NA: ¡Hola! Muchas gracias por la acogida de esta nueva historia y por los bonitos reviews :) ¡Aquí tenéis otro capítulo! Espero que os guste.
Capítulo 2: La maldición.
Hermione observó con curiosidad cómo Malfoy se apartaba de ella y se dirigía al sofá arrastrando los pies. Se dejó caer sobre este con actitud abatida, enterrando la cara en la palma de una mano mientras la otra seguía sujetándose la sábana a la cintura.
La Gryffindor se armó de valor y caminó con cautela hacia él, sentándose a su lado muy lentamente. El cuerpo de Malfoy se giró sutilmente hacia el lado contrario al que estaba ella en lo que Hermione consideró un acto reflejo. Como si inconscientemente quisiera protegerse de la amenaza que suponía su presencia, sobre todo ahora que estaba a punto de averiguar su secreto.
Uno terrible, a juzgar por la manera en la que parecía carcomer al chico desde dentro.
Hermione esperó en tensión, controlando incluso su propia respiración para no alterar el perfecto silencio que se había instaurado en la sala. Su corazón latía con frenesí en su interior. La adrenalina corría salvajemente por su cuerpo. Seguramente fuera una de las pocas personas del castillo en ver a Draco Malfoy siendo esclavo de sus demonios más profundos, viéndolo dominado por los pensamientos más oscuros de su corazón. Hasta ese mismo momento nunca creyó que tuviera uno.
Pero ahí estaba, y aunque las facciones de su rostro levemente girado hacia el otro lado fueran afiladas incluso en la oscuridad, Hermione vio… Hermione notó que en ese instante él era delicado, como una pluma en el aire, siendo una lenta víctima de la gravedad hasta tocar el suelo.
El silencio se prolongó varios minutos más. Le dio la sensación de estar alargando el momento todo lo que podía, pero ella no se mostró impaciente ni molesta por su mutismo. Tenía todo el tiempo de aquella primera noche para escuchar lo que tuviera que decirle.
En un momento dado, Malfoy se encorvó y ahogó un quejido que parecía lleno de dolor. Solo entonces se giró hacia ella y la miró. La miró a los ojos con ese deje de vulnerabilidad y Hermione sintió cómo su propio pecho se encogía ante su dolor. Esta mirada solo duró un par de segundos antes de que la apartara y mirara a un punto por detrás de la chica, sumido en sus pensamientos.
—Mi padre —dijo finalmente, su voz acariciando el silencio muy superficialmente—, trabaja en el Ministerio. El renombre y la riqueza de la herencia familiar le convierten en una de las personas más influyentes del mundo mágico, como ya sabrás. Quién no conoce a Lucius Malfoy, ¿verdad? —Ella asintió con la cabeza cuando el chico se quedó callado, instándole a continuar de manera muy sutil—. Hará cosa de un año empezó a investigar a los nacidos de muggles que trabajan en el Ministerio de Magia con la intención de demostrar que no son la mejor opción para ocupar puestos de responsabilidad, no cuando existen brujas y magos que han crecido con magia y que están más capacitados que ellos para trabajar por y para el mundo mágico…
—Eso parece más una campaña de desprestigio contra los nacidos de muggles que otra cosa —apuntó Hermione, hablando por primera vez en mucho tiempo. Su voz sonó molesta.
Él le dedicó una mirada enervada, aunque con ciertas reservas.
—¿Sabes? La gente como tú no es tan buena como crees.
Hermione se sintió ligeramente ofendida, pero consiguió devolverle el tono calmado a su voz.
—¿Por qué lo dices?
—Porque es una mujer como tú, una nacida de muggles, quien me ha hecho esto —respondió él. Justo cuando terminó de hablar algo pareció provocarle una ráfaga de dolor lacerante que le hizo estremecer. Hermione se sobresaltó cunando un gruñido cargado de lo que parecía ser angustia trepó por la garganta del Slytherin sin que lo pudiera contener.
