NA: Muchas gracias a los que se toman el tiempo de dejar un review :) ¡Me encanta leerlos! Intentaré responderlos todos cuando tenga tiempo :B


Capítulo 12: Chicos malos de corazones puros.


Hermione se disculpó con su madre internamente, pero después de la noticia de que Viktor volvía a Hogwarts (y de que quería quedar con ella) no se sentía capacitada para escribir una respuesta a la carta que aún no había leído. Estaba casi segura de que, de intentarlo, solo conseguiría redactar tres o cuatro líneas inconexas entre sí y de carácter confuso, como lo estaba ella en ese momento.

Le hacía ilusión ver al chico de nuevo después de tanto tiempo, aunque una parte de ella temía que el reencuentro trajera de vuelta los sentimientos que una vez había tenido hacia él. Estaba segura de que lo que sentía por Malfoy era tan reciente que no desaparecería de un momento a otro solo por el hecho de volver a ver a Krum. Entonces, ¿sería capaz de manejar la situación? ¿Cómo sería sentir algo por dos chicos a la vez? ¿Era eso posible? Nunca le había pasado tal cosa, su cabeza explotaba tan solo de pensarlo.

Recogió sus cosas y corrió hacia la primera clase de la mañana, para la que ya llegaba tarde, lo que era bastante impropio de ella.

Tenía tantas cosas yendo y viniendo dentro de su cabeza que solo se dio cuenta de que aquella clase era conjunta con Slytherin cuando vio a Ron sentado con Blaise, que estaba junto a Pansy y esta, a su vez, sentada al lado de Harry. Su amigo le hizo un gesto para que tomara asiento junto a él, pero Hermione no lo notó porque estaba ocupada buscando a otra persona con la mirada.

No lo encontró.

Draco Malfoy no estaba allí. Ni él, ni Daphne.

Vaya.

Solo había que sumar dos más dos para saber que estaban en algún lugar del castillo, seguramente pasando tiempo juntos para reconciliarse.

Hermione sintió una aguda decepción nacer en sus entrañas y trepar hasta su pecho cuando se dio cuenta de algo: que le había faltado tiempo para correr a los brazos de Greengrass una vez que le hubieron liberado y ya no estuvo atado a ella.

Estaba claro. Había sido solo un obstáculo que lo había separado de la chica de cabellos dorados y compañía tóxica durante toda una semana. Nada más.

¿Y por qué se sorprendía tanto? ¿Por qué se dejaba inundar con aquel sentimiento de desengaño que le calaba como un frío aguacero en invierno? Él mismo le había dicho que amaba a Daphne. Si había albergado la más mínima, ínfima o minúscula esperanza de que Malfoy se fijara en ella era problema suyo y solo suyo.

No podía culparlo por no tener los mismos sentimientos hacia ella. Diablos, ¡si una semana antes todo aquello le habría parecido irrisorio! Hermione Granger sufriendo por el amor no correspondido de Draco Malfoy. Absolutamente ridículo.

—¿Señorita Granger?

Hermione se dio cuenta demasiado tarde de que se había quedado ahí plantada respirando entrecortadamente, y de que todos los ojos del aula estaban puestos en ella, incluidos los del profesor de Historia de la Magia, quien arqueó un poco su poblada ceja ante lo impropio de su comportamiento.

—Señorita Granger, tome asiento, por favor. La clase ya ha comenzado.

Hermione tomó una profunda bocanada de aire, recogió su dignidad del suelo e hizo lo impensable: ocupar la última mesa del aula, la más alejada a la pizarra.

Hubiera preferido salir corriendo de allí e irse a otra parte, pero el profesor ya la había visto y no tenía ganas de recibir una llamada de advertencia. No a esas alturas del curso.

Sin embargo, tampoco tenía ganas de prestar atención a una explicación que ella ya conocía. Ya se había preocupado de leer y estudiar intensamente sobre la caza de brujas entre los siglos XV y XVIII durante su segundo curso en Hogwarts.

Asqueada, sacó su libro para disimular y acto seguido abrió la carta de su madre.

