Recomiendo revisar el final del capítulo anterior para ponerse en contexto.
La mayoría de los personajes pertenecen a Stephanie Meyer.
CAPÍTULO 25
Bella
–¿Fiáin? – La voz de Emmett me sacó de mis pensamientos.
Parpadeé rápidamente y miré hacia arriba sobre mi hombro. La preocupación se reflejaba en cada una de las facciones de su rostro y sus ojos grises danzaban sin descanso a un lado y a otro mientras me observaban con atención.
Respiré hondo y moví mi cabeza afirmativamente en su dirección, indicándole que estaba bien y que me encontraba de vuelta con él. Emmett frunció el ceño, todavía alarmado por mi silencio de los últimos minutos, pero asintió de vuelta y apretó mi hombro para infundirme su apoyo de la mejor forma que podía en estos momentos.
Él sabía que esta era mi batalla y que me dejaría lucharla sin su intervención, por lo menos hasta que él no viera con exactitud que lo necesitaba. McCarty era mi compañero de armas no mi guardián. Y él todavía no sabía cuánto significaba para mí que lo hiciera.
Carraspeé y enfoqué de nuevo mi atención en la carta que mi abuela había dejado para mí, intentando en vano encontrar un mensaje oculto en ella que me sacara de la neblina de desconcierto que había causado en primer lugar la lectura de su testamento.
–No logro entenderlo. – Dije finalmente mientras miraba hacia el abogado de mi abuela. – ¿Cómo es que mi abuela decidió dejar todo eso que ha dicho a mi nombre? ¿No debería ser para mi madre? Renée debería ser totalmente la heredera universal, ¿no?
El señor Sanders hizo una pequeña mueca, casi imperceptiblemente, de la cual no me hubiera dado cuenta a menos que no lo hubiera estado observando con desmesurada atención.
–En un principio era así, señorita Swan. – Comenzó a decir. – No obstante, la señora Higginbotham cambió de parecer hace casi dos años, cuando le diagnosticaron metástasis cerebral.
Miré sorprendida a Sanders.
Mi abuela había tenido cáncer.
Joder.
–Nunca me he inmiscuido en la vida de mis clientes. – Continuó el abogado. – Pero conocía a su abuela desde los inicios de mi carrera en esta firma de abogados y esa noticia supuso un duro golpe para ella.
La tristeza danzó en su cara mientras recordaba en silencio a mi abuela. Negó en silencio y entrecruzó los dedos sobre los papeles del escritorio.
–También dio lugar a que se replanteara muchas cosas en su vida. – Sus ojos negros brillaron tras sus gafas de pasta negra. – Entre ellas la situación con usted, señorita Swan.
Un ligero escalofrío recorrió mi columna vertebral. Algo me decía que esto, a pesar de que podía ser bastante bueno para Zoe y para mí, también podría traer consecuencias nefastas en un futuro no muy lejano.
–No se preocupe. La señora Dwyer ha recibido una parte muy generosa de la herencia.
–¿Dwyer? – Preguntó Albert a mi derecha.
–Renée Dwyer. – Confirmó Sanders mirando tanto a mí como a mi abogado. – Se volvió a casar hace unos años y tomó el apellido de su ahora exmarido.
Tragué pesado ante la idea de Renée casada. Cuando viví con ella, las relaciones que tuvo nunca fueron nada serio y mucho menos duraderas, incluso algunas no podrían catalogarse como tal. Así que enterarme de que decidió dar ese paso de nuevo me hace replantearme si había cambiado algo en ella. ¿Sería una mujer diferente a la que dejé atrás?
Ni siquiera sabía si quería saberlo o no.
–¿Entonces la abuela Marie ha hecho un reparto igualitario entre las dos? – Pregunté esperanzada.
Si ella había decidido dividir su herencia entre las dos por igual quería decir que yo no había recibido todo, por lo que no tendrían lugar posibles conflictos con Renée si pensaba que no había sido un reparto justo.
–Oh, no. Ni mucho menos, señorita Swan. – Sanders negó reiteradamente con la cabeza. – La señora Higginbotham consideró que dado que usted no tuvo ningún apoyo de su parte por muchos años, usted merecía una mayor compensación que la señora Dwyer.
Mierda.
Había pasado lo que estaba temiendo.
Renée no estaría nada contenta con la noticia.
–¿Podría repetir lo que mi cliente ha recibido de su difunta abuela así como lo que su hija recibe? – Albert habló con calma y con un tono que no dejaba espacio al debate. – No queremos tener ningún problema a futuro con la señora Dwyer.
Albert era el mejor abogado posible.
–La señora Higginbotham dio instrucciones explícitas de no comentar a ninguno de los beneficiarios de su herencia lo que el otro había recibido. – Dijo con una mueca molesta. – No obstante, también mencionó que si usted quería saberlo y lo preguntaba directamente la firma debía informarla al respecto. Solo a usted.
