Aquí traigo nuevo capítulo. Estoy muy contenta por todo el apoyo que he recibido en el anterior capítulo. Mil gracias por haber esperado tanto y por haber tenido tanta paciencia.
Espero que este capítulo les guste. Creo que va a convertirse en uno de los favoritos. No quiero adelantarles nada pero… Me parece que les gustará.
La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.
¡A leer!
CAPÍTULO 14
Emmett
–¿Se puede saber a qué estás esperando, Emmett?
Isabella me miraba extrañada con su pelo rizado recogido en una coleta alta y sus pies enfundados en unas mullidas zapatillas violetas. Ni siquiera era capaz de apartar la mirada de ella. Estaba hermosa así, sin nada más que una camiseta enorme y su cara recién lavada. Ni se preocupaba de que su pelo fuera un completo descontrol o que leves ojeras se le marcaran bajo los ojos, ella simplemente se mostraba tal cual era frente a mí; tan segura de sí misma y tan terriblemente atrayente.
–¿McCarty? – Preguntó expectante esta vez.
Sacudí mi cabeza a un lado y a otro para liberarme de la fascinación que me causaba mi chica. Había ocasiones en las que debía recordarme a mí mismo que era un hombre y no podía comportarme como un niñito adolescente.
–¿De verdad estás segura de esto?
Justo cuando hice la pregunta quise darme de golpes contra la pared. La expresión impaciente de Bella pasó una completamente llena de inseguridad.
–¿Qué tratas de decir, Emmett? – Se cruzó de brazos de manera defensiva. – ¿No quieres esto?
Al oírla cuestionar mi comportamiento hice una mueca disgustado y acorté la distancia entre nosotros, agarrándola por la cintura y besando su frente.
–Lo quiero más que cualquier otra cosa, Fiáin. – Suspiré contra su piel. Ella seguía con los brazos cruzados, reacia a devolverme el abrazo. – Sólo que no quiero atemorizarla.
–¿A qué te refieres? – Alzó el rostro con el ceño fruncido.
–Tengo dos heridas bastantes feas en la cara y en el brazo, ¿crees que Zoe no se asustará por ello? Joder, no quiero hacerla llorar.
Tras confesar mis temores la expresión de Isabella se suavizó y acarició de manera ascendente mi pecho hasta rodear mi cuello con sus brazos. – No te preocupes por eso. Puede que mi niña se sorprenda un poco al verte lastimado pero no se asustará de ti. Es como una mini guerrera y puede que hasta me robe el papel de enfermera.
Ambos sonreímos ante su pequeña broma y, sin que pudiera evitarlo, me incliné para robarle un suave beso. Ella se acercó más a mi cuerpo y enredó sus dedos en mi pelo.
Estábamos tan centrados el uno en el otro que casi no nos percatamos de unos pasos ligeros que se acercaban cada vez más rápido por el pasillo. Justo cuando me separé de los jugosos labios de Isabella una dulce Zoe con un pijama enterizo rojo y blanco se asomó por la esquina. Todo su pelo era un lio de rizos color castaño y sus enormes ojos chocolate nos miraban aun algo adormilados y llenos de curiosidad.
–¡Eme! – Chilló cuando me reconoció. Agitó su manita y se aproximó un par de pasos más. – Hola, Eme.
Sonreí enternecido con su actitud adorable y me separé de Isabella pera acercarme a su hija con calma. La nena me miraba con su cuello totalmente doblado hacia atrás. Era demasiado pequeña y no pude evitar que mi corazón latiera acelerado cuando se tropezó con sus propios pies al intentar dar un paso en mi dirección.
Me abalancé justo a tiempo para impedir que se cayera y apoyé una rodilla en el suelo de madera para evitar que tuviera que doblar tanto su cabeza.
–Hola, Ghrian Beag. – Me reí embelesado cuando sus mejillas se sonrojaron al escuchar el apodo.
Isabella se había quedado en el mismo lugar en el que nos encontrábamos nosotros dos, como si quisiera dejarnos espacio para hablar a su hija y a mí.
Zoe no paraba de mirarme, parecía que tratara de buscar algo y cuando se fijó en el corte que tenía en la mejilla su mirada se entristeció.
–¿Eme, pupa? – Puso su manita en mi rodilla.
Sus grandes ojos me miraban preocupados y entonces entendí lo que mi Fiáin trataba de decirme antes. Zoe no iba a asustarse de mí, ella se alarmaría por mí.
–Sí, cariño. – Agarré su mano para tratar de calmarla. – Tengo una herida, pero estoy bien.
–¿Duele? – Su pequeño ceño se frunció exactamente igual que el de su madre. Era como ver a una mini-fiáin en acción.
–No, no me duele, Zoe.
Traté de sonreír con calma para no estirar mucho los puntos de mi mejilla y para lograr tranquilizar el golpeteo enloquecido de mi corazón. Ver cómo la hija de mi mujer se preocupaba tan desinteresadamente por mí era algo difícil de sobrellevar.
–¿Erdad de ena? – Zoe se acercó más a mí y apoyó su otra mano sobre la mía.
No pude evitar de reírme ante la pregunta mal dicha. Era demasiado adorable para tratar de evitar caer rendido ante sus diminutos pies.
