Segundo capítulo. En este ya sale Scott. Y por cierto, gracias a Irijb por su review. No sabía que "tú" eras "tú".

Sentado en uno de los bancos del jardín, pensó que por primera vez había tenido un buen día.

Sí, aquel era el primer buen día de toda su vida, al menos en cuanto a lo que podía recordar. Porque lo único que podía recordar eran las últimas tres semanas. Seguramente había tenido más días buenos en su vida, pero lo cierto es que no lo sabía. Y aquel era el mejor de su estancia en el hospital: hacía buen tiempo, los pruebas habían sido más sobrellevables que de costumbre, las jaquecas iban cesando y la comida no había estado tan mal.

Había despertado un día cualquiera, con un tubo metido en la garganta y un extenuante dolor de cabeza. Muy confundido. No tenía la menor idea de dónde estaba, qué había pasado, qué demonios hacía en ese sitio y cómo había llegado allí. Poco después descubrió que tampoco sabía quién era ni de dónde había salido. En el hospital tampoco tenían la menor idea. Un tipo que iba de excursión a pescar le había encontrado inconsciente cerca de un lago, y al ver que era imposible despertarle había optado por llamar a una ambulancia. Sólo tenía un dato de sí mismo: era mutante. Era, en pasado. Al intentar uno de los paramédicos levantarle un párpado para verle las pupilas, había salido un rayo de su ojo que había abierto en el techo de la ambulancia un agujero de tamaño considerable, y lo mismo le habría ocurrido al desgraciado médico si no se hubiera apartado a tiempo. Con el fin de evitar riesgos en el resto de pruebas que deberían hacerle, se decidió administrarle La Cura, un medicamento genético que subsanaba la alteración en el ADN que provocaba la mutación. Así que desde entonces, ya ni siquiera era mutante. Era un tipo completamente normal, alrededor de los treinta años, que podría ser cualquiera. Aunque de momento no tenía por qué preocuparse, hasta que le dieran el alta y tuviera que buscarse una vida. Había estado en coma casi dos semanas, así que todavía le quedaba mucho tiempo de recuperación en el hospital. Algo había estado a punto de destrozarle el cerebro, tenía suerte de que las únicas secuelas que le hubieran quedado fueran la amnesia y las migrañas, que si bien fastidiaban bastante de vez en cuando, no eran lo peor que le podía haber pasado.

-¿Qué tal va la tarde?- le preguntó de repente una de las enfermeras, que se había detenido a su lado. Había un pique entre dos de ellas a ver cuál lograba pasar más tiempo con él. Lo cierto es que su desvalimiento despertaba el instinto maternal de todo el personal femenino del hospital, atracción acentuada por sus ojazos azules y cara de angelito.

-Bien, bien.- respondió él con una sonrisa.- No me puedo quejar hoy.

-Me alegro. Estás mejorando mucho últimamente.

Él asintió al tiempo que recorría el jardín con la mirada. Normalmente tranquilo, aquella tarde parecía mucho más concurrido. Fue entonces cuando recordó que era miércoles.

-Es día de visita¿eh?- comentó.

-Sí- respondió la chica, tomando asiento a su lado.- ¿Te encuentras bien?

-Claro, ya te lo he dicho. ¿Por qué?

-Me refería a con todo esto de las visitas. Debe de ser duro no tener a nadie que venga.

-Oh, da igual- replicó él inclinándose hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas-. De todas formas, aunque tuviera a alguien no me acordaría.

-Eso es lo que quiero decir.

El joven se encogió de hombros. Había tardado en superar la desorientación que había sentido al principio, pero ahora el hecho de no saber siquiera quién era parecía secundario. Mientras estuviera en el hospital estaría seguro y protegido, después ya pensaría en algo.

-Me importa más el hoy que el futuro.- sentenció, perdiendo la mirada en el vacío- Hoy no he tenido migrañas, sólo me han sacado sangre una vez y la cita con el psicólogo ha sido mucho menos incómoda que en otras ocasiones. Mañana, ya veremos cómo van las cosas.

La enfermera le miró con gesto consternado, y se decidió a preguntar:

-¿Todavía no recuerdas nada?

Él hizo un gesto negativo.

-Nada.

-Tampoco te obligues a hacerlo. No es bueno.

-Ya lo sé.

-Muy bien.- la chica se puso en pie.- El deber me llama, si necesitas algo, avísame. A mí. No a Heather ni a ninguna otra.

Él sonrió. Pobre muchacha. Realmente no entendía qué veían en él, un perdido sin punto de referencia, sin pasado, con el presente pegado a un montón de pruebas que debían comprobar qué le había dañado el cerebro, y sin mucho futuro, para qué engañarse.

-De acuerdo.