—¿Qué te hizo? —preguntó entonces con un hilo de voz.
—Me maldijo —confesó después de unos segundos con los ojos fuertemente cerrados, como si estuviera tratando de controlar el dolor—. Mi padre le quitó el trabajo a ella y ella decidió que a mí me arrebataría mi dignidad.
Hermione intentó atar cabos, entender qué relación tenía lo que le estaba contando con lo que había estado haciendo debajo de las sábanas cuando creía que dormía, pero no lo consiguió.
—No lo entiendo —susurró al fin, empezando a sentirse un poco ansiosa de repente.
Malfoy suspiró con pesar.
—Esa mujer me echó una maldición en la que tengo que… en la que debo… —Hizo una pausa para tomar aire—. En la que debo "satisfacerme". —Hermione abrió mucho los ojos—. Y antes de que digas nada… ya sé lo que estás pensando; menuda maldición, ¿verdad? ¿Cómo puede alguien intentar hacer daño a través del placer? El problema es que cada vez que ocurre me debilito un poco más.
Hermione observó cómo abría y cerraba el puño repetidas veces con una expresión de tormento en el rostro.
—¿Y qué pasa si no…? Ya sabes, ¿si no lo haces?
—Que muero —dijo, y el peso de sus palabras cayó sobre los pensamientos de Hermione como una losa.
—¿Estás muriendo ahora?
—Mi cuerpo se muere cada segundo que pasa en la que siento esta necesidad y no la satisfago. Ya siento calambres en las manos.
—¿Te pasa todos los días? —preguntó sin poder controlar su curiosidad.
—Sí, pero el momento es imprevisible. Puede pasar por la mañana, por la tarde, de madrugada… En clases, en el gran comedor, en un entrenamiento de Quidditch…
—¿Lo saben tus padres?
—¿Crees que es algo de lo que quisiera hablar con mis padres? —espetó, y luego, con voz menos agresiva, agregó—: El profesor Snape me está ayudando. Está intentando encontrar una forma de arrancarme la maldición antes de que me mate.
—¿Está Dumbledore al corriente de esto?
—¿Crees que si lo estuviera te habría encadenado a mí las veinticuatro horas del día durante toda una semana?
Hermione se sonrojó por la obviedad de aquello. Agradeció que la sala estuviera lo suficientemente oscura para ocultar el rojo de sus mejillas.
—¿Y por qué no le pedís ayuda? Él es el mago más poderoso del mundo mágico, seguro que sabrá qué hacer.
—Granger, ¿de verdad crees que le contaría esto al director? No hay manera de hacerlo sin inculpar a mi padre también. —Se quedó callado un momento, dándose cuenta de que tal vez había hablado de más—. Es posible que mi padre haya usado información falsa para hacer que despidan ilícitamente a todos esos nacidos de muggles del Ministerio. —Hermione apretó los labios al oír aquello, disgustada—. No, Dumbledore es mi última opción en esto.
La Gryffindor se descubrió sintiéndose sorprendida por cómo Malfoy intentaba proteger a su padre, incluso a pesar de que lo que le estaba pasando era culpa suya. Intentó asimilar todo aquello mientras el chico se encorvaba de nuevo, respirando pesarosamente.
—Hay algo que todavía no entiendo. ¿Por qué esa mujer tomó represalias contra ti? Tú no tenías nada que ver con su despido improcedente, ¿no? ¿Por qué no fue a por tu padre?
Malfoy se puso de pie de un salto.
—¡Basta! —la interrumpió, su voz sonando más fuerte de lo debido y haciendo eco en la habitación—. Basta —repitió, esta vez en un tono más bajo—. No quiero hablar más de esto. No puedo. Ah.
Hermione también se levantó. Hasta ahora no había sido consciente de la tonalidad azulada que estaba adquiriendo la piel del chico. Sus ojeras habían ido haciéndose más profundas bajo las cuencas de sus ojos, ahora eran dos oscuras sombras sobre sus pómulos, que se marcaban más que nunca en su rostro. Lo vio boquear y tambalearse. Se apresuró a cogerlo del codo para ayudarlo a meterse en la cama. Lo observó un poco más, asustada y consternada a partes iguales.
