La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.


CAPÍTULO 23

Emmett

Después de la fría presentación, Charlie no me quitaba el ojo de encima para nada. Se había vuelto a sentar en el único sillón de la sala, fumando su distintivo cigarro y observando la interacción entre su nieta y yo.

El señor Swan iba vestido con unos simples vaqueros desgastados, una camisa de cuadros burdeos estilo leñador y sus pies estaban enfundados en unas mullidas zapatillas azul oscuro. Continuamente se peinaba con los dedos el bigote y su ceño fruncido parecía ser una costumbre fija en su rostro.

Intenté con todas mis fuerzas que el peso de su mirada no me molestara en absoluto. Y para ello, me centré totalmente en el juego con Zoe. La pequeña estaba jugando a que era veterinaria y estaba tratando a Keenan con todo su instrumental de juguete. Mi pobre Oso se mantenía tumbado y totalmente quieto para beneficio de la consulta simulada.

Mi chico era un gran paciente. No había duda alguna de ello.

Eme, Eme toma. – Me pidió Zoe. – Escucha al Oso.

Me había dado un estetoscopio y su mirada expectante no dejaba ninguna alternativa para que me negase a utilizarlo.

–¡Oh! ¿Y cómo se usa esto? – Le pregunté mientras me lo ponía inadecuadamente, con el tubo flexible y la campana hacia arriba de la cabeza. – ¿Es así, Grian beag?

–¡No! – Se rió la pequeña.

–Entonces será así. ¿No, Osezna? – Esta vez me puse el aparato de juguete hacia atrás, quedando colgado la campana en mi espalda.

Zoe se empezó a reír más fuerte y su sonrisa tenía impregnada de alegría a toda la sala. Alcé la vista hacia Isabella, la cual se había sentado en el sofá con sus piernas recogidas a un lado. Una pequeña sonrisa destacaba en su rostro y sus ojos brillaron cuando hicieron contacto con los míos.

Tonto. – Me dijo gesticulando en silencio.

Le guiñé y volví a centrar mi atención en su hija. Zoe se había levantado de su silla en miniatura y se tiraba de la pequeña bata de laboratorio que se había puesto encima de su pijama enterizo lila. Era evidente que había ido más de una vez a la clínica veterinaria de su madre y se había fijado en todos los pequeños detalles que la rodearon. Incluso tenía una pequeña tarjeta de identificación con su foto colgando del bolsillo.

Isabella era una madre increíble. No había pasado desapercibido para mí el esfuerzo que ella hacía cada día para hacer feliz a Zoe. Y ver todos estos minúsculos elementos en el disfraz de su hija era una prueba de ello.

Isabella era impresionante.

Zoe se acercó a mí y apoyó una de sus manos en mi antebrazo, llamando mi atención y sacándome así de mis pensamientos.

Eme es así. – Sus diminutas manos se estiraron hacia mi cuello, intentando alcanzar el estetoscopio para lograr colocarlo hacia el frente. – ¡Oh! ¡No llego!

A pesar de estar sentado en el suelo con las piernas entrecruzadas, la pequeña no era capaz de alcanzar el juguete médico y girarlo, y mucho menos situar las olivas del aparato en mis orejas. Riendo ante su mandona dulzura, me incliné un poco más hacia adelante y dejé que volteara el estetoscopio y posteriormente terminara de colocarlo correctamente en mis oídos. Como era obvio, el estetoscopio me quedaba tremendamente pequeño, quedando justo pegado la parte del muelle a mi barbilla. No obstante, a Zoe ese pequeño detalle parecía no importarle.

–¡Ahora sí! – Dijo satisfecha mientras me miraba. – Evisa al Oso, Eme.

Divertido por su pedido autoritario, me agaché sobré Keenan e hice como que escuchaba su latido. Mi perro me miró con la lengua afuera y le acaricié tras la oreja para compensarlo por su comportamiento dócil.

–Buen chico. – Le dije.

Los tres continuamos jugando un buen rato hasta que Bella habló. Ella se había mantenido un poco entre bambalinas, dejándonos a Zoe y a mí pasar un tiempo juntos bajo la atenta mirada de Charlie y de ella. Creo que mi Fiáin, en cierta forma, quería mostrarle sin necesidad de palabras lo que los tres estábamos erigiendo. Algo tan hermoso e irrompible que no era posible describirlo adecuadamente a menos que lo vieras con tus propios ojos.

Ni siquiera tuve que esforzarme en hacer algo diferente. Estaba actuando tal cual lo hacía cuando estaba con ellas dos a solas. Con mis chicas podía ser yo sin tener la obligación de aparentar u ocultar mis sentimientos y emociones. Así que la presencia del señor Swan simplemente era como tener un espectador silencioso de nuestro día a día. No iba a exagerar o a cambiar mi forma de ser porque él estuviera presente. Quería que el hombre me conociera como yo era realmente y no darle una imagen falsa o exagerada de mi forma de ser. Eso sería un fraude y tenía bastante claro, por todo lo que sabía hasta ahora, de que el padre de mi chica se percataría de todo.

