Nuevo capítulo.

Recomiendo leer la última parte del capítulo anterior para poder enlazar correctamente con la primera parte de éste.

Como sucedía con el capítulo 19, antes de que empiecen a leer quiero dar una AVISO MUY IMPORTANTE: aconsejo leer el capítulo en un lugar tranquilo y lejos de miradas muy, muy indiscretas. Quedan a visadas.

La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.

¡A leer!


CAPÍTULO 20

Bella

–Malditamente deliciosa, Isabella. – Su voz era más ronca de lo normal, más oscura y pecaminosa – Pero todavía no hemos terminado.

Su mano apretó posesivamente mi pecho al tiempo que él comenzaba a moverse para volver a desatar la locura lujuriosa en mí.

Oh, chico. Esto no había hecho más que empezar.

Emmett se desplazó hacia arriba, pasando sus labios y lengua por mi piel, llegando de nuevo a mis pechos y luego a mi cuello. Utilizó su fuerte y gran cuerpo para sostenerme en mi lugar, colocándose entre mis muslos. Sus firmes manos atraparon mis muñecas y las ancló en la almohada mientras sus labios se fusionaban con los míos.

Esto no era la lenta y determinada seducción que McCarty había empleado instantes antes para llevarme a su terreno y hacerme tocar el cielo. Cada toque había sido controlado, cada beso y caricia planificado. Sin embargo, aquí y ahora no había nada calculado. Nada premeditado.

Este hombre era el deseo puro personificado.

De repente arrancó sus labios de los míos, su voz entrecortada y satisfecha.

–Estar así contigo, Fiáin, es pura agonía y éxtasis.

Mi cabeza golpeo duramente sobre la cama mirándolo con gula y anhelo. Emmett era el hombre más atractivo que nunca había conocido.

Antes de que pudiera contestarle, antes de que incluso pudiera continuar vislumbrando el ardor quemando en sus ojos y sentir que hacía eco en mi corazón, sus labios estaban moviéndose a lo largo de mi clavícula y luego a los montículos de mis pechos que se elevaban y descendían desacompasadamente con mis respiraciones erráticas.

–Estas preciosidades. – Gimió mientras se echaba hacia atrás para observarme obscenamente. Sus ojos tormentosos se dirigieron a los duros puntos rosados de mis pezones. – ¿He mencionado ya lo mucho que amo a estos bonitos pechos? ¿Esos dulces, pequeños y tentadores pezones?

Em. – Protesté, tratando en vano de liberar mis manos mientras el dolor de la necesidad hacía estragos por todo mi cuerpo.

–Cada vez que te miro solo veo paz para mi alma, y solo siento hambre por ti. Tú me das calma y locura por igual. – Soltó mis muñecas y sus dedos acariciaron el interior de mis brazos al tiempo que descendían y llegaban a mis senos.

La expresión de su rostro era de un hombre famélico, y no sólo sexual. Podía sentirlo. Podía verlo. Y lo hacía porque era la misma que gobernaba en mi ser. Una necesidad que trascendía el sexo y se trasladaba dentro de nuestra propia alma.

Cuando sus manos enmarcaron mi carne libre, sus párpados bajaron lentamente, el gris de sus ojos brillaba detrás de las gruesas pestañas negras.

–Eres tan hermosa, Fiáin. Tan ardiente y brillante. Al igual que una llama viva feroz.

Tenía la cabeza levantada, pero sus labios rozaban mis pezones cada vez que hablaba. Su mirada penetraba en mí con un sentido de desesperación que no podía llegar a describir con vanas palabras. Solo podía sentir, únicamente podía vivirlas.

–Mantenme caliente siempre. Justo así. Nunca me quites tu calor salvaje. Nunca te apagues, Isabella.

Tenía que tocarlo. No podía quedarme quieta y continuar muriendo poco a poco con cada palabra llena de sentimientos y deseo que decía. Levanté mis manos a su cara, moviendo los pulgares por sus labios mientras los demás dedos enmarcaban las mejillas rasposas. La sensación rugosa de su barba erizó la mi piel desde las palmas de las manos hacia el resto del cuerpo. Sus labios se movieron contra mis pulgares, besándolos, y su lengua acariciando sobre ellos esporádicamente.

–Estoy aquí, cariño. – Le susurré íntimamente.

Las pupilas de Emmett se dilataron ante sobrenombre afectuoso con el que lo llamé.

–Nunca me iré. – Le confesé acariciando el borde de sus labios.

Estaría con él para siempre. Si él se quedaba. Si él me quería.

Tal y como yo lo amaba.

Quería a Emmett. Lo amaba. Sabía que esto llegaría. Lo había sentido construyéndose poco a poco con el tiempo, haciéndose cada día más fuerte y arrollador. Había tratado de convencerme de que sería capaz de contenerlo, de controlarlo sin problemas.

Qué tonta había sido.

No había podido frenarlo. Emmett se había adueñado de mi corazón y cada vez se encontraba más cerca de mi alma, cada vez moviéndose irrevocablemente y más profundo en todo mi ser, mezclándose lenta y homogéneamente con mi esencia.

Él formaba parte de mí. Como yo de él.

