Esta vez me he reído con las reviews del pasado capítulo, lo de Papá Magneto, y sobre todo, lo de haberte desconcertado Irijb. Jeje, eso era exactamente lo que pretendía 8P.Disfrutad de este, y lo siento mucho por Spanish Little Girl porque en este capi pasa algo que sé que no le va a gustar nada...
5.
Pegado a la ventanilla del coche, Scott observaba la ciudad de Nueva York con una curiosidad desconocida. Al parecer había vivido allí toda su vida, pero era como si la viera por primera vez. Y le encantaba. Cosas de la amnesia, el mundo se volvía mucho más interesante cuando durante un mes se había reducido a las cuatro paredes y el jardín de un hospital. Recordaba que existía una estatua de la Libertad, un Empire State, unas Torres Gemelas (fue todo un impacto cuando Eric le dijo que hacía cinco años que ya no existían), pero era como si nunca las hubiera visto. Como un viaje, pero un viaje a casa.
Sin embargo lo mejor fue llegar a su supuesto hogar. Joder, pensó¿cómo puedo haberme prácticamente criado aquí y no acordarme? Cualquier persona en sus cabales no podría olvidar esto en su vida. La casa era enorme, preciosa, toda una mansión de principios del siglo veinte. El jardín, otra maravilla, nada que ver con el soso trozo de césped del hospital. Y la piscina. La piscina donde él se bañaba de niño. Todo era precioso, fascinante, pero ni aún así le despertaba ningún recuerdo, ninguna imagen, ninguna sensación. Le dejaba totalmente frío. Y eso le preocupaba: los médicos habían dicho que posiblemente en un entorno familiar empezaran a surgir pensamientos, ideas, algún "déjà vu". Pero nada. Era como si lo viera todo por primera vez. Y para colmo, otra vez le dolía la cabeza. No era de extrañar porque había sido un día mucho más ajetreado de lo que acostumbraba, pero no podía esperar para buscar un sitio oscuro y tumbarse un rato. Al final Heather iba a tener razón: aquello le estaba cansando demasiado.
-¿Te encuentras bien?- le preguntó Eric al verlo un poco desorientado, nada más entrar en la casa.
-No lo sé. Creo que esto es más de lo que puedo asimilar por un día.- se explicó él.- Estoy agotado, me gustaría echarme un poco.
-Muy bien. Te acompañaré a tu habitación, supongo que no recuerdas donde está.
Scott negó con la cabeza. Obviamente.
-Por ahí.-señaló Eric unas amplias escaleras de madera oscura. Él le siguió. Al llegar a la mitad dudó que fuera capaz de llegar al final. La migraña se había acentuado, y eso que el lugar no era especialmente luminoso ni ruidoso. La verdad es que lo que sentía en ese momento no era dolor, sino más bien calor. Un extraño calor dentro de la cabeza, como si algo le estuviera friendo el cerebro. Se palpó el bolsillo y comprobó que aún llevaba el frasco de Vicodin que le habían dado en el hospital. Era un analgésico bastante fuerte, pero en ese momento lo estaba necesitando.
-Esta es tu habitación.- la voz de Eric llegó desde fuera, como si fuera una radio o algo parecido, no una persona hablando a su lado. Scott cogió la cama y sin abrir los ojos se dejó caer en ella, antes de oír de nuevo aquella voz.- ¿Seguro que estás bien?
-Ya se me pasará, me da de vez en cuando, es una consecuencia del accidente o lo que fuera. Me tomaré las pastillas y estaré bien enseguida.- aseguró Scott.
-De acuerdo, te subiré un vaso de agua.
Oyó los pasos de Eric alejarse, escaleras abajo, y trató de respirar hondo para paliar el dolor. Todavía ningún médico había sido capaz de descifrar qué se lo causaba. A ese paso tendría crisis de migraña para el resto de su vida, aunque si se prolongaba demasiado no estaba seguro de que pudiera vivir muchos años más.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que no se había parado a observar la habitación y buscar algo que despertara sus recuerdos. Nadie lo habría hecho en esas condiciones, pensó consolándose, pero debía hacerlo en cuanto volviera a tener todas sus facultades físicas plenamente. De nuevo pasos, Eric regresaba con el agua. Sacó el frasco de pastillas de su bolsillo y sin abrir los ojos sacó dos, se las metió en la boca y se incorporó para coger el vaso de agua.
