NA: Bueno, pues volví por estos lares. Aquí tenéis un nuevo capítulo ;D
Gracias por la espera :3


Capítulo 5: Volando.


A la mañana siguiente, cuando Malfoy sintió que ya había dormido suficiente y se desperezó, dio un brinco en la cama cuando de sus labios salió un gemidito agudo en lugar de su típico sonido ronco que siempre solía trepar por su garganta. Pero, claro, es que aquella no era su garganta.

Mierda. No, no había sido una pesadilla, seguía dentro de un cuerpo que no era el suyo.

Rodó en la cama y escondió el rostro de Granger en la almohada, sintiendo sus estúpidos cabellos encrespados haciéndole cosquillas en la nuca. Intentó ignorar el hecho de que en esa posición podía sentir sus senos aplastados contra el colchón con total claridad, y estaba tan conmocionado por el simple hecho de haberse dado cuenta de ese detalle que tuvo el impulso de ponerse en pie de un salto, pero la cabeza empezó a darle vueltas y tuvo que volver a sentarse de nuevo.

Granger, que ya estaba completamente vestida con su uniforme de Slytherin, se giró para mirarlo con sus ojos grises de forma extraña.

—¿Por qué siempre parece que tienes prisa por empezar el día? —masculló el chico de mala gana.

Hermione no tuvo tiempo de responder porque Parkinson apareció de la nada seguida de Harry, y zarandeó a su amigo por los hombros. Este intentó librarse con un manotazo, pero Pansy había previsto su reacción y se había alejado justo a tiempo. Era raro presenciar cómo el cuerpo de su amigo y el suyo mismo interactuaban de esa manera tan brusca delante de sus ojos.

—La pregunta es, ¿por qué no tienes prisa tú? ¿Es que no quieres recuperar tu cuerpo? —le gritó la chica, aunque parecía más divertida que otra cosa.

—Aparta esas sucias manos de Potter de mí —le espetó a su amiga, quien seguía intentando darle una cachetada a modo de juego.

El aludido, que luchaba constantemente por mantener el cabello lacio azabache de la chica fuera de su boca, atinó bastante bien a poner la típica mirada asesina de Pansy en el rostro. Esta, que lo había visto, esbozó una sonrisa que iba a medias entre la sorpresa y el… ¿orgullo?

Ella y Harry se adelantaron, pero Hermione tuvo que esperar a que Malfoy se vistiera, con todo lo que eso implicaba. Que otra persona manejara tu cuerpo era, cuanto menos, perturbador, pero que pudiera verte desnudo era… indescriptible.

Hermione reprimió un estremecimiento al recordar lo que había hecho el día anterior con el cuerpo de Malfoy. Cerró los ojos. Y lo peor no era el hecho de haber tocado su miembro, firme y erecto, cuando tuvo que hacer que se corriera… Lo peor era que ese estremecimiento no era de disgusto, sino de placer. Porque sí, le había gustado más de lo que debería, y durante toda esa noche no había podido dejar de pensar en volver a tocarse.

Ese pensamiento la acompañó todo el camino hacia el despacho del director, donde ya había una cola considerable formada por todos los alumnos que habían asistido el día anterior a la clase del profesor Lockhart. Hermione suspiró y miró el carísimo reloj que había en su muñeca.

—Llegaremos tarde a clase —dijo, y justo en ese momento Harry y su acompañante salieron del despacho y pasaron por su lado.

Pansy hizo como si se estirara.

—Qué bien sienta estar de nuevo en mi piel —canturreó, claramente con la intención de molestar a su compañero.

Draco hizo el amago de soltarle un puñetazo, pero la chica salió corriendo, obligando a Harry a acelerar el paso para poder seguirla.

—Qué bien os lleváis —comentó la Gryffindor con un claro sarcasmo en la voz, aunque dejando escapar una sonrisa ladeada—. ¿Siempre estáis así?

Draco bufó, y Hermione odió verse a sí misma poniendo una expresión tan hastiada.

—No, qué va. Creo que solo está tratando de recuperar el tiempo perdido.

