Ni siquiera sé cómo empezar esto. Hace tanto tiempo que no había escrito ni publicado nada que me siento bastante aterrada al respecto. Lo primero de todo sería pedir disculpas por la enorme tardanza pero como sabéis estoy haciendo un Máster y absorbió todo mi tiempo, oculta entre montañas de apuntes y proyectos.

Espero que este nuevo capítulo les guste. Las aguas de los problemas van a empezar a moverse así que la cosa se complicará un poco para nuestros protas.

La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.


CAPÍTULO 13

Emmett

Tenía bastante trabajo que terminar en el Erin por lo que decidí parar para cenar algo y continuar un poco más hasta tener más o menos terminado todo el papeleo. No me importaba dejarlo inconcluso para mañana porque Keenan estaba solo en casa y no quería dejarlo tanto tiempo sin compañía; aunque, conociendo a mi Oso, estaba seguro que estaría tumbado en su alfombra favorita durmiendo a pierna suelta sin mí. Era un perezoso de cuidado. Como yo cuando me daban la oportunidad.

Con una mueca divertida al pensar en mi muchacho salí del despacho y fui hacia la cocina de la cafetería. Había cerrado el Erín hacía un par de horas y el silencio reinaba por todo el local. Respiré profundamente y suspiré satisfecho cuando el olor a madera y café inundaron mis fosas nasales; tantos años y seguía oliendo igual que el primer día.

Al llegar a la cocina encendí las luces y busqué en el frigorífico los ingredientes para una cena rápida. A pesar de que la cafetería estaba dedicada exclusivamente a la creación de dulces solíamos ofrecer algunos menús ligeros para el almuerzo y para llevar a casa. Así que conseguí unas pocas verduras, bacón y huevos, con los que haría un revuelto rápido.

Una vez que lavé y corté las verduras, las puse a cocinar en un wok con aceite. Tan concentrado estaba cocinando y silbando una canción que no me percaté de que mi entrometida hermana había entrado al Erín y estaba plantada en la puerta de la cocina observándome divertida.

–Hola, hermanito.

Me giré bruscamente asustado y casi tiro la sartén al suelo por su culpa. – ¡Maldición, Alice! ¡Te he dicho mil veces que no hagas eso! –Le gruñí al tiempo que cogía un trapo y limpiaba la hornilla, varias gotas de aceite habían saltado de la cuchara de madera y odiaba dejar las manchas mientras seguía cocinando.

La única contestación de mi hermana fue reírse y apoyarse contra el marco de la puerta mientras se cruzaba de brazos.

–Oh, vamos. – Meneó su mano como si lo que le acababa de decir no tuviera importancia. – Sabes perfectamente que fuiste tú quien me enseñó a moverme como un gato silencioso.

–Y por eso, Duende, no deberías hacerlo contra mí.

Ella me sacó la lengua como respuesta y decidí ignorarla para continuar con mi cena. Me encantaba cocinar, siempre había logrado relajarme y hacía que mi mente se olvidara de todo lo demás y solo se concentrara en la forma en que los alimentos se hacían, en el sonido del aceite saltando repetitivamente de la sartén y en el agradable aroma que se iba creando.

Volví a tararear la misma canción de antes mientras seguía pochando las verduras. Sabía que este silencio no iba a durar mucho y que tarde o temprano mi hermana lo iba a romper. Algo tramaba y, por experiencia, sabía que no iba a ser nada bueno.

–Estás de muy buen humor, hermanito. – Como había pensado la voz de Alice volvió a interrumpir mi tarareo.

–Siempre estoy de buen humor, Duende. – Le gruñí de mala gana, adivinando que la nariz respingona de mi hermana pequeña se olía algo.

–Sabes que no es cierto eso que dices. – Se rio entre dientes. – ¿Qué secreto oculto tienes por ahí?

–Ninguno. – Le espeté mientras echaba sal y pimienta en la sartén. – Deja de ver cosas donde no las hay.

Volteé los trozos de verdura y le añadí también algunas hierbas aromáticas junto al bacón que ocasionaron que un agradable aroma inundara la cocina, logrando que mi estómago rugiera más hambriento.

–¿En serio? – Su tono de burla era desquiciante y estaba a punto de sacarme de mis casillas. – Entonces, ese pequeño chupetón que tienes en el cuello, ¿qué es?

–El chupetón se me borró el otro dí… – No fui capaz de terminar la frase porque me acababa de dar cuenta que había caído en la trampa de mi maldita duende estafadora.

La risa de Alice burbujeó por toda la cocina al tiempo que entraba y se colocaba a mi lado, apoyándose de espaldas en la encimera.

–Te pillé, Oso. – Tocó su nariz con su índice mientras me guiñaba un ojo. – ¿Cómo se llama?

–El nombre de mi Fiáin no te incumbe, Duende.

Sus ojos chispearon al escuchar el mote por el que llamaba a Isabella y me pinchó las costillas mientras me hablaba.

–Así que Fiáin… Esto es serio, hermanito.

Bufé exasperado y rompí los huevos para batirlos y verterlos en la sartén.

–Vamos, Em. – Me miró con los ojitos implorantes como hacía de pequeña. – No me hagas rogar.

La miré de arriba abajo y le sonreí, sabía que eso la sacaba de sus casillas y era muy divertido de ver. Así, quizás, se olvidaría del tema y me dejaría tranquilo.

Esta vez fue el turno de Alice para mirarme mal y giró sobre sus talones para tomar un par de platos y colocarlos sobre la encimera. Eché el revuelto en ambos platos mientras ella agarraba un par de empanadas de atún para acompañar.

Llevé los platos hasta la mesa y pillé dos botellas de agua. Alice se sentó frente a mí y apoyó su barbilla sobre sus manos, mirándome fijamente mientras balanceaba las piernas hacia delante y hacia atrás. Era tan bajita que sus pies nunca llegaban a tocar el suelo, tanto Jasper como yo encontrábamos eso adorable. Ese gesto me hacía recordar cuando éramos pequeños y nuestra madre nos mandaba sentarnos mientras ella terminaba de prepararnos la comida. Añoraba esos tiempos, donde mamá nos sonreía y nos miraba como si fuéramos su tesoro más valioso. Alice quizás no lo recordaba porque apenas era un duendecillo pero yo ya era un muchachito y me encantaba ver danzar a mi madre con su enorme sonrisa.

