La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.


CAPÍTULO 24

Bella

La semana pasó en un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera pude darme cuenta de cómo había sido, ya que entre el ajetreo del trabajo, la presencia de Charlie y toda la carga mental acerca de la herencia, mi mente estaba totalmente obnubilada.

Durante todos los días de entre semana Emmett y yo continuamos con nuestra costumbre de almorzar juntos. Y cada vez era mejor perfecto. Desde la conversación que tuvimos el lunes acerca de nuestro pasado, sentía que estábamos más cercanos y que la confianza que poco a poco habíamos llegado a crear se había vuelto muchísimo más fuerte. Emmett, con sus virtudes y sus defectos, era uno de los mejores hombres que había conocido en mi vida. Y sabía que mi padre se había percatado también de eso.

Tanto él como McCarty habían llegado a un entendimiento mutuo y, desde esa primera cena de presentación oficial, cada día se llevaban mejor. Al principio papá seguía un poco distante y bastante serio pero eso fue cambiando conforme pasó la semana. Emmett se había quedado a cenar todos los días y Charlie cada noche parecía más cómodo con la presencia de mi chico.

Decir que yo estaba en una nube por eso era quedarse corto.

Cada vez que veía como interactuaban entre sí mi corazón se contraía esperanzado. Ver a los dos hombres más importantes de mi existencia congeniar y valorarse era algo insuperable. Sabía que ambos se llevarían bien, pero no había llegado a presagiar lo genial que se coordinarían ambos para formar un equipo sobreprotector con respecto a Zoe y a mí. Era una combinación linda y exasperante hasta decir basta.

Estos hombres iban a ser mi dulce muerte.

Y la forma tan confiada y respetuosa que con la que se relacionaban me tenía totalmente abrumada. Sabía perfectamente que todo ello provenía de esa charla que tuvieron solos el lunes por la tarde. Ese fue el punto de partida para ambos. Y, maldita sea, me lo perdí. Me hubiera encantado saber de todo lo que hablaron. Y de veras que intenté enterarme. Al día siguiente tanteé el terreno con ambos, haciendo preguntas inocentes y sencillas para poder sacar algo de información al respecto, pero tanto Charlie como Emmett eran una tumba. Mi padre simplemente se hacía el sordo y McCarty alzaba una ceja y me sonreía con descaro.

Por lo visto, a pesar de que hablaron de mí, yo no tenía ningún derecho de saber sobre ello. ¿Era irritante? Por supuesto que sí. ¿Me molestaba este secretismo? Absolutamente. ¿Me encantaba que los dos hubieran llegado a este grado de camaradería en el cual se habían comprometido entre sí y no soltaban ni prenda? Lamentablemente sí.

Aunque no compartieran nada de ello, lo adoraba; porque ello indicaba que se había creado un vínculo entre los dos. Y en secreto daba gracias por eso. En un futuro no muy lejano puede que me arrepintiera de este pensamiento pero ahora mismo era maravilloso verlos así y simplemente iba a disfrutarlo. Más adelante seguramente su alianza se volvería en mi contra y me sacarían ambos de quicio pero, en estos momentos, eso solo me resultaba entrañable ya que implicaba que mis dos chicos favoritos se convertían en familia.

Y la guinda del pastel la ponía Zoe. Mi niña tenía a los dos atados a su dedo meñique. Y era lo más adorable del mundo.

Siempre había suspirado cuando veía a mi hija con su abuelo y lo mismo me ocurría cada vez que la observaba con Emmett. ¿Pero cuando los tres se reunían? Eso simplemente provocaba un cataclismo de pura felicidad en mi corazón. Por separado era una cosa, pero en conjunto hacia que mi respiración se dificultara, mis ojos se humedecieran y los sentimientos me desbordaran sin descanso.

Uno de estos días moriría de dulzura y yo simplemente lo haría con una sonrisa tonta en mi cara.

Y respecto a Zoe, no podía evitar reír cada vez que recordaba la actitud ansiosa y feliz de mi niña. Ella siempre había tenido debilidad por su abuelo y cada vez que venía a visitarnos se convertía en su sombra. Sin embargo, ahora su atención también estaba puesta en Emmett y mi pequeña parecía tener su propio plan oculto, aunque no podía catalogarse realmente como tal ya que mi Zoe era bastante evidente. Ella constantemente trataba de jugar con los a la vez o, siempre que podía, intentaba emparejarlos con las cosas más insignificantes de sus juegos. Era tan tierna…

Obviamente, McCarty y Charlie se habían dado cuenta desde el primer instante de la estrategia de mi niña y ambos reían en secreto ante la nada sutil actuación de Zoe. No obstante, ninguno de los dos ponía nunca alguna objeción al respecto.