—¿El tiempo perdido?

Draco miró hacia otro lado, como si se hubiera dado cuenta de que había hablado de más y ahora no pudiera dar marcha atrás.

—Pansy y yo somos amigos prácticamente desde que nacimos —dijo con hartazgo—, pero a Daphne nunca le gustó… —Carraspeó—, que se mostrara tan cercana conmigo, o que hiciera bromas, o que me tocara...

Se detuvo de golpe y sacudió la cabeza, como si no supiera por qué le estaba contando eso a ella.

Hermione, por su parte, alzó las cejas y formó una pequeña «o» con los labios. Si tan solo Daphne supiera que ella había tocado a Malfoy… ahí abajo... Y si era tan celosa como le estaba diciendo él que era, entonces supuso que colapsaría.

—¿Por qué te ruborizas? —le preguntó este justo cuando Hermione estaba rememorando la sensación de tener su miembro en la mano.

—¿Q-qué? ¿Qué dices? Yo no… no me he ruborizado —espetó, frunciendo mucho el ceño y cruzando los brazos sobre el pecho con demasiada fuerza. Malfoy la miró con rendijas en lugar de ojos, y Hermione se reprendió internamente por no haber podido evitar ponerse tan a la defensiva.

—¿Has visto mi piel? —rebatió—. Es tan pálida que a veces es casi translúcida. Claro que se nota cuando me ruborizo.

Pero justo en ese momento les llegó el turno y Hermione saltó dentro del despacho del director como si estuviese huyendo de un animal salvaje, enorme y hambriento que amenazase con tragársela de un bocado si no corría para salvar la vida.

En cualquier caso, ella prefería ese fatal destino a confesarle a Malfoy qué era lo que había coloreado sus mejillas con tanta intensidad… Porque sin duda alguna él pondría mala cara, ¿no? Al saber que a ella le había gustado tocarlo de manera sexual, al descubrir que no le importaría repetirlo de darse el caso.

Sí, sin duda era mejor opción ser devorada por un animal hambriento y con colmillos afilados.


Más tarde, y ya en sus correspondientes pieles, los hambrientos eran ellos. A lo largo de la mañana habían tenido un examen sorpresa y dos pruebas grupales típicas de final de curso, por lo que a la hora de comer se habían sentido capaces de zamparse a un dragón entre los dos.

Habían corrido a sentarse y, sin comprobar si sus amigos estaban por ahí o no, habían empezado a comer. Solo pasaron unos minutos antes de que Blaise se acercara, seguido por Ron, aunque ambos estaban tan concentrados en su comida que no fue hasta que habló que repararon en su presencia.

—¿Por qué no espabilas, tío?

Hermione arrugó la frente cuando se percató de que se refería a ella.

—Yo ya vuelvo a ser Hermione, Blaise —le explicó.

—Oh, disculpa Granger, querida —dijo este, y se volvió hacia su amigo para exclamar—. ¡Venga, chaval, aligera!

—¿Qué? —preguntó Draco, que acababa de levantar la vista de su plato.

—Que tenemos entrenamiento… ¡Espabila!

Hermione se atragantó con las patatas, y Ron tuvo que darle unos golpecitos en la espalda mientras ella trataba de beber agua de su copa a la vez que tosía. El corazón empezó a hinchársele dentro del pecho al reparar en que Blaise no vestía la túnica de Slytherin, sino la equipación de Quidditch con el escudo verde en el pecho.

Sí, qué gracia.

—Maldición, lo había olvidado por completo —comentó Draco, haciendo el amago de levantarse rápidamente de la mesa, pero paró tan pronto como escuchó a la Gryffindor reír de una manera extraña, casi estrangulada—. ¿Qué es tan gracioso?

Hermione miró a Draco, y luego a Blaise, y luego de nuevo a Draco.

—Ah, ¿esto no es una broma?

—Querida… —intervino Blaise—. En Slytherin nos tomamos el entrenamiento muy en serio…

Parkinson entró en escena moviendo las caderas enfundadas en unos pantalones elásticos y muy ajustados que Harry miraba por el rabillo del ojo, como si no quisiera hacerlo, pero sin poder evitarlo.