La echaba de menos.

–¿Por qué no quieres decirme cómo se llama? – La pregunta de Alice me arrastró al presente.

–Porque sé que en cuanto sepas el nombre vas a comenzar a husmear como si no hubiera un mañana. – La miré serio, intentando ocultar todas las emociones que Isabella provocaba con solo pensar en ella. – Y no quiero agobiarla.

–Oh, vamos. – Resopló. – Sabes que sé cómo comportarme. No soy una niña chica, Emmett. Y, además, siempre me he portado bien con tus novias.

–¿De verdad? – La miré alzando una ceja de manera sarcástica. – ¿Y qué me dices de esa vez que le dijiste a Jessica que afilaba los cuchillos de cocina para despellejar gatitos?

En ese justo momento Alice estaba dándole un trago a su botella y en cuanto escuchó mi pregunta se atragantó y comenzó a toser. Me reí cuando me echó una mirada asesina y seguí comiendo sin que me causara ningún efecto.

Ya estaba protegido ante ese tipo de miradas.

–Yo no tengo la culpa de que ese ligue tuyo fuera tan tonta como para creerse esa broma. – Alzó la barbilla de manera orgullosa. – Y esa rubia idiota no puedes catalogarla como novia. Por Dios, Emmett, ¿cómo pudiste fijarte en ella siquiera? Solo se preocupaba por su melena teñida y sus uñas de gata.

Mi única respuesta fue una mueca de desagrado porque, muy a mi pesar, mi maldita hermana llevaba razón. Obviamente tenía un historial amoroso como todo el mundo y, también como todo el mundo, había elecciones de las que no podía estar orgulloso.

–Sabes que con Jessica la cosa no iba a durar mucho. Simplemente nos lo pasábamos bien de una manera que tus oídos de hermana menor no deben escuchar jamás. – Le contesté mientras sonreía por la cara de asco que puso. – Pero por tu culpa se terminó mucho antes de lo que esperaba.

–No te convenía. – Arrugó la nariz. – Y no le gustaba Keenan, ¿recuerdas?

Fruncí el ceño ante el recuerdo de Jessica mirando mal a mi Oso. Ahí fue justo el momento en el que supe que lo nuestro solo iba a ser un tiempo de diversión entre sábanas y nada más. Además, de que su personalidad no era la mejor y no conectamos más allá del sexo.

Suspiré rendido ante la lógica aplastante de Alice y continué comiendo mientras ella me sonreía triunfante tras el tenedor lleno de revuelto.

–Además, nunca te ha importado que conociera a tus ligues. – Tomó un momento para masticar y tras tragar continuó con su dichoso discurso. – ¿Por qué no puedo conocer a tu nueva conquista?

–Porque ella no es un simple ligue, Alice. – Exhalé al tiempo que me echaba hacia atrás en la silla. – Mi Fiáin es mucho más.

Los ojos de mi hermana se abrieron de par en par y su boca formó una perfecta "o" por lo que acababa de revelarle. Sabía que estaba siendo un bocazas pero no iba a dejar que mi Duende catalogara a Isabella como una conquista más del montón.

–Oh, Emmett. – Alice me miró risueña al tiempo que suspiraba. – Hacía tanto tiempo que quería escuchar algo así…

Una pequeña sonrisa fue mi respuesta. Sabía que mi hermana siempre había estado preocupada por mí, esperando ansiosa a que yo encontrara a alguien que realmente valiera la pena. Y yo sabía perfectamente que Isabella era la indicada para mí.

Así que cuando vi que mi hermana siguió comiendo tan tranquila pensé muy inocentemente que iba a dejar el tema ya. Pero tonto de mí por creérmelo, porque Alice tenía otros planes.

Em… – Me miró batiendo suavemente sus pestañas y pareciendo casi tímida mientras me ayudaba a recoger los platos. – Déjame conocer a tu chica.

–¿Otra vez vuelves a la carga? – Rodé los ojos y me dispuse a fregar los platos.

–¡Por favor!

–No. – Le dije con la paciencia agotándose.

–¡Por favor, Emmett! – Me rogó.

–Que no, Alice Marie. – Dije su nombre completo, porque quizás eso la haría apaciguarse.

Pero estaba claro de que mi hermana no se iba a rendir así como así.

–¡Por favor, por favor! – La voz implorante de Alice taladraba mis oídos. – Preséntamela, Em.

–Te he dicho que no, Duende. – Le gruñí. – Aun no es el momento.

Mi hermana me miró con los brazos cruzados y los mofletes hinchados como hacía de pequeña cada vez que no se salía con la suya y se enfadaba conmigo.

Tan mayor y seguía siendo una mimada.

–¿Y si la llevas a casa de la abuela y la conozco allí? – Sus ojos brillaban inocentes.

–¿Y quién te ha dicho a ti que no la haya llevado ya, Alice? – Sonreí. Sabía el berrinche que cogería ahora y, aunque fuéramos mayores, seguía siendo divertido sacar de quicio a mi hermana.

–¡Eres malo, Emmett! – Me chilló. – Yo solo quiero conocer a tu mujer, ¡maldición!

Justo cuando dijo la última palabra un ruido procedente de la entrada de la cafetería interrumpió nuestra diatriba. Mi hermana se puso tensa y miró hacia la puerta de la cocina con ojos preocupados. Yo seguí la misma dirección y esperé en silencio a que volviera a suceder cualquier otro ruido ya que podría haber sido cualquier persona caminando por la calle y que se tropezó en nuestra entrada. Sin embargo, otro golpe sonó a través de todo el local y decidí salir para saber qué estaba ocurriendo.

–Alice, quédate aquí. – La agarré por los hombros y la zarandeé suavemente para que fijara su vista en mí. – Si tardo demasiado llama a la policía y a Jasper. Por ningún motivo se te ocurra salir ahí, ¿entendido?

–Pero Emmett… – Empezó a debatir justo cuando otro golpe sonó y un ruido de cristales emergió tras él.

–No te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando. ¿Está claro?

Le dije serio y con el ceño fruncido. Sabía que sonaba duro pero por nada del mundo iba a dejar que Alice se pusiera en peligro. Ella solamente asintió y se abrazó a sí misma cuando la liberé para avanzar hacia el salón.

