Nuevo capítulo. Vamos a conocer un poco más de nuestros chicos.

Aviso previo: se trata tema delicado. Leer con responsabilidad.

La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.


CAPÍTULO 22

Emmett

Después de que Isabella logró serenarse un poco, me dijo que era hora de marcharnos. De acuerdo con ella, acepté y dejé que se fuera de mi regazo, viendo cómo iba hacia el camino del baño para, según ella, ponerse humanamente presentable.

Cuando regresó, yo la estaba esperando de pie junto a la mesa, cargando su pesado bolso y más que listo para irme con ella. De camino a la salida del restaurante pagué la cuenta, entretanto escuchaba de fondo las quejas de Isabella sobre que le tocaba a ella esta vez y no a mí, cosa que siempre hacia y a mí me resultaba bastante entretenido. Agradecí a Jian por sus servicios y nos marchamos. Nada más salir, mi chica agarró fuertemente mi mano y no me soltó durante todo el camino de regreso a mi coche. Mi única respuesta a su gesto necesitado fue un beso en cada uno de los nudillos de su mano.

Los dos nos habíamos pedido la tarde libre en el trabajo, por lo que no era necesario que nos despidiéramos cuando llegáramos a la clínica veterinaria. La verdad es que agradecía sobremanera que ambos no tuviéramos que volver a nuestros respectivos quehaceres. No soportaría la idea de perder de vista a Isabella en estos momentos tan difíciles para ella. Me volvería loco de preocupación por saber si estaría bien o no.

Una vez que llegamos al vehículo, desbloqueé las puertas y la acompañé hasta el lugar del acompañante.

–¿Podríamos ir a nuestro lugar tranquilo? – Me preguntó mientras yo le sostenía la puerta del copiloto, indicándole silenciosamente que no me movería de ahí hasta que ella entrara al coche.

–Por supuesto, Fiáin. – Le respondí con una sonrisa amable antes de cerrar su puerta.

Rápidamente, rodeé el coche y me puse al volante para llevarnos al parque natural donde varias veces habíamos ido para simplemente hablar y conocernos. Allí fue la primera vez donde ambos hicimos nuestras confesiones, después de que nuestra segunda cita tuvo un pequeño cambio de planes.

Parecía que habían pasado años, cuando solo había ocurrido hace unos meses. El tiempo con mi chica se pasaba volando.

Tras un trayecto silencioso donde únicamente se escuchaba la música de la radio, llegamos a las planadas tranquilas del bosque convertido en parque natural. Aparqué y ambos nos pusimos en marcha para una corta caminata hacia el interior del mismo. Isabella y yo nos habíamos adueñado de un pequeño banco desgastado que se encontraba ubicado bajo un sauce centenario desde el cual podía verse un pequeño estanque.

La vista y el ambiente eran fantásticos y se respiraba una paz que permitía dejar fuera todo el estruendo del día a día. Y era evidente que Isabella necesitaba esa calma en estos momentos. Y estaba que encantado de poder ofrecérselo. Sin miramientos.

Cuando llegamos a nuestro destino, me senté lo más cómodamente posible en el viejo banco y agarré la muñeca de mi Fiáin para tirar suavemente de ella. Isabella entendió mi pedido y me sonrió divertida mientras se sentaba sobre mi regazo, tal como había hecho en el restaurante.

Los pájaros cantaban a nuestro alrededor y la suave brisa que corría ese día mecía las ramas del sauce ancestral. El aroma embriagador de las flores silvestres impregnaba el lugar a la vez que coloreaban el ambiente con sus llamativas tonalidades brillantes.

Nos quedamos un rato así, disfrutando de la compañía callada del otro y dejando que la esencia del bosque nos envolviera y sosegara. Estaba seguro que todavía quedaban muchas cosas que decir y hacer. Y para ello, era vital que Bella tuviera todo la tranquilidad que quisiera para hacer frente a esa carga mental que llevaba arrastrando consigo demasiado tiempo.

–No sé cómo seguir, Emmett.

Isabella alzó su cabeza de mi hombro y me miró dudosa. Sus dedos jugaban con los mechones de pelo que caigan en mi nuca.

–Puedes empezar por donde quieras. – Le dije tranquilo mientras disfrutaba del masaje que había comenzado a prodigarme en mi cuero cabelludo. – Tú tienes las riendas, Fiáin.

No quería quedarme atrás, por lo que acaricié sus piernas de manera descendente hasta llegar a su espinilla y giré mi mano para que descansara sobre su gemelo. Lo froté con suavidad con mis dedos para así poder liberar parte de la pesadez de todo un día trabajando de pie.

Mi chica suspiró relajada y asintió conforme.

–Como te he contado antes, la abuela Marie no quiso saber más nada de mí. – Comenzó a relatar, retomando el hilo que habíamos dejado en pausa en el restaurante chino. – Y Charlie nunca me dijo que fuera con ella de nuevo. Así que por ese lado todo fue a mejor. No obstante, Renée apenas hacía apto de presencia en mi vida, solo cuando quería exigir el papel de madre porque sabía que con ello haría daño a Charlie.