—P-pero… —tartamudeó Hermione, agarrando a Malfoy del brazo y tirando de él hacia abajo para que volviera a sentarse. Este le dedicó una mirada asesina—. Por favor, no.

—No ¿qué? —espetó él.

—No puedes hacerme esto.

—¿De qué hablas? No te estoy haciendo nada.

Hermione se estremeció de solo pensarlo.

—Le tengo pánico a las alturas —susurró para que solo él pudiera escucharla, casi como si le estuviera confesando un crimen. En cierto modo odiaba confiarle sus miedos a Malfoy.

—Bueno, pues es hora de enfrentar tus miedos —le dijo él.

Entonces, Hermione cometió el terrible error de pronunciar las únicas dos palabras que al chico nunca le habían gustado escuchar.

—No puedes.

Fue como si activara algo en su cerebro, algo que hacía que le hirviese la sangre. Draco Malfoy siempre había tenido lo que había querido, nunca nadie le había negado nada, y que ahora llegara ella y le dijera que no podía hacer algo… era superior a él, además de que le gustaba llevarle la contraria, lo hacía de manera casi natural.

—Sí puedo —rebatió este—. Sí que puedo, y lo haré.

—¡No pienso subirme a tu escoba!

—Oh, puedes hacerlo o puedes ir suspendida en el aire. Elige.

—¡Elijo quedarme con los pies en la tierra!

—Lo lamento, pero esa no era una opción.

Draco volvió a ponerse en pie y Hermione volvió a tirar de su túnica hacia abajo.

—¡No!

Este acercó el rostro al suyo y, mirándola muy de cerca, gritó:

—¡Sí!

—¡Que tengo vértigo!

—Entonces no mires abajo —dijo Draco, y ella se quedó mirando la manera en la que la comisura de sus labios se elevaba en una sonrisa ladeada tan arrogante como espectacular. Lo cierto era que, aun sabiendo que el motivo de su sonrisa no era otro que el de hacerla rabiar, no podía evitar pensar en lo guapísimo que se volvía en cuanto cambiaba la expresión rancia de la que solía hacer gala a diario, preguntándose cómo alguien podía verse tan atractivo y ser tan patán al mismo tiempo.

Entonces, como si hubiera sido consciente de ser la diana de la energía negativa que irradiaban, Hermione dejó de mirar a Draco para posar los ojos en las hermanas Greengrass, que a su vez también la miraban fijamente en la distancia. Daphne estaba visiblemente asqueada, pero fue la primera en apartar la vista. Por el contrario, su hermana la mantuvo en la Gryffindor hasta que Draco se levantó por tercera vez y echó a andar en dirección a las mazmorras, haciendo que la chica tuviera que ir tras sus pasos.


Hermione se había sentado en la cama del dormitorio de Draco y se aguantaba la cabeza con ambas manos. La equipación de Gryffindor que Ginny le había dejado estaba sobre su regazo, pero era incapaz de mirarla. Igual que a Draco, que se vestía a toda prisa frente a ella.

—No puedo creer que vayas a obligarme a hacer esto —se quejó a través de sus dedos—. Ya me siento mareada y todavía no hemos levantado los pies del suelo.

—No seas dramática.

Hermione se apartó las manos del rostro y lo miró con rabia. Le habría tirado cualquier cosa a la cabeza de haber tenido algo a mano, preferentemente algo afilado y punzante de ser posible. Le habría lanzado su propia varita de no ser por el hecho de que temía que este la rompiera a modo de venganza.

Llamaron a la puerta y Blaise entró un instante después.

—¿Por qué llamas? —preguntó Draco.

Su amigo se encogió de hombros.

—Por si estaba desnuda —comentó haciendo un ademán hacia ella, y Hermione notó cómo Ron, que ya se había puesto su propia equipación, se estremecía detrás de Blaise. Este le echó una rápida mirada a la chica y negó con la cabeza al comprobar que seguía llevando su túnica de Gryffindor—. Ya deben de haber empezado, tío, nos vemos allí.

