4.

En la habitación del hospital, el paciente 745 leía una revista sobre motos. Le gustaba. Llegó a pensar que tal vez en esa vida que no recordaba había tenido una moto grande y que conducirla había sido una liberación para él. Pero en fin, ya daba igual. Ni siquiera recordaría cómo llevarla, y quién sabía si ella había sido la causa de su accidente. Exceso de velocidad, accidente, traumatismo craneal de padre y señor mío. No habían encontrado ninguna moto, o al menos a él no se lo había dicho. No, no debían de haber encontrado nada porque si no todo habría sido mucho más fácil. Los médicos no estarían estrujándose la materia gris para ver lo que le había producido aquel extraño shock en el cerebro.

Levantó la vista al oír que alguien entraba a la habitación. Era Heather, la enfermera que había ganado el pique de pasar más tiempo con él, ya que a la otra la habían trasladado a obstetricia. Le sonrió y ella le devolvió la sonrisa, zalamera y con una curiosa expresión de niña traviesa en la cara.

-Tengo algo que decirte.

-¿Vaya, y qué es?- preguntó él.

-Es bastante fuerte. ¿Seguro que estás preparado?

-Estoy sentado, no me pasará nada si me desmayo. Adelante.

El rostro de la enfermera adoptó un gesto más grave, tomó aire y justo cuando él empezaba a preocuparse, temiendo que le dijera algo como que le quedaba un mes de vida, soltó una noticia que casi le dejó más atónito que lo que había pensado.

-Hemos encontrado a tu padre.

¿Su padre¿Qué? Dios, sí, debía de tener familia. Y probablemente llevaban todo ese tiempo buscándole como locos. Había alguien. Alguien que debía haberse estado preguntando por qué no regresaba a casa ni llamaba por teléfono, si le habría pasado algo malo. Sí, había un padre que había buscado por todos los hospitales a un hombre que se correspondiese con la descripción de su hijo, y que por fin había dado con él. Lástima que no supiera qué cara tenía ese padre, ni si había una madre y hermanos. Tal vez incluso amigos, y una chica, una novia o una esposa. También podía haber hijos. Se sintió un poco aturdido al pensar en todo ello, sería demasiada para él conocerlos a todos de repente, como en una gran fiesta. Demasiado confuso. Empezó a notar un aviso de jaqueca y se obligó a calmarse. Empeoraba mucho más cuando estaba nervioso.

-No parece que te lo hayas tomado muy bien.-dijo ella.

-No pasa nada. Es extraño. Como si ni siquiera me hubiera planteado que podía haber alguien por ahí... buscándome.

La enfermera le miró, compungida. Esperaba otro tipo diferente de reacción.

-¿Quieres verle?- preguntó, un poco menos entusiasta que la primera vez.

-¿Está aquí?

-Sí. Pero no estás obligado a verle si no quieres.

No estaba seguro de lo que quería. Pero reencontrarse con su padre debía ser bueno. Debía ayudarle a recordar. No estaría para siempre en el hospital, por mucho que intentara centrarse en el presente. Un día todo eso se acabaría, y tendría que tener algo a lo que agarrarse cuando eso ocurriera. Ahora mismo, aquel que decía ser su padre era un desconocido, pero si lo analizaba, todos eran desconocidos. Ninguna cara le resultaría familiar. Así que, por qué no confiar en la primera persona que intentaba ponerse en contacto con él.

-Que pase.-aventuró.

Apenas un segundo más tarde, un hombre de unos sesenta y tantos años entró en la habitación. Él observó sus facciones: nada. Pero bueno, ya lo había imaginado. El desconocido, o su padre, o quien fuera, se dirigió hacia él y lo abrazó.

-Por fin, Scott, por fin.- murmuró mientras lo estrechaba entre sus brazos.

O sea que Scott. Vaya. Ya podría decirle su nombre al próximo que le preguntara. Cuando se separaron, trató de sonreír. El gesto de alivio y al mismo tiempo sana preocupación dibujado en el rostro de aquel hombre parecía casi sincero. Tal vez era su padre de verdad, sólo que malditas las posibilidades de comprobarlo.

-Ya sabe que tiene amnesia.-dijo Heather.

