¡Sorpresa! Actualización antes de tiempo. Estoy bastante impaciente y sabía que vosotras también. Vamos a ver por fin la esperada cita entre estos dos titanes.
Advierto que el capítulo es bastante más largo de lo normal. Pero no he querido cortar las escenas.
Nos leemos abajo.
La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.
CAPÍTULO 8
Bella
–Te pongas lo que te pongas vas a estar genial, Bella. – Rosalie terminó de secarle el pelo a mi hija. – Así que tranquilízate y elige de una buena vez el pantalón que te vayas a poner.
–Yo estoy más que relajada, Barbie diabólica. No necesito tranquilizarme. – Resoplé al tiempo que me volvía a colocar bien por enésima vez la toalla en el pelo.
Hoy era viernes. Y era el día de la jodida cita con McCarty. Estaba atacada, pero ni por asomo iba a confesárselo a Rose. Después de terminar mi jornada en la clínica, recogí en el colegio a los niños y a mi Rubia. Peter y Charlotte se quedaron con Garrett mientras que su madre decidió venirse conmigo para ayudar a prepararme. Había bañado a Zoe y cuando terminé de secarla y vestirla con su adorable pijama enterizo lila fue mi turno en la ducha.
Así que ahora me encontraba envuelta en mi enorme toalla amarilla y otra blanca envolviendo mi pelo mojado mientras miraba con los ojos entrecerrados toda la colección de pantalones que mi armario albergaba.
Rosalie me miraba entretenida desde el pequeño sillón anaranjado que tenía en una esquina de mi habitación, con Zoe en sus rodillas. Mi niña tenía todo el pelo completamente alborotado, debido al secador, y sus enormes ojos me observaban alegres.
–Ya, claro. Ahora mismo estás en el nirvana. – Rose rodó los ojos. – ¿Qué planes tenéis Emmett y tú? Elige la ropa respecto a eso, nena.
–Me dijo que sería algo sencillo. – Alcé un pantalón pitillo negro. Era bastante ajustado pero me encantaba cómo hacía ver a mis piernas. Y por lo que deduje ayer, a Emmett le gustan mis piernas. – Ya sabes, nada extravagante o ridículo.
Sentí mis mejillas sonrojarse cuando recordé las palabras de McCarty en su despacho. ¡Maldito fuera! Ahora cada vez que veía una mesa me acordaba de él y de sus planes malvados en los que me tumbaba y me hacía todas las cosas sucias y deliciosas que sabía que ese demonio conocía.
–Eso suena genial, Bells. McCarty no me dio la sensación de que fuera así de snob. Así que, ya me contarás adonde iréis. – Rose me sonrió tratando de darme ánimos. – Por cierto, el pantalón que tienes entre las manos es ideal. Póntelo, estoy segura que se le irán los ojos a tu trasero.
–No hace falta que me lo ponga para eso. – Le contesté mientras doblaba el resto de pantalones y los dejaba a un lado de la cama. – Ya se le van los ojos a mi culo. – Dije para mí, aunque cuando los ojos de Rose se abrieron como platos supe que me había escuchado perfectamente.
–¡Odio que te calles las cosas! – Mi Rubia zarandeó sus rodillas y provocó que Zoe saltara en sus muslos como si estuviera cabalgando. Mi hija rio divertida y tocó las palmas feliz.
–No seas melodramática, Barbie. – Rezongué. – Es un hombre y yo tengo curvas. La carne es débil.
–¡Tienes curvas de infarto, nena! – Rosalie silbó movió uno de sus brazos como si estuviera haciendo bailar un lazo vaquero. – Eres una vaquera sexy.
Me empecé a reír de las tonterías de mi amiga. Sabía que lo estaba haciendo para atenuar mis nervios y se lo agradecía inmensamente. Me acerqué hasta el sillón, besé la frente de mi Zoe y luego la sien de mi amiga.
–Gracias, Rose. Eres una buena amiga.
–Soy la mejor. No lo olvides. – Meneó sus cejas arriba y abajo.
Me reí de nuevo de ella antes de darle un suave golpe en el hombro. – Y tonta también eres para rato. No lo olvides tampoco. – Le guiñé un ojo y cogí a mi hija en brazos antes de que Rose me diera una palmada en represalia por meterme con ella.
–El karma hace pagar a todos, HellBell. – Resopló cuando no consiguió darme un cachete en el culo. – Y tu pago por hacerme rabiar va a ser soportar todas las maldades que te haga un guapísimo hombre de ojos grises. – Se cruzó de brazos.
–Mira como tiemblo. – Moví mis rodillas a los lados y Zoe empezó a reír por la cara de susto que puse.
Rose se hundió más en el sillón y me sacó la lengua como única respuesta.
–Zoe, amor. ¿Qué blusa me pongo?
Descolgué tres camisas del armario y las estiré como pude sobre la colcha azul marino de mi cama. Todas eran de tonos claros, desde el blanco hasta el celeste bebé pasando por el rosa. Mi hija las observó concentradas, frunciendo el ceño y juntando los labios de manera seria. Se veía adorable y me daban unas ganas tremendas de comérmela a besos.
