11.

Aquella había sido una larga mañana para Mike. Desde análisis de ADN hasta electroencefalogramas, había pasado por todas las pruebas imaginables. Al final, un test de inteligencia y después le habían pedido que tocara distintos objetos e intentara hacerlos cambiar. No siempre funcionó, pero consiguió cambiar la textura de una goma de borrar y recompuso un bolígrafo y una regla partidos en pedacitos, sin dejar el mínimo rastro. De cada uno de sus movimientos se había tomado nota, y ahora Eric Lensherr, quien había llevado al niño allí, estaba preparado para escuchar las conclusiones.

-¿Qué piensas?- preguntó.

Estaba sentado a la mesa del despacho del doctor Hugh Stewart, frente a él, en la última planta del hospital universitario de Nueva York. Stewart se dedicaba a la neurología, normalmente, pero bajo cuerda también se dedicaba al estudio de las mutaciones en humanos. Eric y él eran viejos conocidos. El propio Stewart había sido, en los albores de aquella historia, uno de los primeros alumnos suyos y de Xavier. Nunca quiso dejar la medicina (ya se encontraba cursando los estudios cuando se manifestó su mutación, algo más tarde de lo normal), iba y venía, y al final acabó alejándose un poco de ellos. Pero seguía por ahí cuando se le necesitaba. Por ejemplo, aquella mañana había cancelado todas las citas para dedicarse al pequeño cometido que le traía su antiguo mentor.

-Pienso que has conseguido sorprenderme.- replicó.- Un crío de siete años, y con ese nivel... No digo que no lo haya visto nunca, hay algunos en los que la mutación surge con el nacimiento, pero me sigue pareciendo raro. ¿Sería mucho preguntar de dónde lo has sacado?

-De ninguna parte. Es un niño, un niño normal, vive con su familia.

-Entiendo.- Stewart se ajustó las gafas sin montura presionando con un dedo sobre el puente de la nariz. Levantó la mirada. Sus ojos un tanto ahuevados y de color azul intenso parecían demasiado grandes a través de los cristales.- ¿Hay mutantes en su familia? ¿Ascendentes directos, sus padres?

-Su tía, hasta donde yo sé. Tal vez su padre también. No le conozco.

-Vaya, pues sería importante saberlo. A veces la concentración de ADN mutante por las dos ramas es la que acelera estos casos, pero en fin...

Eric suspiró, adelantándose un poco en el asiento e inclinándose hacia el médico.

-Bueno, sus padres no me importan. Dime lo que puede hacer él.

Stewart echó un vistazo a los resultados, impresos en el dossier que tenía frente a él, encuadernado con espiral. Pasó un par de páginas y después miró a través de la cristalera que daba al pasillo, a través de la cual se podía ver a Mike sentado en uno de los sillones de la zona de paso, leyendo un cómic que alguien le habría conseguido. Seguro que una enfermera de pediatría. Eran bastante apañadas cuando querían.

-Las mutaciones cada vez son más sorprendentes. Desde el mimetismo, a la telequinesia, atravesar paredes, cruces con animales, fuerza sobrehumana, invisibilidad, multiplicación...- enumeró. Eric carraspeó, empezaba a impacientarse.- Cada día, cada caso, puede ser el primero y el único que veas de su especie. Confieso que el de este niño no lo había visto antes. Todo apunta a que su poder es cambiar la composición atómica de las cosas.

Eric frunció el ceño. Vaya.

-Déjame que te explique. Ya sabes que todo está formado por átomos, protones, neutrones y electrones. Lo único que diferencia a un elemento químico de otro es la forma en que estos últimos están organizados, ¿verdad?- hubo una señal de asentimiento.- Pues bueno, lo que él hace es cambiar la organización, puede romper y crear enlaces, de modo que en sus manos cualquier cosa puede convertirse en cualquier cosa.

A su lado había lo que parecía un trozo de plástico verde. Alargó la mano y se lo tendió a Eric, éste lo palpó. Plástico duro. Lo apretó dentro del puño.

-¿Qué era antes?