Draco asintió con la cabeza y lo siguió con la mirada hasta que salió de la habitación.

—Granger —dijo, volviéndose hacia ella.

—¿Qué?

—Que te desnudes.

Se puso colorada, pero lo ocultó negando con la cabeza e intentando hacerle cambiar de opinión.

—Te haré los trabajos durante una semana.

Ahora fue él el que negó con la cabeza.

—Durante un mes.

—No.

—Todo el curso.

—Tampoco.

Hermione suspiró, frustrada.

No tenía alternativa. Sabía que, aunque se negara, él podría llevarla a rastras hasta el campo y montarla en la escoba a la fuerza. De hecho, era muy probable que terminase pasando eso si no se ponía en marcha de una vez. Y si estaba destinado a pasar, ¿por qué no sacar un beneficio? Diablos, aquello era muy Slytherin de su parte. Pero incluso Malfoy, que sabía a ciencia cierta que se saldría con la suya, sabía que no era lo mismo obligar a alguien a que hiciera lo que él quería que conseguir que aceptara y fuera por su propio pie, así que sería fácil conseguir alguna ventaja al respecto.

—Vale —concedió ella—. Montaré contigo en la escoba.

Draco la miró entrecerrando los ojos, suspicaz por su repentino cambio de idea.

—¿Por qué me da la sensación de que pondrás una condición?

—Qué suspicaz… porque la pondré. —Se aclaró la garganta y luego dijo solemnemente—. Me deberás una. Sea lo que sea. Estarás en deuda conmigo.

Draco y Hermione se miraron por un instante, este apretando los labios, ella obligándose a sonreír. Se la guardaría para cuando le conviniera. Uno nunca sabía cuándo iba a necesitar algo del poderosísimo Draco Malfoy.

Finalmente, Draco lanzó las manos al aire.

—Sí, de acuerdo, lo que tú digas. ¡Ahora ponte la maldita equipación!

Hermione se puso en pie de un salto y empezó a quitarse la ropa, esperando que Draco se diera la vuelta para no mirarla. Pero esta vez no lo hizo. No parecía reacio a mirarla, ni siquiera parecía molesto. Tan solo estaba ansioso por que se vistiera y llegar al entrenamiento de una vez. Aunque pensándolo bien, suponía que el hecho de haber estado en su propio cuerpo era un paso para aceptarlo, o al menos tolerarlo.

Una vez en ropa interior, Hermione miró aquella extraña ropa unos segundos.

—No sé cómo se pone esto.

Draco bufó y le dio instrucciones al principio, perdiendo después los nervios y empezando a vestirla él mismo. Hermione observó la manera en la que abrochaba una infinidad de botones a sus costados, entrelazaba prendas con otras y ajustaba los pantalones a su cintura con cuerdas. ¿Cómo diablos había pensado que sabría cómo ponerse aquello sola?


Todos los miembros del equipo de Slytherin ya estaban en el aire, lanzándose las Quaffles y golpeando las Bludgers cuando llegaron. Hermione divisó a Ginny en las gradas, y cuando esta hizo lo propio con ella, se puso en pie y empezó a vitorearla. Sin embargo, sus gritos de ánimo se escuchaban lejanos, y Hermione no fue capaz de decir si era debido a la distancia o al ligero mareo que estaba empezando a experimentar.

—Vamos, sube —dijo él, tomando su escoba del cuartillo.

Hermione pasó una temblorosa pierna por encima de la escoba y tomó aire, tratando de concienciarse de lo que estaba a punto de suceder, pero Draco despegó más rápido de lo esperado y ella estuvo a punto de perder el equilibrio y caer.

Cuando fue capaz de estabilizarse de nuevo, cerró los ojos con fuerza y rodeó el torso de Malfoy con los brazos, con la fuerza propia que pondría alguien que teme seriamente por su vida.

El viento la golpeaba en la cara bruscamente, lo cual era un terrorífico recordatorio continuo de donde se encontraba, y su único mecanismo de defensa de cerrar los ojos dejó de surtir efecto de forma inmediata.