El sosiego y el control disminuyeron poco a poco en los ojos de McCarty, siendo reemplazados por una fuerte e indomable emoción. Feroz e inextinguible. Podía verlo, claramente en el alma de Emmett, provocando que contuviera la respiración.

–Eres mía, Fiáin. – Me dijo entonces, su voz todavía más áspera y grave a causa de la emoción. – Ahora y siempre.

Sus caderas se movieron entre mis piernas. La pesada longitud de su erección presionaba contra mi pubis, sin llegar a descender lo suficiente para rozar directamente mi clítoris, como para llegar volverme completamente loca.

–Soy tuya. – Jadeé. No tenía ningún argumento en contra de eso que rebatiera dicha afirmación. Desde que nos conocimos en su cafetería le había pertenecido. Necesitada y dolorida por él. Solo él. Y él había sido mío también, sin ningún asomo de duda al respecto. – Y tú, Emmett, mi Emmett, tienes mi nombre escrito en tu piel. Eres mío, cariño.

Los ojos gris salvaje de McCarty se oscurecieron totalmente y fue imposible contener un agudo y ronco chillido cuando bajó su cabeza una vez más, sus labios cubriendo mi ya sensible pezón, mientras su lengua lo torturaba.

Sin poder contenerme arqueé mi cuerpo, presionando la punta del seno más profundamente dentro del caliente agarre de sus labios. Por fin la caliente longitud de su polla ahora se deslizaba contra los resbaladizos pliegues de mi centro.

Por fin.

Estaba casi lista para correrme de nuevo. Otra vez al filo del precipicio, una vez más al borde del placer. Sin embargo, Emmett era malicioso e impredecible. Demasiado sensual y sexual para mi propia cordura. Él me calentaba hasta el punto de que podía llegar a sentir llamas de fuego azotando a través de mi cuerpo y abrasando todo lo que encontraban a su paso.

–Joder, esto es una de las cosas que más me gustan del mundo. – Confesó arrastrando las palabras contra mi piel mojada por su saliva. Sus caderas avanzaron, arrastrando su erección arriba y abajo sobre los pliegues de mi sexo apretados en contra suya.

Sin poderlo evitar, gemí ante la sensación de su dura y palpitante carne contra mi clítoris, acariciándolo y rozándolo lentamente como una ferviente tortura.

Levantó la cabeza de mis pechos, sus ojos aún más oscuros que antes mientras se movía, retrocediendo para sentarse sobre sus rodillas y mirarme con iracunda necesidad.

Sin pensarlo dos veces, alargué las manos y deslicé mis dedos desde su pecho hasta su duro abdomen, rastrillando las uñas en contra de su tersa carne, al tiempo que me deleitaba con la vista de sus músculos flexionándose y ondulándose bajo mis atenciones.

Abajo, su polla apretaba entre la unión de mis muslos, pasando por encima de mi monte de venus. El falo duro brillaba con mi excitación mientras una gota cremosa de pre-eyaculación llenaba la punta de la ancha cresta.

–¿A qué estás esperando? – Pregunté sin aliento.

¿Cómo tenía la fuerza suficiente para detenerse? Maldito fuera. La sensatez y mi cordura salían disparadas por la ventana en momentos así.

No obstante, el sudor brillaba en las sienes de Emmett. Respiraba con dureza y sus manos ásperas aferraban mis muslos, sus dedos abriéndose y cerrándose sin cesar en mi carne.

–Condones, Fiáin. – Las palabras fueron empujadas a la fuerza con los dientes apretados. – No he traído siquiera un jodido preservativo conmigo.

–¿Ninguno? – Le pregunté asombrada. McCarty era un hombre muy preparado y siempre listo para cualquier situación imprevista, tanto en lo referente al sexo como fuera de ese ámbito.

–No pensé necesitarlos. – Exhaló despacio, con cuidado. – En lo último que pienso es en sexo cuando tengo que visitar la casa de mi Mhaimeo. Mierda, Fiáin, soy un buen chico educado.

Sin tener ninguna posibilidad, comencé a reírme. ¡Dios! Era tan irreal e irrisoria la situación.

Emmett se unió a mis risas y se inclinó hacia adelante, apoyándose en una mano mientras me miraba excitado y divertido a la vez que frustrado y molesto.

No obstante, por algo Rosalie me había apodado HellBell. Era una chica precavida y cuidadosa, y eso era algo inherente en mí de toda la vida. Sabía que lo que pasaría a continuación lo tomaría de sorpresa y que su reacción podía ser la que menos me imaginase.

Pero, maldita sea, lo quería en mi interior. Lo necesitaba siendo parte de mí.

Me incliné a un lado, tumbándome un poco hacia mi lado derecho. Ignoré el gruñido frustrado de McCarty mientras me desplazaba hacia atrás, originando que su carne excitada se apartara de la mía propia a causa de este movimiento. Pero tenía que hacerlo, necesitaba un poco de espacio para poder girarme y llegar hasta el cajón de la mesilla de noche, ahí donde se encontraba mi objetivo.

Abrí el mueble y empecé a palpar a tientas en su interior, tratando de alcanzar lo que buscaba.

¡Joder!

