Un hombre vagaba, sin rumbo fijo, por los oscuros callejones de la ciudad de Ciudad Azulona. Los rayos plateados de la luz de la luna iluminaban débilmente el rostro, cansado y malhumorado, del sujeto. Sus pisadas resonaban por toda la calle, produciendo un fuerte eco. Llevaba una dura vida nocturna, su trabajo lo exigia, alternando la bebida con el juego. Empezaba a detestar el oficio de caza-criminales, en muchos sitios era considerado un ser incomprendido que arriesgaba estúpidamente su vida, en otras, una persona "Non grata" en pequeños comercios. Su único amigo era la soledad y su propia sombra.

La enorme ciudad era un paraiso para los ludópatas, bandas criminales, ONG camufladas en tráfico ilegal de Pokemon, asesinos sin escrúpulos y gente , importante o no, corrompida por el dinero. El pequeño resto de dignidad se había perdido ya, al ser pagado a precio de oro el gobierno de Azulona. No era un sitio muy seguro para las personas de clase media, y los únicos que se atrevían salir de noche lo hacían con una pequeña escolta.

El hombre se detuvo, tras mirar durante largo tiempo los apestosos suburbios que le rodeaban, ante la puerta de una taberna. No era un sitio con mucha clientela y , posiblemente, los únicos clientes fijos eran gente de dudosa categoria. La suciedad de los cristales no permitía ver nada del interior, aunque sabia que no iba a mirar nada del otro mundo.

Al entrar, vió lo que se imaginaba : Personas que bebían cerveza en copas sucias que lanzaban miradas desdeñosas al que tenía al lado y contaban historias nula credibilidad. Algunos de ellos mirarón durante poco tiempo al visitante. Este se sentó pesadamente y lanzó una ligera mirada al camarero.

El lugar estaba decorado con pésimo gusto. Había pequeños retratos de personas sonrientes con sus pokemon de compañía pintados por un aficionado, solo así se explica las pinceladas irregulares, aunque, últimamente el arte empezaba a decaer de manera alarmante. En una pequeña vitrina se guardaba unos bustos pokemon de mármol, aunque todos parecían ignorar su existencia.

- ¿ Qué quiere tomar ? - preguntó este a la vez que limpiaba con un pequeño paño un vaso, cosa imposible si ambos estaban mugrientos.

- Una cerveza, por favor.

El camarero depositó encima de la barra la bebida, posiblemente sacada de los restos de mohoso un barril, y dando un gruñido volvió a su aburrido trabajo.

Una persona encapuchada se acercó al hombre; Su forma de andar era lenta y pesada, cojeaba del pie izquierdo y junto a su pequeña estatura le hacia parecer que tenia una edad muy avanzada.

- ¿ Tú no eres Eric Bramley, el caza- criminales ? - preguntó con voz áspera el encapuchado.

Algunos hombres del local callaron y escucharon en silencio la conversación.

- Depende de quién me lo pregunte.

- No te interesa saber quien soy, pero te diré que corres un grave peligro si intentas detener en esta ciudad.

- Es lo malo que tiene mi oficio, pero me gusta estos correr riesgos. - sonrió, mientras jugaba con una moneda entre sus dedos y la ponía encima de la mesa.

- ¿ Ya sabes que le ocurrió al último que se atrevió a hacerlo, era un miembro de esa débil élite del Alto Mando ? - dijo bajando la voz.

- No me interesa saberlo. - se levantó de la silla para dirigirse hacia la salida pero , antes de atravaserla, añadió con una ligera sonrisa irónica. - Es posible que me vuelvas a encontrar más pronto de lo normal.

Se marchó antes de que su interlocutor pudiera responderle. La taberna volvió a cobrar esa extraña vida, triste e irreal pero extraña, que desapareció curioso visitante.

&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&

En el pequeño almacén del casino se desarrollaba un inusual alboroto a los que no estaban acostumbrados los guardias noctunos, pero por desgracia para ellos, la tranquilidad no es eterna para nadie.

- Ya sabes que sin dinero no hay mercancia. - Habló un hombre a la par que se movía hacia ellos. - Nosotros no trabajamos gratis.

- Cumplimos órdenes pertenecientes de arriba.

- ! Al diablo con vuestros ridiculos jefes ! - gritó furioso, una persona vestida de color ocre, que sostenia una pistola en la mano. - Dadme el dinero o sufrireis durante toda la eternidad.

Tres hombres apuntaron a la cabeza de los guardias. El terror se podía oler en el ambiente. Era tan solo cuestión de segundos que todo acabara. Las bombillas de las lámparas producían pequeños chasquidos, adviritendo que se iban a fundir de un moneto a otro.

- No os atreveis a luchar con los pokemon, cobardes. - gruñó uno de los guardias, sabiendo la díficil situación en la que estaban.

- Exacto, somos cobardes y nos alegra serlo. - una sonrisa agridulce apareció en la cara de los asesinos. - Y ahora dale recuerdos a mi diosa Iphké.

Los diparos empezarón a escucharse en el almacen de forma sucesiva. Uno... un hombre cayó muerto... ¿ Nadie se daba cuenta de lo que estaba pasando allí?... Dos... un grito desgarrador sacudió la habitación. Tres... La sangre de los inocentes se derramaba por el frío suelo.

Solo quedaba una persona, estaba semicoulto por la oscuridad y aterrado por lo que podía sucederle. Un hombre apuntó el cañón a la sien. Temblequeó un poco al senti el contacto del arma contra él.

- No... por...favor... - susurró.

La luz desapareció durante pocos segundos, ya no volvería a ver despertar de la oscuridad nunca más...