-Aquí tienes.- reconoció la voz y pudo entrever con los párpados entornados que algo se dirigía hacia él .
Los abrió para evitar derramar el vaso al cogerlo a ciegas, y le sorprendió en primer lugar, y le aterró en segundo, estar viéndolo todo en rojo. Se volvió hacia Eric, cuya expresión se había transformado radicalmente, miró de nuevo al vaso, y cuál fue su sorpresa al notar como si algo se descargara desde el interior de su cabeza a través de sus ojos, un rayo o lo que fuera, yendo a dar en el vaso que se hizo añicos en la mano del hombre que lo llevaba. Se detuvo, y una milésima de segundo más tarde volvió a resurgir con más fuerza y más intensidad que antes. La pared de la habitación se agujereó allí donde el rayo había tocado. Volvió a apretar los párpados de forma instintiva, aterrorizado.
-Así, mantenlos cerrados. Ni se te ocurra abrirlos de nuevo.- le dijo Eric, aparentando estar calmado pero con un temblor inconfundible en la voz.
-Descuida. No los abriría.- Scott se cubrió los ojos con la mano, por si acaso, y preguntó.- ¿Qué demonios ha sido eso?
-¿No te dijeron en el hospital que eras mutante?
-Era ¡Era!.- replicó Scott, sin poder contenerse.- ¡Ya no lo soy¡Me trataron con la Cura!
Eric suspiró, negando lentamente con la cabeza.
-La Cura es un fraude.- soltó con toda la naturalidad del mundo.- El 60 por ciento de los tratados ha vuelto a mostrar su mutación en un período de un mes aproximadamente. Si no es que a la larga se vuelve inútil para todos.
Scott apretó los párpados con más fuerza, maldiciendo para sus adentros. Mierda de compañías farmacéuticas. Deberían haberlo advertido, o haber hecho más pruebas antes de lanzar definitivamente el medicamento. ¿Qué diantres iba a hacer ahora? Tendría que ir a ciegas, abrir los ojos lo convertía en un peligro público. Recordó, entonces, que antes del accidente tenía la misma mutación y que tendría que apañárselas de alguna forma. No sabía cómo, pero debía de hacerlo. O quizá, y eso ya fue lo peor que podía pasársele por la cabeza, antes se había acostumbrado a ir por el mundo sin ver nada. En el fondo tenía sentido, hacía comprensible el hecho de que las cosas que veía no le resultaran familiares. Tal vez nunca antes las había visto. Y el comentario de Eric sobre el color de sus ojos tampoco era tan descabellado y absurdo como le había parecido. No sabía de qué color eran sus ojos. Nunca se los había visto.
Ese pensamiento lo dejó totalmente destruido. El resto de su vida sería ciego. Y hasta su accidente también lo había sido. Curiosamente, lo primero que le vino a la cabeza fue que eso descartaba la hipótesis de la moto. Nunca habría podido conducir una.
-Espérame aquí.- dijo Eric de nuevo rompiendo aquel horrible silencio.- Volveré enseguida. Y por lo que más quieras, no abras los ojos.
Sus pasos se alejaron una vez más, dejando a Scott solo en la oscuridad, con el corazón latiéndole a mil por hora, sumergido en una horrible incertidumbre. No tenía ni idea de qué iba a pasar. Ojalá Eric llegara por fin y le diera alguna pista de cuál iba a ser el siguiente paso. Pensó en el miedo que debía haber pasado la primera vez que se le manifestó la mutación, esta vez iba medio avisado, aunque no se lo hubiera imaginado jamás. Pero la primera vez, siendo un crío o un adolescente, debía de haber sido casi peor. Si era posible. Tenía que preguntarle a Eric. Si era su padre, aunque fuera adoptivo, tenía que saber cómo ocurrió la primera vez.
-Ya estoy aquí.-dijo éste, que acababa de llegar. Scott notó que se sentaba en la cama junto a él y le tendía algo.- Cógelo.
