabeza en mi hombro. Isabella me sonrió cuando nos cruzamos en el camino y me hizo señas de que entrara hacia la derecha de su hogar.

Cuando atravesé la puerta fui hacia donde me dijo y deposité al niño en un cómodo sofá de color azul. Peter se hizo una bola y le eché una manta naranja que había sobre el respaldo del sofá.

Salí al porche y vi que Isabella estaba cargando en brazos a Charlotte por lo que a mí me dejaba únicamente con la opción de llevar a Zoe. Nervioso por ello, llegué al coche y di la vuelta hasta alcanzar el asiento pasajero detrás del conductor. Ahí me esperaba con su pelo rizado y sus mejillas regordetas la hija de mi Fiáin. Era tan bonita, tan preciosa. Desabroché el cinturón de seguridad y la cogí en brazos lo más suavemente que pude. El cuerpo de la pequeña se veía diminuto en mi regazo pero se sentía bien verla ahí. Su cuerpecito no pesaba casi nada y su mejilla se apoyó contra mi pecho cuando empecé a caminar hacia la casa.

Isabella me esperaba en la puerta, apoyada en el marco de esta con los brazos cruzados y con una mirada ilegible hacia nosotros. Cuando llegué a su altura alargó los brazos hacia a mí y yo le entregué a Zoe con el mayor cuidado del mundo.

–Gracias por este día. – Le dije entre susurros. – No creo que sea fácil superarlo.

–Ha estado genial. – Concordó conmigo mientras apretaba contra ella el cuerpo de su hija. – Los niños han disfrutado mucho contigo.

–¿Y tú no lo has hecho? – Le pregunté bromeando.

Bella bufó bajito negando con la cabeza. – Creo que te gusta que te hagan muchos cumplidos, McCarty. Por hoy es suficiente. – Sonrió.

Le sonreí de vuelta y metí las manos en los bolsillos. – Será mejor que me marche. Espero verte en la cafetería. – Me acerqué un poco a ella y bajé mi cabeza hasta estar a la altura de su rostro. – Y no olvides que tenemos algo pendiente tú y yo.

Le guiñé un ojo y volteé para caminar hacia mi coche. A mitad de camino Isabella me llamó y giré sobre mis talones para regresar junto a ella. Parecía un jodido adolescente babeando por una chica, pero no me importaba. Isabella lo valía.

–Toma. – Mi chica había sacado del bolsillo de sus vaqueros un trozo de papel. Todo su rostro estaba colorado y se mordía repetitivamente el labio inferior con nerviosismo. – Mi número de móvil.

Decir que no me lo esperaba sería quedarse corto. Había planeado preguntarle su número a Jacob pero Isabella se me había adelanto y había dado un paso de gigante. Esto no era solamente un pequeño gesto. Esto era más. Mucho más. Mi chica me estaba dejando acercarme a ella, me estaba dando una oportunidad para ser parte de su vida y estaba más que claro que no pensaba desperdiciarla.

Sonriendo como un lobo, agarré el pedazo de papel y lo guardé en mi pantalón.

–Prepárate, Fiáin.

Le di un beso en la comisura de sus labios y sentí los ojos de Isabella clavados en mi espalda todo el tiempo que anduve hasta alcanzar mi automóvil. Cuando encendí el motor la miré y esperé a que cerrara la puerta; tras hacerlo arranqué en dirección a mi casa más feliz de lo que me habría imaginado esta mañana.

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El domingo decidí que lo mejor sería pasarlo con mi abuela. Así que me vestí con unos vaqueros oscuros, una camiseta azul y una rebeca clara. Decidí que no me afeitaría tampoco hoy así ahorraría algo de tiempo y estaría un rato antes con Didyme.

Antes de coger las llaves del todoterreno, le mandé un mensaje a mi hermana dándole el aviso, por si quería unirse a nosotros, y llamé a Keenan para poder cerrar la puerta. Mi Oso andaba muy animado ante la idea de pasar otro día fuera de casa y batía su cola sin parar de un lado a otro.

El trayecto se pasó rápido cuando puse la música en la radio silbando la melodía al compás y dando pequeños golpes con ritmo en el volante cuando pillaba algún semáforo. Cuando llegué mi abuela me abrazó contenta y feliz y decidió arrastrarme hasta la cocina para preparar un buen desayuno.

–Te noto de muy buen humor, cariño. – Mi abuela me miró suspicaz al tiempo que servía unos huevos revueltos en dos platos de porcelana.

–Es que lo estoy, mhaimeo. – Le sonreí de vuelta y eché una generosa taza de café solo para mí y otra de té rojo para mi abuela.

–Soy muy mayor para andarme con secretos, niño. – Didyme me había pellizcado la mejilla y me zarandeaba de manera cariñosa. – Desembucha o si no te quedarás sin galletas de nueces y chocolate.

Gimiendo ante la idea de hincarle el diente a esas delicias suspiré teatralmente y abracé a mi chica favorita.

–Ese secreto que dijiste ver en mis ojos la última vez que vine tiene mucho que ver. – Besé su sien y la miré con una sonrisilla juguetona.

–¡Mi niño travieso! – Se rio emocionada. – Esto se merece un par de magdalenas de arándanos. Sé un buen muchacho y cógelas de ese bote de arriba.