La enfermera también sonrió antes de desaparecer corriendo por el jardín. Él la vio desvanecerse en la distancia y se recostó contra el respaldo del banco. Cerró los ojos y se abandonó al sol tibio de la tarde, a ver si con un poco de rayos UVA se le iba por fin aquella palidez que le hacía parecer más enfermo de lo que se sentía. Porque lo cierto es que últimamente se sentía bien. Cada vez mejor.

-Hola.

Una voz infantil acababa de llegarle desde el otro lado del banco. Abrió los ojos. Un crío de unos siete años se ataba una de las zapatillas de deporte con el pie apoyado en el banco, más alto que él, en una posición digna de una bailarina haciendo ejercicios en la barra.

-Hola.

-Me llamo Mike¿y tú?

Buena pregunta.

-Pues si quieres que te diga la verdad, no lo sé. Paciente número 745, creo.

El niño esbozó una sonrisa entre incrédula y divertida.

-Es imposible que no sepas tu nombre.

-No lo sé, te lo juro. No me acuerdo de nada.

-¿De nada?- preguntó el niño con el ceño fruncido, empezando a creer.

Él negó con la cabeza.

-¿Y eso es porque estás enfermo?

-Algo así.

Mike sacudió la cabeza, más serio, y se encaramó en el banco para sentarse junto a él.

-Mi abuelo también está enfermo.- explicó.

-Vaya. ¿Y tampoco recuerda nada?

-No es que no recuerde nada, es que no hace nada. No habla, no se mueve.

-Vaya.- repitió él- Lo siento.

Apenas había acabado la frase cuando vio cómo, desde la espalda del banco, unos brazos enfundados en una chaqueta rosa aparecían y se llevaban al pequeño en volandas. Se giró y vio a una mujer, probablemente la madre del crío, con aspecto de andar con bastante prisa.

-¿Cuántas veces te he dicho que no molestes a los demás pacientes, eh?- le riñó ella al niño, pero sin demasiada severidad.

-No importa, no me molesta.- se apresuró él a quitarle importancia.

-No hace falta que finja, a veces mi Mike hace demasiadas preguntas.- cruzaron una sonrisa y por fin ella pareció entrever que lo de que no molestaba iba en serio. Lo cierto era que aquel tipo parecía muy agradable.- Lo siento, no me he presentado. Summer Darkholme.- dijo dejando al niño de nuevo en el banco y tendiéndole la mano.

-Paciente número 745, o John Doe, como prefiera.- respondió él a su vez.

El rostro de Summer se contrajo en una mueca de extrañeza que se borró un segundo más tarde para transformarse en un gesto tipo "oh, Dios mío, cómo puedo ser tan torpe"

- Lo siento.- murmuró- Amnesia. Eso es lo malo cuando estás en un hospital, nunca sabes qué puedes preguntar y qué no. De verdad que lo siento.

-No importa. Ya me he olvidado de bastantes cosas para intentar olvidarme también de esto.-la tranquilizó él.-¿Ve? Incluso bromeo con ello.

-Bien. Me alegro de que al final no haya sido nada. Tenemos que irnos. Mi hermana nos está esperando, hemos venido a hacer una visita. Vamos, Mike. -Da igual, ya viene ella.- replicó el niño al ver a su tía Raven acercarse a ellos.

l paciente siguió la dirección de los ojos del niño para encontrar el rostro de su tía. Ella también le devolvió la mirada y durante un segundo su expresión se transformó. Detuvo sus pasos en seco, como si algo la hubiera dejado atónita. Como si hubiera visto un fantasma.Y en el mismo momento, él sintió, muy a su pesar, que el dolor de cabeza estaba regresando. Como un latigazo o un clavo que le hubiera atravesado el cerebro desde una sien a la otra. Cerró los ojos bruscamente, la luz solar que tan agradable le parecía un segundo atrás ahora era todo un suplicio.

-Bueno, vamos de todas formas.- la voz de Summer en sus oídos fue otra violenta descarga de dolor. No se atrevió a abrir los ojos, pero por la dirección de la voz le pareció que se había girado hacia él para decir, preocupada- ¿Se encuentra bien?

-Sí, no es nada, tengo migrañas, pero no se preocupe.

-¿Quiere que avise a alguien?- insistió ella.

-No, gracias, de verdad, se pasará enseguida.-respondió él, entreabriendo los ojos y tratando de forzar una sonrisa tranquilizadora.

-Bueno. Nosotros tenemos que irnos.- cogió al niño de la mano y se alejó dos pasos en dirección a su hermana, que les esperaba a unos metros de allí.- Que se mejore.

-Gracias.

Cerró los párpados de nuevo y oyó los pasos de la madre y el crío alejándose. Su último pensamiento, mientras se masajeaba las sienes y se decidía a entrar en el edificio, fue que se había equivocado. El mejor día de su estancia en el hospital no iba a ser ése. Al menos, el final no era exactamente como él se lo esperaba.