Todas las luces estaban apagadas por lo que las sombras que proyectaban las mesas y sillas por la luz de las farolas del exterior me daban cobijo para aproximarme sin ser visto. Justo cuando llegué a la altura de la barra del bar pude ver que un hombre encapuchado había destrozado toda la cristalera del Erín y ahora acababa de entrar por uno de los ventanales y se dirigía justo hacia donde me encontraba.

–¿Qué crees que estás haciendo? – Mi voz sonaba amenazadora y no pensaba cambiar el tono cuando veía lo que este imbécil acababa de hacerle a mi hogar.

El hombre se detuvo justo cuando me escuchó y todo su cuerpo tembló al oír la furia contenida que mis palabras albergaban.

Metió la mano en el bolsillo central de su sudadera negra y sacó una navaja con la que me apuntó cuando la abrió con un simple movimiento de muñeca. Si el estúpido pensaba que un simple cuchillo iba a amedrentarme la llevaba clara.

–Te he hecho una pregunta. Responde.

Di un paso al frente y me coloqué justo delante de su trayectoria. El encapuchado sonrió y jugó con la navaja como si se tratara de un simple gesto más.

–¿Acaso no me reconoces, jefe? – Su voz sonaba ronca y parecía que tenía la garganta bastante dañada.

Y nada más escucharlo supe de quién se trataba. Tyler, el antiguo empleado que me había estado robando y había hecho aquellas pintadas en el restaurante, asustando a mi hermana y causando problemas innecesarios.

El maldito Tyler tenía encima la desfachatez de volverse a presentar frente a mí y joderme de nuevo como si esto fuera a quedar impune.

–¿Qué demonios estás haciendo aquí? – Le gruñí al tiempo que daba otro paso en su dirección.

El muy idiota se desplazó a un lado, dejando entre medio de los dos una mesa y un par de sillas lo que haría que me resultara más difícil atraparlo. No es que me importara mucho; lo iba a detener tuviera lo que tuviera en el medio. Eso estaba más que claro.

–No tenías que haberme despedido, McCarty. – Se quitó la capucha de su sudadera, dejándome ver su rostro terriblemente pálido, con muchas ojeras y bastante demacrado desde la última vez que lo vi. No tenía buen aspecto y estaba seguro que era por culpa de las mierdas que se metía en el cuerpo.

–¿No? – Le sonreí arrogante. Sabía que Tyler tenía la mecha muy corta y que con solo un par de provocaciones sería fácil que emergiera su ira. – ¿Preferirías que hubiera seguido dejándote robar de la caja?

–Necesitaba el dinero. – Refunfuñó. – Lo necesito aún.

–¿Para qué? ¿Para seguir comprando más droga o para pagarle a tus jefes la droga que tenías que distribuir?

A pesar de que Tyler estaba pálido su rostro se puso más lívido aun cuando mencioné a sus jefes. Cuando lo contraté hace ya un par de años era un buen chico pero se empezó a juntar con la gente que no debía.

Ahora no quedaba nada de aquel hombre que conocí, frente a mí se encontraba un drogadicto que no quería ayuda para salir, solo deseando destruir todo a su alrededor y dejar su desdicha en aquellos que se oponían a sus decisiones y que trataban de ayudarlo.

Lo intenté, realmente lo intenté pero ya no pude hacer nada más.

Tyler consumía y también se dedicaba a distribuir diferentes tipos de drogas. No solamente lo había despedido por haberle pillado robando dinero en el restaurante sino por usar mi negocio como tapadera para distribuir su mercancía. El muy gilipollas casi hace que una niña pequeña comiera una de sus bolsitas cuando tomaba un pastel. Tyler había introducido en distintos dulces su producto para repartirlo entre algunos clientes sospechosos que comenzaron a visitar mis locales.

–Mis jefes saben que les pagaré la coca que perdí. Saben que lo haré. Me cueste lo que me cueste. – Gimió asustado ante esa idea. – No voy a dejar que nada malo me suceda porque un tipejo de mierda como tú se ponga en mi camino.

–¿Qué perdiste? – Le pregunté alzando una ceja de manera arrogante. – Creo que sería mejor que dijeras que esnifaste.

Todo su cuerpo tembló de furia cuando reí desdeñoso. Quería hacerlo perder la paciencia, ganar un poco de tiempo mientras Alice hacia las llamadas que le dije y llegaba la policía.

–¡No sabes nada! – Gritó furioso. – Sólo quería comprobar la mercancía. Saber que era de calidad. Tengo que saber que es buena. Tengo que saberlo. Sí, sí. – Afirmaba una y otra vez.

–Esa excusa es una mierda, Tyler. – Le respondí con cautela. Había comenzado a pasearse tras la mesa de un lado a otro, moviendo la navaja y quitándose el sudor de su frente de manera angustiosa. – Eres un adicto y ya no puedes seguir controlándote. Necesitas ayuda. – Le dije con suavidad, tratando de infundirle calma. – Déjame ayudarte.

–¿Ayudarme? – Se carcajeó. – ¿Cómo? ¿Haciendo que me detengan y presentando cargos contra mí? Eres una mierda McCarty y ya estoy harto de que te entrometas en mi camino.

Tras decir eso, se lanzó contra mí con la navaja apuntando a mi corazón. Logré esquivarlo y le di un puñetazo, provocando que comenzara salir sangre de su nariz. Sus ojos brillaron furiosos y volvió a la carga, consiguiendo esta vez asestarme la navaja en el antebrazo derecho.

Gruñí ante la sensación del metal atravesando mi carne y me lancé contra Tyler para derribarlo. Le di un puñetazo en la boca del estómago, haciendo que se inclinara hacia delante y quedando levemente quieto. Estaba débil y yo era bastante más grande que él lo que utilicé a mi favor para desarmarlo, no sin antes ganarme otro corte en la mejilla.

Le di un manotazo a su brazo derecho y dejó caer la navaja. Otro puñetazo en su rostro y trastabilló hacia atrás, chocando con una mesa y derribándola por el golpe. Justo cuando intentó levantarse, las sirenas de la policía comenzaron a sonar y los coches estacionaron en mitad de la calle frente al Erín.

Tyler empalideció cuando vio a los agentes de policía bajarse del coche y aproximarse con las armas apuntando hacia nosotros. Los policías nos dieron órdenes de quedarnos quietos y levantar las manos al tiempo que se acercaban a nosotros listos para actuar ante cualquier gesto de amenaza.