–De verdad de la buena, Zoe. – Agarré un rizo de su cabello y se lo coloqué detrás de la oreja. Sus mejillas volvieron a sonrojarse y eso me hizo girarme para observar a Isabella.
Ella nos miraba con los ojos extremadamente abiertos y con un brillo tan centelleante que podría llegar a alumbrar toda una habitación. Eran como dos luceros en una noche oscura y sin luna.
Isabella se percató de mi mirada y meneó la cabeza a los lados varias veces, haciendo que su cabello se balanceara. Parecía como si quisiera despejar su mente de una neblina sofocante.
–¿Todo bien, nena? – Le pregunté preocupado.
–Sí. – Carraspeó cuando escuchó su voz ronca. – No es nada. Mi mente se fue a otro sitio.
Trató de sonreír pero ya no era capaz de engañarme al respecto. Estaba tan cautivado por ella que incluso sabía lo que significaba un simple gesto de su parte. Cuando Isabella se ponía nerviosa tenía la costumbre de jugar con el pendiente de su oreja derecha y morderse el labio repetidamente sin cesar o cuando algo le gustaba pero no quería que nadie se diera cuenta jugaba con su cabello dando vueltas alrededor de su dedo… Tenía tantos gestos ocultos que podría llegar a escribir todo un libro de ellos. Mi chica era demasiado fascinante para mi salud mental y últimamente estaba rayando en lo demente.
Así que sabía que algo la estaba carcomiendo y que tenía que ver con Zoe y conmigo. Deseaba que lo dijera pero no quería coaccionarla a ello y mucho menos delante de la nena. Sabía que cuando mi Fiáin estuviera preparada me lo diría o quizás lo descubriese solo si echaba mano de la paciencia felina, como lo llamaba mi hermana.
–¿Tenéis hambre? – Isabella nos preguntó sacándome de mis pensamientos.
–¡Sí, mami! ¡Desaiuno! ¡Desaiuno! – Miré cómo Zoe saltaba emocionada ante la mención de desayunar y cómo salía disparada por el pasillo hacia la cocina.
–Ni que la dejara sin comer días enteros. – Dijo mi chica mientras se acercaba a mí.
Me alcé en toda mi estatura y le sonreí divertido por la actitud de ambas. Ellas dos iban a ser mi total y absoluta perdición. Ni siquiera me imaginaba ser capaz de separarme de ellas alguna vez en el futuro.
–Sabes que la comida es sagrada. – Le dije contento al tiempo que caminábamos en dirección a la cocina.
La casa de Isabella era un claro reflejo de su personalidad así como de la de Zoe. Las paredes blancas del pasillo estaban decoradas con varias fotos de ellas dos juntas además de dibujos de Zoe y cuadros de paisajes de diferentes partes del mundo. Sobre el suelo de madera había colocada una alfombra de tonos verde oscuro, similares a los de un prado irlandés.
El pasillo desembocaba en el salón principal, en el cual había estado por primera vez cuando traje a los niños dormidos desde mi coche el día del parque. El sofá de color azul oscuro tenía aún sobre su respaldo una manta de color naranja y numerosos cojines de distintas tonalidades de ese color que te invitaban a sentarte en él mientras te relajabas con un buen libro o una película antigua.
En él podía imaginarme a mi Fiáin acurrucada con Zoe viendo los dibujos animados favoritos de esta última. Y al pensarlo deseé poder formar parte de ello. Ansiaba con todo mi ser estar sentado junto a ellas abrazando a cada lado a mis chicas, riendo por tonterías y disfrutando de su compañía sin las preocupaciones del mundo exterior.
Mi corazón retumbó ante esa imagen y supe que esa sería una nueva meta en mi vida. Lograría eso y no iba a rendirme costase lo que costase.
Decidido a lograrlo encuadré mis hombros y entré a la cocina de mi Fiáin. Ella había entrado justo antes que yo y ayudaba a Zoe a sentarse en una de las sillas de madera oscura que estaban colocadas alrededor de la mesa del mismo material.
Zoe palmeaba sus manos contra la superficie lisa de la mesa y balanceaba al mismo tiempo sus diminutos pies. – ¡Desaiuno, mami!
–Sí, cariño. Vamos a desayunar. – Mi chica le revolvió el pelo a su hija y se agachó levemente para besar su frente. – Pero hay que ser pacientes. Tenemos que prepararlo.
Zoe hizo una mueca impaciente y me reí ante la expresión mimada que puso. Me recordó un poco a Alice cuando se enfurruñaba porque la comida no estaba lista y la abuela le decía que debía esperar.
Mi chica y su hija me hacían recordar tiempos felices de mi pasado.
–¿Qué quieres desayunar, Zoe? – Le pregunté mientras me remangaba las mangas de la camisa. Una de ellas tenía algunas manchas de sangre que hasta ahora no me había dado cuenta y no quería que Zoe se percatara de ellas y se asustara más. Aunque como contrapunto vería un poco del vendaje de la herida del antebrazo.
Mierda. Ojalá tuviera una camisa de repuesto cerca.
Isabella se percató de la mueca que hice y me miró preocupada. Estaba seguro que creía que era porque las heridas me molestaban, lo cual era cierto, pero lo hacían ya mucho antes de que enrollara los puños de la camisa.
La vi salir de la cocina dejándome solo con una Zoe ansiosa por el desayuno que me miraba expectante y lista para ordenarme lo que deseaba comer.