—Haz lo que tengas que hacer —le dijo antes de volver a tumbarse en el sofá, esta vez dándole la espalda y tapándose con la manta por encima de la cabeza.
No quería pensar en lo que Malfoy estaba haciendo a escasos metros de ella, pero tampoco podía quitárselo de la cabeza. Maldición, ahora no sabía si aquellos sonidos que estaba escuchando eran reales o se los estaba imaginando.
Intentó cambiar el rumbo de sus pensamientos, pero no pudo ir más allá de lo que él acababa de contarle. Lucius Malfoy. Nacidos de muggles. Extrañas maldiciones. No podía evitar pensar que en todo aquello faltaba una pieza para terminar de armar el rompecabezas… Le estaba ocultando algo, no le había contado toda la verdad. ¿Pero qué tan malo podía ser esa parte de la historia? ¿Por qué obviarla cuando lo que le había contado ya era suficientemente horrible?
Seguía divagando en las razones que podría haber tenido esa bruja para tomar represalias contra Draco en lugar en lugar de su padre cuando, unos minutos más tarde, escuchó un débil gemido, y acto seguido, un suspiro.
Deseó poder abandonarse al sueño con todas sus fuerzas, pero no pudo pegar ojo en lo que le pareció una eternidad.
El inconsciente de Hermione la obligó a despertarse con la tenue claridad de los primeros rayos de sol de la mañana. Apenas había descansado dos o tres horas antes de ese momento, pero sabía que no podía permitirse remolonear… No cuando era una intrusa non-grata en la sala común de las serpientes. Debía estar con sus cinco sentidos alerta antes de que los Slytherins se empezaran a despertar.
Bostezó, se levantó y alcanzó su bolso de cuentas. El hecho de que la noche anterior no se hubiera duchado unido a la desagradable escena que presenció sobre Malfoy la hacían sentir sucia. ¿Cuánto tiempo aguantarían sin asearse? Este interrogante rondó por su cabeza mientras empezaba a desnudarse para ponerse el uniforme de Gryffindor cuando, en un momento dado, Malfoy hizo un sonido y ella se giró para mirarlo. Sintió una oleada de alivio cuando comprobó que seguía dormido, que solo había sido un pequeño ronquido más fuerte de lo normal.
Apartó la vista de él tan pronto como se dio cuenta de que se había quedado mirándolo y se sentó en el sofá a la espera de que los demás empezaran a hacer acto de presencia. Era temprano, pero no sabía decir cuánto.
Después de un rato largo, la voz de Pansy Parkinson sonó estridentemente al otro lado de la sala.
—¡Maldita sea, Potter! ¡Te he dicho que no mires!
—¡Perdón, perdón! —exclamó su amigo justo después.
Draco Malfoy se estiró sobre el colchón y abrió los ojos con pesadez. Los gritos lo habían despertado, así que echó un vistazo con fastidio en la dirección en la que se encontraba la otra pareja castigada, y cuando se dio cuenta de que no podía verles, desvió la mirada y reparó en Hermione.
Ambos compartieron un momento cargado de intensidad antes de mirar hacia otro lado.
—Como digas una sola palabra… —masculló él por lo bajo.
—Prometí que no lo haría —replicó ella, un poco molesta por que pusiera en duda su palabra.
Si algo la caracterizaba, aparte de su determinación en los estudios, era su honestidad. Todo el mundo sabía que, a diferencia de un Slytherin, cualquiera podría confiar en que un Gryffindor cumpliera sus promesas.
Él se limitó a decir un escueto «bien» y Hermione esperó a que se vistiera para salir de la sala común hacia el gran comedor. Harry, Pansy, Ron y Blaise no tardaron en aparecer por allí también.
