Capítulo 4: La apetencia del Beagle

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—¿E-Enamorada? —murmuró en un tono oscuro, recuperándose de la tos— ¿De dónde quitaste esa idiotez? Dime —Los demonios gritaron en un coro la última palabra, mientras revoloteaban como moscas alrededor de Reino.

Éste suspiró y bajó la velocidad.

—Sé que estás enojada, Kyoko, pero guarda los demonios para después que no me dejan ver lo que tengo en frente.

Los pequeños demonios se escondieron, yendo como una espiral en retroceso dentro del cuerpo de la joven.

—No estoy enojada, Beagle. ¿Por qué piensas que lo estaría? —repuso con una disimulada sonrisa en sus labios.

—Tsuruga Ren

Como fuego recién apagado, algunos demonios se expelieron lentamente como humo hacia el exterior.

—Pararé el auto, y te comeré la boca hasta que dejes de estar enojada si sigues con eso —Él lo dijo como una advertencia, pero el tono seductor de su voz y el brillo de sus ojos, con aquella mirada prometedora, la dejaron con la boca entreabierta y las mejillas ruborizadas.

Kyoko sintió la garganta seca. Su descaro al hablar la dejaba desconcertada, era provocativo y...tentador.

—¿Era eso lo que querías? —le preguntó él, al notar como le clavaba la mirada.

La voz ronca y sensual con que lo dijo le dejó una vez más alelada.

Reino volvió la mirada a ella, aún seguía incrédulo, pero le extasió la expresión ardorosa de sensualidad que tenía.

—Es un sí —respondió él por ella, y girando hacia un aparcamiento, apagó el motor. Desabrochó su cinturón y el de ella. Se acercó a su rostro, llevando una mano sobre su muslo.

—N-No... —bisbisó la joven, atajándole de los hombros. La situación era demasiada erótica, que su cabeza daba vueltas e hiperventilaba, indecisa por lo que es tentador pero a la vez incorrecto —. No sé lo que...

Reino la calló con sus labios, y Kyoko abrió más los ojos, sobrecogida por la oleada de calor que encendió su cuerpo entero. Gimió contra su boca, apretándole los hombros, y desfalleciendo, cuando él atrapó su labio inferior, lo succionó lentamente y tiró de él, dejándola sin aliento, y enloquecida al tener su mirada hambrienta frente a sus ojos.

Su mano se deslizó en el interior de su muslo y Kyoko soltó un gemido ahogado. Una descarga eléctrica la sacudió de pies a cabeza, y ya se encontraba jadeando, sintiendo su sexo arder y humedecerle la tanga.

La sangre subió por su rostro, avergonzada, confundida, pero cachonda.

Cuando lo vio acercarse de nuevo a su boca, se cubrió la suya con la mano. Reino se apartó unos centímetros de su rostro, y lo miró ceñudo. Estaba haciendo lo mismo que en muchas ocasiones. Se arrepentía. Le privaba de sus labios, y sabía lo mucho que le molestaba eso; más cuando ambos se encontraban palpablemente ardiendo excesivos del deseo.

—¿Otra vez? —le gruñó él deslizando la mano hacia su rodilla.

Kyoko jadeó contra la palma de su mano.

—Para eso, por favor —le pidió con un hilillo de voz.

Reino enarcó una ceja, la miró con detención, y al entender su reacción, una sonrisa maliciosa se formó en sus labios. Arrastró de nuevo la mano hacia el interior de su muslo, y notó como su piel ardía cerca de su entrepierna. No hacía falta que sus dedos traspasasen su tanga, su rostro y la manera en que respondía su cuerpo le decía lo excitada que estaba.

Kyoko atrapó su mano. Sus senos subían y bajaban al ritmo descontrolado de su respiración. Reino ladeó la cabeza, y la aproximó hacia su delgado cuello.

—¡No! —chilló Kyoko, cerrando con fuerza los ojos—. No debo dejarme llevar por la tentación del diablo. Tengo que mantener la pureza que me queda. No me mancillaré más.

—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó con incredulidad.

—No perderé la virginidad contigo —balbuceó mareada y desesperada por tenerlo tan cerca.

—¿Piensas que te quitaré la virginidad aquí y ahora? —Se volvió hacia su asiento y se rió tan fuerte que los demonios de Kyoko fueron saliendo de uno en uno.

—¡No es eso! ¡Esto ya no debe suceder! ¡No perderé la virginidad contigo nunca! ¡Jamás! —exclamó enfurecida.

Reino se la quedó mirando, y meneó la cabeza, con un gesto que la encabronó aún más.

—Te haré el amor solo cuando tú me lo pidas, mientras tanto podemos seguir jugando al tira y afloja hasta que nos hartemos —curvó la comisura de sus labios en una sonrisa endiabladamente sensual.

Kyoko gruñó de la ira por él y por su traicionero corazón que aceleró por su innata sensualidad.

—Jamás te pediría...

—Baja —la interrumpió, abriendo su puerta—. Vamos a desayunar.

—¿Qué?

Lo vio salir y rodar frente al auto. Sus ojos estuvieron cerca de salir de sus órbitas al ver que se hallaban en el aparcamiento de un restaurante. Enrojeció de pies a cabeza al notar que cualquiera pudo haberlos visto antes si pasaban frente al coche.

Se abrió la puerta de su lado y giró bruscamente, asustada.

—¿Quieres que sigamos con lo de antes o vamos a comer? —le preguntó él con una sonrisilla.

Kyoko salió disparada del coche completamente roja.

Mientras entraban, entornó la mirada hacia ese hombre.

Maldito Beagle pervertido, petulante, engreído. Si vuelvo a bajar la guardia, juro que cometeré seppuku.

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El historial de llamadas apareció en la pantalla. Ahí estaba el nombre del contacto a quien quería llamar, solo debía oprimir una tecla, esperar a que le contestase y hablar.

