Aviso: puede que este sea el último capi que suba hasta septiembre. Por fin me voy de vacaciones: a la playita y puede que a Barcelona. Si todo va bien, el domingo antes de irme habrá otro, si no, en cuanto regrese estará el siguiente. Besikos y reviews porfa!

8.

Eran las cuatro de la tarde cuando Raven oyó el timbre de la puerta de casa. Sólo trabajaba medios turnos, con lo que podía quedarse con Mike mientras su madre estaba en el trabajo. En esa ocasión, Summer no regresaría hasta la noche. Era profesora de secundaria y había ido de excursión con sus alumnos de último curso, un agotador viaje de un día, así que se preveía que al menos hasta dentro de unas horas no estaría allí. Ahora, Mike jugaba en el patio con su pelota de baloncesto y ella estaba entreviendo un aburrido culebrón y pensando frenéticamente. Esos incompetentes de los Worthington, que ni siquiera lograban terminar lo que empezaban. Había visto en las noticias que las colas para reclamaciones por los pasajeros efectos de la Cura ya daban la vuelta a la manzana. Lo tenían bien empleado, que se gastaran en indemnizaciones lo que se habían ahorrado en investigación a largo plazo.

Fue a abrir, pensando que serían testigos de Jehová o algo parecido, ya que no esperaban a nadie, y volvió a encontrar a un viejo amigo al otro lado de la puerta.

-Vete.- le dijo por todo saludo.

-Por favor, ya me han rechazado bastante. No lo hagas tú también.

-¿Qué esperas después de lo que pasó, que te haga pasar y te ofrezca un té con pastas?- replicó ella de la forma más irónica que se le ocurrió. No sabía por qué. Sólo quería herirle, enfurecerle, lo que fuera, pero hacer que dejara de insistir.

-La ira, Raven, no nos lleva a ninguna parte.

Y encima se ponía filosófico. Quiso cerrarle la puerta. Quiso acabar con aquello de una vez, olvidarse de que alguna vez antes había existido una vida diferente, unas personas diferentes, de que él había estado allí. Pero no pudo. Se quedó apoyada en el marco de la puerta, luchando consigo misma, con la extraña indecisión que se estaba apoderando de ella. Quería dar un portazo, pero su cuerpo no le respondía. Una manifestación psicosomática: en su subconsciente no quería hacerlo. Quería preguntarle a Eric Lensherr por qué le había hecho aquello. Por qué ella le había salvado y él simplemente... simplemente...

-Me abandonaste.-dijo en tono lastimero. Ella misma se reconoció como demasiado melodramática, demasiado en plan chica despechada. Se odió por eso. Lo último que necesitaba era mostrarse débil ante él.

-Lo sé.

Raven se detuvo, algo extrañada, ante la respuesta. Esperaba una disculpa a medias, que le dijera que había cometido un error o algo así, no que lo admitiera con toda naturalidad. Se miraron por un segundo eterno, descubrió los ojos claros de Eric mirándola con cierto arrepentimiento, casi con ternura, como se mira a quien se le debe algo demasiado grande para expresarlo con palabras, al viejo camarada al que se le acaba de arruinar la vida. Durante ese segundo quiso creer que esa mirada no se podía fingir.

-Me interpuse... entre ese dardo y tú.- insistió. No podía controlar las palabras. Era como si su yo dolido y vulnerable hablara por encima de la frialdad que pretendía mostrar, intentando hacer entender cómo se sentía.

-Lo sé.- repitió Eric.

-Me dejasteis sola... tú y el gilipollas del crío y los otros dos. Desnuda. Hasta que llegó la policía, todos esos idiotas mirándome y cruzando sonrisitas, en plan te hemos pillado...- su voz se quebró al evocar la imagen de ella misma tumbada en el frío suelo metálico de un camión, rodeada de esos que se hacían llamar fuerzas de seguridad, esperando cualquier cosa, que la cogieran, que la arrastraran, que la forzaran allí mismo. Prefirió que aquel dardo no hubiera contenido la Cura, sino una dosis mortal de cualquier veneno. Que hubiera acabado con ella de una vez por todas. Total, nadie iba a llorar su ausencia.