Desesperada, profirió un gemido de terror y hundió el rostro en la espalda de Draco, tratando de dejar la mente en blanco hasta que volvieran a aterrizar.

Lo consiguió durante un rato, a pesar de los gritos aquí y allá y los constantes giros imposibles que hacía el chico y que volvía el estómago de Hermione del revés. Sin embargo, llegados a un punto del entrenamiento, empezó a sentir que algo no andaba bien. La escoba dejó de tener una velocidad más o menos firme y empezó a acelerar y a frenar de golpe sin previo aviso. Escuchó a Draco maldecir y, luego, se precipitaron hacia el suelo en caída libre.

—¡¿Qué está pasando?! —exclamó la chica, pero no obtuvo respuesta porque, a su vez, Draco también gritaba mientras intentaba controlar la dirección de la escoba.

Hermione profirió un chillido muy agudo que hirió sus propios tímpanos, y acto seguido impactaron en el suelo a una velocidad de vértigo. El palo de la escoba se rajó por la mitad con el golpe y ambos salieron despedidos hacia adelante, rodando sobre sí mismos en diferentes direcciones hasta toparse con la pared invisible que delimitaba su libertad de movimiento.

Un fogonazo de luz se clavó en sus ojos y de inmediato sintió un latigazo de dolor en ellos. De repente, el mundo de la chica empezó a girar sobre sí mismo. La cabeza le daba vueltas y estaba convencida de que perdería el conocimiento de un momento a otro.

—¡Avisad a Snape! —logró escuchar a Draco gritar antes de perderse entre la nebulosa que envolvía su cabeza y dejarse ir.


Cuando Hermione despertó, mantuvo los ojos cerrando, solo siendo vagamente consciente de estar tumbada en una estrecha cama. Olía a potingues y a antisépticos mágicos, así que conjeturó que estaba en la enfermería. Pero ¿por qué debería? Entonces forzó a su aletargado cerebro a funcionar un poco más rápido de lo que lo estaba haciendo hasta ahora, hilando un borroso recuerdo de aquí y otro de allí hasta llegar al motivo que le había llevado a donde estaba: habían tenido un accidente de escoba, ¿no era así? Sí, eso creía recordar.

Lo cierto es que estaba muy cansada y le dolía todo el cuerpo, pero decidió que había llegado la hora de abrir los ojos. Lo hizo poco a poco, pero pronto descubrió que tenía una especie de película borrosa en la retina que le impedía ver lo que tenía alrededor. Se incorporó rápidamente y parpadeó en repetidas ocasiones con el objetivo de aclararse la vista, incómoda por la repentina negación de aquel sentido tan esencial, pero solo consiguió marearse más de lo que ya estaba.

—¡Se ha despertado! —gritó una voz conocida a su lado.

Ron.

—¿Ron? Ron, ¿dónde estás?

—¿No puedes verme? —preguntó el aludido, y Hermione estiró el brazo y lo movió en el aire en respuesta, buscándolo. Su amigo se apresuró a cogerle la mano de inmediato.

—Tranquila, estoy aquí —le aseguró.

—Y por tanto yo también, preciosa —añadió Blaise.

Hermione se hubiera reído de no estar completamente aterrorizada.

¿Por qué no podía ver nada? Sus ojos no parecían estar produciendo líquido lagrimal suficiente para aclararle la vista, por mucho que parpadeara como loca.

—Oh, querida, ¿cómo te encuentras?

Aquella dulce voz no podía ser de otra persona que de la señora Pomfrey.

—Me duele todo —respondió—. Y… y no puedo ver nada.

—¿Ves todo negro?

—No, no, de hecho, soy capaz de ver la luz. Pero está todo borroso, casi como pixelado.

Se produjo un pequeño silencio y, luego, la enfermera habló de nuevo.