Nada nuevo. O más bien, nada interesante. Su padre le había regalado flores por su aniversario y habían ido a cenar a un restaurante italiano cerca de Westminster. Le contaba también que tenían nuevos vecinos a la vuelta de la esquina, y que la tienda del barrio se había convertido en un "abierto 24 horas", lo cual era bastante conveniente para cuando le entraban sus típicas ganas locas de hornear galletas a las dos de la mañana. En el último párrafo su madre hacía énfasis en lo mucho que la extrañaban y en las ganas que tenían de ir a su graduación y, por último, le preguntaba si ya había ido a encargar su vestido con los ahorros que le había entregado durante las últimas vacaciones.

Hermione sacó un pergamino y se obligó a escribir una respuesta. No se sentía nada inspirada para poner algo original, desde luego, pero era muy consciente de que debía enviar la carta rápido y de que ya no tenía margen para posponerlo. La procrastinación no era una cualidad propia de ella y su madre lo sabía. Así que, además del retraso en la respuesta, seguramente también notara algo raro en sus palabras… como sus trazos ligeramente temblorosos o la carencia de emociones vertida en las mismas. Parecía algo imposible, ¿no? ¿Cómo iba alguien a notar que ella no estaba bien simplemente por una carta? Pero las madres sabían cosas. Intuían cosas. Y la mayoría de las veces siempre acertaban.

Se arriesgaría a que diera en el clavo con sus superpoderes de madre, por mucha charla y terapia a la que tuviera que someterse después, cuando adoptara el papel de su psicóloga personal.

Si algo tenían las madres era que podían ser tan polifacéticas como sus hijos necesitaran.

La carta era escueta, pero era todo a lo que podía aspirar en ese momento. La dobló y la guardó en su bolso, siendo la primera en abandonar la clase cuando acabó. Aun así, fue abordada por Parkinson antes de que pudiera doblar la esquina.

—Lamento tu mal de amores, querida.

—Yo no tengo mal de amores —le espetó rápidamente, poniendo la vista al frente para evitar que sus ojos la delataran.

—Sí, bueno, todos te hemos visto ahí dentro —siguió diciendo la Slytherin, quien tuvo que acelerar el paso para mantenerse a la altura de Hermione y sus grandes zancadas—. Aunque me enorgullece decir que solo yo sé la razón por la que has cortocircuitado por primera vez en tu vida.

Hermione bufó.

—Te crees muy lista, ¿verdad? ¡Pues te equivocas! Malfoy no puede darme mááááás igual.

—Cielo, te das cuenta de que nadie había mencionado a Draco hasta ahora, ¿verdad?

Hermione profirió un sonido de hastío y cambio el rumbo de sus pasos para intentar zafarse de la chica… pero esta no la perdía de vista ni entre el barullo que se formaba en los pasillos entre clase y clase.

Pansy la agarró del brazo y la obligó a detenerse en una esquina oculta tras una armadura de varios siglos atrás.

—Si te sirve de consuelo yo apostaría por ti si estuviera en mi mano decidir la pareja de mi amigo. Tú me pareces una mejor opción que Daphne.

Los ojos de Hermione se humedecieron un poco y acto seguido se reprendió internamente y se ordenó serenarse.

Sabía que no engañaba a nadie, mucho menos a Pansy Parkinson, así que dejó de intentar negarlo y simplemente dijo:

—Debo irme, llego tarde a mi próxima clase.

Pero la Slytherin volvió a tomarla del brazo para retenerla.

—Espera, todavía tenemos que hablar del plan para descubrir qué ha pasado con Longbottom.

Hermione suspiró, aunque decidió darle un par de minutos para que se explicara. Sin embargo, su "plan" era fácil de contar porque le sobró un minuto y medio. Básicamente le dijo que se tenía que convertir en Daphne con poción multijugos para sonsacarle información a Astoria sobre el paradero de Neville.

Hermione se rio, pero su expresión mutó a horrorizada al darse cuenta de que Parkinson estaba hablando completamente en serio.

—¿Por qué yo? —le espetó—. ¿Por qué no te haces pasar tú por ella? La conoces mejor que yo.