Otra vez miré anonadada a Sanders. Mi abuela me estaba dando demasiadas sorpresas en el día de hoy.
–¿Por qué haría eso? – Le pregunté con recelo. – ¿Por qué informarme a mí sobre ello y no a mi madre? Ella siempre puso a Renée por delante de todo y todos.
El abogado suspiró y movió la cabeza en negativa suavemente mientras cerraba brevemente los ojos. Cuando los abrió se enfocó totalmente en mí y la empatía brillaba sosegadamente en su mirada.
Por lo visto él entendía el porqué de mi desconfianza.
–Mi clienta conocía perfectamente las virtudes y defectos de su única hija. – Comenzó diciendo. – Al igual que supo de usted a lo largo de todos estos años.
–¿Qué?
Sanders inspiró profundamente al tiempo que se quitaba las gafas y pellizcaba su entrecejo. Parecía cansado y en conflicto consigo mismo. Y esto era lo último que me esperaba al venir aquí. Se suponía que el bufete de abogados de mi abuela era despiadado y malditamente frío como un témpano de hielo. ¿Rick Sanders era la excepción o simplemente era un lobo con piel de cordero?
–Su abuela solicitó que nuestra firma contratara un detective para saber de usted. – Comenzó diciendo mientras volvía a colocarse las gafas. – Ella era íntegramente consciente de que no podía acercarse a usted sin que sospechara o desconfiara de ella. Pero la señora Higginbotham necesitaba saber de usted, señorita Swan. Lo necesitaba. Era como si no le importara otra cosa en sus últimos años de su vida. Y la única forma que vio posible lograrlo fue mediante la contratación de un detective privado.
Tragué pesado ante esto. No podía creer que mi propia abuela había llegado a eso. Me espió. Ella contrató a alguien para buscarme y sacar toda la información posible de mi vida.
Joder.
Mi corazón empezó a latir acelerado y mi estómago se revolvió ante la idea de mi Zoe indefensa siendo encontrada por su bisabuela y su abuela. Porque Renée seguramente no se quedaría atrás.
Comencé a respirar apresurado mientras me mordía el labio fuertemente. No. No podía ser. Mi niña era intocable. Nada podía alcanzarla.
Nada.
De pronto, dos manos me agarraron por los hombros y los apretaron cálidamente mientras me alejaban de los malos pensamientos.
–No estás sola, Fiáin. – El suave aliento de Emmett bañó mi oreja izquierda al tiempo que sus pulgares masajeaban reconfortantemente mis omóplatos. – Estoy aquí contigo. Nadie te toca a ti o a Zoe. Primero les arranco las manos y se las doy a comer a Keenan como desayuno.
La descripción tan inadecuada de violencia por su parte fue todo lo que necesité para romperme. Me reí entre dientes y miré hacia él con los ojos un poco aguados.
–No creo que Keenan tenga tal mal gusto en lo que a comida se refiere. – Le contesté en voz baja.
McCarty sonrió y acarició mi nariz con la suya.
–Esa es mi Fiáin. Con su boca inteligente lista para para responder sin falta.
No pude evitarlo. Lo besé. Un pequeño beso en sus labios carnosos. Nada indecente ni fuera de lugar. Solo una confirmación y agradecimiento por estar aquí para mí.
Él me besó de vuelta y se volvió a alzar en toda su estatura, dejando reposadas sus manos en mis hombros. Su calor me anclaba aquí y me daba un poco más de confianza para lo que estaba por venir.
Me giré y volví a mirar a Sanders. Él había centrado su atención momentáneamente en los papeles que tenía desperdigados en su mesa, dándonos un poco de privacidad.
Y le estaba agradecida por ello. Estaba a punto de clasificarlo en un hombre bueno.
–¿Y qué encontró? – Le pregunté llamando de nuevo su atención.
Sanders me miró de nuevo con decisión y otra vez entrecruzó sus dedos antes de responder.
–Le entregué el informe que el detective nos envió. Nadie lo leyó ni ojeó salvo su abuela. – Me aclaró con honestidad. – Y su única respuesta tras verlo fue: "ella lo ha hecho bien. Ella es una buena chica".
Apreté los párpados fuertemente mientras inspiraba por la nariz y expiraba por la boca. Hacía años que había dejado de necesitar la aprobación de mi abuela Marie. Tomó tiempo pero supe hacerlo y seguí adelante sin esa parte de mi familia. Pero escuchar a su abogado decir lo que pensaba ella finalmente de mí fue un puñetazo sin mano en mi pecho.