Se quedó congelado. Hizo una mueca, cerró la tapa de su celular, y se deshizo de sus guantes de látex, soltando un gran suspiro. Fue el tercer intento y, cómo con las anteriores, terminó en el fracaso con otra excusa añadida a la lista del por qué no debería contactarla ese día.

Salió del auto con su maletín, y se encaminó hacia el apartamento de Ren.

Sí, era mejor no molestarla. Sabía qué hace unos minutos ya debió haber recibido el alta; y Reino estaba con ella, la cuidaba mejor que nadie, era seguro que a esa hora se encontraban felizmente desayunando. Él solo los interrumpiría, y además, Kyoko-chan necesitaba descansar. Un día entero sin llamadas sería lo ideal. Mañana a la mañana iría a visitarla. No tenía por qué preocuparse sin necesidad.

Con aquellas y otras excusas más llegó hasta la puerta del actor.

Tocó el timbre y esperó. Ren lo recibió y, mientras intercambiaban palabras, observó asombrado lo mejorado que estaba su piel en tan solo un día.

Apenas se acercaron a la sala, el sonido de cubiertos en la cocina le pilló desprevenido. Agrandó los ojos, y antes de que le preguntase quien se hallaba allá, una silueta de pequeña estatura salió del lugar.

—¡Oh, Yukihito-kun! —La animosa voz y la gran sonrisa con que lo recibió le dejaron confuso. La última vez que la vio, ella le había culpado por el eccema en la piel de Ren.

Era Jelly Woods y estaba extremadamente alegre, tanto que le invitó e insistió a que comiese con ellos el desayuno. Le mintió y le dijo que ya había comido; no tenía ningún apetito. No obstante, se sentó con ellos en la mesa, mientras Jelly observaba muy atenta y feliz a Ren comer. Se sorprendió del cuidado que tuvo en la elección de su comida. Era algo simple y fácil de digerir, una que no lo haría si no supiese de su problema con el retrete. ¿Pero cómo se había enterado? Por nada del mundo Ren se lo habría dicho, debió haberlo descubierto del modo en que él también lo hizo.

Hablaron tranquilamente hasta que Jelly relató la radical mejora de Ren y la segura causante y razón de tal milagro. El actor suspiraba y negaba con la cabeza, en un gesto de incredulidad y tajante rechazo a esa creencia.

—No le hagas caso a Ren-chan, Yukihito-kun —rebatía Jelly, dejando a un lado su plato vacío y adelantando el torso hacia la mesa, con ojos brillantes—. Tampoco lo creí a la primera, pero después de ver los resultados sé que era real.

—Pero un... ¿maleficio? —dijo Yashiro desconcertado. Había imaginado antes que Kyoko-chan tal vez le hubiese echado algún tipo de hechizo maligno a Ren, pero ahora que lo oía en otra boca, esa idea no era muy creíble. Solo él sabía que la mujer de ojos dorados podría tener un mechón de pelos de Ren para hacer alguna clase de magia oscura, y aunque pudiese ser ella o una anti-fan, creer que la magia de verdad aseguraba un resultado, le era difícil.

—Sí —afirmó emocionada por segunda vez—. El chamán me aseguró que al romper el maleficio, Ren-chan mejoraría, y así pasó de la noche a la mañana —exclamó alucinada.

Yukihito no supo si creer en su alegación, pero la mención y el recuerdo de la actriz, hizo que incidente del atropello, y los sentimientos de culpabilidad volviesen de recordatorio en su mente.

Se sintió decaído, y supo que Ren advirtió su estado de ánimo, cuando Jelly se fue por algo de té y se lo preguntó.

—Yashiro-san, desde que llegaste te veo abatido, ¿ha ocurrido algo? —La expresión de sincera preocupación lo conmovió, pero a pesar de ello la culpa que cargaba no disminuiría siquiera sabiendo que Kyoko se encontraba bien.

Le miró con minucia, y lo que veía, realmente debía ser cosa de magia. Ren estaba muy diferente de lo que fue ayer, y sí seguía a ese ritmo no le sorprendería que en tres días el problema de su piel, su cabello y su abrupta pérdida de peso fuesen un breve y mal recuerdo del pasado.

¿Y si de verdad Kyoko-chan lo maldijo con algún hechizo para hacerle feo?

—¿Yashiro-san?

Ramera, esa palabra tan fuerte no podía sacárselo de la cabeza. Ren no le quiso contar nada de lo que había ocurrido entre ellos, pero ya tenía una idea vaga de lo que sucedió.

—¿Qué le has dicho a Kyoko-chan? ¿Por qué ella parece odiarte?

La expresión de Ren cambió drásticamente.

—¿Acaso Mogami-san ha dicho algo sobre mí? —preguntó perplejo.

—No es eso —Yashiro se quitó los lentes y se masajeó la puente de la nariz. Ren no le diría nada, ya lo había intentado antes, y además Jelly estaba ahí. Tal vez nunca sabría lo que sucedió como para que ella lo odiase—. Ren, ayer hablamos sobre Kyoko-chan, ¿piensas disculparte con ella? —Sabía que su hablar era directo y no tenía nada de tacto, pero Jelly regresaría pronto y quería saber si intentaría retomar la antigua relación que tenían, o al menos la de senpai-kohai de la que pendía el hilo.

—No lo sé, Yashiro —le dijo con un suspiro—. No lo sé...

—¿Qué? —dijo atónito por su dudosa respuesta—. ¿Es por qué aún no sabes si los rumores son falsos? ¿Hace falta que sea falso para que te disculpes?

—Yashiro-san, eso no es lo que... —frunció el ceño y agachó la mirada.