¿Qué me encantaría tener su plena aprobación? Joder, por supuesto que sí. No iba a engañarme. Sin embargo, tampoco iba a ser un hipócrita y a decir que era algo de vida o muerte. Su dictamen era significativo pero no esencial.

La única opinión que realmente me importaba era la de mi Fiáin. La de nadie más. Era ella con quien estaba saliendo, así que ella era la que tenía la única potestad para decidir.

–Va siendo hora de cenar. – Escuché que decía, lo que dio lugar a que abandonara mi diatriba interna. – ¿Tenéis hambre?

–¡Sí, mami! – Chilló Zoe, fijando rápidamente su atención en su madre y dejando olvidado todo lo demás.

–¿Qué tal suenan unas pizzas? – Preguntó Charlie mientras miraba divertido a su nieta.

–¡Sí, sí! – Gritó la pequeña al tiempo que corría hacia su abuelo. – ¡Pizza Abu!

Isabella los miró e hizo una mueca disgustada.

–Hoy es noche de verduras, papá. Zoe tiene que comerlas. – Lo regañó.

–¡Mami, pizza! ¡Yo pizza! – Volvió a reiterar la pequeña. Estaba claro que una pizza jugosa y con mucho queso le era mil veces más atractivo que unas verduras.

Y seamos sinceros, a todos los demás que estábamos en el salón preferíamos también cien veces antes la pizza. No obstante, la única con derecho a decirlo sin reprimenda o ser vista como alguien inmaduro era la pequeña Zoe.

–Vamos, Bells. – Le imploró Charlie al tiempo que sentaba a Zoe en su pierna. – Hoy tenemos un invitado especial. – Me señaló con la cabeza casi imperceptiblemente. Parecía que por fin estaba admitiendo finalmente mi presencia. Muy a su pesar cabe señalar. – Además, así no tienes que meterte en la cocina.

Isabella lo miró alzando una ceja interrogante. Había sido receptor de esa mirada algunas veces y sabía que implicaba complicaciones.

–¿Quién dice que iba a cocinar yo?

Charlie bufó y negó en silencio.

–No seré yo quien prepare verduras. – Le aseguró.

Los dos se miraron fijamente mientras tenían una disputa silenciosa. Parecía que ninguno quería dar su brazo a torcer. La testarudez era un rasgo familiar por lo que estaba viendo.

–Isabella. – La llamé finalmente, tratando de acabar con la tensión. – Si quieres podemos pedir una pizza y hacer un revuelto de verduras como acompañamiento.

Esta vez fue ella quien bufó y meneó su cabeza reiteradamente, rompiendo el contacto visual con el señor Swan y fijando sus ojos en mí.

–A esos dos, – dijo señalando con el índice a su padre y a su hija – les pierde la pizza. Y pongo la mano en el fuego, y no me quemo, asegurando que no tocarían el revuelto en toda la cena. Pero si te apetece, puedo preparar una ensalada ligera para acompañar.

Asentí a su propuesta y me levanté del suelo.

–Te ayudo con eso. – Le ofrecí sonriendo.

Isabella me sonrió de vuelta y ambos nos dirigimos hacia la cocina, dejando en el salón a Charlie, Zoe y Keenan.

–¡Con extra de queso, Bells! – Oímos que gritó su padre cuando íbamos por la mitad del pasillo.

Los dos nos miramos y ella puso los ojos en blanco.

–Hombre caprichoso. – Murmuró entre dientes.

Riéndome ante su actitud quejumbrosa, la dejé pasar a la cocina. Ella se aproximó al frigorífico y quitó la hoja de menú de una pizzería cercana a su casa. Se giró en mi dirección y me lo entregó.

–Pide lo que veas mejor, Em. Este restaurante tiene muy buena comida y todo está bastante bien. – Me sonrió cansada. – De mientras, saco todo lo necesario para la ensalada.

Mientras tomaba el teléfono de la pared de la cocina y comenzaba a hacer el encargo, me entretuve mirando a mi chica moviéndose por el lugar. Sacó un enorme bol azul de uno de los muebles inferiores y luego se entretuvo buscando todos los ingredientes en el frigorífico.

Isabella estaba un poco más seria de lo normal, pero era totalmente comprensible. La presencia de su padre y todas las noticias que había traído consigo habían supuesto un claro revés en su paz mental. Además, hoy había sido un día de muchas confesiones por parte de los dos, lo que conllevaba a un cansancio mental bastante extenuante.