Miró hacia otro lado y sus manos se quedaron quietas en mi nuca después de esa declaración. Isabella no solo lo pasaba mal por ella, sino también por su padre. Y estaba claro que le dolía mucho más el daño al señor Swan que a ella misma.

Mientras proseguí masajeando su pierna, mi otra mano acarició su espalda en un lento y envolvente movimiento ascendente y descendente. Ella volvió a fijar su mirada en mí y sus dedos regresaron con su tarea en mi pelo.

Su mente estaba de vuelta conmigo. Eso estaba bien.

–Y así, el tiempo fue pasando. Día tras día, Año tras año. Y la abuela Marie se volvió un fantasma del pasado, un simple nombre al que iban atados malos recuerdos.

Me incliné y acaricié su nariz con la mía antes de besar delicadamente sus labios. Isabella apoyó su frente en la mía, manteniendo los ojos cerrados. Mi vista se oscureció cuando bajé mis párpados, queriendo estar a la par que ella. Muchas veces no se trataba ver, sino de sentir.

Su suave aliento bañó mi boca cuando suspiró y la apreté más firmemente contra mi pecho, intentando de alguna forma fundirme con su cuerpo.

–Y ese fantasma regresó. – Susurró contra mi boca antes de separarse un poco, lo suficiente para que nuestras miradas se volvieran a entrelazar. – Y no entiendo por qué.

–¿Qué ha hecho, Fiáin?

–Me ha incluido en su testamento.

En ese mismo instante todo se quedó quieto. Era como si el tiempo se hubiera parado y nada continuara su transcurso. Incluso parecía que las pequeñas partículas que el aire transportaba se habían detenido a nuestro alrededor.

–¿Qué demonios? – Pregunté sin poder contenerme.

Esto estaba más allá de mi comprensión y era evidente que mi cara mostraba una gran estupefacción, lo que conllevó a que Bella comenzará a reír histéricamente.

Puede que fueran los nervios, o que mi reacción le hiciera gracia, pero verla reír a carcajada suelta era verdaderamente asombroso y hermoso. Esta vez toda la histeria se mostró con una risotada agitada e incontrolable.

Me uní a sus risas y enterré mi cabeza en su cuello, tratando de sofocar en vano el ruido divertido que salía de mí. Isabella me abrazó por el cuello con sus brazos mientras reía también. Parecía que no hubiera fin. Nos retroalimentábamos mutuamente. Cuanto más reía ella, más lo hacía yo y viceversa.

–Sabía que lo harías diferente, Em. – Dijo entre risas una vez que pudo tomar un pequeño respiro. – No hay nadie como tú.

Calmándome un poco, respiré profundo y la miré. Se le habían saltado las lágrimas de la risa y puede que también estuvieran un poco entremezcladas con algunas lágrimas de tristeza, pero un poco de alegría navegaba en sus ojos marrones.

–Siempre para ti, cariño. – La arrullé.

Nos besamos sin prisas, con suavidad, ambos disfrutando del momento.

–¿Qué vas a hacer? – Le pregunté sincero una vez que nos separamos. – ¿Vas a aceptar su última voluntad?

–No lo sé. – Confesó con el ceño fruncido. – ¿Debería?

Me encogí de hombros y toqué su mejilla suavemente.

–Tienes que hacer lo que más paz te dé, Fiáin. Si sientes que te hará daño no lo tomes. Si, por el contrario, crees que no te afectará adelante. Elijas lo que elijas te apoyaré.

–Ni siquiera sé lo que es. Su abogado no ha querido dar detalles al respecto. Dice que si se quiere conocer el contenido del mismo este sábado es cuando se dará a conocer la información del testamento.

–¿Tendrías que ir?

–Sí. No habría otra opción.

Isabella me miró por unos instantes mientras se mordía el labio y sopesaba algo en silencio con nerviosismo. Estaba claro que quería preguntar algo.

–¿Qué es, Fiáin?

–¿Me acompañarías?

Mierda. Eso no me lo había esperado. ¡Dios!

Desde que nos conocimos quería lograr que Bella y yo confiáramos lo suficiente el uno en el otro para que cuando surgiera cualquier problema ella supiera que yo estaría ahí para lo que necesitase. Tener esa idea esperanzada enterrada en el fondo de mi mente era una cosa, una meta que anhelaba más que a nada. Sin embargo, ver realmente que lo había conseguido era una sensación absolutamente abrumadora.

Mi chica confiaba en mí. Totalmente en mí.

Joder.

¿Había muerto? Aspiré profundo y sentí como mi corazón comenzaba a latir desaforado. Miré a Isabella directamente al tiempo que mil emociones me embargaban sin cesar. El silencio se prolongó demasiado y la sombra de la incertidumbre empezó a reflejarse en cada uno de sus rasgos.

–No tienes que venir si no quieres. – Dijo rápidamente tras unos breves segundos de inquietud. – No quiero que te sientas en la obligación de nada, Emmett. Puedo ir solamente con mi padre y dejar ese fin de semana a Zoe con Rosalie. No es que fuera la pri…

–Iré contigo. – La interrumpí.

–¿Qué?