—Vaya, qué raro. Solo habéis tenido un accidente de escoba, el impacto no debería haberte afectado a la vista… Pero tómate esto, te ayudará con el malestar general —dijo a la vez que le ponía una copa pequeña en la mano cuyo contenido olía a rata muerta—. Déjame consultar unos manuales y luego te haré algunas pruebas de visión. Draco, cariño, tú ya puedes irte, pero recuerda que no puedes mojarte la escayola.

—No —espetó él, y Hermione dio un brinco en el sitio al escuchar su voz casi rasgada. El líquido de la copa se derramó un poco por los bordes—. No puedo.

—Oh cielo, no te preocupes, estará bien.

—Es que… es que no puedo separarme de ella —comentó casi entre dientes.

—Ay, el amor… ¡Pero si debes estar agotado! Ve a descansar, yo cuidaré de ella.

—¡Que no! —exclamó Draco, perdiendo la paciencia—. ¡Que no es que no quiera, es que no puedo!

Escuchó a Pansy reír en algún punto de la enfermería cerca de donde estaba.

—Señora Pomfrey —murmuró Hermione, buscándola con la mirada pero sin poder encontrarla—. Tiene razón. El director nos ha castigado con un hechizo fusionador. Cuando dice que no podemos separarnos, bueno, es que literalmente no podemos.

—Oh —dijo la enfermera—. Nunca había oído que se les hubiera impuesto a los alumnos un castigo como ese…

—Ni usted ni nadie —espetó él de mala gana.

—En ese caso, de no encontrar una cura para la visión de la señorita Granger, tendrás que quedarte esta noche —dijo, dirigiéndose a Malfoy—. Ahora, si me disculpáis, voy a ponerme manos a la obra. ¡Y bébete la poción de una vez, o se anulará el efecto! —le ordenó a la chica, y luego se dio la vuelta y caminó hasta su despacho, cerrando la puerta tras ella.

Hermione arrugó la nariz ante la perspectiva de beberse algo que olía tan mal.

—¿Qué pinta tiene? —preguntó al aire, y alguien se inclinó para mirar.

Creyó escuchar una arcada que no era suya.

—¿Estás segura de que eso sirve para hacer desaparecer el malestar? —preguntó Ron con incredulidad—. Parece diseñado para provocar náuseas.

—Qué tranquilizador, Ronald —se quejó, y otra persona llegó dando saltitos para echar un ojo a su interior.

—Es un mejunje espeso de color gris claro. Humeante. Ah, y también burbujea —se rio Pansy, maliciosa con ella en su justa medida.

Esta vez fue el turno de Hermione de contener una arcada, pero hizo de tripas corazón, tragó saliva, respiró hondo y se llevó la copa a los labios, bebiendo todo su contenido de una vez. Cuando terminó, volvió a tumbarse en la cama con un estremecimiento. Alguien le quitó la copa de las manos y la dejó sobre una mesita que tenía al lado.

—¿Cómo estás? —preguntó Harry mientras se sentaba a los pies de la cama de su amiga.

—Mareada —respondió Hermione, que se lamentaba de que la poción no tuviera un efecto inmediato—. Y ahora también fatigada. Puaj.

—Así son las pociones medicinales —espetó la enfermera, indignada, que había vuelto para coger un libro de la pequeña biblioteca que había cerca de la entrada—. No esperéis venir aquí a por remedios y que sepan a pastel de puerros.

Todos se quedaron en silencio mientras observaban a la mujer desaparecer de nuevo en su despacho. Bueno, todos menos Hermione, quien no podía dejar de parpadear a pesar de que no había funcionado las primeras cien veces y tenía la ligera sensación de que no funcionaría las siguientes cien más.

—¿A quién le gusta el pastel de puerros? —preguntó Ron, rascándose la cabeza, y Blaise rio por lo bajo.

Los amigos de ambos se quedaron con ellos hasta que empezó a caer la tarde y la señora Pomfrey los echó con la excusa de que no la dejarían trabajar tranquila si se quedaban dando vueltas por allí. Luego le hizo algunas pruebas a Hermione que implicaban tanto pequeños encantamientos sanadores como distintas pociones recién elaboradas por la mujer para la ocasión, además de aplicarle unas gotas que solo le irritaron los ojos. Nada de lo que intentó surtió efecto y, rendida, le aseguró que al día siguiente seguiría intentando curar su ceguera.