Ella tenía una pequeña arruga permanente en su frente que denotaba con claridad su preocupación interna por todo lo que la rodeaba. Charlie, el bienestar de Zoe, mi incipiente o inexistente relación con su padre, el recuerdo dañino de su abuela,….

Joder, eran muchísimas cosas.

Incluso yo, que solamente cargaba con lo del asunto de mi padre que al fin había salido a la luz, me sentía agotado. Así que estaba seguro que mi mujer caería rendida esta noche en la cama. O eso esperaba, ya que en ocasiones el cansancio mental podía ser tal que a uno le impidiera dormir bien. Lo sabía por experiencia propia lamentablemente.

Una vez hecho el pedido, me acerqué a ella y le di un beso en la comisura de sus labios. Mi chica me sonrió levemente y me devolvió el gesto. Cuando se separó de mí, me entregó unos tomates y me ocupé de pelarlos y cortarlos. Entretanto, mi Fiáin pelaba las zanahorias y las rallaba para que le fuera más fácil a Zoe de masticar. A pesar de saber que su hija no probaría bocado de la ensalada, Isabella la preparó como si la pequeña lo fuera a hacer. Esos pequeños detalles hacían que mi corazón latiera con fuerza desmedida, puesto que me dejaba ver cuánto amaba a su hija sin necesidad de decírmelo o explicármelo.

Los gestos valen más que mil palabras y mi mujer siempre decía mucho más con sus acciones silenciosas que con un discurso. Los que estábamos cerca de ella sabíamos con seguridad sus sentimientos por nosotros sin siquiera expresarlos en voz alta. Y eso me encantaba, joder.

Además, sus sentimientos eran correspondidos por los míos a un mismo nivel. O incluso más. Supongo que mi vena engreída emergía en ese pensamiento de competición, aunque conscientemente sabía que no debía considerarse una carrera. Cada uno de nosotros tenía una forma de sentir y sería injusto que se denigrase cualquiera de ellas. En ello residía el encanto de una relación. En aceptar a la otra persona y que te aceptaran sin excusas y sin rechazo de una parte de ti.

No obstante, sabía que ella aún no estaba lo suficientemente preparada para dar el paso de confesar plenamente nuestros sentimientos. Y no pensaba coaccionarla a ello.

Aparte de eso, Isabella todavía necesitaba sentir que tenía pleno control de todo lo que sucedía entre nosotros y que el ritmo lento que estábamos marcando iba a la par de nuestras emociones o más bien de las mías, según su ingenua creencia. Ella creía que no me había percatado, pero Isabella estaba dándome un poco de espacio en lo referente a nuestra relación, como si estuviera dejando una vía de escape por si me sentía sobrepasado. Y eso me hacía sentir en conflicto, ya que me dejaba sin muchas opciones para batallar.

Sabía que si la encaraba y le decía que dejara a un lado esos sentimientos tan nobles de permitirme una ruta de huida por si todo era demasiado, iba a ser una catástrofe. Para mí esa opción la habíamos dejado hace mucho tiempo atrás. Pero no quería abrumarla. Bella todavía necesitaba ser ella la que nos guiara, la que marcara las pautas y yo sin problemas seguiría dejando que las riendas las tuviera ella, porque sabía profundamente lo importante que eso significaba para mi chica. Así que mi mejor plan de acción era ceder en ello y dejarme llevar hasta que ella solita descubriera todo lo que yo sentía por ella y quería con ella.

La paciencia es una virtud y yo estaba volviéndome malditamente bueno.

Joder. Cada vez era más difícil contenerse. Sabía que tarde o temprano emergería mi vena posesiva, lo cual me llevaría a hacer cosas para las cuales ninguno de los dos estábamos totalmente listos. Sobre todo porque mis ideas iban encaminadas a poner un jodido anillo en su dedo anular para el resto de nuestras vidas.

Suspiré cansado y apreté la mandíbula con frustración. Pensar esas cosas en estos momentos no era lo mejor. Principalmente porque el padre de mi chica estaba en la habitación de al lado.

Inspiré profundo y me enfoqué en mi tarea culinaria. Isabella y yo trabajábamos en armonía sin necesidad de hablar en su cocina. Se sentía bastante bien estar juntos y no estar bajo la ridícula obligación de tener que rellenar el tiempo con charlas absurdas.

La miré de reojo y ella me pilló observándola. Isabella me sonrió y continuó con su tarea. Complacido, volví a fijar la vista en los tomates y reí tontamente ante la idea de que ambos nos mirábamos como dos adolescentes enamorados. Seguramente sería un panorama bastante divertido.

Sin embargo, antes de que pudiera ponerme a cortar algunas rodajas de pepino, unos diminutos pasos apresurados se escucharon desde el pasillo. Alcé la cabeza y miré rápidamente hacia la puerta, esperando ansioso la aparición de la dueña de ellos. Justo en ese instante, Zoe emergía por el arco de la puerta con su pelo rizado botando en todas direcciones por la carrera.

