6.

Raven dirigió una mirada recelosa a su imagen en el espejo. Al verla, murmuró una exclamación de ira y de lamento al mismo tiempo. No era ella misma la que le devolvía la mirada, sino una anciana asiática de metro cincuenta metida en su propio uniforme de camarera de Starbucks.

-¿Raven? Llevas un siglo ahí metida, ¿pasa algo?

Sí, sí pasa algo, no sé cómo demonios pero mi mutación ha vuelto, pensó mientras se concentraba con todas sus fuerzas para retomar su apariencia normal. En cuanto notó que sus facciones empezaban a transformarse, corrió al servicio para evitar que nadie se diera cuenta. Y de eso ya hacía quince minutos. Sus compañeras estaban empezando a preocuparse. Genial, se dijo. Mi tercer día en este trabajo y ya me van a despedir. La idea volvió con más fuerza al oír la voz de su jefe y dos enérgicos golpes en la puerta del lavabo.

-¡Eh, Darkholme! ¿Se puede saber qué coño haces? Espero que no te estés drogando. Porque si entro ahí y descubro algo que me indique que te estás chutando, te convertirás en la ganadora del récord Guiness al empleo más breve del mundo.

-No pasa nada, salgo enseguida.- respondió, pero su voz sonó demasiado asustada para parecer creíble.

Si Eric Lensherr hubiera sabido que esto iba a pasar, nunca la habría dejado tirada, se dijo mientras afortunadamente los rasgos de la señora coreana empezaban a difuminarse para volver a ser los suyos. Miró en el espejo cómo sus ojos se agrandaban de nuevo, cómo el cabello se hacía más corto, el cuerpo más esbelto y la piel más tersa. El uniforme volvía a ser de su talla. No se había impresionado tanto como la primera vez, en la televisión y todos los periódicos corría ya la noticia de que el milagroso medicamento de los laboratorios Worthington era un fraude. Pero sí la invadió un extraño sentimiento de tristeza y melancolía. Si sólo hubiera ocurrido unas semanas antes, en aquel camión, si la Cura hubiera demostrado no ser eficaz desde el principio, ahora no estaría pudriéndose en aquella cafetería franquiciada, ni tendría que haber regresado con su hermana, que no había vuelto a ser la misma desde la discusión sobre Mike. En su lugar, estaría en donde debía estar, al lado de su protector y su mentor, donde había estado siempre, donde sentía que encajaba. Sí, junto al mismo hombre que la había abandonado en cuanto no fue útil. Traidor de mierda, le llamó entre dientes antes de tomar aire y disponerse a regresar al trabajo.

Abrió la puerta del lavabo para encontrarse a todo el personal de la cafetería mirándola como si esperaran algo extraño. Ja. No iba a darles ese gusto.

-Lo siento.- dijo, furiosa, no tanto por la situación sino por lo que había pensado antes de salir del baño.

-No tengo que preocuparme por nada, ¿verdad?- le preguntó su jefe.

-No, por nada.

-Entonces al trabajo. Hay clientes esperando.

Sin mediar palabra, Raven pasó por su lado con la cabeza gacha y se situó de nuevo tras el mostrador, la vista clavada en la caja registradora, mientras murmuraba apáticamente la frase que ya la tenía harta: buenos días, qué desea.

-De nuevo juntos, Mística.-oyó que le respondía una voz masculina, más que conocida, en lugar de pedir un capuchino con canela y leche desnatada, por ejemplo.

Se estremeció al levantar la mirada, sin dar crédito a sus oídos, y encontrar frente a sus ojos al hombre en el que estaba pensando hacía apenas unos segundos. Eric Lensherr, ahí mirándola con toda la desfachatez del mundo, sonriendo incluso. Era una de esas ocasiones en las que parecía un tipo como otro cualquiera, entrado en años, que se toma un café después de echar su partidita de ajedrez de por las mañanas en Central Park. Casi amable. Alguien que le dirigiría alguna palabra bonita e incluso dejaría propina. Pero no lo era, y si estaba allí no había sido desinteresadamente. Lo conocía demasiado como para creer eso.

-¿Qué haces aquí?- soltó. Le hubiera gustado permanecer fría, pero no pudo. Aún le dolía lo que él le había hecho.

-He venido a por ti. Quiero que hablemos.