–¡Toitas! – Gritó y volvió a palmear con sus manitas la mesa y dar pequeños botes en la silla.
–Ten cuidado, nena. – Me acerqué a ella y la agarré con inquietud del brazo para estabilizarla y que no se cayera.
Traté de no reírme de su actitud risueña mientras la amonestaba por no poner atención a sus movimientos inestables.
–Sí, Eme. – Me respondió quedándose quieta en la silla aunque siguió balanceando sus cortas piernas a la vez que me miraba con sus ojos brillantes.
Le sonreí enternecido y completamente rendido ante ella. Sabía que me estaba envolviendo a su dedo meñique y, siendo sincero, no me importaba para nada que lo hiciera.
En el parque Zoe había sido tímida pero en su casa, su territorio, era un pequeño vendaval veraniego; como la suave brisa que se da al atardecer mientras el sol desaparece en el horizonte. Te acaricia el rostro y provoca que cierres los ojos para poder sentirla eternamente.
Así me hacía sentir la pequeña Zoe.
–Entonces, ¿tortitas? – Le pregunté esperando haber acertado en lo que quería decir.
–¡Sí! ¡Toitas, Eme! – Me sonrió feliz ante la mención de ello.
–Pues manos a la obra, nena.
Me giré y busqué por los muebles los distintos ingredientes y cuando logré juntarlos todos regresó Isabella. Se acercó a mí y colocó sobre la encimera un par de pastillas.
–¿Y esto? – La miré con una ceja alzada de manera interrogante.
–Pastillas para el dolor. – Se cruzó de brazos a la vez que apoyaba la cadera contra la encimera de mármol oscuro. – Tómatelas junto con el desayuno.
Me miró desafiante a la espera de que le llevara la contraria pero esta vez no pensaba caer en la trampa. Agarré las pastillas y me las tragué junto con un poco de agua.
Isabella abrió los ojos sorprendida por mi actitud obediente y sabía que no se esperaba que aceptase una orden de ese calibre así como así.
–Sé elegir bien mis batallas, Fiáin. – Le dije sonriendo.
–Sabelotodo. – Fue su respuesta mientras hacia una mueca y se separaba de mí para buscar el café.
Así, mientras que yo hacía la masa de las tortitas y encendía el fuego para cocinarlas, mi chica preparaba la jarra de café para nosotros dos además de una taza de chocolate con leche para Zoe.
–Deberías sentarte y dejarme a mí hacer las tortitas. – Me dijo colocada a mis espaldas.
Ni siquiera me giré para contestarla. – Claro, y luego también te dejo que me sirvas todo el desayuno como a un rey y que friegues los platos. – Bufé ante la absurda idea. – Lo siento, pero eso no pasará, Fiáin.
Isabella gruñó y me dio un ligero azote en el trasero. – El sarcasmo ya no se lleva, McCarty.
Esta vez sí me giré para observarla, viendo como ponía los ojos en blanco y suspiraba. Me reí ante su actitud y seguí con las tortitas. Detrás mía la escuchaba moverse de un lado para otro, colocando sobre el mantel de tonos azules las servilletas y los cubiertos, el sirope de arce, el azúcar y las tazas. Todo lo típico para el desayuno de un sábado.
Cuando tuve lista todas las tortitas agarré el plato en el que estaban y me giré sobre mis talones para encontrarme sentadas a mi chica y a su niña. Ambas miraban golosas el platos que portaba y no pude evitar sonreír ante eso.
Subí y bajé el plato varias veces y las dos siguieron el movimiento del plato sin parpadear. Cuando volví a hacerlo Isabella frunció el ceño y alzó la vista hasta mis ojos, echándome una mirada de enfado.
–Emmett… – Me gruñó.
Riéndome por la actitud de ambas me acerqué a la mesa y me senté junto a Isabella dejando en frente de mí a su hija. Bella ya había colocado una tortita en el plato de Zoe y se la cortaba en pequeños trozos para que le fuera más fácil masticar. Zoe miraba a su madre embelesada, con sus ojos brillantes por la emoción y su boca ligeramente abierta.
Estaba claro que a Zoe le encantaban las tortitas.
Mientras Isabella le echaba un poco de sirope yo me encargué de preparar los cafés de ambos y echar un vaso de zumo de melocotón para Zoe. La pequeña había agarrado su tenedor infantil y comenzó a comerse sus tortitas, llenándose toda la boca de sirope. Se veía demasiado adorable con su pelo rizado todo revuelto y sus mejillas llenas mientras masticaba.
–¡Icas! – Chilló feliz justo antes de pinchar otro pedazo y llevárselo a la boca.
Observé cómo Isabella miraba enternecida a Zoe y mi garganta se cerró ante lo hermosa que se veía así, tan natural y relajada, feliz de ver a su hija disfrutar sin ningún tipo de miedo. Mi corazón retumbó al verlas tan contentas y me hizo pensar que el maldito altercado de anoche valió la pena para amanecer junto a mi Fiáin por primera vez y desayunar con ella y la nena.
Y mientras estaba perdido en mis pensamientos apenas fui consciente de cómo mi chica cortaba un trozo y se lo llevaba a la boca. Gimió de gusto y masticó con los ojos cerrados, mostrando una expresión que solo la había visto exhibir cuando la tomé en mi despacho.