—Ren, lo siento, pero...sí Kyoko-chan tiene novio o no, eso a ti no te compete. Sé que será difícil, pero si te opones a ello, lo único que puedes hacer es aconsejarla, si crees que está con un mal hombre o si está haciendo algo incorrecto; pero ella es la que tomará sus propias decisiones. Ella no conoce tus sentimientos, y no eres su novio para reclamar algo que aún no sabes si es verdad. Solo terminarás alejándola y perderás la oportunidad de acercarte a ella.

El ambiente quedó denso, y a poco segundos, Jelly entró con las tazas de té en una bandeja.

—Yukihito-kun, ¿ocurre algo? —preguntó al notarlo tenso y distante.

—Lo siento por no haberlo dicho antes...—dijo apretando los labios—. Es sobre Kyoko-chan, ella ha estado en el hospital, pero ya le han dado de alta —vio a Ren levantarse de la silla, alarmado—. Ahora se encuentra bien—repitió intentando calmarlo—, ha tenido una pequeña conmoción cerebral, y acabó con algunas heridas, nada severas...La atropellaron, fue deliberado y la policía está investigando el caso. Pero lamentablemente, hay poca evidencia para atrapar al culpable.

Jelly se llevó la mano a la boca, y Ren se quedó de pie, mirándolo sin reaccionar.

Yashiro exhaló el aire de sus pulmones. Jelly enseguida le preguntó con más detalle la condición de Kyoko. Él le respondió con brevedad, informándole de que se hallaba bien y que solo necesitaría unos días de descanso para reponerse. A continuación, se excusó y se disculpó, diciendo que debía irse por cosas de trabajo.

Mientras se dirigía hacia la puerta principal, Ren lo detuvo, llevando la palma de su mano sobre la puerta.

—¿Por qué no me lo habías dicho antes? —le reclamó con un deje de molestia.

—Ren, esto ha sucedido ayer en la noche. Kyoko-chan no se encontraba bien para recibir visitas y necesitaba descansar; y tú tampoco es que estuvieras bien...tenías diarrea —bisbisó algo apenado—, y no podías andar.

El actor se llevó la mano por la cabeza, se cubrió los ojos por un rato, avergonzado, pero luego se la pasó por el cabello, y suspiró resignado.

—Bien. Ella se encuentra en el Darumaya, ¿no? Iré a verla ahora.

—¿Qué? —exclamó sobresaltado.

Ren se había dado media vuelta, y ya iba a prepararse para salir. Yukihito se adelantó a él y lo detuvo.

—Es-Espera, no puedes ir a visitarla —lo paró, nervioso. Podía ser que no le hubiese informado del incidente por todas las razones anteriores, pero la principal era que Reino estaba ahí, diciendo ser novio de la actriz.

—¿Por qué? —lo miró con las cejas fruncidas.

Yashiro lo pensó todo a rápida velocidad. Sabía que Reino se había quedado con ella, y que seguramente la había llevado al Darumaya. Pero también pensaba que, dada su relación, habían ido a desayunar juntos antes de dejarla. Imaginó lo peor, y vio a Ren llegando en su auto, descubriéndolos juntos, encolerizado, dando por verdadero ese rumor. Tal vez le reclamaría a ella algunas explicaciones o le daría una paliza al acosador, que la intimidó en Karuizawa.

—No puedes —repitió con más ahínco—. Kyoko-chan aún necesita recuperarse física y mentalmente. Lo sucedido la ha asustado mucho —mintió, sabiendo que ella aun no lo recordaba por la conmoción—. Y tú, Ren, tampoco te has recuperado del todo. Los dos ahora no están con los mejores términos. Déjala descansar hoy y mañana le pides disculpas y te preocupas por su salud.

Lo vio cavilar la idea, pero al final lo aceptó un tanto renuente.

Suspiró silenciosamente de alivio. Se despidieron y salió.

Mientras bajaba al aparcamiento, decidió intentar llamarla de nuevo, dejando de nuevo atrás la lista de excusas. Llegó hasta su auto, y mientras abría la puerta, se percató que no llevaba los guantes puestos. Dejó tirar el celular justo a tiempo, pero éste cayó bajo el auto.

Colocándose los guantes, bajó para cogerlo, hasta que de repente visualizó algo que parecía fuera de lo normal. Tomó su celular, y prendiendo la linterna, iluminó en los bajos del coche. Agrandó los ojos al notar un pequeño dispositivo. Un localizador GPS.

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—Veo que la comida cura los males

Kyoko detuvo los palillos en el aire y negó.

—Nunca estuve enojada —mintió descaradamente y siguió devorando otra porción más de su comida.

Reino le había llevado en un restaurante de comida china. No era un lugar nada ostentoso ni lujoso, era un lugar acogedor y sencillo para su sorpresa. La comida era deliciosa, y además se conformó muchísimo al pagar su plato de comida. Le había detenido justo en el momento en que lo iba a pagar todo; para su tranquilidad no le llevó la contraria y accedió con facilidad. Ya le debía lo del hospital, y sentirse endeudada con él no era para nada apacible.

—Te pagaré la cuenta del hospital cuando cobre —le avisó con la cabeza gacha, avergonzada. Tenía aún la deuda del celular y también le debía la mitad que perdió a Maléfica. Aún no sabía cómo conseguiría pagar todas sus deudas.

—No me debes nada, ya te lo dije —repuso con tono tajante.

Kyoko lo miró con los ojos entrecerrados. No estaba para discusiones que no la llevarían a nada, ya tuvo suficiente con el dolor de cabeza que le había ocasionado Shotaro, y con la vergonzosa frustración sexual. El estómago saciado su hambre con una deliciosa comida le había puesto de mejor humor, y no quería volver al estado irritante de antes.

—¿Cómo te lo recompenso? —preguntó a regañadientes.

Reino lo miró sorprendido y ella sintió que las mejillas le ardían. Tampoco era una despiadada. Pese a aún no creérselo, él la había cuidado y se había quedado con ella toda la noche en el hospital. Debía de agradecérselo de algún modo.

—La comida china hace milagros —dijo él aun sorprendido.