–Me encantaría acompañarte, Isabella. – Dije mientras le sonreía suave. – Significaría mucho para mí poder estar apoyándote ahí.

La mirada de mi chica se iluminó y una pequeña sonrisa tímida apareció en su rosto. Se inclinó hacia adelante y me abrazó fuertemente con sus brazos alrededor de mi cuello.

–Gracias, Em. – Me susurró al oído antes de darme un beso justo al inicio de mi mandíbula. – Estoy un poco preocupada sobre ello. Por un lado, no quiero nada de ella pero, por otro lado, no quiero quedarme para siempre con la duda de qué era lo que deseaba dejarme. Necesito enfrentar esta parte de mi pasado. Darle un final definitivo.

–Eres una chica valiente, Fiáin. Sé que lo harás.

Acurrucados el uno en el otro, nos quedamos viendo el destello de los rayos de Sol en la superficie cristalina del estanque. La sutil brisa abanicaba los pequeños mechones escapados de la trenza de Isabella, lo que hacía que mi nariz picara por el suave cosquilleo. Ella de mientras se dedicaba a trazar dibujos en mi pecho, siguiendo constantemente un patrón diferente cada vez que llegaba al final y volvía a empezar. Sentir esas caricias era algo hipnótico.

Miré hacia la izquierda del camino de tierra que marcaba el sendero a lo largo de esta zona del parque. No muy lejos de nosotros una pareja anciana caminaba despacio agarrados de la mano, hablando sin cesar y con su rostro surcado de arrugas por las continuas sonrisas felices que se prodigaban. El hombre mayor se paró y se inclinó a un lado de la ruta para recoger una margarita amarilla. Cuando volvió a alzarse, se giró y la colocó en el cabello grisáceo de su mujer, la cual le agradeció con un beso en su mejilla.

Ellos, al igual que mis abuelos, habían descifrado el secreto de un gran amor, lo suficientemente fuerte para que aguantara el paso del tiempo. Todavía se miraban con adoración y estaba claro que ambos se ayudaban a caminar; no solo de manera literal, sino también en el sentido figurado de la vida.

Besé la coronilla de Isabella y suspiré mientras seguía observando al matrimonio. Eso tan hermoso que tenían lo quería con ella. Ambos estábamos trabajando duro para avanzar juntos, creando algo tan maravilloso e irrompible que al principio podría asustarnos. Sin embargo, los dos luchábamos contra nuestros miedos y lo hacíamos sin dejar fuera al otro.

Sabía que lo lograríamos. Ese día el cuarto de costura de mi abuela Didyme supuso un antes y después, una rotunda declaración de intenciones y un enlace definitivo entre nuestras almas. Mi corazón tenía grabado el nombre de Isabella y mi futuro le pertenecía a ella y a Zoe.

No había vuelta atrás para mí.

La pareja de ancianos llegó a nuestra altura y los dos me sonrieron cuando se percataron de la versión joven que representábamos mi chica y yo de ellos mismos. La mujer mayor me observó audazmente y gesticuló en silencio: cuídala. Mi respuesta a su solicitud fue sonreírle al tiempo que asentía despacio.

Mientras tanto, contemplé al hombre y vi que miraba a Isabella, diciéndole discretamente: quiérelo.

Sentí a mi Fiáin inclinar la cabeza, afirmando silenciosamente, lo que dio lugar a que mi corazón latiera acelerado por la facilidad con la que aceptó. Ni siquiera la sentí inquieta, su cuerpo totalmente relajado sobre el mío con nada de tensión.

El matrimonio mayor siguió andando por el camino de tierra, únicamente dejando con nosotros dos sus sabios consejos. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, Isabella cambió de posición y se sentó recta. Parecía que estaba cuestionándose algo y que analizaba la mejor alternativa para actuar.

Era obvio que tenía que ver conmigo.

–Adelante, Fiáin. – La incité divertido.

–Papá no solamente trajo noticias sobre mi abuela Marie. – Se mordió el labio inferior dudosa antes de continuar. – También de ti.

Dejé de respirar.

Todo mi cuerpo se endureció y mi corazón, ya apresurado de antes, comenzó a palpitar con rabia en mi pecho. Apreté mi mandíbula hasta el punto del dolor, tratando en vano de poder controlar mis reacciones y peleando con el miedo para volver a ser dueño de mí mismo.

–¡Lo siento! ¡Lo siento mucho, Emmett! – Se apresuró a disculparse Bella. – Tenía que habértelo dicho nada más que nos vimos hoy al mediodía pero no quería agobiarte ni exigirte nada. Y ni siquiera sabía cómo sacar el tema sin que te sintieras atrapado. Lo siento, cariño.

Isabella agarró mi rostro y acariciaba suavemente sin cesar mis mejillas rasposas.

–Por favor, Emmett. Por favor, háblame.

Sus ojos estaban cargados de preocupación y su rostro había perdido algo de color. El arrepentimiento se destacaba en cada una de sus facciones, haciéndola ver ante mis ojos como la mujer más dulce del mundo.

Mierda. Ella no tenía la culpa de nada. Y aun así ella estaba aquí sosteniéndome y pidiéndome perdón por algo que no había hecho.