En ese mismo momento Alice emergió del fondo de la cafetería y se acercó a mí corriendo asustada.

–¡Emmett! – Gritó nerviosa.

Los agentes le ordenaron que se identificara y mi hermana lo hizo, diciéndoles además que ella había sido la que había hecho la llamada avisándoles. Los agentes esposaron a Tyler y tomaron declaración tanto a mi hermana como a mí. Cuando terminaron con ello, me recomendaron ir al hospital ya que ambos cortes no tenían buena pinta y Alice les prometió que me llevaría ahora mismo.

Quince minutos después de que se fuera la policía Jasper entró en la cafetería, encontrando a su mujer con los brazos en jarras frente a mí mientras me exigía que nos fuéramos al hospital.

–Es solo un rasguño, Duende. – Le dije tratando de tranquilizarla. – No es para tanto.

–¿Solo un rasguño? ¡Mi culo! – Chilló enfadada. – Eso no es solo un arañazo, Emmett. Es una herida profunda y van a tener que cogerte puntos. Así que deja de hacerte el machote y vámonos al hospital.

–Alice tiene razón, Em. – Jasper abrazó por la cintura a mi hermana y le dio un beso en la sien. – Tienes que ir a que te vea un médico. Es una buena herida lo que tienes ahí.

Sabía que llevaban razón pero no pensaba darme por vencido.

–No puedo dejar así el Erín, Jasper. – Miré a mi alrededor y mi garganta se cerró. La mitad del salón estaba destrozado por culpa de la pelea. – La cafetería no puede quedarse así.

La expresión enfadada de Alice se suavizó y se acercó para acariciarme la mejilla que no estaba herida.

–Por eso he avisado a Jas también, Emmett. Para que arregle un poco los daños y pueda aguantar hasta mañana, cuando nos pongamos manos a la obra. – Agarré su mano y le di un apretón suave. – Mamá te tiraría de las orejas por cabezota si te viera. Su niño es más importante que la cafetería que lleva su nombre.

Hice una mueca cuando vi a Jasper y a ella sonreír de oreja a oreja. Malditos fueran, hasta a la hora de reír estaban compenetrados.

De mala gana, me levanté de la silla de madera oscura y le di las llaves del Erín a Jasper. Él simplemente las tomó y me palmeó la espalda mientras sonreía justo antes de irse adentro para agarrar la escoba.

Alice y yo salimos de la cafetería y nos montamos en su coche, el cual era una maldita lata de sardinas. Era demasiado pequeño para mí pero sabía que Alice no sería capaz de manejar mi coche, siempre le había resultado demasiado complejo por su magnitud y no pensaba exponerla a más peligros esta noche.

El Duende me miraba por el rabillo del ojo mientras conducía, riéndose en silencio cuando me veía moverme incómodo en el asiento copiloto.

–De verdad, Alice. ¿Dónde demonios compraste este coche? – Gruñí cuando mi rodilla chocó contra la guantera. – ¿En una tienda de juguetes?

–Voy a dejar pasar tu impertinencia porque estás herido y has perdido mucha sangre. – Rodé los ojos al escuchar su tono sarcástico.

–Lo compraste solo para incordiarme. – Bufé dolorido por los cortes cuando apreté la toalla contra el del brazo. – En venganza por las travesuras de cuando era pequeño, ¿verdad?.

–Puede.

Ella simplemente se rio y continuó conduciendo con una sonrisa malvada surcada por el rostro. Y eso me hizo conocedor de cuan perdido estaba por mi hermana.

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No tardamos mucho en llegar al hospital ni tampoco tuvimos que esperar demasiado tiempo a que me atendieran. Mientras me cosían varios puntos en el brazo y limpiaban el corte de mi rostro Alice se quedó afuera de la consulta hablando por teléfono con Jasper.

Le había dejado mi móvil porque al suyo se le había agotado la batería durante el trayecto aquí. Y, por lo que pude escuchar antes de que me fuera, Jasper había colocado varios paneles de madera en los ventanales lo que me hizo suspirar aliviado. El Erín ya no estaba a la intemperie y mañana no estaría en tan mal estado.

Cuando terminaron de coserme, me dieron algo para que pudiera dormir bien esta noche y no tuviera problemas con el dolor. Hice una mueca al médico cuando me ordenó que me tomara las dichosas pastillas. Me encontraba bien, solo sentía una ligera punzada en el antebrazo, pero aun así el médico no se dio por satisfecho.

Salí haciendo una mueca ante el sabor amargo que dejaron las medicinas en mi lengua y fui a buscar a mi hermana. Alice estaba apoyada contra la pared de al lado de la puerta principal, observando embelesada a un niño pequeño dormido entre los brazos de su madre.

–Se te cae la baba, hermanita.

–Oh, Emmet. – Me miró con los ojos brillantes. – Es tan lindo. Mira su carita, es adorable. – Suspiró mientras me entregaba mi teléfono.

Miré por encima de mi hombro y sonreí cuando vi al pequeño restregar sus pequeños puños en sus ojos. Mi hermana llevaba razón, era adorable.

–Pues creo que ya sabes los que debes hacer. – Me reí petulante al tiempo que subía y bajaba mis cejas.

Alice bufó negando con la cabeza y comenzó a caminar por los pasillos del hospital. – Tú eres el mayor de los dos, por lo tanto deberías ser tú el que le diera el primer nieto a la abuela.

–No soy yo el que está casado y suspira embelesado cada vez que ve a un bebé. – Le sonreí engreído.

–¡Bah!

Alice alzó la barbilla de manera orgullosa y continuó caminando en silencio hasta que salimos al parking y nos montamos en su coche. El tráfico a esta hora de la noche era bastante fluido por lo que no tardamos mucho en llegar a la salida que debíamos tomar para mi casa. Sin embargo, mi hermana tenía otros planes y siguió hacia delante como si tal cosa.

Duende, te has pasado la salida. Por aquí no se llega a mi casa. – Le dije un poco adormilado. Por lo visto las pastillas ya estaban haciendo efecto.

–Obviamente no te estoy llevando a tu casa, Emmett. – Rodó los ojos y cambió la marcha del coche.

–No pienso ir a tu casa. – Le dije apoyando la cabeza en el cabezal del asiento, suspirando cansado. – Me encuentro bien y no quiero dejar tanto tiempo solo a Keenan.