Didyme me señaló con su mano temblorosa la estantería blanca que había al lado del frigorífico y le di un beso en la mejilla antes de hacer lo que me dijo.

Cuando conseguí las magdalenas agarré las dos tazas y los platos del desayuno y los saqué a la mesa de afuera del porche.

–¡Cuéntame, Emmett! – Me exigió cuando nos sentamos a la mesa con todas las cosas suculentas puesta delante de nosotros. – Necesito información para poder suspirar feliz.

Negando con la cabeza, tomé un par de tostadas y las unté con mantequilla y mermelada para dárselas a mi abuela. Ella me sonrió y me miró expectante.

–¡Vamos, niño! – Me demandó otra vez cuando me vio remolonear con la fruta picada. – Me van a salir más canas de las que tengo.

–Está bien, está bien. – Me rendí finalmente. Me divertía sacarla de sus casillas como cuando era pequeño. – Ayer fui a dar un paseo con Keenan al parque. – Mi Oso escuchó su nombre e hizo acto de presencia en medio de los dos. Me reí de él y acaricié su cabeza antes de ofrecerle un par de lonchas de bacón fritas. – Y me encontré con Isabella.

–Así que por fin conozco el nombre de tu mujer. – Los ojos de mi abuela brillaron traviesos antes de beber de su té.

Estaba seguro que los hoyuelos de mis mejillas se habían marcado cuando escuché eso de "tu mujer". Sonaba demasiado bien y cada vez tenía más claro que Isabella lo sería algún día.

–Tendrías que verla, mhaimeo. – Le dije pensando en mi chica. – Es fuerte, independiente y tremendamente terca.

–Eso es bueno. – Asintió de acuerdo. – Si va a danzar contigo debe de serlo. Los McCarty sois arrolladores e implacables.

–Tú lo sabes mejor que nadie, abuela. – Vertí un poco de yogurt en el cuenco de fruta y se lo di lo que me hizo conseguir una sonrisa cariñosa de su parte y un apretón de manos.

–Tu abuelo no me dejó en paz hasta que le di el "sí, quiero". – Rio con añoranza. – No había nadie que consiguiera sacarme de mis casillas como lo hacía él.

–El abuelo era un cabezota estupendo y admirable. – Mordí mi tostada. – Isabella tiene una niña pequeña llamada Zoe. Es una nena hermosa con todo el cabello rizado y loco, igual que su madre. Son tan bonitas, mhaimeo. –Suspiré al recordar los ratos robados con mi Fiáin ayer y cuando cargué a Zoe al final de la tarde. – No pienso rendirme con ninguna de ellas.

La abuela me miró con los ojos entrecerrados y se echó hacia atrás en su silla. – Cada paso que des debes de ser cuidadoso. No la asustes, Emmett. Y no te guardes nada en tu interior, cariño.

Dejé de comer y la miré serio. Adoraba a mi abuela, ella era la única que me conocía tan bien y sus palabras siempre eran sabias y cariñosas. No quería hacerle daño a Isabella pero había cosas en mi pasado que no sabía si sería adecuado que supiera. Ella cargaba con demasiado peso a sus espaldas y no quería darle más.

–Abuela, sabes que hay cosas que están enterradas ya desde hace mucho tiempo.

–No, no lo están. – Me miró con el ceño fruncido. – Yo lo sé y tú lo sabes. – Alargó su mano y acarició mi mejilla. – No has dejado ir el dolor y todavía baila en tus ojos grises cuando crees que nadie te mira.

Aparté la mirada agobiado. La abuela siempre veía mucho más allá de lo evidente y nunca era capaz de guardarle ningún secreto.

–Cuando llegue el momento adecuado para decir adiós a todo eso lo sabrás, querido niño. – Agarró mi barbilla con sus manos temblorosas, obligándome a mirarla de nuevo. – Y creo que tu camino a la paz acaba de empezar. – Me sonrió. – Lucha por Isabella y Zoe. Ellas van a ser tu felicidad. Haz caso a esta vieja.

Me reí y besé su mejilla arrugada. – Lo haré, mhaimeo.


¡Sí! Adoro a Didyme, es fantástica.

¿Qué os ha parecido el capítulo? Emmett ha estado fabuloso. Cada día me gusta más. ¿Y a vosotras?

De nuevo quiero pediros disculpas por este retraso. Tengo mil cosas que hacer de la universidad y me quita mucho tiempo. Ahora me será incluso más difícil actualizar cada dos semanas, puede que o actualice antes o tarde más pero quiero que estén tranquilas y sepan que no dejaré la historia. Solo tengan un poquito de paciencia. Lo siento, espero que no se molesten y comenten.

Quería dar las gracias a todas las chicas que le dieron a seguir y a favoritos a la historia. Mil gracias a las chicas que comentaron, eso fue todo un detalle.

Espero que este capítulo os guste tanto como el anterior y me deis vuestra opinión.

Gracias por los comentarios a: Guest, Daniela Salvator, glow0718, cavendano13, ngeles Baltazar, libbnnygramajo, Naka, Pam Malfoy Black, Roxy Sanchez, Silas Whitlock, Lema26, shamyx, solecitopucheta, elymil subero, alejandra1987, Krisella, Guest, becky grandchester, helenagonzalez26-athos, Ximena, ely, Guest.

Nos leemos pronto.