Un rápido flash me sacó de mi ensoñación y vi que mi Rubia nos había hecho una foto con su móvil.
–Estáis tan adorables, Bells. Mira que carita tiene Zoe. – Se rio divertida cuando me mostró la foto. – Sois irresistibles.
–Mi nena es la más linda, Rose. – Le devolví la sonrisa. – Luego me pasas la foto, ¿sí? – Mi amiga asintió encantada y volvió a sentarse en el sillón.
–Mami, mami. – Zoe me llamó golpeando mi pecho mientras balanceaba una de sus cortas piernas. – Esa. – Me señaló la camisa celeste con su dedo.
–¿La celeste, cariño? – Tomé la blusa y acaricié la tela. Era suave, ligera y cómoda. El cuello era estilo Mao y el escote terminaba en forma de uve sin ser demasiado escotado ni demasiado remilgado. Era perfecta para la ocasión.
–Sí, mami. Asul onito. – Sonrió.
Le devolví la sonrisa y la dejé libre en el suelo. Agarré la camisa y el pantalón así como la ropa interior y me dirigí al cuarto de baño para vestirme.
–¿Qué te vas a hacer en el pelo, Bells? – Rose gritó desde el otro lado de la puerta.
Había estado toda la mañana dándole vueltas al respecto. Me apetecía llevar el pelo suelto pero también era una buena idea un semirecogido sencillo, nada elaborado, para intentar domar mi cabello. Sin embargo, los recuerdos de Emmett jugando con mi pelo en el parque o en su despacho me hicieron decantarme.
–Suelto. – Le respondí subiendo el cierre de la cremallera del pantalón. – Lo llevaré suelto y rizado.
–Entonces, sécatelo antes de salir. – El tono de voz de mi amiga era totalmente maternal. El mismo que usaba con sus hijos y eso provocó que rodara los ojos. – No queremos que pilles un resfriado. Y deja de poner los ojos en blanco, HellBell.
Me reí mientras terminaba de vestirme. Cuando acabé de colocarme la camisa salí de nuevo a mi cuarto y agarré las botas marrón oscuro. Me encantaban esas botas, eran planas y llegaban hasta el tobillo, por lo que la comodidad y sencillez estaban aseguradas. Además, pegaban con con el bolso del mismo color que iba a utilizar.
–Creo que estoy más nerviosa que tú. – Me dijo Rose al tiempo que me observaba aplicar la sombra terrosa en los párpados. – ¿De verdad estás tan tranquila, Bella? Porque creo que hay gato encerrado.
Riéndome de su tono incrédulo, tomé la brocha para darme el colorete. – Sabes que lo estoy, tú misma te has dado cuenta antes, pero no quiero dejarme dominar por ellos. Quiero estar en control. Además, solo es una cita. – Me encogí de hombros.
–¡Argh! – Gritó Rosalie. – Mentirosa, cara de osa. Me haré la tonta y creeré en esa absurdez que acabas de decir; pero a cambio quiero todos los detalles jugosos, ¿entendido, Bells?
La miré divertida y asentí con la cabeza antes de aplicarme un par de pasadas de máscara de pestañas en cada ojo. – Los jugosos los tendrás, pero los sucios son míos.
–Mala, Bella, mala. – Rose rio cuando le saqué la lengua y me pasó el secador de pelo. En unos cuantos meneos ya tenía el cabello más o menos seco. Se veía brillante y lleno de rizos locos. – Estás preciosa, cielo. Lo vas a dejar boquiabierto.
–Lo sé. – Le dije presumida batiendo mis pestañas. – Soy irresistible.
Las dos sonreímos cuando le guiñé un ojo coqueta y salimos de la habitación justo después de que cogiera mi reloj de pulsera y agarrara de la mano a Zoe.
Faltaba un cuarto de hora para que Emmett llegase y los nervios me hacían tener el estómago revuelto. Necesitaba hacer algo, así que me dispuse a preparar mi bolso y a tomar la chaqueta de cuero del armario de los abrigos que estaba en el vestíbulo de la entrada. Rosalie me miraba divertida desde el sofá y Zoe estaba totalmente ajena a mí, bailando sobre la alfombra al ritmo de una canción de su serie de dibujos.
Tomé aire, tratando de tranquilizarme, y me acerqué hasta mi hija para bailar con ella. Mi Zoe me ofreció sus manos y dimos vueltas en círculos dando pequeños saltos. Rosalie no se hizo de rogar y se unió a nosotras, llenando mi salón de risas y alegría.
Antes de que el reloj marcara la menos cinco, el timbre de la puerta sonó. Las tres dejamos de bailar y miramos en su dirección con la respiración contenida.
–Me da a mí que cierto hombre anda ansioso también. – Rose sonrió y me alentó a abrir la puerta.
Con cada paso que daba sentía como si estuviera tomando una decisión definitiva, como si me encaminara a mi destino. Y puede que fuera así.
Puede que McCarty fuera mi destino.
Quité el seguro a la puerta y giré la manilla. Cuando abrí la puerta el hombre más atractivo que alguna vez había visto en mi vida esperaba con un pequeño ramo de flores en sus manos. Mi vista lo repasó de los pies a la cabeza. Llevaba unas botas de leñador, unos vaqueros desgastados negros con una camisa blanca y una chaqueta de cuero. Su pelo negro estaba ligeramente húmedo y su rostro estaba carente de barba. El maldito demonio me miraba con ojos brillantes y con una hermosa sonrisa quemabragas.