Jadeé duro cuando sentí una palmada sobre la mejilla izquierda de mi trasero. La pequeña bofetada hizo que me sacudiera y que sintiera explotar diminutos fuegos artificiales delante de mis ojos antes de que pudiera lograr tocar con mis dedos lo que quería, luchando por alcanzar el pequeño paquete plateado que había arrojado allí hacía un par de días.

La protección era cosa de los dos y, aunque Emmett solía encargarse de comprarlos, esta vez quería ser yo la que eligiera. Principalmente, por ver la cara de estupefacción de McCarty cuando viera que había estado pensando en estar desnuda con él bajo las sábanas. O sobre ellas, ya puestos.

Una chica tiene que estar preparada.

¡Por fin! Conseguí agarrar un dichoso paquete. Justo a tiempo, porque no pude evitar colapsar al sentir los labios de Emmett sobre mi trasero, allí donde su mano había aterrizado instantes antes. Parecía suavizar la incipiente irritabilidad mientras su lengua lamía, ocasionando una llamarada de fuego húmedo a través de la piel.

Me encontraba echada de costado, una pierna doblada, la otra extendida sobre el colchón. La mano traviesa de McCarty empezó a acariciarme hacia arriba de ésta última, sus dedos serpenteando y moviéndose aceleradamente hasta llegar a mi centro mojado.

Jadeé al tiempo que escuché a Emmett gruñir.

–Aquí empieza y termina todo. En este coño tan dulce y ardiente. – Susurró con voz ronca mientras sus dedos jugaban con los labios exteriores de mi sexo. – Y es todo mío.

Gemí cuando su dedo corazón rozó etéreamente mi clítoris inflamado. Dios mío. Este hombre iba a ser mi muerte.

–Dame ese condenado condón, Isabella. – Dijo justo antes de morder suavemente mi culo. – O voy a hacerte algo más que el amor aquí y entonces moriremos los dos.

Sentí como mi centro se apretó duro y anhelante ante el sonido oscuro de su voz. Era más tenso, su acento más grueso y con un deje de hambre más que palpable. Giré mi rostro y pude ver como su brazo ascendía y descendía suavemente, siendo un claro indicativo de cómo su mano se movía alrededor de su polla.

Temblando, apoyé la cabeza en la almohada al tiempo que movía la mano hacia atrás, sosteniendo el envoltorio de papel metalizado hacia él. Emmett me lo arrancó de la mano mientras que levantaba mi pierna para permitirse rozar de nuevo su endurecida erección contra mis pliegues mojados.

–Ahora voy a follarte, Fiáin. Pero más tarde voy a darte un par de azotes por tener preservativos a mano y haber dejado que creyera por un segundo que no iba a poder sentirte alrededor de mi polla. – Rozó dicho miembro contra mi centro y jadeé divertida ante su ceño fruncido.

–Ya me has dado un azote y un mordisco, Emmett, así que estamos en paz. – Le respondí de manera sabionda. Sus ojos brillaron divertidos ante mi contestación impertinente. – Además, solo quería ser una buena Girl Scout. – Me quejé cuando la punta de su miembro rozó directo contra mi clítoris. – Siempre lista. Siempre preparada.

–Nunca has sido Girl Scout, Isabella. – Refunfuñó mientras rasgaba el paquete del condón y, segundos después, lo sentí moverse; su erección echándose hacia atrás.

Presionó contra mi pierna alzada al tiempo que yo continuaba medio tumbada sobre mi lado derecho. Alisó su mano en la parte trasera de mi rodilla y pasó su pierna izquierda sobre mi muslo. Estaba totalmente abierta y expuesta, accesible a él en todos los aspectos.

–Voy a tomarte así. – Hizo que apoyara mi pie en su hombro mientras hablaba ásperamente. – Vas a sentirme más profundo, Isabella, más grueso. Y eso será mi muerte.

–Y la mía. –Le respondí sin aliento cuando sentí su polla deslizándose en mi contra, ahora ya enfundada en el preservativo.

Emmett estiró una mano y tomó mi rostro, instando a que mis ojos se conectaran con los suyos.

–Mírame, nena. – Susurró mientras comenzaba a presionar hacia adelante. – Siénteme. Siénteme siendo parte de ti.

Me mordí el labio y me agarré a la muñeca ancha de su mano, aquella que tenía sosteniendo mi cara. Con la otra cubrí mi seno y lo apreté levemente cuando comenzó a penetrarme. Lento. Decidido. Imparable.

La sensación de estiramiento, inició una combustión incontrolable que originaba un placer tan incalculable que me dejaba sin aliento, entretanto que él trabajaba la cresta de su erección dentro y fuera, abriéndome poco a poco.

Podía sentir su polla latiendo. La cabeza eran tan gruesa y pesada en mi interior que extendía el sensible tejido mientras explosiones de éxtasis danzaban por mi cuerpo como pequeños aleteos de mariposa.

Quería más. Necesitaba mucho más. Así que intenté moverme debajo de él, tratando de acercarme aún más a él, apretarme más. Quería que me llenara del todo, ser poseída por completo por él. Sin embargo, Emmett tenía otros planes.

Sostuvo con firmeza mi pierna y sus dedos se presionaron un poco más fuerte contra la parte posterior de mi cabeza, justo en la zona entre la nuca y el nacimiento del cabello.

