Capítulo que va a traer cola. Advierto que vamos a saber muchas cosas por fin y que la cosa va a ser entretenida. Tiemblo de ganas de saber lo que opinan.
Nos leemos abajo.
La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.
CAPÍTULO 10
Emmett
El ensordecedor silencio reinaba en el interior del coche. El único sonido percibido era el de nuestras respiraciones. Conducía por la autovía de regreso a la ciudad, todos mis sentidos estaban concentrados en la carretera y en Isabella. Ella no había dicho absolutamente nada desde que la arropé entre mis brazos y me pidió perdón. Verla llorar tan desconsoladamente hacía hervir mi sangre, como si lava ardiente recorriera mis venas.
Si hubiera sabido lo que conllevaría esta excursión jamás la hubiera preparado. Ver a Bella tener un ataque de pánico era horrible. Nunca me había sentido tan impotente como hasta ese momento. Sus pupilas se habían dilatado hasta casi el borde de sus irises, su frente se perló de sudor y su cuerpo temblaba sin ningún control.
La observé por el rabillo del ojo, parecía tan pequeña y vulnerable. Miraba por la ventana del copiloto con sus brazos envueltos alrededor de ella, como si tratara de mantener unidos los trozos de algo roto.
Apreté el volante duro hasta que mis nudillos se pusieron blancos. Estaba cabreado, no con mi Fiáin sino con su pasado; porque tenía más que claro que él había sido el causante de su miedo.
La historia entre nosotros era demasiado reciente, demasiado frágil como para soportar mi exhaustiva curiosidad. Controlar mi deseo de avasallar hasta conseguir lo que quería me estaba suponiendo un esfuerzo descomunal; sin embargo, mi mujer aún no estaba lista para aplacarme de forma contundente cuando estaba a la caza de su pasado. Aun no existía esa confianza que nos daba carta abierta para reclamarnos por completo, a pesar de que yo estaba más que preparado para espantar con los fantasmas de su dolor.
Swan era la mujer más fuerte e independiente que alguna vez había conocido. Era admirable la manera en que cuidaba y protegía a los que consideraba suyos. Y yo quería ser suyo. Totalmente suyo. Porque eso me daba la oportunidad de reclamarla en igual medida.
Y, en realidad, lo estaba haciendo. Poco a poco estaba consiguiendo un hueco en la vida tranquila de Isabella. Todos los almuerzos que habíamos pasado juntos durante esta semana habían sido pequeñas batallas victoriosas a mi favor. Aunque no todo el mérito era mío, si Bella no hubiera cedido un poco no habría conseguido los progresos que habíamos hecho. Tenía claro que mi Fiáin era más que capaz de darme una buena patada en el culo si yo hacía algo que no le gustara.
Fruncí el ceño ante el recuerdo del pánico que demostró cuando sus ojos se posaron sobre la enorme escalera que desembocaba en el monumento. No estaba seguro de si su miedo era debido a las alturas o a los escalones. Pero algo de lo que no tenía duda era sobre que tarde o temprano lo descubriría.
Cambié de carril y tomé la siguiente salida. No pensaba dejar a Isabella sola en este estado y mucho menos perderla de vista. Cuando la había acompañado hasta el todoterreno había pensado llevarla a mi casa, a que conociera mi hogar pero podría tomarlo como un movimiento demasiado rápido, así que tomé el plan b.
Dejamos atrás el bullicio de la autopista y nos adentramos en un bonito barrio, a las afueras de la ciudad. Los niños jugaban en los jardines de sus casas felices y ajenos a los males de este mundo, algunas madres tendían la colada impregnando el aire de un agradable olor a detergente, un hombre mayor fumaba en pipa mientras leía el periódico en su butaca del porche… Este era el típico domingo para los vecinos de esta zona.
–¿Dónde estamos, Emmett? – Isabella giró su cabeza para mirarme. – Este no es mi barrio. – Me dijo con una voz ligeramente ronca.
La miré de vuelta y le sonreí a pasar del enfado que reinaba en mi interior al escuchar su tono desolado. – ¿Pensabas que un pequeño contratiempo iba a arruinar nuestra cita?
–¿Pequeño contratiempo? – Entrecerró sus ojos cuando giré la calle hacia la derecha.
–¿Cómo lo llamarías tú entonces?
–Maldita sea, Emmett. – Gruñó y se sentó con la espalda recta. – Mi ataque de pánico es como un elefante en una cacharrería entre nosotros.
–¿Y? – Aparqué justo en frente de la casa con fachada blanca y tejado azul. – No voy a dejar que te escondas en tu casa para lamerte las heridas. – Sabía que mis palabras eran duras pero era el precio a pagar para romper el cascarón de melancolía en el que estaba envuelta Isabella.