Al regresar del doloroso recuerdo vio a Eric observándola, tenso, esperando cualquier reacción. Había una mezcla de miedo y preocupación en su expresión. Debía de estar realmente desesperado. O quizá, sólo un quizá remoto, de verdad lamentaba lo que había hecho.

-Al final saliste de ésta.-murmuró él, con voz ronca. Le había costado sacar las palabras.

-Porque te delaté.- replicó Raven. Eludió los ojos del hombre, no podía ser fría cuando él la miraba de esa manera.- Estaban desesperados. Me ofrecieron dejarme ir si les decía donde estabais... y simplemente lo hice.

-No te lo reprocho. Me lo merecía.

Después de esto, ambos permanecieron en silencio, una larga pausa. Él miraba hacia el final de la calle, por encima del patio y de Mike, que seguía jugando ajeno a la conversación. Ella tenía los ojos clavados en el suelo, en un esfuerzo por no terminar de saltar, por no montar una escenita histérica o derrumbarse. Quería que acabara, de una maldita vez. Que esa escena incómoda no hubiera ocurrido nunca. Que nada de aquello hubiera ocurrido, que todo volviera a ser como antes, cuando Eric era lo más parecido a un padre, amigo y amante que jamás había tenido. No sabía si le odiaba o si le quería pero le había hecho demasiado daño. Ni siquiera a los diecisiete años, cuando su verdadero padre la había echado de casa, se había sentido tan desamparada. Eric era lo único que había tenido para agarrarse durante años, la única persona en el mundo en quien confiaba ciegamente. Que él la abandonara sí que había sido un verdadero desengaño.

-Pero les engañaste igual.- murmuró, recordando el fracaso de la operación policial para tomar el campamento. Aquel tipo que se multiplicaba. De no ser porque ella no tenía manera de saberlo, todo el mundo habría pensado que era una trampa.

-Sabía que lo harías. Cualquiera en tu situación lo hubiera hecho.- replicó Eric sin mirarla, en tono neutro.- Siempre te he conocido mejor de lo que te conoces tú misma.

Era inevitable, pensó Raven. Él la había hecho como era. Conocía perfectamente cuál sería su próximo movimiento, era él quien inconscientemente se lo había inculcado.

-No sé si te acuerdas... - comenzó ella. No sabía por qué, pero repentinamente recordaba ese episodio.- Tras lo de la Estatua de la Libertad...- Eric esbozó una ligera sonrisa.- Cuando ese tal Lobezno me clavó las tres garras en el estómago... recuerdo haber perdido el conocimiento, y despertar, y verte allí y oírte decir que tenías miedo de perderme...

Raven se pasó lentamente los dedos por la zona en la que la habían herido aquella vez. Por su mutación, nunca le habían quedado cicatrices. Ella simplemente decidía que no quería que se vieran y por la inevitable regla de tres no se veían, la piel cicatrizada se transformaba en normal, bueno, en todo lo normal que era ese tono azul que ella había decidido adoptar, a modo de efecto intimidante, cuando controló su mutación totalmente por primera vez.

-Nadie me había dicho nunca que temía perderme.- terminó la frase, eludiendo aún los ojos de Eric.

-Es natural que lo temiera. ¿Dónde iba a encontrar a otra como tú?- contestó él, dejando la pregunta retórica en el aire, y continuó.-Fuiste la primera, Raven. Tú siempre fuiste mi creación más perfecta. Eras todo lo que yo quise hacer de ti, estaba orgulloso de Mística, y pensaba que tú también...

-Lo estaba. Mística era todo lo que yo quería ser.

-¿Entonces por qué te niegas a ser ella de nuevo?

Rota la magia. La proposición no había desaparecido, había estado flotando en medio de aquel arrebato de nostalgia, esperando sólo el momento oportuno para salir a la luz. Raven soltó una risa entre dientes, seca y triste. No era el de siempre, como habría creído por un instante. No, era el Eric de ahora, el que la había dejado tirada y ahora quería volver a ganársela. Sintió que iba a llorar. Desde que Raven volvía a ser Raven tenía muchas más ganas de llorar que nunca.