–Te ves comestible, Swan. – Acortó la distancia entre nosotros y besó mi mejilla. – Estás irresistible.
Su embriagador aroma inundó mis pulmones y sentí mis mejillas arder.
–Tú también estás guapo, Emmett. – Me alcé sobre la punta de mis pies y le devolví el beso antes de acariciarle el torso. – Bastante mordisqueable, debo admitir.
La sonrisa de Emmett se amplió y me entregó el ramo que llevaba. Cuando fijé mi vista en él, abrí los ojos sorprendida. No eran flores, eran pequeñas magdalenas con crema de fresa y vainilla imitando a una flor. Estaban enganchadas a pequeños palos de madera pintados de verde y con algunas hojas de cartulina del mismo color adheridas a ellos.
–No sabía si eras una chica de flores. – La voz de McCarty me sacó de mi ensoñación. – Pero sé que no eres como las demás.
Alcé mi rostro y lo miré fijamente. Este hombre, este maravilloso hombre era increíble. Apenas habíamos hablado mucho, pero parecía que me conociera desde siempre.
–Son fantásticas, Emmett. – Le dije con la voz un poco ronca. – Me encantan. – Aun no era capaz de salir del estado de impresión.
McCarty asintió y apoyó una de sus manos en el marco de la puerta. – ¿Estás lista para irnos?
–Solo tengo que coger la chaqueta y el bolso y nos podremos ir.
Dejé la puerta abierta mientras me dirigía hacia el salón donde había dejado las cosas. Rose miró el ramo de flores dulces y abrió los ojos como platos. Supongo que esa era la misma expresión que cuando me percaté del detalle.
–Bella, eso es… – Mi Rubia empezó a decir.
–Sí, lo sé. – No me atrevía a decir nada que pudiera delatarme más aún. Dejé el ramo apoyado sobre un pequeño jarrón blanco que había en la mesita junto al sofá y me apresuré a ponerme la chaqueta y a colgarme el bolso.
Zoe me miraba con su carita daleada a un lado. – ¿Eme y mami? – Su tono denotaba un poco de dudas.
Con el corazón encogido, la tomé en brazos y le prodigué besos por todo su rostro. Mi hija rio feliz y afianzó su agarre en mi cuello.
–Tengo que irme, mi amor. – Le empecé a explicar, mientras le acariciaba la espalda.
–¿Eme? – Zoe me volvió a preguntar con su ceño fruncido, apretando sus manitas en mis hombros.
Por lo visto no tenía el visto bueno de irme si no era con McCarty. Sonreí resignada y besé su frente.
–Sí, cariño. Me voy con Emmet. – Dudé un segundo pero decidí que era lo mejor. Así se quedaría más tranquila. – ¿Quieres saludarlo antes de que nos vayamos?
–¡Sí! – Sus piernas comenzaron a zarandearse de forma emocionada ante la idea.
Llevé en brazos a mi hija hasta la puerta, McCarty nos esperaba con los brazos cruzados. Cuando sus ojos se fijaron en la preciada carga de los míos su enorme sonrisa apareció.
–¡Eme! – Zoe movió su manita a modo de saludo.
La sonrisa de Emmett se dulcificó cuando escuchó su nombre mal dicho y deshizo sus brazos para acariciar la mejilla de mi hija con su dedo índice.
–Hola, nena. Estás mucho más linda que la última vez que te vi.
Las mejillas de mi hija se colorearon de un hermoso tono rosado y una pequeña sonrisa emergió en su rostro.
–¿Tú y mi mami? – Le preguntó expectante.
Emmett rio entre dientes y asintió a la vez. – Sí, Zoe. Voy a llevar a tu mamá a dar un paseo. ¿Te parece bien?
Mi hija le dio el visto bueno dando un fuerte chillido de afirmación. Escuché la risa de Rosalie detrás de nosotras y me pegué a la pared para no darle la espalda.
–Hola, Rosalie. – McCarty cabeceó en su dirección.
–Hola, Emmett. Me alegra verte. – Rose le sonrió y tomó a mi hija. – No tengas prisas por traerla pronto a casa. Sí puedes… Agótala.
–¡Rosalie! – Grité indignada por lo que acababa de decir y por su expresión de suficiencia. Esta mujer cuando perdía la vergüenza era temible.
–Lo intentaré. – McCarty le guiñó un ojo mientras se reía a mi costa. ¡Malditos fueran los dos!
–Os odio a los dos. – Bufé molesta.
–Sabes que eso no es verdad. – La remilgada voz de mi Rubia me hizo molestarme aún más. – Pasadlo bien y no te preocupes por Zoe, Bella. La cuidaremos bien.
Mi mal genio se evaporó cuando miré a mi hija. Zoe nos observaba feliz y ajena a todas las bromas con doble sentido. Me acerqué a ella y besé su mejilla.
–Avísame si ocurre cualquier cosa, Rose. Lo que sea. ¿De acuerdo?