–Emmett…
–No. – Corté su diatriba. – No pienso dejarte sola después de lo que has pasado. No sé con qué tipos de hombres te has relacionado pero yo no voy a rendirme tan fácilmente.
Me incliné hacia ella y agarré su mandíbula. Sus ojos ardían furiosos ante mi avasallamiento pero no me importaba. Iba a tener que ir acostumbrándose a tratar conmigo en este humor si ella seguía actuando en solitario, sin contar conmigo.
–Te daré a elegir, Fiáin. O me cuentas lo que ha causado el ataque de pánico. – Mi chica tragó saliva angustiada ante la idea. – O me acompañas a visitar a alguien muy especial para mí.
–¿Sabes que podría irme sola y tomar perfectamente un taxi hasta mi casa?
Apretó los dientes al tiempo que sus ojos me desafiaban de una manera abierta. Era hermosa, muy hermosa. Sus mejillas sonrojadas por el enfado, sus ojos marrones entrecerrados por la molestia y un salvajismo feroz de independencia eran para mí el epítome de la belleza descarnada.
–Vaya, Swan. No pensaba que quisieras elegir la opción más cobarde.
Di en la diana.
Aspiró fuerte y un relámpago de furia relumbró en su mirada. Se liberó de mi agarre para justo después abrir la puerta del coche y empezar a caminar hacia la casa. Sonreí triunfante y disfrute del movimiento de sus caderas al andar.
Bonito trasero.
Salí y cerré la puerta del todoterreno, Isabella me miraba desde la verja blanca con sus brazos cruzados y su pelo rizado siendo mecido por la suave brisa primaveral. Llegué hasta ella y la agarré por la nuca.
–Sabías que eras una valiente, Fiáin.
La besé antes de que pudiera decir nada, deleitándome con su sabor tan adictivo: melocotones, dulces y suculentos. Toda una tentación, sobre todo, para un muerto de hambre como yo.
Apenas me separé unos centímetros de sus labios cuando Bella me mordió. Duro.
–Idiota. – Susurró contra mi boca.
Mi única respuesta fue rozar su nariz con la mía mientras sonreía complacido. Esta era mi chica, con su boca malvada e inteligente.
Tomé su mano y la conduje por el camino de acera que atravesaba el jardín lleno de flores. Cuando llegamos a la puerta, toqué el timbre y esperé. Yo tenía las llaves pero esta ocasión requería nuestra paciencia. Escuché unos pasos lentos y de pies arrastrados al otro lado mientras la voz de mi abuela nos gritaba que esperáramos. Menos de unos segundos después la puerta azul se abría y Didyme nos miraba con alegría.
–Pero mira quién ha venido. – Sus ojos se estrecharon detrás de sus gafas de lectura cuando me sonrió. – Mi pequeño Emmett.
–Hola, mhaimeo. – Me incliné hacia delante y besé su mejilla arrugada. – Te he traído a alguien muy especial.
Los ojos de mi abuela brillaron cuando se posaron en Isabella. Se quitó las gafas y volvió a centrar sus ojos en mí.
–¿Qué son esos modales, niño? – Puso sus brazos en jarra. – Preséntanos.
Le sonreí divertido y miré a Isabella. Se estaba mordiendo el labio nerviosamente y sus mejillas estaban coloradas como un tomate. Sentí mi sonrisa agrandarse ante dicha imagen, Bella no solía ser tímida pero parece ser que en ciertas ocasiones sí que lo era.
–Abuela, te presento a mi Fiáin.
Didyme se acercó a Isabella y asió su rostro entre sus manos ancianas. Mi chica la miraba fijamente sin apartar la mirada de los ojos adivinos de mi abuela. Solo fueron unos segundos pero supe que Didyme consiguió lo que buscaba cuando besó la mejilla de Isabella y le sonrió con cariño.
–Hola, pequeña niña. – Liberó la cara de Bella y tomó una de sus manos. – Así que tú eres Fiáin.
–En realidad puede llamarme Bella. – Mi chica le respondió cuando pareció salir de su estupor.
Mi abuela rio entretenida y meneó la cabeza. – Como ya sabrás, mi nieto puede llegar a ser una mala influencia. – Tiró de su mano y caminó hacia dentro de la casa. – Vamos, pasad. Estaba a punto de desayunar.
Mi abuela nos llevó hasta la cocina para tostar un par de rebanadas de pan más y coger varias magdalenas de la alacena. Isabella aún continuaba algo cohibida y aceptaba las órdenes de Didyme silenciosamente concentrada.