-Una goma. Blanca, de borrar de las de toda la vida. De momento sólo puede transformar las sustancias en otras más o menos similares, de composición parecida. O rehacer enlaces que se han roto, como se ve en la recomposición de objetos. No es que pegue los trozos, sino que hace que los átomos de un fragmento y otro, como están organizados de la misma manera, recuperen la unión. Por eso no queda ni el menor rastro, es como si nunca se hubiera roto, sus partículas más elementales quedan unidas como al principio.

Recuperó la antigua goma- ahora trozo de plástico y lo guardó en una bolsita hermética de plástico transparente. Menudo aprovechado, pensó Eric. Ahora lo utilizará para su próximo seminario. Como si lo hubiera descubierto él.

-Además- continuó Stewart- parece tener una gran facilidad para comprender la organización de las cosas. Recomponer rompecabezas, por ejemplo. Resuelve en minutos uno de cinco mil piezas. Puede coger hasta la astilla más pequeña de un objeto roto y saber cuál es su lugar exacto en el conjunto. Es una capacidad que aún no tiene desarrollada, pero que le prepara para un profundo conocimiento de la forma de ejercer sus poderes. Saber qué protón y qué electrón van en qué lugar y unidos a qué para transformarse en lo que él quiera.

-Y eso que aún no ha estudiado química.- destacó Eric.

-No, pero le resultará muy fácil cuando lo haga. No sabe nada de composiciones elementales, le suena a chino si le hablas de ello, pero de alguna manera lo intuye.

Eric asintió lentamente. Aquello empezaba a tener un sentido. Ese niño podría acabar haciendo cosas increíbles. En cuanto empezara a familiarizarse con la química, sabría, como había dicho Stewart, qué protón y qué electrón iban en cada sitio para convertir plástico en piedra, ladrillo en madera, lo sólido en líquido, incluso lo líquido en gas... o todo en metal.

-¿En qué demonios piensas? Odio esa cara de conspirador que se te acaba de poner.-le interrumpió entonces su antiguo alumno, mirándole con los ojos entornados.

-En nada. En que esos poderes abren muchísimas posibilidades ante nosotros.

-¿Nosotros es tú y yo o el niño y tú?

-Nosotros, por si lo habías olvidado, es el colectivo mutante en general. O al menos aquellos que sepan apreciarlo.

Stewart esbozó media sonrisa, entre la incredulidad y la diversión.

-Te lo dije, tenías cara de conspirador.

-No conspiro. Sólo pienso. Tengo planes, planes para mejorar el mundo. Pero creo que me estoy haciendo viejo, tendrán que ejecutarlos las próximas generaciones.

-Lástima, qué harán las nuevas generaciones sin ti.- ironizó Stewart.

-No lo sé.- la voz de Eric sonaba realmente seria.- No sé lo que harán cuando los que hemos presenciado los grandes errores cometidos ya no estemos aquí, y ellos aún no hayan aprendido nada. Cometer los mismos errores, tal vez.

-Tal vez.- concluyó Stewart. Lo de la memoria histórica no era su tema de conversación favorito.- ¿Y ahora, qué vas a hacer?

-No lo sé. Puede que le compre un helado al chico en compensación por el día de hoy, se ha portado muy bien.

-No me refiero a eso. Quiero decir, ahora que sabes en qué consisten sus poderes.

Eric se encogió ligeramente de hombros.

-Pues lo normal, supongo. Ayudarle a controlarlos, a mejorarlos. A aprovechar todo su potencial.

-Claro. Qué otra cosa ibas a hacer.

Eric no acabó de comprender aquella frase. Parecía apuntar una segunda intención, pero de momento no había ninguna. Al menos no ninguna bien diseñada.

-Cómprale un buen helado.- concluyó Stewart.- Es un buen chico, se lo merece.

-Sí.- asintió Eric.- Seguro que sí.

Dio media vuelta y se dispuso a salir del despacho. A través del cristal, Mike, cansado y aburrido de aquel larguísimo día de hospital, le miraba aliviado de que aquello terminara por fin. En ese momento, en cuanto sus miradas se cruzaron, Eric recordó algo y dio media vuelta, hacia el médico que ahora revisaba de nuevo el informe de Mike.