—Porque Astoria sospecharía si no me ve rondando por la sala común cuando "Daphne" le pregunte sobre Longbottom. Esa tía siempre está al acecho ante cualquier incongruencia. Es muy desconfiada, y a mí ya me tiene echado el ojo.

Se encogió de hombros y suspiró, como si en realidad quisiera hacerlo ella misma pero las circunstancias no se lo permitieran.

Hermione no se imaginaba suplantando la identidad de Daphne Greengrass, se sentiría fatal metiéndose en su piel sabiendo que ella y Malfoy probablemente habían vuelto a estar juntos, además de que le asustaba ser pillada con las manos en la masa. ¿Cómo iba a hacerse pasar por alguien a quien apenas conocía? Era muy probable que Astoria la estrangulara con sus propias manos de descubrir lo que estaba haciendo. Iba a negarse. Hermione Granger iba a negarse ante tal despropósito. Pero Pansy se le adelantó y abrió la palma de la mano, enseñándole un par de bolitas de algo que parecía plastilina del color de su piel.

—¿Crees que iba a dejarte a tu suerte? Lo he comprado en el mercado negro para la ocasión —le informó—. Es súper novedoso. Se ponen en el interior del oído. Una es para ti y otra para mí. Con esto puedo escuchar lo que pasa a tu alrededor y lo que dices, y viceversa. Así puedo comunicarme contigo si Astoria te lleva a otra parte o te hace preguntas que no sepas responder. Al parecer los estudiantes lo usan para copiar en los exámenes, pero nosotras lo utilizaremos para algo más productivo.

—Parkinson, yo no…

—¿No quieres saber qué le ha pasado a tu amigo? Porque sigue desaparecido, ¿no?

Hermione la miró fijamente, llenándose de rabia por un instante. Aquello era chantaje emocional… pero estaba surtiendo efecto.

Apretó los labios muy fuerte y le arrebató una de las bolitas de la mano.


El día siguió pasando con una lentitud asombrosa.

No vio a Malfoy o a Greengrass durante el almuerzo, y tampoco tuvo noticias de Viktor ni sabía cómo encontrarlo.

Hermione bostezó.

Solo debían asistir a las últimas dos clases del día aquellos que no hubieran aprobado ya ambas asignaturas, por lo que la chica se dispuso a volver a su sala común para echar una cabezadita.

Estaba cansada. Tantas emociones bullendo en su interior la habían dejado K.O, por lo que la idea de dejarse llevar por los brazos de Morfeo era sumamente tentadora. Al menos así podría dejar de darle vueltas a la cabeza por un rato.

Ya había puesto rumbo a su sala común cuando, de repente, un elfo se apareció frente a ella con un chasquido y la hizo gritar del susto.

—¿Señorita Granger? El señor Krum requiere de su presencia.

Y antes de darle tiempo a reaccionar, la agarró de la mano y se desaparecieron juntos. Cuando los pies de Hermione volvieron a tocar suelo firme, lo primero que vio fue la figura de un hombre recortada por los brillantes rayos del sol de verano que entraban desde el exterior. El hombre estaba de espaldas a ella, bajo el umbral de las puertas de entrada abiertas de par en par, mirando los terrenos del castillo con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones… del uniforme de profesor de Dumstrang.

Hermione notó un preocupante aumento de su ritmo cardíaco cuando aquel torso perfectamente definido se giró y su antiguo ligue reparó en ella.

—¡Hermione! —exclamó, dando un par de zancadas para llegar hasta ella y levantarla en un efusivo abrazo que no había visto venir pero que la hizo reír por primera vez en el día—. Mírate, ¡estás preciosa!

La chica se ruborizó sin poder evitarlo.

—Tú tampoco estás nada mal —le dijo cuando volvió a dejarla en el suelo, y no porque se sintiera obligada a devolverle el cumplido, sino porque era verdad.