–¡Agh! Llévatela ya, Emmett. – Me dio un pequeño empujón. – Hay veces que se pasa de sobreprotectora.
–Cuidaré de ella. – Fue la única respuesta de él.
McCarty colocó su mano en la parte baja de mi espalda y me instó a caminar con él hasta su coche. Me abrió la puerta del todoterreno y esperó a que me montara para dar la vuelta y sentarse en el asiento del conductor tras quitarse la chaqueta y dejarla en el asiento de pasajero.
Miré por la ventanilla hacia mi casa, Rose y Zoe nos observaban desde la puerta de mi hogar despidiéndonos con una sonrisa. Les devolví el saludo y me abroché el cinturón. Esto parecía fácil pero me estaba resultando tremendamente complicado. Nunca había dejado a mi hija con Rosalie para salir en una cita. Desde mucho antes que ella naciera no había tenido una y dejarla en casa con mi amiga me provocaba un nudo en el pecho. ¿Estaba haciendo bien?
–No vendremos muy tarde, Isabella. – La voz de Emmett interrumpió mi diatriba mental.
Me giré para mirarlo mientras arrancaba el motor del coche, observando su perfil entre las sombras que la farola de la calle proyectaba.
–Zoe se quedará a dormir en casa de Rosalie. – Le aclaré. – Harán como una especie de fiesta pijama.
–Pero no es eso lo que te perturba, ¿a qué no? – McCarty nos introdujo en el tráfico de la ciudad de manera competente.
Este hombre parecía ver a través de mí, como si supiera todo lo que se me pasaba por la cabeza. Era bastante intimidante que lo consiguiera.
Tras tragar saliva para intentar bajar el nudo de angustia, le respondí. – Es la primera vez que la dejo con Rosalie para salir, Emmett. Me siento un poco mal por ir a divertirme dejando a mi hija en casa.
–Eres una buena madre, Fiáin. – Sus ojos grises me clavaron en el sitio cuando me miraron directamente. – Te he visto con Zoe y eres maravillosa. Si durante la cita te sigues sintiendo mal me lo dices. Te traeré de vuelta. Sin remordimientos, Bella.
Joder. McCarty me desarmaba con una sola palabra. ¿Cómo podía negarme a salir con él? Emmett se estaba esforzando por mí, él merecía lo mismo de mí.
–Gracias. – Fue la única palabra que pude articular mientras colocaba de manera tímida mi mano sobre su antebrazo.
Los músculos bajo mis dedos se tensaron por mi toque y quise darme un buen golpe en la cabeza. Iba a apartar mi mano pero Emmett se movió más rápido y me atrapó. Mi mano era diminuta en comparación con la de él y el peso de ambas en mi muslo era reconfortante.
Era correcto.
Suspiré tranquila cuando el coche volvió a arrancar tras un semáforo en rojo. Poco a poco íbamos dejando atrás el centro turístico de la ciudad y nos metíamos en la zona norte. No tenía ni idea hacía dónde nos dirigíamos y eso me tenía un pelín nerviosa.
–¿Cuál es el plan, Emmett?
McCarty manejaba con una sola mano y su postura era la de un hombre bastante seguro de sí mismo. Transmitía confianza, tranquilidad. Estaba más que segura que la gente a su alrededor se sentía confiada y a gusto. Me miró de reojo y sonrió.
–Vamos a tener lo que se conoce como una cita doble c.
–¿"Doble c"? – Le pregunté extrañada. – ¿Qué es eso?
–Cine y cena, Fiáin. Algo bastante clásico para una primera cita.
–Ah, claro. La cita doble c. ¡Qué tonta! ¿Cómo no he caído? – Me di una palmada en la frente mientras sacudía la cabeza teatralmente. – Si viene en el manual de las primeras citas.
McCarty rio divertido por mi actitud y apretó mi mano. – ¿Quieres saber a qué cine vamos a ir para quedarte más tranquila?
Lo que dije. Me tenía calada.
Negando a un lado y a otro, le dije: – Dejémoslo en sorpresa.
Su sonrisa daleada hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo de la cabeza a los pies. Esa sonrisa era clave. Ahí se resguardaban todos sus secretos.
–Entonces que así sea.
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Diez minutos más tarde, llegamos a un autocine. Mis ojos se abrieron de par en par. Nunca había estado en uno y se veía increíble. Varios coches se encontraban ya alineados frente a una enorme pantalla de proyección. En la entrada al recinto había una pequeña casita de madera en la que un hombre mayor daba los tickets para acceder. Emmett introdujo el coche y esperó a que el hombre mirara por la ventanilla de la caseta.
–Buenas noches, señor Bennett. – Le dijo a modo de saludo.
–¡Pero mira quién ha venido! – La voz alegre del hombre acompañaba a su expresión amable. Tenía el pelo blanco y llevaba unas enormes gafas cuadradas así como una impoluta camisa blanca con pajarita negra y tirantes del mismo color. – Hacía tiempo que no te veía por aquí, McCarty.
Emmett le sonrió de vuelta. – He estado un poco ocupado, señor. ¿Cómo está la señora Bennett?