Dejé de necesitar su visto bueno hace muchos años pero oírlo ahora daba lugar a que retornara a ser esa niña inocente, ansiosa por el cariño de una familia que apenas la toleraba.
Ahora era una mujer fuerte y no dejaría que nada ni nadie volvieran despreciar a esa niña. Lucharía por mi yo del pasado y por el del presente.
–¿Cuál es el reparto del testamento, por favor? – Fue mi única respuesta al tiempo que cruzaba mis brazos bajo mi pecho.
Los ojos de Sanders parpadearon con una leve sorpresa ante mi falta de interés por lo que acababa confesar de mi abuela, pero lo supo enmascarar rápidamente mientras se inclinaba a un lado y cogía otra carpeta con documentos. Los sacó y leyó rápidamente la información escrita en ellos.
–Como ya sabe, usted recibe la mayor parte del dinero de mi cliente. Entorno a las tres cuartas partes – Alzó la vista y empujó sus gafas negras hacia arriba para colocarlas bien de nuevo. – Mientras que su madre se hace solo con la parte restante.
Renée estaría rabiando con eso. No sería algo que le gustara escuchar para nada.
–Asimismo, usted obtiene la casa en las afueras de la ciudad al tiempo que su madre recibe la del pueblo.
Oh, no. La casa de la ciudad era una mansión estilo colonial de gran tamaño que requería el trabajo de bastantes personas para su correcto mantenimiento. Era una casa demasiado ostentosa, reflejo de la grandeza de los Higginbotham en este lado del país. Y había sido la favorita de mi abuela y de Renée.
Por otro lado, la casa del pueblo era mucho más sencilla y menos grandiosa. Era una de las más despampanantes del pueblo y muchos la consideraban la gran mansión de la zona. Sin embargo, estaba muy alejada de la majestuosidad de la otra.
Joder.
¿Qué has hecho Marie? ¿Qué fue lo que pasó entre Renée y tú para que tomaras este tipo de decisiones?
–Por último, – continuó Sanders. – la casa en la playa será para la señora Dwyer en la cual vive desde hace unos años.
Suspiré aliviada al saber que sería para Renée. Lo último que hubiera faltado es que también hubiera sido para mí.
Me daba cuenta que, por suerte, no había heredado todo lo de mi abuela. Aunque no tenía duda alguna que Renée no lo vería de esa forma.
Las cosas deberían haber sido al revés.
¿En qué malditamente estaba pensando mi abuela al hacer este reparto tan desigualado y a favor de mí? Tendría que haber optado prioritariamente por su hija, no por mí.
Incliné la cabeza hacia atrás y la apoyé sobre el abdomen de Emmett. Nuestras miradas conectaron y nos miramos en silencio antes de que cerrara los ojos y languideciera de nuevo. Tenía que pensar en algo rápido y tomar la mejor decisión.
Solo veía dos salidas posibles y en ambas encontraba varios inconvenientes a tener en cuenta.
La primera opción sería renegar de la herencia y cederla por entero a Renée. Me quitaría completamente de líos y cerraría para siempre la puerta a esa parte de mi familia. No obstante, si razonaba fríamente y evaluaba las cosas para mi propia conveniencia egoísta, surgía otra segunda opción: quedarme con todo lo que había recibido y no mirar atrás.
El dinero… Mierda, el dinero siempre viene bien y tener un colchón económico holgado sería genial. Sin embargo, esa fortuna no lo quería a mi nombre porque no sería para mí. Sino para Zoe. Había ahorrado un poco desde que supe que estaba embarazada para su futuro, para que pudiera estudiar y eligiera el camino profesional que quisiera sin tener que preocuparse del aspecto económico. A pesar de ello, no había reunido aun lo suficiente como me hubiera gustado a estas alturas y recibir esta herencia era como la lluvia en época de sequía.
Aun así… Podría haber una tercera alternativa.
Sentándome recta en mi asiento, cuadré mis hombros y carraspeé antes de hablar.
–¿Sería posible arreglar ciertos detalles a partir de los últimos deseos de mi abuela? – Le pregunté a mi abogado en voz alta.
No me importaba en absoluto que nos oyera Sanders. De todos modos, le repercutía también a él.
–¿Qué tienes en mente, Bella? – Preguntó Albert enarcando una ceja. Él me conocía bien y sabía que no iba a dejar las cosas así como así.
–Creo que lo más conveniente es que acepte el dinero. – Declaré mientras lo miraba a él y al abogado de mi abuela. – Pero tras aceptarlo me gustaría que estuviera al nombre de mi hija, no mío.
Albert sonrió y asintió de acuerdo en silencio.
–No habrá problema alguno con ello. ¿Qué más? – Me cuestionó. Para él era cristalino que mis decisiones no terminaban ahí.