Inmediatamente toda mi sangre se calentó ante el sonido y el recuerdo. Todo mi cuerpo se endureció y parecía que estaba más que listo para lanzarme sobre ella.
Bella sintió el peso de mi mirada y abrió los ojos lentamente en mi dirección. Ambos nos miramos y el aire se cargó de una tensión sexual demasiado palpable. Mi mujer carraspeó y yo seguí el movimiento de su garganta, haciéndome imaginar que mis labios eran los que recorrían su piel.
–Em. – Susurró suave agarrando mi mano.
Mi única respuesta fue gruñir y beber un buen trago de mi café negro.
–No volveré a hacer más tortitas. – Le dije bromeando aun con la voz ronca.
Ella empezó a reír y el ambiente se volvió a aligerar. Zoe estaba totalmente centrada en su desayuno, feliz y ajena a todo lo que pasaba entre su madre y yo.
Gracias a dios por eso.
El desayuno continuó sin más percances y mi Fiáin no volvió a emitir ningún sonido terriblemente tentador, por lo que ambos estuvimos a salvo.
Fue un momento agradable, tan aislado del mundo real que llegó a parecer un sueño de lo magnífico que fue. Ojalá pudiera ser capaz de detener el tiempo porque fue lo mejor de toda la semana.
Cuando terminamos de desayunar Isabella no quiso entrar en discusión y dijo que al haber preparado yo el desayuno ella se encargaría de recogerlo. Quise debatirle pero una mirada suya me hizo detenerme.
–Así puedo hacer un par de cosas más mientras tú cuidas de mi Zoe.
Y al decirme eso quedé con las manos atadas. Mi mujer me estaba concediendo poder pasar algo de tiempo con su hija y era sin duda una oportunidad que no pensaba desaprovechar en absoluto.
–Zoe, cielo. – La pequeña me miró cuando la llamé a la vez que su madre se levantaba de la silla y se iba con los platos. – ¿Quieres compartir conmigo un poco de fruta?
–¡Sí! – Me miró sonriente para justo después bajarse de la silla con algo de dificultad y acercarse a mí.
Colocó sus manos en mi muslo y su pelo danzó libre y salvaje cuando echó su cabeza hacia atrás para poder mirarme bien.
–¿Mansana? – Me preguntó expectante y sonriente.
Le devolví la sonrisa y tomé una manzana roja del frutero que había a un lado de la mesa.
–¿Qué tal si te sientas en esta silla junto a mí, Ghrian Beag?
Iba a echarle una mano para ayudarla a sentarse pero su voz decidida me hizo quedarme quieto. – No, Eme. – Me miró con seriedad. – Yo, contigo. Aquí.
Cuando señaló mi sitio abrí los ojos ligeramente sorprendido por su arrojo. La vez que estuvimos en el parque también se quedó sentada conmigo comiendo su helado y fue realmente inimaginable, tal y como ahora. Mi garganta se cerró y tragué duro ante la avalancha de sentimientos que me embargaron simplemente observando a la pequeña nena junto a mí.
Respiré hondo y la agarré con cuidado para sentarla sobre mi pierna. Zoe colocó un brazo sobre la mesa y con el otro me dio la manzana con toda la calma del mundo.
Aun un poco desubicado por la valentía de Zoe me dispuse a pelar y a cortar la manzana. Ella miraba mis manos absorta y parecía que fuera lo más fascinante que había visto alguna vez.
Tenía claro que Zoe albergaba una naturaleza verdaderamente curiosa y llena de alegría y sabía que Isabella adoraba esa faceta de su hija. Tal y como yo estaba aprendiendo a hacer.
–Cuidado, Eme. – Me dijo una vez que se me escapó el cuchillo y rompí sin querer todo el trazado de la piel. – Cuchillo malo, buh.
Me reí con su comentario y traté de calmar todas las emociones que sentía. El saber que Zoe se preocupaba tanto por mí hacía que quisiera atesorarla para siempre.
Y tenía claro que lo iba a hacer.
Corté un pedazo y se lo di con cuidado. Zoe lo tomó ansiosa y con la otra mano se agarró a mi camisa para poder mantener el equilibrio mientras se comía feliz su trozo de manzana. Saqué unas cuantas porciones más y las dejé en el plato mientras vigilaba que Zoe masticara bien y no se atragantara.
Miré alrededor de la cocina pero Isabella se había ido y tampoco estaba por el salón, por lo que tal vez se había ido a la zona de las habitaciones. Tomé un trozo de manzana y lo mordí al tiempo que veía como Zoe agarraba otro gajo.
–Mastica con cuidado, Zoe, ¿vale?
La pequeña asintió y continuó comiendo completamente ajena a la ausencia de su madre. Cuando cogió otro tercer trozo ya no pudo más y lo dejó a la mitad, ofreciéndome a mí el resto.
–Eme, toma. – Suspiró llena. – No más.
Me reí al ver como se llevaba las manos a su estómago y se acariciaba en círculos como si estuviera a punto de explotar. Me comí todas las porciones que quedaron más la que me dio, quedando completamente saciado.
–¿Jugamos? – Me preguntó en cuanto terminé con el último pedazo.
Me miró ilusionada ante la idea y no pude evitar que su entusiasmo se me pegara. A cada minuto que pasaba con ella tenía más que claro que Zoe sería capaz de hacer conmigo lo que quisiera.