–Mi esposa sigue golpeando mis nervios como cuando éramos jóvenes. – La sonrisa del hombre se dulcificó cuando nombró a su mujer. – Está terminando de preparar las palomitas. Acércate a verla antes de la proyección, chico. Le alegrará verte.
–Lo haré. – Asintió de acuerdo. – Dos entradas, por favor.
Tras conseguir las entradas, Emmett condujo hasta una de las plazas más centralizadas. Era uno de los mejores sitios. La distancia a la pantalla era perfecta y, aunque había varios coches a nuestro alrededor, no estaban lo suficientemente cerca como para llegar a molestarnos.
–¿Qué película vamos a ver? – Mi curiosidad estaba a unos niveles desbordantes.
–Gilda. – Emmett había daleado su cuerpo en mi dirección, con un codo apoyado en el volante y su otra mano haciendo círculos en mi muslo. Esa ligera caricia era un suplicio. Temblé ante la idea de ese mismo movimiento en otra parte más caliente de mi cuerpo y casi se me escapa un gemido. – Me pareció la mejor opción tras descubrir tu amor profundo por las películas en blanco y negro. Y este cine suele tener en su cartelera ese tipo. – Los ojos de Emmett brillaban traviesos y estaba claro que él sabía perfectamente lo que estaba imaginando con sus caricias.
Maldito fuera.
–¿Qué te parece?
Tosiendo un poco para apartar la sequedad de mi boca, me moví inquieta en mi asiento. – Adoro esa película. Creo que me sé casi todos los diálogos.
–¿En serio? – McCarty alzó una ceja a modo de incredulidad. Cuando hacía eso me daban ganas de darle un puñetazo por arrogante. – Entonces, vamos a jugar. Si dices bien todos los diálogos que yo te pregunte durante la película te deberé una prenda. Pero si fallas una sola vez, Swan, una sola; me la deberás tú a mí.
–¿Qué clase de prenda? – Le fruncí el ceño. Este hombre me daba mala espina en referente a los juegos. No jugaba limpio y en el parque me lo demostró. Siempre se salía con la suya y para ello usaría todas las artimañas posibles.
–La que el ganador quiera. – Me sonrió. – ¿Qué pasa, Fiáin? ¿No te sabes bien los diálogos como presumes o es que no te atreves?
Respiré hondo, contando hasta diez en mi mente para no borrarle esa sonrisa provocadora de un guantazo. Este hombre me volvía una violenta de mucho cuidado. Cuando por fin conseguí controlar mi indignación le dije:
–Eso no te lo crees ni tú. Te vas a tragar esa impertinencia, idiota. – Alcé mi barbilla orgullosamente.
Sus ojos grises brillaron traviesos y supe que había caído en la trampa.
–Es una apuesta, Swan. – Alargó su mano esperando a que se la estrechara. Cuando lo hice, se acercó a mí, hasta que su rostro estaba a pocos centímetros del mío. – Cómo voy a disfrutar verte perder, nena.
Me dio un pequeño beso y salió del coche. Yo aún no salía de la impresión y me quedé pasmada viendo cómo caminaba hacia el puesto de comida. Zarandeé mi cabeza repetidamente y seguí su estela. Mis rodillas temblaron un poco cuando empecé a caminar pero me autoconvencí que era por haber estado sentada tanto tiempo.
Al llegar al puesto de chucherías, pedí un enorme paquete de palomitas y Emmett dos vasos de Coca-Cola. Esta vez fui más rápida y conseguí pagar antes de que McCarty sacara la cartera de su bolsillo, entretanto que hablaba animadamente con la mujer del señor Bennett. La agradable señora Bennett me sonrió y tomó el dinero mientras me guiñaba un ojo cómplice.
–Isabella… – La voz grave de Emmett no auguraba nada bueno.
–No quiero quejas, McCarty. – Le miré fijamente. – Tú has pagado las entradas de cine. Yo invito a las palomitas. Cuanto antes lo aceptes, antes podemos volver al coche y comer estas delicias.
Me miró fijamente durante unos segundos interminables; después gruñó y asintió a mala gana. – Esta vez te sales con la tuya, Fiáin, pero a la próxima no serás tan rápida.
–¿Y eso por qué no? – Le miré extrañada.
–Porque te tendré atada a mi completa disposición.
Su sonrisa lobuna causó que mordiera mi labio inferior fuertemente. Podía parecer una broma pero me daba la sensación de que era una declaración de intenciones. Emmett tenía una sexualidad vibrante, fuerte. Cuando sus ojos me observaban como lo hacían ahora mi piel sentía el potente golpe de su sensualidad arrogante. Era un depredador a la caza de su presa.
Emmett dejó uno de los vasos en el mostrador y liberó mi labio con su pulgar. Su contacto era frío por el frescor de la bebida y su caricia era demasiado hipnótica para la cordura de cualquiera.
–Me fascina tu boca, Swan. Y ese sonrojo… – Su dedo ascendió hasta mi mejilla e hizo pequeños círculos, recreándose en la suavidad mi piel. – Me encantaría saber si se extiende por todo tu cuerpo.