—Oh, vamos. ¿A qué se deben esas caras largas? —preguntó Zabini mientras se sentaba al lado de Lavender, que a su vez le dedicó una mirada de repulsa y se apartó de él. Era curioso ver que era el que mejor lo estaba llevando de los seis. Ahora incluso se diría a los Gryffindors con plena confianza, como si llevaran siendo amigos desde siempre—: Venga, vamos a levantar el ánimo. ¿Tenéis anécdotas de la primera noche juntos? —Ron lo miró con cierta curiosidad, pero cauteloso al mismo tiempo. Blaise no esperó a que los demás respondieran—. De acuerdo, empiezo yo. —Hizo una pausa para dejar a todos en suspense durante unos segundos. Luego, con voz serena, dijo—: Esta noche Weasley se ha tirado un pedo.
La piel de su amigo mudó a un rojo escarlata parecido al del escudo de su túnica.
—¿Qué? ¡Eso no es cierto! —protestó.
—Uf, ya lo creo que sí. Y además fue uno de estos que se prolongan en el tiempo; los que suenan durante cinco segundos y huelen durante una hora.
La mayoría de la gente que estaba alrededor se rio de lo que decía, pero Ron optó por darle una patada por debajo de la mesa con todas sus ganas.
—¡Ay! —se quejó—. No te conviene pegarme de nuevo, Weasley. Los Slytherins podemos ser realmente rencorosos, y como consecuencia, muy vengativos. —Acto seguido se volvió hacia su amiga—. ¿Es Potter también un pedorro en la cama?
Esta rodó los ojos.
—No. Al menos no que yo haya escuchado. Pero sí que es un mirón —dijo alzando un poco la voz al final de la frase, consciente de que muchos escucharían lo que decía. Parecía satisfecha de haber conseguido su propósito cuando varias chicas de Gryffindor miraron a Harry de soslayo.
—¡Y dale! ¡Ya te he dicho que creía que habías terminado de vestirte!
—Qué buena excusa para verme en bragas, Potter —replicó ella—. Realmente espléndida.
—Deja el sarcasmo a un lado, ¿quieres?
—¿A un lado? ¿Te refieres a donde se suponía que debías estar mirando en lugar de al encaje de mi ropa interior?
Harry gruñó y apretó mucho los labios, tanto que estos se convirtieron en una delgada línea mientras su rostro imitaba el color de su amigo como un camaleón. Zabini se rio escandalosamente antes de mirar a la última pareja.
—Así que por ahora tenemos a un flojo de esfínter y a un fisgón —dijo burlón—. ¿Algo que os haya pasado a vosotros esta noche?
Hermione sintió el momento exacto en el que Malfoy pasaba a mirarla por el rabillo del ojo. La chica negó con la cabeza.
—Nada digno de mención.
—¡Venga ya! ¿Nada?
—No, Zabini, nada —respondió ella, y acto seguido recogió sus cosas y se puso en pie—. ¿Nos vamos?
Draco Malfoy la siguió, por primera vez, sin rechistar absolutamente nada.
Al parecer todos se habían puesto de acuerdo para ir a Defensa contra las Artes Oscuras, a pesar de que los de Gryffindor no se suponía que debían estar allí. Tuvieron que explicarle al profesor por qué se colaban en el aula varios alumnos que no pertenecían a las casas establecidas en los horarios, y aunque no quedó muy convencido, dejó que se quedaran.
Aquello terminó de hacer correr la voz entre los estudiantes sobre lo que pasaba con esas tres extrañas parejas. Christopher, el Ravenclaw del baño de los chicos del día anterior, estaba allí. Él y sus amigos miraron descaradamente a Hermione y a Draco cuando entraron en la clase. Por suerte, esta se hizo relativamente amena y terminó antes de que pudieran darse cuenta.
—Os veo luego… Espero —le dijo Hermione a sus amigos al salir. Malfoy y ella habían decidido ir a la clase de Transformaciones mientras que Harry, Ron y los otros dos habían optado por Adivinación.