–¡Eme! ¡Eme! – Me llamó al tiempo que se aproximaba a mí. – El Abu llama.

Sus pequeñas manos se agarraron de mi pantalón oscuro y tiró de la tela para acentuar su pedido. Me giré hacia Isabella y ella ya estaba ofreciéndome un trapo para secarme las manos.

No lo pude evitar, la verdad es que no. Para qué mentir. Me incliné y le di un beso en la comisura de sus labios en agradecimiento. Me encantaba darle besos que nunca se esperaba. Ella se sonrojó y me sonrió entretanto se desplazaba para agacharse y alzar en brazos a su hija.

–¿El abuelo quiere hablar con Emmett, cariño? – Le preguntó a la pequeña mientras trataba de quitarle el cabello de la cara.

–Sí, mami. – Zoe miró en mi dirección. – Abu ueno, Eme.

Riéndome ante la inocente defensa que hizo de su abuelo, me acerqué a ellas dos y coloqué un mechón de su pelo tras su oreja.

–Está bien, Grian beag. – Sus mejillas se sonrojaron igual que las de su madre. – Tu abuelo solo quiere aclarar algunas cosas conmigo.

–Emmett, quizás yo… – Empezó a decir mi chica.

–No, Fiáin. – La interrumpí antes de que llegara a terminar la frase siquiera. – Es mejor que te quedes con Zoe. Así tu padre y yo podemos hablar tranquilos de todo.

Ambos nos miramos fijamente hasta que ella asintió en silencio con resignación. Sabía que Isabella quería estar presente para poder intervenir en caso de que su padre se pasara de la raya. Y eso me provocaba algunos sentimientos encontrados bastantes dispares. Por un lado, me sentía emocionado ante el hecho de que Isabella quisiera defenderme. Que me considerara merecedor de su protección era algo con lo que siempre había soñado. Y, por otro lado, me sentía un poco insultado al ver que ella pensaba que yo no sería lo suficientemente capaz de soportar una pequeña charla con mi suegro.

Mierda. Mi suegro.

Decidiendo que prefería sentir lo primero, le sonreí engreído antes de salir de la cocina. A mis espaldas, escuché su pequeño bufido indignado y su declaración molesta a su hija.

–Estos hombres, Zoe, me van a sacar canas verdes.

Un poco más lejano a causa de mi caminar, oí la risa divertida de la pequeña. Esas dos chicas iban a ser mi muerte. Demasiado adorables para su seguridad. Todavía intentaba descifrar cómo su padre y abuelo era capaz de vivir tan alejado de ellas dos. Yo vivía en la misma ciudad y la mayoría de los días me volvía loco no poder estar todo el tiempo con ellas.

Ese hombre debería tener nervios de acero.

Negando en silencio a un lado y a otro, llegué al salón donde me encontré una estampa bastante singular. Charlie continuaba sentado en su sillón, pero ahora su atención se encontraba centrada en mi perro, el cual había colocado su enorme cabeza en el muslo del hombre y dejaba que éste le rascara detrás de las orejas.

–Si sigue haciendo eso, señor Swan, terminará siendo una de sus personas favoritas. – Le comenté haciéndome notar.

Charlie inmediatamente fijó su mirada en mí, aunque continuó acariciando a mi Oso.

–Tienes un buen perro aquí, McCarty.

–Sí, lo es. – Le respondí de acuerdo. – Zoe me ha dicho que querías hablar conmigo.

Asintiendo, él estiró su mano y me invitó a sentarme en el sofá de en frente.

–Me gustaría dejar claras algunas cosas. – Su bigote se movió a un lado mientras su ceño se fruncía ligeramente. – No sé cuánto te ha contado mi Bella, pero no voy a dejar que ningún idiota se le vuelva a acercar. Ni a ella ni a Zoe.

Y ahí empezábamos. Por lo visto Charlie no se andaba con rodeos.

–Sé lo suficiente como para evitar que algo malo les vuelva a ocurrir. – Me incliné hacia adelante y apoyé los codos en mis rodillas. – Si no fuera bueno para ellas directamente me habría alejado. Isabella se merece solo felicidad. Al igual que Zoe.

–¿Entonces qué? – Casi sonó más como un gruñido que como una pregunta. – ¿Tú crees que las haces felices?

–Eso es lo que trato de hacer cada día desde que las conocí. – Le respondí sincero. – Isabella es la mujer más inteligente, leal y fuerte que he conocido en mi vida. Y ella lo vale todo. Ella lo es todo.

En ningún momento había apartado la mirada de la suya. Necesitaba que Charlie comprendiera lo importante que era esto para mí. No existía ningún juego, no había mentira alguna en mis palabras.