Por ella aceptaría ir hasta el fin del mundo.
–Enséñame el camino, Ghrian Beag. – Le respondí emocionado.
Zoe sonrió feliz y se bajó de mi pierna, dispuesta a encaminarse hacia el salón. Yo me levanté del asiento y agarré la piel de la manzana para tirarla a la basura que estaba dentro del mueble de debajo del fregadero.
Mientas cerraba la puerta de madera blanca alcé el rostro para observar a la hija de Isabella caminar a zancadas cortas. Era como una pequeña osezna intentando mantener el equilibrio a cada paso que daba a su destino.
Pero a la altura de la puerta se detuvo y giró para mirarme con su pequeño ceño ligeramente fruncido. Volvió sobre sus pasos y se acercó a mí para agarrarme de la mano y tirar con toda la fuerza que podía con su diminuto cuerpo.
–Amos, amos. – Sus manos eran tan pequeñas que solo podían aferrarse a un par de mis dedos. – Tú conmigo, Eme.
–Está bien, pequeña osezna. – Le dije divertido. – Guíame hasta tus juguetes.
Zoe se rio y me llevó todo el camino agarrada de la mano hasta el salón donde había una caja multicolor llena de juguetes de todas las clases. Había un coche de policía junto a una muñeca vestida de vaquera, un pequeño piano y cientos de cosas entrañables más.
La pequeña me soltó la mano y se sentó junto a la caja. Suspiré aliviado al ver que todo el suelo de madera estaba cubierto con una mullida alfombra de tonos azules y naranjas, perfecta para evitar que Zoe cogiera frío al sentarse tal y como estaba ahora.
Tenía clarísimo que Isabella había colocado la alfombra para comodidad de su hija más que por mera decoración y estilo. Y eso hizo que mi pecho se apretara al pensar lo magnífica que era mi mujer.
Tomando aire para despejar mi mente de todas las emociones me acerqué hacia Zoe mientras miraba fascinado cada uno de los movimientos que hacía. Hipnotizado por la manera tan cuidadosa y cariñosa que tenía de sacar cada juguete y dejarlos a su alrededor, me sentí un poco avergonzado al recordar cómo lo hacía yo de pequeño. Ahora me daría un buen coscorrón por bruto.
Cuando llegué a su altura decidí sentarme también en la alfombra junto a ella, apoyando la espalda contra el borde del asiento del sofá. Me miró sonriente y agarró su muñeca vaquera.
– Mira, Eme. Es Sasa.
Zoe me la entregó y la tomé como si cogiera el tesoro más preciado del universo. Ella se giró y sacó otro juguete de su caja. Esta vez era un lobo gris y blanco de peluche, todo esponjoso y adorable. – Este es Pitán. – Lo abrazó contra su cuerpecito y le dio un beso en la cabeza. – Perro onito.
Tenía que haberme preparado mentalmente para esta situación. Era la cosa más dulce que alguna vez había visto y estaba totalmente deslumbrado por una personita de tres años. ¿Cómo demonios hacía Isabella para ser capaz de sacar de la casa a Zoe? Yo la mantendría aquí por lo siglos de los siglos, protegiéndola y cuidándola de cualquier cosa o esperpento que se atreviera a respirar en su dirección. Ahora entendía porqué en los cuentos de hadas las princesas eran encerradas en la más alta torre.
Mierda.
–Sí que lo es, Ghrian Beag. – Le dije como pude con un nudo en la garganta.
Ella me lo ofreció al igual que la muñeca, sin embargo, esta vez no lo llegué a tomar porque Zoe lo dejó a mitad de camino. Desconcertado, alcé la vista y vi que sus enormes ojos marrones miraban aterrados el vendaje de mi antebrazo y quise pegarme a mí mismo.
Como tenía la camisa remangada al estirar el brazo derecho se había levantado, revelando también esta herida a los ojos de la nena. Tendría que haber soltado la muñeca y usar de nuevo la mano izquierda. Joder.
–¿Zoe? – La llamé con voz suave. No quería asustarla más y hacerla llorar.
Ella me miró triste y se levantó del suelo lo más rápido que pudo. A lo mejor no quería seguir jugando conmigo y se iba a ir en busca de Isabella. Tragué duro ante la pesadez que se ancló en mi pecho. Verla alejarse de mí no iba a ser una sensación para nada agradable.
Y justo entonces Zoe se acercó a mí y me abrazó con sus pequeños bracitos. Me quedé completamente bloqueado sin saber qué hacer.
–Eme, mucha pupa. – La oí decir contra mi pecho. – Zoe cuida a Eme.
Una avalancha de emociones me desgarraron desde el interior, dejándome totalmente noqueado. Casi no fui consciente de cruzar los brazos tras ella y apretarla contra mi torso mientras hundía mi nariz en su cabello rizado.
Zoe iba a ser mi perdición al igual que Isabella.
Sentí un cambio en el aire de la habitación y el alcé el rostro para encontrar a mi Fiáin apoyada en el marco de la puerta observándonos igual que antes en el pasillo. Sus ojos de color chocolate fundido brillaban fascinados y, a pesar de tener los brazos cruzados, pude notar que sus manos temblaban.