Miré a Sanders de reojo y él no apartaba la vista de mí ni siquiera para parpadear. Supongo que no se esperaba mi renuncia a aceptar de pleno la herencia.
–La casa a las afueras de la ciudad. –Descrucé mis brazos y los apoyé en la silla. – A pesar de lo grandiosa que es no voy a mudarme a ella. Ya tengo mi propia casa. ¿Sería posible venderla?
–Por supuesto, Bella. – Me tranquilizó Albert. – Además, creo que se vendería bastante rápido, ¿verdad Sanders? Tengo entendido que esa zona está muy cotizada.
Ambos lo miramos en silencio. Mi corazón latía rápido ante lo que estaba a punto de hacer.
–En absoluto. – Respondió rápidamente. – Hay una gran demanda de mercado en esa zona en particular y estoy seguro que encontrarías varios compradores interesados en muy poco tiempo.
–Estupendo. – Le dije con confianza. Ahora tocaba el golpe final. – Necesito que usted y Albert se pongan de acuerdo respecto a la venta de esa casa porque el dinero que se logre lo quiero dividir en dos.
Las manos de Emmett, que aun habían seguido apoyadas en mis hombros, bajaron un poco hacia los brazos y sus dedos acariciaron mi piel a través de la tela de la camisa.
McCarty se había percatado por dónde iba.
–¿En dos, señorita Swan? – La voz interrogante de Sanders estaba plagada de incertidumbre.
Asentí en silencio y miré rápidamente a Emmett y a Albert. Los tres hombres de la sala estaban más que expectantes.
–Quiero que la mitad sea para Renée. – Dije con rotundidad.
Rick Sanders abrió desmesuradamente los ojos sorprendido.
Albert aspiró sonoramente antes de quedarse inmóvil.
Las manos de McCarty se quedaron totalmente quietas en mis brazos y luego empezó a reír entre dientes.
–Solo tú, Fiáin, harías algo así – Lo escuché susurrar entre dientes.
Levanté la mano y apreté una de las suyas en respuesta. No quería apartar la vista de Sanders ya que él me miraba como si me hubieran salido dos cabezas más. No se lo esperaba.
–Señorita Swan, – comenzó diciendo. – mi clienta fue clara al decir que esa casa sería por entero para usted. No para su hija. Su abuela estaba segura de que la vendería y ella estaba bien con eso, pero no creo que esta decisión hubiera sido bien vista del todo por ella.
–He decidido aceptar la última voluntad de mi abuela, señor Sanders. – Le respondí seriamente. Me parecía bien que quisiera dar su opinión pero mi decisión estaba tomada. – Si pudiera no la aceptaría, pero debo pensar en alguien más aparte de mí. Su futuro depende de mis decisiones de ahora y no puedo dejar que el orgullo nuble mi capacidad de elección.
Me detuve un momento para tomar aire y mi resolución se hizo más firme cuando vi que él no contestó.
–Si bien acepto la herencia de mi abuela, no estoy de acuerdo con el reparto que ha hecho. – Fruncí el ceño al pensarlo. – Su hija es Renée y siempre veló por ella. Yo solo fui la nieta que no llegó a aceptar nunca.
–Eso no es… – Intentó rebatir Sanders.
–Déjeme terminar, por favor. – Le interrumpí. – Puede que en los últimos años se diera cuenta de cómo actuó y realmente acepto su arrepentimiento. Pero eso no quita que sus decisiones finales compensen todo lo que sucedió. Todo el daño que provocó. – Respiré profundo y continué. – Estaré eternamente agradecida con ella por dejarme ese dinero, ya que así podré darle un futuro mejor a mi hija. Sin embargo, eso no quiere decir que yo no hubiera sido capaz de ello. Esto solo aligera el peso de la carga.
Emmett apretó mi brazo en silencio y colocó su otra mano sobre mi hombro de nuevo en un obvio apoyo a mi aseveración.
Adoraba su respaldo silencioso. Él era perfecto. Emmett era lo que necesitaba.
–Su herencia para Renée no está mal, aunque podría estar mucho mejor. – Declaré sin sentimiento alguno. – Y como lo veo, la última voluntad de mi abuela puede convertirse en un regalo envenado para mí. ¿Conoce a mi madre, señor Sanders?
Inclinó la cabeza afirmativamente sin decir nada.
–Entonces sabrá perfectamente cómo se tomará la lectura del testamento. No estará feliz.
Sanders tragó pesado y se sentó más recto en su asiento de cuero negro.
–Así que quiero reducir el impacto del golpe lo máximo posible dentro de mis posibilidades. – Le sonreí con cautela. – Si pudiera, le cedería totalmente esa casa a ella pero de nuevo digo que tengo que pensar en aquellos más indefensos que dependen de mí o lo harán. Zoe es mi prioridad ahora. Quién sabe más adelante.