–Y la conozco lo suficiente como para saber que si ella no me quisiera en su vida, me habría dado hace mucho tiempo una buena patada en el trasero.

Esta vez Charlie sí que gruñó. Se llevó una mano a su mandíbula y peinó reiteradamente su bigote.

–Eso es verdad. – Estuvo de acuerdo conmigo. – Mi Bells es de armas tomar.

–Lo es. – Asentí en consonancia. – Y eso es otra de las tantas cosas que admiro de ella.

–¿Y con eso crees que es suficiente? Puede que te guste mi hija, pero aquí hay en juego muchas otras cosas. Además de que hay alguien de por medio que es más importante que nada ni nadie: mi nieta.

–Zoe es la casualidad más hermosa que nunca había esperado que ocurriera en mi vida. – Le sonreí ante el recuerdo del día que pasamos juntos en el parque. – Esa niña me tiene atado a su dedo meñique, al igual que su madre.

En ese momento Keenan se movió y se acercó a mí en busca de mimos. Mi perro se había percatado de la tensión en el ambiente y parecía haberse dado cuenta de que necesitaba un poco de apoyo. Acaricié su cabeza y dejé que Charlie tuviera unos instantes para asimilar todo lo que había dicho antes de continuar.

–Necesito que entienda que su hija y yo estamos construyendo algo por lo que verdaderamente vale la pena luchar. Y no estoy dispuesto a darme por vencido. No a menos que ella me lo pida. Esto no es para mí un simple noviazgo, señor Swan. Esto es mucho más.

Los ojos de Charlie se abrieron de par en par, aunque rápidamente trató de encubrirlo frunciendo el ceño.

–No puedes estar hablando en serio, chico.

–¿Prefiere que le dijera lo contrario? – Le pregunté seco y algo molesto. – Cuando imagino mi futuro veo a Isabella a mi lado. Y eso no es algo que vaya a cambiar.

Charlie guardó silencio después de eso, fijando la vista a la alfombra colorida del suelo. Parecía estar perdido en sus pensamientos y consideré que lo mejor sería darle algo de tiempo.

Esta conversación estaba siendo bastante difícil para ambos. Él estaba al ataque y yo no me iba a dejar amedrentar. No obstante, dejaría que el hombre tuviera su momento de padre y abuelo sobreprotector.

–¿Cómo puedes tenerlo tan seguro, muchacho? – Me preguntó al fin. – Por lo que sé ni siquiera habíais hablado acerca de lo de tu apellido. Y eso es un tema destacable y necesario que contar.

Sabía que tarde o temprano sacaría ese asunto, por lo que estaba más que preparado para el golpe.

–Como le dije antes, Isabella y yo estamos creando algo fuerte y duradero. Y eso requiere tiempo. Tanto ella como yo no podemos mostrar todos los esqueletos de nuestros armarios así como así. Como bien sabe, hay cosas que son dolorosas revivirlas. – Suspiré compungido ante el recuerdo de una Bella rota llorando en mi coche en nuestra segunda cita. – Nunca le he exigido a Bella que me contara nada de su pasado a menos que ella quisiera compartirlo conmigo. Y ella ha hecho lo mismo respecto a mí. La confianza necesita su tiempo, señor Swan. Es uno de los elementos más importantes en una relación. Muy difícil de conseguir y muy fácil de romper.

El padre de mi chica me miró por unos instantes en silencio antes de suspirar derrotado.

–Isabella ya me había advertido que tuviera fe en su juicio. Que ya no era esa chica tonta que saldría con un muchacho que no mereciera la pena. Y aquí estás tú. – Me señaló con la mano recalcando sus palabras. – Un hombre que ella considera admirable, un hombre bueno y honorable por el que dice vale la pena luchar, por el que da la cara y lo defiende a capa y espada.

Negó con la cabeza en silencio y adoptó la misma postura que yo tenía, echándose hacia adelante y apoyándose en sus rodillas.

–He visto cómo la miras. – Me dijo en un susurro, como si le diera miedo decirlo en voz alta. – Y también cómo lo hace ella contigo. No puedo negar lo evidente. No puedo tapar el sol con un dedo. – Se rió derrotado. – ¿Y cuando has estado con Zoe? Joder, esa niña te necesita y ni siquiera yo puedo negarlo.

–Y yo las necesito a ellas, señor Swan. – Le confesé suave.

La batalla de voluntades había cesado y ahora la actitud protectora y defensiva se había transformado en una posición de reconocimiento.

–No quiero que pienses que te echo en cara lo de tu apellido. – Me miró serio. – Sé que tus razones tendrás. Y viendo lo que he encontrado, puedo llegar a hacerme alguna idea y comprender por qué no es algo de lo que hables a la ligera.