Nuestras miradas chocaron y pude ver la profundidad de los pensamientos de mi mujer. Isabella había estado aterrada de que esto no saliera bien y era ahora cuando lo comprendía verdaderamente. Zoe estaba por encima de todo y mi Fiáin, siendo su madre, velaría porque fuese feliz, sin importar nada más.
A pesar de que no hubiéramos hablado en profundidad de su madre conocía lo suficiente como para saber que Isabella tenía una promesa hecha a sí misma: la de ser como la madre que ella nunca tuvo de pequeña.
Y la admiraba por ello.
Porque sé todo el esfuerzo que había requerido por su parte y porque también sabía cuan duro era llevar esa carga en solitario.
–Al final llevabas razón. – Le dije manteniendo aún abrazada a su hija contra mi pecho. – Te han quitado el puesto de enfermera.
Isabella rio, cerrando los ojos y meneando la cabeza a un lado y a otro, entretanto descruzaba los brazos y se acercaba a nosotros. Cuando llegó a nuestra altura se dejó caer de rodillas a mi lado y acarició el cabello salvaje de su hija.
–Cielo. – La llamó. – ¿Qué tal si nos lavamos los dientes y te cambiamos de ropa?
La pequeña Zoe giró su rostro hacia su madre manteniendo aún su abrazo conmigo. – Cuido a Eme, mami.
Mi chica sonrió y se subió las mangas de su blusa antes de apoyarse sobre sus talones. Se había soltado el pelo y cambiado el pijama por unos vaqueros degastados y una blusa amarillo claro con piedras de colores oscuros en el escote de pico. – Y lo has hecho muy bien, Zoe. Pero él está lo suficientemente bien como para dejarlo solo unos minutillos.
Zoe la miró seria y luego me miró a mí, inclinando la cabeza a un lado mientras evaluaba lo que su madre le había dicho y lo que veía en mí. Le sonreí suavemente tratando de infundir toda la calma y tranquilidad posible. – Estoy bien, Ghrian Beag. – Le coloqué un mechón tras su oreja. – Soy un hombre duro y fuerte.
–¿Seuro? – Me preguntó aun no muy convencida.
–Sí. – Le hice cosquilla en los costados y comenzó a reír fuerte. – Ve con mamá, pequeña osezna.
La dejé libre y ella agarró la mano que Bella había extendido en su dirección cuando se levantó. Antes de salir mi Fiáin me miró sobre su hombro y me sonrió cariñosamente. Le devolví la sonrisa y apoyé la cabeza en el asiento del sofá una vez que salieron del salón. Cerré los ojos y suspiré pesado. Si ayer alguien me hubiera dicho que iba a pasar todo esto le habría gruñido y llamado mentiroso.
Jamás hubiera podido imaginar que la relación con Zoe fuera a ir tan bien. Tenía mi seguridad que entre Isabella y yo las cosas funcionarían y, si no lo hubieran hecho, ya me habría encargado que así fuera. Sin embargo, con su hija siempre tuve un poco de incertidumbre.
Hasta ahora.
Zoe había hecho que todo resultase fácil y sencillo de llevar. Más de una vez me había dejado impactado y siempre había pensado que tenía que ser yo el que hiciera eso. Me equivocaba. Sin lugar a dudas.
Volví a suspirar y sentí mi móvil vibrar en el bolsillo del pantalón. El nombre de mi hermana parpadeaba en la pantalla y no pude contenerme en hacer una mueca, porque sabía que el tiempo con mis chicas se terminaba.
–Hola, Duende – Le dije cuando descolgué.
–¿Cómo te encuentras? – Me preguntó preocupada.
–Estoy bien, Isabella y Zoe me han cuidado muy bien. – Sonreí al recordar la forma en que ambas estuvieron pendientes de mí.
–¿Zoe? – Preguntó un poco confusa. Ella no sabía nada de la hija de mi mujer.
–La hija de mi Fiáin. Me tiene atado a su dedo meñique, Alice.
Mi hermana rio cuando me escuchó suspirar. – Ya lo estoy oyendo, hermanito. Estoy deseando conocerla. – Rodé los ojos. – Y no pongas los ojos en blanco.
Me reí ante su tono infantil. – Está bien, pequeño Duende.
–Sé que me vas a reñir pero le he contado a la abuela lo que pasó. – Hice una mueca al oír eso. – Fui a desayunar esta mañana con ella y ya sabes como es. Se dio cuenta enseguida de que algo pasaba.
–No te preocupes, Alice. – Traté de calmarla cuando escuché su tono ansioso. – Mhaimeo se terminaría enterando tarde o temprano. Debería ir a visitarla para que vea que no es nada grave.
–Entonces, ¿paso a buscarte?
–Eso estaría bien. – Le contesté mientras me levantaba del suelo. – Así también puedes devolverme a mi Oso.
–Lo dejé con la abuela. – Me respondió alegre. – Dijo que le vendría bien algo de compañía.
Didyme se aterraba cada vez que algo sucedía. La muerte de mi madre había sido un duro golpe para ella y el abuelo Noah, dejándolos devastados, pero ambos se habían apoyado mutuamente para poder seguir adelante y criarnos a Alice y a mí.