Kyoko movió nerviosa el pie bajo la mesa, estaba esperando una respuesta rara y pervertida de su parte que no se lo concedería.

—Lo pensaré mejor y te lo diré —dijo él y esbozó una sonrisa que le produjo escalofríos.

Ya se estaba arrepintiendo de ofrecerle una recompensa.

Lo miró llevar con los palillos el último bocado del plato a su boca, y se quedó hipnotizada. Había intentado apartar la mirada antes, y esta era la segunda y última vez que caía. En la primera había descubierto que cada movimiento suyo era algo extrañamente erótico. Y en la segunda, la había tomado desprevenida. No sabía cómo lo hacía, pero estaba segura que era algo innato. Podía aprender mucho de su sensualidad para actuar como Akiko.

Le vio levantar la mirada y casi termina enterrando la cara en su plato.

Enrojeció y espero a que él no se hubiera dado cuenta.

Al oír su silencio se calmó, y se apresuró a comer lo que le quedaba. No quería que la gente comenzase a darse cuenta de que Reino de Vie Ghoul estaba con una chica desayunando a temprana hora de la mañana.

Oyó que le pidió algo al mesero. Unos segundos después miró atónita que traía dos vasos de té negro, con rodajas de naranja, menta y mucho hielo.

Le lanzó una mirada a Reino, y mientras éste bebía, la miró por encima del vaso.

—¿No te gusta? —dijo él dejando el vaso sobre la mesa—. Te relajará la mente, y te aliviará el dolor de cabeza.

Kyoko agrandó los ojos, sorprendida.

—¿C-Cuánto es? —le preguntó nerviosa.

—¿Por qué te abstienes tanto a que pague algo por ti? —objetó con el entrecejo fruncido.

—No quiero sentirme endeudada contigo —soltó a la defensiva.

Reino bebió un sorbo de su bebida y suspiró.

—Solo acepta esta bebida, Kyoko. Yo invito.

La joven detuvo su mirada en él unos segundos, hasta que aceptó de mala gana.

—Gra...—pausó. ¿Le estaba por agradecer al Beagle? Tenía que hacerlo, estaba haciendo mucho, y no quería sentirse más endeudada por no decir un simple agradecimiento— Gracias —murmuró al final entre dientes.

Bebió despacio, y le encantó el sabor. Era refrescante y hasta parecía que el dolor de cabeza que quedaba se esfumaba lentamente, justo como él le dijo.

Salieron del restaurante al terminar, cuando él volvió a sorprenderla.

—Vamos a tomar helado

Kyoko salió de su estado de satisfacción y relajo, quedando boquiabierta. El Beagle no dejaba de sorprenderla, y hacía cosas salidas del mundo humano y no del mundo infernal en el que hasta el día de ayer creía venía. Siquiera se lo imaginaba tomando un helado. Solo faltaba verlo ir al sanitario para hacer sus necesidades como cualquier ser humano normal.

—¿H-Helado? —preguntó, inmóvil, frente a las puertas.

Y entonces un recuerdo un poco lejano vino a su memoria. La última vez que tomó helado con Moko-san. Fue el mismo día en que se había ido.

Sus ojos brillaron y una gran sonrisa se dibujó en sus labios.

La burbuja del alegre recuerdo se rompió cuando él llevó la mano hacia la parte baja de su espalda. Sintió estremecerse y respingó como si hubiese recibido una gran descarga eléctrica.

—¿Q-Qué haces? —chilló alterada.

—Estás estorbando el paso, Kyoko

Ella giró sobre sus talones, y vio que tres hombres mayores, trajeados, la miraban con impaciencia.

—L-Lo siento —iba a hacer una dogeza, cuando de repente Reino la tomó de la mano y la movió fuera del camino.

—¿Quieres exhibir tus lindos senos a esos viejos? —le susurró al oído, y Kyoko se sonrojó, llevando por instinto la otra mano sobre su escote.

Caminó y tiró de ella para que lo siguiese.

—Espera, no me tomes de la mano —le susurró molesta, mirando hacia a sus alrededores para verificar que nadie los haya visto.

—Eres realmente injusta —dijo soltándola—. Me besas, me tomas de la mano y posees mi cuerpo cuando se te antoja. Me utilizas y te aprovechas de mi debilidad hacia ti, pero me prohíbes que te bese y te toque cuando lo quiero... No entiendo porque me gusta una mujer como tú.

Aún no se había recuperado del sonrojo, y en ese mismo momento se ponía roja de pies a cabeza. Él era un desvergonzado e impúdico tanto en sus acciones y en su habla, y ahora nuevamente, aunque lo dijese de la forma más natural y sin resentimiento, sus palabras la abofetearon en la cara con palmadas de veracidad. No fue hasta que lo dijo que supo lo aprovechada que estaba siendo. ¿Se estaba convirtiendo en una oportunista?

—Beagle, ¿dónde nos estamos yendo? —preguntó al advertir que, sin darse cuenta, lo seguía hacia algún lugar desconocido.

—A tomar helado, ¿no quieres?

—Sí, quiero —murmuró bajando la mirada del perfil de su rostro.

Habían comido mucho, pero aún tenía reservado un espacio extra para el postre. Si fuera Moko-san, estaba segura que se negaría a ese helado lleno de calorías extra para el cuerpo.

El lugar estaba muy cerca, y cuando llegaron se impresionó con un pequeño espacio minimalista de doble planta. Abajo estaba una cafetería y arriba la heladería. Entraron. No había mucha iluminación en el local, ya que lo aprovechaban con los rayos del sol que se filtraban tenuemente por las paredes del cristal. Tras el mostrador y las laterales había paredes forrados de madera. El reloj que estaba arriba del mostrador, daba las ocho y quince. Habían salido del hospital a las seis, y aún era temprano.

—Reino, ¡que milagro!