Podía ver a Viktor Krum, pero al mismo tiempo no era el mismo Viktor con el que una vez había compartido besos y momentos íntimos en la cama. Su Viktor tenía la cara más redondeada y un cuerpo menos esbelto que el de ahora. El hombre había perdido algo de peso y había tonificado su figura, y ahora no había atisbo alguno de ese "algo" característico de los adolescentes. Ahora su mandíbula estaba bien marcada y había unas pequeñas arruguitas casi imperceptibles en las comisuras de sus ojos. Sus hombros eran más anchos y en sus antebrazos podían apreciarse las venas bajo la piel. Viktor se había convertido en un hombre con todas las letras de la palabra.

—¡Hace al menos un siglo que no sé de ti! —le dijo, y Hermione pudo notar que su acento no había cambiado ni un poquito, aunque ahora había cierta fluidez con el idioma que antes no había tenido—. ¿Qué tal te va, pequeña?

La chica nunca habría apostado que pudiera ruborizarse más de lo que ya estaba pero, contra todo pronóstico, lo hizo. Su cara ardía y se sentía ligeramente mareada, y la culpa era solo de aquella última palabra.

«Pequeña».

Así solía llamarla durante el tiempo que pasaron juntos, y volver a escucharlo tanto años después era… extraño. Pero en el buen sentido. Como si de repente volviera a ser una chiquilla de quince años y estuviera perdidamente enamorada del típico malote que sabes que no te conviene. Muy en el fondo ella siempre había sabido que lo suyo no tenía futuro, y aun así había decidido involucrarse románticamente con él porque, a pesar de su aspecto rudo e inquebrantable, Viktor tenía un carácter dulce y tierno que solo sacaba cuando estaban a solas.

Este pensamiento le hizo darse cuenta de algo que hasta ese momento siempre había pasado por alto: que tenía un prototipo de chico muy marcado. Se sorprendió al tener que reconocerse a sí misma que le gustaban los malotes, los rebeldes sin causa que incluso llegaban a tener actitudes de auténticos canallas. Sin embargo, para ella era requisito indispensable ser capaz de ver que dentro de ellos existía una parte suave y dulce, honesta y casi vulnerable.

¿Era ese el motivo por el que Draco Malfoy nunca le había llamado la atención hasta que había tenido la oportunidad de echar un vistazo a su lado más delicado, más frágil?

—Estoy bien —dijo con demasiado ímpetu, respondiendo a la pregunta de Viktor pero tratando de convencerse a sí misma al mismo tiempo.

¿Por qué seguía pensando en Malfoy?

Quiso darse de puñetazos por ridícula. Tenía que poner un alto antes de identificar que estaba empezando a obsesionarse de manera preocupante.

—Bueno, ¿nos vamos? —le dijo, deseosa de poner rumbo a Hogsmeade para olvidarse del asunto de Malfoy cuanto antes, y Viktor le tendió el brazo como todo un caballero para que lo tomara y caminar juntos.


La conversación entre ellos fluyó de manera natural, tal y como había pasado años atrás, cuando se conocieron.

Hermione le contó cómo le iba en Hogwarts y le habló un poco de los proyectos a futuro que esperaba llevar a cabo cuando se graduara, como conseguir trabajo en el Ministerio de Magia, más específicamente en el Departamento de Misterios, ya que le encantaban los retos que pusieran a prueba su intelecto y su capacidad de investigación. También quería explorar sobre maldiciones raras y las posibles formas de contrarrestarlas, pero esto último no se lo comentó al hombre porque el deseo le había surgido a raíz de saber sobre el caso de Malfoy y tenía intención de llevarlo a cabo en secreto, durante su tiempo libre.

Viktor, por su parte, le habló sobre cómo había llegado a convertirse en profesor en Dumstrang y cómo le iba con sus alumnos. También le explicó que Hogwarts y su colegio querían implantar un programa de intercambio de alumnos para que los estudiantes pudieran aprender nuevos idiomas mientras estudiaban otras formas de hacer magia diferentes a las que estaban acostumbrados. Según los directores, esto sería una actividad ventajosa y enriquecedora para todos aquellos que quisieran participar, y por eso Viktor estaba allí: para ultimar detalles y representar al colegio del que provenía. Le contó que estaban en negociaciones con escuelas como Beauxbatons, Ilvermorny, Castelobruxo… entre otros, para que se unieran a la iniciativa.