Siempre hablaba de esa manera tan calmada, tan seria, un poco afectada a veces, conseguía que con sus palabras todo pareciera factible y justo. Raven se odió por pensar eso de él. En un momento de su vida le había apreciado, había sido la única persona con la que se había sentido segura. Pero ya no. No quería verle. No quería siquiera hablar con él. Ya había roto con esa época.

-Pues yo no quiero hablar.- dijo, con toda la firmeza que pudo.-Y ahora, si no vas a pedir nada, vete.

-Oh, vamos, vamos. No iremos a tener una regresión al pasado ahora.- respondió él- A la negación. Creía que habíamos superado eso.

-Yo también. Ya no tengo que preocuparme más por ello.- mintió, recordando lo que le había ocurrido hacía un momento con la anciana coreana.

-Sé lo que quieres decir, pero te equivocas. Basta con que veas las noticias. Si aún no ha vuelto, no creo que tarde en hacerlo.- observó el rostro de Raven durante un momento, y después añadió lenta y comprensivamente.- Pero ya ha vuelto, ¿me equivoco?

Ella no respondió. No estaba dispuesta a confesarle la verdad. Con él se había acabado todo. Si había sido tan despreciable como para prescindir de ella a la primera de cambio, no se lo merecía.

-Oiga, amigo, ¿por qué no termina de una vez?- le incriminó a Eric otro cliente que iba justo detrás de él en la cola.

Éste ni siquiera se volvió. Miró a Raven con una sonrisa de resignación, compadeciéndose del pobre diablo que se había atrevido a reñirle.

-Hay tipos que no tienen ni un mínimo de educación. No entienden que una conversación privada es una conversación privada.

-No hay ninguna conversación aquí.-dijo ella.- Y ahora, por favor, pide o márchate. Me estoy jugando el empleo.

-¿Y qué más te da? Lo odias.- la chica le dirigió una mueca desconcertada.-Créeme, no hace falta ser Charles Xavier para darse cuenta de eso.

-Ahora tengo una vida.- replicó Raven. Quería cortar de una vez. Y como no podía irse, sólo le quedaba la opción de que se fuera él.

-Una vida que también odias. Admítelo. Eras más feliz antes.

-Sí.-ella asintió tristemente con la cabeza. Se sentía peor a cada segundo. Estaba cansada, furiosa, lo único que quería era olvidar y hacerse a la idea de que su nueva vida era lo único que le quedaba.- Pero no puedo regresar a lo de antes. Me echaron de allí con todas las de la ley.

Por primera vez Eric pareció sinceramente incómodo, dolido. Quizá arrepentido. Quizá culpable. No se atrevió a mirarla a los ojos.

-Lo sé. Precisamente por eso he venido.- confesó, en voz baja y tono grave.

-Si no hace ya su pedido, tendré que avisar al encargado.- amenazó el tipo de la cola.

Eric siguió ignorándolo. Se inclinó hacia su antigua discípula sobre el mostrador, y descargó por fin lo que quería decir desde el principio.

-Sé que te sonará a mentira, a estereotipo o a lo que quieras. Pero también tú sabes que siempre he sido sincero. Está bien: te abandoné, a mí también me abandonaron. Y fue entonces cuando me di cuenta de que había cometido el peor error de mi vida. Siempre me fuiste fiel. Más que ninguno de los otros lo será nunca.

Ella eludió su mirada. No podía mostrarse vulnerable. Ahora, y frente a él, no.

-Estoy intentando... reorganizar algo.- continuó.- Mereces que cuente contigo. Piensan que estamos acabados, pero se equivocan. Vamos a demostrarles que se equivocan.

-Estoy harto.- el cliente impaciente, cansado de esperar, hizo a Eric a un lado de un empujón y se colocó ante el mostrador.- Un café solo doble, señorita.

Raven se dirigió a preparar el pedido sin volver a mirar a su mentor. Él, a un lado de la cola, la miró largamente y decidió que no era el momento. Debía encontrarla de nuevo y hablar con más tranquilidad. Tal vez de ese modo lograría hacerla entrar en razón.

-Está bien.- masculló.- Está bien.

Dio media vuelta y se dirigió lentamente hacia la puerta del local. Justo antes de llegar a la puerta recordó algo. Se volvió un segundo hacia el hombre que había interrumpido la conversación. Se había fijado que llevaba una cadena gruesa de oro falso en el cuello. Hizo dos giros con la mano y un segundo más tarde le vio desplomarse, estrangulado, en el suelo. Así aprenderá modales, pensó antes de abrir la puerta para salir. Sin tocarla. Sí, aquello cada vez iba mejor