Abrí mis ojos espantada ante su osadía a la vez que notaba cómo ardía todo mi rostro. Este hombre no tenía filtro bocal alguno y le daba totalmente igual dónde se encontraba. Miré en dirección de la señora Bennett, ella estaba entretenida echando mantequilla derretida en las palomitas, y suspiré tranquila al ver que no se había hecho eco del atrevimiento de Emmett.
–Compórtate, McCarty. – Le gruñí. – Estamos en un lugar público, joder. No puedes hablar de atar a la gente y de tu embelesamiento con la boca de los demás.
Su respuesta fue un simple guiño y el comenzar la marcha tras coger el vaso del mostrador. Lo seguí a regañadientes hasta el vehículo.
Tras conseguir sentarnos sin derramar ni tirar nada en el coche, dejé el paquete de palomitas entre nuestros asientos para conseguir arrebatarle de las manos mi vaso. Un gran sorbo logró eliminar la sequedad de mi garganta; y pareció que el frío despejó la neblina lujuriosa que jugaba libre por mi mente.
–No me he acordado de preguntarte. – Lo miré un poco afligida. – ¿Se resolvieron los problemas que tenías en tus restaurantes?
La mirada de McCarty se dulcificó. – Sí, conseguí arreglarlo todo. Uno de los trabajadores ha estado robando pequeñas cantidades de dinero; las cuentas no cuadraban, así que decidí investigar y eliminar el problema de raíz. – Su voz grave iba a juego con su seria expresión. – No me agrada ser un hijo de puta, pero en ocasiones debo jugar ese papel como jefe.
–Solo hiciste lo que debías, Emmett. – Traté de consolarlo. Su actitud denotaba que las acciones que tuvo que tomar no fueron plato de buen gusto.
–Lo sé, Fiáin, lo sé. – Apoyó la cabeza en su asiento antes de suspirar cerrando sus hermosos ojos. – En el segundo restaurante explotó una tubería cerca de uno de los hornos y se creó un pequeño caos. Tuvimos hasta la visita del cuerpo de bomberos.
–¿En serio?
–Joder, sí. – Giró su cabeza en mi dirección y me miró divertido. – Y entonces me enteré que la mayoría de mis empleadas, y algún que otro empleado, tienen una ligera fascinación por los bomberos. – Rio entre dientes. – ¿Tú también tienes fantasías con los hombre uniformados, nena?
Ni por asomo pensaba seguir comportándome como una niñita tímida, si él quería jugar… Pues adelante.
–Quizás. – Le sonreí traviesa.
Un brillo de interés danzó por sus ojos grises. – ¿De verdad?
–Por supuesto, McCarty. ¿Qué chica en su sano juicio no encontraría atractivo a un hombre musculoso y uniformado que sabe cómo manejar perfectamente su manguera?
Su ceño se frunció ante el doble sentido de mis palabras, parecía como molesto; aunque puede que fueran ideas mías. Por lo que decidí seguir con el juego.
–Aunque, sinceramente, yo prefiero a los polis. – Suspiré soñadora. – Un tipo duro y alto, vistiendo ese uniforme azul ligeramente ajustado… – Batí mis pestañas como una colegiala dulce mientras lo miraba. – Con sus esposas y su porra listas para castigar al que incumple las normas. Uf…
Me abaniqué con la mano como si estuviera acalorada por mis ideas; y en cierta forma lo estaba, en mi mente se había formado la imagen de Emmett vistiendo un uniforme de policía. Casi me dan ganas de gemir por la ráfaga de pensamientos obscenos que pululaban en mi cabeza.
–Así que mi Fiáin es una chica traviesa. – El alzó una ceja de manera arrogante y sonrió al tiempo que se acercaba a mí. – Algún día, cumpliré esa fantasía tuya, Isabella. No la olvides, porque yo no lo haré.
Después de esa declaración descarada, la película comenzó y acaparó toda nuestra atención. La película se pasó volando entre bromas y comentarios. Emmett era un experto en cine y cuando no me chinchaba para que dijera los diálogos me contaba anécdotas de los actores o sobre la grabación de la peli.
Cualquier tipo de inquietud se disipó en mi interior. McCarty era un hombre inteligente, divertido, sincero. Era directo, no se andaba por las ramas y eso me gustaba. Me hacía sentir cómoda, lo que me permitía relajarme lo suficiente para bajar las barreras y no estar en tensión constante.
Cuando en la gigantesca pantalla salió la palabra "fin" yo tenía una enorme sonrisa de suficiencia. No había fallado en ningún diálogo de la película, por lo que había ganado la apuesta y Emmett me debía una prenda.
–No sé si temer o envalentonarme con esa sonrisilla tuya, Fiáin. – Me dijo mientras manejaba el coche para salir del cine. – ¿Debo pedir clemencia?
Mi sonrisa se amplió. – Ya lo descubrirás. Aunque la idea de que ruegues de rodillas es bastante tentadora.
–Ya veo. – la comisura de su boca se había elevado arrogantemente. – Me quieres arrodillado y a tu merced. Mala, mala Isabella.
Me reí de su broma y alargué mi mano hasta su muslo. La calidez y la fuerza de su cuerpo traspasaban la tela del vaquero. Necesitaba tocarlo y no me iba a privar de ello. Necesitaba sentir su fortaleza, su seguridad.