Ni yo tampoco.

Suspirando, abrí los ojos y giré mi rostro hacia el asiento conductor donde Emmett se encontraba concentrado maniobrando por la sinuosa carretera.

Mi chico se veía hermoso.

Me encantaba contemplarlo en silencio, sobre todo cuando podía hacerlo con total libertad sin que nadie me chinchara con ello. Era una de mis cosas favoritas en este mundo. Y Emmett indudablemente lo sabía. Sin embargo, me dejaba disfrutar mi pequeño placer inocente (o no tan inofensivo) de vez en cuando. Puede que fuera por tenerme contenta o simplemente por inflar su ego masculino, pero sabía en el fondo que lo hacía porque entendía que, en cierta forma, era mi manera de demostrarle silenciosamente mi fascinación por él. Solo por él.

Sus profundos ojos grises estaban fijos en la carretera, sus manos agarraban suavemente el volante y, gracias a que su camiseta blanca estaba remangada hasta los codos, los músculos firmes de sus antebrazos se marcaban ligeramente en su piel dorada. Ascendí mi mirada por sus brazos, los cuales resaltaban en la tela de la camiseta también, bajé por su amplio pecho y seguí la línea hasta descansar en sus fuertes muslos.

Me mordí el labio y alcé la vista hasta su rostro. Emmett se había afeitado y la suave barba que había tenido los días anteriores había desaparecido casi en su totalidad. A pesar de ello, una ligera sombra de vello comenzaba a mostrarse en su mandíbula y ello dio lugar a que toda mi piel se erizara.

Sabía perfectamente cómo se sentía esa ligera aspereza contra mis labios. Y mi cuello. Y mi pecho. Y mi…

Involuntariamente mis muslos se apretaron mientras hundía con más fuerza mis dientes en mi labio. Dios. Emmett era una obra de arte.

Sacudí la cabeza en un vano intento de desterrar los pensamientos sucios y calientes antes de fijar la vista en la carretera. Crucé los brazos bajo mi pecho y empecé a contar mentalmente hasta treinta.

En lo que se refería a mis fantasías oscuras respecto a Emmett, contar hasta 10 nunca era suficiente.

Era viernes por la tarde y el Sol había comenzado a descender poco a poco en el horizonte. La brisa fresca de la noche empezaba a hacerse palpable y los conductores a nuestro alrededor comenzaban a encender los faros de sus vehículos.

Emmett y yo habíamos acordado trabajar solamente media jornada para poder viajar a la luz del día y así llegar a tiempo al pueblo de mi padre antes de que se hiciera completamente de noche. Después de almorzar algo rápido, fuimos a mi casa y nos encontramos con Charlie, el cual había ido a recoger al colegio a Zoe y le había dado de comer.

Zoe había querido viajar con su abuelo, por lo que coloqué su sillita de viaje en el coche de Charlie y la acomodé segura. Keenan, como era de esperar, se sentó junto a mi pequeña y de ahí no se movió.

Mi padre miró a la entrañable pareja con cariño y aceptó de buena gana que el perro de McCarty viajara con él. Sabía que Charlie estaba medio enamorado del perro pero preferí no decirle nada respecto a su nueva debilidad. Él siempre había querido tener un perro pero a causa de su trabajo, por el cual pasaba muchas horas fuera de casa, le daba cosa dejar a un animal tanto tiempo solo.

Emmett simplemente sonrió cuando le avisé de la distribución que tendríamos en el viaje.

–Así te tengo toda para mí, Fiáin. – Fue su única respuesta.

Por lo que aquí estábamos él y yo. Los dos solos viajando en su coche mientras una suave melodía de fondo sonaba en la radio.

–Ya falta poco para llegar. – Declaré cuando vi el cartel de carretera que indicaba el desvío que debíamos coger para poder salir a la autovía secundaria que nos dirigía al pueblo.

–Lo tengo controlado. – Me dijo mi chico mientras me miraba por el rabillo del ojo. – Todo estará bien, Bella.

Tras eso, Emmett puso el intermitente y tomó la salida correspondiente justo detrás del coche de Charlie.

–Ya veremos, Em.

Inmediatamente, su mano se posó en mi muslo y me dio un ligero apretón. Cuando giré mi rostro en su dirección, nuestros ojos conectaron y mis incipientes nervios se disiparon.

–No estás sola, Fiáin. Yo te cubro las espaldas.

Le sonreí agradecida y coloqué mi mano sobre la suya antes de que tuviera que tomar el cambio de marchas.

–Pero sé que estás nerviosa por otra cosa, ¿verdad?