Daphne Greengrass los adelantó, no sin antes chocar su hombro con el de Hermione con más fuerza de lo que un simple descuido hubiera supuesto. Ni siquiera miró a Malfoy al pasar.
Ambos clavaron la vista en su espalda a medida que se alejaba. El movimiento de sus largas piernas en conjunto con el contoneo de sus caderas daba la sensación de estar presidiendo un pase de modelos. Sin embargo, ella parecía hacerlo sin esfuerzo, Hermione se atrevía a decir que sin darse cuenta realmente. Su largo cabello lacio ondeaba con gracia por encima de su baja espalda.
—Ella lo sabe, ¿verdad? —preguntó Hermione a pesar de ya saber la respuesta—. Tu… tu situación. Por eso se molestó de esa manera cuando le explicaste el castigo.
Él puso los ojos en blanco.
—Claro que lo sabe, ¿quién crees que me cubría cuando… cuando pasaba? Se suponía que era mi novia.
—¿Ya no lo es?
—Ya no estoy tan seguro —gruñó.
Después de aquella pequeña conversación caminaron en silencio, aprovechando al máximo los cinco metros de gracia que tenían para separarse hasta llegar al aula de Transformaciones. McGonagall, que ya estaba allí, asintió y les urgió a que tomaran asiento.
Para Hermione era un alivio poder evadirse y olvidarse de la situación en la que estaba cuando se concentraba en las clases. Aquel castigo no había afectado a su determinación en los estudios; aquella mañana ya llevaba escritos cinco pergaminos por delante y por detrás. Había notado cómo Malfoy rodaba los ojos ante su efusividad a la hora de tomar apuntes, pero había decidido ignorarlo deliberadamente. Todavía estaba por ver que se los pidiera para estudiar.
La hora del almuerzo transcurrió con Zabini intentando levantar los ánimos de todo el mundo. A pesar de que Hermione no podía evitar sentirse miserable, tampoco podía negar que el muchacho estaba empezando a caerle bien… aunque fuera poco a poco. No negaba que, como buen Slytherin, hubiera disfrutado fastidiándola a ella misma y a sus amigos por el mero placer de molestar. Pero después del escaso tiempo viendo su verdadera forma de ser, estaba segura de que la mayoría de las veces solo participaba en las burlas movido por su amistad con Malfoy. No le sorprendía, Malfoy era una persona cuyo poder de persuasión era tal que podía conseguir que cualquiera moviera una montaña en su nombre.
La personalidad de Pansy Parkinson, por el contrario, era más parecida a la del rubio. Hermione la veía como más calculadora, más fría, más… serpiente. Pero claramente menos sedienta de control que Malfoy, más pasota en cierto sentido.
—¿Tú y Daph habéis roto? —preguntó de repente la chica a la que Hermione estaba analizando mientras comía el estofado de su plato.
Más pasota, que no menos observadora.
—Puedes preguntarle a ella —respondió Draco—. Y luego, de camino, me cuentas qué te ha dicho.
—¿Drama en el noviazgo? —dijo de nuevo, esta vez con una sonrisa burlona en el rostro. Pasota, observadora y cínica—. Le preguntaré, pero estarás en deuda conmigo.
También era interesada.
Después de ser testigo de aquella conversación Hermione podía afirmar que Pansy Parkinson era la viva imagen de un puro Slytherin; era lo suficientemente observadora como para encontrar el punto débil de cualquiera, en cualquier momento, y lo suficientemente astuta como para conseguir tornar la situación a su favor.
Era muy inteligente, eso también.
Harry interrumpió sus cavilaciones dirigiéndose directamente a Malfoy, cosa que inevitablemente llamó la atención de todos.
—Ya sé que somos enemigos naturales y todo eso, Malfoy, pero si quieres puedo preguntarle yo —ofreció y, casi al instante, cinco pares de ojos estuvieron puestos en él con curiosidad—. No te pediré nada a cambio y, por consiguiente, no tendrás que estar en deuda con nadie.