No estaba segura de lo que nos depararía el futuro a Emmett y a mí, pero si todo fuera bien, si todo lo que deseamos se cumple… Entonces Zoe no sería la única pequeña en nuestros corazones.
Me mordí el labio ante ese pensamiento. No debería estar pensando en esas cosas pero tampoco podía descartarlo. Y sabía que Emmett tampoco lo hacía. Era algo que todavía no habíamos hablado directamente pero cada vez que lo veía con Zoe tenía más que claro que a McCarty le encantaban los niños y que sería fabuloso como padre a tiempo completo.
Sentí mi piel erizarse y noté cómo la mano de Emmett se desplazaba hacia arriba y agarraba mi nuca posesivamente. Con ese gesto tan simple supe que él había captado mi mensaje velado. No me atreví a mirarlo. No podía en estos momentos, ya que si lo hacía sabía que perdería totalmente el hilo de la conversación principal y que se abriría una puerta que en estos instantes era mejor no hacerlo.
Y todavía era demasiado pronto.
–Voy a decir algo que no debería, puesto que no soy su abogado. – Sanders rompió el tenso silencio mirándome con un nuevo aire de respeto. – Pero creo que es la alternativa más inteligente para llevar a cabo en lo que respecta a su madre y con toda esta situación. Si lo desea, me pondré en contacto con Fisher y arreglaré con él todo el papeleo necesario para los trámites.
Miré a Albert y éste asintió callado en mi dirección.
–Me parece bien. Gracias, señor Sanders.
–No, no. – Negó reiteradamente. – Gracias a usted por hacer todo este proceso tan sencillo.
Su mirada aún reflejaba asombro ante todo lo que se había dicho previamente y parecía como si todavía no pudiera creer totalmente mi postura. Por lo que podía interpretar, él había interactuado durante muchos años tanto con mi abuela como con mi madre. Parecía tenerle cierto aprecio a la primera de ellas, cosa que no ocurría con Renée. Así que estaba segura que mi madre no había sido alguien fácil de tratar para el abogado y sus compañeros.
Ni siquiera podía decir que me sorprendía.
Me levanté de la silla y los dos abogados siguieron mi ejemplo. Estreché la mano de Rick Sanders antes de girarme hacia un Albert que se colocaba bien el nudo de la cordata y estaba a punto de entrar en acción.
–Salid tú y el señor McCarty si queréis, Bella. – Me dijo con una ligera sonrisa complacida. – Yo me quedo aquí para terminar de perfilar los detalles necesarios con Sanders y así tenerlo todo listo cuanto antes.
Le sonreí agradecida y me di la vuelta hacia la salida. Emmett estaba a un par de pasos de mi posición actual y sus ojos estaban totalmente fijos en mí. Alargó su brazo e inmediatamente avancé en su dirección para tomar la mano que me ofrecía.
Giró sobre sus talones y nos condujo a lo largo del pasillo hacia el mismo ascensor por el que subimos aquí. McCarty pulsó el botón y las puertas se abrieron sin demora. Una vez dentro y con el botón de planta baja marcado, Emmett se abalanzó sobre mí. Me arrinconó contra la pared, pegando su cuerpo al mío y apoyando sus antebrazos a los lados de mi cabeza.
Sus ojos grises se adueñaron de los míos y todo lo demás dejó de existir.
–¿Te encuentras bien? – Su mirada se desplazaba por todo mi rostro sin cesar.
–Sí. – Le susurré. – Estoy bien, Em. – Respiré hondo y le sonreí temblorosa. – Pensaba que no sería capaz de hacerlo, pero creo que he estado lo suficientemente bien. ¿No?
La incertidumbre tiñó mi voz y los ojos de Emmett se endurecieron con decisión.
–No te haces una idea del autocontrol que estoy ejerciendo ahora mismo, Fiáin. – Su aliento bañó mi rostro y mi pulso se disparó. – Verte pelear ahí dentro ha sido lo más aterrador y hermoso que he presenciado en mi vida.
Hundió su cara en mi cuello y empezó a besarlo con deleite. Gemí bajo por el sofocante contacto de sus labios en mi piel y me agarré desesperadamente a su camisa.
–Joder, cariño. – Dijo contra mi piel humedecida por sus atenciones. – Sabía que eras una guerrera y una pequeña salvaje pero ser testigo de esa fría precisión en tus golpes me ha dejado de rodillas jadeando por ti. Jesus, joder.
Sus manos agarraron mi rostro y sus labios tomaron los míos sin contemplación. Ni siquiera pude luchar por un poco de control puesto que él se había hecho con todo y lo arrasaba todo a su paso. Sus labios dirigieron los míos, su lengua hizo bailar a la mía y su cuerpo provocó que el mío ardiera enloquecedoramente sin reservas.