–No tienes que explicarme nada que no quieras. Te lo prometo, todo estaría bien si decidieras eso. – Su voz estaba cargada de congoja. – Sólo quiero que sepas que hay cosas que sé a pesar de que no me las hayas dicho tú todavía. No deseo lastimarte ni romper tu confianza en mí, Emmett. No era mi intención saber nada de esto hasta que tú no estuvieras listo para contármelo. Lo siento, Em.

Apreté mis brazos a su alrededor y la atraje a mi cuerpo mientras enterraba mi rostro en el hueco de su cuello. Respiré profundamente y dejé que su aroma tranquilizara mis nervios. Ella me rodeó el torso con sus finos brazos y masajeó mi espalda con pequeñas caricias tranquilizadoras.

–Shh. Está bien, Emmett. – Susurró contra mi sien. – Todo estará bien, cariño. No hay prisa. Yo siempre esperaré por ti.

Su consuelo y afecto me mataban. A pesar de que ella se había abierto en canal antes por mí, contándome cosas dolorosas de su familia, Isabella estaba ahora aquí serena y gentil dándome mi espacio sin exigirme nada a cambio.

Alivié un poco la presión de mis brazos a su alrededor, lo cual ella aprovechó para sacar uno de los suyos y así comenzar a acariciar con su mano mi cabello. Cada vez que hacía eso siempre lograba sosegarme y relajarme. Era reconfortante. Tenía el mismo eco sentimental que cuando me lo hicieron de pequeño mi madre o mi abuela.

Mi calma tenía su origen en ellas tres. Y siempre sería así para el resto de mi vida.

Siempre.

–Siento no habértelo explicado antes. – Le confesé con voz ronca.

–No tienes que disculparte por nada. – Sus dedos se hundieron mucho más en mi cuero cabelludo. – Los dos nos prometimos hacer y contarnos las cosas a su debido tiempo. Y seguiremos marcando nuestra pauta ahora y siempre, Emmett. Nadie más. Solos nosotros dos, ¿está bien? Ni familia, ni amigos, ni nadie.

No me merecía a Isabella.

Levanté la cabeza de su hombro y la miré avergonzado. Esto era un tema doloroso, que había enterrado tan profundo. Había dado por hecho que, como yo lo había sepultado para siempre, para nadie más existía ni sería consciente de ello.

Hasta ahora.

–Nosotros marcamos el ritmo, Em. – Me repitió con testarudez y seguridad. – No tienes obligación alguna de contarme nada. Solo quiero prevenirte de lo de esta noche. Nada más. – Su ceño se arrugó con enfado. – Papá investigó y, con los años, se ha vuelto un perro de presa. Hasta que no logra su objetivo no se detiene. No puedo culparlo por querer protegernos a Zoe y a mí, eso lo entiendo. Él ha pasado mucho por mi causa. Pero tampoco puedo justificar el que se inmiscuyera en tu intimidad. – Gruñó. – Me puso furiosa.

Su frente fruncida era adorable. Estoy seguro que la conversación no tuvo que ser bonita entre ellos dos. Sin embargo, saber que Isabella dio la cara por mí frente a su padre, hacía que mi corazón se tranquilizara y que la seguridad en nosotros dos volviera suavemente como las olas del mar en la orilla.

–Al menos no tengo antecedentes.

Traté de bromear con voz rota. Isabella bufó, intentando ocultar su risa pero fue algo en vano. Me reí entre dientes, aun un poco golpeado emocionalmente, pero cada vez más en control de mí mismo.

–En serio, Emmett. No tienes obligación alguna de explicar nada.

–Quiero hacerlo, Bella. Ya es hora de ello.

A pesar de decir eso, ni siquiera sabía por dónde empezar.

Suspiré pesado y cuadré mis hombros, listo para revelar un fantasma de mi pasado.

–Cuando mi padre nos abandonó a nuestra suerte, dejó a un niño roto. Pero ese chico creció, y el dolor se transformó en rabia. Y por eso tomé la decisión. No quería nada de él. Absolutamente nada. Así que borré el último resquicio de mi unión con él. – Respiré profundo y confesé por primera vez en años mi decisión más vital. – Me quité su apellido y tomé el de mi familia materna.

Isabella empezó a peinar los mechones de mi pelo cercanos a la nuca y siguió escuchándome en silencio, dejando que me tomara mi tiempo.

Al parecer, mi chica y yo nos habíamos intercambiado los papeles.

Confesar algo como esto era desgarrador. El que un hijo tomara esa decisión implicaba que su corazón se había roto en mil pedazos. Y el mío lo había hecho. Mi corazón se había ido rompiendo con cada mentira, con cada llanto de mi madre y con cada pregunta de Alice hecha con la inocencia de una niña pequeña.

Todo fue demasiado. Todo se volvió extremadamente arrollador.

Quería acabar con el recuerdo. Ansiaba eliminar el peso y la memoria de su feo apellido. Si no lo llevaba, es que ya no existía.