–Emmett, prepara huevos revueltos y bacón para ti y Bella. – La abuela le entregó una jarra de zumo de naranja a Isabella y le dijo que se fuera a sentar en la mesa del porche trasero. Cuando se hubo ido de la cocina, Didyme me sonrió de oreja a oreja. – Es tal y como me la imaginaba, niño. – Su ceño se frunció por la inquietud. – Aunque está bastante callada, ¿cierto?
–Hoy era nuestra segunda cita oficial pero hubo un pequeño percance y todo se complicó. – Hice una mueca ante el recuerdo y removí en la sartén los huevos. – No pensaba dejarla en su casa sola y sabía que la mejor cura eras tú, mhaimeo.
–Ese es mi chico. – Acarició mi brazo y me sonrió. – Me voy a hacerle compañía a tu mujer. La cuidaré bien, cariño.
–Estará en las mejores manos. – Le dije por encima del hombro mientras ella salía por la puerta.
No tardé mucho en preparar lo que quedaba de desayuno. Freí el bacón y pelé varias piezas de fruta, calenté la leche y agarré varios yogurts de la nevera antes de ponerlo todo en una bandeja. Cuando salí al porche del jardín trasero mi abuela y mi Fiáin reían divertidas, ajenas a mi presencia.
Cuando los ojos de Isabella me miraron su sonrisa cambió por una más dulce, más confidente. Los ecos de dolor se habían alejado por el momento y de nuevo era la Bella leal y honesta que siempre era.
–Parece ser que os lo pasáis muy bien sin mí. – Les dije mientras dejaba la bandeja en la mesa y me sentaba justo al lado de mi abuela, dejando frente a mí a Isabella. – Quizá deba empezar a pensar que sobro.
–Nunca sobras, niño. – Me reprendió Didyme. – Solo le contaba a Bella alguna de las travesuras que hacías de pequeño.
Gemí dramáticamente ante eso. Las dos mujeres se rieron de mis tonterías y se dispusieron a desayunar.
Isabella agarró mi taza y sirvió el café para los dos. Al suyo le añadió leche y azúcar; sin embargo, al mío solo esta última; dos cucharadas, tal y como a mí me gustaba. Cuando me devolvió la taza le sonreí agradecido y agarré su mano para dejarle un suave beso en sus nudillos. Bella se sonrojo y apartó su mano rápidamente cuando miró por el rabillo del ojo a mi abuela. Didyme sonreía traviesa por nuestro intercambio y agradeció a Bella el que le preparara su té rojo.
–No te avergüences, cariño. – La abuela le ofreció la mermelada de arándanos, la que hacía ella misma cada vez que se acababa. – Emmett es todo un galán.
–Mhaimeo, ¿sabes lo difícil que fue embaucar a Isabella? Casi me salen canas por las espera.
Isabella resopló ante mi comentario y sus ojos se entrecerraron en mi dirección. – Mentiroso. No tuviste que esperar tanto. Es un exagerado, Didyme, no le haga ni caso. Ni siquiera sé cómo pude dejarme embaucar por él.
Mi abuela rio divertida antes de beber un sorbo de su taza de porcelana. – Soy ya una vieja, Bella, y todavía sigo preguntándome como mi Noah consiguió que aceptara una cita con él.
Mi Fiáin se unió a sus risas y le preguntó más acerca de cómo comenzaron a salir el abuelo y ella. La abuela la miró enternecida y se secó los labios con una servilleta de tela anaranjada.
–Era el hombre más maravilloso que alguna vez conocí. Aunque debo añadir que también era el más testarudo. – Bella sonrió y me miró acusadoramente. Mi única respuesta fue alzarle las cejas inocentemente. – Vivía al final de mi calle y cuando se decidió por mí, todos los días se presentaba en la puerta de mi casa con un ramo de margaritas que recogía en el campo. Si las vieras, Bella, eran tan hermosas. Cada día eran de un color diferente y decía que seguiría trayendo más hasta que aceptara una cita con él.
Había escuchado cientos de veces esa historia y nunca me parecía aburrida. Era maravilloso ver brillar los ojos de mi abuela ante los recuerdos que tenía junto a mi abuelo.
–¿Tenía dónde ponerlas? – Le preguntó curiosa mi chica.
–¡Qué va! – Mi abuela meneó la cabeza a los lados mientras reía. – Mi madre ya no sabía dónde poner tantos ramos. Al quedarnos sin jarrones que rellenar comenzamos con los vasos de cristal. Cuando mi padre vio que también se iba a quedar sin vasos se plantó frente a mí y me dijo: O haces algo al respecto con ese muchacho loco o el próximo ramo se lo pongo en la cabeza. – La abuela sonreía de oreja a oreja, feliz de contar su historia. – Así que al día siguiente, lo esperé en mi puerta. Mi Noah estaba muerto de nervios pero con una mirada decidida en sus ojos grises.