–Liam O'Connell no fue un buen padre, Señor Swan. – Le admití sincero. – Y hay cosas bastantes dolorosas que me hicieron tomar esa decisión. No he tenido contacto con él desde que tenía siete años. Y no creo que vuelva a tenerlo más por el resto de mi vida. Isabella sabe los detalles y ella los ha entendido. Y eso es todo lo que importa.

Charlie asintió y entrecruzó los dedos de sus manos entre sí.

–Nunca se debe juzgar a un hijo por los errores de los padres. – Afirmó con ahínco. – Lo sé de buena tinta.

Asentí calmadamente y esperé a que dijera algo. Era palpable que él necesitaba decir más cosas y no iba ser yo el que privara al padre de Isabella de ello.

–Son mi hija y mi nieta, McCarty. – Empezó a decir tras unos minutos en sosegado silencio. – Y son lo que más quiero en mi vida. No puedo permitir que le hagan daño. Ni ahora, ni nunca. Ya han tenido suficiente en el pasado.

–Lo entiendo. – Le dije comprensivo. – Ellas lo significan todo para usted. Y sabe, para mí también.

Charlie me miró atento y sus ojos mostraron la vulnerabilidad que todo padre y abuelo padecían por sus hijos y nietos. Él había sido un muro de contención de todo lo que podía hacer daño a Isabella cuando era pequeña y entendía a la perfección la necesidad del hombre por no permitir que a ninguna de las dos las tocara ni el aire.

Pero ahora él no estaba solo en esa batalla. A partir de hoy me tendría a mí de su lado.

–Y sabe otra cosa, ya no me imagino una vida sin ellas. – Le confesé con voz ronca. – Su aprobación es algo importante, señor Swan. Pero, si quiero ser totalmente sincero aquí, la verdadera aprobación que quiero tener es la de Isabella. Mi corazón le pertenece a ella y daré todo de mí por protegerla y quererla como ella necesita. No me iré, señor Swan. Isabella y Zoe tienen cada pedazo de mi alma.

Charlie me observó callado unos instantes. Sus ojos, tan parecidos a los de su hija, me miraron fijamente y sentí que era capaz de leer hasta mi mente. Le sostuve la mirada en silencio y mantuve la calma cuanto pude.

Finalmente suspiró y la tensión en sus hombros se evaporó un poco.

–No sé si eres muy valiente por confesarme todo eso o un completo imprudente que busca que le apunte con mi pistola.

–Mi abuela Didyme le diría que un poco de cada. – Le contesté con algo de diversión.

Negando calladamente, se puso de pie y me ofreció su mano en silencio. Imitándolo, me levanté de mi asiento y le estreché la mano con solemnidad. No eran necesarias más palabras. No hacía falta decir nada más. Todo se había dicho entre nosotros.

No obstante, tal y como hacía Isabella conmigo normalmente, el padre de mi chica me sorprendió inesperadamente.

–Puedes llamarme Charlie.

Esta vez fui yo el que abrió los ojos estupefacto. Él a duras penas pudo esconder su diversión y me miró callado todavía con las manos estrechadas.

–Emmett. – Le contesté saliendo de mi estupor.

Ambos fuimos salvados de esta pequeña situación embarazosa por el sonido del timbre. Los dos nos separamos a la vez y miramos en esa dirección.

–¡Yo voy! – Escuchamos que gritó Isabella mientras avanzaba hacia la puerta principal.

Tanto Charlie como yo emprendimos la marcha hacia allí apresuradamente, sacando a la vez las carteras de los bolsillos traseros de nuestros pantalones. Sin embargo, cuando llegamos a la entrada, mi chica ya estaba pagando al tiempo que sostenía las cajas de pizza con una mano.

–Esta niña desobediente… – Escuché que murmuraba Charlie a mi lado.

Me reí de su comentario y estuve de acuerdo con él.

–Tiene esa dichosa manía. – Le dije en concordancia.

Él me miró y sonrió.

Sí. Creo que las cosas irían bien entre nosotros a partir de aquí.

.

.

.

Luego de que el repartidor se fuera, Isabella caminó hacia la cocina seguida por nosotros. Al entrar allí vi que la mesa ya estaba puesta y que sólo faltaban las pizzas. Zoe se encontraba sentada en la silla que presidía la mesa, con un par de cojines puestos en el asiento para que alcanzara al plato sin problemas. Cuando la pequeña nos vio, sonrió y golpeó feliz los cubiertos en su plato de plástico como si fuera un tambor.

–¡Eme! – Me llamó con ímpetu. – ¡Tú aquí! ¡Y Abu, tú aquí!

Zoe nos señaló a cada uno los dos sitios que había a cada lado de ella, indicándole a Charlie el de su derecha y a mí el de su izquierda. Su abuelo rápidamente hizo lo que le pidió y se sentó en ese lado de la mesa. Riéndome interiormente de esa actitud complaciente del hombre, me acerqué a la mesa y retiré la silla en la que me sentaría.