Lo miré desconcertada mientras lo veía centrar la atención en la carretera momentáneamente para poder adelantar a un vehículo y continuar a la estela del coche de mi padre.

–Ah, ¿sí? – Le pregunté despistada.

Emmett simplemente se rió entre dientes y me guiñó.

–Voy a ver la habitación de cuando eras pequeña. – Sus cejas se movieron arriba y abajo con diversión. – Estoy más que ansioso por conocer los gustos de la Bella adolescente. ¿Tenías algún póster colgado en la pared? ¿Por cuál cantante suspirabas? ¿O qué actor te tenía loca?

Resoplé indignada y negué en silencio.

–Absolutamente no, Emmett. – Me volví a cruzar de brazos y bufé.

–Esa reacción me hace pensar que sí. – Se rió descarado. – ¿Algún rompecorazones vampiro o un duque atormentado, tal vez? Alice era una fan empedernida de ellos.

Gemí ante el recuerdo de toda la colección de libros que tenía en mi antigua habitación. Tenía una amplia variedad de estilos, pero cabe decir que muchos de ellos eran de amor adolescente y de clásicos románticos. No tenía ningún póster pero estaba segurísima que Emmett se daría cuenta de los libros.

Y no había duda alguna de que me lo recordaría por el resto de mi vida.

–¡Oh! – Lo escuché exclamar divertido cuando vio mi reacción. – Esto se ha puesto verdaderamente interesante.

Estiré el brazo y lo golpeé en su muslo molesta.

–No estás siendo nada amable, McCarty. – Le refunfuñé.

–Sabes que siempre soy amable. – Su mano derecha abandonó el volante y agarró la mía para alzarla y darme un beso en los nudillos. Sus ojos de tormenta me miraron traviesos antes de continuar hablando. – Sobre todo cuando te tengo debajo de mí, desnuda, mojada y deliciosa.

Sentí mis mejillas arder con una intensidad tal que sabía a ciencia cierta que un furioso sonrojo se había adueñado de mi cara. Intenté liberar mi mano de la suya, pero Emmett no lo permitió. Entrelazó sus dedos con los míos y apoyó nuestras manos en su pierna de nuevo.

–Eres incorregible. – Suspiré antes de mirar por la ventana del pasajero.

McCarty simplemente se rió y continuó conduciendo en silencio.

Tras eso, no pasó mucho tiempo hasta que llegamos a nuestro destino. El enorme cartel de bienvenida apareció a un lado de nuestro camino indicándonos que habíamos llegado por fin al pueblo de mi padre.

El coche de Charlie se dirigió por la calle principal, pasando cerca de la plaza y del ayuntamiento antes de girar a la derecha y continuar todo recto. Las casas apretujadas empezaron a volverse más grandes y más separadas entre sí. Y poco a poco, la frondosidad de la flora local comenzó a hacerse más evidente.

La casa de mi padre estaba casi a las afueras del pueblo, con apenas algunos vecinos cercanos pero lo suficientemente alejados unos de otros como para respirar tranquilidad y privacidad en todas direcciones.

Miré en todas las direcciones mientras Emmett seguía diligentemente a mi padre. Me di cuenta que nada había cambiado. Todo seguía exactamente igual a cuando me fui. La señora Cole continuaba manteniendo su hermoso jardín de rosas y el señor King aún tenía colocado en su porche aquel enorme sofá de mimbre.

Sonreí enternecida ante las vistas y suspiré tranquila cuando por fin aparcamos en frente de nuestra casa. El hogar de Charlie era de una sola planta, con las paredes pintadas de blanco y el tejado de color negro. La puerta del garaje y de la entrada eran del mismo color que el tejado, mientras que la pequeña casetilla que papá había construido a un lado de la casa era totalmente lo opuesto. También tenía las paredes en blanco, pero tanto la puerta como el techo eran de un color azul eléctrico. Ahí, él metía todas sus cosas de pesca, así como todas las herramientas de bricolaje y de jardinería.

Aunque no es que Charlie fuera un gran fan de eso último.

–¿Listo, Em? – Le pregunté mientras los veía observar atento a la casa. Parecía que estaba tratando de conocer cada pequeño detalle del edificio.

–Cuando quieras. – Me contestó sonriendo una vez que terminó con su escrutinio.

Los dos nos bajamos del coche al mismo tiempo que veíamos cómo Charlie sacaba a Zoe de su sillita y la ponía en el suelo. Mi pequeña zarandeó una de sus piernas y después la otra, haciendo justo lo mismo que su abuelo había hecho al bajarse del auto instantes antes.