–¿Grises? – La interrumpió Isabella.
–Oh, sí. Tal y como los de mi nieto. – Me miró y acarició mi mejilla rasposa por la barba incipiente. – Los dos tienen la tormenta danzando en sus ojos.
Besé la palma de su mano y miré a Bella. Ella me observaba curiosa con su cabeza daleada a un lado, parecía que yo le suponía un enorme galimatías que quería resolver. Sin embargo, yo no me opondría a su investigación, por supuesto.
Sacudió su cabeza y volvió a centrar su atención en mi abuela.
–Cuando llegó hasta a mí, – Mhaimeo prosiguió con el relato. – tiró el ramo al suelo y agarró mi cara entre sus manos antes de darme un beso y salir corriendo calle abajo. – Didyme se tocó los labios, como si aún tuviera la huella del beso en su boca. – Ese fue mi primer beso, Bella. Y fue perfecto. Mi Noah me besó muchas veces más a lo largo de nuestra vida, pero ese beso… Fue inigualable.
–¿Qué ocurrió después? – Mi Fiáin parecía terriblemente curiosa por la historia. Era como una niña pequeña escuchando un cuento antes de dormir.
–A primera hora del día siguiente, me presenté en su casa con un ramo de lilas. Si hubierais podido ver su cara de sorpresa. – Mi abuela echó la cabeza hacia atrás riéndose a carcajadas. – Le dije que un hombre también merecía flores y le robé un beso, tal y como él hizo la tarde anterior.
–Dios mío, Didyme. – Bella la miraba sonriendo mientras metía un mechón de su cabello tras la oreja. – Eres una mujer de armas tomar.
–Cuando estás bailando con un McCarty hay que serlo. – Le guiñó un ojo y mordisqueó un trozó de manzana. – Ahora quiero saber cómo os conocisteis vosotros dos. Vamos, niños, soy vieja y no puedo desperdiciar el tiempo.
Miré a Bella con una ceja alzada, retándola a que comenzara. Ella simplemente me miró devolviéndome el gesto mientras se llevaba a la boca un trozo de galleta.
–¿De verdad quieres que cuente la historia yo, Fiáin? – Me eché para atrás en mi silla y tamborileé mis dedos sobre el reposabrazos de la silla. – Porque recuerdo a una chica maleducada interrumpiendo mi conversación civilizada y madura con la amiga rubia de ésta.
Las aletas de la nariz de Bella se dilataron cuando aspiró molesta al tiempo que entrecerraba sus ojos y un brillo malicioso serpenteó entre ellos.
–Con que esas tenemos, ¿eh? – Se puso totalmente recta en la silla de metal y miró a mi abuela con una expresión carente de maldad. – Llegué a la cafetería de tu nieto, como cualquier otra tarde normal. Siempre quedo con mi amiga Rosalie allí para darle de merendar a sus niños y a mi hija al menos una vez a la semana. – Sonrió ante la mención de su familia. Porque estaba más que claro que Rosalie era su hermana de corazón. – ¿Y qué me encuentro? A un tipo enorme y enojado llamando la atención a mi amiga porque nuestras hijas se habían equivocado y habían entrado a su despacho en vez de en el cuarto de baño de las chicas.
–¿Y qué hiciste entonces, cariño? – La abuela la miraba embelesada. Se habían cambiado los papeles en lo que a narradora y oyente se refería. Verlas juntas y tan compenetradas hacía que una ligera calidez se extendiera en mi pecho.
–Debo confesar que quise pegarle con el bolso en la cabeza. – Isabella la miró esta vez con timidez, como si admitir aquello frente a mi abuela le hiciera sentir culpable. Eso provocó que la comisura de mis labios se alzara con diversión. – Pero me contuve a duras penas y le rebatí todo el reclamo que le estaba haciendo a Rose. La culpa la tenía él por no haber señalizado la puerta correspondiente al baño. Si lo hubiera hecho, las niñas no habrían entrado a su cueva de jefe.
La abuela rio cuando escuchó el apodo con el que Isabella había nombrado a mi despacho. Mi Fiáin tenía una boca inteligente.
–¿Eso fue por los días cercanos a cuando tu Keenan tuvo el incidente? – Mhaimeo me miró curiosa. – Recuerdo que te acompañé a la tienda para elegir el adorno decorativo más adecuado para colocarlo en el Erín.
Asentí con la cabeza hacia mi abuela y miré a Bella, ella sonreía divertida al enterarse de ese pequeño detalle.
–Tendrías que haber visto a mi nieto ese día, Bella. – Didyme le agarró la mano mientras reía. – Estuvo todo el tiempo refunfuñando y maldiciendo. Ninguna placa le gustaba lo suficiente o era elegante.