Mientras lo hacía, miré a Isabella, la cual negaba con la cabeza entretanto destapaba una de las pizzas y la colocaba en mitad de la mesa. Ella se percató de mi mirada y me sonrió.

–He sido desterrada totalmente a este lado. – Mi Fiáin me entregó un pequeño trapo blanco. – Vas a tener que encargarte tú de mi pequeña organizadora.

Riéndome por su comentario, agarré el suave paño que me ofrecía y me giré hacia Zoe, la cual estaba hablando con su abuelo sobre el trozo de pizza que quería. Desdoblé el trapo y se lo enganché al cuello de su pijama. Entonces ella me miró y sonrió.

–Así no mancha en mi ijama.

–Lo sé, Grian beag. – Le dije divertido. – Con eso no vas a conseguir ni una mancha en tu bonito pijama.

–¡Tú también, Eme! – Dijo efusiva. – ¡Abu y tú también!

Charlie y yo nos miramos y suspiramos al unísono. Estaba claro que ninguno de los dos iba a negarse al pedido inocente de la pequeña. Zoe tenía una vena protectora y cuidadosa como su madre y por lo visto su abuelo y yo éramos sus objetivos favoritos.

Antes de que pudiéramos decir nada, Isabella nos estaba ofreciendo a los dos un paño a cada uno.

–Esos dos van a juego. – Nos dijo con una sonrisa maquiavélica.

Alcé una ceja en su dirección intrigado y abrí el trapo. Cuando vi el maldito dibujo gemí exasperado porque me fijé que Charlie tenía el análogo al mío. Cada uno tenía un personaje emblemático de una película de dibujos animados donde los juguetes tenían vida. Maldita sea. Charlie tenía al vaquero y yo al astronauta. Yo quería el suyo.

–Esto no es gracioso, Isabella. – Le dije a mi chica mientras me colocaba el trapo tal como había hecho con Zoe.

Mi mujer simplemente se rió y destapó la otra pizza antes de sentarse. Toda la comida tenía una pinta fantástica y ahora entendía porqué Isabella me había ofrecido llamar a ese restaurante.

Tomé un trozo pequeño, el que había señalado instantes antes Zoe, y se lo puse en el plato a esta. Sus ojos brillaron ansiosos y no pude evitar reír entre dientes por su actitud glotona.

–Espera un poco a que se enfríe, Grian Beag. – Le dije llamando su atención. Su pequeño ceño se frunció y su boca hizo un leve puchero. – No quieres quemarte con el queso, ¿verdad?

–No, Eme. – Acompañó su respuesta con un movimiento de cabeza para reafirmar su negación. – Yo esperar. Yo asiente.

–Si soplas un poco, tal vez se enfríe antes. – Le sugerí mientras le sonreía por su forma de hablar tan infantil y adorable. Todavía las palabras que empezaban con la letra "p" le costaban un poco, tal como "paciente".

Sus cálidos ojos marrones centellearon esperanzados y se acercó un poco más a la mesa para comenzar a soplar en su trozo de pizza.

Riendo ante su actitud decidida, me dispuse a coger un trozo para mí, encontrándome al mismo tiempo la mirada fija del señor Swan. El hombre tenía una ceja alzada y sus ojos oscuros se movían alternadamente entre su nieta y yo.

–¿Necesitas algo, Charlie? – Le pregunté con inocencia. Sabía perfectamente lo que el padre de mi chica estaba pensando pero no iba a decir nada en absoluto para delatarme.

Su única respuesta fue negar en silencio y darle un buen bocado a su trozo de pizza. Me encogí de hombros y mordí mi cacho antes de desviar la vista a mi Fiáin. Ella, contrario a nosotros tres, se había dedicado a mezclar la ensalada y a echarse un poco en su plato. Sus ojos se conectaron con los míos y me sonrió mientras masticaba con los labios cerrados y señalaba hacia abajo con su dedo. Miré en esa dirección y una cola peluda captó mi atención. Mi Oso había venido desde el salón y se había acostado a los pies de mi Fiáin. Negando en silencio, continué con mi pizza mientras pensaba en cuán mimoso era mi perro.

La cena fue bastante bien, con Charlie haciéndonos preguntas tanto a Isabella como a mí sobre nuestros trabajos. Obviamente, sabía mucho más de la situación de su hija, por lo que las preguntas que le hizo fueron mucho más específicas, cuestionándole acerca de sus compañeros de trabajo y de algunos clientes de la clínica. En tanto que a mí, todas sus preguntas giraron en torno a mi cafetería y al modo de llevarla.