Hermione creyó adivinar sus intenciones tras la sonrisa que le dedicó a la chica Slytherin. No le había sentado nada bien que le acusara de ser un pervertido por la mañana, así que ahora él intentaba fastidiarla a ella por la tarde. Pansy Parkinson lo miró con irritación mal contenida.
—Cuidado Potter, vas a alcanzar el puesto número uno en mi lista de personas más odiosas.
—¿No lo era ya?
Le dedicó otra radiante sonrisa de satisfacción y siguió comiendo sus patatas asadas.
Draco Malfoy sacudió la cabeza, incapaz de creer que estuviera presenciando aquella conversación cargada de tensión y muy poco sentido común. Zabini incluso estaba llenando el plato de Ron con más pollo. Ron Weasley se había puesto colorado.
—Vámonos de aquí —le masculló a Hermione, que tomó un último bocado de su comida y se levantó tras él. Le hubiera gustado tomar postre, pero le apetecía mucho menos iniciar una discusión. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos del gentío del gran comedor, Malfoy agregó—. Tenemos unos minutos antes de que empiece la próxima clase. Voy a avisar a Snape de…
Dejó la frase en el aire. En otras circunstancias Hermione hubiera protestado, pero sabía que pronto se enteraría de lo que estaba pasando por su cabeza, así que decidió simplemente esperar.
En el mismo pasillo desierto de las mazmorras que el día anterior, Draco Malfoy llamó a la puerta del despacho de Severus Snape. Este abrió de mala gana; aquel día no esperaba a nadie.
—Profesor —empezó diciendo el chico—. Solo he venido a decirle que podemos seguir con las pruebas. No he tenido más remedio que… Bueno, en fin, que ella ya lo sabe.
—¿Ajá? —respondió el hombre con voz gélida—. ¿Y cuánto sabe?
—Lo suficiente —replicó Malfoy rápidamente, casi con insolencia.
Hermione lo miró con ojos entornados. ¿Confirmaba eso su suposición de que no le había contado toda la verdad? No tuvo tiempo de pensar demasiado en ello.
—Mañana a esta hora —espetó el profesor, y luego les cerró la puerta en las narices.
El día estaba llegando a su fin. Habían tenido un pequeño conflicto con las asignaturas a las que asistir, pero después de discutir por un buen rato habían —milagrosamente— llegado a un acuerdo; un día escogería uno y al día siguiente lo haría el otro. Así evitarían tener que pelear por el nuevo horario. Al menos ahora podían elegir entre dos clases cada vez.
A última hora se notaba cómo la energía de los alumnos había caído en picado, sobre todo cuando Snape decidió dar una clase teórica y dejar los calderos aparcados a un lado. Dictaba los ingredientes de una nueva poción con voz tirante cuando Hermione empezó a notar que Malfoy abría y cerraba los puños con demasiada frecuencia, tal y como había hecho la noche anterior al revelarle su secreto.
Oh, no.
—Necesitas salir —le dijo Hermione en voz baja.
—Puedo aguantar un poco más —respondió él—. Quitando el día de ayer, me ha estado pasando mucho en horario de clase. Llamaré la atención si pido salir al baño todos los días dando la sensación de no poder aguantar.
—Pero Snape sabe lo que te pasa —le susurró.
—Pero las otras personas del aula no.
Era extraño, pero Hermione no podía dejar de sentirse nerviosa con cada segundo que pasaba. Lo miró de reojo unas cuantas veces, notando con preocupación cómo la piel de su rostro iba cambiando y perdiendo color, como si algo dentro de él le estuviera absorbiendo la vida y esto se reflejara sobre todo, a simple vista, en sus pómulos. Era algo que realmente la inquietaba. Lo vio reprimir un gemido de dolor e inconformidad y sintió que ya había sido suficiente.
Hermione levantó la mano, y al ver que el profesor no reparaba en ella, interrumpió su lección alzando la voz.