Me reí entre dientes ante la imagen adorable y miré hacia Emmett, el cual se había parado a mi lado. La comisura de su boca estaba alzada a un lado, sonriendo también ante la imagen que mi hija nos daba. Su mirada destilaba una ternura inmensa y su lenguaje corporal dejaba en claro que estaba más que listo para ir a tomar en brazos a Zoe.

Me mordí el labio inferior al tiempo que sentí mi corazón acelerarse. Ser testigo de cuánto adoraba McCarty a mi hija me dejaba sin aliento y queriendo besarle hasta el infinito.

–Vamos a por las maletas. – Le dije mientras agarraba su mano y tiraba de él hacia la parte trasera de su vehículo.

Él simplemente asintió y se dejó llevar dócilmente por mí. Por lo visto Zoe lo había dejado fuera de juego.

Una vez tomamos el equipaje y cerramos con llave todo, ambos nos encaminamos hacia el sendero de cemento que desembocaba en los escalones del porche de la casa. Zoe se había desplazado hacia uno de los jardines laterales y miraba con diversión a un Keenan curioso. El perro andaba olisqueándolo todo y movía su cola peluda de un lado a otro alegremente.

–Vamos adentro, Zoe. – Llamé a mi hija mientras le ofrecía mi mano para que se agarrara. Mi pequeña me miró feliz y me cogió fuerte de la mano al tiempo que llamaba a Keenan para que también entrara.

–Mami, tengo pipi. – Me dijo conforme íbamos paseando por el camino de hormigón.

Me reí entre dientes mientras escuché a mi lado la risa ahogada de McCarty.

–En cuanto dejemos todas las cosas vamos al baño, ¿vale, cielo? – Le dije en tanto la ayudaba a subir los escalones de madera.

Charlie se había adelantado a todos nosotros y ya había entrado en la casa, encargándose de encender las luces y abriendo algunas ventanas para que todo el lugar se ventilara tras estar varios días cerrado.

Guié a Zoe y a Emmett al salón, donde tanto éste último como yo soltamos las maletas. Keenan nos había seguido sin problemas y ahora se encontraba husmeando cada rincón de la habitación. Tal y como hacía la mirada escrutadora de su dueño.

Mi padre era un hombre de gustos sencillos, así que su casa era un claro reflejo de ello. El salón era una habitación bastante espaciosa, con las paredes pintadas de un beige claro y con una chimenea de ladrillos presidiendo el lugar. Justo al lado y en frente de la misma había dos sofás mullidos de cuero oscuro. También había una pequeña mesita central donde se encontraban alojadas algunas revistas deportivas, un cenicero y el mando de la televisión, la cual estaba colgada de la pared de al lado de la chimenea.

La otra zona del salón, delante del ventanal frontal, alojaba una robusta mesa de roble, así como sus sillas a juego. En el centro de la misma había ubicado un jarrón con unos bonitos girasoles artificiales, estando ello a juego con algunos cuadros colgados en las paredes de los lados que tenían también dibujos tradicionales de la flora y fauna local.

–Emmett. – La voz grave de mi padre capturó la atención de mi chico al tiempo que recogía mi maleta. – Te he preparado la habitación de invitados. Sígueme y te muestro dónde está.

Sin esperar siquiera a que le contestara, mi padre giró sobre sus talones y desapareció por el pasillo. Emmett me miró y me guiñó.

–Acaba de despejarme la duda de si dormiría contigo o no. – Se rió entre dientes mientras se agachaba para tomar su maleta. – Aunque siempre puedes venir a hacerme una visita nocturna, Fiáin.

Rodé los ojos y le di una palmada en su delicioso trasero cuando pasó junto a mí. McCarty se rió y me contempló por encima de su hombro antes de lanzarme un beso y seguir andando.

Riendo por su actitud presumida, cogí en brazos a Zoe y la llevé al baño. Una vez que terminamos allí, nos encaminamos hacia mi habitación. Mi cuarto estaba al fondo del pasillo a la izquierda, justo al lado de la habitación de Charlie.

La casa tenía cuatro dormitorios, siendo el cuarto de mi padre el de mayor tamaño, seguido muy de cerca por el mío. Su habitación incluía su propio baño, mientras que a las otras tres habitaciones les correspondía el cuarto de baño de uso común. En frente de mi puerta se encontraba la habitación de invitados y al lado de ésta estaba otro dormitorio que también hacía de despacho.

Mi cuarto tenía las paredes pintadas de un color lila claro y el suelo de madera estaba cubierto con suaves y mullidas alfombras del mismo color pero con distintas tonalidades, aportándole calidez y comodidad.