—Me va a dar mucha envidia no haber tenido la oportunidad de participar en algo así en mis años de estudiante en Hogwarts —le dijo Hermione, que miraba distraídamente cómo la cucharilla de plata removía su té de lavanda por su cuenta.

Se habían sentado en una mesa junto al ventanal de una cafetería en Hogsmeade que había abierto sus puertas al público recientemente. Solo cayó en la cuenta de que era demasiado sofisticada para Viktor cuando vio su enorme y robusto cuerpo sentado en el recatado asiento acolchado de color rosa junto a la pared de piedra, bajo los cuadros decorativos que colgaban sobre su cabeza y que enmarcaban dulces y tartas con aspecto de provocar diabetes con una sola mordida, además de algún que otro gatito blanco y frases cursis como «El amor y los cupcakes todo lo pueden».

Ugh.

Hermione hizo una nota mental para recordarse a sí misma no volver a ese lugar nunca más. El té estaba bueno (tal vez un poco demasiado dulce), pero era todo tan rosa que parecía ver a través de un filtro de algodón de azúcar.

Se estaba estremeciendo internamente cuando reparó en que Viktor se había quedado mirándola con una ceja arqueada.

—Perdona, ¿me has dicho algo? Estaba ocupada sintiéndome demasiado abrumada por este lugar como para escucharte —bromeó, y el hombre se rio con ganas, alterando así el relajado ambiente de la cafetería.

La muchacha que había tras la barra lo miró con desaprobación, juzgando de mala manera los decibelios de su risa.

—Sí, pequeña. Te decía que nunca fui fan de mantener el contacto por correspondencia, y que de haber existido algo así cuando nos conocimos, sin duda habría solicitado una plaza en Hogwarts. Ya sabes, para estar cerca de ti.

El corazón de Hermione dio un vuelco dentro de su pecho. En el pasado había sentido cosas muy fuertes por aquel hombre, y era tan consciente de que lo único que había roto su vínculo era la distancia que el hecho de que le estuviera diciendo algo así solo servía para dañar a la Hermione de quince años que aún vivía dentro de ella y seguía enamorada de él.

De haberse quedado allí, con ella, estaba segura de que su relación habría prosperado y se habría alargado en el tiempo.

—Lo siento, ¿he dicho algo que no debía? —le preguntó él, notando la creciente incomodidad en la chica—. ¿Tienes… sentimientos por otro chico? ¿Estás saliendo con alguien?

Hermione tomó un sorbo de su té para ganar tiempo mientras pensaba qué responderle.

Entonces, algo llamó su atención fuera de la cafetería.

Dos personas, para ser más exactos: Draco Malfoy y Daphne Greengrass caminando por Hogsmeade, muy cerquita el uno del otro.

Para cuando Hermione asimiló lo que estaba viendo a través del cristal, la hermosa chica rubia entrelazó los dedos de su mano con los de Malfoy.

Luego, pasaron de largo y se perdieron de vista.

Sintió cómo el té violeta que acababa de tragar se convertía en una piedra atorada en su garganta. Una piedra llena de clavos.

Su pecho se contrajo de dolor.

—No, claro que no —dijo, y por un instante su voz sonó estrangulada. Carraspeó y luego tragó con dificultad, pero la piedra no se movió de donde estaba—. De hecho, luego podemos continuar la conversación en… en…

—¿Un sitio más privado? —aventuró él con una sonrisa pilla en los labios—. Podría enseñarte mi habitación.

Hermione se puso de pie de un salto.

Necesitaba una distracción más fuerte que un té y una conversación casual en una cafetería rosa. Necesitaba hacer algo para despegarse aquel dolor del cuerpo. Algo radical que fuera efectivo contra la presión en su pecho y la amenaza de llanto inminente.

Tenía que actuar, y rápido.

—¿Qué tal si me la enseñas ya?

Y acto seguido se dispuso a salir de allí para llegar a Hogwarts (y a la habitación de Viktor) cuanto antes.


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Cristy.