–Tranquila, despacio. – Susurró bruscamente. – Déjame tener esto lento y suave, Fiáin. Solo un poco más de tiempo.

¿Lento y suave? ¿De verdad? ¿En serio quería que esto fuera así?

–Vas a matarme. – Gemí frustrada, sin aliento. – Te estás burlando de mí a rabiar, Em. Lo puedo más. Te necesito.

Apreté mis músculos sobre él, provocándole un gemido roto y que los músculos de sus hombros se endurecieran. Apreté de nuevo, tratando de llevarlo más profundo, con absoluta codicia. Ambos gemimos en ascendente éxtasis.

Miré fijamente a Emmett. Su sudor caía sobre su frente, su pelo ligeramente humedecido a causa de ello y todo su cuerpo estaba tenso y listo. Él era caliente. Y todo lo que yo quería era a él siendo parte de mí.

Mi centro lo rodeaba con gula, calentándolo y rogándole que fuera más profundo en mi interior cuando volví a apretarle. Sentirlo llenarme abrasaba mi mente. Nunca había conocido este inmenso places con otro hombre. Jamás había sentido el calor cegador que me consumía cada vez que lo observaba, la pérdida de control me tenía temblando con la necesidad de sentirlo cada vez con más fuerza dentro de mi cuerpo.

El hambre pasional que se apoderaba de McCarty y de mí era de un salvajismo extremo. A él le encantaba tener el mando y no iba a negar que eso me excitara. Él era puro instinto y deseo. Emmett exigía de mí tan desafiantemente que era imposible negarme a responderle, de estar a su misma altura; de exigir la misma profunda entrega.

Em. – Le exigí silenciosamente, clavando mis uñas en su antebrazo. – Tómame ahora, cariño.

Emmett lo quería tanto como yo. Pero él tenía una vena traviesa que solía sacar a pasear en los momentos que más inapropiados. Sobre todo en estos.

Inclinó su cabeza hacia abajo y se movió a un lado para comenzar a besar mi pierna.

Oh, chico.

Sus caderas se desplazaron apenas unos centímetros hacia delante, dando lugar a su polla penetrara en mí un poco más. Jadeé ante la sensación y como acto reflejo apreté mi seno. Los ojos de McCarty se desplazaron a mis pechos y un fuego hambriento danzó por sus ojos.

–Tan resbaladiza y húmeda por mí. – Susurró contra mi tobillo antes de mordisquear la sensible piel de ahí.

Mientras su lengua lamía para calmar el ligero ardor de su bocado, sus caderas se retiraban hacia atrás maliciosamente.

Oh, no. Por supuesto que no iba a hacer eso. Ni de broma iba a permitirle que continuara con esta pecaminosa tortura.

–Si no me jodes en este mismo instante, Emmett McCarty, voy a vengarme de ti de la peor manear que se me ocurra. Incluso me cobraré la apuesta que hicimos en nuestra primera cita.

Su mirada se volvió peligrosa y antes que pudiera decir alguna cosa más, sus caderas se adelantaron y me penetró hasta el final. Chillé su nombre. El placer atrayéndome a la tortura de exquisita y cegadora sensación sin sentido.

Esto era mucho más que placer. Estaba más allá de la cordura y la calma, más que cualquier cosa que hubiera imaginado antes de Emmett. Sin poderlo evitar, los delicados músculos de mi centro lo apretaron y ondularon alrededor de él, estirándose y adaptándose a su tamaño.

McCarty se estaba manteniendo quieto, pausado, siempre atento y considerado a la espera de que mi cuerpo se adaptara al suyo. Su único movimiento era la flexión de su abdomen contra la parte superior de mi pierna, el latido de su miembro enterrado en mi interior y su respiración agitada.

Él era grueso, largo y caliente. Todo en Emmett estaba bien proporcionado y acorde a su tamaño. Y eso era algo que siempre me dejaba inquieta y sorprendida de ser capaz de sostenerlo. Satisfecha y con ganas de hacerlo romper el control, me arqueé levemente, moviendo mis caderas para sentirlo.

–Quédate quieta, Fiáin. – Refunfuñó entonces, el sonido ronco y necesitado rasgando su garganta. – Déjame degustarte un poco más.

Jadeé cuando lo sentí moverse levemente al cambiar de postura y afianzar más las rodillas contra el colchón. Emmett se preparaba para lo que venía y sabía que no sería nada lento y tranquilo.

En el instante que tomé una respiración profunda, a causa de la necesidad de controlar el salvajismo que me dominaba, McCarty sacudió sus caderas hacia atrás y me penetró hasta la empuñadura. El grito de sorpresa se entremezcló con un gemido de placer. Oh, Dios. Podría convertirme en adicta a esto. Maldita sea, ya era adicta. A este placer, a las sensaciones bordeando el dolor, pero siendo a la vez tan exquisitamente intensas que mi cuerpo pedía por más de manera incansable.

Podía sentir cada terminación nerviosa, cada célula, cada respiración y latido en sintonía con Emmett. Quería más, necesitaba más. Siempre más.