Alice cambió de carril y tomó la segunda salida de la izquierda antes de mirarme sonriente. – No te voy a llevar a mi casa, hermanito. – avanzó por la avenida hasta desembocar en una glorieta. – Y en cuanto a Keenan no te preocupes, yo me haré cargo de tu Oso.

–Pero Alice… – Bostecé cansado, siendo incapaz de seguir replicando.

–A cada gesto que haces más me estás dando la razón, Em. Estás agotado, necesitas que cuiden de ti. – Mi hermana siguió conduciendo hasta que aparcó su coche frente a una casa que me resultaba muy familiar. – Es por eso que te he traído a casa de tu Fiáin.

Abrí los ojos de par en par y miré alternativamente entre mi hermana y la puerta blanca de la casa de Isabella. Una suave luz se filtraba a través de las cortinas de la ventana derecha de la fachada.

–¿Qué has hecho, Alice? – Le pregunté dudoso. Las dichosas pastillas me tenía la cabeza embotada y apenas podía mantener los ojos abiertos y pensar con la suficiente claridad.

–Lo que tenía que hacer como hermana. – Abrió la puerta de su lado y colocó un pie afuera. – Vamos, Emmett. Tu chica nos espera.

Justo cuando salió del todo del coche la puerta principal de la casa se abrió, revelando a una Isabella con el pelo recogido en una larga coleta alta y con una camiseta de mangas cortas de color celeste que le llegaba casi a las rodillas.

A pesar de estar atolondrado todo mi cuerpo se calentó al verla caminar por el camino empedrado de su jardín. Parecía una ninfa de los bosques a la luz de la luna. Era tan hermosa… ¿Cómo era capaz de pasar tanto tiempo alejado de ella?

Mi hermana y ella se encontraron a mitad de camino. Ambas se saludaron amables y empezaron a hablar entre susurros entre tanto que miraban en mi dirección de vez en cuando. Suspiré y cerré los ojos, bastante despreocupado de lo que estuvieran tramando estas dos. Estaba tan cansado que no me importaba lo que hicieran conmigo, ni siquiera que me dejaran dormir en el coche enano de mi hermana.

No sé cuánto tiempo me tuvieron allí, pero sé que me zarandearon demasiado pronto para mi gusto. Gruñí molesto porque no me dejaran seguir durmiendo y giré la cabeza en la otra dirección.

–¡Emmett! ¡Despierta! – La voz aguda de Alice taladraba mis oídos. – No puedes quedarte aquí durmiendo.

Nunca me había dado cuenta de lo molesta que era la voz de mi hermana hasta ahora. Bueno, siempre había sido un tanto latosa pero nunca tan fastidiosa como en estos momentos.

Yo solo quería dormir, ¿tan difícil era?

Alice lo volvió a intentar más de una vez pero se encontró con la misma respuesta de antes. Estaba demasiado cansado y también hay que añadir que yo era bastante cabezota.

–¡Este hombre es imposible! – La escuché sisear antes de alejarse del coche. – Bella, inténtalo tú. Quizás a ti te haga más caso que a mí.

Justo después de que mi Duende dijera aquello sentí el suave roce de unas manos acariciando mi rostro. Me tocaban como si yo fuera su posesión más preciada y eso me hizo girar la cabeza en busca de más caricias.

La risa musical de mi Fiáin danzó en la ligera brisa de la noche y sentí el calor de un beso en mi sien.

Em, tienes que salir del coche de tu hermana. – Isabella me hablaba con un tono cariñoso y paciente, como si estuviera tratando de convencer a un niño pequeño. – ¿O quieres que se quede toda la noche aquí a la intemperie sola e insegura?

Negué despacio aun con los ojos cerrados. Los dedos se Isabella surcaban las facciones de mi rostro despacio y con dulzura.

–Entonces sal del coche y te llevaré a mi casa. Allí te cuidaré y podrás dormir conmigo.

En cuanto escuché esas palabras y mi adormilado cerebro las asimiló abrí los ojos de par en par.

–¿De verdad podré dormir contigo? – Mi voz sonaba más ronca que de costumbre.

Isabella sonrió y asintió al tiempo que agarraba mis manos y tiraba de mí. La seguí embelesado, incapaz de resistirme y negarle nada. Por el rabillo del ojo vislumbré a mi hermana, que reía traviesa y me miraba divertida por la situación.

Mañana me preocuparía por la imagen de niño pequeño que estaba dando pero por ahora simplemente disfrutaría de la oportunidad de pasar toda la noche con mi chica.

–Que duermas bien, hermanito. – Alice me dijo a mis espaldas. – Sé que te dejo en buenas manos.

Apenas fui capaz de girar la cabeza hacia a un lado y mirar por encima del hombro para ver como mi hermana se montaba en el coche y salía de la calle de Isabella.

Mi Fiáin me tenía completamente embrujado. Ella caminaba de espaldas sin apartar en ningún momento sus ojos de los míos. Tenía el ceño ligeramente fruncido y vigilaba constantemente cada uno de mis pasos.

A pesar de tener la mayoría de los sentidos embotados, como si estuviera borracho, sabía que jamás olvidaría este momento. Isabella agarrada de mis manos, mientras la luna la hacía brillar entre todas las flores de su jardín.

–Eres una bonita hada de la noche, Fiáin. – Le dije maravillado por el centelleo de sus ojos.

Mi chica se rio y siguió guiándome hasta la entrada de su casa. Engatusándome más a cada paso.

–Ten cuidado con el escalón del porche. – Me previno justo antes de que ella lo pasara.

Al final, logré llegar hasta su habitación sin tropezar ni una sola vez. Apenas era consciente de todo lo que me rodeaba, estaba tan cansado, tan agotado de todo el día que solo tenía ojos para la cama de mi chica en cuanto entramos en su cuarto.

Ni siquiera me percaté de la decoración ni de cómo Isabella me sentaba y comenzaba a desabrocharme la camisa de color burdeos.

–¿Vas a aprovecharte de mí, Fiáin? – Le sonreí cuando sus nudillos rozaron la piel de mi estómago. A veces tenía cosquillas y no era capaz de controlarlas.

Isabella me echó una mirada amenazadora mientras me desprendía de la camisa completamente y se agachaba para quitarme los zapatos y calcetines.