–No suelo ser mezquina, pero te lo merecías. – Isabella alzó su barbilla de manera orgullosa cuando la miré interrogante. – Si no hubieran estado los niños te habrías ganado un tortazo por hablarle así a mi amiga. Fuiste un arrogante maleducado, carente de justificación.
–Toda una salvaje, Emmett. – La abuela me miró orgullosa ante mi elección respecto a Bella. – Toda una fiáin.
En ese momento Isabella abrió los ojos sorprendida ante las palabras de mi abuela. Parece ser que al fin había descubierto mi pequeño secreto.
–¿Eso es lo que significa? – Mhaimeo afirmó con la cabeza mientras le sonreía. – ¿Me pusiste ese apodo por lo que pasó en la cafetería?
Ella me miraba acusadoramente, exigiendo una respuesta inmediata de mi parte. Le sonreí divertido mientras cruzaba los brazos tras mi cabeza. Sus ojos se desviaron de mi rostro hacia mis bíceps y un ligero rubor cubrió sus mejillas. Eso hizo que mi sonrisa se ampliara y pasara a ser una totalmente arrogante.
–Por el genio que demostraste en el Erín y en el veterinario, sí. – Le guiñé un ojo y su rubor se profundizó. – Mi salvaje. Mi Fiáin.
Después de aquello, la charla cambió a las travesuras que hice con mi hermana durante nuestra infancia. La abuela se las contaba a Bella como si fueran el mayor tesoro que tenía guardado en su corazón. Isabella la miraba totalmente hechizada y feliz y entonces supe que la decisión de traerla aquí después del accidente fue la mejor opción posible.
La mañana pasó en un visto y no visto. Dejé a mis dos chicas hablando de todo y de nada mientras me encargaba de podar los dos jardines de la casa. Una de las veces en las que alcé la vista para observarlas, Isabella me miraba muy seria y con una expresión ilegible en su rostro. La abuela había desaparecido en el interior de la casa y, justo cuando iba a acercarme a mi Fiáin, apareció cargando un grueso álbum de fotos. Decidí dejarlo pasar, quizás no tenía que ver nada conmigo; de todas maneras le preguntaría más tarde.
Cuando terminé la faena que me traía entre manos, Isabella me ayudó a recoger los restos y los tiramos a la basura. La abuela nos recompensó con un buen vaso de té helado y un pequeño tentempié. Al terminarlo Isabella y yo decidimos que era el mejor momento para marcharnos. Bella estaba tensa y parecía que tenía algo pendiente que hacer, así que nos despedimos de la abuela; prometiéndole una visita más pronto que tarde y partimos en el coche.
–Tu abuela es maravillosa, Emmett. – Isabella me miraba sonriente mientras conducía.
–La adoro, Fiáin. – La miré por el rabillo del ojo y le sonreí.
–Fue una buena idea. – Dijo cuando tomé una pequeña rotonda. La miré interrogante justo al girar a la izquierda de ésta. – La de venir aquí.
–Mhaimeo es capaz de sacar una sonrisa incluso a la persona más triste del mundo. Siempre lo ha hecho.
Después de eso conduje en silencio. Tenía claro que no pensaba llevar a Isabella de regreso a su casa, había cosas de las que teníamos que hablar, así que tomé la próxima salida a la autopista con la idea de ir a un pequeño parque apartado perfecto para encontrar una tranquilidad apaciguadora.
Mi chica no dijo absolutamente nada al respecto, por lo que deduje que ella también estaba esperando un momento oportuno para decirme algo. Decidido a darle lo que necesitaba en esos momentos, aceleré y respiré profundo para no avasallarla en busca de respuestas.
En menos de veinte minutos llegamos a las planadas solitarias de un bosque convertido en parque natural. No había absolutamente nadie a nuestro alrededor y los únicos sonidos que había eran los trinos de los pájaros.
–Quiero darte una explicación acerca de lo que pasó esta mañana en la cita. – Isabella me miró mientras se mordía el labio inferior de manera ansiosa.
La angustia había vuelto a gobernar sus facciones y entonces comprendí que, si quería ganarme la confianza de Bella, no podía doblegar su voluntad para hacerme dueño de la verdad.
–No tienes por qué hacerlo, Bella. – Le dije con voz suave. – Aceptaré lo que quieras darme.
Ella simplemente negó con la cabeza y cruzó los brazos. Durante un minuto exacto se quedó observando a través del parabrisas la flora que nos acompañaba mientras yo simplemente la miraba a ella. Mi Fiáin se parecía a este bosque. Los secretos que guardaban eran inexpugnables.
–No es algo que quiera hacer. – Dijo al fin. – Es algo que necesito decir.