–En el momento que su familia más lo necesitaba, él se marchó. – Declaré frustrado. – Mi madre estaba enferma, necesitaba a su compañero para ayudarla a atravesar el cáncer y, sin embargo, al maldito hijo de puta no le importó. ¿Cómo podía llamarse marido a un hombre así?

Cerré los ojos e inspiré profundo, en un vano intento de relajarme. Las manos de Isabella se desplazaron a mis hombros para masajearlos y parte de la tensión en ellos se evaporó levemente.

–Y con nosotros. – Empecé a reír triste. – ¿Qué puedo decir? Si no fue capaz de estar al lado de su esposa, ¿cómo iba a ser lo suficientemente bueno como para encargarse de sus hijos? Alice y yo fuimos menos que nada para él.

–Lo sois todo, Emmett. – Replicó mi chica. – Lo eres todo para mí, cariño.

Sus enormes ojos marrones me miraron fijamente mientras dijo solemnemente eso. Joder. La amaba.

Me incliné y besé ferozmente sus labios, sin importarme una mierda que estuviéramos en un sitio público. Las palabras de Bella suponían muchísimo. Que ella lo creyera lo suponía todo.

–No recuerdo mucho sobre cuándo empezaron a ir mal las cosas en casa, pero nunca se me olvidará el primer día que vi a mi padre coger dinero a escondidas del monedero de mi madre.

Tenía grabada a fuego esa imagen. Ni siquiera disimuló cuando lo pillé. Simplemente me sonrió, me revolvió el pelo y me dijo que eran cosas de hombres que no necesitaban saber las mujeres, que no hacía falta que mi madre lo supiera. Mi mente infantil no lo terminaba de comprender, se suponía que los padres se contaban todo, así como la abuela y el abuelo hacían. ¿Entonces por qué no hacía él lo mismo con mamá?

–Liam, mi padre, era un adicto al juego. – Le confesé a Isabella con amargura. – Al principio perdía cantidades pequeñas de dinero, solo de aquí y allí, que no llegaban a afectar a la economía familiar. Pero el juego es un monstruo feo, insaciable y destructivo, que crea tal adicción que puede llegar a empujarte a límites que nunca podrías llegar a imaginarte. Es una maldita droga. Y mi padre era débil. Tan corrompido y dañado que no le importó destruir su propia felicidad. Su propia familia.

Mi corazón se oprimió al recordar cada una de las veces en las que fui testigo de cómo mi padre iba mermando el amor de mi madre con cada mentira que le decía. Cada día una nueva, cada semana una preocupación más por no saber si habría dinero para pagar las facturas de nuestro hogar.

Isabella se inclinó y fue depositando pequeños besos en mi frente y mi sien, acariciándome al mismo tiempo para trataba de alejar las pesadillas. Mis brazos la apretaron más y me agarré a ella como si fuera un náufrago a la deriva, tratando de no ahogarme mientras me sujetaba a mi salvavidas.

–Lo despidieron del trabajo por robar, ¿sabes? – Le confesé cansado. – Y a partir de ahí todo fue cuesta abajo.

Los ojos Isabella me observaron con reconocimiento.

–Por eso lo del incidente con Tyler en tu cafetería supuso para ti un duro golpe. – Afirmó terminando de atar cabos. – Oh, Dios, Emmett.

Mi Fiáin me abrazó fuertemente cuando se dio cuenta de los malos recuerdos que trajeron el robo de dinero y el destrozo del Erin con la trifulca esa noche. Fue como revivir en gran parte otra vez todo el horror y la decepción al ver que alguien al que tenías cariño te traicionaba así; rompiendo esa persona tu confianza a causa de las malditas adicciones.

–Está bien, Bella. Fue hace mucho tiempo.

–No, no lo está. – Se separó de mí y me frunció el ceño preocupada. – Por favor, no me mientas. No con algo así, al menos.

Suspirando, agarré su barbilla y la miré fijamente.

–Ha pasado mucho tiempo, Fiáin. Te aseguro que ya no duele como antes lo hacía. – Le aclaré convencido de lo que decía. – Pero reconozco que todavía quema, aun escuece.

Ella agarró la muñeca de la mano que mantenía fija su barbilla y acarició la piel expuesta de mi antebrazo.

–Siento mucho que tu madre y vosotros tuvierais que pasar por todo eso, Emmett.

Comencé a pasar mi pulgar por su labio inferior, arrastrando un poco de su saliva en él. Me fascinaba su boca. Y en estos momentos era una gran distracción para alejar los malos recuerdos.

–Él no quiso nada más de nosotros cuando se fue. Nunca volvió a mirar atrás. Así que cuando tuve la edad suficiente decidí que tampoco quería nada más de él en mi vida. Nada salvo Alice. – Cuando Bella besó la yema de mi dedo alcé la vista a sus ojos, los cuales me contemplaban atentos y sin exigencias. – Así que tomé la decisión, lo hablé con ella y le dije lo que tenía pensado hacer.

Bella subió un poco más la manga de mi camisa, logrando de esta forma exponer más de mi piel, por lo que así ella tenía más zona a la que acariciar. Su toque era sutil, anclándome al presente mientras echaba la vista atrás al pasado.