Emmett me observó y me dedicó una sonrisa cómplice justo antes de que tomará mi mano entre la suya y besara el pulso desbocado de mi muñeca.
–¿A dónde vamos ahora, Emmett?
–A por la segunda "c", ¿recuerdas? – Giró el volante con la mano libre hacia la derecha. El reloj de muñeca que llevaba reflejó la luz sobre su correa plateada.
–Dios mío, McCarty. ¿Pero cómo puedes tener hambre? – Negué asustada. Nos habíamos comido un gran paquete de palomitas con mantequilla derretida y dos vasos de medio litro de Coca-Cola, y digo gran por intentar suavizarlo y no decir enorme. – Yo estoy a punto del colapso.
–Isabella, soy un tipo grande por si no te has dado cuenta. – Lo miré con cara pocos amigos cuando su ceja se alzó de manera altiva. – Lo del cine ha sido un mero aperitivo.
Suspiré resignada ante la idea de más comida. No creo que fuera capaz de comer siquiera un bocado.
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El trayecto hasta el restaurante fue relativamente corto. No había mucho tráfico y el parking donde aparcó McCarty no albergaba a muchos vehículos.
El lugar era un pequeño restaurante italiano, iluminado tenuemente y con una suave música soul de fondo. Las mesas eran de madera oscura con el típico mantel de cuadros rojos y blancos. Distintos comensales se encontraban sentados en varias mesas separadas, dándoles total privacidad y tranquilidad.
Emmett volvió a ponerme la mano en la parte baja de mi espalda tal y como hizo cuando fue a recogerme a casa. El peso de su mano ahí era difícil de ignorar y su significado estaba más que claro: estaba marcando su territorio. Me reí entre dientes, esa maldita idea me la había metido en la cabeza Rosalie y sus tontas novelas románticas. Y en estos instantes, parecía que yo estaba protagonizando alguna.
McCarty me guio hasta la mesa más alejada de la puerta de cristal principal; justo en la pared de ladrillo opuesta. Estaba pegada a la pared y encima de ella había un candelabro con adornos florados. En el momento justo en el que tomamos asiento, se acercó el camarero y tomó la orden de nuestras bebidas.
–¿Qué te parece? – Emmett me miraba fijamente desde el otro lado de la mesa.
–Es precioso. – Le confesé. – Me encanta la decoración y el ambiente es fantástico. ¿Cómo lo encontraste?
La sonrisa que bailó en sus labios fue de lo más misteriosa. – Por una recomendación. ¿Tienes idea de que vas a pedir?
Tomé la carta que el camarero había dejado en la mesa cuando vino y empecé a repasar todas las opciones posibles. No tenía mucha hambre pero el agradable aroma que emergía de los platos transportados por los camareros era totalmente tentador.
Al final surgió la idea de compartir dos platos: uno de tortellini rellenos de carne y otro de lasaña de verduras. Emmett pidió para beber té helado y yo decidí acompañarlo.
–No me gusta beber cuando tengo que conducir. Aunque solo sea una copa. – Fue su respuesta cuando le pregunté al respecto. Ese minúsculo detalle me gustó. Demostró que tenía la cabeza bien amueblada.
La comida no tardó en llegar y se me hizo la boca agua cuando vi los platos. Dios mío, qué comida más apetitosa. Emmett me pilló observando la comida como una niña mirando una piruleta y me sonrió.
–Me parece a mí que a alguien se le ha abierto el apetito.
–Tiene todo tan buena pinta… La tentación es enorme.
–Sí, sí que lo es.
Su mirada hambrienta me caló hasta los huesos. Esos ojos grises no parecían pertenecer a este mundo. La tormenta más feroz era la dueña de ellos. Una tormenta de plata que sabía que me consumiría.
Y se estaba convirtiendo en mi mayor deseo.
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–Estoy segura que me vas a tener que sacar rodando del restaurante. – Gemí frotándome el estómago por encima de la camisa. – Estoy llenísima.
–Vamos, Isabella. Casi no has comido nada. Solo unos cuantos bocados sueltos.
–¿Y te parece poco? – Bufé al tiempo que rodaba los ojos. – ¿Por qué tenía que estar todo tan bueno?
Emmett se rio de mi queja y se echó para atrás en su silla.
–Me he comido las tres cuartas partes de cada plato. Tú solo has sido como un lindo pajarito picoteando aquí y allá.
–Tú tienes el apetito de un maldito oso. – Suspiré exasperada.
Su sonrisa aumentó ante eso. – De pequeño, mi abuela me llamaba su osezno. Así que puede que lleves algo de razón.
Una chispa de curiosidad emergió en mi interior. Habíamos hablado del trabajo y de las amistades pero no de la familia y estaba totalmente intrigada.
–¿Y ya no lo puede hacer? – No quería meter la pata por si su abuela ya no se encontraba entre nosotros.
–Dice que soy demasiado viejo como para seguir llamándome así. – McCarty meneó la cabeza divertido. – Es un ser mágico, Bella. A su edad y sigue cuidando de Alice y de mí como cuando éramos pequeños.
Su expresión y sus palabras denotaban el cariño que tenía por esa mujer.