Estaba sentada a pocos centímetros de mí pero la sentía a kilómetros de distancia. Molesto por eso, agarré su mano y me la llevé a los labios para besar el dorso. Isabella rompió el contacto visual con los árboles y, por fin, me miró.
–Tengo pánico de las escaleras. – Me confesó con voz ronca. – A cualquier tipo de escaleras, Emmett. – Tragó saliva con dificultad y sus dedos apretaron los míos.
–¿Por eso tu casa solo es de una planta? – El día que la llevé a ella y a los niños me percaté de ese pequeño detalle.
Ella asintió con la cabeza y alzó la barbilla, como si tratara de infundirse valor.
–Cuando estaba embarazada de Zoe, tuve un accidente. – Alargué el otro bazo y tomé entre los dedos un mechón de su cabello. Eso pareció tranquilizarla, por lo que prosiguió. – El padre de Zoe quería que abortara, quería lavarse las manos al respecto, puesto que habíamos cortado mucho antes de que supiera que estaba embarazada.
Pensar en ese hijo de puta intentando coaccionar a mi mujer para que hiciera algo me hizo hervir la sangre. Durante todo este tiempo en el que nos habíamos estado conociendo, me había percatado de pequeños detalles invisibles que la mayoría de la gente habría pasado por alto si no prestaba la suficiente atención. Esos detalles rondaban continuamente en mi mente; dándome una ligera idea de lo que había sufrido Bella.
Me encantaría tener frente a mí al tipejo de mierda que solo había servido para donar semen y crear a esa pequeña preciosidad de ojos chocolate.
–Tú no querías. – Mi voz sonó más grave de lo que quería.
–No. – Bella movió su cabeza a los lados reafirmando su respuesta. – Me había hecho la primera ecografía y saber que tenía dentro de mí a un ser tan indefenso me hizo sacar las uñas.
–Esa es mi chica. – Besé el pulso de su muñeca.
–Rosalie y yo vivíamos juntas durante la universidad en una pequeña casa cerca del campus. Yo estaba arriba en mi habitación cuando él apareció. – Su cuerpo tembló ante el recuerdo y traté de calmarla acariciando con mis dedos su mejilla.
–¿Tenía llaves? – Le pregunté.
–No. Félix hizo una copia de las mías a escondidas. – Un escalofrío surcó por su espalda y provocó que apretara los dientes fuertemente.
–Eso no es de alguien muy cuerdo. – Declaré.
Isabella desvió su mirada hacia un lado y supe que se estaba callando algo importante. Quería exigirle que me lo dijera pero me estaba confiando un secreto, una parte oculta de ella, y sería muy mezquino hacerlo.
Tomó aire y prosiguió con el relato. – Tuvimos una discusión acerca de mi decisión. Todo se descontroló. Fue a más y yo… Terminé cayendo por las escaleras de la casa.
Mi Fiáin respiraba entrecortadamente y sabía que estaba a punto de sufrir otro ataque de pánico como el de esta mañana. La tomé en brazos y la senté sobre mi regazo, envolviéndola con mi calor e intentando calmarla.
–Respira, nena. Vamos, sigue el ritmo de mi respiración. – La insté a actuar.
Isabella acató mi orden, consiguiendo que su pecho ascendiera y bajara al mismo ritmo que el mío. No me importó el tiempo que requirió esto, era lo que ella necesitaba y se lo iba a dar, sin importar qué.
–Lo siento, Emmett. – Me miró afligida. – No puedo controlarlo.
–No te disculpes por algo así. – Le dije tratando de apaciguar mi enfado para que no impregnara mis palabras.
Agaché la cabeza y besé sus labios con tranquilidad, con calma; tomándome mi tiempo para enredar mis manos en su cabello y conseguir alejar momentáneamente los demonios del pasado.
Cuando liberé sus labios Isabella continuó con los ojos cerrados y apoyó su frente sobre la mía. Nuestros alientos se entremezclaron y sentí la vida ir y venir entre ambos.
–Había tanta sangre, Emmett. Tanta. – En ese momento abrió los ojos, que parecían enormes en su rostro carente de color. Estaban llenos de terror, de horror. Los asfixiantes tentáculos del pánico la envolvían sin censura. – Era un despojo humano a los pies de la escalera, un cuerpo lleno de sangre y muerte. – Lágrimas se arremolinaron en sus ojos y mi corazón casi se rompe ante la imagen que ella describía. Tanto dolor. Tanta angustia. – Casi pierdo a mi niña, Em. Casi no consigo mantenerla con vida.