Estiré mi mano a lo largo de todo su duro brazo, acariciándolo y tirando de él como si fuera lo único que pudiera salvarme de esta agonía tan exquisita. McCarty se inclinó hacia adelante y ello provocó que mi pierna se estirara aún más y que mis muslos se abrieran más ampliamente a su invasión.

Agarró la mano que mantenía alojada en mi pecho y entrecruzó sus dedos con los míos. Sus ojos de tormenta me miraban desesperados y totalmente carentes de dominio. Lo apreté en mi interior firmemente y un duro gemido masculino emergió de su garganta antes de que su control se fracturara finalmente.

Empezó a moverse. Su polla se retiró, luego empujó hacia adelante en un impulso duro e implacable que arrancó un gemido de mis labios. Podía sentir cada centímetro de él enterrándose escandalosamente en mi interior. La gruesa cresta de su miembro abriendo mi centro como si Emmett no tuviera alguna duda de mi pertenencia a él.

Mientras él se movía yo trataba en vano de darle sentido a las sensaciones que creaba en mí, pero, como ocurría cada vez que estábamos juntos, eso era una batalla perdida y lo único que podía hacer era respirar y sentir la esencia de McCarty adueñándose cada vez más de mi ser.

Él rasgaba y unificaba sin descanso mi mente. Su mano abandonó mi cuello y se apoderó de mi seno, pellizcando suavemente el pezón mientras se introducía en mi interior. Emmett me miraba intensamente mientras sus caderas se movían rítmicamente, con un poder que me robó cualquier capacidad de hilvanar un pensamiento coherente.

Debería luchar por el control, por tomar el mando, pero tener a Emmett tomándome y entregándose así de exigente era algo difícil de rechazar. Las sensaciones de placer ardiente iban construyéndose cada vez más, quemando dentro de mí con demasiada intensidad. Solo podía aceptarlas expectantes y gemir cada vez que McCarty me llenaba por entero.

La realidad era una cosa llana y aburrida del pasado. Cualquier mala experiencia o peligro eran inexistentes, no tenían cabida en esta cama ni entre nosotros. No había más que esto. Solo los sentimientos y las demoledoras sensaciones haciendo estragos en mi cuerpo y en mi corazón mientras el cuerpo de Emmett me extendía y llenaba sin descanso.

Y de repente, la sensación de estar saltando de un precipicio se adueñó por entero de mí. El orgasmo se desató en mí con la fuerza de un cataclismo, destrozando mi mente y rompiendo mi alma.

Sentí cómo mi cuerpo se arqueaba con involuntaria respuesta, cómo mi centro se tensaba alrededor del miembro de Emmett con una fuerza tal que su aliento se atascaba en su garganta y debía quedarse quieto para poder dejar que ambos nos sobrepusiéramos. Yo convulsionaba a su alrededor y él me sostenía como si fuera lo único que él quisiera y necesitara hacer para sobrevivir.

Sus dientes estaban apretados y el sudor brillaba por toda su dorada piel.

–Ver cómo te corres conmigo en tu interior es una de las vistas más jodidamente hermosas y calientes que un hombre puede degustar, Fiáin. – Gruñó entre dientes con una voz demasiado oscura y hambrienta. – Simplemente moriría por ello. Una y otra vez.

Parpadeé perdida en su dirección mientras las olas de placer repiqueteaban aún contra mi cuerpo sensibilizado. Mi agarre íntimo en él se fue aliviando, marginalmente, y él comenzó de nuevo a moverse.

Em. – Jadeé ante el nuevo renacer de mis terminaciones nerviosas. Siempre parecía que no podría más, pero Emmett estaba listo cada vez para demostrarme lo contrario. – Quiero verte. Por favor. Déjame verte.

Respiraba con dificultad, su nombre susurrado entre jadeos era como una letanía sin descanso, como si fuera una plegaria para salvarme de la locura placentera que era esto.

–Ya me ves, nena. Ya lo estás haciendo. – Gimió duro cuando su pene se introducía sin descanso en mi centro. – Joder, me siento como si estuviera follando el mejor sueño. Ese sueño tan irreal y codiciado. Tan ceñida y apretada, Fiáin. No quiero despertar. Nunca.

Un frágil gemido salió de mi garganta cuando él tomó un ritmo más duro y firme. Profundo y contundente. Sus caderas elaboraron un vigoroso ritmo que él sabía que mandaría a ambos al abismo del placer en poco tiempo.

–No. Yo quiero, yo quiero… – Empecé a decir entrecortadamente, pero una intensa estocada robó todo el aire de mis pulmones. – Quiero verte venir en mí. Todo de ti, Emmett. Todo. Dámelo todo.

Mis palabras fueron como una bola de demolición contra el fino control de McCarty. Su mirada se endureció, su mandíbula se apretó y sus manos me agarraron como si fuera su tabla de salvación.

Liberó mi pecho mimado y agarró mi mano libre, entrelazando los dedos igual que como lo hacíamos con las otras manos. Su pecho apretó más contra mi pierna alzada y sus ojos me encadenaron sin posibilidad de mirar nada más que a esas tormentas primaverales.

Empezó a moverse más fuerte, más rápido. El control que lo amordazaba se había disipado finalmente. El renovado placer era como un fuego que ardía dentro de ambos, dos llamas diferentes pero acompasadas por igual en cada cuerpo, volviéndose ambas más alto con cada empuje.