A lo largo de estos años, mi cuarto había sido remodelado un poco y adaptado a la presencia incandescente de mi niña. Su cuna de madera blanca estaba en el lado izquierdo de la habitación, mientras que mi cama se ubicaba al lado de la ventana. En medio había una mesilla de noche con una lámpara de estilo infantil y el armario blanco se situaba en frente de mi cama, pegado justo a la derecha de la puerta. Al otro lado de la misma, de cara a la cuna de Zoe, estaba una estantería con libros y una pequeña cómoda para guardar más cosas.

La habitación era genial y mi hija nunca extrañaba su cuarto cuando estábamos de visita. Así que tanto mejor. Sabía que Charlie siempre estaba pendiente por si su nieta necesitaba alguna cosa diferente en nuestro cuarto, pero nunca se había dado el caso. Él había restaurado mi cuna de bebé y se había encargado totalmente de adecuar la casa a la presencia de una niña pequeña.

Era el mejor abuelo del mundo.

Senté a Zoe en mi cama y saqué algunos juguetes para que se entretuviera mientras me encargaba de colgar algunas de nuestras mudas de ropa en el armario y guardaba otras en la cómoda.

–Veo que mi suposición de que hubiera pósteres colgados en la pared era errónea. – La voz profunda de Emmett me sacó de mi tarea.

Él se había apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y observando atento todo lo que había en mi cuarto.

–Te lo dije. – Le respondí engreída.

McCarty enarcó una ceja y se dispuso a entrar. Zoe estaba totalmente ajena a nosotros y se había tumbado de cara a la ventana mientras seguía jugando con su muñeca. Estaba segura que en breve se dormiría. El viaje no era muy largo pero el simple ajetreo del mismo y la emoción de ir con su abuelo en el coche la habrían agotado.

Mi niña todavía era un bebé.

Suspiré embelesada viendo cómo iban volviéndose más lentos los movimientos de sus brazos. Una pequeña siesta le vendría bien.

Cerré las puertas del armario y cubrí el cuerpo de Zoe con una fina manta celeste con mariposas estampadas. Antes de que terminara de extenderla por completo en ella, sus ojos ya se habían cerrado y abrazaba con afecto a su juguete.

Adorable. Simplemente adorable.

Cuando me giré, la intensa mirada de Emmett me estaba esperando. Se había quedado quieto mientras nos observaba y todo su cuerpo parecía estar en tensión.

–¿Estás bien, Em? – Le pregunté preocupada.

Sus ojos grises brillaron por un instante y en un abrir y cerrar de ojos se había movido hasta estar casi totalmente pegado a mi cuerpo. Uno de sus brazos se envolvió en mi cintura al tiempo que su otra mano se entrelazaba en mi cabello, provocando que inclinara mi cabeza ligeramente hacia atrás. Instintivamente, alcé mis brazos y comencé a acariciar sus hombros.

–Sois lo más hermoso que alguna vez he visto. – Susurró contra mis labios. – Tú y Zoe sois lo más bello que he tenido, Fiáin.

Mis manos se quedaron quietas por un segundo y apreté sus hombros ante el efecto de sus palabras en mí. Mi corazón latió desaforado y un nudo en la garganta me impidió respirar bien.

Y este era Emmett. Directo y sincero. Solo así.

Me elevé sobre las plantas de mis pies y me adueñé de su boca. Sus labios entreabiertos me esperaban ansiosos y el beso fue salvaje, necesitado y lleno de calidez. Todo Emmett.

Cuando nos separamos en busca de aire, nuestros ojos se conectaron y rocé mi nariz suavemente con la suya.

–Nos tienes, cariño. – Le susurré sin aliento. – Siempre.

Nos abrazamos en silencio sin necesidad de decir nada más. La calidez de su cuerpo envolvía al mío y el contundente latido de su corazón justo en mi oído fue suficiente para alejar cualquier tipo de ansiedad en mi sistema.

No necesitaba más.

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Me desperté asustada ante el estruendoso ruido del despertador. Miré la hora y apagué el dichoso reloj. Apenas había logrado dormir unas horas y a causa de ello la pesadez del cansancio se extendía por todo mi cuerpo.

Hoy tendría lugar la lectura del testamento.

Gemí agobiada ante la idea de tener que enfrentar un fantasma de mi pasado. Me restregué las manos por la cara y me giré para ver a Zoe. Mi pequeña no se había despertado con la alarma y continuaba durmiendo plácidamente. Suspiré apaciguada al ver entre los barrotes de la cuna su rostro sosegado y adorable. Sus rizos estaban desperdigados en todas direcciones, sus brazos estirados hacia arriba relajados y su peluche alojado a su costado.

La suave luz de la mañana entraba con timidez por la ventana, atravesando las cortinas traslúcidas y dejándome en claro que era el momento perfecto para levantarse. Aparté las sábanas y mientras me dirigía al baño, fui mentalizándome para comenzar el día.