Las gotas saladas descendieron por sus mejillas y fueron como puñales clavándose en mi alma. La acurruqué contra mi pecho y le ofrecí palabras de consuelo al oído. Prefería centrarme en ella y no reflexionar en lo que estaba sintiendo en estos momentos. Pensar en Isabella era también pensar en Zoe, la pequeña era el motor en la vida de mi chica y la idea de que esa niña indefensa no estuviera… Hería mi corazón.
Poco a poco, los temblores fueron disminuyendo y el llanto desgarrado dio paso a un ligero sollozo. Isabella me pidió un pañuelo y le pasé la caja de pañuelitos de papel que tenía bajo el asiento. Dejé que se tomara su tiempo mientras, absorto, acariciaba su espalda.
Isabella acababa de compartir algo extremadamente íntimo conmigo. Había hecho un salto al vacío completamente a ciegas, sin esperar de mí nada a cambio. Esa confianza, esa libertad me llevó a desarmarme. Me hizo abrir la puerta de mi armario de los esqueletos.
–Sé lo que se siente el temer que puedes a alguien. – Isabella me miró a los ojos y esta vez fue ella quien acarició. – Y también sé lo que se siente cuando la pierdes.
–Em, no tienes por qué… – Mi chica empezó a decir pero la interrumpí.
–Lo necesito. – Mi voz sonó grave y bastante ronca. – Necesito decírtelo.
Bella asintió con la cabeza y empezó a acariciar mi pecho sobre la camiseta blanca. Su toque me calmaba y me hacía ordenar mis pensamientos.
–Cuando tenía siete años, mi madre enfermó. – Cerré por un instante los ojos y el rostro suave y alegre de mi madre vino entre los recuerdos. – Apenas teníamos dinero y no podíamos costear el tratamiento. Ella trataba de llevar una vida normal y cuidarnos a mi hermana y a mí como si todo estuviera bien. Pero no lo estaba. Nada estaría bien nunca.
Aspiré hondo, como si tratara de conseguir todo el aire que había en el interior del coche, pero mis pulmones apenas se llenaron. Recordar aquella época era algo demasiado doloroso y, a pesar de que yo era apenas un chiquillo, todo estaba claro en mi memoria.
Isabella tocó mi mejilla y besó la otra con sus cálidos labios. Ella me traía de regreso, me devolvía al presente. Era como una luz en la oscuridad de la tormenta.
–Ella murió en una noche de lluvia. – Quise gritar como cuando era niño. Llorar y golpear con mis puños la cara de mi padre y la de Félix, el padre de Zoe.
Malditos hijos de puta.
–Emmett. – Isabella enredó sus manos tras mi cuello y acariciaba sin descanso mi nuca, como si quisiera consolar un animal salvaje y herido.
Albergaba tanta rabia, tanta furia, tanto tormento.
–Mi madre Erín murió en mi cama mientras dormía conmigo, después de contarme un cuento de buenas noches y arroparme entre sus brazos.
Mi dulce niño, mi pequeño guerrero.
Sin poder soportarlo más, cuando últimas palabras de mi madre resonaron en mi cabeza, hundí mi rostro en el cuello de mi Fiáin y aspiré su aroma a melocotones; calentando el frío desconsuelo que gobernaba en mi interior.
No sé cuánto estuvimos así pero sentí paz, calidez, un lazo de unión inquebrantable entre mi mujer y yo. Y era algo sublime. Alcé mi cabeza y miré a esos ojos marrones tan hechizantes y dulces.
–Ven aquí, Fiáin. – Le ordené. Necesitaba sentirla temblar de placer sobre mí. Hacerla olvidar todo y que solo importara la pasión entre nosotros. – Necesito tus labios.
Isabella puso las manos sobre mis hombros y se aferró a mis músculos duros por la tensión antes acercar su rostro al mío. Sentía mi cuerpo rígido bajo el suyo y el deseo de arrollarla con el éxtasis era descomunal. Sus labios rozaron los míos e Isabella dejó escapar un breve suspiró ante eso. Luego abrió ligeramente la boca y acarició con su lengua mi labio inferior, tal y como le hice yo cuando la besé en la primera cita.
Cuando ella profundizó el beso, la agarré de las caderas y la coloqué a horcajadas sobre mi cuerpo, con sus piernas a cada lado de las mías.
Alcé un brazo y le rocé la mejilla con el dorso de los dedos antes de colocar la mano alrededor de su nuca. Bella gimió ante esa caricia y mi polla se agitó demandante en mis vaqueros. Deslicé la otra mano bajo la camiseta y rocé la suave piel de su espalda. Las puntas de mis dedos recorrieron por completo su espina dorsal para justo después deslizarlos hacia delante y agarrar uno de sus abundantes pechos.