Un joven con barba incipiente, lentes de marco negro y tatuajes en el brazo, le saludó de detrás del mostrador.

Kyoko sintió que Reino posaba la mano hacia su cintura para llevarla hacia allí, y se puso rígida. Él lo saludó y Kyoko advirtió que el muchacho de tatuajes la observaba detenidamente de arriba abajo, y le sonreía.

—¿Y está hermosa mujer? —dijo pícaro, y ella se ruborizó.

—Ella es Kyouko —respondió con indiferencia Reino.

—¿Ella es Mío y Natsu? — exclamó el joven, mirándola otra vez.

Iba a decir algo más, pero Reino lo detuvo y pidió dos conos de helado.

—La heladería abrirá dentro de quince minutos o sino no pediríamos aquí —explicó, mirando a Kyoko.

—Te haces el malvado—bufó el joven, preguntando luego el sabor que querrían.

Reino pidió uno de chocolate. Kyoko miró la escasa variedad que había, y optó por un sabor más simple y ligero: vainilla.

—Ella paga ambos —dijo Reino a la hora de pagar.

—Hey, no puedes pedirle a una mujer que... —el joven fue interrumpido cuando Kyoko apareció enfrente suyo, resuelta.

—Yo pago —dijo con voz firme.

Les pasó el helado, y les miró extraño a ambos.

—Soy Tetsu —se presentó a Kyoko, y cambió su expresión a una sonriente—. Los chicos me habían dicho que eras muy diferente al ángel de Fuwa, pero veo que ellos solo vieron la larga cabellera rubia y el maquillaje, y no a la mujer hermosa que está frente a mis ojos. Tus ojos son más hermosos que la de aquel ángel.

Kyoko se ruborizó ante el coqueteo tan abierto.

—Gracias, Tetsu-san —le contestó tímidamente.

—Solo Tetsu —dijo apresurado.

—Deja las tonterías, Tetsu. El helado se va a derretir, vamos, Kyoko —dijo Reino, apartándose y esperando a que ella lo siguiera.

—Espera, Kyoko —exclamó Tetsu, haciendo que ella diese vuelta a él de nuevo—. ¿Te ocurrió algo? —dijo señalando su frente por el apósito que llevaba—. ¿Todo bien?

—Ah, sí, solo fue un accidente —contestó y de pronto sintió que la mano de Reino fue a su cintura, la empujó y la llevó consigo.

—Vamos arriba —le dijo él, llevándola hacia las escaleras.

—¿Eh? Pero…

—Es un parlanchín, no te dejará tomar tu helado, Kyoko. Solo mira lo que ha ocurrido por su culpa—Soltó su cintura, y se detuvieron cuando él cogió la muñeca de la mano en que tenía su helado de vainilla y lo alzó. El helado se derretía, y una gota se deslizó en su dorso. Reino la miró sensualmente, antes de alzar más su mano y lamer aquella gota.

Kyoko ahogó un jadeo y sintió que ardía. Enseguida apartó su mano y se adelantó hacia las escaleras. La temperatura había subido; siempre lo hacía cuando estaba cerca de él. Reino parecía un insistente animal en celo alrededor de su presa.

—Demonios, caperucita, ¿por qué solo llevas esa tanga roja que no deja nada a la imaginación?

Kyoko abrió sus ojos de par en par y soltó un gritito cuando pisó mal un peldaño y sintió que caería. Reino la sostuvo de la cintura, alargando el otro brazo hacia el costado, con el helado de chocolate en su mano.

—Oh, Dios —chilló Kyoko al sentir su helado de vainilla por encima de su escote y la erección de Reino contra sus nalgas.

—¿Estás bien? —le preguntó con la voz ronca, cargada de deseo sexual.

El pecho de Kyoko subía y bajaba al compás de su acelerada respiración.

—Sí —dijo en tono ligeramente tembloroso y sensual. Se escapó de su brazo y subió con rapidez los peldaños que quedaban.

Se inquietó al ver que no había nadie. Algunas luces ya estaban prendidas, el lugar estaba preparado para abrir dentro de unos minutos, y el dependiente seguramente estaba en la trastienda. No había escapatoria. Él atacaría, y ella temía dejarse llevar.

Reino llegó a su lado, cogió su mano y la recostó contra una pared. Sus pupilas se dilataron más al percatar el rastro de helado derritiéndose cerca de la piel de su pecho.

—El helado te manchará el vestido —murmuró. Bajó el rostro, y lamió lentamente su piel de abajo hacia arriba.

—No…Espera, Beagle…—gimió poniendo una mano por detrás de su cuello, mientras que la otra intentaba asegurar que el helado no cayese al piso.

Kyoko subió la mano a su cabello y tiró de él, cuando los restos de helado acabaron y él siguió subiendo la boca a su cuello.

—Mmm… No sabía que el sabor de vainilla fuese tan delicioso —susurró antes de separarse, mirarla con deseo, y sentarse en una de las sillas que estaba cerca.

Las piernas de Kyoko temblaban. Se sentó en la silla que estaba frente a la mesa en dónde Reino se sentó, y tomó el helado que se derretía en su mano. Podía sentir como él le clavaba la mirada. Se le erizaba toda la piel. Sentía el pulso desbocado de tan solo pensar que en cualquier momento él se lanzaría a devorar su boca y a acariciar su cuerpo entero. Hacía calor, los pezones se le endurecían, y la respiración ya se le dificultaba. La tensión era insoportable y el silencio decía más que mil palabras.

Alzó el rostro y sus ojos se encontraron.

Dejó de respirar por unos segundos. Tragó en seco, y lamió su helado sin apartarse de su mirada. Él siguió cada movimiento de su lengua y luego fue bajando hacia sus senos. Kyoko se los cubrió con el brazo, avergonzada al notar lo visible que eran sus pezones bajo el escote. Volvió a mirarlo, y sintió que su tanga se humedecía. Comenzó a jadear. Él la seguía mirando con lujuria, lamía su helado y le daba un lento mordisco al cucurucho. Tuvo que atajarse a la mesa, porque creyó que caería atrás. Su sexo palpitaba. Estaba por estallar.