–Estás herido y medio drogado por las medicinas. Lo único que vas a tener va a ser una buena siesta.

–Oh, vamos. – Me reí mientras me echaba hacia atrás en la cama. – No eres nada divertida, Swan.

Mi chica bufó ante mi comentario y desabrochó el cinturón de cuero negro que llevaba para justo después quitar el botón de mi pantalón y bajar mi cremallera. Al hacer esto su mano se rozó con mi polla la cual se endureció ligeramente al sentir su calor.

–¿Ves? – Empecé a reírme entretanto levantaba las caderas para que me pudiera sacar los pantalones de vestir negros. – No me importaría que fueras esta noche una dulce vaquera. – Me carcajeé. – Sería caliente verte sobre mí haciendo todo el trabajo.

–¡Eres incorregible! – Me riñó mi chica.

La miré mientras recogía toda mi ropa y la doblaba para dejarla sobre un sillón que había en una esquina de su habitación. Era divertido verla siendo tan ordenada y minuciosa con mi ropa.

–¿Te quedarás conmigo a pesar de que sea un bruto incorregible?

La mirada de Bella se suavizó cuando escuchó el tono de incertidumbre con el que hice la pregunta. Terminó de colocar los pantalones y se acercó hasta el borde de la cama, donde agarró las sábanas y me tapó justo antes de agacharse para darme un beso en la frente.

–Sí, me quedaré contigo a pesar de que tu sentido del humor sea de lo más pervertido. – Se rio. – Duerme. Enseguida regreso.

A duras penas fui capaz de permanecer con los párpados levantados mientras veía como se dirigía a la puerta de la habitación. Apenas podía hilar cualquier pensamiento coherente pero verla alejarse no me gustó en absoluto.

–¿De verdad volverás? – Mi voz sonó demasiado pastosa en el silencio de la noche.

Mi chica giró el rostro en mi dirección y sonrió enternecida.

–Lo haré.

Sabía que Isabella nunca rompería su palabra, así que cuando salió por la puerta cerré los ojos complacido y suspiré pesado antes de quedarme totalmente dormido.

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Ligeras punzadas se clavaron en mi mejilla de manera muy molesta haciéndome despertar malhumorado mientras cambiaba de posición en la almohada. Tuve que parpadear varias veces para poder vislumbrar algo en la penumbra del amanecer. Pequeños haces de luz atravesaban las pesadas cortinas de la ventana, lo que me permitía percatarme de que en absoluto me encontraba en mi habitación.

Y para corroborarlo un cálido cuerpo se apegó más a mi pecho por la izquierda. Aspiré profundamente y el acogedor aroma a melocotones de mi Fiáin me recordó todo lo que había pasado la noche anterior. El efecto de las medicinas se había disipado casi por completo por lo que ya no sentía la cabeza tan embotada y las malditas heridas comenzaron a molestarme como había predicho el médico.

Hice una mueca cuando intenté mover mi brazo derecho y todos los puntos se estiraron. Joder. Esto era muy molesto. Estaba seguro que si hacía algún gesto de dolor frente a mi chica o mi hermana ambas me obligarían a tomar alguna pastilla para el dolor y estarían preocupadas, algo que no pensaba permitir.

Suspiré entretenido mientras imaginaba a las dos en su actitud de mamá osa y hundí mi nariz en el suave cabello de Bella, feliz porque al fin la tenía durmiendo junto a mí como varias veces había soñado. La apreté más a mi costado de manera protectora y ella me recompensó colocando su mano en mi pecho y su pierna sobre mi cintura.

Me reí entre dientes ante ese gesto posesivo de mi mujer, pero mi risa se convirtió de nuevo en una mueca cuando los puntos de la herida de mi mejilla se quejaron también como los del antebrazo.

Esto iba a ser una tremenda mierda. Odiaba estar enfermo o lastimado porque me hacía sentirme un completo inútil. Tenía personas a mi cargo y no podía dejarlas a un lado solamente porque me encontraba "malo".

Suspiré de nuevo y fijé mi vista en los pequeños detalles perceptibles del cuarto. Como el armario que había en la pared izquierda de la habitación, justo al lado de la puerta, así como el coqueto tocador que se encontraba cerca del sillón en el que anoche puso mi ropa. No era capaz de distinguir los colores pero estaba seguro que serían cálidos y suaves.

Justo cuando estaba observando el título del libro que estaba colocado en la mesilla de noche de mi lado la respiración de Isabella se aceleró y su cuerpo se movió amodorrado. Sabía con certeza que se había despertado, porque sus largas pestañas danzaron repetidas veces contra la piel de mi pecho, acariciándome como las alas de una mariposa.

–¿Ya no tienes más sueño, Fiáin? – Notaba la garganta bastante seca y tosí un poco cuando hablé.

Isabella se tensó asustada y eso me hizo querer darme una colleja por idiota. No pretendía sobresaltarla. – ¿Te he despertado? – Su cuerpo se relajó un poco contra el mío cuando le acaricié la espalda sobre la camiseta.

–No, tranquila. Llevaba ya un rato despierto. – Sonreí con cuidado cuando su pie empezó a rozar mi pierna arriba y abajo.

–¿Te duele? – Isabella tocó con cautela el borde del vendaje de mi brazo, como si temiera hacerme daño. – Alice me dijo que fue un corte bastante feo.

–No es tanto como parece. – Intenté restarle importancia pero sabía que Isabella no se lo creería. – La Duende puede llegar a ser un poco exagerada a veces.

–¿De veras? – Mi Fiáin alzó su rostro para mirarme en la oscuridad de su habitación. – No me lo pareció cuando hablé con ella. Me pareció encantadora.

–¿Estás hablando de mi hermana pequeña? Porque te puedo asegurar que puede llegar a ser un grano en el culo. – Bufé ante al recordar la lata que me estuvo dando mientras cenábamos.

Al final la maldita duende se había salido con la suya y conoció a mi mujer antes de tiempo.

Era una mimada.

Isabella me dio un manotazo en el pecho al oírme decir eso de Alice y se puso más recta en el colchón, doblando el brazo sobre la almohada y apoyando la cabeza en su mano para estar a la misma altura que mi rostro.