Volví a sentir esa dulce y dolorosa tensión por todo mi cuerpo. Siempre lograba reavivarme como si nada antes hubiera acabado con mi cordura, como si nunca fuera suficiente.

–Emmett. – Grité su nombre en un susurro necesitado.

Liberó mi mano de su férreo agarre y la deslizó entre mis muslos, sus dedos encontrando mi clítoris inflamado. Comenzó a acariciarlo, a masajearlo y mimarlo contundentemente mientras sus empujes se incrementaban. Él siempre sabía lo que necesitaba, siempre listo para dármelo sin reparos, sin preguntas ni exigencias.

Cuando el orgasmo estalló en mí por tercera vez, Emmett dejó ir su propia liberación. Ambos gemimos sin contenernos y nuestros nombres fueron implorados en los labios del otro.

Casi puedo llegar a jurar que McCarty acababa de arrancarme otro fragmento de mi alma, solo para tranquilizarme con que tenía la seguridad de que yo acababa de hacer lo mismo con él. Nos miramos, aun disfrutando de los ecos de placer que habíamos sentido, intentando llenar los pulmones después del golpe de deleite que había tenido lugar.

Colocó mi pierna al otro lado de su cadera, dejando ambas extremidades a cada lado de él. Aun en mi interior, se inclinó hacia adelante y besó mis labios suavemente antes de dejarse caer sobre mí, escondiendo su rostro en mi cuello. Allí sus dientes mordisquearon mi piel, estableciendo el último sello de propiedad que le quedaba después de lo que acabábamos de hacer.

Enredé mis dedos en su cabello negro y besé la piel sudorosa de su sien. Él era mío, ahora y siempre.

No había necesidad de palabras ni tampoco de confesiones. Todo había sido dicho y mostrado instantes antes.

Refunfuñando, Emmett se apartó de mí y se encargó de quitarse el preservativo que lo enfundaba después de unos minutos de satisfacción post orgásmica. Sin decir una palabra, se levantó de la cama y desapareció por la puerta. Suspiré molesta ante la idea de no poder acurrucarme contra su costado en estos instantes a causa de tener que deshacerse del condón. No obstante, antes de que comenzara a divagar al respeto, McCarty regresó y traía consigo una pequeña toalla húmeda, la cual me ofreció silenciosamente para que me limpiara un poco. Cuando lo hube hecho, arrojé la toalla a la mesilla de noche mientras él se tumbaba a mi lado y, justo después, arrastrarme contra su duro cuerpo.

Dios, estaba aún un poco pegajosa y necesitaba ir al baño para terminar de encargarme del todo de mí misma, pero unos minutos así disfrutando del calor y del cariño de Emmett a mí alrededor eran la gloria. Por lo que qué más daba si iba ahora o cinco minutos después. O tal vez diez.

Ahora solo importaba Emmett.

.

.

.

El lejano sonido de un molesto e inoportuno teléfono sonando me despertó. ¿Quién llamaba un domingo tan temprano? Gemí disgustada cuando me giré y busqué a tientas el despertador en la mesilla de noche. Demonios, las ocho de la mañana.

Emmett se movió a mi lado y gruñó disgustado mientras se despertaba y tomaba conciencia de donde se encontraba. Giró su cabeza en mi dirección y una sonrisa complacida apareció en su adormilado rostro.

Le sonreí de vuelta. Este justo momento era especial, algo íntimo y único. Emmett era hermoso siempre pero apreciarlo así adormilado, con su pelo negro revuelto y esos ojos grises satisfechos y todavía dominados por los tentáculos del sueño era una obra de arte. Sin embargo, el dichoso teléfono me sacó de este genuino momento y refunfuñé amargada por la incesante interrupción.

Quién demonios fuera lo iba a lamentar sobremanera.

Desdichada, me arrastré fuera de la cama y tomé mi camiseta del pijama del suelo. Miré a Emmett una última vez antes de salir por la puerta. Se había acomodado en el centro de la cama y sus brazos estaban colocados detrás de su cabeza mientras las sábanas le tapaban hasta la altura del ombligo. Él no había apartado en ningún momento sus ojos de mí, el peso de su mirada era como una caricia inagotable sobre todo mi cuerpo, sobre mi piel desnuda, incluso después de haberme vestido.

Suspiré y caminé apresurada hacia el salón. El teléfono había dejado de sonar mientras me colocaba la ropa pero la dichosa melodía había vuelto a avisar de una llamada entrante.

–¿Dígame? – Dije molesta tras descolgar.

–¿Bells? – La profunda voz de mi padre sonó aliviado. – ¿Qué tal estás cariño?

Oh, Dios mío. Mierda, mierda, mierda.

¡Charlie!

De manera inconsciente tiré del dobladillo de mi camiseta hacia abajo, en un vano intento por tapar modestamente mis piernas, como si mi padre pudiera verme a través del teléfono. Sentí mis mejillas arder ante el recuerdo de todo lo que había pasado anoche entre McCarty y yo.

Menos mal que Charlie no estaba sentado frente a mí, si no estoy segura que se hubiera dado cuenta de todo.