—Profesor, disculpe, ¿podría ir al baño?
Snape no la miró a ella, sino a Malfoy.
—Salgan de una vez y dejen de interrumpir. —Fue su respuesta—. Y llévense sus cosas, la clase habrá terminado para cuando vuelvan.
Ambos recogieron sus pertenencias, se levantaron y atravesaron la clase. Daphne le echó una mirada envenenada y Hermione supo que le habría arrancado la cabeza de cuajo de haber podido. Le respondió con una mueca y se aseguró de que pudiera verla. ¿Por qué tenía que ser tan hostil? ¡Ni que ella hubiera elegido sufrir aquel castigo!
No la soportaba. Era ridícula.
Una vez fuera, Draco y Hermione corrieron a los baños más cercanos, que por suerte estaban vacíos. Él entró en uno de los aseos y cerró la puerta tras él. Ella se apoyó en los lavabos y trató de reproducir música en su cabeza, cualquiera que lograra hacerle olvidar por qué esa situación era aún más incómoda de lo que realmente debía ser.
Tarareó en voz baja una canción de una banda juvenil que había sonado con asiduidad en la radio muggle durante las vacaciones y cerró los ojos. Intentó transportarse al último verano en La Madriguera, revivir los momentos felices que había pasado junto a su familia y amigos y, en definitiva, rememorar cualquier cosa que le sirviera para evadirse del presente. Sin embargo, se descubrió divagando entre las posibles formas de curar la maldición de Malfoy.
Se preguntó por qué diablos le daba tanta importancia. ¿Tal vez porque su necesidad de resolver injusticias se anteponía sobre su sentido del orgullo? Draco Malfoy se había empeñado en ser su pesadilla personificada desde su primer día en Hogwarts, ¿por qué su situación no le era indiferente? Quizás porque sabía que, por encima de cualquier otra cosa, él no había hecho nada para merecer esa maldición.
Odiaba saber que algo era injusto y no hacer nada para cambiarlo, incluso si el que sufría la injusticia era el mismísimo Draco Malfoy.
Un instante más tarde este salió de nuevo a su encuentro. Arrastró los pies hacia los lavabos, cerca de donde estaba ella, y se lavó las manos concienzudamente. Parecía extremadamente cansado.
Al coger sus libros, estos resbalaron de sus manos y cayeron al suelo con un ruido sordo. Así que era cierto, esa maldición lo debilitaba cada día más.
Hermione se apresuró a agacharse para recogerlos y que así él no tuviera que hacerlo.
Allí, arrodillada a sus pies, alzó la cabeza y lo miró. Él también la miraba. Una pequeña «v» había aparecido en su entrecejo dándole un aspecto… diferente. Parecía estar debatiendo algo consigo mismo, como si de repente se hubiera formado un dilema en su cabeza y estuviera tratando de solucionarlo, o al menos de entenderlo.
A Hermione le hubiera gustado saber qué era lo que había provocado su ceño fruncido, qué era lo que estaba pensando y si era algo parecido a lo que estaba pensando ella. La intensidad de su grisácea mirada hizo que sus labios se entreabrieran ligeramente.
Pero aquel momento se vio interrumpido cuando alguien más entró al baño y, al encontrarlos así, carraspeó. Ambos desviaron la mirada hacia la puerta; volvía a ser Christopher, el chico de Ravenclaw. ¿Era «oportuno» una de las cualidades del chico?
Hermione se puso en pie de un salto y le entregó la mitad de sus libros a Malfoy.
—Yo llevaré la otra mitad —le ofreció.
Él negó con la cabeza y tomó el resto de sus libros. No quería que lo consideraran un inútil para hacer las cosas más simples, no todavía. Sus manos se rozaron en el proceso.
Ella miró hacia otro lado mientras salían al pasillo. Luego, con el corazón latiéndole en la garganta, dijo:
—Aún no sé cómo, pero voy a ayudarte.
¿Me dejas un review? :D
Cristy.