–No seas malo, McCarty. Tu hermana estaba preocupada por ti. – Cada vez había más luz en la habitación y sus facciones se volvían más nítidas, permitiéndome ver su ceño fruncido y sus labios apretados en una fina línea de disconformidad. – Me llamó un poco asustada aun desde el hospital. Si no llega a ser por ella, estoy segura que no me hubiera enterado de nada de lo que pasó anoche, ¿cierto?

Hice una mueca fastidiado. Alice anoche supo enmascarar perfectamente su miedo y sabía que lo hizo para no preocuparme más a mí.

Y en cuanto a Isabella… Ella llevaba razón, anoche no la hubiera llamado. Sabía que se alarmaría en exceso y no pasaría buena noche. Incluso hubiera sido capaz de presentarse en el hospital si Alice no la hubiera tranquilizado y asegurado de que me traería aquí.

–No quería preocuparte. – Suspiré cansado, porque sabía que mi Fiáin no iba a tomar esta respuesta así como así y a asentir con la cabeza como una chica dócil y complaciente.

–Emmett… –Gruñó enfadada.

–Te lo hubiera contado hoy, Fiáin. Te lo prometo. – Le dije apresurado mientras alzaba el brazo lastimado y tocaba su barbilla. – Pero también tenía que pensar en Zoe. ¿Qué habrías hecho? ¿Despertarla y llevarla con Rosalie? – Resoplé cuando vi esa idea danzar en sus ojos. – Todo hubiera sido demasiadas molestias para un simple corte. No os iba a sacar a ninguna de las dos de la cama y mucho menos de la casa a esas horas de la noche.

Isabella volvió a gruñir y se acercó a mí para morderme con fuerza mi labio inferior. Yo sonreí un poco ante el gesto porque sabía que eso significaba que me estaba dando parte de la razón.

–Eres demasiado sobreprotector. – Besó la comisura de mis labios. – Y es muy molesto cuando usas esa lógica aplastante. – Rozó su nariz contra la mía. – Pero eso no quita de que no quisieras avisarme. ¿Qué hubieras hecho si hubiera sido al revés? ¿Si yo fuese la que estuviera herida?

Esta vez fue mi turno de gruñir y de morder su labio, tanto por hacerme imaginar esa mierda de imagen como por llevar razón.

–Está bien, Isabella. – Besé la comisura de sus labios entretanto apretaba mi mano en su cadera. – Tienes un punto.

Mi chica sonrió y se acercó más a mí, haciendo que sus turgentes pechos se apretaran contra mi torso. Joder. Eso se sentía demasiado bien.

Durante unos minutos nos quedamos así, saboreando la compañía del otro en el silencio de la mañana. Isabella acariciaba mi sien y mi mejilla para justo después bajar por mi cuello y mi hombro. Una y otra vez. Parecía como si quisiera asegurarse que todo estaba bien y no tenía ningún daño extra.

Casi ronroneo como un maldito gato por ello, se sentía demasiado bien ser mimado un poco.

Aunque sabía que tendría el comienzo de la sombra de unos cuantos moratones causados por la pelea de ayer, pero no me importaba.

Era el pago por cuidar de mi cafetería.

–Entonces, ¿qué te pareció mi hermana? – No sabría muy bien qué hacer si ellas dos se llevaran mal.

Quizás mi cabeza terminaría explotando.

Isabella sonrió mientras metía su mano entre mi cabello, trazando círculos con sus dedos en el cuero cabelludo. – Me pareció adorable, Emmett. – Cerré los ojos ante lo bien que se sentía el masaje. – Aunque casi no hablamos mucho. No era una situación muy buena para ello.

Hice un mohín al tiempo que abría los ojos.

–Todavía no era el momento de presentaros. – Le confesé un tanto dudoso. No quería que Isabella pensase que no deseaba presentarlas. – No quería agobiarte.

–Oh, Emmett. – Besó mis labios suavemente. – Está todo bien. Soy una niña grande, puedo lidiar con la hermana de mi chico.

Su chico.

Mi Fiáin acababa de decir que era su chico.

Sonreí de par en par, sintiendo mis hoyuelos marcarse así como los dichosos puntos en mi mejilla. Me importaban una mierda. Era la primera vez que Isabella afirmaba que teníamos algo serio y todo lo demás podía irse a paseo.

–Joder, McCarty. – Dijo enfadada. – Los puntos, hombre. – Tiró de mi pelo duro. – ¿Se puede saber en qué estás pensando para sonreír como un bobo?

Mi única respuesta fue negar levemente a un lado y a otro, rozando mi nariz contra la suya.

Isabella suspiró frustrada, porque sabía que no iba a decirle absolutamente nada, así que continuó acariciando mi pelo a la vez que mi pierna se colocaba entre las suyas.

Sin embargo, una duda surgió en mi mente y necesitaba preguntársela.

–¿Me comporté muy mal anoche, Swan? – Le cuestioné temeroso.

Joder. Tenía una reputación que mantener. Era lógico que preguntara.

Mi Fiáin empezó a reírse divertida. – No mucho. Simplemente dijiste alguna que otra tontería, pero nada que debas temer.

–¿Qué tipo de tonterías? – La miré interrogante.

–No fue nada malo, McCarty. – Negó con la cabeza. – Soy fuiste un niño grande.

–¿Qué quieres decir?

–Dijiste una cosa... – La expresión de Bella se volvió seria de repente y eso me hizo tragar duro. No pintaba bien. – Algo así como que querías que fuera una vaquera. ¿Tienes alguna fantasía sobre vaqueras del viejo oeste que no me hayas contado, McCarty?

Mi Fiáin empezó a desternillarse cuando vio mi perplejidad. – Si vieras la cara de asustado que acabas de poner. – Dijo entre risas.

Me uní a ella mientras la agarraba por la cintura y la colocaba sobre mí. La muy traviesa me estaba gastando una broma y yo había caído como un tonto.

–Te crees muy graciosa, nena. – Le mordí el labio al tiempo que ella se afianzaba sobre mí.

–Lo soy. – Dijo divertida. – Y no me lo estoy inventando, Em.

–¿En serio? – Isabella afirmó reiteradamente mientras se mordía el labio. – Joder, incluso estando medio drogado sigo poniéndome duro. Eres demasiado caliente, Swan.

Isabella ya no pudo soportarlo más y se carcajeó con la cabeza hacia atrás. Verla tan risueña y relajada hizo que también empezara a reírme. La situación debió haber sido bastante particular.