Tanto la habitación de papá como la de Emmett estaban con la puerta abierta y desocupadas. Fruncí el ceño extrañada por la falta de ruidos aunque inmediatamente supuse que estaban desayunando en silencio o afuera de la casa.

Encogiéndome de hombros, entré al cuarto de baño y comencé a prepararme para el maldito día. Una vez hechas mis necesidades y limpiado mi rostro, peiné mis rizos con los dedos y me maquillé sutilmente. Las ojeras que acarreaba conmigo no eran muy bonitas y no quería darle a nadie munición para decirme nada.

No tenía ni la remota idea de quién estaría hoy en la lectura pero no pensaba mostrarme débil ante nadie.

Una vez que me gustó mi reflejo en el espejo, volví a mi habitación y me quité la camisola verde agua que tenía puesta de pijama. Rápidamente, me puse unos pantalones negros ajustados con pinzas en la cintura y una camisa blanca, añadiendo un cinturón marrón a juego con los zapatos Oxford que iba a calzarme y con mi bolso. A pesar de que se preveía buen clima, agarré una rebeca de punto burdeos oscuro por si tenía frío.

Tras ello, me acerqué a la cuna y acaricié el cabello de mi hija antes de inclinarme para darle un beso en la frente.

–Hoy mami va a ser valiente por las dos, Zoe. – Susurré mientras rozaba su mejilla regordeta. – Haré lo mejor para ti. Lo prometo, cariño.

Con un nudo en la garganta, me alejé de mi niña y anduve rápido por el pasillo hasta llegar a la cocina de muebles blancos y encimeras de mármol oscuro. Dejé el bolso y la rebeca en una de las sillas de comedor y miré alrededor. Justo al lado del microondas había una magdalena de arándanos y en la cafetera se encontraba una jarra de café recién hecho. Languidecí ante el delicioso aroma y me preparé una taza con celeridad para salir en busca de mis dos hombres favoritos.

No estaban en el porche sentados, pero sus tazas y platos vacíos estaban abandonados de forma estratégica en la barandilla de madera. Agudicé un poco el oído y el sonido de una conversación susurrada se hizo evidente. Contenta por adivinar dónde estaban, caminé en dirección a la casetilla de almacenamiento al tiempo que disfrutaba de un buen bocado de mi muffin.

Papá y Emmett estaban totalmente absortos en su conversación, por lo que ni siquiera se percataron de mi presencia en un primer momento. Charlie tenía en sus manos su nueva caña de pescar y parecía que estaba contándole a mi chico con gran detalle todas las características de la misma. McCarty lo escuchaba atento y de vez en cuando le hacía alguna que otra pregunta al respecto.

Me mordí el labio ante la imagen. Emmett era estupendo y cada día me tenía más rendida a sus pies. Mi mirada danzó por su esbelto cuerpo y respiré profundo. Se había enfundado en unos pantalones de vestir negros, cinturón y zapatos también del mismo color. La camisa era azul oscuro y se había remangado las mangas hasta por debajo de los codos.

Se veía hermoso.

–Así que aquí es dónde estabais escondidos. – Dije para anunciar mi llegada.

Tanto uno como el otro saltaron y se giraron para observarme. Charlie tenía una mirada culpable y movió su bigote a los lados para disimular la vergüenza de ser pillado presumiendo.

–Buenos días. – Me respondió Emmett al tiempo que me ofrecía su mano para que la tomara.

Me agarré de ella y él me acercó a su cuerpo, envolviéndome con su brazo y pegándome a su costado. Me dio un beso en la sien y luego su boca viajó hasta mi oído.

–Estás muy guapa, Fiáin.

Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir su respiración contra mi piel.

–Tú también. – Me separé de él un poco y le sonreí antes de dar un sorbo a mi café.

Mi padre se aclaró la garganta para llamar nuestra atención. Ambos lo miramos y yo le sonreí en disculpa.

Emmett me hacía olvidar todo lo que me rodeaba.

–Zoe todavía está durmiendo, papá. – Le comenté mientras seguía degustando mi desayuno. – No he querido despertarla. Es temprano aún y le vendrá bien descansar un poco más.

–No te preocupes. Cuando os vayáis yo me encargaré de mi nieta. – Una sonrisa alegre apareció en su rostro. – Vamos a pasar un gran día los dos juntos.

Me reí ante la imagen de mi niña jugando como quería con su abuelo. Esperaba que mi padre hubiera desayunado realmente bien, porque iba a terminar más que agotado.

–¿Lo tienes todo listo, Bells? – Me preguntó mi padre sacándome de mi ensoñación.

–Sí, lo tengo todo preparado. ¿Albert se reunirá con nosotros allí como acordamos?