Cruzó una pierna sobre la otra y se mordió el labio, intentando reprimir un gemido de la excitación.

—No me importaría tumbarte sobre esta mesa y degustar tu cuerpo entero. Te volverías loca del placer.

—¡Beagle! —gimió escandalizada y acalorada.

—Me provocas mucho, Kyoko…Estás tan excitada igual que yo. Nos volverías locos si me rechazas otra vez. Así que resolvamos esto de una vez. Quiero que me beses la boca si estás segura de continuar. Sé la primera en actuar.

Kyoko no pensó en ningún instante en una afirmativa. Si lo hiciera no habría marcha atrás. No podía solo besar y hacer cuantas cosas más con un hombre con el que no tenía nada. Y peor aún, con el Beagle. Se estaba frustrando y enojándose consigo misma por querer repetir lo de ayer. Se desconocía. No podía ser una mujer fácil y lujuriosa. ¿Dónde había quedado su moral?

Sacudió su cabeza hacia los lados.

—¿P-Por qué haría eso? —tartamudeó—.No…No lo quiero —Escuchó un ruido, y giró la cabeza hacia el mostrador, parecía que venía de la trastienda.

—Te lo haré más fácil, Kyoko. Ve al sanitario y yo te sigo —dijo con tranquilidad, mirándola inquisitivo.

Kyoko quedó boquiabierta. Se puso completamente roja y negó frenéticamente.

—¿P-Por qué harías eso en un lugar público? —aulló desconcertada.

Reino la miró inmóvil durante largos segundos.

—Por impulso, por excitación, por morbo…— Sonrió sensualmente—. No te quitaré la virginidad en un lugar público y tampoco haré algo que no quieras. Lo de antes digamos que pudo ser un error, aunque sepa lo excitada que te habías puesto incluso antes, al sentir mi erección.

Kyoko se sintió sofocada.

—¡No lo estaba! —chilló abochornada.

—No pusiste ninguna resistencia, sé que te gusto —repitió seguro.

—No me gusto —le desafió, insistente.

—¿Entonces por qué estás tan excitada?

—¡No lo estoy! —exclamó temblorosa.

Reino suspiró con cansancio, se acomodó el pantalón en la entrepierna y se levantó. Kyoko no pudo evitar bajar la mirada hacia su entrepierna. Lo había visto acomodarse el pantalón, y la tenía más abultada de lo normal. Aún estaba duro. Ese hombre no conocía la vergüenza.

Kyoko subió la mirada, con la boca abierta; él estaba cerca y tenía una sonrisa maliciosa en sus labios. Su rostro estalló en un impecable rojo. De repente él estiró de su silla. Las patas chirriaron contra las baldosas, y ahogó un grito de sorpresa, cuando él llevó una mano a su barbilla y cubrió su boca con la suya.

Fue un beso inesperadamente suave y corto que no pudo reaccionar.

—Tienes demasiadas limitaciones y tabúes que no te dejan avanzar, caperucita. Elimínalas y haz lo que en realidad deseas.

—No deseo nada —dijo mirándolo fijamente.

—Eres realmente muy terca hasta el final…Quiero ese beso que me debes ahora.

—¿A-Ahora?

Reino asintió con la cabeza, y Kyoko le negó meneando la cabeza.

—Estuve en silencio frente a Fuwa y obtuviste tu venganza besándome en frente de él. Necesito mi recompensa.

—¿Más tarde? —le preguntó ella en un último intento.

Lo vio negar de nuevo con la cabeza, y tragó en seco. Dejó la sobra del cucurucho en la mesa, se levantó, y verificó hacia los alrededores que no estuviese nadie. Su corazón comenzó a latir acelerado. ¿Y si alguien les pillaba?

Reino la miró con diversión.

—Un beso con…

—Mis sentimientos hacia ti —le interrumpió histérica.

Él la cogió de la cintura y la atrajo hacia sí. Kyoko se sorprendió y llevó, agitada, las manos sobre su pecho.

Volvió a fijarse hacia atrás.

—Concéntrate en mí —le pidió él.

Kyoko le miró a los ojos y se perdió en ellos. El iris de sus ojos tenía un hermoso color.

Miró pensativa cada detalle de su rostro. Debía reconocer que el bastardo dos era bastante guapo.

Bajó la mirada y se encontró con sus labios.

Buscaba los sentimientos que albergaba hacia él, y lo único que sentía tan inmenso era la lujuria. La lujuria no era un sentimiento, pero también era algo que sintió por primera vez con él. ¿Era eso lo que quería?

Él la pegó más a su cuerpo, haciendo que despertase del trance.

Olía demasiado bien, e inhaló despacio para no perderse de ese aroma.

Deslizó las palmas de las manos hacia sus hombros, colocándolas luego alrededor de su cuello. Tiró de él, bajando su cara a su altura. Las palpitaciones de su corazón latieron con fuerza en sus oídos. Se miraban directo a los ojos. Era demasiado erótico y tentador.

Ladeó la cabeza para tener mejor provecho de su boca, y con los labios entreabiertos se acercó.

—Reino, ¿y esa chica?

Kyoko se inmovilizó como una piedra. Oyó que Reino soltaba una palabrota. Enseguida se separó de él, y quiso escapar, muerta de la vergüenza.

Como si su mente hubiera oído, él la agarró de la muñeca.

—No te vayas —le susurró.

Kyoko miró detrás de él. Era una mujer joven, y llevaba un uniforme que se le pegaba a su voluptuoso cuerpo. Era la dependienta de la heladería, y la miraba de arriba abajo con ojos de desaprobación.