Sin embargo, cuando el abuelo también se fue la abuela quedó completamente desolada, como un barco desamparado a la deriva. Es por eso que desde entonces mi hermana y yo estábamos siempre pendientes de ella, era lo menos que podíamos a hacer. Éramos sus nietos y era nuestro derecho devolverle el mismo cariño y afecto que tuvo con nosotros cuando perdimos a nuestra madre.
–Bien, Duende. Avísame cuando llegues a casa de Isabella. Saldré en tu busca.
Alice estuvo de acuerdo y se despidió diciendo que ya salía para acá. Volví a guardar el teléfono y para miré alrededor de mí. El salón era tan acogedor y dulce que me fastidiaba en demasía tener que irme.
Odiaba dejar solar a mis chicas pero necesitaba ver a la abuela para tranquilizarla. Si pudiera me quedaría en esta casa hasta el final de los tiempos pero sabía que Isabella no aceptaría estar encerrada tanto tiempo y Zoe debía correr salvaje y libre por el mundo.
Y haciendo una mueca ante la idea de dejar ir a la pequeña me encontraron ellas dos.
Mi mujer iba detrás de su hija, contemplando con ternura cómo se balanceaban las coletas en las que había recogido el pelo de Zoe. La pequeña llevaba puesto un peto vaquero con una camiseta lila y sonreía en mi dirección.
–¡A jugar, Eme! – Gritó mientras aplaudía.
Mi garganta se cerró ante la idea de tener que decirle que no podía quedarme mucho más tiempo. No quería desilusionarla y sabía que yéndome lo iba a hacer.
Me agaché para poder estar un poco a su altura y apoyé los codos mis rodillas. Zoe se plantó frente a mí, quedando su cabeza casi a la altura de mi hombro.
Era tan diminuta.
–Lo siento, cariño. – Empecé diciendo. – Pero me ha llamado mi hermana y me tengo que ir.
Su deslumbrante sonrisa empequeñeció. – ¿Te vas? ¿Por qué?
–Tengo que ir a ver a mi abuela, pequeña osezna. – Traté de explicarle lo más sencillamente posible que pude. – Ella también quiere cuidar un poco de mí.
Zoe me miró seria unos instantes hasta que al final asintió lentamente. – Abu mima a Eme.
Me reí ante su comentario honesto e inocente. – Sí, cielo. Mi abuela me mima a veces. Cómo tú y mamá habéis hecho hoy conmigo.
Le guiñé un ojo y sus mejillas se sonrojaron. Toqué una de sus coletas y ella sonrió, acercándose a mí y abrazándome. La agarré con cuidado y la alcé conmigo cuando me levanté en toda mi estatura.
–¿Alice viene ya a recogerte? – Me preguntó Isabella aproximándose a nosotros y colocando su mano en mi cintura.
–Sí, está de camino. – Le contesté mientras la rodeaba con mi otro brazo y besaba su frente. – Gracias, Fiáin.
Se lo dije al oído bajo la atenta mirada de Zoe mientras ella jugaba con el cuello de mi camisa. Isabella alzó el rostro y me miró con una sonrisa bailando en sus carnosos labios. Mi mujer sabía que no me refería solamente al hecho de aceptarme ayer noche en su casa sino a que hubiera podido estar con su hija de esta forma.
Sabía que había sido un enorme paso de confianza por su parte y que de verdad me estaba dejando formar parte de su vida.
Todo. Eso dijo aquella tarde en mi despacho. Ella lo quería todo conmigo.
En ese momento mi móvil sonó avisándome de un mensaje. –Supongo que será Alice, ¿pero te importaría mirar, Fiáin? – Le pregunté a mi chica mientras giraba la cadera.
Ella tomó el teléfono de mi bolsillo y encendió la pantalla. – Sí, es tu hermana. Dice que ya está afuera.
Volvió a guardar mi móvil y nos dirigimos hacia la puerta. Sabía que mi hermana se moría de ganas por hablar un poco más con Isabella y estaba seguro que también querría conocer a Zoe, ahora que sabía de su existencia. Sin embargo, Alice estaba respetando mi decisión de ir despacio y por ello no se había presentado en la puerta de Isabella haciendo sonar el timbre de manera impaciente.
Sonriendo al pensar en ello miré a Zoe, que aun cargaba en mis brazos y parecía estar tranquila en que la llevase. Su madre nos miraba por el rabillo del ojo y meneaba la cabeza felizmente resignada.
Isabella abrió la puerta y saludó a Alice, que estaba de pie afuera del vehículo con los brazos apoyados sobre el techo. Mi hermana le devolvió el saludo sonriente mientras agitaba su mano efusivamente como cuando era pequeña.
–¿Le pasa algo? – Me preguntó mi mujer extrañada al ver que el Duende no se acercaba a nosotros.
–Solo está tratando de ser una buena hermana y darnos espacio. – Le dije riendo mientras decidía que era ridículo obligar a Alice a mantener la distancia hasta que yo estuviera listo, porque lo estaba desde la primera vez que conocí a Isabella.
–Ya veo. – Comentó seria mi mujer entretanto me miraba suspicaz. – En otra ocasión, cuando Didyme no os necesite, podríamos almorzar con ella ¿no crees?
La contemplé escrupulosamente, buscando algún indicio de que no quería eso pero solo encontré un deseo verdadero de llevarlo a cabo. Le sonreí al tiempo que asentía complacido con su valentía.