Cuando intenté separarme en busca de aire, Emmett me dejó libre y se lamió los labios mientras me observaba.
–Tampoco me olvido de lo que has dicho allí, nena. – Me señaló con voz ronca. – Ese maldito detalle ha sido el remate a mi cordura.
Me mordí el labio inferior mientras lo miraba sin saber qué decir. Estaba jugando con fuego y ambos lo sabíamos.
Su pulgar soltó mi labio de mis dientes y lo acarició con mesura. En un acto de osadía y atrevimiento, saqué un poco mi lengua y lo lamí de la manera más etérea posible. Solo un toque. Solo uno.
Y todo ello sin dejar de mirar a Emmett a los ojos.
Como esperaba, él aspiró fuerte y la tormenta se desató en su mirada.
Antes de que él pudiera tomar cartas en el asunto, el sonido de una campanita nos avisó de que habíamos llegado a la planta baja mientras las puertas del ascensor de abrían. Suspirando, McCarty se separó a regañadientes de mí y una de sus manos se movió hacia su entrepierna.
Hizo una mueca mientras se recolocaba y agarraba mi mano con la suya libre.
–Lo siento. – Me dijo con sinceridad. – No es el lugar ni el momento. Me comportaré.
Apreté su mano y me alcé de puntillas para besar su mejilla. Emmett era el único que lograba sacarme una sonrisa en los momentos más complicados.
–No eres el único afectado, cariño. – Le confesé susurradamente.
Sus ojos relampaguearon divertidos y apretó mi trasero.
–Bruja.
Me reí entre dientes mientras tiraba de él para salir del ascensor. Nos despedimos del recepcionista con educación y salimos al parking donde los cálidos rayos de Sol nos esperaban. Cuando llegamos al coche me paré y alcé el rostro hacia el cielo para sentir el calor bañando mi piel. Cerré los ojos y disfruté de ello.
Se sentía bien. Demasiado bien.
–Tan bonita. – Emmett susurró contra mi frente antes de besarla y acariciar mi cintura.
Sonreí todavía con los ojos cerrados e incliné la cabeza en su dirección.
–Solo para tus ojos.
Antes que pudiera seguir disfrutando de este delicioso momento, una horrible voz rompió nuestra burbuja.
–¡Tú! ¡Tenías que ser tú!
Asustada, abrí los ojos y me giré en la dirección de la que provenía esa voz inconfundible. Allí parada en mitad del parking se encontraba Renée. Los años habían pasado por ella y destacables arrugas surcaban su rostro ovalado, aquel que una vez idolatré de pequeña y deseé parecerme. Su cabello liso estaba medio recogido en un moño del cual se escapaban numerosos mechones rubios y su mirada destilaba una rabia y un odio difíciles de pasar por alto.
A rápidas zancadas se acercó a nosotros, como si estuviera lista para soltar el primer golpe. Mientras tanto, yo me quedé absolutamente quieta, inmóvil y sin posibilidad de pensar un poco en mi autoconservación.
No esperaba verla. Me habían asegurado que no nos tendríamos que encontrar para nada en la lectura del testamento. Sin embargo, aquí estábamos. Justo en medio de un aparcamiento y a punto de tener lugar una escena desagradable.
El avance de Renée se vio opacado por una inconfundible espalda. McCarty se había colocado delante de mí, protegiéndome y poniéndose en primera línea para detener cualquier movimiento inesperado de mi madre.
Tragué pesado y apoyé mis manos en sus omóplatos. Sus brazos se desplazaron hacia atrás y me bloquearon el paso hacia los lados, sujetándome sus manos por las caderas para reforzar su protección.
–Emmett … – Le susurré con la voz partida.
Ni siquiera me miró. Sus dedos se clavaron en mi piel a través de la tela de mis pantalones negros y su voz grave me dejó clavada en mi lugar.
–No voy a dejar que se te acerque esa maldita loca. – El enfado impregnaba cada una de sus palabras. – No saldrás herida si puedo evitarlo.
Cerré mis manos en puños y respiré profundo. Mi chico se había comportado demasiado bien dentro del despacho del abogado dejándome perfectamente libre para hacer y deshacer. Sin embargo, esta situación inesperada estaba fuera de los límites tolerables de McCarty y era evidente que no iba a quedarse a un lado. Además, Renée no era una persona a la que le gustara la violencia física, por lo que el daño que pudiera causar no sería de ese tipo.
–¡Quítate de en medio y deja que salga de su escondite esa maldita ladrona! – Renée nos había alcanzado y se había parado a menos de un par de metros de nosotros.