Maldito ingenio policial.

–¡Papá! ¡Bien! – Dije con voz ahogada. No estaba lista para esta llamada, sobre todo porque un muy desnudo Emmett me esperaba en mi cama. – ¿Qué haces llamando tan temprano?

–¿Tan temprano? – El silencio en la línea se hizo patente mientras estaba segura que mi padre se había girado para ver el reloj que había colgado en una de las paredes de su cocina. – ¡Oh! Llevo un buen rato levantado, preparándome para ir de pesca y no me fijé en la hora. ¿He despertado a Zoe?

La preocupación impregnaba cada una de sus palabras. Charlie era un abuelo protector y consentía a Zoe cada vez que tenía ocasión.

–Ella sigue durmiendo. – Le dije divertida. Con todo lo que jugó ayer, mi niña seguramente se levantaría un poco tarde.

–Está bien. – Dijo aliviado. – Aunque está tarde me gustaría hacer una videollamada con vosotras. ¿Te parece bien, Bells? Quiero ver a mis chicas.

Mi corazón se encogió ante el cariño que destilaba su voz. Mi padre era un hombre muy reservado con sus sentimientos, pero en lo que respecta a Zoe y a mí no había ningún tipo de contención. Charlie nunca dejaba que hubiera ninguna duda de su cariño hacia nosotras.

–Cuando quieras, papá. A Zoe le encantará. – Le dije sonriendo.

–¿Solo a ella? – Preguntó divertido. – Vaya, estoy perdiendo mi encanto de padre.

–Oh, vamos. No seas melodramático, papá.

–Sabes que soy avaricioso con todo lo referente a vosotras.

Me reí entretenida ante la actitud infantil de Charlie. Eran pocas las veces en las que dejaba salir ese humor juguetón.

–Tienes que aprender a compartirnos. – Le dije tras unos instantes. En mi mente no dejaba de aparecer el nombre Emmett, era como un maldito bucle sin principio ni final.

–Oh, si ya lo hago, Bells. – Me respondió con ligereza. – Sé que Rosalie también tiene un buen pedazo de vosotras.

Ambos nos reímos ante la mención de mi mejor amiga. Rosalie siempre había sido una constante en mi vida y papá la tenía en alta estima. No obstante, no era ella la persona a la que me refería.

Y tenía que decírselo.

–Acerca de esto, papá, yo… – Aclaré mi garganta con nerviosismo. Dios. Era una chica echada para adelante pero mi padre siempre iba a imponerme. Demonios, era mi padre. – Quería hablar contigo sobre una cosa importante.

La primera respuesta que recibí fue el silencio. En estos momentos me imaginaba a Charlie tomando una silla de la cocina, junto a la mesa de madera, y sentándose mientras se acariciaba con una mano su bigote. Pondría la mano en el fuego que era así y seguramente no me quemaría.

Inmediatamente, el sonido de un mueble siendo arrastrado sonó a través de la línea del teléfono y me mordí el labio sonriendo ante el ruido delatador. Había dado totalmente en el clavo.

–¿Qué ha pasado, Bella?

Mierda, "Bella" no "Bells". La conversación había tomado un tinte serio finalmente.

–Necesito que me prometas que vas a mantener la calma y vas a escucharme tranquilamente. No puedes enfadarte, papá.

–Bella… – Su tono era de molestia indudable.

–Antes que nada, te juro que todo está bien. – Le corté rápidamente. – Pero tú debes prometerme que conservarás la calma.

–Está bien. – Dijo antes de suspirar. – Lo intentaré.

Sabía que eso era lo máximo que podría conseguir de él, así que iba a tener que conformarme con ello.

Charlie se quedó callado desde el otro lado de la línea, dándome el tiempo necesario que me hacía falta para poder reordenar mis ideas. No obstante, la paciencia de mi padre tenía un límite, y cuando se trataba de algo concerniente a Zoe y a mí, la benevolencia caducaba antes.

–Demonios, Bella. – Gruñó impaciente. – Suéltalo ya. Me va a dar un ataque.

–Estoy saliendo con alguien.

Y ahí estaba. Ya lo había dicho. Ya no había secretos para mi padre.

Charlie guardó silencio durante mucho más tiempo que la vez anterior, provocando que esta vez fuera yo la que estaba a punto de sufrir un ataque de nervios.

–Maldita sea, papá. – Le regañé mientras me mordía reiteradamente el labio inferior inquieta. – Di algo, por favor.

–¿Desde hace cuándo? – Preguntó carente de cualquier emoción, todo opaco y cortante.

Oh, no. No, no, no. Charlie había entrado en modo "policía". Estaba perdida.

–Desde hace algunos meses. Quería estar segura de que todo estaba bien antes de decírtelo, papá. – Le confesé con apenas un hilo de voz. – Por favor, no te enfades.

Un profundo suspiro fue la única respuesta que me dio. Tenía plena seguridad que en estos momentos se peinaba sin parar su bigote. Una y otra y otra vez con sus dedos.

–Yo también quiero saber que todo está bien con ese muchacho. – Refunfuñó finalmente. – No voy a dejar que nada os pase a ti y a Zoe. Jamás. Nunca más.