—¿Es ella tu nueva pareja sexual? —dijo ésta con una fingida sonrisa.

—¡No lo soy! —espetó Kyoko firme y alto.

Y, con la cara roja como un tomate, se disculpó y bajó las escaleras a toda velocidad. Advirtió que había más clientes en al área de cafetería, y al notar como algunos se giraban a mirarla, disminuyó la velocidad de sus pasos y respiró hondo para parecer más tranquila.

Fue hacia el sanitario y se encerró en un cubículo.

Por dentro, ya estaba planeando dónde y cuándo cometería seppuku. Había bajado de nuevo la guardia, y se había dejado seducir por el demonio de la lujuria y el libertinaje. Si no fuera gracias a esa mujer que les interrumpió, seguramente ella estaría devorándole la boca; él aprovecharía la situación para introducir las manos bajo su vestido, la llevaría al sanitario sin ningún inconveniente y le daría un suculento placer al recorrer su cuerpo con esa boca caliente y pecaminosa.

Su rostro se transfiguró al captar la escena lujuriosa que se había permitido y desarrollado en su cabeza.

Se abanicó con la mano, mareada y estupefacta de la clase de mujer en la que se estaba convirtiendo.

Salió, se lavó las manos y se pasó una toallita de papel húmeda en el pecho, justo dónde el Beagle había bebido los restos de helado. Debía olvidar todo eso, porque enloquecería.

Cuando salió, no lo halló en la cafetería, y entonces alzó la mirada hacia la escalera, sin lograr divisarlo desde esa posición. Tenía claro que esa mujer que les interrumpió estaba resentida; era seguro que así como se le había planteado la pregunta de ser su pareja sexual, ella fue una en un tiempo atrás.

Oyó que alguien la llamaba, y miró que Tetsu le hacía una seña para que se acercase. Él atendió con rapidez a otro cliente, y luego se volvió a ella con una sonrisa, pasándole un trozo de papel.

—Aún soy un principiante, pero sería un honor que me siguieses en las redes sociales. Soy músico.

Kyoko se impresionó; no tenía ninguna cuenta en las redes sociales, se lo iba a decir, hasta que vio que debajo también tenía escrito un número y correo.

Tetsu esbozó una sonrisa, cuando ella lo percató.

—También sería emocionante que...

—¿Por qué no me dijiste que esa mujer trabaja ahora aquí? —Una voz molesta, le interrumpió y Kyoko vio como Reino se acercaba, enojado.

—Me había olvidado —respondió Tetsu riéndose maliciosamente entre dientes.

—Vámonos, Kyoko.

Le tocó la cintura para impulsarla a salir, y Kyoko caminó con rapidez hacia afuera, olvidándose de despedirse.

En cuanto entraron al auto, él arrancó el motor y se marcharon, en silencio.

Kyoko se removió inquieta en su asiento al sentir tan palpable lo molesto que estaba. Solo le había visto así cuando discutieron en el motel, con él esposado en la cama.

Para su asombro, Reino cortó enseguida el silencio, y le preguntó dónde vivía para ir a pasar por sus cosas. Kyoko intentó parecer indiferente, cuando olvidó aquello y que iría a vivir con él en su casa. Aún le costaba demasiado imaginárselo y no le gustaba para nada la idea. Le dio la dirección a regañadientes, y comenzó a pensar en la historia que les contaría a los dueños del Darumaya.

Después de los análisis médicos que le hicieron ayer tras el incidente, había llamado en el Darumaya antes de ir a dormir y le contó a la Okami que pasaría la noche con una amiga. No le contó sobre el atropello. No quería que se preocupasen.

—¿Te dio su correo? —le preguntó él de repente con voz seca.

Le costó cinco segundos antes de que lo entendiera.

—Sí, pero solo era para seguirlo en las redes sociales…—murmuró— ¿Estás molesto con él?

—Y con esa mujer que nos interrumpió antes de que me des mi recompensa —agregó con el ceño fruncido.

Kyoko se asombró del motivo de su enojo, pero luego recordó que alrededor de hace una hora ella también estuvo enfadada con él por un motivo muy similar. Pero él podía solicitar su recompensa en el auto, no entendía porque no lo hacía.

Sacudió su cabeza.

—¿Y esa mujer quien es…? —preguntó.

—¿Celosa? —comentó con una media sonrisa.

—No, pensó que era tu pareja…sexual —murmuró.

—Tuvimos sexo una vez antes de que me convirtiera en vocalista. Quería que la estrangulara y que la pegase durante el coito. Desde entonces dejé de tener sexo con mujeres desconocidas. Es mejor tener parejas sexuales.

—Por Dios —chilló Kyoko, escandalizada—. No hables de eso… ¿Por qué le gustaría que…que la estrangule? —dijo incrédula y abochornada.

—Desde que la banda tuvo algo de fama, me insiste para volver a repetirlo —continuó—. Quiere hacerlo con un famoso para presumirlo con sus amigas.

Kyoko se tapó los oídos.

—N-No hace falta que me lo expliques —tartamudeó con los ojos cerrados.

—Hace poco cometí el error, y me topé con una dominatriz.

—¿En serio? —dijo volviendo su mirada hacia él. Ya comenzaba a reírse interiormente al imaginárselo de rodillas, llamándole a una mujer: "mi señora".

—Parecía muy inocente, pero en la cama era una fiera sexual hasta que me tendió una trampa, me esposó en la cama y me dio latigazos.

—Eso no es cierto, no soy una dominatriz —exclamó en protesta, ruborizada.

Reino se volvió a ella y la miró fijo durante unos segundos.

—A pesar de todo no puedo dejar de pensar en esa mujer —mencionó con una sonrisa taimada.

—¿Qué? ¿Eres masoquista? —preguntó ella devolviéndole una sonrisa socarrona.