-Te necesito.- confesó Eric.- Sé que suena mal, que suena a que te estoy utilizando pero no es así.- suspiró, buscando por primera vez las palabras exactas.- Eres la única que siempre me ha sido fiel.

-Y tal vez por eso- casi le interrumpió ella- me merecía un poco de fidelidad a cambio.

Antes de que la primera lágrima se desbordara, cerró la puerta de golpe y se oyeron sus pasos apresurados alejándose. Era de esas chicas que no muestran sus sentimientos hasta que están solas en su habitación, donde nadie las ve, se dijo Eric. Incluso en los primeros tiempos, cuando ella estaba en aquella fase de confusión y soledad, nunca la había visto llorar.

Se giró para marcharse y estuvo a punto de tropezar con algo, una figura de un metro veinte que se había detenido en mitad del camino de cemento. Eric también se paró en seco. Era un niño. Sí. Había un niño, dando vueltas por allí mientras hablaban. Los dos cruzaron una mirada, la del pequeño tensa, asustada, mientras sostenía una pelota de baloncesto entre las manos.

-¿Quién eres?- le preguntó Eric, intrigado por su presencia.

-¿Quién eres tú?

-Un amigo de Raven.

-No parecías muy amigo suyo. Se ha ido llorando.

Vaya. Un niño listo.

-Tuvimos una pelea.- se sorprendió Eric respondiendo, dándole explicaciones sin saber exactamente por qué lo hacía.

-Mi madre dice que la única forma de solucionar una pelea es pedir perdón. ¿Le has pedido perdón?

-Algo así.- Eric sonrió. Era maravillosamente fácil y encantadora la manera de pensar de la infancia. Ojalá todo se solucionara simplemente pidiendo perdón.- Pero no quiere perdonarme. Está muy enfadada.

-¿Le hiciste algo muy malo?

Eric habría respondido de no ser porque algo más había atraído su atención. Entre las manos del niño, la pelota estaba cambiando de color, de su naranja habitual a un negro áspero, como la goma de los neumáticos. Mutante. Nivel dos, y eso que sólo era un crío. Cómo no se había dado cuenta antes.

-¿Tú haces eso?- le preguntó.

El niño soltó el balón bruscamente, y éste, con zonas negras y naranjas, rodó hasta el fondo del patio. Asustado, escondió las manos tras la espalda.

-No, no pasa nada.-le calmó Eric rápidamente.-No tiene nada de raro. Yo también hago esas cosas. Bueno, no exactamente esas. Otras parecidas.

Rebuscó una moneda en su bolsillo y la lanzó al aire, como si fuera a echarla a suertes. Después, la detuvo en el aire. Un truco barato pero suficiente para que un niño sonriera y dejara a un lado, al menos temporalmente, su preocupación y su desconfianza.

-Somos mutantes.- explicó- Los dos. Y eso no es malo. Justo al contrario.- el rostro del niño se volvió receloso otra vez.- Raven también lo era.

-Es mi tía. Mamá dice que lo he heredado de ella.

-Seguro. Podía hacer cosas fascinantes. Por ella misma, y porque yo también la entrené para ello. ¿Te gustaría que te entrenara¿Yo a ti?

-Bueno.- replicó el niño.

-Tendrías que venir a mi casa. Por un tiempo aunque fuera. ¿Lo harías?

-¿Cuándo?

-Ahora mismo. Sólo un rato. Después volveremos. Verás a tu madre y a Raven y a quien quieras.- los ojos del niño dudaron, se veía que tenía ganas de decir que sí, pero al mismo tiempo algo le decía que no debía hacerlo. Eric le tendió la mano.-Vamos¿te vienes?

-¿Pero sólo un tiempo?

-Te lo prometo.

Finalmente, aunque sin demasiada decisión, los dedos del niño se afianzaron en la mano de Eric. Durante un segundo él recordó los dedos de Raven alrededor de los suyos, aunque ella ya tenía dieciocho años por entonces. Confiaba en que ahora la recuperaría, muy a su pesar había tenido que recurrir a una solución desesperada. No estaba orgulloso de ello, pero por primera vez supo que haría cualquier cosa por ella. Quizá era ahora cuando había llegado la fidelidad a cambio.