Su voz se quebró con la última frase y ello hizo que un nudo apretado se formara en mi garganta. Lo que pasó antes de que Zoe naciera marcó un antes y un después tanto en mi padre como en mí.

Y eso era algo imposible de olvidar del todo.

–Dame el nombre, Bella.

–Se llama Emmett. – Le contesté de inmediato, ansiosa por dejar a un lado la angustia de los malos recuerdos.

–Isabella. El nombre completo. – Gruñó. – Sabes que con solo el primer nombre no puedo hacer nada.

–Ni se te ocurra investigarlo, papá. – Le exigí. Charlie iba a sacar toda la artillería pesada.

–Oh, claro que lo voy a hacer. – Dijo bufando. – Me lo dices tú o llamo a Rosalie. Estoy seguro que ella sabe todo los detalles sobre él.

Gruñendo ante el descaro de mi padre, apreté el teléfono duramente en mi mano.

–Se llama Emmett Arthur McCarty. – Dije entre dientes. – Tiene una hermana pequeña llamada Alice y su abuela Didyme los crió desde pequeños.

En el otro lado de la línea escuché cómo Charlie tiraba a la mesa un cuaderno y se ponía a escribir en él furiosamente. Los trazos del bolígrafo eran duros y rápidos y tenía más que claro que seguramente provocaría algún agujero en el papel.

–Número de identificación y número de la seguridad social. – Exigió.

–Oh, vamos papá. ¿Cómo voy a saber eso si ni siquiera me sé los míos?

–Mal, Isabella. Tienes que aprendértelos, cariño.

Antes de que pudiera darle una buena réplica, el reconfortante peso de una mano cayó en mi espalda. Miré por encima de mi hombro y Emmett estaba justo detrás de mí, vistiendo solamente sus pantalones vaqueros. Dios. Se veía hermoso y comestible.

–¿Bella? – Preguntó desde el otro lado de la línea mi padre.

–Dame el teléfono, Fiáin. – Me susurró Emmett suavemente. – Deja que hable con tu padre y me presente.

Me aparté el teléfono de la oreja y lo apreté contra mi pecho mientras lo miraba aterrada. Por lo visto Emmett había estado escuchando a escondidas un rato más de lo que yo pensaba.

–¿Estás loco? – Le pregunté horrorizada. Esto podía acabar en absoluta catástrofe.

–Pásame el teléfono. – Volvió a repetir, esta vez mucho más serio sin ningún asomo de broma. – Es el momento, Isabella.

A regañadientes, se lo di y me senté en el reposabrazos del sofá. Emmett apoyó su mano en el respaldar del mismo y acarició con su pulgar mi brazo al tiempo que se llevaba el auricular a la oreja.

–Señor Swan, – comenzó a decir. – Soy Emmett McCarty.

Me mordí el labio sin parar mientras lo miraba. Las palmas de mis manos sudaban sin parar y tenía un movimiento incesante de la pierna, la cual botaba con intensidad. Los ojos grises de McCarty me miraron y me dedicó una pequeña sonrisa. La caricia en mi brazo se hizo más notoria, como intentando persuadirme e inducirme un poco de calma.

–Sí, Isabella sigue aquí conmigo. – Me guiñó y sabía que ese travieso hoyuelo que tenía en su mejilla apareció tras su barba cuando me sonrió de lado. – Creo que tiene algunas preguntas sobre mí y pienso que yo soy la mejor opción para darle respuestas.

Charlie dijo algo más y McCarty lo escuchó pacientemente. Después él se dispuso a responderle todas las preguntas. Una tras otra, sin inmutarse. La calma que mostraba su postura relajada era envidiable.

Apoyó su cadera en el borde el sofá al tiempo que cruzaba un pie sobre otro. Su mano libre se puso a jugar con los mechones revueltos de mi cabello y de vez en cuando me lanzaba una mirada divertida. Emmett estaba disfrutando de lo lindo con la actitud policiaca de mi padre.

Creo que todos los Swan éramos del agrado de Emmett.


Espero que les haya gustado y lo hayan disfrutado.

¿Qué les ha parecido la primera parte del capítulo? Este par son un auténtico peligro. ¿Qué voy a hacer con ellos?

¿Qué tal la introducción de Charlie? Por fin entra en escena el padre de Bella. Veremos qué tal va la cosa.

Me gustaría leer sus opiniones. Así que no duden un instante en dejar su comentario. Ya saben que son una buena alegría para mí y me gusta bastante saber lo que opinan. Invito a todas aquellas que no suelan comentar a hacerlo y darles a las que ya lo hacen las gracias por su apoyo constante. Eso es algo de vital importancia. No lo duden. Mil gracias por comentar y apoyarme :)

Siendo sincera, en el capítulo anterior me quedé un poco con mal sabor de boca. Creía que habría más reacciones pero no fue así… Tengo la esperanza que éste vaya un poco mejor la cosa, aunque no sabría decirlo.

Gracias por los comentarios a: constancediaz039, cavendano13, Roxy Sanchez, Alejandra221196, lyzleermipasion, NaNYs SANZ, solecitopucheta, ANN ARSTON AARA, glow0718, alejandra1987, LaPekee Cullen, shamyx (x2).

¿Reviews?