—No. Una mujer desinhibida, maliciosa y muy sexual, estando a horcajadas sobre mí, casi desnuda, disfrutando tocarme con sus manos y con su boca. Le gustaba torturarme, pero lo que la ponía más cachonda era ver cuánto me moría del deseo que tenía por hacerla mía.

Kyoko dejó de respirar y se mordió la lengua, para no soltar nada. Quería desaparecer ahí mismo, esfumarse como el viento y volar de ahí por la ventana de su coche.

No sabía por dónde esconder la cabeza, hasta que encontró la botella de agua, lo cogió y bebió lo poco que quedaba. Se atragantó y comenzó a toser. Ya era la segunda vez en atragantarse con esa agua.

Reino no dijo nada, no sabía si por piedad o porque disfrutaba verla como un animalito acorralado, queriendo esconderse en cualquier recóndito agujero.

Oyó que el escalofriante y tétrico timbre de un celular sonaba.

Con el rabillo del ojo, notó que Reino se ponía un auricular inalámbrico en su oreja, y contestaba la llamada.

—Miroku —dijo con desgana—. Ahora no…—silenció durante unos segundos— Mierda —bufó antes de colgar

—No puedo llevarte en tu casa, Kyoko. Te dejaré en mi casa, y más tarde iremos a buscar tus cosas.

—Espera, puedo irme por mí misma, solo tienes que…

—Tal vez no lo recuerdes—le interrumpió—, pero ayer algún lunático te atropelló una vez e iba por la segunda. Podrías haberte quedado inválida o moribunda. Tu manager parecía sospechar de alguien.

Se le heló la sangre. ¿Kimiko Morizumi?

Pero eso no podía ser verdad. Erika Koenji tenía la grabación de un video que la incriminaría directamente si infringiese cualquier otro delito contra ella. No se arriesgaría. No tenía un motivo preciso para intentar hacerle daño, o eso creía.

Se quedó pensativa y callada. Minutos más tarde notó que el coche bajaba la velocidad; Reino abría un portón con un control remoto y giraba hacia una casa.

—¿No vivías en un apartamento? —preguntó confundida.

—Lo hago, hace unas semanas me mudé de aquí.

Kyoko apenas oyó su respuesta al fijar sus ojos en esa casa. Era lo que una vez habría imaginado sería la casa de su amiga, Moko-san. Una casa elegante y adinerada. Era moderna, con una fachada que parecía una mezcla de lo minimalista y lo japonés. Las paredes estaban revestidas de madera, y las ventanas de cristal entonces cubiertas con cortinas, permitirían la entrada de una gran cantidad de luz solar. Constaba de doble planta, era lo bastante grande para que viviera cómodamente una familia de cuatro personas.

Entraron al garaje, que quedó iluminado al instante en que se abrió.

—Toma —Kyoko tardó en reaccionar, cuando percató la llave que le estaba pasando—. Entra por aquí, y….—Reino bajó la mirada hacia su cuerpo, y ella se encogió en el asiento—. Y mientras tanto, ponte una de mis camisetas —alzó la mirada a su rostro y la miró quedamente.

—B-Bien…Ya me voy —respondió Kyoko, nerviosa por la repentina tensión.

Bajó del coche. Fue titubeante hacia las escaleras que daban hacia el interior de su casa, pero de repente escuchó que el portón se cerraba.

Giró hacia Reino, y lo vio, bajando del coche.

—¿No tenías prisa? —preguntó, tragando en seco al verlo acercarse.

—Que esperen. Sube.

—Sube tú primero —le exclamó sonrojada, pasándole la llave.

Reino esbozó una media sonrisa.

—Tenía que intentarlo —murmuró.

En cuanto entraron, Kyoko vio que él iba quitándose la ropa con rapidez mientras caminaba. Reculó, pegando la espalda contra la puerta. Sus ojos bien abiertos, sin embargo admiraron la maestría con la que se desnudaba en tan solo segundo. Lo vio desaparecer, descalzo y con el torso desnudo, en la segunda planta, y fue recién que percató que contenía la respiración.

Pestañeó dos veces, e intentó relajar los músculos tensos.

Se quitó los zapatos, y se cambió por unas zapatillas, que encontró cerca.

Recién observó el interior de la casa. Estaba casi vacío. Solo había unos pocos muebles. Recordó entonces oír que se había mudado de ahí hace poco. Exhaló el aire de los pulmones y se sentó en un solitario sofá color crema, situado en lo que sería una desierta sala de estar. Curioseó desde ahí los alrededores, y se preguntó algo que aún le era difícil aceptar. Los padres del Beagle. ¿Había nacido de un vientre materno como cualquier ser humano normal?

Esperó unos minutos, y cerró los párpados. Se sentía fatigada, y apenas habían pasado algunas horas desde que despertó. Creía que era por la conmoción que sufrió.

Lo olió cerca, y abrió los ojos.

Reino estaba frente a ella. Se había dado una ducha y cambiado de ropa.

—¿Kyoko? ¿Estás bien?

—Sí… —musitó sorprendida por su preocupación, e irguió la espalda contra el respaldo.

—Llámame o envíame un texto si me necesitas. Descansa arriba, en la habitación de la derecha. No sé cuándo regresaré, pero te enviaré comida.

Asintió con tardía. Al escucharlo hablar así, se sentía como la mascota al que dejaría sola en casa.

Lo vio salir por la puerta que daba al garaje. Se había quedado sola, y por fin podía descansar de él. Eso creyó.

Un mensaje le llegó al instante en su celular rosa.

Reclamaré mi recompensa en cuanto regrese.

—Mierda...

Debía idear algún plan para evadir las apetencias del Beagle.

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N/A: Quería hacer más largo este capítulo, pero ya ha sido un largo tiempo de espera jeje

Como siempre, muchísimas gracias por los comentarios. Me han sacado una gran sonrisa.

Por cierto, quiero saber sus opiniones. ¿Qué les pareció el capítulo? Estoy abierta a todo XD