Dudó un segundo. Le aterraba la idea de apartarse la mano de los ojos. Finalmente se decidió, apretando los párpados al máximo, extendió las manos y notó cómo le ponían algo en ellas. Lo palpó. ¿Unas gafas?
-¿Unas gafas?- exteriorizó, y añadió.- Esto se cargó el techo de una ambulancia, las gafas no aguantarán ni un segundo.
-No son simplemente unas gafas.- la voz de Eric sonaba ligeramente temblorosa, pero no de miedo, sino de emoción. Había un cierto deje ilusionado.-No sabes cómo esperaba el momento en que tuviera que dártelas. Póntelas.
En fin. Más valía que tuviera razón. Scott abrió a tientas las patillas y se las encajó bien tras las orejas. Sintió inmediatamente algo que rodeaba el contorno de sus ojos. No eran unas gafas normales, más bien parecían unas de natación, que no dejaban espacio libre por los lados de la lente.
-Abre los ojos.- le instó Eric, en el mismo tono emocionado.
-¿Seguro?
-Totalmente.
Tomó aire y lo soltó lentamente antes de decidirse a levantar los párpados, aunque fuera sólo una rendija. Aún veía en rojo, pero nada de los alrededores resultó dañado. Se las ajustó mejor y se volvió hacia Eric, que le miraba, al parecer, orgulloso. Otra vez el mundo estaba al alcance de su mirada. Gracias a Dios.
-Funciona.- dijo para sus adentros.
-Te dije que estaba seguro.
Eric le sonreía. Se le veía feliz. Más satisfecho de lo que nunca lo había visto en los dos días en los que lo conocía.
-¿Usaba estas gafas¿Antes del accidente?
-Las llevabas siempre. Y otras con goma para dormir. Y otras más.- no especificó qué particularidad tenían las últimas.
-¿De qué están hechas?
-Cuarzo rubí. Es lo único que aguanta tus descargas de energía. Debe de ser por su composición química, no lo sé exactamente.
-Increíble.- murmuró, y aún se sorprendió más al darse cuenta de otra cosa.- Y el dolor de cabeza. Se ha ido.
-La energía estaba retenida dentro de tu cerebro. Te estaba friendo las neuronas.
Scott asintió suavemente. Era lo que había pensado al tener esa migraña tan fuerte. Se había tragado las dos pastillas de Vicodin sin darse cuenta, con el susto, pero era imposible que hubieran actuado tan rápido.
-Era inevitable que esto ocurriera.- continuó Eric.- Así que cuanto antes, mejor.
Se puso en pie y se dirigió hacia la ventana, clavando su mirada en el exterior, en el jardín y la piscina a los que daba la cara sur de la mansión, pensativo.
-Desde el momento en que te conocí- comenzó- estuve muy orgulloso de quién eras y cómo eras. Lo mismo me ocurrió con tu hermana, y conmigo mismo. Por eso, aunque todos te hayan vuelto la espalda, nunca te rindas ni te resignes a ser algo que no eres. Os educamos a todos para que estuvierais felices de ser mutantes, para que pudierais sacarle provecho a vuestro don y demostrar que no es un error, una aberración, sino una ventaja. Pero en este momento el mundo no piensa lo mismo. Hay quien reniega de ello, o que simplemente quiere vivir igual que si no lo tuviera. Hay una ley en la naturaleza, Scott: la supervivencia del más fuerte. Y nosotros, nos mires por donde nos mires, somos más fuertes que esos pobres homos sapiens.
El joven sonrió, algo extrañado. Le parecía que no había acabado de comprender todo aquello. Abrió la boca para preguntar algo, pero Eric se volvió hacia él, dirigiéndole directamente a los ojos (o a las gafas) una mirada que no pudo descifrar pero que le quitó las ganas de hacer preguntas. Acto seguido, salió del dormitorio sin mediar palabra y Scott se preguntó si era algo inherente a todos los hijos, o si de verdad, de entre todos los padres del mundo, a él le había tocado el más raro. Si es que de verdad era su padre, le asaltó la idea provocándole un incómodo escalofrío.