Miré fascinado cómo Bella seguía riendo. Tenía una sonrisa demasiado bonita y atrayente, por lo que no pude contenerme. La agarré de la nuca y la acerqué a mi rostro para besarla duro, haciendo que Isabella se agarrara de mis hombros y los apretara con fuerza.

Su boca era deliciosa y su sabor cada vez me estaba volviendo más adictivo.

–También dijiste otra cosa. – Se mordió los labios un poco nerviosa y esta vez no estaba jugando.

–¿El qué Fiáin?

–Que yo te parecía un hada de la noche. – Sonrió con ternura. Sus ojos brillaban alegres y dulces.

Inmediatamente la imagen de Isabella bañada por la luz de la luna agarrándome las manos para guiarme a través de su jardín para llegar a su hogar inundaron mi mente. Suspiré complacido y apreté su cuerpo más al mío.

–Lo eres. – La besé despacio, con calma.

Isabella rio contra mis labios y me devolvió el beso con mimo.

Se sentía demasiado bien por lo que profundicé más el beso, apretando a un más su cuerpo al mío cuando bajé mi mano por su espalda hasta su mordisqueable trasero. Isabella no se quedó atrás y me respondió con la misma fiereza de siempre.

Justo cuando alcé mis caderas para rozar mi erección contra su centro caliente una pequeña vocecilla sonó a través del pasillo.

–¡Mami! ¡Mami! – Zoe llamó insistente. – ¡Pipi!

Inmediatamente, nos separamos y sonreímos. La nena de mi chica necesitaba nuestra atención así que todo lo demás podía esperar. Isabella se bajó de mi regazo y salió de la cama rumbo al cuarto de Zoe.

–Buenos, mi amor. – La voz de mi Fiáin sonó desde el fondo del pasillo. – ¿Has dormido bien?

–¡Sí! – Respondió su hija entre risas. – Pero yo pipi, mami.

Isabella se rio y escuché como hablaba con ella mientras ambas se dirigían al baño.

Suspiré enternecido al tiempo que colocaba mi brazo sano bajo mi cabeza y con la otra mano me tapaba con las sábanas hasta la cintura, parecía un poco indecoroso estar medio desnudo con la pequeña ya despierta y correteando por la casa.

Jamás me hubiera imaginado encontrarme alguna vez en una situación así pero no la cambiaría por nada en el mundo. Desde que tuvimos esa charla en mi despacho e hicimos el amor en mi escritorio dos semanas atrás todo había ido a mejor. La confianza entre nosotros había crecido a un paso exponencial y cada vez más éramos capaces de comunicarnos sin miedos y de una manera más fácil.

Aún seguíamos teniendo nuestras reservas pero era lógico que no sacáramos así como así todos los esqueletos de nuestros armarios. Todo a su tiempo, no era necesario correr y era obvio que no pensaba coaccionar a Isabella para que me dijera todo lo que se guardaba en su interior.

Sin embargo, nos encontrábamos en un punto muerto respecto a la pequeña Zoe. Isabella sabía que por mi parte no iba a encontrar ningún impedimento en dar el paso pero sabía que mi chica aún andaba algo indecisa, por lo que decidí que lo mejor sería darle su espacio y aceptar lo que me diese.

Al ritmo de Isabella.

Eso es lo que acataría sobre Zoe el tiempo que fuera necesario.

Mientras seguía divagando escuché cómo Isabella salió del baño y llevaba a su niña al salón. Decidí esperarla aquí, no quería asustar a la pequeña apareciendo de la nada.

Sin embargo, Isabella tenía otros planes para mí.

–¿Qué tal si te vistes y desayunamos? – Me dijo apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados.

Inmediatamente captó por completo mi atención y seguramente la miré con una expresión de sorpresa mal disimulada. – ¿Y Zoe?

Isabella me miró enternecida. – ¿Qué pasa con ella?

–¿Estará con nosotros? – Mi voz sonó un poco ronca pero no era por estar molesto o porque la presencia de la nena me fuese a molestar.

Todo lo contrario.

Llevaba queriendo interactuar con ella desde que la conocí en el parque, maldición.

–Por Dios, McCarty. – Me gruñó Isabella. – Deja de decir tonterías y levántate. – Entró en la habitación y se acercó hasta el sillón donde había doblado mi ropa para tomarla y dejarla a los pies de la cama. – ¡Claro que estará! ¿Dónde demonios iba a estar mi niña?

Swan corrió las cortinas y abrió la ventana frente a mí y justo cuando me senté en el filo de la cama la agarré de la muñeca y la acerqué a mí, dejándola entre medio de mis piernas. Mi chica se afianzó a mis hombros y me miró desde arriba con una expresión un tanto enfurruñada, intentando ocultar el gran nerviosismo que le estaba acarreando el enorme paso que íbamos a dar a continuación.

–¿Estás segura, Fiáin? – Le cuestioné seriamente. Si hacíamos esto ya no habría vuelta atrás.

–Sí, Emmett. Lo estoy. – Su expresión se tornó a una más suave y a la vez más preocupada cuando pasó una mano por mi mejilla herida. – Quiero que estés con nosotras dos.

Y me iba a encargar que esa afirmación fuera para siempre.


¡Y aquí está el capi!

Espero que les haya gustado este nuevo capítulo y que me digáis lo que os ha parecido. Quería pediros de nuevo disculpas por tan enorme tardanza pero el tiempo a veces es demasiado escaso. Espero que me sigáis apoyando con esta historia y que me deis vuestras opiniones. Me encantaría saberla, así que no seáis malas y no me castiguéis porfis.

Quería dar las gracias a todas las chicas que dieron a seguir y a favoritos a la historia y a mí. También quería agradeceros a todas las que estuvisteis preocupadas y pendientes de mí, agradezco enormemente todo el cariño y el apoyo que me dais. Gracias de verdad.

Gracias por los comentarios a: glow0718, DaniSalvatoreCMG, Guest, cavendano13, erizoikki, libbnnygramajo, Beatriz, RoxySanchez, LicetSalvatore, Coni, PamMalfoyBlack, monicacullenwhitlock, alejandra1987, Paopao, JadeHSos, Yera, Lema26, solecitopucheta, GisCullen, DuendeCullen, KarlyStewPattz, DuendecillaVampi, ely, mican, Yoliki, AlixaCullen.

Nos leemos pronto.