–Cómo puedes llegar a imaginar, Alice se enfadó. – Sonreí con melancolía. – Ella había estado investigando por su cuenta sobre el tema y quería dar también el paso. Sin embargo, ella por aquel entonces aún era menor de edad, con lo cual no podía hacerlo.

–La esperaste, ¿verdad? – Me preguntó mi mujer con una sonrisa sabionda. – Te conozco lo suficientemente bien como para saber que lo hiciste.

Mientras descendía mi mano hasta su garganta, con la otra apreté su trasero. Isabella saltó en sorpresa y se le escapó un pequeño jadeo.

–Siempre siendo una chica inteligente. – Le sonreí divertido al tiempo que mi pulgar acariciaba el lóbulo de su oreja. – No me importaba esperar un poco. Había soportado ese maldito apellido toda mi adolescencia, ¿qué más daba si lo hacía algunos años más?

Con mi mano inmovilizándola en su lugar, Isabella solo pudo bajar su rostro para besar mi mano.

–Eres un buen hermano, Emmett.

–Simplemente hice lo que creía que debía hacer. – Me encogí de hombros. – Además, no quería que la Duende pasara por eso sola. De primeras parece algo sencillo eso de cambiar un apellido por otro. Pero era mucho más que eso.

–Era un adiós. – Terminó por mí Isabella.

Ella lo comprendía. Entendía el porqué Alice y yo habíamos decidido dar ese paso.

Asintiendo en silencio, desplacé mi mano por su espalda en un movimiento ascendente hasta llegar a su cintura. Era tan natural tocarla. Se había vuelto tan necesario como respirar.

–Así que, finalmente, en un día lluvioso de primavera los dos cambiamos el apellido O'Connell por el de nuestros abuelos.

Suspiré y miré hacia arriba. Las ramas del sauce bailaban con el viento y creaban un sonido sedante. Cerré los ojos y me deja llevar por ello. Isabella guardó silencio, dándome tiempo para poder calmar la vorágine de recuerdos que me estaban sofocando. No obstante, a pesar de su presencia silenciosa, sus manos acariciaron mi torso con mimo, como si quisiera que supiera seguía ahí para mí.

Y eso se sentía tan bien. Demasiado bien.

Volví a suspirar y continué con los ojos cerrados, aun vagando entre un pensamiento y otro. Era la primera vez que había compartido esta información con alguien fuera de la familia y me debatía entre la sensación de libertad y una emoción abrumadora. Por un lado, contarle esta información a Bella suponía un gran alivio ya que implicaba que un esqueleto oculto en mi armario había sido eliminado entre nosotros. Pero, por otro lado, esto abría la puerta a mil secretos más.

No estaba preparado para eso.

No todavía.

Sin embargo, eso no quería decir que más adelante no fuera totalmente sincero con Isabella al respecto de mi padre. Ninguno de los dos estábamos listos. Y ya había sido un día de demasiadas confesiones como para añadir más dolor.

–¿No te importa, Fiáin? – Le pregunté temeroso mientras abría los ojos y la miraba fijamente.

Ella negó a un lado y a otro con calma. Alzó su mano para acunar mi mejilla y besar con suavidad mis labios entreabiertos.

–Únicamente me importas tú, Em. Solo el hombre detrás del apellido. Solamente lo que albergas aquí. – La otra mano de Isabella se posó en mi pecho, a la altura de mi corazón.

Joder. Mi mujer sabía lo que decir para tenerme derretido en sus manos.

Obviamente, después de eso la besé. ¿Cómo no hacerlo? Mi Fiáin me aceptaba sin exigencias, sin temor. Ella me estaba dando todo sin contención alguna. Todo. Tal y como me había prometido esa primera vez que hicimos el amor en mi despacho.

La belleza, la fealdad, el amor y el sufrimiento los mostrábamos entre nosotros sin retención. Ambos habíamos traspasado ya esa línea en la que temíamos el rechazo del otro. Ella era mía. Yo era de ella. El pasado y el presente de cada uno se habían enlazado entre sí para dar paso a un futuro lleno de esperanza.

El futuro nos pertenecía. El destino lo construíamos nosotros.

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Después de pasar un rato más en nuestro rincón secreto, Bella decidió que nos vendría bien un paseo corto por el parque antes de regresar a por el coche. Así que dejamos el banco bajo el viejo sauce y comenzamos a seguir la senda que previamente habían tomado la pareja de ancianos.

–Antes de que dejemos totalmente atrás el tema, quiero saber algunos detalles rápidos, Fiáin. – Le dije mientras su mano se entrelazaba con la mía.

–¿Qué necesitas? – Sus enormes ojos marrones me miraban expectantes sin detener su caminar.

–¿Charlie ve mal que haya cambiado mi apellido?

Nada más terminar la pregunta, Isabella se detuvo en seco, lo cual provocó que tirara de mi brazo y diera lugar que también me quedara parado en el sitio. Ella me miró en silencio, inclinando su cabeza a un lado mientras parecía sopesar todo lo que sabía y no me había contado.

–Escúpelo, Isabella. – Le ordené acompañado de una sonrisa. – Tienes que darme algo de material para evitar que tu padre me apunte con su arma.