Con su pequeño interrogatorio ligeramente disimulado, pude darme cuenta de que el señor Swan tenía bastante idea de todo lo que implicaba un negocio y sacarlo adelante. Cuando le pregunté al respecto, él simplemente se encogió de hombros y dijo entre bocados.

–Mi abuelo tuvo una ferretería y pasé muchos veranos ayudándole en ella.

Después de terminar con toda la comida que había en la mesa, mi chica y yo recogimos todos los platos y los cartones de pizza, mientras que Charlie se dedicó a entretener a su nieta. La pequeña le estaba contando acerca de un juego que hacían en el colegio y su abuelo la mirada totalmente embobado.

Oh, hombre. Conocía bastante bien esa sensación. Zoe nos tenía a los dos rendidos a sus pies.

Mi Fiáin entretanto, sacó una tarrina de helado de chocolate con trozos de galleta del congelado y había empezado a repartirlo en cuatro cuencos alineados en la encimera. Ella me señaló el primero, el que era de plástico y tenía ciento de diminutas flores amarillas, y me mandó a dárselo a su hija.

–Las cucharas están en el primer cajón a tu lado, Em. – Me dijo sonriendo. – Zoe tiene una a juego a su cuenco. Si quieres, puedes coger esa para ella.

Asintiendo en silencio, tomé el cacharro antes de buscar la cuchara. Cuando encontré lo que necesité, me dirigí a la mesa y le ofrecí a Zoe su helado.

–Aquí tienes, Grian Beag.

La pequeña tomó con ganas el cuenco de mis manos y agarró fuerte su cuchara antes de sonreírme feliz.

Asias Eme.

Cuando me giré sobre mis talones, Isabella ya me estaba esperando con otros dos tazones llenos de helado. Me los tendió y me ordenó sentarme.

Dios. Amaba su vena mandona.

Cuando ella volvió a la mesa, Charlie y yo empezamos a comer. A mitad del helado, mi chica se aclaró la garganta, llamando la atención tanto de su padre como la mía.

–Papá. – Lo llamó, sin embargo a quien miró primero fue a mí. – He estado pensando sobre lo que hablamos ayer.

El señor Swan la miró atento y dejó la cuchara quieta, esperando en silencio a que su hija continuara.

–He tomado una decisión al respecto.

Charlie asintió y me miró por el rabillo del ojo antes de volver a fijar su atención en Isabella. Creo que acababa de darse cuenta que Isabella me había contado todo lo sucedido con su abuela.

–¿Qué vas a hacer al final, cariño?

–Nos iremos contigo el viernes. – Anunció mi chica.

Su padre la observó en silencio y se llevó una mano a su barbilla, comenzando a acariciarse lentamente su mullido bigote.

–Está bien, Bells. – Asintió calmado, entendiendo lo que la declaración de Isabella implicaba. – Entonces, ¿vendréis conmigo Zoe y tú? – Frunció el ceño un poco desconcertado. – Creía que, si decidías ir, dejarías a Zoe con Rose y solo iríamos nosotros dos.

–No, no. Zoe también vendría, papá.

–¿Entonces? – Le preguntó extrañado. – No creo que la lectura de un testamento sea el mejor sitio para una niña pequeña. Ella tendría que estar presente en la reunión, puesto que no voy a dejar por un instante que vayas a eso tú sola.

Isabella comenzó a negar con la cabeza silenciosamente mientras escuchaba atenta a su padre.

–Papá, iríamos los cuatro.

La declaración de mi Fiáin dio lugar a que todo pareciera que se detenía, incluso la cuchara de Zoe se había quedado quieta.

Desvié mis ojos de Isabella al señor Swan. Sus dedos habían dejado de peinar su bigote y su mandíbula parecía apretarse más de la cuenta. Sus ojos marrones contemplaron a su hija unos instantes eternos antes de posarse en mí.

Ambos nos observamos en silencio, considerando todo lo que la afirmación de mi chica implicaba para el futuro de todos.

La conversación que habíamos tenido los dos había sido toda una declaración de intenciones por parte de Charlie y mía, pero este viaje implicaba un antes y un después. E iba a ser el cierre de una dura etapa para mi Fiáin, en la cual yo iba a estar presente.

No habría vuelta atrás entre nosotros.

El padre de mi mujer suspiró y la tensión en sus hombros pareció rebajarse un poco. Sus ojos oscuros como el café me miraron cautos y una pequeña mueca sonriente apareció en su boca.

–¿Qué opinas de ir a pescar, muchacho?

Y ahí supe que el hombre me había dado su total visto bueno.


Gracias por los comentarios a: ANNARSTONAARA, Paopao, lyzleermipasion, cavendano13, solecitopucheta, LittleCookie25, RoxySanchez, glow0718, NaNYsSANZ, alejandra1987, JadeHSos.

¿Reviews?