–Primer punto, se va a calmar si quiere hablar con Isabella, señora. – Le contestó secamente Emmett. – Segundo, va a hablarle con respeto en todo momento y va a mantenerse justo donde se encuentra si no quiere que olvide que es la madre que dio a luz a mi mujer.
La tensión en el ambiente podía cortarse con un cuchillo. Incliné hacia la izquierda la cabeza y observé como el color abandonaba el rostro de Renée al tiempo que daba un paso hacia atrás sin dejar de observar a McCarty.
Emmett era un hombre alto y grande, fuerte, bastante seguro de sí mismo y con un aura peligrosa que se hacía más notoria cuando se enfadaba. Por lo que era entendible que Renée fuera consciente del posible peligro subyacente y decidiera poner distancia de por medio.
Ella llevaba puesto un vestido color morado y unos tacones de aguja a juego, junto con un abrigo de piel negro. Era completamente la antítesis de mi estilo personal. Ella siempre había optado por la elegancia y las buenas apariencias antes que la comodidad y el vestir bien para cada ocasión. Demasiado fría, extremadamente distante y deseosa siempre de sobresalir frente al resto.
Había cosas que nunca cambiarían.
No parece que seas hija mía. ¡Demuestra que eres una Higginbotham! No una maldita Swan. ¿En qué momento me equivoqué contigo?
Meneé la cabeza en un vano intento de alejar los malos recuerdos. Ella siempre se avergonzaba de mí. Y siempre me lo recordaba. En eso nunca tuvo reparos.
–Así que ahora tienes guardaespaldas, ¿eh? – La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos.
Sus ojos azules conectaron con los míos y ambas nos miramos en silencio.
Ella sonrió de lado ante mi mutismo y apoyó una de sus manos en su cintura al tiempo que adelantaba un pie zarandeaba el zapato a un lado y a otro sobre el tacón.
–Por qué será que no dices nada. – Resopló y se colocó un mechón detrás de su oreja. – Tal vez sigues siendo igual de callada e insufrible que cuando eras pequeña. – Chasqueó la lengua mientras negaba con la cabeza.
Emmett fue a dar un paso adelante pero lo detuve agarrando la manga de su camisa. Él me miró sobre su hombro y me observó a la espera.
–Déjame a mí. Por favor, Emmett. – Le susurré.
Frunció el ceño y a regañadientes volvió a su posición original, salvo que esta vez retiró sus brazos de mis costados y me dejó colocarme justo a su lado.
Se había dado cuenta que esto era otra batalla que debía luchar por mí misma.
–No puedo decir que me alegro de verte, Renée, porque sería una burda mentira. – La saludé fríamente.
Ella bufó de una forma muy poco sofisticada y se cruzó de brazos.
–Siempre tan maleducada. – Me respondió. Por lo visto había olvidado cómo acababa de saludarme a mí. – Y encima una maldita ladrona. ¿Cómo te atreves a quedarte con todo el dinero de mi madre? ¡Nunca la quisiste!
–No tengo que dar explicaciones a nadie. – Empecé diciendo mientras levantaba la barbilla. – Y mucho menos a ti. Pregúntate por qué la abuela tomó esta decisión y haz un poco examen de consciencia. A ver si así aprecias dónde has podido fallar. Y no solo con ella.
La ira danzó en sus ojos y una fea mueca se extendió por su rostro.
–No vengas a darme lecciones de vida, Isabella. Tú. Una mocosa estúpida que se quedó embarazada para enganchar a su primer novio de juventud. – Su boca se torció en asco ante lo que acababa de decir.
Negué en silencio mientras agarraba más fuerte la tira del bolso. Ella iba a abrir el cajón de mis pesadillas más profundas y le daba igual que eso me hiciera revivir todo el dolor y me destruyera de nuevo.
–Sabes que eso no es cierto. – Le rebatí. – Y cualquier cosa que digas del pasado no tiene cabida aquí.
Estaba tan cansada de esto. Tan agotada… Llevaba toda mi vida batallando por el cariño y el respeto de mi madre. Siempre luchando porque me quisiera, cuando resulta que una niña no necesita tener que demostrar que es válida para que su propia madre la quiera.
Dios.
No podía seguir más con esto.
Ella empezó a reírse con ganas, inclinando la cabeza hacia atrás y carcajeándose con descaro.
–Ya veo. – Comenzó a decir. – No quieres que tu marido se entere de que fuiste una completa manipuladora y que le arruinaste la vida a Félix con lo que hiciste. ¿Le has contado ya que por tu culpa él está en la cárcel? ¿Que eres responsable de que esté encerrado entre cuatro paredes por elegir a ese engendro de niña que tuviste? Creo que no. Si no, ya te hubiera abandonado también.
La sonrisa que me dirigió era cruel y carente de todo sentimiento amable.