Ante eso, mi chica parpadeó repetidamente y suspiró frustrada.

–Papá no se sorprendió que decidieras cambiar tu apellido en realidad. – Ella me miró preocupada mientras se mordía el labio. – No después de indagar y descubrir quién era tu padre.

El aire se escapó de mis pulmones como si me hubieran golpeado en el pecho con una bola de demolición.

–¿Qué encontró? – Le pregunté entre dientes. Había apretado tanto la mandíbula que incluso dolía.

Isabella acortó la distancia entre nosotros y apoyó su mano libre en mi pecho. Ella me miraba desde abajo, con el ceño fruncido cargado de inquietud.

–Por favor, Emmett. – Me suplicó. – No te enfades.

–No estoy enfadado con tu padre por hurgar en mi pasado. –Negué con la cabeza mientras suspiraba. – Solo quiero saber qué hizo ese hijo de puta desde que decidiera que abandonar a su familia era mejor que afrontar sus problemas.

Bella languideció y subió su mano hasta mi hombro, apretándolo para hacerme saber que me tenía, que me sostenía.

–Charlie descubrió que Liam O'Connell ha tenido varios problemas con la ley a lo largo de estos años. Incluso ha entrado y salido de la cárcel un par de veces por robo y hurto.

Joder.

Cerré los ojos e inspiré lento. Necesitaba tener el control pleno de mí para poder hacer frente a todas las emociones discordantes y caóticas que estaba sintiendo. Había apretado la mano de Isabella inconscientemente e hice una mueca al darme cuenta del ligero exceso de fuerza que estaba ejerciendo. Mi chica, sin embargo, ni siquiera me lo había reprochado, al tiempo que ella masajeaba mi hombro una y otra vez para calmarme.

–Lo siento mucho, Em. – Susurró gentilmente. – Sé que debe ser realmente duro enterarte de algo así.

Comencé a reírme sin ninguna pizca de humor mientras la miré disgustado.

–Duro es un jodido eufemismo, Isabella. – Le dije molesto. – Esto es una puta mierda.

Se separó un poco de mí, dando lugar a que su mano abandonara las caricias reconfortantes que me estaba dando. Su rostro estaba lleno de pesar y un ligero brillo de incertidumbre apareció en su mirada.

Inmediatamente me di cuenta de que estaba descargando mi frustración con ella. Angustiado por ello, acorté de nuevo la distancia emergente entre nosotros y la abracé.

–Lo siento, Fiáin. – Le dije arrepentido contra su oreja. – No estoy enfadado contigo. Te prometo que no es por ti. Solo estoy frustrado y decepcionado con el hombre al que una vez llamé papá.

Sentí las manos de Isabella apoyarse en mi espalda. El dulce calor de sus palmas traspasó la tela de mi camisa y dejé escapar un suspiro de alivio. Sus manos comenzaron a acariciarme arriba y abajo al mismo tiempo que giró su cabeza para besar la piel de mi cuello.

–Siento mucho que tengas que pasar por esto. – Volvió a depositar otro beso en mi piel. – Y si supieras lo enfadada que estoy con tu padre por lo que os hizo, creo que tendrías que agarrarme bien fuerte para no despellejarlo en tu nombre y en el de Alice.

Me empecé a reír ante el tono furioso y vengativo que escuché en su declaración. Mi chica era una fuerza de la naturaleza a tener muy en cuenta y saber que la tenía de mi lado me hacía sentirme bastante afortunado.

Ella era una salvaje. Ella era mi Fiáin.

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Una vez que retomamos nuestro paseo, decidimos dejar todo a un lado por el momento y acordamos en silencio de disfrutar de la naturaleza que nos rodeaba mientras hablábamos de temas más livianos.

De esta forma, la caminata se hizo bastante agradable y ligera, hasta tal punto que ni siquiera nos percatamos que habíamos dado toda la vuelta al parque hasta que divisamos la puerta de entrada más cercana a donde nosotros habíamos aparcado.

Isabella miró su reloj de muñeca y me preguntó si me parecía bien marcharnos ya, a lo que respondí que estaría bien, así me daría tiempo a pasar por casa para recoger a Keenan y llevarlo con nosotros.

El trayecto a mi casa y después a la suya fue bastante rápido ya que apenas hubo tráfico. Mucho antes de que nos diéramos cuenta, ya estábamos aparcados frente a su casa, justo al lado de una vieja camioneta Chevrolet Silverado 1500.

–¿Y esa camioneta roja? – Le pregunté a Isabella mientras nos soltábamos los cinturones.

–De papá. – Me respondió suspirando.

Por lo visto había algo más de historia tras ese coche de lo que en un principio se podía entrever. Era bastante robusta y clásica. Un clásico para todo aquel que le gustaran los modelos de ese tipo. Estaba seguro que a Charlie le venía bastante bien para sus escapadas de pesca.

Saqué a Keenan de los asientos de atrás y ambos seguimos a Isabella hacia la casa.

–Pórtate bien, muchacho. – Le dije acariciando su cabeza. – Vamos a conocer a mi suegro.

Mi Oso me miró con la lengua afuera y rozó su cabeza contra mi pierna a modo de apoyo silencioso.