–¿Cómo se llama? – Estaba fascinada por todo lo que este hombre implicaba.
–Didyme. – Me sonrió. – Mi abuelo Noah y ella emigraron desde Dublín en su juventud. Cuando no podía dormir, me contaba historias de aquellas tierras lejanas. – La nostalgia pareció tomar posesión de su mirada. – Y el abuelo me enseñó a hablar irlandés. Era divertido, a mi hermana no se le daba muy bien de pequeña y cuando quería hacerla rabiar solo hablaba en ese idioma.
Me reí ante la imagen que Emmett proyectó. Un niño con el cabello negro como la noche y con ojos grises de tempestad, hablando irlandés sin parar y riendo feliz mientras estaba acostado en su cama escuchando a su abuela.
–Cada vez que me cuentas algo sobre tu hermana me posiciono más a su favor. ¡Eras un hermano terrible!
–Supongo que lo normal. – Se encogió de hombros. – ¿Tú no tienes hermanos?
Negué con la cabeza y supe que ahora tendría yo el foco de atención. – Mis padres me tuvieron muy jóvenes y estuvieron muy poco tiempo casados como para decidir ampliar la familia.
–Me dijiste que veías a tu padre de vez en cuando, pero ¿y con tu madre? ¿Seguís manteniendo el contacto?
Mierda. Sabía que Emmett solo sentía curiosidad y si quería recibir honestad también debía darla.
–No veo a mi madre desde hace algunos años. – Los cuadros del mantel me parecieron terriblemente interesantes, por lo que me puse a contarlos mentalmente mientras trataba de mantener a raya los recuerdos. – Cuando se divorciaron Renée pidió mi custodia y tuve que irme con ella. No fue una infancia muy agradable y, al final, pude regresar a vivir con mi padre.
–¿No era una buena madre, Fiáin? – La mano de Emmett agarró la mía sobre la mesa, dándole un ligero apretón. Su calor que se propagó por todo el brazo hasta mi corazón.
Alcé mi mirada y me enfoqué en sus ojos grises. Un relámpago de molestia se mantenía en ellos y ese enfado contenido sabía que no estaba dirigido hacia a mí, lo que hizo sentirme mejor.
–No, no lo era. – Apreté su mano y respiré hondo. – Y tampoco una buena abuela, Emmett.
La molestia de su mirada se convirtió en pura rabia y las aletas de su nariz se dilataron cuando aspiró profundo al verme morder mi labio con pesar.
–No la necesitáis. – Me dijo ásperamente. – Si ella no te valoró de pequeña y tampoco lo ha hecho con Zoe, no os merece. Que se pudra en el infierno.
Su mano libre se alzó y acunó mi mejilla. Su dulzura disminuyó el frío en mi alma. Apoyé mi rostro en su mano y suspiré agradecida de que él entendiera con tan pocas palabras. Si lo nuestro tenía un futuro quizás algún día me sentiría lo suficientemente confiada para desvelarle mis secretos, pero hasta entonces, los guardaría para mí.
–Gracias, Em.
La oscuridad se borró de sus ojos cuando escuchó el apelativo con el que lo llamé. Estaba dejando de ser formal y él lo sabía. Él sabía que era un paso que acortaba la distancia entre los dos.
Su única respuesta fue alzar nuestras manos unidas y besar mis nudillos.
–Sé lo que se siente cuando uno de tus padres no era bueno. – Sus labios siguieron rozando mi piel mientras hablaba. – Adoraba a mi madre; era un ser dulce y único, Fiáin, pero mi padre… Ese título le venía demasiado grande.
Mis ojos lo observaron con comprensión. Los dos procedíamos de una familia rota y sabíamos lo que se sentía cuando uno de nuestros progenitores fallaba. Más allá de nuestra fachada, detrás de la máscara alegre que portábamos, había oscuridad. Pero esa opacidad nos hacía ser quienes éramos.
Nos hacía ser Emmet y Bella.
Joder… Mis dos chicos son lo más. Adoro la manera en que Emmett ve a través de Bella y como ella lo ve a él también. Me encanta que mi chica salga de su zona y se habrá con Em.
¿Qué os ha parecido? No ha estado mal, ¿cierto?
Aún falta un poquito pero espero que les haya gustado la cita.
¿Me cuentan qué les pareció? Comentad, me encanta leer vuestras opiniones.
Quería dar las gracias a todas las chicas que dieron a seguir y a favoritos a la historia y a mí. Mil gracias a las chicas que comentaron, eso fue todo un detalle.
Gracias por los comentarios a: shamyx, PamMalfoyBlack, cavendano13, Lema26, SilasWhitlock, ely, alejandra1987, glow0718, JadeHSos, helenagonzalez26-athos, Melina, misspaosita, V1V1, RoxySanchez.
Poco a poco iremos desvelando las historias de Emmett y Bella. Ya nos hemos enterado de un poquito más. Espero que estos dos nos vayan contando más cosas porque yo también me desespero. xD
Muchas gracias a todas las que me han deseado suerte en sus comentarios, las que me dan su apoyo tanto siendo escritora como en mi vida real. Puedo decir que soy casi ingeniera ;)
Feliz cumpleaños glow0718.
Nos leemos pronto.