–Me parece un buen plan, Fiáin. A ella le encantará la idea. – Desvié mis ojos a su hija la cual miraba con fascinación a Alice. – Zoe. – La pequeña me miró atenta. – Aquella chica que ves allí es mi hermana Alice y me tiene tan loco como tu madre y tú.
Zoe volvió a observar a mi Duende y agitó su mano a modo de saludo. Mi hermana empezó a reír y le devolvió el saludo aún más efusivamente que antes. La hija de Isabella se sonrojó y escondió su rostro en mi pecho.
Sonreí enternecido al ver la timidez que demostraba y fue entonces cuando mi mujer la tomó de mis brazos y la acunó contra su cuerpo. Instantáneamente, Zoe envolvió sus bracitos en torno al cuello de su madre y ocultó su cabeza en el cabello de esta.
Era el momento preciso para irme, ya que no quería agobiar más a la nena y tampoco quería hacer esperar a mi Mhaimeo.
–Será mejor que me marche. – Me acerqué a mi chica para besar castamente sus deliciosos labios, algo que hizo brillar sus ojos y reír jovial.
–Eres tan buen chico teniendo público. – Besó la sien de su hija mientras la mecía suavemente.
–Por supuesto, Fiáin. – Me uní a sus risas. – Tengo que dar un buen ejemplo a mi hermana.
Ella se rio entre dientes y arrulló un poco más a Zoe. – Cariño, Emmett se va.
Zoe alzó el rostro y me miró un poco sonrojada aun. – ¿Volverás ota vez, Eme?
–Cada vez que quieras, aquí estaré, Ghrian Beag. – Acaricié su mejilla regordeta y me incliné para dejar un beso en su frente.
La pequeña sonrió y asintió complacida. Isabella me contempló como hizo en el salón y una casi oculta sonrisa daleada bailó en su boca.
–Avísame cuando llegues ya a tu casa. Y tened cuidado en el camino. – Me dijo seria.
–Lo haré, Fiáin.
Giré sobre mis talones y caminé hasta alcanzar el coche enano de mi hermana. Ella me miró sonriente antes de agitar su mano para despedirse de Isabella.
–Había soñado tantas veces con verte así, Emmett… – Alice negó suspirando. – Que aún no puedo llegar a creerme que sea verdad.
Me monté en el coche y esperé a contestarle hasta que arrancó el motor, ofreciendo a mi mujer una última mirada. – Ni yo tampoco, Duende, ni yo tampoco.
Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás pensando en todo lo que había ocurrido esta mañana.
–Anoche cuando conocí a Isabella y vi cómo te cuidaba supe que ella era para ti, sin ningún asomo de dudas. – Condujo hasta tomar la segunda salida de una rotonda al tiempo que volvía a alzar los párpados para mirarla atentamente. – Pero observarte ahora con ella y con su hija en tus brazos entendí que, tú, eras para ellas.
Mi corazón retumbó fuerte en mi pecho ante la certeza que impregnaba las palabras de mi hermana. Porque de veras deseaba que no hubiera ninguna incertidumbre al respecto.
–Hay cosas que están escritas en piedra, Em. – Ella me miró seria con su mirada levemente desenfocada, como si estuviera viendo más allá de la realidad presente. – Y el tiempo te coloca en el momento y lugar adecuado.
El silencio reinó en el interior del vehículo oyéndose solamente nuestras respiraciones y el ruido del exterior. Alice conducía con calma y a ritmo constante, concentrándose en ello mientras su cabeza asimilaba lo que fuera que estuviera pensando.
–Gracias, Alice. – Le dije con la voz ligeramente ronca por sus palabras. – Por todo.
Ella asintió callada y giró a la izquierda de la avenida. Pronto llegaríamos a casa de Didyme a falta de unas manzanas más.
–Pero tienes el camino totalmente libre.
Mi hermana me miró en ese mismo instante con los ojos completamente abiertos y sorprendidos, ganándose una buena pitada por no avanzar cuando el semáforo cambió de color.
–¿De verdad? – Susurró sin ser capaz de hablar más alto por la emoción.
Moví la cabeza afirmativamente y le sonreí para calmar sus nervios. Su labio inferior tembló y sus ojos azules brillaron felices.
–Haremos de tu Fiáin y tu Zoe unas McCarty.
Y haría que esa promesa se cumpliera tarde o temprano.
¡Y aquí termina el capítulo!
Espero que les haya gustado. A mí sinceramente me ha encantado ver la relación que se está formando entre Zoe y Emmett. Son tan adorables los dos juntos. Isabella ha dado un gran paso y estoy orgullosa de ella. ¿Y vosotras que pensáis? ¿Qué os parece todo?
Quería dar las gracias a todas las chicas que dieron a seguir y a favoritos a la historia y a mí. También quería agradeceros todo el cariño y el apoyo que me dais. Gracias de verdad.
Gracias por los comentarios a: lyzleermipasion, DaniSalvatoreCMG, Paopao, cavendano13, AlmaFigueroa, PamMalfoyBlack, solecitopucheta, Yoliki, SilasWhitlock, EmilseMtz, alejandra1987, JadeHSos, RoxySanchez, DuendecillaVampi, mican, Yera, KattyM, natuchis2011b, KarlyStewPattz, glow0718, bearbelly662, LuAnKa, LittleCookie25, shamyx, AlixaCullen.
Nos leemos pronto.