Era bueno saber que tenía a mi favor a más de un individuo esta noche.

Isabella abrió la puerta de su casa y un intenso olor a tabaco flotaba en el aire. Mi chica me miró por encima del hombro y arrugó la nariz.

–¡Qué peste! – Me susurró disgustada.

Me reí entre dientes y entré una vez que ella se apartó para dejarme pasar. Keenan salió corriendo hacia el salón sin siquiera esperarnos. Mi muchacho se sabía perfectamente la distribución de la casa y no tenía duda alguna de que Zoe estaría allí.

–¡Estamos en casa! – Chilló mi Fiáin mientras dejaba el bolso en la entrada y soltaba las llaves en el cuenco ubicado en la mesita del pasillo.

–¡Bells aquí! – La voz grave de un hombre sonó desde el salón.

Antes de que alguno de los dos hubiéramos dado un paso más, un chillido infantil de alegría reverberó por toda la casa.

–¡Oso!

Tanto Bella y yo nos miramos divertidos ante la voz aniñada de Zoe. Sonaba totalmente como la felicidad reencarnada. Y resulta que era gracias a mi perro.

Los dos avanzamos por el pasillo hasta llegar al salón, donde la vista de la pequeña abrazando a Keenan nos recibió. El padre de Isabella se encontraba sentado en el sillón y miraba embobado a su nieta mientras ésta mimaba con especial cariño a mi Oso.

Sin embargo, nada más percatarse de mi presencia, abuelo y nieta cambiaron su atención y se enfocaron en mi totalmente. La primera en reaccionar, obviamente, fue Zoe.

–¡Eme! ¡Eme! – Gritó feliz al tiempo que salía corriendo en mi dirección.

Inmediatamente, le sonreí y me incliné para cogerla en brazos cuando llegó a mi altura. Cada vez que Zoe me veía siempre alzaba sus diminutos brazos para que la cargara. Y, como era lógico, nunca me negaba.

Y creo que nunca lo haría.

–Hola, Ghrian Beag. – Besé su mejilla y le sonreí.

Zoe me sonrió de vuelta y sus adorables mofletes se sonrojaron un poco antes de inclinarse y darme un pequeño beso lleno de babas en el mentón.

–Haces cosquillas, Eme. – Afirmó mientras pasaba sus manos por mi mandíbula.

Me reí de su declaración y la hice botar en mis brazos. Sus divertidas risitas ambientaron toda la sala y sus cortas piernas se balancearon a cada lado de mis caderas.

–¡Amos a jugar! – Me pidió ilusionada.

–¿Qué tal si me presentas antes a tu abuelo, Ghrian Beag?

Los ojos de la pequeña se agrandaron al caer en la cuenta que Charlie estaba también aquí. Un zumbido de energía pura recorrió todo su cuerpo y su pelo rizado suelto se movió desenfrenado cuando quiso girarse para buscar a su abuelo.

–¡Abu! – Chilló cuando conectó su mirada con el hombre mayor. Una de sus manos se estiró para hacerle señas de que se aproximara al tiempo que la otra se agarraba a la tela de mi camisa. – ¡Ven! ¡Ven!

Tanto Charlie como yo intercalamos la mirada entre nosotros mismos y la pequeña. Hubo un momento de inquietud, ya que ambos nos estábamos evaluando silenciosamente a la espera de que uno de los dos diera el primer paso. No obstante, la agitación de Zoe era demasiado palpable para mí y no quería que continuara en este estado de alboroto, así que di el primer paso para acortar la distancia entre los dos.

Una de las cejas de Charlie se alzó casi imperceptiblemente cuando se percató de mi pequeña osadía y un ligero brillo de reconocimiento danzó por sus ojos, los cuales eran iguales a los de su hija.

La presencia de Isabella era un apoyo reposado a mi lado y casi estuve tentado de apartar la vista de su padre para mirarla y tranquilizarla. Sin embargo, no quería meterla en medio de los dos. Esto era entre nosotros. Una pequeña batalla de voluntades para ver cuál de los dos cedía.

–Señor Swan. – Le saludé extendiendo mi mano.

El bigote del hombre se movió a los lados antes de estrecharme la mano.

–Señor McCarty.

–¡Abu! – La voz risueña de Zoe nos sacó de nuestra burbuja. – ¡Es Eme!

Sin poder evitarlo me eché a reír con la mano agarrada aun a la de Charlie. Él hizo una mueca y desvió la mirada a su nieta.

–Lo sé, tesoro. Pero para mí es McCarty de momento. – Ambos liberamos el apretón y miramos a la pequeña.

Zoe suspiró insatisfecha pero decidió quedarse en silencio mientras apoyaba su cabeza en mi hombro.

La noche iba a ser verdaderamente entretenida.


Espero que les haya gustado y disfrutado.

Gracias por los comentarios a: lyzleermipasion, cavendano13, RoxySanchez, solecitopucheta, NaNYsSANZ, glow0718, LittleCookie25, Paopao, LaPekeeCullen, alejandra1987, JadeHSos (x3), ANNARSTONAARA, ALIXACullen

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