–Absolutamente. Hace como media hora me mandó un mensaje avisándome de que salía hacía allí.

Asentí en silencio y me dispuse a terminar mi desayuno. Albert Fisher era nuestro abogado y me sentía aliviada de que pudiera asistir a la lectura del testamento con nosotros. Si algo olía mal o era necesario llegar a un acuerdo con la otra parte, él se encargaría de inmediato.

–¿Estás segura de que no vaya contigo? – Me volvió a preguntar por cuadragésima vez Charlie.

Rodé los ojos y le di los restos de mi desayuno a Emmett para que los sostuviera, así como mi bolso. Me acerqué a mi padre y lo abracé. Sabía que estaba preocupado y que quería estar junto a mí para batallar cualquier inconveniente. Sin embargo, de este duelo particular debía encargarme yo sola.

–Prefiero que te quedes con Zoe. Quiero que ella pase tiempo de calidad con su "abu".

Le sonreí y apreté mis brazos un poco entorno a su cintura. Su bigote se movió y sus fuertes brazos me devolvieron el apretón.

–A pesar de que hayas accedido a ir a la lectura de su testamento, no tienes porqué aceptar nada que no te guste. ¿Entendido, Bells? Por favor, no te hagas daño.

Me alcé sobre mis pies y le di un beso en su mejilla rasposa.

–Te quiero, papá. – Le dije con la voz ahogada; casi no me había salido mi voz pero sabía que Charlie me había escuchado cuando sus brazos me apretaron más fuerte.

–Y yo a ti, Bells.

Me dio un beso en la frente y me liberó de su fiero abrazo.

–Será mejor que os vayáis yendo ya. – Miró por encima de mi cabeza y asintió en silencio. – Cuida de mi niña, Emmett.

–Lo haré, Charlie.

El tono de voz con el que habló McCarty no dejaba duda alguna.

Sabía que Emmett me dejaría pelear mis batallas, pero no me permitiría hacerlo sola. Él estaría a mi lado para ayudarme a seguir.

Mi chico y yo éramos una pareja. Un equipo.

Éramos él y yo contra el mundo.

.

.

.

Cuando Emmett y yo salimos de aparcamiento, nos encontramos con mi abogado a la entrada del antiguo edificio de ladrillos donde tendría lugar la lectura del testamento. En él se encontraban las oficinas del bufete de abogados contratados por mi abuela. Todo el edificio era de Sanders & Co.

–Hola Bella. – Albert me saludó con una sonrisa antes de girarse hacia Emmett y estrechar su mano. – Encantado de conocerlo señor McCarty.

Emmett asintió con un gesto amable y me rodeó la cintura con su brazo.

–He hablado con Rick Sanders y me ha comentado que la lectura se hará de forma individual con cada implicado en el testamento. – Albert me dijo con tranquilidad. – No tendrás que reunirte con nadie salvo con él.

–Eso es una muy buena noticia, Al.

–Desde luego que lo es. – Estuvo de acuerdo conmigo. – Si te parece bien, podemos entrar ya. Sanders me ha dicho que empezaríamos cuando estuvieras lista.

–Adelante. – Le respondí asintiendo.

Inspiré profundo y cuadré mis hombros. Di un paso adelante mientras mi abogado se encargaba de abrir la puerta y sostenerla para nosotros. Miré hacia mi derecha y estiré mi mano hacia Emmett.

Él, inmediatamente, la agarró y me dio un firme apretón de confianza. Besó mi frente y entramos al edificio bajo la mirada divertida de Albert.

Justo en frente de la puerta, se encontraba un mostrador con un agente de recepción totalmente mimetizado con la atmósfera laboral existente. El muchacho nos sonrió con educación y continuó con su trabajo.

A un lado de su escritorio, estaba una pequeña sala de espera con varios asientos azules y algunas revistas de entretenimiento perfectamente colocadas sobre la mesa central. Al otro lado de recepción estaba el ascensor, al cual nos dirigimos los tres.

Mientras ascendíamos hasta le piso más alto, los nervios comenzaron a apoderarse completamente de mí. Sentí cómo mis manos se humedecían y todo mi cuerpo vibraba en anticipación. No dejaba de mover el pie y mis dientes arañaban con inquina mi labio inferior.

Un fuerte apretón me sacó de mis pensamientos. Los dedos de Emmett se entrelazaron con los míos y su cuerpo se pegó más al mío. Alcé la vista y sus ojos grises me esperaban llenos de calma y ternura.

–Tranquila. – Gesticuló en silencio.

Le di una media sonrisa y apoyé mi cabeza en su hombro. O más bien casi en él. McCarty era tan alto que era imposible que pudiera hacer eso.