El aire se había atascado en mi garganta y sentí cómo toda la sangre abandonaba mi rostro. A lo lejos pude dilucidar el brazo de Emmett rodeándome y apretándome contra su costado mientras su boca se pegaba a mi oído y me decía palabras de consuelo.
Esto no podía estar pasando de nuevo. No otra vez.
Yo no sería una víctima nuevamente. Ni de Renée ni de Félix.
Basta.
Agarré la mano de Emmett, apretándola todo lo que pude para controlarme y no lanzarme sobre Renée para quitarle esa repugnante sonrisa.
No iba rebajarme tanto. Ella no valía la pena.
Emmett me devolvió el apretón y su brazo se hizo más duro alrededor de mi cuerpo, apretándolo mucho más a su costado.
–Nunca más hablarás de mi hija de esa manera. – Le dije con la mayor rabia que jamás había sentido. Zoe era intocable y no permitiría que el odio de mi madre la alcanzara. – No tienes ni puta idea de lo que es amar a un hijo. Ni tampoco a nadie. Solo eres una estúpida mujer rica venida a menos que espera que todos besen el camino por el que pasa. Creyendo que merece un respeto que no se ha ganado jamás.
Su sonrisa se congeló y tragó saliva con nerviosismo. Antes de que pudiera intervenir, seguí hablando y le dije lo que había tenido guardado durante todos estos años. Era como si el dique de contención se hubiera roto y ya no podía contener nada más en mi interior.
–Eres cruel y una mujer tan fea por dentro que me das pena. – Sus párpados se movieron rápidamente y pude ver que su fachada de seguridad y desprecio se resquebrajaba por completo. – Nunca fui tu enemiga, Renée. ¡Soy tu hija! ¡Era tu hija!
Sus ojos se abrieron como platos cuando me oyó gritar lo último. Parecía como si estuviera saliendo de un trance atroz. Pero ya no me importaba.
Era tarde. Demasiado tarde.
–Ya no lo soy. – Susurré, lo suficientemente fuerte para que ella lo oyera. – Toda esta pesadilla se termina aquí.
Mi mirada se volvió borrosa por todo lo que estaba diciendo. Sabía que estaba siendo despiadada y brutal, pero nunca dejaría que Renée volviera a ser una amenaza para Zoe.
–No eres ya nada para mí. – Inspiré hondo y tragué con resignación el nudo que se había formado en mi garganta al decir eso último. – Olvídate que existo. Bórranos a mí o a Zoe de tu mente. Hazlo, Renée. De verdad. Hazlo. Será lo mejor, porque tú ya no eres ni siquiera un recuerdo para mí.
Todo el calor y el brillo en el rostro de Renée se evaporaron con mi última afirmación. Trató de disimular que no le afectaban mis palabras pero era evidente que lo hacían. Y lo más triste de todo es que me daba igual.
Ya daba igual.
Mis lágrimas finalmente se desbordaron de mis ojos y me giré rápidamente para hundir mi rostro en el pecho de mi chico. Él me abrazó y me guió hacia el asiento del pasajero para que me sentara. Cerró la puerta cuando me acomodé y se movió velozmente alrededor del coche para colocarse frente al volante.
Arrancó el coche y maniobró para salir del aparcamiento.
No me atreví a mirar por la ventana. No quería que mi corazón se rompiera más aún al ver si Renée continuaba allí o no.
Había tenido suficiente.
Envolví mis brazos alrededor de mi cuerpo y me apreté tan fuerte como pude, en un vano intento de que las partes rotas en mí se reconstruyeran.
Era una batalla perdida.
Las lágrimas mojaban mis mejillas y el aire apenas llegaban a mis pulmones a causa de los jadeos angustiantes que salían de mí.
Todo se estaba rompiendo y todo emergía de mí cortándome y desangrándome.
Apenas fui consciente de la velocidad en la que iba el coche, de la mano de Emmett en mi rodilla o de sus palabras amables mientras conducía. No sé hacia dónde nos dirigíamos, pero no me preocupaba. Solo podía sentir dolor y una opresión en el pecho ante todo el miedo que había traído de vuelta el reencuentro con Renée.
Muy en el fondo sabía que la herencia de mi abuela Marie traería problemas. Que era una manzana envenenada que no debería haber mordido. Pero lo hice. Y estas eran las consecuencias.
No todo podía ser tan fácil.
Tan ilusa había sido. Tan inocente creyendo que esto iría bien. Todo era culpa mía. Todo esto había sido provocado por mí y por mi curiosidad ingenua.
Aspiré profundo y un quejido más fuerte llenó la cabina del vehículo.
–Bella, cariño. – Emmett gimió mi nombre tratando de cuidarme a pesar de que no podía en estos momentos. – Ya llegamos, Fiáin. Ya llegamos, cielo.
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