Isabella dio un pequeño respingo ante la caricia y mordisqueó mi labio en represalia. Sonreí en el beso y me adueñé de su boca al tiempo que acunaba sus senos con ambas manos. Eran grandes, llenos y perfectos para mis manos. Quería amasarlos sin ninguna restricción, así que moví el sujetador hacia arriba y pude sentir la dureza de sus pezones contra las palmas de mis manos.
–Emmett… – Isabella dijo mi nombre mientras echaba la cabeza hacia atrás jadeando entrecortadamente.
–Demonios, Fiáin. – Gruñí tosco. – Eres preciosa.
Levanté su camiseta y casi me corro al ver cómo mis manos se encontraban llenas con sus pechos. Necesitaba probarlos, quería lamerlos sin descanso, ahogarme en su sabor y en su tacto.
Y lo iba a hacer sin duda.
Rodeé con mis brazos su cintura y conseguí acercar sus senos a mi rostro, así que hundí mi nariz entre ellos y aspiré su delicioso aroma.
–Tan dulce, nena. – Besé la delicada piel de en medio. – Eres un manjar, Isabella.
Sin poder contenerme, tomé un pezón en mi boca y comencé a jugar con él. Bella se arqueó con violencia al tiempo que sus manos se enredaban en mi pelo, empujándome más cerca de ella si eso era posible.
Antes de dejar libre su pezón, lo mordisqueé despacio consiguiendo que Isabella gimiera mi nombre y danzara sus caderas contra mi erección. Esto era una tortura, pero era tan dulce e incontrolable que no pensaba negarme.
Cuando tomé su otro pezón, llevé mi mano hasta el botón de sus vaqueros y lo desabroché. Le siguió la cremallera y después mis dedos entrando en sus bragas.
Mi mujer gimió cuando succioné con mi boca su pecho mientras mi dedos exploraban los hinchados pliegues de su sexo. Estaba ardiendo. Y era por mí. Solo por mí.
Con mi dedo corazón, rocé tentativamente su clítoris al tiempo que mordisqueaba el pezón que tenía metido en mi boca. Un doloroso placer atravesó el cuerpo de mi Fiáin como una lanza.
Empezó a moverse contra mis dedos, perdida completamente en el placer. No había miedo. No había oscuridad. Solo placer.
Un inmenso y desmesurado placer.
Enredé mi mano libre en su cabello y empujé su rostro hacia a mí para apoderarme de sus carnosos labios. Sus caderas ondulaban contra mis dedos, una y otra y otra vez. Mi cuerpo sentía su placer y notaba como su clítoris palpitaba con cada caricia que le prodigaba. Isabella gemía perdida en el placer, ajena a todo lo demás, y parecía una diosa pagana libre en su deleite.
Cuando más humedad inundó mis dedos, supe que Isabella estaba más que lista para dejarse ir en mis brazos. Así que aumenté el ritmo y la presión de las caricias y un grito ardiente sonó en la penumbra del coche.
–¡Emmett! – Mi nombre derramado por sus labios mientras se corría era lo más hermoso que alguna vez escucharía.
Su cuerpo se estremeció salvajemente y se abandonó por completo contra mí mientras cabalgaba las últimas oleadas de placer contra mis dedos. Cuando terminó, decidí dejar mi mano sobre su monte de Venus. Me sentía codicioso y me gustaba tener mi mano ahí.
–Mi hermosa y salvaje Isabella. – Besé su cabeza y acaricié la suave piel de su nuca.
Los demonios solo tendrían poder en el pasado. No permitiría que la mujer que tenía en mis brazos volviera a ser una víctima de ellos. Ahora me tenía a mí y no dejaría que nada ni nadie lastimara a Isabella.
Mi Fiáin.
¿Qué puedo decir? Este capítulo ha tenido de todo. Me ha encantado la visita a Didyme, es adorable. ¿Y esa charla entre nuestros chicos? No me la esperaba para nada. Mis niños han tenido una vida dura.
¿Qué os ha parecido? No ha estado mal, ¿cierto?
¿Y qué os ha parecido esa pequeña escena? ¿Caliente? Creo que la temperatura comienza a subir.
¿Me cuentan qué les pareció? Estoy que me muero de nervios por saber vuestras reacciones. Nos hemos enterado de muchas cosas y necesito saber lo que opinan al respecto.
Quería dar las gracias a todas las chicas que dieron a seguir y a favoritos a la historia y a mí. Mil gracias a las chicas que comentaron, eso fue todo un detalle.
Gracias por los comentarios a: PamMalfoyBlack, Paopao, cavendano13, shamyx, solecitopucheta, alejandra1987, glow0718, helenagonzalez26-athos, ely, JadeHSos, RoxySanchez, NaNYsSANZ, Coni.
Nos leemos pronto.