El ascensor se paró finalmente y las puertas se abrieron. Albert nos condujo a través del recto pasillo de paredes blancas y con el suelo cubierto con una moqueta de color azul marino. Llegamos a la puerta de madera oscura con un número seis dorado colocado al lado del marco. Albert llamó con dos golpes cortos y en seguida un hombre alto y de piel aceitunada abrió la puerta. Vestía un traje de chaqueta negro con una camisa blanca y corbata a juego. Su pelo estaba peinado hacia atrás con un toque de gomina y unas gafas de pasta negra remataban su look. No era guapo de manera evidente, pero su atractivo era notorio. Su sonrisa confiada y segura era prueba de ello.

–Bienvenidos. Por favor, pasen.

El abogado se echó hacia atrás y nos dejó pasar antes de ofrecerme la mano.

–Encantado de conocerla, señorita Swan. Soy Rick Sanders. – Soltó mi mano y seguidamente estrechó la de Emmett. – Como le habrá comentado Fisher, soy uno de los abogados encargado de tramitar la herencia de su abuela.

Asentí en silencio y lo miré con cautela. No parecía ser un tipo pomposo pero sus ojos tenían un pequeño brillo de frialdad.

–Por favor, tomen asiento.

Se movió a través de su despacho y se sentó en una ostentosa silla de cuero negro al tiempo que me encaminé hacia uno de los dos asientos que había al otro lado de la mesa. Albert se sentó a mi lado y McCarty se colocó tras de mí, apoyando una de sus manos en mi hombro derecho.

El peso de su mano era reconfortante y su presencia a mi espalda me dio la confianza que necesitaba. Respiré hondo y miré en silencio a Sanders.

–Le aseguro que será rápido, señorita Swan. – Tomó una carpeta de color beige y la abrió mientras continuaba hablando. – ¿Comenzamos?

Le respondí afirmativamente en silencio y dejé que llevara a cabo lo que tenía entre manos. Sanders empezó leyendo un documento formal en el que se hablaba acerca del último deseo de mi abuela y hacía referencia a la necesidad de que los herederos estuvieran en persona en la lectura y que lo hicieran por separado.

A continuación, sacó de la carpeta otro documento y lo leyó en voz alta.

Joder.

Eso no podía ser cierto. De ninguna jodida manera.

Dejé de respirar y mi cuerpo se quedó helado ante la noticia.

–¿Se encuentra bien, señorita Swan? – El abogado de mi abuela me miró con preocupación al ver que no decía nada tras unos minutos de completo silencio.

Albert también se había girado en mi dirección y me observaba alarmado.

–Isabella. – El aliento cálido de Emmett acarició mi oreja. – Fiáin, ¿estás bien?

Las manos de McCarty masajearon mis hombros mientras me llamaba, lo que provocó que saliera de mi estupor.

Me aclaré la garganta y asentí en silencio. Observé a Albert y éste hizo un movimiento de cabeza para alentarme a hablar.

–¿Está seguro que mi abuela quería que su última voluntad fuera esa? – Le pregunté a Sanders con una voz un poco más aguda de la cuenta. Los nervios se habían vuelto a apoderar de mí y casi me estaban obligando a salir huyendo del despacho y correr lo más rápido que pudiera.

–Sin ninguna duda. – Afirmó con certeza. – Yo mismo fui el encargado de redactar esto al deseo de la señora Higginbotham totalmente. – Me ofreció una pequeña sonrisa amigable.

Tras ello, sacó un sobre blanco de su archivo. Mi nombre estaba en el reverso del mismo.

–Creo que esto esclarecerá un poco sus dudas.

Tomé el sobre y lo abrí rápidamente para leer.

Querida Bella,

Cuando leas esto yo ya no estaré en este mundo.

Quiero que sepas que durante todos estos años me he arrepentido de las horribles decisiones que tomé,

sobre todo aquella en la que me negué a ser la abuela que necesitabas para crecer.

Siento haber sido una mala abuela para ti, y también lamento haber sido una mala madre para Renée.

Ahora, a mi edad, es cuando realmente me doy cuenta de lo poco que hice por ti.

Te pido perdón.

Espero que algún día puedas llegar a perdonarme por ello.

Todo lo que te dejo, Bella, es el tonto intento de una vieja por compensar el daño que te hice.

Por favor, tómalo y haz lo que mejor veas con ello. Eres una chica inteligente, sé que harás las cosas bien.

Fruncí el ceño a la letra cursiva de mi abuela. Esto me dejaba aún peor, con un mar de dudas sin contención y listo para destruir todo a su paso.

¿Todo lo de mi abuela era ahora mío?


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