Hermione no entró en pánico al respecto porque no se permitió pensar en ello en profundidad. A veces solía ser catastrofista, y si se daba rienda suelta para cavilar cosas…

Por suerte, un par de elfos se aparecieron allí con un "clic" y depositaron bandejas de metal con la cena sobre los regazos de los chicos, que habían estado en silencio hasta ese momento.

—¿Qué es? —quiso saber la chica.

—Sopa, carne asada, gelatina y agua —respondió el rubio.

—¿Y dónde están los cubiertos?

—A la derecha de la bandeja.

Hermione acercó las manos muy lentamente para evitar derramar o tirar nada, palpando aquí y allá y descubriendo el lugar de cada cosa a su ritmo.

Empezó a comer, pero no pudo evitar salpicar un poco de sopa sobre las sábanas.

Al cabo de un rato, habló de nuevo para decir con voz tranquila:

—¿Qué pasó?

Se escuchó el sonido de unos cubiertos golpeando un plato vacío. Draco suspiró, pero se tomó su tiempo para responder.

—Perdí el control de la escoba. Nunca antes me había pasado nada semejante.

La chica asintió y tomó el vaso de agua con cuidado para darle un trago.

—¿Y cómo te encuentras? Fue una caída dura.

—Estoy bien —respondió escuetamente.

—¿Huesos rotos? He escuchado a la enfermera decir que tenías una escayola.

—Sí, mi brazo derecho —admitió.

—¿Por qué?

—Por qué, ¿qué?

—¿Por qué no simplemente tomar una poción reparahuesos? Son muy comunes. ¿Es por el sabor?

Casi se sintió estúpida por sugerirlo. Era cierto que las pociones curativas sabían como el infierno, pero alguien como Malfoy seguro que prefería tragarse algo que oliera a excremento de unicornio antes de dejar que su cuerpo sanara de la forma convencional de los muggles.

—Lo que tomo tras… las sesiones con Snape —explicó tan bajito que Hermione tuvo que aguzar el oído para escucharlo—, es tan fuerte que mezclarlo con cualquier otro remedio curativo, aunque simplemente se trate de uno para un resfriado leve, podría matarme.

Hermione recordó entonces cómo Draco había pedido que dieran aviso a Snape, lo había oído antes de desvanecerse. Seguramente este se habría encargado de convencer a la señora Pomfrey para que no le administrara ninguna poción mientras ella estaba inconsciente.

—¿Sabes qué ha podido pasarme a mí? —le preguntó, deseosa de encontrar la respuesta a aquella gran incógnita.

—No tengo ni idea.

Después de aquello, los elfos volvieron para recoger sus bandejas y ambos sucumbieron al sueño de manera paulatina.

Había sido un día duro, y un accidente casi mortal de por medio consumía la energía de cualquiera.

«Un día normal en Hogwarts», pensó Hermione antes de dejarse llevar por el sueño, pero un extraño sonido perturbó el duermevela en el que se encontraba en ese momento.

La puerta de la enfermería se había abierto con un chirrido prolongado y alguien había entrado de puntillas, porque cuando la persona en cuestión llegó a la cama de la chica no había escuchado ni un paso.

—Hermione —dijo una voz en un susurro bajo—. Hermione, ¿estás despierta?

—¿Ginny?

—Sí, sí, soy yo. Ya me he enterado de lo de tu ceguera. ¿Cómo estás? Bueno, no importa, no tengo mucho tiempo. Filch casi me atrapa merodeando en los pasillos a estas horas.

—¿Qué hora es?

—Chis —la mandó a callar antes de decir—: Lo que os ha pasado no ha sido un accidente. Alguien hechizó la escoba, y sé quién fue.


NA: Bueno, pues aquí se pueden apreciar algunos cambios más con respecto a la historia original :) ¿Os va gustando?

¿Me dejas un review? :D
Cristy.