-Oh, sí, sí, lo sé. He hablado con los médicos, como es mi responsabilidad.- replicó el hombre, un poco estirado. Era casi divertido, afectado como un actor shakespeariano. Después se volvió hacia Scott, mirándole a los ojos.- ¿Nada¿No recuerdas nada?

-Ya le he dicho que no...- insistió la enfermera.

-¡Por el amor de Dios, deje que hable él!

Heather se quedó, toda tiesa, intimidada por la reprimenda, junto a la puerta. El joven hizo otro tanto, mientras pensaba que aquel hombre (su padre o no) debía tener mucho dinero, o ser alguien muy acostumbrado a mandar y que le obedecieran.

-¿Nada?- volvió a preguntar éste, más calmado.

-No.-contestó Scott.- Nada.

-¿Ni tu nombre?

-Acabo de averiguarlo.

La mirada del extraño le incomodaba. Parecía como si estuviera todo el tiempo intentando adivinar si le mentía. Sin embargo, después de un momento de silencio, debió convencerse de que le estaban diciendo la verdad, apartó la mirada y comenzó a hablar.

-Bien.- dijo tras un ligero carraspeo.- Te llamas Scott Summers, yo soy Eric Lensherr y como verás, no soy tu padre biológico, pero soy el único que has tenido. Tu madre y yo te adoptamos cuando tenías doce años. Vivíamos en una casa a las afueras de Nueva York, una casa grande, con piscina. Te gustaba mucho jugar en la piscina cuando eras un crío.- sonrió, como si rememorara un recuerdo feliz.- Bueno, ya la verás cuando te den el alta y vayamos a casa. Seguro que cuando estés en un entorno familiar empezarás a recordar.

No había ninguna casa de campo, ninguna piscina ni ninguna adopción que remotamente le sonaran. No obstante, Scott le animó a continuar. Quería saber más. Tenía la esperanza de que una anécdota, un nombre o una palabra fuera la llave que abriera el compartimiento en el que estaba encerrada su memoria.

-Háblame de mi madre.

Eric tragó saliva y respiró hondo antes de comenzar.

-Me temo que ella es la causa de que todo esto esté ocurriendo.- dijo en tono sombrío.

-¿Por qué?

-Porque murió. Hace dos meses. Fue un golpe terrible para todos, pero especialmente para ti. Estabais muy unidos. No podíamos tener hijos, y ella siempre se volcó en ti. Después de aquello, te retraíste del mundo, tuviste una depresión que te cambió por completo. Por eso, cuando desapareciste, tuve miedo de que hubieras hecho alguna estupidez.

-Yo no soy así.-replicó Scott rápidamente.

-¿Cómo lo sabes... si no recuerdas nada?

El joven se detuvo bruscamente tras esa pregunta. No le había parecido muy paternal, pero se lo quitó de la cabeza enseguida. Aquel hombre sí que era su padre, sólo que estaba nervioso, y que le aterraba la idea de que la mente de su hijo estuviera en blanco. No merecía la pena desconfiar por desconfiar. El recelo inicial se le pasaría cuando se reencontrara con más de sus antiguos conocidos.

-Perdonen, pero no conviene cansarlo.-la voz de Heather llegó desde la puerta, más tímida, temiendo otra réplica como la de antes.

-Ya lo sé.- Eric asintió suavemente con la cabeza, y se volvió hacia Scott.- ¿Pero sabes qué? Voy a pedirte el alta voluntaria. Conozco médicos buenísimos que estarán dispuestos a cuidar de ti en casa. Creo que será mucho mejor. Dime, te hace ilusión volver a casa¿verdad?

-Sí.- respondió Scott sin mucho convencimiento. Una vez más no estaba seguro de lo que quería.

-Intentaré que sea para mañana mismo.- concluyó este poniéndose en pie.- Enfermera, lléveme con el facultativo encargado del caso.

Heather, sin atreverse a contradecirle, salió de la habitación para guiarle hasta el despacho del doctor. Eric la siguió, muy serio, y sólo se giró para mirar a Scott a los ojos una vez más antes de marcharse.

-Azules.- murmuró.

-¿Qué?- le preguntó Scott, extrañado.

-El color de tus ojos. No importa. Nos veremos mañana.- aclaró antes de salir de la habitación cerrando la puerta tras él.