-Dime una cosa...

Stewart levantó los ojos del papel.

-Dispara.

Eric sacudió la cabeza. Nunca habría imaginado que tardaría tanto en venirle aquella idea. Al fin y al cabo, ya la había tenido otra vez, ya lo había pensado otra vez, sólo que de otra manera, y había fracasado. Pero en esta ocasión sería diferente.

-¿Crees que con entrenamiento... llegaría a poder cambiar moléculas de ADN?- preguntó.

En la cara de Stewart se dibujó una mueca extrañada.

-Probablemente.- contestó.- ¿Por qué?

Eric negó con la cabeza, quitándole importancia.

-Por nada. Curiosidad.- la puerta de acero y cristal se abrió, lenta y silenciosa, ante él.- Ya nos veremos, Hugh. Cuídate.

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Si Eric no le hubiera dicho "volveremos enseguida", habría tenido tiempo más que suficiente para ir a la tal escuela Xavier y descubrir qué pasaba de una vez por todas. Había pensado que no tardaría más de una hora, y le había soltado en la ciudad toda la mañana. Había rechazado la idea de que se quedara en casa. Estaba seguro de que en Nueva York habría algo que le fuera familiar y le ayudara a recordar. Sin embargo, lo único que parecía recordarle algo era ese nombre, siempre ese nombre: Jean.

Al llegar frente a un gran edificio que le sonaba familiar, aunque no familiar de ese "antes" desconocido, sino de la televisión o algo así, se detuvo a ver el enorme gentío, incluso con pancartas, que formaba cola alrededor. Qué raro. Debía de haber una firma de discos, o vendían entradas para Broadway. Se acercó unos pasos a ver de qué se trataba. Total, tampoco tenía nada mejor que hacer.

La gente parecía llevar días en la fila. Había algunos sentados en el suelo, con grandes mochilas a la espalda para pasar allí todo el tiempo que fuera necesario. Al contrario de lo que había pensado, no se les veía muy felices ni emocionados. Tal vez la cola fuera para quejarse de algo. Scott caminó paralelo a la línea, pero en sentido inverso, intentando leer las pancartas. La mayoría estaban plegadas, seguramente empezaban a cansarse de una reivindicación inútil.

Finalmente se percató de lo más extraño que había en esa fila. Personas con excesivo vello corporal. Pieles de colores extraños. Colas. Garras. Escamas. Entre ellos, otros cuantos que, a pesar de no tener señales físicas, lo iban demostrando. Dios. Todos aquellos eran mutantes.

Rodeó la esquina. La cola parecía llegar a su fin. Él levantó la vista hacia lo alto del enorme rascacielos acristalado y leyó las palabras que le dieron la clave. Un enorme rótulo rezaba Laboratorios Worthington, con toda la desfachatez del mundo. Al final iba a resultar que Eric tenía razón. La Cura era prácticamente inútil. Por eso estaba allí toda aquella gente. Venían a rellenar hojas de reclamaciones.

Scott sonrió para sí mismo pensando que tal vez él también debería ponerse a la cola. Por supuesto, no lo pensaba en serio.

Sacudiendo la cabeza con un suspiro, emprendió el camino para alejarse de allí y entonces percibió, de reojo, al final de la larguísima fila, una cara que le resultó conocida. Volvió a detenerse y buscó el rostro con la mirada. Era una chica, bastante joven. Casi sin pensarlo, Scott echó mano al bolsillo de la chaqueta y encontró una fotografía. La que los dos tipos raros del otro día le habían dado. La levantó y la comparó con la chica. No había error posible. Era ella.

De repente, la muchacha levantó la mirada. En sus ojos se dibujó la misma expresión de sorpresa que se le empezaba a hacer normal a Scott. Se miraron durante un segundo, ojos a gafas, hasta que él se sintió incómodo y lo único que quiso fue buscar una cabina de teléfono para llamar a esa escuela y decir que había visto a la chica.

Dio media vuelta y echó a andar en dirección opuesta. Justo hasta que oyó la voz que le llamaba, a sus espaldas.

-¡Scott!